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De gallinas y cisnes negros

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No es que la economía mundial y los mercados financieros estuvieran en perfecto orden de revista antes del 2 de abril, cuando el presidente Trump anunció los aranceles. Algunos hablaban aún de sobrevaloración del Nasdaq y las grandes tecnológicas, pese a la corrección desde enero. También se observaba cierta tensión en el mercado de bonos por las emisiones de deuda de los países de la UE, como consecuencia del aumento en defensa y seguridad. Y se especulaba, sin tanto nervio, sobre cuándo el BCE y la Fed bajarían los tipos de interés. Cuestiones trascendentales todas  –con su parte de drama–, pero dentro de una “normalidad” ya desaparecida.

Todo cambió desde el 2 de abril y la montaña rusa de los últimos días, incluida la tregua de 90 días concedida por EE.UU. a la imposición de los llamados “aranceles recíprocos” –los universales del 10% se mantienen– a países que no han tomado represalias y quieren negociar. Sin embargo, la contundente respuesta de China la deja fuera de ese paréntesis, lo que ha provocado inéditas réplicas arancelarias. La mayoría del resto de países –incluida la UE– que aún no habían respondido, respiran al menos por tres meses La ruptura de las reglas comerciales globales vigentes desde 1945 causó inicialmente un caos financiero, pero también dejó mella en los intercambios comerciales y en la economía real. También deteriora, pase lo que pase al final, la confianza entre países, algo difícil de construir y fácil de desmantelar.

Los mercados de renta variable fueron los primeros en arder, con pérdidas generalizadas. Se descontaba que una guerra comercial virulenta era la antesala de una recesión global y un repunte inflacionario. Paradójicamente, EE. UU. sería el más expuesto al riesgo de recesión. También sus empresas fueron las más perjudicadas, especialmente las tecnológicas –como Apple y Tesla, por su producción en China– y otras industriales, como Nike, por su exposición a Vietnam. Todo se dio la vuelta desde el miércoles tras la pausa arancelaria con rallies del Nasdaq y Dow Jones y el resto de bolsas mundiales. Los temblores hasta entonces habían contagiado ya al mercado de bonos soberanos, en especial los Treasuriesamericanos, con un proceso de ventas sin precedente, lo que, al parecer, fue uno de los motivos principales de la tregua. En todo caso, la tensión entre EE. UU. y China parece encontrarse en una especie de juego de la gallina, a ver quién cede primero. Mientras tanto, llegan noticias de cancelación de pedidos de grandes empresas (como Amazon) a China. Por ello, la economía real global, pese a la tregua, puede seguir viéndose (muy) afectada. Hemos aprendido del caos potencial de una guerra comercial y de la incertidumbre generada por EE. UU. Confiemos en no volver al precipicio, aunque con la escalada existente con China, no puede descartarse. Sería, en toda regla, un cisne negro para la economía mundial.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Las bolsas de valores europeas

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Son ya varios años de comportamiento muy positivo en muchas bolsas de valores de todo el mundo. Hasta finales de 2024, las estadounidenses ganaban por goleada en desempeño comparadas con el resto, en especial con las del Viejo Continente. Y salían grandes volúmenes de capital desde la UE hacia Estados Unidos. Sin embargo, en lo que va de 2025, las bolsas europeas han mostrado un aumento mayor de su valor. El índice Stoxx Europe 600 ha registrado un alza en torno al 10%, con el IBEX-35 comportándose incluso mejor (crecimiento en torno al 15%). Los índices estadounidenses NASDAQ y Dow Jones apenas suben un 0,5 y un 2% respectivamente. Todo ello a pesar de la debilidad comparativa de la economía europea y la incertidumbre política que habían traído las recientes elecciones alemanas. Influye positivamente que se anticipen recortes adicionales en los tipos de interés por parte del BCE, lo que mejora la confianza de los inversores en la región.  En contraste, la economía estadounidense puede tener mayores problemas con las políticas comerciales y arancelarias bajo la administración de Donald Trump. Aunque está percibida como promercado, sus políticas podrían generar inflación, limitando la capacidad de la Reserva Federal para reducir los tipos de interés.  

El sector bancario europeo ha sido un motor clave en el desempeño reciente de la renta variable, experimentando un notable ascenso e impulsando al índice Stoxx 600 un 18% al alza en dos meses y logrando un rendimiento total superior al 90% en los últimos tres años. Se debe a sólidos resultados financieros y mayores márgenes en los dos últimos ejercicios, además de resultar baratos comparativamente. En particular, los bancos del sur de Europa han mostrado un excelente desempeño, con las entidades italianas y españolas liderando las ganancias.  Por su lado, el mercado estadounidense ha estado dominado por grandes empresas tecnológicas, que han tenido un rendimiento extraordinario en el pasado. Sin embargo, la concentración del mercado en unas pocas empresas genera preocupación sobre la sostenibilidad de este crecimiento y la vulnerabilidad ante posibles correcciones. La percepción de que las acciones europeas están infravaloradas en comparación con sus pares globales cunde entre los gestores de fondos.

En suma, los mejores rendimientos de las bolsas europeas en 2025 se atribuyen a una combinación de políticas monetarias favorables, un sector bancario fortalecido y una percepción de mayor valor futuro. Sin embargo. los mercados estadounidenses, desde la llegada de Trump, parecen enfrentar más desafíos, ante la amenaza de una posible guerra comercial con probables repercusiones inflacionarias, además del vértigo de los inversores ante las elevadísimas cotizaciones del NASDAQ, que les ha llevado a buscar valor en otras latitudes con precios de las acciones más bajos.   

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Tumulto arancelario global

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El año ha comenzado con mucha incertidumbre en el contexto comercial y económico con los anuncios de la Administración Trump de Estados Unidos de que va a imponer aranceles a numerosos productos de un buen número de países. Comenzó con sus vecinos, Canadá y México, a los que, tras un primer anuncio, ha dejado las nuevas tarifas en suspenso un mes. También a muchos productos de China y las amenazas aún no materializadas a la UE. Y a las importaciones de acero y aluminio. Esto está generando mucha incertidumbre y efectos negativos sobre la confianza inversora y empresarial. El tumulto de medidas y contramedidas puede ocasionar un daño similar al comercio global que el aumento sin más de los aranceles y el proteccionismo.

Las bolsas de valores y los mercados en general de todo el mundo han ignorado, en gran medida, hasta ahora la incertidumbre comercial y económica, con notables revalorizaciones en estas primeras semanas de año, con mejores ganancias que incluso en 2024 en el mismo periodo. Solamente el derrumbe del Nasdaq y las tecnológicas del 27 de enero tras las noticias de DeepSeek han roto la calma de los inversores. Pero esos son temas no estrictamente comerciales, aunque también reflejan la pugna entre los dos gigantes, EE. UU. y China, por el liderazgo tecnológico. El buen comportamiento de los mercados no solamente acontece en el otro lado del Atlántico, también en los europeos, que “endulzan” por ahora la tensión proteccionista y la creciente incertidumbre.

Desde las teorías de los economistas Adam Smith y David Ricardo de hace más de dos siglos, las ventajas del comercio internacional están bien fundamentadas, generando crecimiento económico para todos. Las trabas al intercambio no favorecen a nadie. Las medidas arancelarias y suspensión de las mismas que ha aplicado la administración Trump a México y Canadá durante un mes y el anuncio de una nueva fecha (4 de marzo) para imponer otros parece revelar las dudas de que esta estrategia proteccionista pueda dar buenos frutos. Proteger su propia industria del exterior, como se desea en Estados Unidos con la defensa de la producción doméstica de acero y aluminio, no solamente los encarecerá, sino que además puede ocasionar problemas en la cadena de valor, ya que aquel país precisa de importaciones de ambos materiales. Una desdicha, en todo el sentido de la palabra. Asimismo, si se sigue con estas medidas y los países afectados toman acciones recíprocas, la inflación probablemente aumentará –con las consecuencias de restricción monetaria de algún tipo– sino que todo ello además terminará impactando negativamente en la inversión y el crecimiento. La inteligencia artificial impulsará la economía, pero la actividad industrial –si tiene problemas o encarecimiento del suministro– puede mermar ese impulso si se cortocircuita el comercio. Se llama inconsistencia de las políticas económicas aplicadas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Auge de la inversión extranjera y atonía nacional

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Entre los diversos desafíos que plantea la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., uno de los más relevantes para la economía española atañe a los cambios que podrían producirse en la localización del capital productivo. La española ha sido una de las economías más favorecidas por los flujos de inversión directa extranjera durante el periodo reciente, jugando un papel crucial en el diferencial favorable de crecimiento en relación a los principales socios europeos. Y compensando, de momento, el comportamiento decepcionante de la inversión nacional.    

En los últimos dos años, la inyección de capital foráneo en nuestro tejido empresarial supera los 71.000 millones de euros, más del doble que Francia, un 50% más que Italia y prácticamente lo mismo de lo que ha recibido Alemania (una economía, sin embargo, de un tamaño casi tres veces superior a la nuestra). El estímulo no solo es de gran magnitud, también aporta una financiación que se caracteriza por su persistencia, con el objetivo de ensanchar el potencial del aparato productivo, mejorar su eficiencia o incorporar nuevas tecnologías. No se trata, por tanto, de una mera adquisición de activos financieros o de operaciones de naturaleza especulativa, volátiles por definición. La inversión directa representa una apuesta a largo plazo de los inversores foráneos, respondiendo a una valoración positiva de las perspectivas de la economía real


EE.UU. es el principal inversor en la economía española, representando casi el 20% de la capacidad total instalada por las corporaciones extranjeras en nuestro país (conforme a datos de stock de 2022). Su presencia es notable en sectores clave como la energía, las telecomunicaciones, la industria química o el automóvil. La entrada de capital estadounidense, sin embargo, ha tendido a disminuir estos últimos tiempos como consecuencia de algunas desinversiones: las operaciones de salida se elevan a cerca de 500 millones de euros durante los dos últimos años. 

Se desconocen las causas de esta pérdida de capital: ha podido influir la aplicación de potentes incentivos a la repatriación de empresas en el marco del Inflation Reduction Act de la Administración Biden. De cara al futuro, los recortes de impuestos a las empresas anunciados por Trump, la imposición de aranceles a las importaciones o el despliegue de nuevos incentivos a la inversión en territorio norteamericano podrían redundar en nuevas desinversiones. 

Si bien este es un riesgo a tener en cuenta, es probable que las eventuales salidas se produzcan de manera escalonada en el tiempo, ya que se trata de un capital relativamente estable que no es fácil desplazar. En todo caso, el foco de atención debería estar en paliar nuestras propias debilidades. En primer lugar, el dinamismo de la inversión directa extranjera contrasta con la debilidad a nivel nacional. Esta paradoja refleja en parte el tamaño empresarial: los inversores extranjeros tienden a focalizar sus operaciones en torno a grandes corporaciones, obedeciendo a dinámicas globales en las que España aparece en buena posición. Sin embargo, la inversión nacional procede en buena medida de pequeños negocios, muy sensibles a factores locales como la multiplicación de barreras regulatorias y administrativas que fragmentan el mercado interno, o percepciones de inseguridad jurídica. 

Por otra parte, los socios comunitarios, junto con Reino Unido, siguen apostando por las inversiones en el tejido productivo español, totalizando más del 80% de las nuevas operaciones en los últimos dos años. Es probable que una profundización de la integración europea desencadenase un impulso inversor adicional, aprovechando las ventajas competitivas de los sectores más pujantes. 

En suma, el entorno global es desfavorable, pudiendo lastrar la entrada de capital foráneo, uno de los principales artífices del buen momento económico. Pero conviene redoblar esfuerzos para superar las trabas a nuestra propia inversión y a la modernización tecnológica, sin dejarse distraer por el seísmo que empieza a sacudir el tablero económico global.

INVERSIÓN NACIONAL | En el tercer trimestre del pasado ejercicio, último dato disponible, la formación bruta de capital fijo se situó un punto porcentual por debajo del nivel alcanzado antes de la pandemia (tercer trimestre de 2019). El resultado es que la inversión es la única variable de demanda que no se ha recuperado todavía del golpe asestado por la crisis sanitaria. Destaca el déficit de inversión de construcción (-1,9 puntos), si bien un descenso es también perceptible en el segmento de maquinaria, bienes de equipo y material de transporte (una décima porcentual).   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Las ‘big tech’: suma y sigue, pero con incertidumbres en el horizonte

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Contar con grandes empresas tecnológicas como Microsoft, Google, Amazon, Nvidia, Apple o Meta concede grandes beneficios a un país como Estados Unidos. También a China, con sus Alibaba, Tencent, WeChat o AntFinancial, aunque su menor expansión global —por las peculiaridades y restricciones geopolíticas del país asiático— las han alejado del foco público internacional en los últimos cinco años. Se habla de las big tech norteamericanas, especialmente tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales.

Los compromisos y promesas del presidente electo para potenciar la inteligencia artificial (IA) así como con el mundo cripto auguran una nueva época en la trayectoria de estos gigantes empresariales. La tentación es pensar que todo va a ser de color de rosa para las grandes tecnológicas. Continuarán teniendo vientos a favor en los próximos años, algo que ya han reflejado sus valores en los mercados. Sin embargo, hay desafíos y riesgos en su actividad que harían bien en ponderar sus ejecutivos.

El hype de las big tech continua. Su valoración de mercado —que marca claramente la evolución del Nasdaq— en las últimas semanas, suma y sigue. Puede que el rally por el resultado de las elecciones presidenciales se esté agotando ya, pero continúa sorprendiendo que después de tantos años de subidas, el crecimiento de los precios de las acciones de esas tecnológicas en el último año, en especial, Nvidia, la productora de microprocesadores, con un aumento de su valor que supera ampliamente el 200% al de hace doces meses, Amazon con más de un 140%, Meta con casi un 90% o Google (Alphabet) por encima del 40%. Microsoft con un modesto 17% y Apple con un valor similar al de hace un año.

Las fuertes expectativas sobre el potencial de la IA influyen decididamente. El mercado premia incluso más a las que más están apostando —entendiendo que, con acierto— por la IA y los servicios cloud (de la nube). Muchas veces se ha comentado el caso Nvidia. Es cierto que sus ingresos se han duplicado en el último año, pero su valor de mercado ha ido mucho más allá. La enorme cantidad de microprocesadores que tienen que comprar —a Nvidia, mayoritariamente— puede animar a empresas como Microsoft, Amazon o Google a fabricar sus propios chips. Esto puede atraer a otros competidores más pequeños, por lo que Nvidia se puede enfrentar a una mayor rivalidad. Aún es pronto para afirmar que eso se producirá con seguridad, pero con un entorno tan dinámico como el tecnológico, y con los desarrollos de la IA, que pueden ser explosivos, se auguran unos años muy interesantes en el sector. Con ganadores, pero también seguramente con sorprendentes perdedores.

El efecto Musk

Y en eso va a llegar el Gobierno de Donald Trump, que además cuenta con una de las figuras más reconocibles entre las grandes tecnológicas como Elon Musk. Asumirá competencias para aumentar la eficiencia en la pesada administración estadounidense (liderando el Departamento de Eficiencia Gubernamental, o DOGE por sus siglas en inglés, un claro guiño a la criptodivisa de preferencia de Musk) pero seguramente será su principal consejero en temas tecnológicos. La visión y opiniones de Musk (principal accionista de la red social X, de Tesla o SpaceX) no son compartidas con muchas otras tecnológicas, por lo que no necesariamente los próximos años serán de vino y rosas. Sobre todo, posiblemente para las empresas que apoyaban claramente a los demócratas en la pugna electoral. Las big tech no son un sector monolítico y se va a notar. Es cierto que el entorno aún más liberal de la IA que Trump y Musk pueden promover, por ejemplo, en materia de privacidad o protección de los usuarios comparado con el de otras latitudes —Europa, por ejemplo—, podría beneficiar a todas las grandes tecnológicas.

Eso sí, a pesar del volumen ingente del dinero que está fluyendo en esa dirección, ni todas las inversiones en IA van a tener el mismo éxito ni dar la misma rentabilidad. Asimismo, las cuestiones legales y antimonopolio les pueden afectar. En las últimas semanas se ha hablado mucho de las investigaciones antitrust en Estados Unidos sobre algunas de estas empresas, que podrían requerir forzosamente desinversiones o ventas de negocios. Sin embargo, la llegada de Trump es una incógnita sobre estos procesos legales antimonopolio en los mercados tecnológicos. Puede ir en cualquier dirección, afectando a unas empresas y a otras no, con claros efectos asimétricos.

Estados Unidos, por tanto, puede reforzar su ya gran ventaja competitiva con respecto a Europa y otros países en materia tecnológica. No solamente porque dominan la oferta sino también por una regulación menos restrictiva, con muchos riesgos para todos, sin duda, si no hay contrapesos y garantías. Y también por la enorme cantidad de datos —de muchos años—, el gran insumo de la IA, que pueden emplear en esa tecnología. Es difícil que, desde el lado de la oferta, otro bloque como la UE pueda competir, pero sí que debe alentar, dentro de su esquema legal más garantista, la acumulación de datos —vamos muy rezagados—, necesarios para sacarle verdadero provecho de la IA en todos los campos económicos y sociales, incluida la salud y no perder definitivamente este tren tecnológico. Sin un gran volumen de datos a disposición, no hay IA exitosa. Las políticas de la nueva administración republicana, no exenta de riesgos para, al menos, parte de las big tech, pueden reforzar todavía más la ventaja comparativa del lado estadounidense.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Los mercados financieros con Trump 2.0

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La preocupación de muchos analistas políticos europeos y americanos contrasta con el comportamiento optimista de los mercados financieros tras la victoria de Donald Trump en las presidenciales de EEUU. Un rally que muchos creen que, al menos, llegará hasta fin de año. Llueve sobre mojado. Se revaloriza lo que ya estaba en máximos históricos en renta variable de ese país. Las rebajas fiscales prometidas por Trump y las expectativas liberalizadoras de la economía —en particular en el ámbito tecnológico, en un país líder mundial con sus BigTech— explican en gran parte ese optimismo desbordado. Las ganancias también han alcanzado plazas financieras europeas, aunque menos intensamente. Los menores tipos de interés están ayudando, pero hay nubarrones ante un Estados Unidos más proteccionista.

Dos elementos de los mercados merecen la atención con la nueva administración republicana. El primero es el actual (y elevado) valor del NASDAQ y otros mercados de renta variable. Máximos históricos continuamente. Se entiende que una promesa de menores impuestos impulse la renta variable. Sin embargo, estas ganancias persistentes —especialmente de las tecnológicas— tienen también mucho que ver con las grandes expectativas que se tienen sobre los nuevos avances en el ámbito de la Inteligencia Artificial (IA), donde se está invirtiendo cientos de millardos de dólares. La IA es la gran palanca de crecimiento económico. La nueva administración republicana probablemente la potenciará aún más con una regulación más laxa que en otras latitudes (la UE, por ejemplo), favoreciendo a sus BigTech. La tremenda valoración de la empresa de microprocesadores NVIDIA es el ejemplo más ilustrativo. Los inversores siguen estando cómodos así, pero el riesgo es que esta aparente burbuja de activos se corrija bruscamente. Se echa de menos más contundencia reclamando prudencia por parte de las autoridades americanas. En cuanto a la UE, se encuentra en una encrucijada histórica —señalada en los dos informes de Enrico Letta y Mario Draghi— para no perder el tren tecnológico global de la IA pero también en otros sectores, como el energético o financiero. Es su momento de la verdad en estas industrias, más aún con el nuevo panorama en EEUU.

El segundo caso, aún de mayor riesgo, es el impulso a los criptoactivos, promesa electoral de los republicanos. Y ya se han producido notables ganancias para Bitcoin, entre otros. Es un terreno ya de por sí muy peligroso, con los enormes vaivenes de su valoración, que no siempre es fácil explicar.  Con especulación y manipulación de precios. Si con una regulación más favorable se amplía el uso de las cripto a mayores capas de la población, muchos de ellos desconocedores de sus riesgos, aumenta notablemente la amenaza para el futuro de la estabilidad financiera. En suma, mayores ganancias a corto plazo y muchos mayores riesgos e incertidumbre a medio plazo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Cómo puede prepararse Europa para las turbulencias comerciales con Trump

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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reactivado temores sobre un posible deterioro en las relaciones comerciales entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con un enfoque renovado en el proteccionismo y los aranceles, Europa enfrenta desafíos importantes para proteger su competitividad y prosperidad económica.

En el último episodio de Future is Blue, el podcast sobre economía europea promovido por Funcas, intervinieron dos destacados expertos: Alicia García-Herrero, Senior Fellow en Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis, y Raymond Torres, director de Funcas Europe. Durante la conversación, se abordaron los posibles impactos de las políticas de Trump en las relaciones transatlánticas y las formas en que Europa puede prepararse para una posible guerra comercial.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí

El impacto de nuevos aranceles

Uno de los principales riesgos que se discutieron fue la reactivación de los aranceles generalizados que podrían golpear sectores clave de la economía europea, como el automovilístico, químico o cualquier industria en la que Estados Unidos tenga déficit comercial. Según García-Herrero, “todo apunta a que esta vez serán aranceles generalizados”, lo que podría erosionar la confianza empresarial en las cadenas de suministro globales.

La incertidumbre que generan estas políticas puede retrasar aún más la recuperación económica en Europa, especialmente en un contexto donde ya existe debilidad en la inversión, como señaló Torres durante la conversación.

La amenaza para la industria automovilística

Alemania, como uno de los mayores exportadores de automóviles, podría ser uno de los países más afectados. Los fabricantes europeos, para evitar los aranceles, podrían verse obligados a localizar su producción en Estados Unidos o en países con acuerdos comerciales favorables, como México. Sin embargo, esta estrategia tiene un alto coste logístico y financiero, además de poner en riesgo la competitividad europea frente a la creciente competencia de fabricantes chinos.

Como señaló Torres, si Trump intensifica los aranceles contra los automóviles chinos, “China podría aumentar sus exportaciones hacia Europa, creando una competencia feroz en un momento en que los fabricantes europeos ya están rezagados en el mercado de vehículos eléctricos”.

¿Una oportunidad para la integración europea?

No todo son ser malas noticias. Estas tensiones también podrían servir como catalizador para acelerar la integración europea. Con el informe Draghi aún fresco, proyectos como la Unión de Mercados de Capitales podrían cobrar mayor impulso. No obstante, García-Herrero advierte sobre la debilidad política en países clave como Francia y Alemania, lo que podría dificultar la adopción de reformas necesarias para fortalecer la posición de Europa.

Diversificar para resistir

Otra estrategia clave es la diversificación de socios comerciales. Fortalecer las relaciones con mercados emergentes en Asia, América Latina y África podría ayudar a Europa a reducir su dependencia de Estados Unidos y China. Torres recomienda que “Europa se involucre con otros socios, no solo con Estados Unidos y China… Esto compensaría las dificultades en otras áreas”.

En este contexto de tensiones comerciales y transformación global, con China y Estados Unidos en una carrera vertiginosa por el dominio geopolítico del nuevo mundo, la unidad de los europeos y la profundización de la UE son indispensables.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí.

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Tras las elecciones de EE UU: hacia un mundo más transaccional

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Los últimos cuatro años bajo la presidencia de Joe Biden en Estados Unidos han resultado ser un paréntesis entre las dos Administraciones de Donald Trump, tras su holgada victoria del pasado día 5. Se está especulando mucho sobre cómo será esa segunda presidencia de Trump y las repercusiones económicas, políticas y sociales que tendrá en su propio país y a escala global. Muchos Gobiernos y analistas esperan con preocupación esta segunda etapa del futuro presidente republicano. Su campaña fue agresiva y hasta cierto punto amenazante en muchos asuntos. Su afán por impulsar sin contemplaciones la producción y las empresas norteamericanas, sobre todo las tecnológicas, fue uno de los principales mantras. No cabe duda de que, si cumpliera todo lo que se comprometió, su país y el mundo sufrirían una gran disrupción económica y social. Habrá que esperar.

De entrada, a escala nacional, es más que probable una reducción de impuestos y, aunque Trump se ha comprometido a reducir el gasto público, está por ver si finalmente disminuirá este. Por ello, si la bajada de impuestos es mayor que la caída del gasto público, el déficit público persistirá, con lo que la inflación podría rebotar, con las consecuencias bien conocidas. La Reserva Federal pasará a tener más cautelas a la hora de continuar bajando los tipos. Esto podría tener efectos sobre lo que otros bancos centrales decidan –como el BCE, por ejemplo– en materia de precio oficial del dinero. En todo caso, sus mayores tipos de interés favorecen y lo continuarán haciendo la apreciación del dólar, y pueden generar algunas tensiones en los mercados financieros, sobre todo en las economías emergentes más dependientes de esa divisa. Por tanto, alguna turbulencia financiera a la vista.

La inmigración ha sido uno de los temas de mayor controversia en la campaña electoral. A escala doméstica será una de las varas de medir de los logros de la nueva presidencia en el corto plazo. Por ello cabe esperar algunas medidas antimigratorias llamativas en las primeras semanas del mandato, que pueden generar tensiones con sus países vecinos y minar las relaciones económicas. Parecen ignorarse los efectos positivos de la entrada de nuevas personas en un país, y sorprende lo poco que se comenta el gran potencial que ha supuesto para Estados Unidos la entrada de trabajadores y de talento foráneo en estos años. Los beneficios superan ampliamente a las posibles desventajas.

Además del comentado dinamismo de su mercado de trabajo, Estados Unidos cuenta con una economía con mayores grados de flexibilidad que la mayor parte del mundo occidental. Asimismo, ha demostrado –excepto, quizás, respecto a China y algún emergente– sus comparativamente elevados dinamismo e innovación, que le ha llevado a mejorar su productividad, gozar de mayor crecimiento macroeconómico y situarse en la frontera tecnológica del mundo.

Una mayor liberalización –es muy probable que ocurra– de los sectores productivos y tecnológicos reforzará esa ya elevada ventaja competitiva que Estados Unidos lleva a la Unión Europea y otros países. En todo caso, la excesiva liberalización, sobre todo en el ámbito tecnológico, no está exenta de riesgos. Sobre todo en todo lo relacionado con las criptos, que Donald Trump ha afirmado que impulsará. Por su parte, se pueden exacerbar riesgos en el ámbito de la ciberseguridad y de control de la inteligencia artificial. La IA es, sin duda, la principal fuerza motriz de las inversiones en el mundo hoy en día, pero con riesgos crecientes que una excesiva desregulación puede llevar demasiado lejos.

El proteccionismo es otra de las grandes directrices de su segundo mandato, tal y como lo fue en el primero. Hay que reconocer que Joe Biden también practicó una estrategia proteccionista, aunque su talante fue más negociador y multilateral. En los próximos años, cabe esperar un recrudecimiento de la guerra comercial con China, combinada con la pugna tecnológica y los conflictos geopolíticos, un cóctel de alto voltaje. La UE y otros países también sufrirán probablemente el nuevo proteccionismo, con una subida de los aranceles, aunque estén lejos de los niveles de estas tarifas para los productos chinos. En todo caso, todo ello no ayudará a que la economía mundial esté cómoda, y el crecimiento económico se puede resentir.

Para la UE, los próximos años son cruciales. Los informes de Letta (sobre mercado único) y Draghi (sobre competitividad) apuntan a hojas de ruta que Europa no puede obviar. Hay que tomar medidas drásticas para reforzar la innovación, la productividad y la integración de mercados estratégicos. Tener mayores aranceles para exportar a Estados Unidos no ayudará. Tampoco favorecerá una posición de enfrentamiento con la Administración Trump. Ya no sirvió a los europeos en nada en el primer mandato del republicano.

Sabiendo que el presidente electo tiene un carácter transaccional, Europa hará bien en llegar a acuerdos en las materias que sean razonables y sean una vieja demanda de Estados Unidos. Por ejemplo, Trump valoraría positivamente un aumento significativo en gasto en defensa por parte de los europeos –algo que, en todo caso, se necesita sí o sí ante los crecientes conflictos geopolíticos–, y, si se acomete, su espíritu transaccional posiblemente permitiría un mejor tratamiento en comercio o en cualquier otra área hacia la UE.

Esta vez, los europeos haríamos bien en adoptar una visión más transaccional, para llegar a acuerdos de mínimos con Estados Unidos y evitar lo peor de un enfrentamiento o enfriamiento de las relaciones, que perjudicaría a todos. Menos temor a lo que se viene –reconociendo que es mucho– y más capacidad de transaccionar.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Tribulaciones globales

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Este 2024 electoral se cierra con las presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre. De lo que allí se decida probablemente se abra un nuevo ciclo político internacional con ramificaciones económicas. Si gana Donald Trump, se puede volver a las tensiones comerciales proteccionistas y geoestratégicas de cuatro años atrás. Sin embargo, no hay garantías de que desaparezca esta tensión internacional si ganara Kamala Harris, como se ha demostrado en la presidencia de Joe Biden, de la que la formaba parte, con políticas proteccionistas como la Inflation Reduction Act, que incentiva y promueve con ayudas de Estado las inversiones mediante la fabricación nacional. Aun así, una victoria de Trump apunta más claramente a subida de aranceles y más proteccionismo. Harris probablemente adoptaría una visión más multilateral, pero, en el fondo, esa política no desaparecería. Como esta semana el FMI ha alertado, esas estrategias dañan el comercio y deteriorará el crecimiento global.

Ese proteccionismo se dirigirá sobre todo a China, el otro gran gigante comercial, y con el que Estados Unidos lleva un “contencioso” comercial y geoestratégico desde hace años. El país asiático es la mayor amenaza competitiva productiva y tecnológicamente. Los coches eléctricos son el elemento principal del conflicto, en el que la UE también está subiendo aranceles. Dos ángulos deben considerarse. Por un lado, las tensiones existentes para lograr la supremacía tecnológica. Con dos modelos muy distintos, y cada una con grandes empresas tecnológicas que dividen el mundo en dos. Por otro, la competencia china en muchos bienes se considera desleal, especialmente en los coches eléctricos. Europa se ha quedado en claro fuera de juego, a pesar de su mayor énfasis en políticas industriales sostenibles, en la competencia de los coches eléctricos. En cualquier caso, Europa debe, sí o sí, aumentar su competitividad global. China ha amenazado con responder a los aranceles de la UE. No ayuda al gigante asiático el que su economía despierte crecientes dudas y algunas de sus fortalezas pasadas —alta natalidad y mano de obra barata— estén desapareciendo. Otras incertidumbres políticas internacionales de China —sus vínculos con Rusia, Irán y Corea del Norte, por ejemplo—, y las crecientes tensiones con Taiwán dificultan aún más el acercamiento entre bloques. 

Este entorno comercial y económico turbulento viene acompañado de conflictos geopolíticos, como las guerras de Ucrania y de Oriente Medio. Ninguna parece mejorar, aunque el resultado de las elecciones en EEUU puede suponer un punto de inflexión. Salvo el tremendo efecto inflacionario inicial de la guerra de Ucrania, el impacto negativo sobre la macroeconomía global ha sido menor del esperado, lo que demuestra que ahora parecen gestionarse mejor estas crisis. Incluso Rusia ha notado mucho menos los efectos del embargo, gracias al desarrollo de un sistema de pagos alejado de dólar en el que el oro —con valoración disparada— y las criptodivisas, entre otros, juegan un papel importante. Este modelo de pagos alternativo también puede tener consecuencias impredecibles en este entorno mundial atribulado.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Europa se queda atrás en la carrera de la IA. ¿Va a acelerar el paso algún día?

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Uno de los diagnósticos que recoge el informe Draghi hace referencia a cómo el exceso regulatorio de la Unión Europea está “matando a sus compañías”, en particular a las pequeñas empresas tecnológicas. Sin embargo, el problema va más allá del escaso desarrollo tecnológico en Europa. 

En junio de este año Apple anunció su decisión de retrasar la implementación de su actualización de software con inteligencia artificial (IA) y otros servicios en Europa debido a la regulación comunitaria[1]. Este no es un caso aislado. Empresas como Google y Microsoft también han retrasado la introducción de sus innovaciones (Brand y Copilot, respectivamente) en Europa por temor a no cumplir con los requisitos regulatorios. La gota que ha colmado el vaso ha sido el anuncio de OpenAI de no traer a Europa, de momento, sus últimos desarrollos que, por ejemplo, permiten acceder a una descripción clara del entorno a personas con problemas de visión. Toda vez que el continente no dispone de sus propias tecnologías y depende en gran medida de las que se desarrollan en Estados Unidos, el hecho de que los europeos no puedan acceder a las mismas herramientas para su trabajo y vida cotidiana que los estadounidenses frena, en términos comparativos, el aumento de su productividad. 

Además del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) que entró en vigor en 2018, la Unión Europea ha puesto en marcha sucesivas legislaciones en los últimos tres años que no han sido bien recibidas por el sector tecnológico europeo: la Ley de Servicios Digitales (Digital Services Act) en 2022, la Ley de Mercados Digitales (Digital Markets Act) en 2023 y la Ley de IA en 2024. Según la Comisaria Europea de Competencia, estas regulaciones, formuladas bajo estándares éticos, buscan garantizar la competitividad de Europa en el sector tecnológico, a pesar de que el propio sector, la evidencia comparada con Estados Unidos, y ahora el informe Draghi insistan en que la sobreregulación está lastrando el crecimiento de la productividad en Europa. 

Por supuesto, el desarrollo tecnológico no puede ser ajeno a la protección de los consumidores, de la privacidad, la seguridad y la transparencia. Tampoco se puede explicar la falta de competitividad tecnológica europea en base a un único factor. Se trata de una historia con varios villanos. La framentación del mercado de capitales y del mercado digital, la escasez de fondos de capital riesgo, así como la baja inversión en I D o la aversión al riesgo de los europeos son otros elementos que los expertos señalan como lastres para el sector tecnológico europeo. Pero tampoco cabe duda de que al sumar a estos obstáculos la sobreregulación se amplifican las ya de por sí importantes barreras existentes para la innovación en Europa.

Una encuesta realizada en diciembre de 2023 por Funcas a una muestra representativa de la población española de 25 a 64 años ha puesto de relieve que la sociedad es plenamente consciente de que la Unión Europea se ha quedado atrás en la carrera por la IA. Ante la pregunta sobre quién creen que lidera la carrera por la inteligencia artificial, un 53% de los encuestados afirma que Estados Unidos está a la vanguardia, mientras que el 43% piensa que China ocupa el primer lugar (gráfico 1). Solo un 3% identifica a Europa como líder en este ámbito. Incluso al considerar el segundo lugar en la carrera por la IA, apenas el 12% menciona a Europa. En total, solo uno de cada seis encuestados sitúan a Europa en primer o segundo lugar en la carrera internacional por la IA. 


La mayoría de los encuestados en España muestran una clara preferencia por que la regulación se centre en controlar el desarrollo y funcionamiento de la IA en aspectos como el uso, la privacidad y la transparencia. Concretamente, cinco de cada seis encuestados (83%) creen que este debería ser el principal objetivo de la regulación comunitaria en materia de IA. Solo un 14% de los encuestados opinan que la prioridad debe ser fomentar la inversión y la innovación en IA para mantener la competitividad internacional de las economías europeas.

Ahondando en estos resultados, el control regulatorio sigue siendo la opción preferida en todos los grupos de edad, sexo y nivel educativo, aunque es ligeramente menor entre los hombres jóvenes, donde aún así alcanza a dos tercios de los encuestados. Las diferencias en función del conocimiento autopercibido de la IA son mínimas, y aunque hay una variación algo mayor entre diferentes niveles de uso de ChatGPT, sigue siendo pequeña. Incluso entre aquellos que consideran la IA como una oportunidad más que una amenaza, el 82% cree que la prioridad regulatoria debería ser el control.

Estos datos constatan una paradoja significativa: a pesar del escaso apoyo para fomentar la inversión en IA como prioridad regulativa, existe una conciencia clara (y acertada) de que Europa no está liderando en este campo. De lo que quizás no existe una conciencia clara es de las consecuencias. Andrew McAfee, cofundador y codirector de la Iniciativa sobre Economía Digital en el MIT, ha ilustrado este dilema desde una perspectiva histórica: “Quedarse (aún más) rezagado en inteligencia artificial y otras tecnologías que están transformando las economías hoy en día es casi tan perjudicial para la competitividad nacional como lo fue quedarse (aún más) atrás en la máquina de vapor durante la primera revolución industrial”.

Más información en el artículo La opinión pública ante la inteligencia artificial: conocimiento, expectativas y regulación, publicado en el número 39 de la revista Panorama Social.


[1] La Comisaria Europea de Competencia declaraba estar “bastante aliviada de no recibir un servicio actualizado por inteligencia artificial en mi iPhone“.

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