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Lecciones de DeepSeek para la implementación de la brújula de la competitividad europea

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Personalmente, no me alegré de la caída en bolsa de Nvidia, porque la historia de esta compañía y la de su fundador, Jen-Hsun Huang, representan un ejemplo inspirador de éxito basado en la innovación, la educación y la meritocracia. Huang no partió de una situación privilegiada; era un humilde inmigrante taiwanés que estudió en la Universidad de Oregón. Sin embargo, su brillantez lo llevó a la prestigiosa Universidad de Stanford, donde encontró el ecosistema adecuado para fundar Nvidia en 1993 y revolucionar la arquitectura de los microprocesadores. Su trayectoria es un testimonio de cómo el talento y el esfuerzo pueden transformar industrias enteras.

Sin embargo, hay buenas noticias en este descalabro bursátil para todos nosotros. El valor de las acciones en bolsa es un indicador de las expectativas de beneficios a largo plazo de las empresas, pero no necesariamente del bienestar de los ciudadanos. Las acciones de Nvidia se habían disparado porque sus microprocesadores vectoriales parecían ser el activo clave para el ilimitado negocio de la inteligencia artificial (IA), dominado por unos pocos gigantes como OpenAI y Google. Sin embargo, la aparición de DeepSeek ha cambiado el panorama por completo.

Hasta la semana pasada, la narrativa dominante sobre el futuro de la IA sugería que se repetiría la lógica del “ganador se lo lleva todo”, característica de la economía digital en las últimas décadas. Se pensaba que los futuros cuasimonopolios en IA estarían protegidos por enormes barreras de entrada, asociadas a las inmensas inversiones requeridas para desarrollar modelos de lenguaje avanzados (LLM), tanto en hardware especializado como en el costoso proceso de entrenamiento de algoritmos. DeepSeek ha demostrado que estas barreras son mucho más bajas de lo que se creía, abriendo la posibilidad de un mercado competitivo en IA y, con ello, la esperanza de innovaciones más accesibles para todos.

La experiencia de usar herramientas como ChatGPT o Gemini solía resumirse en tres emociones: fascinación, curiosidad por el potencial de los algoritmos y, en última instancia, miedo. Anticipábamos que las empresas detrás de estas tecnologías, que han invertido miles de millones de dólares y aún registran pérdidas, buscarían monetizar la IA incrementando sus costos a medida que se volvieran más imprescindibles. Sin embargo, la competencia que representa DeepSeek (que, además, es de código abierto) podría ser un escudo contra esta dinámica. Su rendimiento se acerca al de los mejores algoritmos, lo que podría reducir significativamente el poder de mercado de estas empresas y obligarlas a rediseñar sus estrategias de negocio. El problema para los actuales gigantes de la IA es que aunque puedan conservar nichos de mercado basados en prestaciones de excelencia, el verdadero negocio está en el consumidor medio.

Las buenas noticias de DeepSeek no se limitan a su bajo costo de desarrollo. Aunque los detalles técnicos no son del todo públicos, todo apunta a que requiere menos poder computacional y, por lo tanto, tiene un menor costo energético. Esto es crucial en un momento en el que muchas voces alertaban sobre la amenaza medioambiental que suponía el modelo de IA tradicional, debido a su enorme demanda de energía y agua para la refrigeración de los procesadores. DeepSeek no solo democratiza el acceso a la IA, sino que también la hace más sostenible.

Por último, DeepSeek envía un mensaje importante para la implementación de la recientemente anunciada Brújula de la competitividad. Con esta estrategia, Europa, que ha jugado un papel marginal en la economía digital, pretende entre otros objetivos impulsar la innovación y en particular no perder el tren de la IA. La historia de DeepSeek nos enseña lo arriesgado que es apostar por empresas específicas en un sector tan disruptivo. La política industrial basada en inyectar dinero público en unos pocos proyectos, además de distorsionar la competencia y poner en riesgo el mercado único, es casi un juego de azar en un entorno de cambio tecnológico acelerado. Un ejemplo claro es Northvolt, la empresa europea de baterías a la que concedieron más de 900 millones de euros en subsidios y ahora enfrenta problemas financieros, incluida la quiebra de su filial en Estados Unidos.

El papel de Europa en la IA dependerá de su capacidad para crear un ecosistema que fomente la innovación, como el que permitió el surgimiento de DeepSeek. Para ello, no hay atajos: es necesario apostar por un mercado integrado europeo altamente competitivo, facilitar la financiación de startups y fortalecer los centros de conocimiento e investigación. No es casualidad que el impulsor de DeepSeek, Liang Wenfeng, sea otro ingeniero brillante y que su equipo esté formado por doctores de las mejores universidades chinas. La lección es clara: el futuro de la IA no se construye con subsidios a unos pocos, sino con un ecosistema que premie la innovación y el talento.

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España progresa adecuadamente en inglés, pero sigue entre los peores de la clase

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Hablar varios idiomas es una habilidad de creciente importancia en un mundo tan globalizado como el actual. El dominio de varias lenguas mejora las capacidades cognitivas, facilita el desarrollo profesional y cultural, y contribuye a la socialización en un entorno cada vez más internacional. En particular, y por citar dos de las ventajas más novedosas del conocimiento del inglés, la lingua franca internacional, cabe recordar, por una parte, que abre la puerta a una vasta oferta de recursos educativos especializados online, de modo que, hoy en día, no se trata ya solo de un objetivo educativo instrumental para otros ámbitos de la vida, sino también de una herramienta para poder seguir formándose. Por otra, ese conocimiento optimiza el uso de herramientas de inteligencia artificial, como asistentes virtuales o traductores automáticos, puesto que muchas operan principalmente en ese idioma o consiguen mejores resultados si se utilizan en él. 

Sin embargo, según datos del Eurobarómetro Especial “Los europeos y sus idiomas”, en 2023 España, con un 30%, ocupaba la cuarta posición de la Unión Europea en la proporción de encuestados que nunca había aprendido otro idioma, notablemente por encima de la media comunitaria (21%) y solo por detrás de Rumanía (40%), Irlanda (38%) y Portugal (33%) (gráfico 1). Aunque no haber aprendido nunca otro idioma es más común entre las personas mayores —así lo declaran, por ejemplo, dos tercios de los mayores de 74años— el resto de la población adulta española tampoco se posiciona favorablemente en comparación con sus pares europeos (gráfico 1). A pesar de que entre los más jóvenes (de 15 a 24 años) son muy pocos los que nunca han aprendido otro idioma, el 16% del segmento entre 25 y 34 años y el 21% en el grupo de 35 a 44 declaran no haberlo hecho nunca. Ambas cohortes de edad presentan los terceros porcentajes más altos de la UE, detrás de los de Irlanda y Rumania. 


En todo caso, declarar haber aprendido otro idioma no siempre se traduce en un dominio suficiente para, por ejemplo, poder participar en una conversación en esa lengua. Solo el 39% de los encuestados en España afirma que puede hacerlo en inglés, bien porque sea su lengua materna o bien como segundo, tercer o cuarto idioma, más de diez puntos porcentuales por debajo del conjunto de la UE27 (gráfico 2). Aunque esta cifra supone una mejora significativa con respecto al 17% registrado en 1987 y al 27% en 2005[1], España ocupa, en este indicador, la sexta posición por la cola en la UE27, en una posición algo mejor que la de Italia (34%) y algo peor que las de Portugal y Francia (42%) pero a bastante distancia de la de Grecia (52%), mientras que en la mayor parte de los países nórdicos las cifras superan el 90%. 


Las diferencias por edad en el manejo del inglés son notables. Mientras que alrededor de dos tercios de los jóvenes declaran hablar inglés, entre las personas mayores esta proporción se reduce a uno de cada seis (gráfico 3). En todo caso, y aunque en el tramo de edad de 25 a 44 años los resultados son mejores, también en ese segmento España sigue situándose en una posición desfavorable del ranking europeo. Las diferencias en cuanto al dominio del inglés según el nivel educativo también son sustantivas: en España solo habla inglés el 14% de quienes solo han alcanzado el nivel de educación primaria, frente a más de dos tercios de quienes cuentan con estudios superiores. Entre los que tienen posgrado la cifra supera el 80%. Sin embargo, entre los que han cursado formación profesional superior el porcentaje se reduce al 42%. De hecho, aunque llama la atención que España también ocupa posiciones desfavorables en el contexto europeo en los niveles educativos universitarios, lo hace aún más el deficiente desempeño en inglés de los encuestados con formación profesional. Cabe recordar que, a pesar de los avances en la enseñanza de idiomas en primaria y secundaria, etapas en las que el aprendizaje de idiomas es obligatorio, no lo es así en formación profesional. En 2022, solo el 40% de los alumnos de formación profesional estudiaba un segundo idioma, una cifra pequeña en el contexto europeo[2].


En el Día Europeo de la Educación 2025, que se celebra el próximo 24 de enero, la ONU llama a prestar atención a los retos que plantea la inteligencia artificial para la educación. Entre esos cambios cabe incluir la mayor accesibilidad a la formación en idiomas que facilitan las aplicaciones interactivas y personalizadas. Al mismo tiempo, se abre un nuevo debate sobre la importancia de los idiomas extranjeros en un mundo globalizado y con tecnologías disruptivas que reducen las barreras lingüísticas de manera inmediata. Pero, lejos de perder su relevancia, el manejo de idiomas sigue siendo una herramienta fundamental en el acceso a oportunidades educativas y profesionales. Las nuevas tecnologías, al fin y al cabo, no eliminan la utilidad de saber idiomas, sino que la refuerzan.


[1] Elaboración propia con los datos de los Eurobarómetros 28 (1987) y 64.3 (2005).

[2] Se puede consultar un análisis sobre el aprendizaje de idiomas en distintas etapas educativas, con datos de Eurostat para 2021, en el número de Focus on Spanish Society de noviembre de 2023

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Auge de la inversión extranjera y atonía nacional

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Entre los diversos desafíos que plantea la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., uno de los más relevantes para la economía española atañe a los cambios que podrían producirse en la localización del capital productivo. La española ha sido una de las economías más favorecidas por los flujos de inversión directa extranjera durante el periodo reciente, jugando un papel crucial en el diferencial favorable de crecimiento en relación a los principales socios europeos. Y compensando, de momento, el comportamiento decepcionante de la inversión nacional.    

En los últimos dos años, la inyección de capital foráneo en nuestro tejido empresarial supera los 71.000 millones de euros, más del doble que Francia, un 50% más que Italia y prácticamente lo mismo de lo que ha recibido Alemania (una economía, sin embargo, de un tamaño casi tres veces superior a la nuestra). El estímulo no solo es de gran magnitud, también aporta una financiación que se caracteriza por su persistencia, con el objetivo de ensanchar el potencial del aparato productivo, mejorar su eficiencia o incorporar nuevas tecnologías. No se trata, por tanto, de una mera adquisición de activos financieros o de operaciones de naturaleza especulativa, volátiles por definición. La inversión directa representa una apuesta a largo plazo de los inversores foráneos, respondiendo a una valoración positiva de las perspectivas de la economía real


EE.UU. es el principal inversor en la economía española, representando casi el 20% de la capacidad total instalada por las corporaciones extranjeras en nuestro país (conforme a datos de stock de 2022). Su presencia es notable en sectores clave como la energía, las telecomunicaciones, la industria química o el automóvil. La entrada de capital estadounidense, sin embargo, ha tendido a disminuir estos últimos tiempos como consecuencia de algunas desinversiones: las operaciones de salida se elevan a cerca de 500 millones de euros durante los dos últimos años. 

Se desconocen las causas de esta pérdida de capital: ha podido influir la aplicación de potentes incentivos a la repatriación de empresas en el marco del Inflation Reduction Act de la Administración Biden. De cara al futuro, los recortes de impuestos a las empresas anunciados por Trump, la imposición de aranceles a las importaciones o el despliegue de nuevos incentivos a la inversión en territorio norteamericano podrían redundar en nuevas desinversiones. 

Si bien este es un riesgo a tener en cuenta, es probable que las eventuales salidas se produzcan de manera escalonada en el tiempo, ya que se trata de un capital relativamente estable que no es fácil desplazar. En todo caso, el foco de atención debería estar en paliar nuestras propias debilidades. En primer lugar, el dinamismo de la inversión directa extranjera contrasta con la debilidad a nivel nacional. Esta paradoja refleja en parte el tamaño empresarial: los inversores extranjeros tienden a focalizar sus operaciones en torno a grandes corporaciones, obedeciendo a dinámicas globales en las que España aparece en buena posición. Sin embargo, la inversión nacional procede en buena medida de pequeños negocios, muy sensibles a factores locales como la multiplicación de barreras regulatorias y administrativas que fragmentan el mercado interno, o percepciones de inseguridad jurídica. 

Por otra parte, los socios comunitarios, junto con Reino Unido, siguen apostando por las inversiones en el tejido productivo español, totalizando más del 80% de las nuevas operaciones en los últimos dos años. Es probable que una profundización de la integración europea desencadenase un impulso inversor adicional, aprovechando las ventajas competitivas de los sectores más pujantes. 

En suma, el entorno global es desfavorable, pudiendo lastrar la entrada de capital foráneo, uno de los principales artífices del buen momento económico. Pero conviene redoblar esfuerzos para superar las trabas a nuestra propia inversión y a la modernización tecnológica, sin dejarse distraer por el seísmo que empieza a sacudir el tablero económico global.

INVERSIÓN NACIONAL | En el tercer trimestre del pasado ejercicio, último dato disponible, la formación bruta de capital fijo se situó un punto porcentual por debajo del nivel alcanzado antes de la pandemia (tercer trimestre de 2019). El resultado es que la inversión es la única variable de demanda que no se ha recuperado todavía del golpe asestado por la crisis sanitaria. Destaca el déficit de inversión de construcción (-1,9 puntos), si bien un descenso es también perceptible en el segmento de maquinaria, bienes de equipo y material de transporte (una décima porcentual).   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Crece la brecha entre el crecimiento y su percepción

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La economía española sigue atravesando un momento dulce que no se refleja en su percepción social. En los dos últimos años, el consumo privado ha avanzado un 4,4%: esto es más del doble que el crecimiento poblacional, de modo que la mejora parece haber permeado en la mayoría de familias. Sin embargo, los indicadores de confianza del consumidor se mantienen por debajo de la media histórica. Diversas encuestas hacen eco de este desacoplamiento, incidiendo en una valoración de la situación personal notablemente más positiva que la percepción que tenemos del conjunto de la ciudadanía.


La actitud de cautela tiene consecuencias tangibles, ya que las familias tienden a ahorrar más y a aligerar el peso de sus pasivos. Nunca en lo que va de siglo los hogares habían estado tan poco endeudados en relación a su renta disponible.

Las empresas siguen la misma estela. En los dos últimos años el PIB habrá avanzado en torno al 2,7% en media anual, prácticamente lo mismo que durante el periodo expansivo 2015-2019. Las empresas, sin embargo, consideran que el entorno no está siendo tan favorable como cabría esperar habida cuenta de las cifras macroeconómicas: el índice de sentimiento económico apenas supera la media histórica, cuando antes de la pandemia el mismo indicador anotaba valores notablemente superiores a esa media.

De ahí que la inversión privada siga atascada, incluso en un contexto de crecimiento favorable como el actual y en presencia de abundantes fondos europeos. De manera similar a las familias, las empresas no solo prefieren autofinanciar sus inversiones —no recurriendo al crédito, de modo que la deuda empresarial roza ya mínimos de siglo—. También acumulan activos financieros: según los datos del tercer trimestre del pasado ejercicio dados a conocer esta semana, la inversión financiera de las corporaciones alcanza el 5,2% del PIB.

Las expectativas que traslada el sector privado en el resto de Europa son aún más negativas. Un pesimismo que no puede explicarse únicamente por la coyuntura económica, menos boyante que en España. Los hogares europeos también tienden a tener excedentes de ahorro: la recuperación del poder adquisitivo, fruto de ajustes salariales y de la desinflación, prefiguraba un fuerte repunte del consumo que finalmente no ha tenido lugar. El BCE estima un avance del consumo privado del 0,9% en 2024, frente a la previsión del 1,4% realizada un año antes. De manera más contundente, el BCE anticipa una caída de la inversión empresarial de la eurozona del 1,7%, cuando se pronosticaba un rebote del 0,4%. El índice de sentimiento empresarial de la eurozona desciende hasta niveles inferiores a los registros de finales de 2020, todavía perjudicados por la pandemia. Y, al igual que en España, las empresas europeas optan por acumular excedentes.

La actitud de cautela se explica en parte por el impacto de la sucesión de shocks en tan poco tiempo. El fenómeno podría por tanto diluirse poco a poco, sobre todo si la desinflación se afianzara, pudiendo propulsar capacidad de compra y alentar la propensión a consumir. En teoría el entorno es también propicio a un descenso adicional de tipos de interés, incentivando la inversión. Pero esto es sin contar con una nueva piedra en el camino que complica la senda de relajación monetaria: ante los anuncios expansivos de Trump y el riesgo de persistencia de la inflación, la Reserva Federal ha enfriado las expectativas de fuertes recortes del precio del dinero, un giro que debe incorporar el BCE. Los mercados también reaccionan, exigiendo rentabilidades más elevadas para la compra de deuda pública.

En suma, existen factores objetivos para una mejora de las expectativas que pesan sobre la economía, particularmente la inversión privada. Pero los anuncios de Trump, junto con la hipersensibilidad de los mercados, ponen en entredicho un rápido descenso de tipos de interés y empañan el escenario. Y las dudas se exacerban con la parálisis política que se adentra en todo el continente.

DEUDA PÚBLICA | La previsión de un rápido descenso de los tipos de interés parece menos probable, a tenor de la evolución reciente de los mercados. En el último mes, la rentabilidad de los bonos del Tesoro con vencimiento a 10 años se ha incrementado en cerca de medio punto porcentual, hasta el 3,2%. La referencia alemana ha seguido una pendiente parecida, de modo que la prima de riesgo española se ha mantenido, afianzando su desanclaje en relación a la que soporta la deuda francesa. La rentabilidad exigida por el bono británico, presionado por los mercados, se acerca al 5%.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La economía española y la ola proteccionista

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Para una economía tan dependiente del exterior como la española, el auge del proteccionismo es una de las tendencias más relevantes de los últimos años. Las barreras arancelarias, las limitaciones a las importaciones y las restricciones a las exportaciones de productos estratégicos han proliferado a lo largo y ancho del planeta, convirtiéndose en la nueva normalidad: se estima que tales medidas se han multiplicado por tres en los últimos cinco años, y esto es antes del retorno de Trump a la Casa Blanca. 

Conviene entender cómo están operando las restricciones, habida cuenta del volumen de nuestros intercambios con el exterior: cerca del 40% del PIB, siendo la dependencia mucho mayor en algunos sectores como el automóvil. Para empezar, según la Organización Mundial del Comercio, el proteccionismo está fortaleciendo los bloques geopolíticos como factor de integración económica, al tiempo que se debilitan los lazos entre bloques. En los últimos cinco años, el número de acuerdos comerciales regionales —una práctica poco frecuente a principios de siglo, cuando el comercio internacional se regía sobre todo por las normas multilaterales de la OMC— ha pasado de cerca de 500 a más de 600. El mercado único europeo, una de las zonas comerciales más integradas, coexiste con el acuerdo transpacífico, que incorpora las economías más dinámicas del mundo, o la zona de libre comercio africana, entre otros. 

Ante esta realidad, preocupa el estancamiento de la integración económica europea, cuando no su fragmentación como consecuencia de la inflación de distorsiones y de ayudas de Estado. La profundización del mercado europeo al conjunto de los sectores de servicios, en consonancia con las recomendaciones de los informes Letta y Draghi, ayudaría a contrarrestar las amenazas proteccionistas procedentes de países terceros. Los beneficios serían significativos para una economía competitiva como la española. Y esta es una política que depende sobre todo de reformas, y no de los maltrechos presupuestos públicos. 

Por otra parte, más que el proteccionismo como tal, lo más perjudicial es la ausencia de reglas comerciales estables. Hasta cierto punto las empresas pueden adaptarse a un entorno de restricciones, mediante estrategias de inversión o de desvío de los flujos comerciales, sorteando las barreras: pese su carácter gravoso para algunos sectores europeos, el Inflation Reduction Act de la administración Biden no deja de ser previsible. De ahí que su puesta en marcha no haya interrumpido los intercambios entre ambos lados del Atlántico. 

Otra cosa es cuando la política comercial está marcada por la bilateralidad o carece de pautas transparentes. El Bundesbank acaba de recortar sus previsiones de crecimiento para Alemania hasta el 0,1% en 2025, frente al 1% anticipado en junio (un vaticinio que ya parecía discreto), achacándolo a las incertidumbres generadas por las amenazas de Trump. Una recaída de la locomotora industrial alemana supondría un revés para nuestro comercio exterior como para el conjunto de la Unión Europea. Por ello, no hay que minimizar el riesgo que entraña un periodo prolongado de indefinición acerca de las reglas que regirán los vínculos comerciales en los próximos años. A la inversa, el estrechamiento de los vínculos con otros bloques geopolíticos, como el recién anunciado acuerdo con el Mercosur, tendría efectos compensatorios saludables.  

La OMC también pone de manifiesto la necesidad de conseguir que los acuerdos comerciales no agraven las brechas sociales o los desequilibrios medioambientales. Estos riesgos, que pueden ser más percibidos que reales (la evidencia empírica presentada en el informe apunta a impactos negativos, pero poco significativos), contribuyen al retroceso del multilateralismo. 

En suma, la globalización se está transformando rápidamente, de modo que el paradigma de una economía sin fronteras comerciales se asemeja cada vez más a una quimera, dejando paso a la lógica de los bloques geopolíticos. El reto es integrar esta realidad, acompañándola de reglas negociadas basadas en la reciprocidad, y evitando la fragmentación europea.    

SECTOR EXTERIOR | En lo que va de año, el sector exterior (diferencia entre las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios) ha aportado seis décimas de crecimiento de la economía española, explicando casi la quinta parte del avance del PIB registrado en el presente ejercicio. El 80% restante procede de la demanda interna. En el conjunto de la Unión Europea la aportación del sector exterior ha sido de una magnitud similar, pero su peso en el crecimiento del PIB ha sido mayor que en España, explicando el 68% de dicho crecimiento (y la demanda interna solo el 32%).

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Perspectivas europeas: la tentación de la fragmentación

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El diagnóstico compartido de los informes Letta y Draghi para prevenir el riesgo de declive económico frente a las grandes potencias había despertado una cierta esperanza. La realidad, de momento, apunta a una fragmentación persistente. Para empezar, el declive cuasi general es ya patente (siendo España, de momento, una excepción), condicionando el margen de acción comunitaria. 

La recuperación que se anticipaba para este año no se ha producido, ni se la espera en el corto plazo: la zona euro crecerá menos del 1% en 2024, y todo apunta a que las grandes potencias industriales del centro de Europa adolecen de un mal estructural, no de una gripe pasajera. Esta es al menos la advertencia del siempre influyente presidente del Bundesbank. Su giro discursivo, reflejo de la preocupación, aboga por una relajación de los objetivos fiscales en su país para dejar espacio a la inversión pública y así potenciar el ajuste. 


De manera similar el instituto estadístico de Italia reconoce que, finalmente, la economía transalpina crecerá apenas medio punto este año, la mitad de lo vaticinado hace solo unos meses, complicando también la senda presupuestaria. Francia se enfrenta al reto de tener que ajustar sus cuentas públicas en una economía renqueante y sin consenso político. Algunas señales de moderación del crecimiento han aparecido en España a tenor de los datos de afiliación a la Seguridad Social y de diversos indicadores coyunturales (el PMI se orienta a la baja, si bien se sitúa todavía en terreno expansivo). 

El mercado laboral sigue resistiendo, pero este dique de contención empieza a ceder en algunos sectores, como el automóvil. Prueba de ello, la reducción de la demanda: la proporción de empleos que se encuentran vacantes se ha reducido un 27% en Alemania y un 15% en el conjunto de la Unión Europea. En España el indicador, con escasa representatividad, apenas registra variaciones. Todo ello dibuja un panorama poco alentador al menos para los próximos dos años. En Alemania, el esfuerzo de ajuste realizado a principios de siglo tardó cinco años en dar frutos. Además, la recuperación fue posible en buena parte gracias a la bonanza de los mercados de exportación, balón de oxígeno para la locomotora industrial alemana. La tendencia actual es la inversa, por la proliferación de medidas de corte proteccionista y con los excedentes europeos en el punto de mira de la agenda comercial de Trump

Frente al esfuerzo colectivo de inversión reclamado en el informe Draghi, los Estados miembros van a considerar que la prioridad pasa por una acción centrada en resolver sus propios desequilibrios. La excepción podría ser la defensa, según el recién anunciado programa de inversiones de hasta 500.000 millones de euros, ampliado a Reino Unido. España, por tanto, tendrá que contentarse con el remanente de fondos europeos que queda por ejecutar hasta 2026 (siendo más largo el plazo para los préstamos). Por otra parte, los beneficios de reformas regulatorias destinadas a profundizar el mercado único serían considerables para una economía competitiva como la española que acumula los superávits en sus intercambios con el resto de socios comunitarios. Esta vía, en la que ahonda el informe Letta, supone cesiones de soberanía nacional pero no requiere de fondos públicos, de modo que podría ser más asumible para algunos países. El fortalecimiento de la unión económica y financiera sería también una manera eficaz de contrarrestar las amenazas proteccionistas. En todo caso, tales reformas llevarán tiempo. 

Entre tanto, nos enfrentamos a un entorno europeo débil, con una capacidad fiscal casi nula en Europa y desigual entre los Estados. Todo ello restará fuelle al impulso exterior de la economía española. El contexto es propicio a un descenso adicional de los tipos de interés por parte del BCE, pero hará falta una acción más contundente y avanzar en la integración europea para despejar las incertidumbres que lastran la inversión. 

EMPLEO | Estos últimos años el mercado laboral ha tenido un comportamiento favorable ante la sucesión de crisis, jugando un papel de estabilizador automático. Sin embargo, la tendencia podría estar cambiando: según los datos de Eurostat para la eurozona, el empleo apenas creció un 0,1 en total en el segundo y tercer trimestre de este año, medio punto menos que el PIB, frente al 0,6% de los dos trimestres anteriores, el doble que el PIB. En España el empleo también se modera, pero en entorno económico más dinámico que facilita el descenso del paro. 


Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Cómo puede prepararse Europa para las turbulencias comerciales con Trump

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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reactivado temores sobre un posible deterioro en las relaciones comerciales entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con un enfoque renovado en el proteccionismo y los aranceles, Europa enfrenta desafíos importantes para proteger su competitividad y prosperidad económica.

En el último episodio de Future is Blue, el podcast sobre economía europea promovido por Funcas, intervinieron dos destacados expertos: Alicia García-Herrero, Senior Fellow en Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis, y Raymond Torres, director de Funcas Europe. Durante la conversación, se abordaron los posibles impactos de las políticas de Trump en las relaciones transatlánticas y las formas en que Europa puede prepararse para una posible guerra comercial.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí

El impacto de nuevos aranceles

Uno de los principales riesgos que se discutieron fue la reactivación de los aranceles generalizados que podrían golpear sectores clave de la economía europea, como el automovilístico, químico o cualquier industria en la que Estados Unidos tenga déficit comercial. Según García-Herrero, “todo apunta a que esta vez serán aranceles generalizados”, lo que podría erosionar la confianza empresarial en las cadenas de suministro globales.

La incertidumbre que generan estas políticas puede retrasar aún más la recuperación económica en Europa, especialmente en un contexto donde ya existe debilidad en la inversión, como señaló Torres durante la conversación.

La amenaza para la industria automovilística

Alemania, como uno de los mayores exportadores de automóviles, podría ser uno de los países más afectados. Los fabricantes europeos, para evitar los aranceles, podrían verse obligados a localizar su producción en Estados Unidos o en países con acuerdos comerciales favorables, como México. Sin embargo, esta estrategia tiene un alto coste logístico y financiero, además de poner en riesgo la competitividad europea frente a la creciente competencia de fabricantes chinos.

Como señaló Torres, si Trump intensifica los aranceles contra los automóviles chinos, “China podría aumentar sus exportaciones hacia Europa, creando una competencia feroz en un momento en que los fabricantes europeos ya están rezagados en el mercado de vehículos eléctricos”.

¿Una oportunidad para la integración europea?

No todo son ser malas noticias. Estas tensiones también podrían servir como catalizador para acelerar la integración europea. Con el informe Draghi aún fresco, proyectos como la Unión de Mercados de Capitales podrían cobrar mayor impulso. No obstante, García-Herrero advierte sobre la debilidad política en países clave como Francia y Alemania, lo que podría dificultar la adopción de reformas necesarias para fortalecer la posición de Europa.

Diversificar para resistir

Otra estrategia clave es la diversificación de socios comerciales. Fortalecer las relaciones con mercados emergentes en Asia, América Latina y África podría ayudar a Europa a reducir su dependencia de Estados Unidos y China. Torres recomienda que “Europa se involucre con otros socios, no solo con Estados Unidos y China… Esto compensaría las dificultades en otras áreas”.

En este contexto de tensiones comerciales y transformación global, con China y Estados Unidos en una carrera vertiginosa por el dominio geopolítico del nuevo mundo, la unidad de los europeos y la profundización de la UE son indispensables.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí.

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La ofensiva arancelaria de Trump

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El proteccionismo comercial ha sido uno de los temas más populares de la campaña electoral americana, especialmente en los territorios golpeados por la pérdida de empleos industriales bien remunerados. La victoria del candidato que más ha abundado en la inflación de propuestas lo ha expuesto con nitidez: según el presidente electo, el déficit comercial es una de las causas de la pérdida de tejido productivo de la economía americana. 

Y para resolver el desequilibrio, Trump pone en el punto de mira a China, como ya viene siendo habitual, pero también a Europa, considerado como uno de los principales responsables del agujero exterior. De ahí la amenaza de imponer un arancel sobre nuestras exportaciones que podría alcanzar entre el 10 y el 20%. 

Algunas voces restan fuelle a las promesas electorales, aludiendo a los efectos limitados a unos pocos sectores que tuvo el primer mandato de Trump. Sin embargo, en esta ocasión el impacto podría ser mucho más significativo, en parte por la dificultad del viejo continente para asimilar los movimientos tectónicos de la geopolítica.  

Es un hecho que la economía americana importa mucho más de lo que lograr vender fuera de sus fronteras, generando un déficit colosal, equivalente al 3,3% del PIB. El desequilibrio es particularmente acusado con China, así como, de manera creciente, con México y la Unión Europea. En el caso de España, los intercambios rozan el equilibrio (el saldo de bienes y servicios arroja incluso un ligero superávit a favor de EE UU). Sin embargo, el déficit con respecto a Alemania e Italia es considerable. Estos son también dos socios comunitarios particularmente dependientes del mercado americano: el valor de los envíos a EE UU supera el 10% del total exportado, el doble que España. 


Un endurecimiento de los aranceles ensombrecería las perspectivas económicas europeas, ya mediocres de por sí. Peligra la salida de la recesión que se vislumbraba en Alemania y el leve repunte anticipado en Italia, por su dependencia de las exportaciones, entre las que destaca el sector del automóvil, quizás el más emblemático de la promesa proteccionista de Trump. Además, China intentará ganar cuota de mercado en Europa, para así compensar la nueva vuelta de tuerca que se cierne sobre sus negocios en EE UU. 

Pero el neoproteccionismo que se adentra en la economía global no es solo coyuntural: también entraña un debilitamiento disruptivo del multilateralismo, es decir de las reglas de reciprocidad que rigen las relaciones económicas desde la segunda guerra mundial. Los Estados, incluso los más aperturistas como los europeos, ya no pueden garantizar un horizonte normativo previsible para las empresas que han basado su negocio en los mercados exteriores. Y la incertidumbre es nefasta para la tan ansiada recuperación de la inversión empresarial. 

El principio de reciprocidad sigue siendo el mejor cortafuegos para prevenir una guerra comercial a gran escala que sería nefasta para todos. De ahí también la necesidad de prever respuestas a cualquier ofensiva arancelaria. Por otra parte, numerosos estudios muestran que la vía unilateral por la que aboga el presidente electo suele tener efectos contraproducentes, particularmente en la inflación. Pero en vez de añorar tiempos pasados, también conviene corregir las deficiencias estructurales del viejo continente: un modelo productivo demasiado dependiente de las exportaciones, particularmente hacia EE UU; un consumo privado renqueante, y en los últimos años lastrado por la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y la baja productividad; y una inversión insuficiente para hacer frente al déficit de vivienda y auparse al tren de la transformación tecnológica. 

Ante los desafíos globales, la profundización de la integración europea —empezando por su mercado único— debería ser una cuestión prioritaria. Como también lo es la inversión en bienes públicos europeos. Alemania, hasta ahora reticente a avanzar en esta dirección, sería uno de los más beneficiados habida cuenta del riesgo de declive industrial. La ola proteccionista que se avecina es una amenaza: ojalá sirva de revulsivo.   

ARANCELES | La aplicación de aranceles con el objetivo de reducir el déficit exterior puede tener efectos poco intuitivos. Las restricciones a las importaciones norteamericanas procedentes de China han conseguido reducir el desequilibrio con ese país en más de 50.000 millones de dólares en los últimos cinco años. Sin embargo, el saldo total se ha deteriorado en casi 250.000 millones, como consecuencia, entre otros factores, del plus de importaciones procedentes de la expansión fiscal, y del “efecto desvío”: algunos competidores del gigante asiático han ocupado el terreno perdido por las empresas chinas afectadas por los aranceles.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Tribulaciones globales

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Este 2024 electoral se cierra con las presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre. De lo que allí se decida probablemente se abra un nuevo ciclo político internacional con ramificaciones económicas. Si gana Donald Trump, se puede volver a las tensiones comerciales proteccionistas y geoestratégicas de cuatro años atrás. Sin embargo, no hay garantías de que desaparezca esta tensión internacional si ganara Kamala Harris, como se ha demostrado en la presidencia de Joe Biden, de la que la formaba parte, con políticas proteccionistas como la Inflation Reduction Act, que incentiva y promueve con ayudas de Estado las inversiones mediante la fabricación nacional. Aun así, una victoria de Trump apunta más claramente a subida de aranceles y más proteccionismo. Harris probablemente adoptaría una visión más multilateral, pero, en el fondo, esa política no desaparecería. Como esta semana el FMI ha alertado, esas estrategias dañan el comercio y deteriorará el crecimiento global.

Ese proteccionismo se dirigirá sobre todo a China, el otro gran gigante comercial, y con el que Estados Unidos lleva un “contencioso” comercial y geoestratégico desde hace años. El país asiático es la mayor amenaza competitiva productiva y tecnológicamente. Los coches eléctricos son el elemento principal del conflicto, en el que la UE también está subiendo aranceles. Dos ángulos deben considerarse. Por un lado, las tensiones existentes para lograr la supremacía tecnológica. Con dos modelos muy distintos, y cada una con grandes empresas tecnológicas que dividen el mundo en dos. Por otro, la competencia china en muchos bienes se considera desleal, especialmente en los coches eléctricos. Europa se ha quedado en claro fuera de juego, a pesar de su mayor énfasis en políticas industriales sostenibles, en la competencia de los coches eléctricos. En cualquier caso, Europa debe, sí o sí, aumentar su competitividad global. China ha amenazado con responder a los aranceles de la UE. No ayuda al gigante asiático el que su economía despierte crecientes dudas y algunas de sus fortalezas pasadas —alta natalidad y mano de obra barata— estén desapareciendo. Otras incertidumbres políticas internacionales de China —sus vínculos con Rusia, Irán y Corea del Norte, por ejemplo—, y las crecientes tensiones con Taiwán dificultan aún más el acercamiento entre bloques. 

Este entorno comercial y económico turbulento viene acompañado de conflictos geopolíticos, como las guerras de Ucrania y de Oriente Medio. Ninguna parece mejorar, aunque el resultado de las elecciones en EEUU puede suponer un punto de inflexión. Salvo el tremendo efecto inflacionario inicial de la guerra de Ucrania, el impacto negativo sobre la macroeconomía global ha sido menor del esperado, lo que demuestra que ahora parecen gestionarse mejor estas crisis. Incluso Rusia ha notado mucho menos los efectos del embargo, gracias al desarrollo de un sistema de pagos alejado de dólar en el que el oro —con valoración disparada— y las criptodivisas, entre otros, juegan un papel importante. Este modelo de pagos alternativo también puede tener consecuencias impredecibles en este entorno mundial atribulado.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Europa se queda atrás en la carrera de la IA. ¿Va a acelerar el paso algún día?

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Uno de los diagnósticos que recoge el informe Draghi hace referencia a cómo el exceso regulatorio de la Unión Europea está “matando a sus compañías”, en particular a las pequeñas empresas tecnológicas. Sin embargo, el problema va más allá del escaso desarrollo tecnológico en Europa. 

En junio de este año Apple anunció su decisión de retrasar la implementación de su actualización de software con inteligencia artificial (IA) y otros servicios en Europa debido a la regulación comunitaria[1]. Este no es un caso aislado. Empresas como Google y Microsoft también han retrasado la introducción de sus innovaciones (Brand y Copilot, respectivamente) en Europa por temor a no cumplir con los requisitos regulatorios. La gota que ha colmado el vaso ha sido el anuncio de OpenAI de no traer a Europa, de momento, sus últimos desarrollos que, por ejemplo, permiten acceder a una descripción clara del entorno a personas con problemas de visión. Toda vez que el continente no dispone de sus propias tecnologías y depende en gran medida de las que se desarrollan en Estados Unidos, el hecho de que los europeos no puedan acceder a las mismas herramientas para su trabajo y vida cotidiana que los estadounidenses frena, en términos comparativos, el aumento de su productividad. 

Además del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) que entró en vigor en 2018, la Unión Europea ha puesto en marcha sucesivas legislaciones en los últimos tres años que no han sido bien recibidas por el sector tecnológico europeo: la Ley de Servicios Digitales (Digital Services Act) en 2022, la Ley de Mercados Digitales (Digital Markets Act) en 2023 y la Ley de IA en 2024. Según la Comisaria Europea de Competencia, estas regulaciones, formuladas bajo estándares éticos, buscan garantizar la competitividad de Europa en el sector tecnológico, a pesar de que el propio sector, la evidencia comparada con Estados Unidos, y ahora el informe Draghi insistan en que la sobreregulación está lastrando el crecimiento de la productividad en Europa. 

Por supuesto, el desarrollo tecnológico no puede ser ajeno a la protección de los consumidores, de la privacidad, la seguridad y la transparencia. Tampoco se puede explicar la falta de competitividad tecnológica europea en base a un único factor. Se trata de una historia con varios villanos. La framentación del mercado de capitales y del mercado digital, la escasez de fondos de capital riesgo, así como la baja inversión en I D o la aversión al riesgo de los europeos son otros elementos que los expertos señalan como lastres para el sector tecnológico europeo. Pero tampoco cabe duda de que al sumar a estos obstáculos la sobreregulación se amplifican las ya de por sí importantes barreras existentes para la innovación en Europa.

Una encuesta realizada en diciembre de 2023 por Funcas a una muestra representativa de la población española de 25 a 64 años ha puesto de relieve que la sociedad es plenamente consciente de que la Unión Europea se ha quedado atrás en la carrera por la IA. Ante la pregunta sobre quién creen que lidera la carrera por la inteligencia artificial, un 53% de los encuestados afirma que Estados Unidos está a la vanguardia, mientras que el 43% piensa que China ocupa el primer lugar (gráfico 1). Solo un 3% identifica a Europa como líder en este ámbito. Incluso al considerar el segundo lugar en la carrera por la IA, apenas el 12% menciona a Europa. En total, solo uno de cada seis encuestados sitúan a Europa en primer o segundo lugar en la carrera internacional por la IA. 


La mayoría de los encuestados en España muestran una clara preferencia por que la regulación se centre en controlar el desarrollo y funcionamiento de la IA en aspectos como el uso, la privacidad y la transparencia. Concretamente, cinco de cada seis encuestados (83%) creen que este debería ser el principal objetivo de la regulación comunitaria en materia de IA. Solo un 14% de los encuestados opinan que la prioridad debe ser fomentar la inversión y la innovación en IA para mantener la competitividad internacional de las economías europeas.

Ahondando en estos resultados, el control regulatorio sigue siendo la opción preferida en todos los grupos de edad, sexo y nivel educativo, aunque es ligeramente menor entre los hombres jóvenes, donde aún así alcanza a dos tercios de los encuestados. Las diferencias en función del conocimiento autopercibido de la IA son mínimas, y aunque hay una variación algo mayor entre diferentes niveles de uso de ChatGPT, sigue siendo pequeña. Incluso entre aquellos que consideran la IA como una oportunidad más que una amenaza, el 82% cree que la prioridad regulatoria debería ser el control.

Estos datos constatan una paradoja significativa: a pesar del escaso apoyo para fomentar la inversión en IA como prioridad regulativa, existe una conciencia clara (y acertada) de que Europa no está liderando en este campo. De lo que quizás no existe una conciencia clara es de las consecuencias. Andrew McAfee, cofundador y codirector de la Iniciativa sobre Economía Digital en el MIT, ha ilustrado este dilema desde una perspectiva histórica: “Quedarse (aún más) rezagado en inteligencia artificial y otras tecnologías que están transformando las economías hoy en día es casi tan perjudicial para la competitividad nacional como lo fue quedarse (aún más) atrás en la máquina de vapor durante la primera revolución industrial”.

Más información en el artículo La opinión pública ante la inteligencia artificial: conocimiento, expectativas y regulación, publicado en el número 39 de la revista Panorama Social.


[1] La Comisaria Europea de Competencia declaraba estar “bastante aliviada de no recibir un servicio actualizado por inteligencia artificial en mi iPhone“.

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