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Escollo inesperado en el camino de la recuperación

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La demanda que se había embalsado como consecuencia de la
crisis empieza a abrir sus compuertas, facilitando la remontada del gasto de
las familias que han sobreahorrado. El indicador de ventas de detalle se
afianzó en marzo, situándose ya un 6% por encima de su nivel prepandemia. Además,
las expectativas están orientadas al alza, como lo muestra el incremento de los
pedidos industriales. La mejora empieza a notase incluso en el sector de
servicios.

Sin embargo, el panorama se ve ensombrecido por un escollo inesperado: la aparición de cuellos de botella provocados por la escasez de suministros, especialmente en los segmentos de componentes tecnológicos y de metales. La cotización de algunos de los materiales clave para la transición energética y digital, como el cobre, el aluminio o el níquel, escala hasta niveles muy superiores a los valores registrados antes de la crisis. Así pues, el índice sintético de metales del Banco Mundial se situó en abril un 35% por encima de la media de 2019. Los microchips, por su parte, baten records históricos. Este componente vertebrador de un sistema productivo cada vez más digitalizado se encareció un 25% en el primer trimestre, y se espera un crecimiento adicional cercano al 20% en el segundo, según TrendForce, un analista del sector. Por otra parte, la intensificación del tráfico internacional de mercancías provoca retrasos en el abastecimiento y un encarecimiento de los fletes marítimos.

Gráfico 1

Gráfico 2

Fuentes: Markits Economics, Freightos Baltic Index y Banco Mundial.

Para la economía española todo ello redunda en costes de
producción al alza.  El índice de precios
industriales de importación subió un 6% en marzo, y el indicador PMI de costes
apunta a fuertes tensiones tanto en la industria como en los servicios. En
sectores como la automoción, que se enfrenta a tarifas de venta constreñidas, surgen
fenómenos de ruptura de suministros que provocan la ralentización de las
cadenas de producción y dificultan la transición hacia el coche eléctrico.

Por otra parte, el crecimiento exógeno de los costes se
refleja en la inflación, que se acerca al 2% tanto en España como en el resto
de la eurozona. De momento el componente subyacente del IPC se muestra inmune, porque
las empresas españolas contienen sus precios, en un entorno ferozmente
competitivo. Asimismo, los salarios apenas reaccionan, por la situación del
mercado laboral.  

Esos factores seguirán comprimiendo la inflación, salvo cambio
de tendencia de las expectativas —nunca descartable habida cuenta de la
importancia de la psicología en las decisiones de los agentes—. Mucho depende de
la persistencia de los cuellos de botella. En el caso de los metales, la oferta
tiende a reaccionar con rapidez, por la diversificación geográfica de la
producción. El Banco Mundial prevé, por tanto, que los precios de esos recursos
deberían moderar su crecimiento en los próximos meses, antes de normalizarse a
la baja en 2022. Otra cosa es lo que suceda con los componentes tecnológicos, caracterizados
por una oferta concentrada en unas pocas industrias del este asiático (sobre
todo Taiwan, Corea del sur, Japón y en menor medida China).

Tanto la UE como la administración Biden, fuertemente dependientes de esos proveedores, anunciaron en fechas recientes sendos proyectos de revitalización del sector. Sin duda el esfuerzo es meritorio, teniendo en cuenta la prosopopeya en materia de digitalización del Next Generation. Pero existen dudas acerca de la capacidad de mitigar las brechas de abastecimiento a corto plazo, y de recomponer una cadena de valor que, al menos en el caso de Europa, acusa la falta de visión estratégica de Bruselas.

Con todo, lo más probable es que los cuellos de botella
frenen la actividad en algunos sectores, sin comprometer gravemente la
recuperación de conjunto que se espera para la economía española en los
próximos meses. Veremos. De cara al futuro, el plan de recuperación ofrece una
oportunidad de acercamiento entre el sueño de liderar la revolución tecnológica,
y la realidad del tejido productivo.      


INDUSTRIA | El índice de producción industrial (IPI) se incrementó en marzo un 0,4%, y se sitúa ya a poca distancia del nivel precrisis (-2%). La recuperación está a un tris de completarse en el segmento de bienes de consumo y de los bienes intermedios, mientras que la producción de bienes de equipo sigue acusando el impacto de la crisis en la inversión empresarial. La fabricación de automóviles se resiente de los problemas de suministro, con una caída mensual del 6,6%. En abril, la cartera de pedidos registra un repunte intenso, afianzando la mejora en el IPI.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El testigo de la macroeconomía

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En las carreras de relevos no importa solo la velocidad, también las condiciones en que se pasa el testigo. Con la macroeconomía sucede lo mismo. Como los relevistas, son cuatro los trimestres para los que se ofrecen datos de crecimiento. Esta semana hemos sabido que el tercero de 2019 mostró síntomas de fatiga que van a condicionar, probablemente, la carrera de los tres meses finales del año. En apariencia, la velocidad es la esperada —el PIB creció un 0,4% entre junio y septiembre—, pero el testigo se entrega algo más bajo porque el crecimiento interanual ya no es el 2% previsto, sino que cae al 1,9%.

El desfonde es generalizado, pero particularmente acusado para la demanda externa (que contribuye solo con una décima al avance, frente al 1,8% de la demanda interna). Tampoco hubo especial animación en el gasto privado y, sin embargo, sí que la hubo en el público, a pesar de que las restricciones presupuestarias eran importantes y lo serán más el próximo ejercicio.

El equipo llegará, en todo caso, a la meta, y estará por ver si finalmente el año se cierra por debajo de ese 2% que se antoja barrera psicológica. Lo que sí parece es que los velocistas de 2020 serán algo más lentos y el próximo año el PIB será alrededor de medio punto porcentual menor (1,5%). Se convergerá con la mayor parte de combinados europeos en una actividad económica algo más anémica y será mucho más complicado generar empleo, aunque se espera que se siga creando.

«Será un año, por lo tanto, para actuar políticamente con atención y agilidad en el que una economía como la española no puede permitirse quedar en fuera de juego».

Santiago Carbó

Todo esto sucede con unos niveles de precios reducidos. El IPC se elevó al 0,8% (tras el 0,4% de noviembre) pero la subida se asocia al alza de los carburantes porque los componentes subyacentes del consumo siguen adormilados. La inflación sigue perdida y una de las grandes incógnitas de 2020 es si se volverá a encontrar. A ello sigue abonada la política monetaria de muchos bancos centrales.

Respecto a las condiciones externas, ya no se temen zancadillas extraordinarias del exterior por el camino porque se ha disipado, en gran medida, el temor a una recesión global. No obstante, en 2020 seguirá habiendo riesgos a la baja. Estados Unidos celebrará elecciones en noviembre, pero todo el año parece abonado a un embrollo político considerable que, como viene siendo habitual en estos años, tendrá consecuencias en el exterior. En el terreno financiero, se aprecia cierto estrés en los mercados de deuda, una olla en cuya válvula de presión hay muchas manos tocando. Y, sobre todo, el próximo año será de mucho movimiento estratégico.

Entre otras cuestiones, va a haber mucho movimiento en negociación comercial en el año que entra. Se decidirá el nuevo acuerdo entre UE y el Reino Unido y habrá numerosas derivaciones y externalidades de lo que finalmente concreten (o deshagan) Estados Unidos y China. Será un año, por lo tanto, para actuar políticamente con atención y agilidad en el que una economía como la española no puede permitirse quedar en fuera de juego, abotargada por problemas internos que comienzan a eternizarse.

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