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Algunos mensajes desde la inquietud de los mercados de bonos

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Los mercados de renta fija llevan dos meses muy difíciles. En particular, los bonos soberanos, que alcanzan niveles de rentabilidad desconocidos en algún tiempo. Sin embargo, la renta variable, aunque se ha ajustado algo y tiene volatilidad desde el comienzo de la guerra de Oriente Medio, no está sobrerreaccionando a pesar de los riesgos de escalada a más países en la zona. Está por ver —confiemos en que las cosas no empeoren— qué pasará finalmente en el grave conflicto y la reacción de los mercados. Hasta ahora no ha habido excesivos nervios en la renta variable. Si se repasa la historia, episodios de gravedad comparable —como el 11 de septiembre de 2001— tuvieron una corrección inicial, pero, a las semanas, la renta variable y los índices bursátiles habían vuelto a una cierta normalidad. Señala Financial Times esta semana que parece como si la inversión en acciones asumiera el riesgo geopolítico y los conflictos bélicos como una constante histórica, con la que hay que contar y que puede generar volatilidad puntual, pero, al poco tiempo, vuelve a una situación más tranquila.

Los bonos, la renta fija, llevan un periodo de turbulencia notable, en paralelo a los anuncios y decisiones de los bancos centrales en septiembre. La tensión en los mercados no tiene que ver con el riesgo geopolítico, sino más bien con la coyuntura monetaria y con la situación y perspectivas de los tipos de interés y otros factores como la sostenibilidad fiscal, entre otros. El caso más claro es el bono estadounidense. En este momento, ilustrando la tensión del mercado, cotiza con una prima de 1,2% con respecto al nivel de rentabilidad más baja del año. Además, se ha estado desinvirtiendo la curva de tipos tras un año en el que los tipos de interés a corto plazo se situaban notablemente por encima de los de largo plazo. Aunque no se ha completado totalmente la vuelta a la normalidad de la curva de tipos, se ha reducido mucho la distancia entre la rentabilidad de corto y la de largo, eso sí, siendo esta última aún ligeramente inferior.

¿Cómo ha tardado tanto en sentirse el impacto de las fuertes subida de tipos del último año y medio en el mercado de bonos? Varios factores lo explican, el primero, el retardo que existe normalmente para transmitir la subida del precio del dinero sobre los diferentes pasivos financieros, aunque sorprende algo que el bono americano —instrumento de inversión global por excelencia y con un mercado tan profundo— haya sido lento también en reaccionar. Esa cierta naturaleza pausada de la reacción viene explicada, en buena parte, por la gradual retirada de las compras de bonos de los bancos centrales, que han ayudado a sostener los mercados de deuda soberana durante un tiempo. También las expectativas han tenido su papel y probablemente han jugado una mala pasada, sobre todo en Wall Street. Los analistas en Estados Unidos en la primera mitad de 2023 confiaban en el cambio de coyuntura de tipos e incluso una bajada de tipos en la segunda parte del año. Desde julio esa percepción ha ido cambiando y en septiembre se encontró con una Fed que, aunque no subió tipos, dio un claro mensaje de que con la actual coyuntura económica —cierta fortaleza económica y una inflación que costará devolver al objetivo del 2%—, es posible alguna subida de tipos más. Y además la Fed reafirmaba que los tipos seguirían elevados durante bastante tiempo. Con ello, ante los riesgos asociados de esta situación, se dio un vuelco a las percepciones y los inversores comenzaron a solicitar mayores rentabilidades en la deuda soberana. No solamente afectó a Estados Unidos, las expectativas han cambiado para todos los países a partir de septiembre, afectando al conjunto de las deudas soberanas. En el caso de la zona euro, se ha producido un encarecimiento de los bonos públicos, pero en términos comparativos, el país que más preocupa es Italia, con una prima de riesgo de 200 puntos básicos aproximadamente con respecto a la alemana. Las noticias más tranquilizadoras vienen por ahora de países como España y Portugal que se han desacoplado del país transalpino.

La expectativa de que la inflación va a tardar más tiempo de lo esperado en volver cerca del objetivo en ambos lados del Atlántico asienta la idea de que los bancos centrales aún no han terminado con la actual coyuntura monetaria que se puede alargar hasta finales de 2024, y eso obliga a replantear la senda fiscal de los países, si quieren evitar tensiones futuras sobre sus deudas soberanas. Ya se habla de un 2024 y siguientes como años con menos expansión fiscal, que puede coadyuvar a reducir la inflación en combinación con la estrategia monetaria, aunque también a debilitar aún más la economía. No obstante, una mayor disciplina fiscal debería contribuir a estabilizar los mercados de bonos, algo muy conveniente que ocurra pronto. Sin estabilidad en un mercado tan seguro como es el de los bonos soberanos, no habrá tranquilidad en otros mercados de deuda y crédito, y, en un entorno en el que no se pueden descartar otros episodios —aunque sean puntuales— de turbulencias, como los de la banca regional estadounidense y Credit Suisse de la pasada primavera. Para evitar males mayores, esa estabilidad financiera es crítica en momentos como el actual, cuando la inflación aún no está controlada y la economía apunta a debilitamiento significativo y en algunos países, a recesión.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Geopolítica y economía

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No queda mucho para cerrar el cuarto año de esta década. Sin lugar a dudas, se trata de un periodo muy convulso y lleno de dificultades y “cisnes negros”. En marzo de 2020 una pandemia global que dejó todo tipo de huellas, también económicas. En febrero de 2022, Rusia ataca Ucrania, y comienza una guerra cruenta que sigue hoy. Más recientemente, el 7 de octubre, los terroristas de Hamas realizan una brutal cadena de atentados en Israel, que este país responde con fuerza. Se inicia una tensión geopolítica de gran magnitud. La incidencia social y económica del conflicto dependerá de si existe escalada o no a otros países (Irán, Siria entre otros). Estos próximos días serán críticos. La preocupación parece extrema, como ha dejado entrever la visita del presidente Biden a Israel esta semana. Las señales del mercado han sido de mayor tranquilidad que la prevista, con solamente impactos en la volatilidad y el precio del petróleo. Y también en los mercados de bonos soberanos pero que ya venían de un septiembre muy complicado.

Estos sobresaltos graves geopolíticos están afectando negativamente a la economía desde el final de la pandemia. Los problemas en la cadena de suministro global tras la vuelta a la normalidad tras el covid y el tirón de la demanda global tras más de un año de restricciones y confinamientos empujaron los precios hacia arriba. La inflación comenzó a ser un problema. Inicialmente se malinterpretó como transitorio. La guerra en Ucrania y su incidencia en el gas, petróleo, cereales y muchos otros productos generó inflación que luego se hizo persistente. Los bancos centrales comenzaron a reaccionar y de qué manera: fuertes y rápidas subidas de interés. Ahora que llevamos un tiempo con una inflación sustancialmente más baja que en 2022 —aunque con cierta tendencia a subir nuevamente— llega este último shock imprevisible con un potencial impacto de gran magnitud en la economía global, como ya tuvieron los anteriores choques. Hay que esperar. Estamos en el momento de mayor tensión. Quizás, si no hay escalada en unas semanas, lo peor en lo económico también puede haber pasado.

El entorno en el que ha llegado el nuevo conflicto en Oriente Medio ya era complejo por los efectos de las decisiones y anuncios de los bancos centrales (BCE, Fed) en los mercados de bonos soberanos, en particular el estadounidense. Esta semana ha sido muy movida para la deuda norteamericana, significativamente encarecida. La amenaza de una escalada bélica no ayuda. Que la inflación pueda repuntar por los precios de la energía, en un contexto de fortaleza económica en ese país, sugiere que la Fed puede seguir subiendo tipos. O al menos mantenerlos más altos bastante más tiempo de lo esperado. Turbulencias a la vista, de las que no se libraría la zona euro —con una notable desaceleración que puede ir a más según se sientan más los efectos de las subidas de tipos— y en el que el BCE también tendrá mucha tela que cortar en un entorno de tan difícil gestión.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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El futuro de Argentina ante unas elecciones inciertas

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Este domingo Argentina celebra elecciones generales. Trascendentales por su difícil y persistente situación. Si ninguno de los candidatos logra el 45% de los votos, algo bastante probable según las encuestas, habrá segunda vuelta el domingo 19 de noviembre. Centrando el tiro en la economía, décadas de políticas poco exitosas —por no poner otro calificativo—, explican dónde se ha llegado, con una inflación del 138% y gran volatilidad del cambio del peso con el dólar (que superó los 1.000 pesos hace poco, cuando en agosto estaba por debajo de 800). No son los únicos problemas, pero sí buen ejemplo de los enormes desafíos económicos. Desde mi viaje estival al país, he podido dialogar con algunos colegas argentinos. Con mayor detalle con el economista y novelista Eduardo Levy Yeyati, que también ha ocupado puestos relevantes en la gestión pública (por ejemplo, en el Banco Central de la República Argentina). También me he nutrido de declaraciones públicas de otros economistas. En estas líneas desgrano problemas y posibles soluciones, algunas propuestas en campaña electoral. El país del gran Jorge Luis Borges lleva decenios en un círculo vicioso. Para salir de esa pesadilla y pasar a virtuoso, hay mucho que reformar y cambiar. Es clave tomar decisiones valientes para alcanzar la estabilidad macroeconómica y aumentar la formalización de la economía.

Realizando un ejercicio de simplificación, los problemas-síntomas principales se pueden resumir en tres. El primero, un déficit crónico que impide que los gobiernos logren superávits primarios, lo que para la deuda implica impagos recurrentes y autarquía financiera. En segundo lugar, el denominado abuso de la moneda, por la insistencia en políticas expansivas e inflacionarias en años buenos. También por el recurso al impuesto inflacionario para financiar el déficit en años malos, que son la mayoría. El resultado es una presión cambiaria constante que lleva a controles de capitales y a dificultar las exportaciones, que agrava la escasez de divisas. Así surge la tradicional falta de apego de los argentinos a su moneda (el peso), que necesita estabilidad para poner precio a las cosas. El tercero es la creciente dualidad de la economía. Solo un 30% de los ocupados tiene empleo formal y permanente y un 37% de informalidad, que sube. Para hacer frente al primero de los problemas, habría que redoblar los esfuerzos para lograr un equilibrio fiscal primario. Para ello habría que racionalizar determinados subsidios (como energía o transporte), que alcanzan fundamentalmente a la clase media y alta, reducir exenciones y subvenciones a sectores protegidos, actuar contras las inadecuadas praxis de muchas empresas públicas y reducir las redundancias en el sector público. Estas medidas no deberían afectar la provisión de educación o sanidad, ni implicar necesariamente despidos, para evitar mayores males sociales en una sociedad agotada.

Para el segundo desafío, de naturaleza monetaria, es urgente dotar de completa independencia al banco central, que evite el mal uso del tipo de cambio como respuesta a todo. Para el tercero, en el ámbito laboral, hay que promover una eficaz formación continua con nuevas modalidades de contratación, facilitando la creación de empleo y la jerarquización del trabajo independiente, hoy mayormente precario.

La dolarización ha estado nuevamente sobre la mesa en la campaña electoral. Parece que los que la proponen han olvidado las terribles consecuencias económicas y sociales de lo acontecido en 2001, que llevó al corralito. La mayoría de los economistas considera que sería un grave error. Entre ellos, lo ha declarado públicamente el que fuera presidente del banco central, Martín Redrado (al diario El País, el pasado 4 de agosto). Es inviable con reservas netas negativas y sin financiación externa. Asimismo, generaría una brutal fragilidad para el sistema bancario argentino, sin un fondo de dólares líquidos que sirva de colchón. Incluso si ganaran los que proponen la dolarización, es muy probable que esa opción se deseche al poco tiempo por impracticable, lo cual podría generar mucha frustración entre los argentinos. Más aún si no hay un improbable plan B que sea eficaz y si no es capaz de compartir el proyecto de país con otras fuerzas políticas.

La modernización de la economía argentina precisa reformas transversales. En el mercado de trabajo, parece necesaria la introducción de puertas de entrada al empleo menos rígidas. También mejorar notablemente la productividad, especialmente la de los millones trabajadores subempleados. En el ámbito productivo, se deberían priorizar políticas horizontales que generen estabilidad económica. Claves son la reaparición del crédito, la simplificación de la maraña impositiva, la mejora de la conectividad física y digital, la eliminación de controles a las importaciones y de impuestos a las exportaciones y el reforzamiento de la competencia y de instituciones que la vigilen. Estas reformas deberían llegar antes de las políticas verticales específicas, por ejemplo, en renovables o procesos en línea con la agenda climática. En el ámbito internacional, Argentina tiene que buscar su hueco en un mundo que debate el futuro de la globalización. Debe dejar de perder oportunidades, retener talento —un gran volumen de expatriados, con sus ahorros y recursos— y de capacidades emprendedoras. Mercosur puede jugar un papel constructivo si se refuerza la integración, pero las dudas de Brasil no ayudarán a corto plazo. Es una baza por la que apostar una vez se superen las grandes dificultades del presente.

La agenda de política económica es enormemente desafiante para Argentina. Muchísimo en juego en estas elecciones. Con una estrategia que acierte, las enormes potencialidades del país y el gran margen para hacer reformas podría propiciar un rebote de su economía, desconocido desde hace décadas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Así cambió mi forma de trabajar al utilizar un programa de contabilidad cloud (o en la nube) 

Descubre por qué los programas de contabilidad cloud o en la nube se han ido imponiendo en los últimos años.

  • Las soluciones cloud o en la nube han transformado la forma en la que entendemos la contabilidad y la gestión.
  • Conoce cómo un programa de contabilidad cloud o en la nube provee fiabilidad a la gestión.

Para un profesional o una pequeña empresa, llevar la contabilidad al día puede convertirse en un quebradero de cabeza. Facturas, pagos pendientes, gastos… se van acumulando a medida que crece la pereza para ponerse con esta tarea tan ingrata. Sin embargo, tener un programa de contabilidad cloud (o en la nube) puede cambiar la forma de trabajar y facilitar mucho esta tarea.

En realidad, la contabilidad es uno de los peajes que hay que pagar por trabajar por tu cuenta. Al fin y al cabo, como cualquier empresa, debes tener las cuentas al día, presentar los impuestos y liquidaciones en los periodos establecidos, etc. Esto hace que en determinados momentos del año, además del trabajo del día a día, haya que hacer horas extras con la contabilidad.

¡TUITÉALO! Un programa de contabilidad cloud puede cambiar tu vida. ¡Toma nota de todas sus ventajas!

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Contabilidad cloud como solución a los inconvenientes del programa tradicional

Uno de los primeros cambios que se notan cuando se pasa a un programa de contabilidad cloud es el ahorro de tiempo. Tienes la posibilidad de registrar facturas, movimientos bancarios o pagos y cobros pendientes al momento. Así evitas que se acumulen encima de tu mesa como una tarea ingrata que vas dejando porque no te gusta.

Toma el rumbo de tu negocio con Sage Active, la solución de contabilidad cloud o en la nube que te permitirá ahorrarte tareas tediosas y permitirá identificar oportunidades.

Por el contrario, dedicar 15 minutos al día no supone ningún problema y todo está correctamente registrado y actualizado. La ventaja es que puedes hacerlo desde cualquier lugar. Si estás de viaje, por ejemplo, puedes introducir los gastos o dietas en un momento desde cualquier ordenador con acceso a Internet. Después, cuando estás de vuelta en la oficina archivas los justificantes. ¡Así de fácil!

Impuestos sencillos

Si todos los datos están introducidos casi al momento y al día, generar los formularios trimestrales de IVA e IRPF será muy sencillo. Lo mismo ocurre con los resúmenes anuales. Se acabó estar haciendo horas extra en las fechas de presentación para que todo cuadre. La contabilidad cloud o en la nube te ofrece la posibilidad de simplificar estas tareas.

Además, en los últimos años viene desarrollándose un proceso en el que las relaciones con Hacienda cada vez son más digitales. Prueba de ello es la desaparición de modelos en papel como el 303, pero también el impulso de servicios de ayuda, como Pre303.

En definitiva, la filosofía es la de un doble uso fiscal de la contabilidad cloud o en la nube:

  • El acceso en cualquier momento y lugar a los datos fiscales que tú manejas internamente. Eso te permite intercambios sencillos entre compañeros de la empresa, pero también con asesores externos.
  • La compartición de datos con Hacienda. Unas veces eres tú quien deja los modelos en su sede electrónica. Otras, será la Agencia Tributaria la que ponga a tu disposición lo que conoce de tus impuestos.

Así, las soluciones de gestión cloud o en la nube han logrado que la llevanza de obligaciones fiscales esté pasando a ser una labor en tiempo real. Es conveniente contar con programas de contabilidad cloud como Sage Active. Estos programas incorporan una visión en tiempo real de tus impuestos y otras áreas, como el seguimiento del rendimiento del negocio. 

No necesitas ser un experto

Si tú mismo te ocupas de la contabilidad, este tipo de programas cloud serán de gran ayuda. Además, al automatizar muchas de las tareas, evitas que se cometan errores. De hecho, determinados cálculos ya se realizan directamente y no tienes que introducir datos dos veces.

Además, si cuentas con una asesoría también ahorras tiempo. Ellos pueden acceder a la contabilidad en la nube. Por ello, la relación y su supervisión será mucho más fluida y no pierdes tiempo en desplazamientos.

Un programa de contabilidad cloud o en la nube te ahorra tiempo, dinero y errores y te facilita la colaboración con tu asesor.

Los datos siempre seguros y a salvo 

No necesitas instalar ningún programa informático. Simplemente te conectas a través de una página web con tu usuario y contraseña. Y esto ahorra mucho tiempo a las empresas pequeñas que se despreocupan del mantenimiento y actualización de la aplicación.

Además, si tienes un problema informático en la oficina, tampoco será un inconveniente grave. Si el ordenador no funciona, se podrá acceder desde otro o utilizar el propio smartphone para realizar la gestión que necesites.

Además, los datos en la nube se mantienen a salvo de un problema informático que ataque tu ordenador, cifre tus archivos, etc. Tampoco te tienes que preocupar de las copias de seguridad, ya que se hacen de forma automática. Como medida de protección adicional, se puede solicitar una copia local de los datos para que siempre estén en dos ubicaciones.

La contabilidad dejó de ser un motivo de estrés

Todo esto hace que la contabilidad deje de ser un motivo de estrés para la mayoría de las empresas. No solo se trata de presentar todo a tiempo y no dejarte nada en el olvido. También sirve para facilitar el crecimiento de tu negocio. Por ejemplo, un programa de contabilidad cloud o en la nube como Sage Active es una solución escalable. Eso implica que puede incorporar nuevas funcionalidades a medida que tu negocio crece.

En definitiva, los programas de contabilidad cloud están aportando la seguridad y tranquilidad que los empresarios necesitan para convertir en realidad sus proyectos.

Nota del editor: Este artículo fue publicado con anterioridad y actualizado a 2023 por su relevancia.

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“es-un-tema-muy-complicado”:-la-primera-barrera-cognitiva-de-acceso-a-la-educacion-financiera

“Es un tema muy complicado”: la primera barrera cognitiva de acceso a la educación financiera

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Cuesta reconocer la carencia de conocimientos sobre cuestiones que afectan centralmente a nuestras vidas. Por eso, es destacable que más de un tercio de la población española entre 18 y 64 años admita no saber “lo necesario para tomar las decisiones financieras más adecuadas”. Este dato procede de la Encuesta Funcas 2023 sobre cultura financiera, realizada online entre el 6 y el 19 de septiembre de 2023 a una muestra de 1.500 personas, representativa de la población internauta residente en España.

Los encuestados que declaran esa falta de conocimientos financieros (36%) coinciden ampliamente en señalar como principal motivo la complejidad que entrañan las finanzas. En efecto, ante la pregunta sobre la razón por la cual no han adquirido más conocimientos, casi dos de cada tres afirman que “es un tema muy complicado”, mientras que las menciones a la falta de tiempo o de interés son mucho menos frecuentes (gráficos 1 y 2).


Estos datos ofrecen una pista para entender por qué la masiva oferta de educación financiera que se ha desplegado en los últimos años no ha traído consigo –hasta donde la evidencia disponible permite discernir– una mejora ostensible de la cultura financiera de la sociedad española. Tal vez la limitada eficacia de esta oferta se deba, en primera instancia, a la concurrencia de dos fenómenos: (1) la mayoría de la población cree disponer de suficientes conocimientos para tomar buenas decisiones financieras (así lo declara el 64% de los encuestados); y (2) a la minoría significativa que reconoce carecer de tales conocimientos (36%) le desanima la intuida dificultad de la materia. Seguramente, una parte de aquella mayoría sobreestima sus conocimientos (sesgo optimista), y una parte de esta minoría subestima su capacidad de enfrentarse a los contenidos de la educación financiera, prejuzgando su complejidad (sesgo pesimista). En cualquiera de los dos casos, se estaría renunciando a mejorar la propia cultura financiera a través de la búsqueda de información pertinente o de la participación en iniciativas de educación financiera.

Las respuestas de
quienes han contestado la Encuesta Funcas 2023 sobre cultura financiera
permiten sostener que el prejuicio de complejidad, o sesgo pesimista, erige una
potente barrera cognitiva que opera incluso entre los ciudadanos más formados.
Lo cierto es que el reconocimiento de insuficientes competencias financieras se
halla tan extendido entre quienes han completado estudios universitarios como
entre quienes han alcanzado como máximo la educación obligatoria; y los más
formados también identifican la dificultad intrínseca a los temas financieros
como la principal causa de su desconocimiento (si bien en menor proporción que
los menos formados). Si el nivel de formación no marca diferencias
significativas entre los encuestados, el sexo y la edad sí lo hacen: en
general, las mujeres y los jóvenes manifiestan en mayor medida esa insuficiencia
de conocimientos financieros. La admite una de cada dos mujeres menores de 40
años (49%), proporción que supera claramente a la de los hombres del mismo
grupo de edad (36%). Ellas no solo reconocen en mayor medida que ellos la falta
de conocimientos necesarios para adoptar buenas decisiones económicas, sino que
las que así lo hacen, justifican ese déficit más frecuentemente por la dificultad
que presentan estas cuestiones (71%).

Las respuestas que dan los
encuestados a otras preguntas de la encuesta sugieren que la carencia
reconocida de competencias financieras no obedece a la ausencia de una disposición
favorable hacia el aprendizaje ni a la dejadez o indolencia en temas bancarios.
 

Por una parte, cuando se solicita a los encuestados que manifiesten su grado de acuerdo con la frase: “Todos deberíamos aprender a ahorrar desde pequeños”, dos tercios la suscriben “totalmente”; sumados a los que se declaran “bastante de acuerdo”, representan a casi el 95% de todos los encuestados (gráfico 3). El dato deja pocas dudas sobre el elevado valor que se concede al ahorro como objetivo financiero, y la importancia que se atribuye a su enseñanza desde la infancia.


Por otra parte, el hecho de que dos tercios de los encuestados (65%) consulten sus cuentas más de una vez por semana (la mitad de ellos, “todos o casi todos los días”) denota un hábito de acceso a servicios bancarios y un interés claro en el seguimiento de las propias finanzas. Cuando esta misma pregunta se formuló en la Encuesta Funcas 2018 sobre cultura financiera, la proporción de quienes declaraban consultar sus cuentas varias veces por semana no llegaba a la mitad (47%), y la de quienes lo hacían a diario o casi todos días rondaba una quinta parte (21%) (gráfico 4). Por tanto, en estos últimos cinco años ha aumentado la frecuencia de estas consultas, a lo que muy probablemente han contribuido los avances en la digitalización de la banca y la facilitación del acceso a sus servicios. También es probable que el cambio en el entorno económico haya impulsado esta rutinización de las consultas bancarias: en 2018, la economía española se hallaba en una fase expansiva, con una inflación inferior al 2%, mientras que, en 2023 –tras las sucesivas crisis globales provocadas por la pandemia, la escasez de suministros y la guerra en Ucrania, y con una inflación que ha alcanzado niveles inéditos desde principios de los años ochenta del pasado siglo–, la situación económica que afrontan los hogares es más problemática e inestable. De hecho, a la pregunta sobre si “desde que han aumentado los precios con la inflación” consultan más los movimientos bancarios, un tercio de los encuestados (33%) contesta afirmativamente (gráfico 5).


El Día de la Educación Financiera, que se celebra hoy, 2 de octubre, brinda una buena oportunidad para analizar datos como estos y reflexionar sobre las preguntas que suscitan. En el debate sobre la educación financiera se ha reivindicado, con buen criterio, la necesidad de evaluar el impacto de los programas que se han implementado, con el fin de cribar las iniciativas más eficaces y optimizar la eficiencia de las que se lancen en el futuro. Pero, ¿y si el problema de la eficacia de la educación financiera no reside tanto en los contenidos de la oferta educativa que tantas instituciones están poniendo a disposición de los ciudadanos, cuanto en las mentes de estos, en unos casos (más frecuentes entre hombres y personas mayores), por exceso de confianza en su disposición de conocimientos, y en otros (más frecuentes entre mujeres y jóvenes), por falta de confianza en la propia capacidad de entenderlos?  

El reto de la educación financiera también consiste en contrarrestar estos sesgos cognitivos, con el fin de atraer hacia ella a segmentos de la población a los que hasta ahora no ha conseguido llegar. Quizá cabría empezar trasladando a la sociedad —y, en particular, a los jóvenes y las mujeres— el mensaje de que los conocimientos necesarios para incrementar la calidad de nuestras decisiones financieras no constituyen un arcano solo accesible a expertos versados en cálculos y operaciones matemáticas; y que comprender y sacar provecho de tales conocimientos aplicados, tan importantes para el bienestar personal y familiar, se encuentra al alcance de quien esté dispuesto a dedicar atención y algo de tiempo a conseguirlos.  


Otros resultados de la Encuesta Funcas sobre cultura financiera

  • Solo un 6% de los encuestados afirma no controlar sus gastos mensuales, lo que representa una décima parte de quienes contestan que los controlan “de forma aproximada” (64%), y una quinta parte de quienes declaran controlarlos “de manera bastante estricta” (30%). A medida que aumenta el nivel formativo y el nivel de ingresos del hogar, decrecen los porcentajes de encuestados que efectúan un control estricto de sus gastos (38% de los encuestados con ingresos del hogar de hasta 1.800 euros; 29%, con ingresos entre 1.800 y 3.300 euros; y 20%, con ingresos por encima de 3.300 euros). Entre los encuestados parados, el porcentaje de quienes controlan sus gastos estrictamente se aproxima al 40%.
  • A algo más de la mitad de los encuestados que afirman no controlar de manera estricta sus gastos (53%) les gustaría llevar un mayor control de su gestión, opinión que expresan con mayor frecuencia las mujeres (58%), sobre todo, las menores de 40 años (65%). Un tercio de estas últimas (32%) reconoce no controlar más estrictamente sus gastos “porque no sabe cómo hacerlo”, si bien proporciones similares aluden a la “pereza” (31%) y a la “falta de tiempo” (26%).
  • Cuatro de cada cinco encuestados (39%) comprueban con “mucha” o “bastante” frecuencia que, al final de mes, han gastado más de lo que disponían (en 2018 esa misma respuesta la daba el 24% de los encuestados). Esta situación de “no llegar a fin de mes” la afrontan con más frecuencia las mujeres (41%) que los hombres (36%), y también quienes cuentan entre 35 y 54 años (41-42%) y presumiblemente soportan más cargas familiares.
  • Un 56% de los encuestados declara que no suele encontrarse en la situación de terminar el mes habiendo gastado más de lo que tenía disponible (porcentaje que entre los encuestados con ingresos del hogar por debajo de 1.000 euros cae hasta el 29%). Quienes sí se encuentran eventualmente en esa situación, afirman recurrir antes a ahorros propios (59%) que a la tarjeta de crédito (28%) o a la solicitud de préstamos a personas cercanas (13%).
  • Dos de cada tres encuestados (67%) piensan que “solo se puede ahorrar cuando se dispone de unos ingresos altos”. Un 22% suscribe este parecer “totalmente”, y un 45% expresa estar “bastante de acuerdo” con él.

Ficha técnica de la Encuesta Funcas 2023 de cultura financiera


• ÁMBITO: territorio nacional peninsular e insular.


• UNIVERSO: personas de entre 18 y 64 años.


• TAMAÑO MUESTRAL: 1.503 entrevistas.


• TÉCNICA DE ENTREVISTA: entrevista online a través de Emop (panel online de Imop).


• SELECCIÓN DE LA MUESTRA: selección aleatoria entre los panelistas de Emop que cumplan las características definidas para la investigación.


• TRABAJO DE CAMPO: del 6 al 19 de septiembre 2023.


• MARGEN DE ERROR DE MUESTREO: ±2,6 para p=q=50% y un nivel de significación del 95% para el conjunto de la muestra.


• MÉTODO DE PONDERACIÓN: Los datos se ponderaron por las variables: sexo x edad (2 x 10 grupos); comunidad autónoma (7 grupos); tamaño de municipio (4 grupos); nivel de estudios (3 grupos).


• INSTITUTO RESPONSABLE DEL TRABAJO DE CAMPO: IMOP INSIGHTS, S.A.

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el-futuro-(nuevamente)-revisado-de-la-intermediacion-bancaria-en-la-era-tecnologica

El futuro (nuevamente) revisado de la intermediación bancaria en la era tecnológica

En la era de los criptoactivos, pagos contactless y la inteligencia artificial generativa, donde cada vez hay más ciudadanos que empiezan a creer que habrá monedas digitales públicas y las plataformas digitales lo dominan todo, ¿qué papel puede jugar la intermediación bancaria? Muchas entidades financieras pueden sentirse como ese tío que intenta seguirle el paso a sus sobrinos más jóvenes en la pista de baile. Sin embargo, ¿y si en vez de seguirles el paso, marcara el ritmo? Hace unos años parecía inevitable que buena parte del negocio de los bancos estaba seriamente amenazada —con sus consiguientes temores— por las grandes tecnológicas. Posteriormente, entre las amenazas de presión regulatoria a las bigtech y esa secular resistencia de las entidades financieras a lo largo de la historia, esos miedos han desaparecido y la cooperación entre bancos y tecnológicas se ha abierto como la vía más factible. Ahora, la inteligencia artificial y el dinero digital (incluidas las monedas digitales de bancos centrales) parecen definir un nuevo horizonte. Esto sucede en un mundo financiero que ha sido testigo de cambios radicales en las últimas décadas. La tecnología ha dejado una huella imborrable en el paisaje bancario, desafiando y remodelando prácticas antiguas. La banca, que nunca fue resistente a la disrupción y que se siente más cómoda como pionera en el cambio, ahora está en una carrera sin precedentes por la innovación.

Nos guste o no, Estados Unidos lleva el liderazgo en este punto. Los esfuerzos recientes de grandes bancos como JPMorgan Chase, Bank of America y Wells Fargo para lanzar Paze, una cartera móvil, reflejan la urgencia de las entidades bancarias para retener a sus clientes en un entorno digital en rápida evolución. Las carteras digitales no son una novedad, pero con gigantes tecnológicos como Apple y Google adentrándose en el ámbito financiero, los bancos se ven obligados a innovar. Así pasó también en España con Bizum —historia de éxito del sector financiero español— y las iniciativas cooperativas tanto intrasectoriales como intersectoriales se prodigan. Los bancos compiten, pero también buscan alianzas con fintech. Estas alianzas parecen ser una estrategia clave para enfrentar a las grandes tecnológicas y presentarse en la mesa de negociación para la cooperación con unas cartas mejor repartidas. Sin embargo, estos acuerdos están siendo observados con lupa por los reguladores, preocupados por los riesgos potenciales que podrían representar para el sistema bancario en general.

A pesar de estas preocupaciones, la tendencia hacia la asociación es evidente. Las fintech ofrecen soluciones ágiles y centradas en el cliente, algo que, para muchos bancos tradicionales con estructuras más rígidas, a menudo es desafiante. La combinación de la confianza y la estabilidad de los bancos tradicionales con la innovación y flexibilidad de las fintech tiene el potencial de ofrecer lo mejor de ambos mundos. En este punto surge, además, un nuevo papel para la inteligencia artificial (IA). Está siendo crucial en la transformación del sector bancario. A pesar de las predicciones iniciales, que sugerían que la IA podría reemplazar una proporción significativa de trabajos bancarios, la cabezona realidad tiene muchos más matices. La IA se está utilizando más para mejorar la eficiencia y la experiencia del cliente que para reemplazar empleos. Los bancos están aprovechando la IA para analizar enormes cantidades de datos, predecir tendencias, optimizar operaciones y mejorar la experiencia del cliente. Además, la IA tiene el potencial de ayudar en áreas como el cumplimiento normativo y la detección de fraudes.

La convergencia de tecnologías disruptivas —como carteras digitales, inteligencia artificial— está configurando un nuevo paradigma para el sector bancario. En lugar de ver a la tecnología como una amenaza, los bancos la están abrazando (ahora más que nunca) como una oportunidad. Avanzan hacia un modelo basado en plataformas, pero, eso sí, hay que establecer matices y fijar el alcance de ese campo de expansión. Hace un año todavía estaba muy en boga esa concepción nueva de la banca como un one-stop shopping, refiriéndose al modelo de negocio en el cual un banco ofrece una amplia gama de servicios financieros, funcionando como un supermercado bancario para sus clientes, principalmente con oferta digital. Sin embargo, con los retos actuales del sector, particularmente el aumento de los tipos de interés y sus implicaciones, este modelo está siendo reconsiderado. Algunos bancos en Estados Unidos están replanteando o, al menos, matizando, ese modelo para no desnaturalizarse demasiado. De alguna manera, como si se tratara de un equipo de fútbol moderno, los bancos no deben solo ser capaces de jugar bien con un sistema, sino ser capaces de cambiarlo en función del rival y, lo que es más importante, de las condiciones externas.

Relacionado con lo anterior está la idea de que hay que alegrarse por las posibilidades de la tecnología, pero también recordar para qué está la banca y otros papeles importantes sociales que desempeña. Ahora, por ejemplo, en Estados Unidos, las entidades financieras enfrentan una creciente presión para abordar la diversidad, equidad e inclusión (DEI) tanto en su fuerza laboral como en las comunidades que sirven. La Asociación Americana de Banca (ABA) está ayudando a los bancos a mejorar sus iniciativas DEI, ya que equipos diversos conducen a mejores resultados. Han implementado, entre otras, formación contra sesgos inconscientes (que puede ser derivados del uso de la IA) y promoción de liderazgo inclusivo. Por todo ello, la tecnología será clave en el futuro del sector financiero, pero no será, ni mucho menos, todo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Queda trabajo para los bancos centrales

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Algo parece claro de las últimas reuniones de los bancos centrales. No se pueden descartar nuevas subidas de tipos de interés —aunque sean puntuales— este mismo año. Y se retrasan las bajadas potenciales del precio del dinero.  Todo ello a pesar de la casi radical estrategia de incremento de tipos desde hace más de un año. No está ganada la guerra contra la inflación.  Lo entendimos de las reuniones de los bancos centrales de estos días, incluido el BCE y el Banco de Inglaterra. La Reserva Federal de Estados Unidos, tras la reunión del pasado miércoles, deja claro que su pelea contra la inflación no es una serie de movimientos impulsivos. Con una estrategia medida y pausada, ha demostrado la sutileza requerida para navegar por los complejos mares inflacionarios y las previsiones inciertas. ¿Qué nos dice su decisión de mantener los tipos de interés? No se trata simplemente de cautela, sino de una evaluación consciente de la economía que avanza a un ritmo sólido. Si bien la inflación ha sido una bestia más persistente de lo que muchos preveían, la Fed ha seguido una aproximación más matizada.

Los pronósticos económicos revelan no solo la resiliencia de la economía estadounidense, sino también un optimismo cauteloso sobre el futuro. El dot plot (el famoso diagrama de puntos con el que los principales decisores del banco central plasman sus proyecciones sobre los tipos de interés) indica una posible alza adicional de un cuarto de punto este año, pero también sugiere que ahí para toda la subida y que hay margen para bajar tipos si fuera necesario. El mercado, ese barómetro efímero de la confianza, refleja la complejidad de la situación. Algunos esperan otro aumento de tipos este año, pero otros creen que el Fed no subirá más en 2023, aunque cada vez son menos estos últimos. Reveladora fue la intervención de Jay Powell —presidente de la Fed— de esta semana, quien enfatizó que mantener tipos estables no implica que la política monetaria sea lo suficientemente restrictiva para controlar la inflación., por factores como la energía e incertidumbre actual. Últimamente ha surgido otra explicación: una inflación tan alta no se había dado en más de 30-35 años, por lo que las generaciones actuales en el mercado de trabajo no vivieron un periodo similar. Las expectativas de inflación, tan importantes para derrotarla, se pueden estar comportando de modo distinto a las de la década de 1980.

Quedan dos reuniones de la Fed este año, ¿optará el Fed por otro movimiento audaz? Las próximas reuniones de dos días sobre tipos de la Fed son el 31 de octubre y 1 de noviembre y el 12 y 13 de diciembre, para los que conoceremos nuevos datos macroeconómicos de la economía americana. Buena parte del mercado espera otra pausa en noviembre y que se aparque la decisión sobre si subir más los tipos para diciembre. El mercado solo espera, como mucho, una subida más de 0,25 puntos. El BCE puede verse en una situación similar. Habrá que continuar esperando.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia

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Debilitamiento alemán

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Una de las imágenes de la semana fue la del canciller alemán Olaf Scholz con un parche —estilo pirata— en su ojo derecho, a consecuencia de una caída haciendo ejercicio. Ilustra para muchos la situación de la economía alemana, que está despertando creciente preocupación. Con un gran matiz: aunque sus datos coyunturales de crecimiento económico e inflación no son buenos, sigue presentando la menor tasa de desempleo de la UE. El debilitamiento económico alemán se produce dentro de un contexto de fortalezas productivas, que más de uno quisiéramos para nuestro propio país. Aun así, las señales provenientes del gigante alemán desde el comienzo de la guerra de Ucrania son inquietantes. También para el resto de países —como España— que son socios comerciales y comparten la UE y el euro. Alguien que conoce muy bien esta realidad, el influyente periodista económico Wolfgang Münchau, afirmaba hace unos días que “es el fin de la era alemana”.

Alemania presentó una tasa de crecimiento del 0,1 por cien en el segundo trimestre, después de la recesión de comienzo de 2023. Casi un año sin crecimiento. El último dato de inflación (agosto) es del 6,1 por cien, inusualmente alto y persistente para un país históricamente refractario al crecimiento de precios. Al impacto brutal inicial del encarecimiento de la energía y otros factores de oferta, siguieron efectos de “segunda ronda”, con significativo crecimiento de los salarios. Las malas noticias recientes sobre el sector constructor e inmobiliario —con una cierta “burbuja”— se añaden al entorno negativo.

En
febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, se hicieron evidentes los
resultados de la errática política energética alemana de las últimas décadas.
Su enorme dependencia del gas ruso debilitó su competitividad industrial que,
en gran parte, parecía derivarse del uso intensivo de ese combustible barato.
Sustituir ese factor drenó muchos recursos y laminó parte de la fortaleza alemana.
Como en otros países europeos, importadores de energía, no haber diversificado
(i.e. centrales nucleares), al menos, durante la transición ecológica, ha
tenido consecuencias muy negativas.

Otras dudas apuntalan la flojera de la actividad económica alemana. La relación con China se ha vuelto más compleja. Hay crecientes impedimentos para las  exportaciones e importaciones con el gigante asiático. Afecta también negativamente el envejecimiento de la población germana y la gran dificultad para suplir vacantes en el mercado de trabajo, problema generalizado en muchos países. La falta de inversión —no solamente en seguridad y defensa— y la excesiva regulación son otros dos grandes obstáculos. Aunque el gobierno germano ha lanzado un plan fiscal para dinamizar la inversión y la economía, varios desacuerdos internos han desdibujado ese programa de gasto. Los aspectos positivos son el gran margen del Tesoro alemán para cualquier esfuerzo significativo de inversión —si llega el acuerdo político sobre el mismo— y las potencialidades que las reformas estructurales tendrían en una economía potente. Asimismo, la banca alemana —muy volcada en lo regional— debe encontrar su hoja de ruta para financiar proyectos transformadores de más alcance. Todo por el el bien de ese país y de la UE.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Los tipos de interés seguirán altos durante bastante tiempo

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El título del artículo puede parecer una obviedad. Sin embargo, en las últimas semanas hemos observado varios fenómenos que están dando lugar a un cierto debate sobre si los tipos de interés van a dejar de subir. Se esperan con aparente calma las reuniones del Banco Central Europeo y la Reserva Federal estadounidense en septiembre. El pronóstico central es que o bien no se tocará el precio del dinero, o de hacerlo solamente se subiría un 0,25% (y quizás solamente lo haga la autoridad monetaria del Viejo Continente). Además, la expectativa es que a partir de esas reuniones se abra un periodo de reflexión de al menos unos meses para calibrar cuáles son los siguientes pasos de los bancos centrales.

Otro fenómeno relacionado y bastante comentado ha sido el alivio que ha dado el euríbor en agosto. Tras casi año y medio de incrementos, la media mensual de ese indicador a 12 meses (principal referencia para las hipotecas) ha bajado al 4,073% en agosto, desde el 4,149% de julio. Los mercados están anticipando menos recorrido en el alza del precio del dinero, y lo está reflejando el euríbor. Sobre todo, tras los mensajes de la reunión de banqueros centrales de Jackson Hole (Estados Unidos) de finales de agosto, que apuntaron a que la situación es aún de incertidumbre en la lucha contra la inflación, y las autoridades monetarias van a mantener un enfoque contingente (no playbook), muy atentos a la coyuntura y a cómo se van anclando en las expectativas del sector privado sus decisiones monetarias.

¿Qué puede pasar con el euríbor en los próximos meses? Aunque no es una pregunta fácil de contestar, por los numerosos condicionantes, sí que parece que lo peor de las subidas ha podido pasar. Ello no significa que no pueda volver a aumentar, pero lo previsto son incrementos suaves si el BCE decide al final incrementar un cuartillo este mes. Hasta ahí, las aparentemente buenas noticias.

En cuanto a las malas o preocupantes, el euríbor no mostrará una tendencia clara a la baja hasta que el BCE señalice que está ganando la batalla contra la inflación, y eso por ahora no tiene atisbos de ocurrir pronto. El repunte de la inflación de este segundo semestre no ayuda. Por lo que el alivio en los costes financieros de los préstamos a tipo variable no va a llegar en menos de un año, metiendo presión a familias y empresas con ese tipo de deudas. Para el bolsillo del hipotecado, aquello de todo lo que sube, baja, tendrá que esperar.

El único pero al escenario central comentado lo puede poner una debilitada economía alemana, que se puede deteriorar aún más en los próximos meses con esta coyuntura muy presionada por los tipos de interés. Las noticias que llegan del sector de la construcción y promoción inmobiliario con problemas financieros no tranquilizan precisamente. Una recesión en Alemania peor de la esperada —sobre todo si impactara en el desempleo—– podría obligar al BCE a adelantar —si la inflación no está desbocada— alguna bajada de tipos para la primera mitad de 2024. Aunque el mandato del BCE se refiere solamente al objetivo de estabilidad de precios, si la inflación estuviera dando buenas noticias a principios de 2024, el BCE podría adelantar un cambio en su estrategia monetaria para no empeorar la macroeconomía del país germano y de otros de su entorno.

La perspectiva histórica ofrece alguna explicación adicional. En verano de 2022, la hipótesis central era que el BCE no subiría los tipos por encima del 2% o 2,5%, lo que se entendía que era el nivel neutral, con el que el mercado de trabajo, de bienes y de capitales se encontrarían en equilibrio. Pero los hechos de una inflación cabezona han obligado a ir bastante más lejos, con repercusiones no deseadas. Tan lejos que los bancos centrales reconocen no saber dónde está esa neutralidad de los tipos.

Me atrevo a conjeturar que el BCE no está nada cómodo con el actual nivel del precio de dinero, alejado de aquella previsión de tipo de interés neutral de hace un año. Aunque el actual nivel facilita tener un recorrido a la baja en el caso de que fuera necesario para reanimar la economía, la situación de todos los agentes económicos con deudas se deteriora con mucha mayor intensidad. Por su lado, en Estados Unidos, con unos niveles de tipos un punto por encima de los del BCE, el consenso es que la economía y en empleo allí siguen sólidos. Parece que la medicina de la Reserva Federal está funcionando contra la inflación. Se cree que se está produciendo un enfriamiento sano de la actividad productiva. Y se apuesta claramente por bajadas de tipos en 2024. El tiempo dirá.

En suma, la expectativa es que el marco actual de tipos se mantenga al menos hasta finales de 2024. Incluso aunque hubiera alguna bajada ese año, los tipos seguirán siendo comparativamente elevados respecto a los niveles que los bancos centrales pronosticaban hace algo más de un año. Mientras haya inflación, la cosa se alarga. Es importante que además de la política monetaria, la fiscal también ayude, manteniendo el gasto excepcional para aminorar el impacto de la guerra solamente en los sectores realmente vulnerables, algo que se lleva comentando meses, pero que no termina de ocurrir. Y así no se acaba de domar totalmente la inflación ni de acercar el descenso del precio del dinero.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Desde Argentina

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Tengo la suerte de estar visitando Argentina. Va de suyo decir que es maravillosa. Infinidad de riqueza y posibilidades, pero también abundantes y recurrentes problemas Con comentarios conocidos, como la opinión generalizada de que su situación económica relativa es notablemente peor a la que tenía en las décadas de los 40 y 50 del siglo XX. El momento es, asimismo, oportuno ante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas que serán el 22 de octubre. Hay una gran expectativa y muchos nervios tras la victoria de Javier Milei en las primarias hace dos semanas. Milei ha generado polémica hasta en la definición de sus políticas. Para los medios de comunicación internacionales es un político de extrema derecha. Para la prensa nacional argentina representa la “derecha libertaria”.

No
había estado en Argentina desde hace 26 largos años. Sin embargo, he observado
elementos favorables, como la modernización de algunas infraestructuras críticas
de transporte y de parte de su estructura productiva y en un potencial enorme
de su capital humano. Mucha formación que debería aprovecharse —con los
incentivos correctos— en una economía global que pugna por el talento. También
hay un importante espíritu crítico de los más jóvenes por el futuro del país,
más que en otras latitudes. Y a pesar de los saqueos (por ahora puntuales) de
esta semana, Argentina cuenta con mucha mayor estabilidad social que otros
países del continente.

El país ganador —y feliz— del último Mundial de Qatar está nuevamente con una inflación por encima del 100 % y “flirteando” con el impago internacional. El famoso tango de Carlos Gardel parece resumirlo: «Cuántos desengaños, por una cabeza. Yo juré mil veces no vuelvo a insistir». Ahí estamos otra vez. Con una situación monetaria imposible. En medio de esta carrera presidencial sorprendentemente (y con miedo) la idea que surge es desmantelar buena parte del Estado.  No se puede descartar una nueva decepción de las políticas tras las votaciones de octubre, una más.

Las principales dificultades actuales vienen, entre otros factores, de desequilibrios fiscales recurrentes, fuente evidente de inflación. También del gran control de la actividad productiva, sobre todo del sistema financiero —que tiene excesiva exposición a los riesgos internos— y causa el constante repudio de los argentinos hacia su gobierno y su moneda. Un “déjà vu” del pasado. La experiencia de 2001 con la dolarización —Argentina importó su crisis del exterior al revalorizarse la divisa estadounidense— debería descartarla, aunque ahora se ha propuesto nuevamente.                                                              

Solamente una estrategia de reformas de largo plazo funcionaría. Además, Argentina debe buscar su lugar en una economía global que se desgaja en porciones de peso geopolítico —Estados Unidos vs China—  con problemas de inflación, cambiarios y de productividad. Debería jugar un papel determinante Mercosur si se refuerza con una mayor integración en este entorno de intentos de integración monetaria y control de precios. Tratar de decir “aquí estoy yo” en el nuevo mundo. Viene una especie de “invierno” tenso sobre la primacía mundial en comercio y tecnología, con implicaciones monetarias y cambiarias y todos los países deben prepararse para aprovechar las abundantes posibilidades.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia”

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