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Las crisis nos cambian ¿Cómo será la era post-COVID?

Estamos a las puertas de finalizar la crisis del COVID-19. Una crisis intensa en la caída del PIB, de grandes restricciones y que la esperanza de la vacuna para los próximos años ofrece un manto de certidumbre para la mejora de la actividad económica.

Las crisis tienden a generar una serie de cambios estructurales que pueden no ser percibidos a corto plazo pero se normalizan a largo plazo. En este caso, la era post-COVID traerá cambios en aquellos puntos que más se ha atacado durante este año: la capacidad sanitaria para dar respuesta a una pandemia, las fórmulas para trabajar a distancia y una mayor restricción de las libertades individuales en favor de la seguridad de los ciudadanos.

El PIB sanitario deberá ganar peso

Podemos pensar que quizá se establezca algunos cambios en los modelos de producción. En relación con la sanidad, existe una tendencia de fondo vinculada a la evolución demográfica. El sector de la sanidad tendrá un mayor peso en el PIB porque una población envejecida deberá responder a mayores necesidades médicas que satisfacer.

En el caso de Europa, se prevé que la población total de la UE se incremente de 511 millones en 2016 a 520 millones en 2070. La tasa de dependencia de las personas mayores (personas de 65 años o más en relación con las de 15 a 64 años) aumentaría en 21,6 puntos porcentuales, del 29,6% en 2016 al 51,2% en 2070.

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Por ello, se espera que los costes de la atención a largo plazo y la atención médica sean los que más contribuyan al aumento del gasto relacionado con la edad, aumentando en 2,1 puntos porcentuales.

Por lo tanto, sí o sí la sanidad será más importante para la económica en el largo plazo. A ello hay que sumar una realidad vivida a raíz de la pandemia, la oferta de camas e infraestructura instalada ha sido del todo insuficiente para dar respuesta, lo que ha supuesto la pérdida de vidas y el agravamiento de pacientes que necesitaban atender sus dolencias y han tenido que resignarse a la espera.

Los Estados reaccionarán impulsando una oferta mayor estructural en infraestructuras de hospitales o infraestructuras que puedan ser reversibles para ser aprovechables según la circunstancia y permitan ofrecer camas suficientes por si nos vemos otra pandemia. En la misma línea, ha habido déficits notables por la falta de profesionales médicos, por lo que o bien se incrementa el volumen de médicos en activo, o bien se faculta a un ejército de reservistas.

Más trabajadores en modalidad de teletrabajo

El futuro del trabajo se acelera y enfrenta desafíos. Este crecimiento acelerado no es solo el resultado del progreso tecnológico, sino también el resultado de nuevas consideraciones de salud y seguridad. La economía y el mercado laboral se recuperarán lentamente y pueden cambiar.

El trabajo desde casa ha ido ganando impulso en todo el mundo desde hace un decenio y los países de la Unión Europea (UE) no son una excepción. En 2018, último año en que se dispuso de información uniforme, el 13,5% de las personas empleadas con edades comprendidas entre los 15 y los 64 años trabajaban a distancia en la UE.

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El teletrabajo está generalmente más establecido en los países del norte de Europa, mientras que en Europa meridional y oriental esta práctica es menos frecuente. Por ejemplo, en los Países Bajos y Suecia, más del 30% del total de los trabajadores trabajan a distancia, al mismo tiempo que estos acuerdos de trabajo son prácticamente inexistentes en Chipre, Bulgaria y Rumania. España (7,5%) está 6 puntos porcentuales por debajo de la media europea y alejada de las cifras de otros grandes países, como Francia (20,8%) o Alemania (11,6%). No obstante por la pandemia, se ha visto a legislar con urgencia sobre el teletrabajo.

El teletrabajo ha aumentado en la mayoría de los países europeos en los últimos diez años. En promedio, el porcentaje de trabajadores a distancia aumentó en 3 puntos porcentuales entre 2009 y 2018. Esta práctica laboral ha crecido más en los Países Bajos, Suecia y Estonia, con un aumento de al menos 10 puntos porcentuales. España no ha sido una excepción, aunque su crecimiento ha sido mucho más limitado 1,7 puntos, ligeramente inferior al de Francia, donde aumentó 2,2 puntos, y ligeramente superior al de Alemania, donde disminuyó 1,3 puntos.

Y, tras la era Covid, el teletrabajo acelerará su presencia. En España la proporción de trabajadores que podrían trabajar desde su casa (30,6%) es 22,3 puntos más alta que la proporción que actualmente realiza parte de su trabajo en casa. De hecho, en la primera ola y, ante el confinamiento emprendido, alcanzamos niveles próximos al 30%, nuestro límite potencial.

¿La mayor seguridad lo justifica todo?

Existe una tendencia de fondo en los últimos años en la que los ciudadanos renuncian a mayores libertades que pueden afectar, incluso, a la propia intimidad para tratar de asumir unos mayores niveles de seguridad. Este es un tema de riqueza centrado en el poder, que hace que la gente común entre en conflicto con la peor parte de la gran tecnología, la aplicación excesiva de la ley y el posible abuso del gobierno.

En la etapa del coronavirus se ha disputado el dilema libertad frente a seguridad. Bajo esta premisa los gobiernos están utilizando la pandemia como una justificación para otorgarse poderes especiales más allá de lo que es razonablemente necesario para proteger la salud pública. Luego han explotado estos poderes de emergencia para interferir en el sistema judicial, imponer restricciones sin precedentes. Todo sea para la seguridad.

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Las tecnologías que los políticos están implementando son el rastreo de contactos por teléfono, el escaneo térmico y el reconocimiento facial, son eufemismos para la vigilancia, y las compensaciones que se están sopesando ahora podrían extenderse mucho más allá de esta crisis.

Los shocks provocan cambios estructurales. Como ejemplo tenemos el 11-S, el miedo fue el precursor de la Ley Patriota con un amplio apoyo de ambos partidos. Entre las medidas adoptadas estuvo la creación de tribunales militares de excepción, para juzgar a ciudadanos extranjeros bajo sospecha de participar en actividades terroristas, o poner en grave peligro la seguridad nacional. También el FBI se le atribuyen funciones para vigilar el correo y el resto de comunicaciones, a través de a todo sospechoso de desarrollar actividades terroristas.