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La política presupuestaria en busca de rumbo

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El debate presupuestario se ha centrado en temas importantes
que atañen a la gobernanza del sistema, pero que no abordan una cuestión clave:
¿cuál debería ser la estrategia fiscal para elevar las cotas de bienestar de
manera sostenible?

El punto de partida se caracteriza por la indefinición, con
unos presupuestos prorrogados y a falta de una propuesta para el próximo
ejercicio. Ni siquiera se han aprobado los pilares básicos como el techo de
gasto o la senda fiscal a medio plazo, objetivos que se han diluido en los
meandros parlamentarios. Bien es cierto que algunos países de nuestro entorno
comparten la misma sensación de falta de rumbo o de provisionalidad. Otros, tal
Alemania, aplican con rigidez unas reglas de desendeudamiento diseñadas en un
contexto de bonanza industrial que ha desaparecido.

La singularidad reside en el buen momento coyuntural de la
economía española, la única entre los grandes países europeos que crece por
encima de su potencial, generando una ventana de oportunidad para reducir el
agujero estructural que arrastran las cuentas públicas en el último lustro. La
primera parte del año se salda con la persistencia de un déficit apenas
inferior al registrado el año pasado (una escasa décima menos, con datos hasta
mayo del total de administraciones salvo las locales). Persiste el llamado
déficit primario, es decir el que se obtiene descontando el pago de intereses
de la deuda, cuando se esperaría al menos un equilibrio en este barómetro de la
sostenibilidad de las finanzas públicas. Entre enero y junio, los pasivos de las
administraciones se incrementaron en más de 51.000 millones de euros.

Además, la política fiscal debería pasar el relevo a la monetaria
para estimular la economía en su punto débil, que es la inversión productiva.
Se espera un gesto del BCE en los próximos días: el ajuste de los tipos de
interés, aunque limitado (probablemente un descenso de un cuarto de punto),
podría despejar las expectativas de inversión y al tiempo potenciar el efecto
multiplicador de los fondos europeos. En todo caso, en un entorno expansivo, la
coincidencia de estímulos presupuestarios y monetarios conlleva riesgos de
desvío de recursos hacia actividades menos productivas o socialmente poco
útiles. Esta superposición de estímulos también genera un exceso de demanda,
presionando los precios, particularmente en los sectores de servicios.   

Una estrategia presupuestaria más acorde con el ciclo también ayudaría a consolidar la financiación del déficit. Hasta la fecha el Estado ha logrado colocar deuda en condiciones favorables, a diferencia, por ejemplo, de Francia, que se enfrenta a una prima de riesgo tensionada. Pero ojo, porque se avecina una primera prueba de estrés con el cese total de la compra de deuda por parte del BCE: el banco central ha anunciado que se deshará de todos los bonos adquiridos durante la pandemia que llegan a vencimiento a partir del año que viene (durante el presente ejercicio todavía procede a recompras parciales). Todo apunta a que, incluso en un escenario de relajación monetaria, las nuevas emisiones de deuda entrañarán un coste más elevado que la deuda que vence.


En suma, un replanteamiento de la política fiscal es ineludible (también sería coherente con las nuevas reglas europeas, si bien este no es el principal argumento). Las prórrogas presupuestarias han sido recurrentes, pero en esta ocasión el impacto de una nueva dilación será más perceptible. Las actuales cuentas se concibieron en 2022, en un contexto sanitario, monetario y geopolítico que poco tiene que ver con la situación actual. La prolongación del ciclo expansivo, y por ende el margen de maniobra para operar reformas de gobernanza, como la de la financiación autonómica, dependen de la puesta en marcha de una estrategia fiscal creíble. Los dilemas solo pueden agudizarse, de no conseguir un consenso en torno a las grandes directrices fiscales que guiarán la economía en los próximos años.

DÉFICIT | Las restricciones derivadas de la prórroga presupuestaria se están reflejando en las cuentas del Estado, con un déficit en retroceso como consecuencia de un crecimiento moderado del gasto del 2% (durante el periodo de enero a mayo, en comparación con un año antes). La incidencia es menor en el caso de las comunidades autónomas, cuyas cuentas registran un déficit al alza y un incremento del gasto del 5,9%, casi tres veces más que el Estado. Los fondos de la Seguridad Social arrojan un equilibrio financiero, tras las transferencias recibidas del Estado. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Coyuntura de otoño

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Todavía se perciben los coletazos de la reciente reunión de banqueros centrales en Jackson Hole (Wyoming, EEUU), donde se anunció a bombo y platillo un nuevo ciclo de descensos de tipos de interés, poniendo fin a la estrategia seguida desde 2021, cuando apareció la inflación. Será un viento de cola importante para la coyuntura económica de los próximos trimestres. Aliviará la carga financiera de empresas, familias y también de los gobiernos. Llega en un momento oportuno, ante el agotamiento de la fortaleza de la demanda en muchos países, explicado en buena parte por el final del efecto “salida” tras la pandemia y de las medidas antiinflacionarias así como por las mayores restricciones financieras de los tipos de interés desde 2022. Se espera menor crecimiento económico, afectando también a los países con mejor desempeño del PIB en los últimos años, como España, Estados Unidos y otros europeos. Alemania, principal motor de Europa, continúa con un panorama macroeconómico más sombrío que el resto.

Los principales indicadores de coyuntura de la economía española seguirán mostrando una fortaleza relativa. Según las más recientes previsiones de Funcas, el PIB crecerá 2,5% este año y 2,3% en 2025, mientras que la tasa de paro, estimado según la EPA, terminará en 11,2% en el actual ejercicio y en 10,3% en 2025. Por tanto, el empleo seguirá comportándose de modo positivo a pesar del menor crecimiento hasta finales de 2025. En cuanto a la inflación, Funcas estima que este año el IPC total acabará en 3,3% y 2,3% en 2025, con valores muy similares en la subyacente. Por tanto, es posible que la inflación suba algo este otoño, con respecto a los valores actuales, debido al final de algunas medidas y alguna incidencia de la coyuntura geopolítica, como el recrudecimiento de los conflictos en Ucrania y Oriente Medio, para luego volver a bajar a lo largo de 2025. Al final, la coyuntura internacional ha afectado más al crecimiento de los precios que las propias dinámicas inflacionarias internas, como habría sido una espiral “salarios-precios” que hasta ahora no se ha materializado.

Una importante nube de preocupación para este otoño y más allá proviene de la situación política, tanto internacional como doméstica. Además de los conflictos bélicos, las elecciones presidenciales de Estados Unidos, las tensiones comerciales con China y el comienzo de una nueva era en la UE, con tantas incertidumbres legislativas, añaden elementos de riesgo. Cómo se gestionen estos desafíos marcará si la economía mundial sigue creciendo significativamente o no. En el caso de España, preocupan la falta de equilibrios políticos necesarios para sacar adelante decisiones fundamentales como los Presupuestos de 2025 o el nuevo sistema de financiación autonómica. En la actual coyuntura, ningún apoyo político parece garantizado para los grandes proyectos económicos de la legislatura. Y los problemas estructurales, como la competitividad, vivienda, equilibrio presupuestario, entre otros, han permanecido a pesar de la mejor coyuntura económica. Una mala señal estructural en un entorno hasta ahora favorable.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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El último reducto de la inflación

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Tras el sorprendente dato de IPC –un favorable 2,2% en términos interanuales, dos décimas más que la media de la eurozona en términos armonizados—nos asomamos al fin del episodio inflacionario surgido a raíz de la crisis energética y de suministros. Esto no significa que la inflación haya desaparecido (el IPC subyacente se sitúa todavía en el 2,7%), ni mucho menos que el BCE esté dispuesto a deshacer por completo el ciclo de subidas de tipos de interés. Pero todo apunta a que el shock de costes importados está dando sus últimos coletazos.


La cesta de la compra empieza a abaratarse a medida que la caída de los costes de producción se traslada a toda la cadena alimentaria. Los alimentos elaborados encadenan al menos cuatro meses de caídas y los productos frescos dos (a falta del IPC detallado de agosto), de modo que la inflación de este componente va camino de converger hacia las cotas cercanas al 2% que ya habían alcanzado los bienes industriales. La electricidad exhibe una gran volatilidad, pero no se detecta una tendencia clara. Y los carburantes se mantienen en cotizaciones asumibles, inmunes de momento a los recortes de suministro anunciados por los países productores o a las disrupciones del transporte en el Mar Rojo. 

Las expectativas, la variable clave de todos los procesos inflacionistas, no se han desanclado como se podía temer. Según la encuesta de coyuntura europea, las empresas anticipan una desescalada de sus precios de venta durante los próximos meses: el dato es relevante ya que este indicador ha resultado ser un buen predictor del IPC. Los salarios también se moderan, a tenor de los incrementos pactados en el periodo más reciente. El ajuste de las remuneraciones en el inicio del año, con un vigoroso plus cercano al 5% en el primer trimestre, obedeció a fenómenos de compensación que no parecen haberse consolidado en los convenios colectivos. 

La preocupación procede ahora de los servicios: en estos sectores la inflación está siendo más resiliente, situándose en torno al 3,5% en España e incluso acelerándose por encima del 4% en el conjunto de la eurozona. El impulso no proviene de los costes de producción o del shock energético, sino de la pujanza de la demanda, exacerbada por la falta de competencia que caracteriza estos sectores en comparación con la presión feroz a la que se ve sometida la industria manufacturera en los mercados internacionales. Desde 2019, el IPC de servicios acumula un incremento cercano al 18%, un ritmo que casi triplica la inflación de los bienes industriales no energéticos, siendo además estos últimos los más perjudicados por la crisis energética y de suministros. 

Con todo, se anticipa que el BCE reconozca los avances en el proceso de desinflación y así decida en su próxima reunión un nuevo recorte del precio del dinero. Otro argumento a favor de una relajación es la debilidad de la economía europea, y particularmente de la inversión, el componente más sensible a los tipos de interés. El crédito a las empresas no despega y los consumidores podrían mostrarse cautelosos a la vuelta del verano, según los índices de confianza. 

Pero ojo porque el banco central procederá con gradualidad hasta que la desinflación se adentre en los servicios. También querrá tantear el impacto de sus decisiones en unos mercados financieros estrechamente interconectados con los movimientos de la Reserva Federal: en este sentido, una rebaja de tipos del otro lado del Atlántico podría allanar el camino. En todo caso la escasez de mano de obra que persiste en algunos sectores en consonancia con el cambio demográfico y la multiplicación de barreras aduaneras hacen improbable que los tipos de interés acaben donde se hallaban hace unos años. El ciclo monetario, al igual que la globalización, ha entrado en una nueva era.        

ACTIVIDAD | El tercer trimestre se presenta con datos positivos para la economía española, pero con señales de debilitamiento. Los indicadores de gestores de compra retrocedieron en julio, aunque siguen en terreno expansivo tanto en los servicios como en la industria. La afiliación mantiene el pulso, si bien a un ritmo inferior que en la primavera. El principal foco de debilidad proviene del sector exterior, lastrado por una eurozona que no se recupera (el leve repunte del PMI de agosto refleja el estímulo efímero de los Juegos Olímpicos) y una economía China en desaceleración. 

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Una IA inflada financieramente

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Habrá que seguir pendiente de los posibles coletazos del derrumbe de las bolsas de valores del 5 de agosto. Fue una combinación de factores, que incluían noticias macroeconómicas de desaceleración —algunos llegaron a apuntar posible recesión en el caso de EEUU—, los efectos de la cierta perplejidad con la estrategia de tipos de los bancos centrales (en particular, la Reserva Federal y el Banco de Japón) y encontrarnos en un mes de agosto con menor actividad bursátil y mayor volatilidad. Fueron, sin duda, el detonante, aunque quizás sea exagerado pensar que Estados Unidos va de cabeza a una recesión. Su economía muestra dinamismo y resiliencia, a partes iguales, desde hace tiempo. No es que esos factores hayan desaparecido, pero hay uno más estructural, que preocupa más, y visible tras la desaparición de la niebla de las especulaciones. Y es la sobrevaloración de los mercados de valores —sobre todo los de EEUU— persistente durante varios años, con continuos rallies, la que nos puede volver a dar sustos importantes.

El caso que merece un aparte es el de las grandes compañías tecnológicas y de todas aquéllas con perspectiva muy optimistas por el favorable impacto de la Inteligencia Artificial (IA). Explican gran parte del boom del Nasdaq de estos años. Son empresas con una gran realidad presente por sus capacidades en la gestión de información y datos y consiguiente incremento de productividad. Presentan un gran potencial futuro por todas las aplicaciones de IA que están desarrollando. El caso más claro es el Nvidia, que ha visto multiplicado varias veces su valor de mercado en los últimos años por su posición dominante en la producción de procesadores y chips que necesita la tecnología de IA. Es cierto que compañías BigTech como Microsoft, Alphabet (Google), Meta o Amazon están invirtiendo decenas de miles de millones dólares para desarrollar nueva infraestructura de IA, que en gran parte está yendo a parar a Nvidia, aunque también ha alimentado la aparición de competidores a esta última. Sin embargo, la percepción actual es que el valor de estas empresas ha aumentado excesivamente por encima de las ganancias actuales e incluso las que se producirán en los próximos años, plazo que los mercados suelen considerar razonable para reflejarlo en el valor de las acciones. Es como si los inversores hubieran pensado hasta ahora que no fallaría ninguna de las aplicaciones de IA, o que todas verían la luz y serían un éxito para la productividad. La fuerte expectación (hype) en algunas de esas empresas no tiene por qué materializarse en buena parte. Así, desde junio el valor de mercado de estas tecnológicas ha bajado en torno al 20%. E inversores como Warren Buffet han disminuido su exposición a las acciones de alguna tecnológica (Apple) a la mitad, por su menor confianza en su revalorización futura. Los nubarrones financieros no desaparecerán si los valores de estas empresas —con un enorme potencial, pero que debe materializarse aún— vuelven a experimentar aumentos significativos sin números —no expectativas solamente— que los respalden.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La desaceleración va por barrios

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Por los datos conocidos esta semana, hay diferencias significativas en la evolución del PIB en las grandes economías. Se esperaba un empeoramiento generalizado y no ha sido así. La Unión Europea continúa con sus dudas de largo plazo, muy influenciadas por la actividad económica de Alemania y otros países del Norte de Europa. Un caso raro en la historia reciente, pero una realidad digna de análisis y con muchos interrogantes en la actualidad. Por ejemplo, Alemania mostró una contracción de su PIB del 0,1 % en el segundo trimestre de 2024. Francia, en cambio, mostró un comportamiento más favorable —algo casi inesperado— y creció un 1,1 % en el mismo periodo. España —con un crecimiento interanual del 2,9 % actualmente— no sigue la pauta del conjunto de la eurozona, y muestra unas tasas de crecimiento significativamente superiores tanto a la media del grupo como a las grandes economías continentales. En todo caso, el comportamiento menos fuerte de la demanda interna apunta a que en los próximos meses esa tasa de crecimiento será algo menor. Según las previsiones de Funcas, la economía española crecerá un 2,5 % este año y solamente un 1,8 % en 2025.

Los datos macroeconómicos de Estados Unidos esta semana, junto con la reunión de la Reserva Federal, parecen apuntar que, aunque su PIB exhibe una gran fortaleza comparativa, y la inflación parece haber tomado la senda adecuada hacia el deseado nivel del 2 %, el comportamiento del empleo no es tan positivo, con un creciente número de despidos —que solía ser un indicador adelantado de recesión—, con un aumento de más del 0,4 % de la tasa de paro. No parece que esta vez esa mala evolución de los despidos esté augurando recesión, pero sí que ha marcado parte de la agenda de la Reserva Federal, que este miércoles decidió no tocar los tipos de interés, aunque ha aumentado la probabilidad de bajarlos en su reunión de septiembre, algo impensable hace unas semanas. Muchos vaivenes en la Fed desde hace año y medio, con anuncios en diferentes direcciones. Ahora parece que la buena senda de la inflación —en todo caso, no culminada— y los “no tan buenos” datos del empleo aconsejan adelantar una disminución de tipos. Eso sí, se ha pospuesto a la reunión de septiembre, con la prudencia que suele caracterizar a los bancos centrales.

Habrá
que esperar un trimestre más para comprobar si la desaceleración en algunos
países es puntual o un cambio más persistente de tendencia que afecte al
conjunto o a una mayor parte del mismo. Cabe esperar que, por ahora, en
economías con un mayor crecimiento en los dos últimos años —léase Estados
Unidos, o incluso, España—, no parece que vaya a descarrilar esa progresión de
hoy a 2025, solo aminorarla. Eso sí, no son inmunes, sobre todo la española,
que tanto depende de Europa. Preocupa más lo que pase con economías como
Alemania, que lleva tiempo entre las dudas y cierta flojera por su
especialización industrial y el cambio de modelo productivo en marcha. Una de
las pocas buenas noticias de ese frenazo de la economía puede ser que el
probable decaimiento de la demanda podría acelerar aún más la reducción de la
inflación.

La
desaceleración económica no es, por tanto, uniforme y presenta matices
importantes según la región y el país. Las decisiones de política económica,
tanto en su vertiente nacional como internacional, jugarán un papel
determinante en la evolución de la economía global en los próximos trimestres.
La inteligencia artificial y las tecnologías emergentes prometen valiosas en la
estimación de las complejas predicciones macroeconómicas así como en la
formulación de políticas, ofreciendo nuevas perspectivas y análisis más
precisos. La gestión eficiente de estas capacidades tecnológicas puede
proporcionar una ventaja competitiva a los países que las adopten
tempranamente, ayudándoles a anticipar cambios y a llevar a la práctica medidas
correctivas con mayor celeridad.

Pensando en un plazo más largo, los retos se mantienen en lo fundamental. A la espera de lo que acontezca en las elecciones presidenciales de EEUU —con dos propuestas muy distintas de Donald Trump y Kamala Harris—, la colaboración internacional será esencial para enfrentar desafíos globales como el futuro uso de la inteligencia artificial y su posible regulación. Europa no puede perder el tren de la IA y de su gran potencial de generar crecimiento y aumentos de la productividad, por lo que la regulación que se establezca en este lado del Atlántico tiene que ser compatible con el desarrollo del potencial de esta tecnología. Por su parte, otro asunto de colaboración internacional como es la transición hacia economías más sostenibles y verdes ofrece nuevas oportunidades de crecimiento, pero también requerirá inversiones considerables, una reestructuración de ciertos sectores industriales y unos tiempos de implementación más realistas. Es probable que la Unión Europea flexibilice esos plazos, que pueden favorecer el crecimiento a corto plazo también. Finalmente, la educación y la formación continua serán claves para adaptarse a los cambios tecnológicos y económicos. Los trabajadores deberán adquirir nuevas habilidades y conocimientos para mantenerse competitivos en un mercado laboral en constante evolución. Las políticas públicas deberán apoyar este proceso de aprendizaje continuo, fomentando la innovación y la creatividad. Sin olvidar que la pugna por retener y captar talento —sobre todo con capacidades digitales— es global. Los países con los mejores proyectos y mayores remuneraciones tendrán más probabilidad de atraer ese talento. En el caso de Europa, y en concreto de España, además de una estrategia para atraer inversión e innovación, es fundamental contar con esos recursos humanos con elevadas capacidades para poder volver a recuperar la competitividad y productividad, tan necesarias para el crecimiento y el bienestar futuro.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La economía sorprende, a la espera de un relevo

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Pasado el ecuador del año, la economía española arroja un balance positivo, superando netamente las previsiones, si bien con nubes en el horizonte. El avance del PIB ha sorprendido al alza, tanto por su vigor (un 0,8% en el segundo trimestre, igual que el anterior) como por la fuerza del sector exterior, que explica más de la mitad del crecimiento registrado en lo que va de año.

Aparte del
tirón del turismo, las empresas españolas mejoran su cuota de mercado en los
mercados internacionales, resultado meritorio dado el complicado contexto global.
Más sorprendente es el estancamiento de las importaciones, evidenciando la incapacidad
de las empresas extranjeras para aprovechar plenamente el tirón de la demanda
en España: las importaciones crecen a un ritmo cinco veces inferior a dicha demanda
(elasticidad del 0,2), quebrando la relación histórica (elasticidad en el
entorno del 1,2).

Se mantiene,
por tanto, el superávit de nuestros intercambios con el exterior, asegurando
una cierta robustez del proceso de crecimiento. El excedente de la balanza por
cuenta corriente incluso bate el récord cosechado el año pasado (con datos del
Banco de España hasta mayo). Por otra parte, el vigor del crecimiento ha ido de
la mano de la creación de casi 300.000 puestos de trabajo en lo que va de año,
en términos de EPA, fruto de la incorporación de más fuerza laboral (sube la
tasa de actividad, atenuando mecánicamente el descenso del paro). Y no se
vislumbra un recrudecimiento de las tensiones inflacionistas.

Con todo, es poco probable que estos resultados se repitan en el futuro. Se acumulan los síntomas de debilitamiento de la economía europea, prefigurando una pérdida progresiva de dinamismo de nuestras exportaciones, una vez pasado el sorprendente bum del turismo. La eurozona avanzó un escaso 0,1% en el segundo trimestre (descontando Irlanda, cuyo PIB está sujeto a gran volatilidad). La recaída de la economía alemana demuestra que el periodo de ajuste está siendo más complicado de lo anticipado. También preocupa el bache del consumo en EE.UU. así como sus reverberaciones en un comercio internacional marcado por el resurgimiento del proteccionismo.

Por otra
parte, es probable que la atonía de las importaciones sea pasajera, al menos en
parte, una vez que la inversión en bienes de equipo, altamente intensiva en
importaciones, se vaya recuperando, algo deseable y que parece estar en marcha,
si bien a un ritmo insuficiente para cerrar el déficit de capacidad productiva. 

Además, la
política fiscal está siendo menos expansiva: la recaudación crece en
consonancia con la economía, mientras que el gasto se frena como consecuencia
de la prórroga presupuestaria: el consumo público apenas aporta al crecimiento,
siendo éste un hecho relevante, ya que esta variable explica el 49% del avance
del PIB de estos últimos cuatro años y medio, frente a una contribución de la
demanda privada, agregado que se obtiene sumando el consumo de los hogares y la
inversión, del 5%, el 46% restante reflejando la aportación del sector
exterior.


¿Tomará el relevo la política monetaria, como sería deseable habida cuenta de la necesidad acuciante de inversión? Parece más bien que el BCE aflojará gradualmente, los últimos datos de IPC no incitando a mucho optimismo más allá del pequeño recorte de tipos de interés que se anticipa a la vuelta del verano. Nada de ello promete un estímulo suficiente para que la inversión protagonice un fuerte ciclo expansivo.

En todo caso,
es pronto para saber si la desaceleración de la afiliación, en pleno periodo
vacacional, refleja una tendencia de fondo. Influyen factores técnicos, como el
adelanto de las contrataciones a la primavera, ante el temor de escasez de mano
de obra en los sectores ligados al turismo. Pero lo más probable es que los
próximos trimestres vayan confirmando la convergencia del crecimiento a su ritmo
potencial.

DEMANDA | Frente al auge espectacular del sector exterior, el comportamiento de la demanda interna está siendo mucho más discreto. El consumo de los hogares apenas avanzó un 0,3% en el segundo trimestre, por debajo de las tasas constatadas en anteriores etapas expansivas. El consumo público subió un escaso 0,2%, evidenciando la pérdida de protagonismo de la política fiscal. La inversión, variable clave para fortalecer la capacidad productiva y reducir la escasez de vivienda, creció un esperanzador 0,9% pero se encuentra todavía muy por debajo de los niveles previos a la pandemia.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La economía mantiene un ritmo de crecimiento elevado impulsada por el sector exterior

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CNTR IIT 2024 – Avance

El PIB creció un 0,8% en el segundo trimestre de 2024 según cifras provisionales, resultado superior a lo esperado, e idéntico al registrado en el trimestre precedente. Con respecto al mismo trimestre del año anterior, el crecimiento ascendió al 2,9%.

Al igual que en el primer trimestre del año, el principal impulso al crecimiento procedió del sector exterior, que aportó cinco décimas a la tasa intertrimestral (gráfico 1). No obstante, si en el trimestre precedente el empuje procedió de las exportaciones de servicios turísticos, en este trimestre han sido sobre todo las exportaciones de bienes, mientras que las turísticas han crecido a un ritmo más moderado. Por otra parte, la aportación positiva del sector exterior ha sido el resultado, no solo del crecimiento de las exportaciones, sino también del descenso de las importaciones. Dentro de estas, han caído las importaciones de servicios turísticos (es decir, el turismo de los residentes españoles en el exterior), y han crecido moderadamente las importaciones de bienes. 


En cuanto a la demanda nacional, el consumo avanzó un 0,3%. Continúa creciendo, por tanto, a un ritmo suave, sensibelmente por debajo de las tasas habitualmente registradas en otras etapas expansivas. El consumo público, que ha moderado su crecimiento con respecto a las tasas registradas a lo largo del pasado año, se incrementó un 0,2%. La inversión en bienes de equipo, que es el componente del PIB cuya evolución resulta más preocupante, creció en el segundo trimestre, pero marginalmente, y sigue encontrándose muy por debajo de los niveles previos a la pandemia. También creció la inversión en construcción, tanto de viviendas como de otras construcciones.

Desde la perspectiva de los sectores productivos, la actividad manufacturera creció un 1,1%, consolidando así una tendencia ascendente que contrasta con la evolución negativa que presenta en el conjunto de la eurozona (gráfico 2). No obstante, el sector que ha realizado una mayor aportación al crecimiento en el segundo trimestre ha sido el agregado de comercio, transporte y hostelería, con una tasa intertrimestral del 2,8%, la mayor de toda la serie histórica que comienza en 1995, excluyendo los rebotes registrados tras la apertura de la economía posterior al confinamiento.


En cuanto al empleo, el número de personas ocupadas creció un 0,4% y el número de horas trabajadas avanzó un 1%, de modo que en el trimestre ha tenido lugar una pequeña recuperación en el número de horas trabajadas por ocupado, que en cualquier caso siguen situándose muy por debajo de las cifras prepandemia.

El coste laboral unitario descendió levemente en el trimestre, aunque la evolución trimestral contiene cierta volatilidad. El crecimiento en la primera mitad del año en comparación con el mismo periodo del año anterior, que nos ofrece una mejor imagen de su tendencia, ha sido del 4,5%. El excedente bruto de explotación por unidad producida, por su parte, creció un 2,3% en los mismos términos.

En suma, la economía sigue expandiéndose a un ritmo vigoroso, superior al previsto, impulsada fundamentalmente por el sector exterior, mientras que la demanda nacional mantiene un tono, si no de debilidad, sí al menos de moderación. Aunque se trata de una composición sana, cabe preguntarse durante cuento tiempo podrá la economía española mantener un crecimiento sustentado en el sector exterior si la eurozona, que se encuentra en una situación prácticamente de estancamiento, no comienza pronto a remontar.

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Contrapesos ante la recaída europea

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El sector exterior, uno de los principales pilares del crecimiento de estos últimos años, se enfrenta a un desafío importante: la economía europea, es decir, el principal mercado de nuestras exportaciones, está dando señales inquietantes. Se esperaba que la tímida mejora constatada en el inicio del año se iría afianzando, para así dejar definitivamente atrás el golpe de las múltiples crisis que han golpeado el continente. En sus previsiones de junio, el BCE pronosticaba un avance del PIB de la eurozona del 0,9% para este año, tres décimas más que en marzo, y en el entorno del 1,5% en los próximos dos ejercicios, siendo este un ritmo de crecimiento similar al registrado antes de la pandemia. Una especie de vuelta a la normalidad.

La realidad se asemeja más bien a una desaceleración envuelta en muchas incógnitas. La industria europea no levanta cabeza (el indicador PMI permanece en terreno contractivo), mientras que la actividad se modera en los servicios (el PMI se acerca al umbral que marca el estancamiento). Tampoco despega el crédito con vencimientos a largo plazo, siendo ésta la financiación más estrechamente asociada a la inversión productiva, variable crucial para afrontar las diferentes transiciones. Solo repuntan los préstamos de corta duración, lo que podría reflejar problemas de tesorería, y en todo caso está en consonancia con un entorno marcado por la incertidumbre.


Si la eurozona sorprende a la baja, ocurre lo contrario del otro lado del Atlántico, con un avance del PIB de EE. UU. del 2,8% en el segundo trimestre (en términos anualizados). Se agudiza, por tanto, el riesgo de descuelgue de Europa. No se trata de una recesión, pero sí de una senda de crecimiento relativamente débil que obedece a factores estructurales, como el proceso de ajuste de la industria centroeuropea, pero también a la política económica: la Unión Europea no ha encontrado todavía la respuesta a las políticas industriales y comerciales de las otras grandes potencias. De momento, la iniciativa más operacional consiste en la reactivación de las reglas fiscales, redundando en un esfuerzo simultaneo de contención de los déficits, incluso en las economías renqueantes.

Todo confluye, en suma, en una pérdida de dinamismo de las
exportaciones de las empresas españolas. Si bien esta circunstancia ya se
produjo tras la guerra en Ucrania, sin afectar el crecimiento, en esta ocasión
el impacto podría ser más perceptible. Uno, porque la expansión del turismo
–variable que en la crisis energética actuó como factor compensador ante la
desaceleración del comercio de bienes—está tocando techo. Dos, porque la
política fiscal no dispone de margen de acción coyuntural.  

En esta tesitura el BCE debería mover ficha procediendo a un
nuevo recorte de tipos de interés en septiembre. La desinflación está siendo
desigual y sujeta a altibajos, pero la debilidad de la demanda podría ayudar a
frenar los precios de los servicios.  Los
acuerdos salariales muestran algunos síntomas de moderación tanto en el
conjunto de la eurozona como en España. Sin embargo, no hay que esperar una
rápida relajación monetaria, de modo que el estímulo que aportará el banco
central será limitado y gradual.

En principio, el bache europeo se reflejará en el dato de PIB del segundo trimestre, con un avance inferior al registrado en el primer tramo del año. La menor tracción exterior debería materializarse con más claridad en 2025, con un crecimiento ligeramente por debajo del 2%, y también una menor aportación del comercio internacional que en años anteriores. Eso sí, el crecimiento de la economía española se mantendrá en posiciones de cabeza frente a las otras grandes economías de la UE. Pero no cabe la autocomplacencia porque nuestros desequilibrios económicos y sociales solo se corrigen con una acción persistente. Y porque el riesgo de declive europeo, aunque no afecte a todos por igual, es cada día más tangible.

EPA | El número de ocupados se incrementó un 0,3% en el segundo trimestre, con datos de EPA desestacionalizados por Funcas. Son dos décimas menos que en el trimestre anterior, avalando la tendencia a una suave desaceleración del PIB. La tasa de ocupación (proporción de personas de 16 a 64 años que tienen un empleo) se aúpa hasta el 67,4%, acercándose a la media de la eurozona y superando a Grecia, Italia y Rumanía. Este último resultado se debe a que son proporcionalmente menos las personas que se integran en el mercado laboral en estos tres países.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El modelo productivo español

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El cambio de modelo
productivo es un tema recurrente del debate económico español. En comparación
con los principales socios comunitarios, el crecimiento se ha caracterizado por
una volatilidad excesiva, una baja productividad y un paro elevado, todo ello
redundando en una renta per capita languideciente, y motivando el
cuestionamiento de los cimientos sobre los que asienta nuestra economía.   

Más recientemente la voluntad de cambio se ha visto respaldada por el maná de los fondos europeos. Y efectivamente algo parece estar cambiando: tras la sucesión de varias crisis en un espacio de tiempo muy corto, se detectan señales de mejora del modelo. Sin embargo, la transformación como tal sigue siendo una tarea pendiente.

La diversificación de la estructura productiva, que se traduce en una menor dependencia del binomio construcción-turismo, es una de las principales evoluciones. Para una economía abierta como la española, disponer de varios polos fuertes de competitividad es una ventaja. A este respecto el comportamiento de los servicios no turísticos, la expansión de las energías renovables y la relativa resistencia de la industria en comparación con otros socios europeos garantizan una mayor resiliencia ante posibles shocks que en épocas anteriores. Además, el crecimiento es más robusto que en los ciclos expansivos precedentes, ya que se basa en un sólido excedente externo y no está sostenido por una burbuja financiera, ni empresas zombies que sobreviven con crédito ultra barato. El mercado laboral parece funcionar de manera menos ciclotímica, asemejándose al resto de Europa, si bien con un desempleo estructural a todas luces excesivo.

Frente a estos avances, la principal característica del modelo productivo se mantiene, o incluso se ha agudizado: la economía crece principalmente incorporando fuerza laboral, y de manera residual elevando la productividad, o disminuyendo drásticamente el desempleo estructural. Se puede incluso decir que nuestro modelo aditivo se ha perfeccionado, a tenor de la entrada de más de medio millón de trabajadores extranjeros estos últimos dos años. 

Los datos más recientes ofrecen pocas novedades: si bien la inversión productiva o en equipamiento, variable clave para desatascar la productividad, registra un repunte, sigue rezagada en relación a los niveles prepandemia. Desde 2015 la inversión ha crecido apenas un 9%, menos que los otros componentes del PIB, y también por debajo de los registros de otros países europeos. Por ejemplo, en Suecia, uno de los países punteros en términos de productividad, la inversión productiva se ha incrementado un 27% durante el mismo periodo. 

Las empresas españolas disponen de excedentes, que sin embargo no se utilizan plenamente para ensanchar la capacidad productiva. La renta disponible de las corporaciones (variable que se obtiene restando del excedente de explotación los pagos por intereses, dividendos e impuestos) se ha incrementado más que la inversión, dejando a las empresas un importante margen para desendeudarse o acumular activos. Dicho ahorro financiero equivale al 12,6% de la renta disponible, superando los registros de todos los otros grandes países europeos. Por el contrario, en Suecia el volumen de inversión excede la renta disponible de las empresas, de modo que éstas recurren a la financiación externa en vez de acumular activos financieros o desapalancarse.

El volumen de ahorro financiero podría estar moderándose, a tenor de las cuentas de las empresas del primer trimestre. La deuda ha caído hasta los niveles reducidos de principios de siglo, de modo que para muchas corporaciones tiene más sentido invertir en el negocio en vez de seguir devolviendo préstamos. La perspectiva de un descenso de los tipos de interés aceleraría este proceso, estimulando la inversión. El ligero repunte de la demanda de crédito detectado por el Banco de España en su última encuesta es otra señal. Con todo, de momento, no se percibe un punto de inflexión en el modelo productivo, ni un salto cualitativo como consecuencia de los fondos europeos. 

 INVERSIÓN | Según las cuentas financieras del primer trimestre de este año, las corporaciones dispusieron de una capacidad de ahorro equivalente al 3,6% del PIB (sumando el ahorro neto y las transferencias de capital). El excedente se destinó solo en parte a incrementar la inversión productiva: la formación de capital alcanzó el 61% del ahorro disponible. El resto de ese ahorro sirvió para reducir pasivos, principalmente devolviendo préstamos, o acumular activos financieros, representando el 22% y el 17% del excedente disponible, respectivamente. Entre los activos financieros más demandados destacan el efectivo y los depósitos.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Cambio en la fisionomía de la economía española

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El auge del turismo, con los beneficios que acarrea y también las externalidades para las poblaciones residentes, ha sido una de las sorpresas más comentadas este año. Sin embargo, la verdadera novedad está protagonizada por los servicios no turísticos de mercado, un sector que agrupa actividades profesionales, científicas, técnicas, financieras, de información y comunicaciones, entre otros.

En los últimos cinco años, el valor añadido de este agregado escaló nada menos que un 12%, frente al 8,3% de las ramas más estrechamente asociadas al turismo, es decir comercio, transporte, hostelería y restauración (con cálculos realizados comparando el primer trimestre de este año con el mismo periodo de 2019). Por comparación, el valor añadido de la industria manufacturera se incrementó un escaso 2,8%, un resultado todavía favorable en comparación con otras economías europeas.  


El impacto en el mercado laboral es notable: el sector de servicios no turísticos es responsable de uno de cada tres empleos nuevos generados desde 2019, y su expansión no parece detenerse a tenor de los recién publicados resultados de la afiliación.   

El tirón obedece en parte
a un cambio más o menos coyuntural de las pautas de consumo, pero también la posición
competitiva del sector, factor mucho más fundamental. Año tras año, las
empresas españolas especializadas en estos servicios ganan cuota en los
mercados internacionales, de modo que las exportaciones netas, o balanza, se ha
aupado hasta el 2,3% del PIB, el doble que hace una década. La balanza del
turismo, por su parte, arroja un resultado incluso más positivo pero no muy
distinto de la media histórica.  

En suma, todo apunta a
que estamos ante un cambio en la fisionomía del tejido productivo, fruto de la
expansión de un sector que tiene la ventaja de complementar los pilares
tradicionales de la economía española, sin expulsarlos (ausencia de efecto crowing
out
).

Esta revolución
silenciosa tiene implicaciones relevantes para la política económica. En primer
lugar, una mayor integración europea de los mercados de servicios sería
especialmente beneficiosa para las empresas españolas que gozan de un posicionamiento
competitivo favorable. Si bien los productos industriales circulan libremente
entre los países miembros, el comercio de servicios se enfrenta a numerosas
barreras técnicas, fiscales y regulatorias, dificultando la eclosión de
campeones europeos, según el informe Letta, y frenando el crecimiento de
economías como la nuestra que poseen una ventaja comparativa en este sector.

Por otra parte, los servicios no turísticos adolecen del mismo problema de bajo crecimiento de la productividad que el resto de la economía. Algunas de estas ramas, como las actividades profesionales y científicas presentan un nivel elevado de productividad, pero no otras, caso de los servicios inmobiliarios. Y, en su conjunto, la productividad apenas ha avanzado en la última década (habiéndose incluso reducido ligeramente desde la pandemia), a diferencia de la industria manufacturera, pionera en materia de robotización y automatización. El déficit de inversión empresarial incide aquí, como en el conjunto de la economía. 

Con el despliegue de la
inteligencia artificial es probable que afloren mejoras de la productividad,
con impactos de gran magnitud en el empleo y la competitividad del sector. Pero
sabemos que el efecto positivo de la tecnología en términos de productividad no
es automático: mucho depende de la adaptación de las políticas y de las
prácticas empresariales. A este respecto, el desarrollo de programas de
formación en la utilización de las nuevas tecnologías sería de gran ayuda para
mantener la posición competitiva del sector, y al tiempo mejorar la gestión
empresarial y la calidad del empleo, factores todos ellos que favorecen la eficiencia
productiva. Pensemos, por ejemplo, en la investigación farmacéutica, para la
cual España posee importantes nichos de ventaja comparativa.

La expansión de los
servicios no turísticos ha aportado una diversificación saludable, pero no
resuelve los déficits de inversión, productividad y salarios que todavía
lastran la economía española.          

VIVIENDA| Distintos análisis muestran que el principal factor que explica la escasez de vivienda es el débil crecimiento de la construcción residencial tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. En los dos últimos años se han construido menos de la mitad de viviendas de lo que sería necesario habida cuenta del crecimiento poblacional, agravando el problema de escasez. Funcas prevé un crecimiento de la inversión en construcción del 2,9% en 2024, medio punto más que en los dos últimos años, siendo este todavía un repunte insuficiente para contener el déficit habitacional.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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