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Educación financiera y desigualdad de renta

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Tras la crisis financiera global de 2008, se puso el foco en el papel de la educación financiera, como estrategia de prevención de comportamientos económicos no deseados, pero a la vez como mecanismo inclusivo y de oportunidad para la participación económica de todos los ciudadanos. Es una tarea que debe congregar a gobiernos, autoridades financieras, patronales bancarias y numerosas organizaciones sociales con diferentes actividades y programas de educación financiera. El profesor José Luis Sampedro, hace décadas, señaló certeramente la necesidad de adquirir una buena formación financiera. En el preámbulo de la versión en español del manual de Economía del Nobel Paul Samuelson, Sampedro indicaba que aunque nuestro sistema educativo enseñaba al alumnado las propiedades de la calcopirita, cuando la mayoría de las personas jamás se toparía con ella en su vida adulta, en cambio, no se les explicaba apenas nada sobre la economía, las entidades financieras y su funcionamiento, con los que tendrían que lidiar continuamente —con una relación de largo plazo— desde el fin de sus estudios. Buen ejemplo de ello es la duración de la hipoteca media en este país, cerca de los 24 años, muy superior a la del matrimonio medio que se disuelve, en promedio, en torno a los 16 años.

Varias décadas después, la economía sigue teniendo una presencia marginal en las enseñanzas obligatorias, y la mayoría de los alumnos salen de la misma sin conocer conceptos financieros básicos. Y todo ello a pesar del acelerado proceso hacia un creciente peso de las noticias y decisiones económicas en nuestras vidas. El intenso uso de conceptos como la prima de riesgo o la inflación, hasta la aparición de inversiones nuevas, como los criptoactivos, hace muy necesaria la formación financiera para poder navegar en esas aguas, frecuentemente turbulentas.

Una buena formación financiera, además, hace a la sociedad más impermeable a los “cantos de sirena” de los partidos insurgentes y sus extravagantes propuestas económicas, generalmente la autopista más rápida al desastre. Algunas de esas recetas populistas han sido el desmantelamiento del banco central o, incluso en Europa, la salida del euro. A la hora de la verdad son medidas que no se suelen terminar adoptando, pero que se emplearon para cautivar a un electorado, en muchos casos, con insuficiente educación económica.

La digitalización ha aumentado la competencia en el sector financiero, con la entrada de las empresas fintech y las grandes tecnológicas, multiplicando el “bufé” de oportunidades para invertir el ahorro de toda la ciudadanía, que ahora tiene acceso a productos financieros que antes solo disfrutaban las clases de mayor renta. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, que siguen contando con un asesoramiento profesional y personalizado, los demás deben confiar en sus propios conocimientos para optimizar su cartera de inversiones.

Los mejorables resultados del reciente Informe PISA para España tienen lógicamente implicaciones para la educación económica, pero centrándonos en una evidencia más específica, las conclusiones de la última Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España nos dibuja como una sociedad con limitados conocimientos financieros. Solo un 19% de los encuestados consiguieron responder satisfactoriamente a las tres preguntas básicas sobre la inflación, un tipo de interés fijo anual y la diversificación en una cartera. Malos resultados que confirman los del estudio Monitoring the level of financial literacy in the EU, de la Comisión Europea, publicado el pasado julio, que concluía que nuestros conocimientos financieros estaban claramente por debajo de la media de la Unión. Además, según este mismo estudio, nos encontramos entre los europeos menos cómodos a la hora de usar los omnipresentes servicios digitales financieros.

Una formación financiera deficiente influye negativamente en la equidad. Por ejemplo, dando lugar a un menor rendimiento de los ahorros de aquellos más desventajados, aumentando las desigualdades. Y, por supuesto, en un escenario más pesimista, una población con insuficiente educación financiera aumentará la probabilidad social de eventos devastadores, como inversiones multitudinarias en productos que finalmente son verdaderas estafas piramidales, ya sean en colecciones de sellos o muchos criptoactivos. Además de hacer más vulnerables a la ciudadanía frente al creciente número de ciberdelitos financieros. Una insuficiente educación financiera también empeora las condiciones de los préstamos y limita aún más la frontera de las posibilidades de consumo de los ciudadanos con rentas más bajas. Por ejemplo, desconocer las implicaciones de las hipotecas a tipo de interés variable puede causar graves perjuicios personales.

En resumen, una mejor planificación financiera, fundada en los conocimientos adquiridos, disminuirá las demandas de intervención financiera o de rescate de familias sobreendeudadas. Por lo que la educación financiera es también una buena estrategia de predistribución de la renta. En este contexto, parece oportuno seguir reforzando los programas de educación financiera a la vez que es necesario evaluar de manera independiente los planes de educación financiera que Banco de España y CNMV —junto a patronales bancarias y otras instituciones— llevan desarrollado desde 2008, para poder identificar las mejores prácticas que permitan la universalización de estos tan necesarios conocimientos económicos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La pesadilla de la vivienda en España

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Cada dato reafirma el problema creciente de accesibilidad a la vivienda, en compra o alquiler. Hace diez días un estudio de la plataforma idealista.com mostraba que el porcentaje promedio de los ingresos del hogar necesario para acceder a una vivienda se incrementó hasta el 22% en el caso de la compra y al 33% para el alquiler durante 2023. En este último caso, se apuntaba a la insuficiente oferta y el consiguiente aumento de los precios. Implica un incremento del esfuerzo para alquilar de tres puntos en el último año. El encarecimiento de los costes financieros para las hipotecas —con la subida de tipos de interés— explica fundamentalmente que las familias que adquieren en propiedad hayan pasado de tener que destinar el 18% de sus ingresos al 22% en solamente un año. Existen abundantes y marcadas diferencias territoriales, siendo la ciudad de Barcelona la que mayor porcentaje de ingresos del hogar exige para un alquiler medio (44%), seguida por Palma de Mallorca (43%), Valencia (39%), Málaga (38%) y Madrid (37%), significativamente superiores al 30% recomendado por los expertos. El esfuerzo para adquirir en propiedad suele ser menor que para alquilar, pero en la compra hay tasas de esfuerzo más elevadas que la recomendada (30%) en Palma de Mallorca (46%), San Sebastián (39%), Barcelona (33%), Málaga (33%) y Madrid (31%). Estos datos chocan con la consideración de 2023 como buen año inmobiliario basándose en ganancias de valor. Los inversores abrazan lógicamente la seguridad y rentabilidad. Sin embargo, debe compatibilizarse con una accesibilidad adecuada, priorizando el uso para vivienda habitual, sobre todo en una situación tan preocupante. En la actualidad, según cálculos de Funcas, 6 de cada 10 compraventas se hacen sin hipoteca, lo que ilustra el desequilibrio en las opciones de acceso.

La Ley de Vivienda aprobada hace un año tenía medidas complejas y difíciles de llevar a la práctica con éxito. Se ha notado, en particular en alquiler, que era el foco. Los topes a precios del alquiler suelen tener efectos contrarios a los deseados, salvo casos excepcionales. Impulsan la retirada de viviendas del mercado para arrendamiento y agravan la situación. La falta de oferta es el gran problema. En las campañas electorales de 2023 se habló mucho de accesibilidad, especialmente para jóvenes. Llevaría bastantes años arreglarlo —por las viviendas que se necesitan—, pero se echa en falta contundencia. Incrementar la oferta desde ya (pública y privada) y persistir el resto de la década, como poco. La accesibilidad de la vivienda debe dejar de ser una pesadilla a medio plazo. La única buena noticia a corto plazo puede venir para los propietarios con hipoteca a tipo de interés variable, que pueden ver a lo largo de 2024 como bajan —aunque sea poco a poco— el coste financiero de su préstamo. Bien por ellos, pero hace falta mucho más.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Las bajadas previstas de tipos en 2024: se requiere un poco de calma

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Las reuniones de esta semana de la Reserva Federal y del jueves pasado del Banco Central Europeo han dejado inalterados los tipos de interés. Era lo previsto, pero los inversores esperaban señales más claras sobre cuándo empezarán las disminuciones del precio oficial de dinero, y, aún más, aguardaban confirmación —en especial en Estados Unidos— sobre si ya en marzo podrían llegar. Parece que llevará más tiempo. Lo que sí parecen reconfirmar los últimos mensajes de esos bancos centrales es que ya han terminado las subidas. No es poco, aunque se haya estado descontando desde hace unos pocos meses.

Los inversores han estado apostando por una disminución de tipos de la Reserva Federal ya en marzo, y eso hoy parece prematuro. Hace unos días, el semanario británico The Economist era muy crítico con las predicciones sobre tipos de interés de inversores y traders y las catalogaba de “terribles”. Quizás un adjetivo excesivamente duro por la dificultad para predecir de todos los agentes —incluidos organismos internacionales o bancos centrales— lo relacionado con la economía y las finanzas en los últimos años.

Sirve de alerta para evitar efectos manada o excesiva euforia en los mercados. Desde hace un año, aproximadamente, muchos inversores se han precipitado en dar fechas a las bajadas de tipos. Sus deseos parecen confundirse con frecuencia con sus predicciones. Las proyecciones actuales de la propia Reserva Federal son acometer tres bajadas a lo largo de 2024. Sin embargo, los operadores de los mercados van mucho más allá, y sus expectativas alcanzan la cifra de cinco o seis, la primera en marzo.

Las últimas noticias sobre la inflación no son tan alentadoras —tampoco deben causar pánico—, ni parecen compatibles con una bajada de tipos tan pronto como marzo por parte de la Reserva Federal, que sería el pistoletazo de partida para el resto de los bancos centrales, incluido el BCE. La reducción de la inflación de la segunda mitad de 2023 en Estados Unidos y Europa tuvo mucho que ver, sin duda, con las políticas monetarias restrictivas, pero también con ciertos vientos de cola, como la caída de los precios de la energía y la falta de tensiones en la cadena de suministro tras años de aprietos.

Sin embargo, el año ha comenzado con el fin de la caída de los precios de la energía y con dificultades —aún no completamente materializadas, pero ya causando problemas significativos— en los transportes internacionales y cadenas de suministro por el conflicto del mar Rojo. Tampoco se puede descartar, tras lo sucedido entre Estados Unidos e Irán, una escalada del conflicto de Oriente Próximo, que amplificaría y mucho estos problemas.

Mientras el entorno geopolítico y los mercados de combustibles sigan afectando a las expectativas de inflación e impidan acercarse completamente al objetivo de inflación de los bancos centrales (2%), puede ser prematuro apostar por bajadas más intensas de las proyectadas por los bancos centrales. En todo caso, si la inflación no sube significativamente, la debilidad de la actividad económica —con algunos países en el entorno de la recesión técnica— parece confirmar que, pase lo que pase, se va a producir ese alivio en el precio oficial de dinero a lo largo de 2024. Lo normal es que esa reducción de los tipos venga en varias dosis este año, también en el BCE.

La situación de la zona euro requiere más cautelas. Las palabras de Christine Lagarde el pasado jueves tras la reunión del consejo de gobierno lo dejaban claro: “Se espera que la inflación siga bajando a lo largo de 2024, pero el BCE necesita confirmar que se está en una fase más avanzada del proceso de desinflación para tener la suficiente confianza para comenzar a reducir los tipos”. Parece totalmente descartado marzo para iniciar las bajadas en la zona euro.

El BCE comienza los cambios de rumbo en su política monetaria más lentamente y con muchas más cautelas que la Fed. Avanzada la primavera o verano parece mucho más probable, más aún si el PIB europeo muestra más debilidades en su crecimiento. En todo caso, en materia de evolución de precios, los próximos datos de inflación serán muy importantes en la hoja de ruta del BCE. El dato adelantado de enero de la zona euro que se publica hoy dará señales —aunque no sean definitivas— de cuándo se puede comenzar a esperar una reducción de tipos en la eurozona. Por lo pronto, los datos de inflación de enero de países individuales publicados esta semana apuntan, en general —aunque España es una excepción—, a que sigue bajando, pero aún lejos del objetivo del 2%.

Aunque el BCE sigue preocupado con la evolución de los salarios en la zona euro —los famosos efectos de segunda ronda—, que afectarían más al sector servicios, intensivo en mano de obra, hasta ahora no han supuesto grandes quebraderos de cabeza. La inflación en los bienes debería bajar, pero dependerá de si escala el conflicto del mar Rojo. Ya tiene algún efecto sobre el precio de los bienes, pero, hasta ahora, parece manejable. El BCE también deberá estar pendiente de los efectos sobre la inflación de la retirada de los subsidios a la energía por parte de los Gobiernos europeos.

En suma, parece necesario continuar manteniendo la calma con respecto a las bajadas de tipos, que podrían hacerse esperar hasta bien entrada la primavera o el verano, sobre todo en el caso del BCE. La Reserva Federal actuará antes, pero tampoco parece inminente.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El sector financiero en 2024: desde el año electoral a la IA, sin olvidar los tipos de interés

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Quizás uno de los sectores económicos que recibe
más impactos de su entorno es el financiero. Obligado, por ejemplo, a vigilar
múltiples aspectos como el estado de la credibilidad fiscal de su país de
origen. Una crisis de deuda soberana le afecta notablemente. También
incertidumbres políticas o electorales. Se comprobó en 2010-2012. Entonces
fueron mercados de capitales cerrados y una gran presión en las calificaciones
crediticias con el riesgo país en ascenso en aquellos momentos. La situación
ahora es muy distinta, más desahogada aparentemente. No obstante, este año
2024, con tantas elecciones relevantes —desde
las legislativas europeas a las americanas, pasando por muchas otras— con
probables cambios en las estrategias y prioridades políticas —la
sostenibilidad, en la que la banca juega un papel muy relevante—, será uno de
los principales ejes. Puede afectar al entorno financiero global y a su
regulación tanto doméstica como supranacional (como la de Basilea). Las
entidades financieras estarán alerta, junto a las tecnológicas y energéticas, de
los resultados de las votaciones. Otro ejemplo de esa trascendencia política es
comprobar cómo pocos sectores están tan bien representados en el Foro de Davos,
que se está celebrando esta semana, como el bancario, con significativa
representación española, botón de muestra de la importancia de su interacción
con la geopolítica internacional.

La evolución de la actividad económica, el empleo y la inflación es la cuestión de entorno que más afectará al negocio y resultados de los bancos. El debilitamiento del crecimiento económico en nuestro país en 2024 probablemente hará mella, tal vez solamente de un modo moderado, en el volumen de negocio nuevo, tanto en captación de ahorro como en concesión de créditos. Dependerá también de la evolución del precio del dinero, que seguirá siendo comparativamente elevado. El año comienza con un cierto repunte de la inflación, sobre todo por las retiradas de algunas de las ayudas por el encarecimiento de la energía y las tensiones en el mar Rojo, aún incipientes pero preocupantes. Está por ver la incidencia final de estos incidentes y si suponen realmente una escalada en el conflicto, pero ya están dando lugar a un aumento de los fletes. Eso sí, no se debe asumir que vaya a mimetizar el proceso inflacionario que se produjo en 2021-2022, mucho más global. No obstante, nos recuerda las numerosas vicisitudes que todavía quedan para llegar al nivel de referencia de la inflación para los bancos centrales (2%). Si el impacto final es solamente coyuntural sobre la inflación y esta sigue desacelerándose en los próximos meses, es probable que comencemos a ver las primeras bajadas de tipos antes de verano. Lo que ocurra con el euríbor en las próximas semanas revelará lo que el mercado haya estado descontando de la gravedad y persistencia del repunte en la inflación. Parece mantenerse como escenario más probable la bajada de tipos. Esa probable disminución de los costes financieros puede ayudar a que la morosidad permanezca bajo mínimos. Esta se ha comportado bien a pesar de la pandemia, la inflación y los conflictos bélicos, a diferencia de lo que pasó en la crisis financiera, donde una excesiva concentración en el mercado inmobiliario —en concreto a su burbuja— causó una muy elevada morosidad y una cascada de enormes pérdidas bancarias. Cuando el crédito tiene una razonable diversificación y no se han cometido excesos en su concesión ni errores de supervisión, los préstamos resisten bien, sobre todo si el mercado de trabajo también aguanta. Esto es lo que parece que ha sucedido desde 2020.

Aunque los tipos bajen finalmente, continuarán
elevados, pero el margen de intermediación de los bancos disminuirá algo en
2024 por la mayor remuneración de los depósitos y la tendencia a la baja de los
intereses del crédito. Eso sí, gracias a la morosidad bajo control y aunque
habrá inversiones tecnológicas, los resultados del conjunto de los bancos
mantendrán el buen tono de 2023, aunque difícilmente crecerán con respecto a
ese último año. El impacto del impuesto a los beneficios de la banca aminorará
ese montante, una mala noticia para incrementar reservas y para la
competitividad internacional de nuestra banca. Una cierta inconsistencia entre
el conjunto de políticas de los Gobiernos y agencias supervisoras, aun
reconociendo que ambas autoridades tienen misiones distintas: los reguladores
requieren mayores recursos propios y los Gobiernos, con estos impuestos, dañan
la capacidad interna de aumentar esa necesaria solvencia para permitir que
fluya adecuadamente el crédito.

Por último, 2024 será un año donde la tecnología nuevamente jugará un papel muy relevante en la estrategia bancaria. Las entidades financieras abrazaron la era digital hace más de 25 años. Como empresas en las que la información es la materia prima fundamental, han ido invirtiendo y apostando decididamente por las nuevas tecnologías desde entonces. Se ha llegado ahora a la nueva inteligencia artificial (IA) generativa, aún en sus inicios, pero con un potencial brutal para cambiar no solamente la forma de hacer banca, sino el conjunto de la economía y muchos usos sociales. En este año debemos ver ya algunos avances significativos en IA en banca, aunque quedará mucho potencial por delante. Tampoco se pueden olvidar los riesgos y cautelas, sobre todo en lo digital. Hay que planificar casi lo inimaginable (planing for the unplanned) para que la tecnología no tenga quiebras que nos lleven a un retroceso. Este año los ciberriesgos estarán nuevamente muy alto en las agendas. En suma, mucho potencial, pero mucho por hacer y cuidar.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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¿Nos deparará el año económico 2024 tantas sorpresas como el precedente?

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Estos días facilitan la reflexión de lo acontecido en materia económica el pasado año y cuáles son las perspectivas para el recién iniciado. 2023 estuvo caracterizado por algunas sorpresas, en general positivas. Algunas fueron de naturaleza macroeconómica –sin recesión generalizada y con moderación de la inflación– y otras de mercados, donde se vivió un entorno alcista algo inesperado para una coyuntura monetaria de elevados tipos de interés. No es fácil apostar por si se mantendrán esas condiciones, en plena ralentización económica. Sin embargo, el probable horizonte de próximas bajadas de tipos ofrece una luz de esperanza a un ejercicio, que, de otro modo, podría ser más bien gris. En cuanto a otras sorpresas y su magnitud, cabría esperar que fuesen más reducidas de producirse. Ya han acontecido buena parte de las correcciones inesperadas en 2023 y, además, el mercado comenzó a descontar hace algunos meses –como muestra la evolución a la baja del euríbor–, las probables reducciones del precio de dinero antes del verano.

Ha llamado la atención y se ha escrito mucho en el último mes sobre la falta de cumplimiento de los pronósticos de hace ahora un año de la mayoría de los analistas y organismos oficiales. Se quedaron cortos en la estimación del crecimiento de PIB. El dato previsto hoy de crecimiento del 2,4% para 2024 duplica el estimado hace un año. Conforme avanzaba 2023 y entraban en juego nuevos factores, las previsiones fueron desplazándose hacia niveles más optimistas. Explican lo ocurrido factores como el mejor comportamiento moderado de los precios de la energía, la entrada de extranjeros o la mejora del poder adquisitivo. Los pronósticos sobre la inflación de hace doce meses –moderándose más de lo esperado– tampoco dieron en el clavo.

Realizar previsiones macroeconómicas no es fácil. Siempre se puede lógicamente aspirar a mejorar su calidad, pero es más fácil en teoría que en la práctica. Se elaboran profesionalmente, con toda la información disponible. Tienen una gran utilidad para ayudar a tomar decisiones de gasto e inversión a empresas, consumidores y Gobiernos. Cuanto mayor es el plazo, más difícil realizar el ajuste fino del pronóstico. Un año entero comienza a ser un espacio de tiempo considerable como para no tener que introducir retoques según se avanza en el mismo. Asimismo, algo parece haber cambiado en la macroeconomía y cómo predecirla desde la crisis financiera global de 2008 y años posteriores, y las medidas monetarias, fiscales y financieras extraordinarias aprobadas en todo el mundo, muchas de ellas en vigor hasta 2022, por la pandemia y la guerra de Ucrania. Esas acciones públicas, como mínimo, parecen estar generando cierta capacidad de amortiguar los efectos de periodos de debilitamiento económico, bien directamente o a través de una mayor resiliencia del mercado de trabajo, también destacable.

Asimismo, hay elementos metodológicos como la estimación de las actividades tecnológicas y otras intangibles, que hacen más complicado el ajuste fino en los pronósticos. Suponen una porción creciente del PIB, que además en 2024 y años venideros con la aplicación de la nueva inteligencia artificial (IA) puede ser un revulsivo –difícilmente estimable con exactitud– para la productividad y el crecimiento.

En todo caso, 2024 se inicia con una clara desaceleración económica. Eso sí, algo alejada de aquel previsto crecimiento negativo de hace un año. Los casos recientes de recesión y los que puedan venir próximamente parece que serán leves y meramente técnicos. El margen para una sorpresa positiva en lo macro es menor, ya que se parte de escenarios menos pesimistas que los de 2023, aunque no sea para tirar cohetes. Habrá que ver si se termina sintiendo negativamente esa ralentización en el empleo, algo que empeoraría las expectativas.

La palanca de bajar tipos de interés está preparada si se mantiene la moderación en la inflación y la economía continúa mostrando debilidad. Si finalmente se bajan los tipos habrá que recalibrar nuevamente los efectos esperados –en este caso positivos–, que podrían dar lugar a una cierta sorpresa agradable sobre la actividad económica avanzado el año. Eso sí, con un ojo puesto en la inflación. Aunque la guerra en Gaza no haya impactado en los mercados energéticos por ahora, las crisis geopolíticas –cuidado con la escalada de la tensión en el Mar Rojo– pueden volver a dar un susto al precio de los combustibles y materias primas. Se habla también del temor a efectos de segunda ronda vía salarios –que están creciendo–, pero está por ver si finalmente generarán alguna retroalimentación inflacionaria.

Por último, 2023 fue un ejercicio de ganancias en los mercados. Con sus incertidumbres y volatilidad, pero con sorpresas positivas generalizadas, que llegaron hasta el bitcoin a partir del verano. La renta variable tuvo un año destacable. El mejor para el Ibex 35 desde 2009, con una revalorización de cerca del 22,8%. Es muy pronto para ver qué sucederá en 2024. La probable disminución de tipos puede ayudar, pero la magnitud del impacto dependerá mucho de cómo evoluciona la macroeconomía y la actividad empresarial. Sin olvidar que parte de los efectos positivos pueden haberse descontado en el último trimestre. Aun así, también hay recorrido para la inversión con elevado potencial, como es la nueva IA, por ejemplo, que puede ser un puntal para el mercado. En resumidas cuentas, a pesar de la actual desaceleración, el escenario más probable para la economía y mercados en 2024 es que se prolonguen algunas sorpresas (positivas) pero menos que en 2023.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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¿Hacia una economía distinta?

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2023 podría cerrar el ciclo de algunas de las políticas y estrategias económicas de los últimos tiempos. En primer lugar, de las reuniones de los bancos centrales de referencia de la pasada semana —Reserva Federal y Banco Central Europeo— se puede concluir que las subidas de tipos de interés han terminado por ahora, salvo que acontezca algo imprevisible que altere esa ruta monetaria. El escenario central apunta a que la inflación se ha moderado y la actividad económica se ha debilitado, pero sin grave impacto sobre el empleo ni dando lugar a una grave recesión. El marco financiero, tan endurecido en los dos últimos años, puede comenzar a aflojar el próximo, algo que puede venir bien ante las perspectivas más restrictivas de la política fiscal. El efecto neto debería ser positivo para la economía y confiemos que no retroalimente la inflación.

Por
otro lado, algunas de las estrategias económicas transversales más importantes
de los últimos años —transición energética y digitalización— pueden haber
cerrado un cierto ciclo y abierto otro, o dar paso a una cierta refundación del
alcance y objetivos. Respecto a la transición energética, hemos podido observar
esta semana, tras mucha sangre, sudor y lágrimas —venciendo enormes
resistencias— que se llegaba a un acuerdo en la reciente COP28 (Conferencia
sobre el Cambio Climático de este año) celebrada en Dubai. Se pacta la
transición “para abandonar los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) en
los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la
acción en esta década crítica, a fin de lograr el cero neto para 2050″. Un
acuerdo decisivo, sin duda y con un potencial enorme para cambiar el paso a un
proceso de transformación de la economía global. Sin embargo, el proceso de
llevarlo a la práctica puede sufrir diferentes avatares. Por ejemplo, en junio
de 2024, se celebran elecciones europeas, donde uno de los temas centrales
puede ser el modelo de economía y de transición energética del Viejo Continente
a futuro. Hasta ahora, la UE —y su Parlamento— ha sido firme creyente de esa
transición, con un modelo de elevados costes y sin atajos —a diferencia de
otros países—, pero, dependiendo de los resultados electorales, se podría
cambiar —entiéndase demorar u obstaculizar— esa hoja de ruta energética, con
consecuencias económicas de gran calado.

Por último, en el ámbito de la digitalización, también la UE aprobó hace una semana el borrador de la primera regulación de Inteligencia Artificial (IA) del mundo, que aspira a impulsar la innovación y, al mismo tiempo, a garantizar que los sistemas de IA utilizados sean seguros y respeten los derechos fundamentales y valores europeos. Tiene que ser ratificado, pero si sale adelante, es clave alcanzar ese difícil equilibrio entre innovación y control de riesgos. Ojalá sea referencia en otras latitudes. Europa no puede quedarse atrás en el desarrollo de la IA como principal eje de crecimiento y competitividad del futuro, pero simultáneamente debe ser compatible con los derechos fundamentales y con riesgos adecuados. Vienen cambios de calado a corto y medio plazo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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De un año de transición a uno de moderación de la inflación

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Este miércoles la Reserva Federal ha confirmado algo que se percibía desde hace bastantes semanas. No ha tocado los tipos de interés. Muy probablemente tendrá continuidad hoy, con la reunión del Consejo del Banco Central Europeo, donde no se esperan cambios en el precio del dinero. Parece que se ha cerrado de modo casi definitivo el ciclo alcista de tipos de los dos últimos ejercicios. Mejor añadir la palabra casi ante la montaña rusa de shocks desde 2020 y, en un plazo más largo, desde 2008. El escenario central es que se da carpetazo al periodo de política monetaria restrictiva y el sentimiento de mercado es que 2024 será testigo de las primeras reducciones del precio del dinero, para muchos, tan pronto como en primavera.

¿Qué ha pasado en 2023 para este vuelco en las expectativas? El 9 de enero escribía en estas mismas líneas que este año tenía toda la pinta de ser de transición y que realmente cabía esperar que las buenas noticias sobre la inflación se visibilizarían en 2024 y 2025. En parte, ha podido ser de transición porque a pesar de la gran intensidad y aceleración de la medicina aplicada —subidas de tipos— hasta verano, no todos los efectos se han percibido este año. Sin embargo, los últimos meses han estado marcados por una mayor moderación inflacionaria en Europa y EE UU de la esperada, sin haberse producido, hasta ahora, un descarrilamiento grave de la actividad económica y empleo. El dato de inflación de Estados Unidos publicado el martes continúa apuntando a la moderación. Estamos dentro de las coordenadas de aterrizaje suave de la actividad económica tras las fuertes subidas de tipos de interés.

La economía se ha desacelerado y continúa en ello —por ejemplo, como muestran los últimos datos del indicador adelantado PMI, Purchasing Managing Index, para la UE—, pero parece estar más cerca de la atonía que de caída significativa o derrumbe de la actividad. El mercado de trabajo está resistiendo razonablemente bien, algo que también repercute en la fortaleza del consumo. Nada hace prever que la campaña de Navidad no esté en línea de la del año pasado, el primero de normalidad tras la pandemia. El menor impacto efectivo de la subida del precio del dinero sobre la actividad económica y empleo puede demorar que los bancos centrales se planteen reducciones en tipos. Las declaraciones de las autoridades monetarias de esta semana confirman esa escasa urgencia. Los mercados, sin embargo, ya descuentan reducciones en primavera de 2024. Quizás con algo de premura. Demasiado pronto para saber qué pasará los próximos seis meses.

La cautela debería reinar en los próximos meses. Así lo han recordado en sus últimas declaraciones públicas los presidentes de los principales bancos centrales. Sigue la estrategia de ir reunión a reunión y viendo lo que dan de sí los datos. Es cierto que los temidos efectos de segunda ronda, que amenazaban hace medio año sobre todo a Estados Unidos y los países centrales del euro (que han presentado incrementos salariales mayores), no parecen haberse materializado. No obstante, esto no es garantía cara al futuro. Eso sí, los mercados energéticos, sobre todo el del petróleo, se han comportado de una forma casi sorprendente, especialmente tras el inicio del conflicto entre Israel y Gaza. Todo el mundo aguantó la respiración en las primeras semanas de la guerra por miedo a una escalada que habría multiplicado la virulencia del conflicto —de por sí ya devastador en pérdidas humanas—, también por el lado de la economía. Cualquier conflicto en Oriente Medio suele derivar en incremento del precio del petróleo, pero en este caso y hasta la fecha, no ha sido el caso. No obstante, los bancos centrales harán bien en seguir monitorizando la situación de los precios de la energía en los próximos meses, para poder ratificar la actual tendencia a la moderación de la inflación y sentirse ampliamente cómodos con una posible reducción de tipos que, si las cosas siguen igual, se produciría, no para ayudar a la economía, que no parece necesitarlo con urgencia, sino como consecuencia de que los precios remiten con claridad. No se puede olvidar que a los bancos centrales les importa más la inflación subyacente, la que no tiene en cuenta energía ni productos frescos en su cómputo, que el IPC, y aunque la primera se ha moderado también, está significativamente por encima de la segunda. Asimismo, algunos precios (como los de determinados servicios) suelen tener un mayor peso en las decisiones de las autoridades monetarias. En la actualidad, esos precios se han moderado menos, por lo que pueden demorar un cambio en la coyuntura monetaria.

En suma, nos quedan meses de espera hasta saber si los bancos centrales comienzan a bajar tipos. La cautela parece exigirlo, porque no se quiere dar volantazos innecesarios, como sería comenzar a reducir, para luego tener que subir el precio del dinero de nuevo. La moderación de la inflación no es necesariamente lineal ni proporcional a lo largo del tiempo y de la experiencia del pasado, no se pueden descartar sustos significativos. Eso sí, si se confirmara que la moderación de la inflación continúa, el proceso de crecimiento de precios, cuya duración se infravaloró al principio, habría resultado ser menos persistente de lo que hace unos meses se esperaba. Solamente en este escenario, se podría vislumbrar una reducción de tipos en 2024. Eso sí, probablemente sin las urgencias del mercado.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Mensajes del lío de OpenAI

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Menudas semanas llevan Sam Altman y compañía. El fundador de ChatGPT y máximo ejecutivo de la empresa que lo gestiona, OpenAI, fue despedido el pasado 17 de noviembre por un fuerte desencuentro con su Consejo de Administración, acusado de falta de transparencia en sus declaraciones públicas sobre algunos proyectos de la empresa que maneja probablemente una de las principales herramientas tecnológicas del presente y del futuro. Tras un escarceo que casi le lleva a entrar en Microsoft, principal accionista de OpenAI, cinco días más tarde todo volvió al punto de partida y Sam Altman finalmente recuperó su puesto en ChatGPT. Se cambia, además, completamente al Consejo de OpenAI, que deberá, en primer lugar, resolver los problemas de gobernanza de la compañía. También reforzar su misión principal: asegurar que la inteligencia artificial (IA) sea segura para todos. No se puede olvidar que el Consejo de OpenAI no es uno al uso. No son los accionistas los que se sientan en el mismo, sino un conjunto de notables que supervisa el rumbo de la empresa así como las cuestiones de negocio y cómo hacerlas compatibles con la seguridad. La sensación de que OpenAI quería abrir demasiadas líneas de negocio a la vez —potencialmente arriesgando seguridad— generó el caos.

La estructura organizativa actual de OpenAI refleja estos problemas y conflictos de interés. Cuando se creó en 2015, se hizo sin ánimo de lucro, de ahí la peculiaridad de su Consejo de Administración, que vigila el progreso de una IA general que pudiera superar las capacidades de los seres humanos con todos sus peligros. Sin embargo, al tiempo, se dieron cuenta que, para poder desarrollar adecuadamente la tecnología, hacían falta inversiones voluminosas y para ello crearon una filial —esta sí, con ánimo de lucro— en la que Microsoft tomó un 49 por cien del capital (13 millardos de dólares). Ahí comenzó el conflicto de intereses (seguridad versus negocio). Esto será un problema siempre cuando no se adopta una visión de vigilancia adecuada, que no impida los avances en IA —y por tanto las mejoras aparejadas en productividad y aumento del bienestar—, pero a la vez, no exacerbe los riesgos que pueden quebrar muchas de las garantías en protección de datos y seguridad que nos hemos dado como sociedades avanzadas. Llevado al extremo, situaciones próximas a la ciencia ficción, con máquinas y robots superando el mando del control humano.

Por último, OpenAI exhibe el patrón de libre empresa y pocas normas de su país de origen (EEUU), con un enfoque de supervisión, próximo a la autorregulación, donde el Consejo de Administración no tiene el lucro como objetivo principal y, además, está compuesto por expertos o notables “buenos” que vigilan ChatGPT. Es un modelo excesivamente ingenuo y laxo en un mundo tan complejo como el actual, más aún ante la enorme potencia de la herramienta. No funcionará. Por ello, para evitar males mayores, la nueva IA necesita una regulación clara y muy definida, también en Estados Unidos aunque no les guste, que equilibre innovación y seguridad. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La economía internacional tras el aparente fin de las subidas de tipos

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Se aproximan las fechas de las próximas reuniones de los bancos centrales, Reserva Federal y BCE, y las especulaciones sobre lo que vaya a pasar con los tipos de interés se multiplican. Más aún, tras la publicación este martes de las actas de la última reunión del consejo de gobierno de la Fed, que muestran algunas cautelas a la vez que parecen descartar una subida en diciembre. Buen preámbulo para que los inversores de Wall Street vayan a tener un Día de Acción de Gracias (Thanksgiving), que se celebró ayer, mucho más relajado de lo que pensaban hace escasamente unos meses. Parece, además, que la percepción del mercado es que no habrá más subidas del precio del dinero. Nunca se puede afirmar con seguridad al 100%, pero con la información actual, todo apunta a ello. De hecho, la positiva evolución de los mercados de renta fija y sobre todo variable de las últimas semanas parece descontar ese cese del encarecimiento financiero y han despertado sentimientos de cierto optimismo.

A pesar de todo, los principales riesgos para la economía global tanto en actividad económica y empleo como en inflación continúan estando en lo geopolítico, con numerosos quebraderos de cabeza. Los conflictos bélicos en Ucrania y en Gaza, aunque puedan estar descontados en gran medida desde la perspectiva financiera hoy en día, están lejos de resolverse con la consiguiente incertidumbre. Asimismo, con las elecciones generales de Argentina del pasado domingo, que ganó Javier Milei, de la derecha libertaria, se dio el pistoletazo a un año por delante de votaciones de relevancia, que pueden traer notables cambios. No solamente en Argentina. En junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo, y tal como están las cosas, parece que se visibilizarán las posiciones nacionales tan radicalmente diferentes dentro de la UE. Serán de gran relevancia para conocer el futuro de Europa. No se puede descartar mayor disenso interno y, como consecuencia, un entorno con más dudas que certezas para el Viejo Continente. La UE sigue corriendo el riesgo de quedarse en tierra de nadie en un mundo crecientemente polarizado entre los bloques de EE UU y China.

La visión que salga ganadora de las elecciones europeas determinará, entre otros muchos aspectos, la productividad y competitividad de los próximos años. La evolución de la economía, el bienestar, los costes y precios de la UE dependen y mucho de las decisiones que se tomen en su seno. Y como cierre del año electoral que viene, las elecciones estadounidenses a principios de noviembre de 2024, donde la posibilidad de que Donald Trump vuelva a ser presidente es real, con toda la disrupción que pudiera causar en el comercio y geopolítica global, nuevamente con impactos potenciales en la actividad y los precios.

Volviendo al estricto corto plazo, y como ya se ha indicado, las últimas semanas parecen haber dado un respiro a los mercados, en el que la incertidumbre política a escala global parece no afectar, al menos por ahora. Han bajado en el último mes las rentabilidades de las principales deudas soberanas, destacando el caso de Estados Unidos, referencia del mercado. Incluso Italia, siempre más cerca de la zozobra, también se ha beneficiado con una reducción significativa del coste de su deuda en términos absolutos. Asimismo, el euríbor, referencia clave para las hipotecas a tipo variable, también lleva dando señales de alivio, aunque continúe flirteando con el 4%. Una hipótesis crecientemente aceptada es que lo peor de la inflación podría haber pasado tanto en Estados Unidos como en la zona euro. Es la razón de fondo que explica que la inmensa mayoría de analistas e inversores no esperen nuevas subidas de tipos. De hecho, se intensifica la percepción de que pueden producirse reducciones en el precio oficial del dinero en el año próximo. Si se confirmara el cambio de ciclo monetario, la tremenda subida de tipos en año y medio no habría causado una recesión generalizada ni repercusiones significativas para el empleo. Es cierto que en el segundo semestre de 2023, la economía mundial se ha debilitado de modo generalizado, incluso con recesión en algunos casos (por ejemplo, Alemania).

Por ello, el consenso de los analistas apunta a un soft landing (aterrizaje suave) de la economía después del impacto de la fuerte subida del precio del dinero. No se descarta una recesión técnica de Estados Unidos, pero sería eso, meramente estadística. Con poco impacto en su empleo doméstico y más allá. En la zona euro, también se espera que sus indicadores macroeconómicos se irán moviendo lentamente hacia un terreno más positivo, aunque hasta mitad de 2024 persistirán dudas sobre su actividad económica y precios. En todo caso, la resiliencia del empleo en la UE y la evolución al alza de los salarios —clave para que el consumo no se resienta— pueden favorecer una cierta reactivación de la economía europea en la UE en 2024, sin que haya que esperar necesariamente un repunte significativo de la inflación.

En definitiva, en esta ocasión, tras el proceso tan intenso de subida de tipos por la inflación, no se han generado los mismos problemas que en episodios similares del pasado. Que el mercado de trabajo haya resistido en todo el mundo —con sus lógicas diferencias estructurales entre países—, y que no haya existido una previa burbuja inmobiliaria o financiera parece estar ayudando a que el ajuste necesario para bajar la inflación no tenga, hasta ahora, graves consecuencias económicas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Estas son las ventajas de la contabilidad en la nube

En este artículo se destaca la creciente importancia de la contabilidad en la nube en el ámbito empresarial.

  • La contabilidad en la nube se ha mostrado flexible y adaptable al crecimiento.
  • Negocios de todo el mundo han dado un salto colaborativo gracias a la contabilidad online.

Contenido del post


  1. Tiempo de respuesta de la contabilidad online
  2. La actualización de la contabilidad en la nube
  3. Contabilidad colaborativa
  4. La confidencialidad de la contabilidad en la nube
  5. Convergencia con otras soluciones en la nube
  6. Seguridad
  7. Las ventajas del software como servicio
  8. Adaptabilidad para el crecimiento
  9. La contabilidad en la nube y el equipo humano

Hace tan solo unos años hablar de contabilidad en la nube o contabilidad online era hacerlo del futuro. Hoy, es una realidad asentada en todos los negocios que están al día con la tecnología.

Y lo cierto es que no es de extrañar. El uso de la contabilidad en la nube se ha mostrado como una decisión rentable por su gran número de ventajas. Además, el avance de la técnica no hace sino confirmar y afianzar esta tendencia.

¡TUITÉALO! ¿Sabes por qué se ha impuesto la contabilidad en la nube? ¡Toma nota de las razones!

1) Tiempo de respuesta de la contabilidad online

La flexibilidad es clave en la empresa actual, en especial para aquellas que están creciendo. Y lo cierto es que la contabilidad en la nube facilita una reacción rápida y sencilla:

  • Permite gestionar los datos para obtener información útil sobre la base de la colaboración y con todo el apoyo de la tecnología
  • Elimina las esperas en los procesos de la información debidas a falta de acceso a equipos físicos. 

2) La actualización de la contabilidad en la nube

Las empresas deben modernizarse con herramientas que respondan a un entorno en movimiento y en continuo cambio. En este sentido, una buena herramienta basada en la nube o cloud computing debe proporcionar de forma continua muchas facetas de actualización, entre ellas:

  • Legal. Cumplirá los requisitos que marquen las normas en cada momento.
  • De seguridad informática. Combatirá las ciber amenazas en tiempo real.
  • Organizativa. Se adaptará a las necesidades de las nuevas prácticas empresariales.
  • Informática. Depurará continuamente el consumo de recursos informáticos.

3) Contabilidad colaborativa

La contabilidad es un sistema de información empresarial con muchas entradas y salidas. La nube es, hoy en día, la mejor herramienta para que esos flujos puedan ser compartidos de forma óptima:

  • Internamente, facilita que los contables tengan acceso a datos de facturación, almacenes, cuentas bancarias, personal, flujos financieros y de inversión, etcétera. Ya no es necesario un intercambio físico de ficheros. Además, la información contable puede compartirse cómodamente con otros departamentos.
  • Externamente, es la manera más sencilla de contar con asesoramiento externo. Puedes compartir un flujo de datos contables continuo, sin tener que fijar fechas de intercambio.

4) La confidencialidad de la contabilidad en la nube

La contabilidad debe manejar datos sensibles tanto para la empresa como para los terceros. La nube es una buena solución para ambos:

  • Para la empresa, los datos quedan libres de intromisiones físicas. Ya no hay en las sedes del negocio un despacho u ordenador que alguien pueda forzar para robar datos. 
  • Los terceros tienen la garantía de que las soluciones de contabilidad en la nube deben cumplir todos los requisitos normativos relacionados con la confidencialidad. Así, por ejemplo, Sage Active está adaptado a lo que exige el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).

La contabilidad en la nube es una de las herramientas tecnológicas más poderosas al servicio del crecimiento de las pymes.

Automatiza con Sage Active las tareas más tediosas para ahorrar tiempo e identificar oportunidades de negocio.

5) Convergencia con otras soluciones en la nube

La nube no solo es práctica para la contabilidad, sino que tiene otras dos facetas importantes:

  • Se utiliza en otras soluciones para la gestión empresarial. De hecho, la computación en la nube puede aplicarse a facturas, impuestos, tesorería, inventarios, recursos humanos, relaciones con los clientes y otras áreas.
  • También es empleada en otros campos no estrictamente relacionados con la gestión, como imágenes, planos, textos, datos técnicos, etcétera.

6) Seguridad

La contabilidad online es más segura por dos motivos:

  • El soporte de seguridad por parte del proveedor del servicio es continuo. No hay que esperar para instalar el siguiente paquete de actualizaciones de seguridad.
  • Físicamente, los datos están en servidores muy protegidos. Para una pyme es mucho más probable que alguien con malas intenciones decida atacar sus instalaciones que las de un servidor que puede estar en la otra punta del mundo.
Sage
La contabilidad en la nube se ha mostrado flexible y adaptable al crecimiento.

7) Las ventajas del software como servicio

El desarrollo de la contabilidad online se ha ligado a formas de software como servicio (SaaS). Esto ha proporcionado grandes ventajas a las empresas usuarias, como entre otras:

  • El desembolso se reparte en el tiempo. Ya no se compra un programa, sino que se paga una cuota periódica.
  • Pueden modular mejor su relación con el proveedor. Las empresas introducen nuevas funcionalidades a medida que las van necesitando, sin necesidad de tener que comprar ninguna nueva versión.
  • No necesitan equipos físicos potentes, ya que están en el servidor. 
  • El mantenimiento corre a cargo del proveedor del servicio.

8) Adaptabilidad para el crecimiento

Hoy en día, la computación en la nube es un marco de trabajo para muchos tipos de soluciones contables. Por ejemplo, Sage Active está pensada para las pymes. Algunas de ellas crecerán y se convertirán en grandes empresas. La contabilidad online facilita este proceso de crecimiento.

Existen módulos y funcionalidades que pueden ir añadiéndose e incluso podría cambiarse a soluciones en la nube para grandes empresas.

9) La contabilidad en la nube y el equipo humano

Para el equipo contar con una solución en la nube da varias ventajas:

  • Permite que varias personas estén trabajando al mismo tiempo con la solución.
  • La contabilidad está disponible en cualquier lugar con conexión, lo que incluye los viajes y el teletrabajo.
  • La nube facilita la automatización de las tareas más tediosas.
  • Es la manera más cómoda y rápida de acceder a opiniones que reclamen intercambio de datos contables.

En definitiva, la computación en la nube ha contribuido a soluciones útiles para la contabilidad. Aporta sencillez, flexibilidad y da nuevas opciones, al tiempo que es la mejor herramienta para la seguridad de los datos y el cumplimiento normativo. 

Nota del editor: Este artículo fue publicado con anterioridad y actualizado a 2023 por su relevancia.

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