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Las políticas del presidente Trump: de la incredulidad a la negación

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Tras el estupor inicial provocado por la ofensiva comercial de EE. UU., la economía global ha entrado en un periodo extraño de desacoplamiento entre la percepción de incertidumbre, y unos datos que revelan una cierta capacidad de resistencia. En España también el momento económico dulce que pervive contrasta con la sucesión de perturbaciones externas o las vicisitudes de la política nacional. Esta sensación de inmunidad, sin embargo, no puede durar indefinidamente.                 

De momento, los mercados son optimistas, a tenor de unas bolsas que han borrado totalmente las pérdidas posteriores al día de la “liberación”. El Nasdaq ha subido casi un 7% en lo que va de año, el índice europeo un 12% y el IBEX un sorprendente 22%. Es decir, los ahorradores no dan crédito a las declaraciones incendiarias (y reversibles) del presidente Trump, considerando que la economía norteamericana puede soportar tanto un arancel del 10% como un incremento de la deuda pública del 25%, que es lo que se anticipa tras la aprobación de la “bella” reforma fiscal de la administración republicana. Los mercados también apuestan por bajadas de tipos de interés, sobre todo cuando se produzca un relevo a la cabeza de la Reserva Federal. Y por un impacto asumible de la guerra comercial de este lado del Atlántico. 


Esta percepción se apoya también en los datos macroeconómicos más recientes, que son consistentes con un avance del PIB en EE. UU. del 0,6% en el segundo trimestre, conforme al GDPnow, y en la eurozona, a tenor del indicador PMI, así como en España ( 0,5% según la previsión de Funcas). 

Ante estas señales alentadoras, conviene señalar dos factores de vulnerabilidad. Uno, el impacto de los aranceles en el comercio internacional está por venir: la acumulación de existencias por parte de las empresas, o el adelanto de los envíos a EE. UU., han atenuado el efecto de las restricciones comerciales. Pero estas prácticas solo aportan remedios transitorios: con el tiempo, los intercambios se resentirán necesariamente de la guerra comercial, incluso en el escenario favorable de un sobrecargo general no superior al 10% sobre los productos europeos, y algo mayor en el caso de los automóviles, el acero, el aluminio y algunos productos agroalimentarios. 

En segundo lugar, los mercados no parecen haber integrado la incoherencia inherente a la política económica norteamericana. Por una parte, los aranceles generan desconfianza entre los inversores, ya que el proteccionismo encarece los costes de producción, desorganiza las cadenas de suministro y en definitiva erosiona el potencial productivo. Por otra parte, EE. UU. necesita a esos mismos inversores para financiar un déficit público que ya es desbocado y que se agravará con los recortes de impuestos. Es decir, la política económica de Trump genera más desequilibrios, al tiempo que socava los incentivos para que los inversores sigan financiándolos. 

La apreciación del euro, divisa que ha empezado a actuar como valor refugio, puede ser una víctima colateral de esta contradicción. Si bien la moneda única ya se ha revalorizado, el ajuste podría ser mayor conforme se vayan materializando las amenazas proteccionistas. Como muchas otras monedas, y el propio yuan, tienden a evolucionar al compás del dólar, la apreciación del euro tendrá un alcance global, pudiendo constituir un factor mucho más costoso para los exportadores que los propios aranceles. 

Por fortuna, la economía española está poco expuesta tanto a la escalada de aranceles como a las consecuencias de la apreciación del euro frente al resto de monedas. Esto es porque nuestros intercambios se dirigen principalmente a la zona euro, frente a la cual se mantiene un sólido superávit. Ante una situación en principio favorable, sin embargo, el escollo procede del débil margen de maniobra de nuestra política económica, con unos presupuestos prorrogados sine die y una escasa capacidad de consensuar reformas de calado o medidas que compensen las adversidades de la coyuntura internacional. 

EURO | En el momento de escribir, la moneda única cotizaba en el entorno de 1,17 dólares, un 13% por encima de los valores observados a inicios de año. El euro también ha tendido a apreciarse frente a otras divisas, como el yuan chino ( 10,5%), restando competitividad a las exportaciones. La apreciación del euro es por tanto cuasi generalizada, y refleja un ajuste de los movimientos de capital, particularmente en relación a la inversión en cartera, que se ha acelerado tras la imposición de restricciones comerciales por parte de la Administración Trump a principios de abril. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La economía española tras el shock comercial

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El comercio internacional, uno de los principales baluartes de la economía española, empieza a flaquear como consecuencia de la guerra arancelaria. Según las estimaciones de la OMC, los intercambios internacionales se paralizarán en los próximos meses bajo la premisa, relativamente optimista, de una escalada tarifaria contenida, y se contraerán hasta un 1,5% en el supuesto de una activación de los aranceles recíprocos por parte de EE UU, y de represalias de otros países. 

Los primeros efectos del proteccionismo son ya palpables en el bloque comercial de América del Norte. Por ejemplo, desde el inicio de la ofensiva tarifaria, la frontera norte de México habría registrado una fuerte caída de los envíos al país vecino, mientras que los viajes entre Canadá y EE. UU. se habrían reducido drásticamente. Esto son solo las primeras réplicas de una onda recesiva provocada por el aislacionismo comercial que irá extendiéndose a través del planeta. 

España no puede desacoplarse de un eventual parón del comercio internacional. El shock tarifario va más allá de nuestra exposición directa al mercado americano, ya que la amenaza es global, cerniéndose sobre una economía europea en un momento de gran debilidad y de dificultad para consensuar una acción común. No es sorprendente que nuestros intercambios con los socios comunitarios se hayan debilitado, siendo ésta una tendencia que, hasta fechas recientes, se había compensado con los buenos resultados cosechados fuera del Viejo Continente. El año pasado las exportaciones de mercancías españolas a la UE se redujeron en 0,5%, mientras que los envíos a los destinos no comunitarios se incrementaron un 1,4% (conforme a la balanza de pagos). 

Tras la imposición de los aranceles, va a ser difícil contrarrestar la anemia europea recurriendo a los mercados extracomunitarios. Los datos de ventas de grandes empresas –los únicos que aportan una información en tiempo casi real– evidencian ya una caída de las exportaciones totales del 1,7% durante el mes de marzo (en términos de crecimiento medio interanual, que no es posible desglosar entre diferentes destinos). Paralelamente las importaciones siguen avanzando, en consonancia con el tirón de la demanda interna. En suma, el sector exterior, que aportó directamente el 30% del crecimiento total del PIB en el último trienio, tiende ahora a restar actividad.


La inversión es la variable más vulnerable ante un panorama internacional tan adverso como incierto. Por su internacionalización, son las grandes empresas las más perjudicadas. Cabe anticipar que estas corporaciones congelen algunos proyectos hasta que el panorama comercial se dilucide. Por otra parte, el volumen de inversión directa española en EE. UU. roza los 120.000 millones de euros, o el 7,4% de nuestro PIB. El bajo nivel de endeudamiento empresarial, junto con la senda de bajada de tipos de interés, configuraba un escenario favorable a la inversión. La incertidumbre global lo empaña. 

Si bien el consumo público tiene ya poco recorrido, el de las familias puede actuar como contrapeso, gracias al crecimiento del empleo y la disponibilidad de un importante remanente de ahorro. De manera similar, un ciclo de inversión residencial está en marcha (si bien a un ritmo insuficiente para aplacar la crisis de vivienda). Con todo, sin embargo, el frenazo externo será el protagonista de la coyuntura. 

La magnitud de la desaceleración va a depender sobre todo de las decisiones que se tomen en Washington. El arancel actual del 10% es un golpe duro pero asumible para la economía. Otra cosa es si el clima de incertidumbre se perpetúa, con una sucesión de nuevas amenazas y de desmentidos, lastrando la economía mundial, pero elevando también el riesgo de recesión e inestabilidad financiera en EE. UU. No es el escenario más probable: la suspensión de los aranceles recíprocos evidencia que el republicano tiende a recular ante un conato de crisis de deuda. Trump tiene la llave, pero la comparte con los mercados. 

DEUDA | El mercado español de deuda pública, importante barómetro de la salud financiera de nuestra economía, ha reaccionado con calma a las turbulencias desatadas del otro lado del Atlántico tras el día de la “liberación”. La rentabilidad exigida por los mercados para comprar bonos españoles a diez años ha oscilado entre el 3,2% y 3,3%. Y la prima de riesgo, o diferencial con el referente alemán, considerado como valor refugio para los inversores en momentos de gran incertidumbre como el actual, apenas se ha incrementado en torno a 10 puntos básicos. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los bancos centrales se enfrentan probablemente a otra grave tensión financiera

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En un marco global tensionado por la incertidumbre con los aranceles y, en particular, por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, los bancos centrales, como ya ocurriera con la crisis financiera y la pandemia, vuelven a estar en el centro del escenario económico global. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo van a tener unos difíciles meses por delante. Los probables conflictos geopolíticos, a cuyos riesgos se ha referido el FMI recientemente, y las distorsiones en las cadenas globales de suministro, van a elevar el grado de exigencia. No parece tratarse aún de un momento Lehman Brothers, pero sí que tiene toda la pinta de ser peliagudo, sobre todo si las tensiones arancelarias continúan agravando el panorama financiero.

Este tipo de shock, a diferencia de una crisis financiera o una recesión convencional, tiene una naturaleza eminentemente política y externa al control directo de los bancos centrales. Algo parecido al choque de la pandemia; en este caso, una crisis sanitaria global. No obstante, las consecuencias económicas de la grave tensión arancelaria recaen de lleno en la esfera de acción de los bancos centrales. La Fed se encuentra en una encrucijada. Seguir en pausa en su estrategia para contener una inflación alimentada por factores no monetarios podría agravar la desaceleración de la inversión y la actividad económica. Sin embargo, ser complaciente bajando tipos podría minar su credibilidad y anclar expectativas de inflación al alza. Además, las crecientes tensiones políticas internas –donde algunos sectores presionan a la Fed para estabilizar la economía– ponen en peligro su independencia.

La situación no es del todo distinta en la zona euro, donde la fragilidad en el crecimiento ya es un clásico. La eurozona es más dependiente del comercio internacional que EE UU, por lo que los efectos de las tensiones arancelarias se sentirán de forma aún más intensa. La labor del BCE se complica con la fragmentación del bloque. Las diferencias en el crecimiento en los países grandes, como Alemania, Francia, Italia o España, dificultan una respuesta unificada. Subir tipos podría proteger el poder adquisitivo en el norte de Europa, pero ahogar aún más la recuperación de los países con mayor endeudamiento como Italia. Y se vienen por delante nuevos esfuerzos fiscales por el aumento del gasto en defensa y seguridad. Hoy se reúne el Consejo del BCE y se estará muy atento a su decisión. Apunta a una nueva bajada de tipos, algo que no se pronosticaba hace unas semanas.

Luego está uno de los canales más sensibles, el de los mercados financieros. Las decisiones de los bancos centrales son seguidas con atención quirúrgica por los inversores. Y ahora la situación es mucho más compleja para la Fed que para el BCE. El mercado de deuda pública estadounidense, en particular, ha mostrado una gran sensibilidad a las expectativas de inflación y a la percepción de riesgo sistémico. El mercado de treasuries –tradicionalmente considerado como el activo libre de riesgo por excelencia– ha experimentado una notable volatilidad. Que se explica, en buena parte, por la incertidumbre arancelaria y fiscal y la reducción de la demanda estructural por estos bonos. China, uno de los mayores tenedores, ha reducido gradualmente su exposición como respuesta estratégica al conflicto comercial. Este mercado ha sido testigo de aumentos inusuales en la volatilidad, caídas en la liquidez y amplios diferenciales bid-ask que han encendido las alarmas entre analistas y autoridades. Muchos miran hacia la Fed en busca de soluciones. Las herramientas convencionales –como la bajada de tipos– tienen una efectividad limitada frente a shocks de oferta como el arancelario. La confianza en la política monetaria se convierte así en un activo intangible pero crítico, cuya erosión podría desencadenar una fuga de capitales y un endurecimiento abrupto de las condiciones financieras.

No es la primera vez que se presentan tensiones de este tipo. Durante el estallido de la pandemia, el mercado de treasuries vivió uno de sus peores momentos cuando inversores institucionales comenzaron a liquidar bonos en masa para conseguir liquidez. Provocó una disfunción severa que obligó a la Fed a comprar bonos a gran escala mediante su programa de flexibilización cuantitativa (QE), que fue clave para estabilizar el sistema financiero.

Muchos abogan por que se vuelva a emplear ahora. Sin embargo, en la pandemia había una causa externa inesperada sobre la que nada se podía hacer –crisis sanitaria–, y ahora todo se debe a una combinación de decisiones voluntarias del Gobierno norteamericano y a disfuncionalidades del mercado de bonos. Rescatarlo ahora nuevamente puede generar incentivos perversos para el futuro. Se habla de otras opciones, como que la Fed podría colaborar con el Tesoro para coordinar mejor la emisión de deuda, distribuyéndola de manera menos agresiva. O fortalecer la infraestructura del mercado secundario de treasuries, incentivando la participación de creadores de mercado, o incluso habilitando un dealer de última instancia.

En suma, la Fed y el BCE se enfrentan al desafío de mantener la credibilidad, sostener la demanda interna y anclar las expectativas de inflación, todo ello en un entorno donde las decisiones políticas externas –como los aranceles– limitan enormemente sus márgenes de maniobra. Con un reto enorme además para la Fed, encontrar el equilibrio entre mantener su credibilidad frente a la inflación y evitar una disfunción financiera en la situación de los treasuries que pueda extenderse a otros mercados. Seguro que la Fed agradecería algo más de coherencia en las políticas económicas del Gobierno de su país.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Los aranceles y el crecimiento

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Los tambores de guerra arancelaria suenan con fuerza y toda la atención se centra en los sectores exportadores más vulnerables ante las proclamas proteccionistas. Lo más relevante, sin embargo, podría situarse en el plano macroeconómico general y no en los flujos comerciales en sí.  

Como se ha señalado por muchos analistas, el grado de exposición de España a las vicisitudes mercantilistas de Trump es relativamente reducido. Las exportaciones hacia el gigante americano representan menos del 5% del total, la mitad que Alemania. Sectores como las semimanufacturas, las artes gráficas y la cerámica, donde la participación del mercado trasatlántico supera el doble dígito, funcionan como suministro o complemento para la economía de EE. UU., lo que hace que la imposición de aranceles sobre ellos carezca de sentido. Otros sectores, especialmente la agroindustria y los productos farmacéuticos, se verán más afectados, ya que compiten directamente con empresas de ese país, justificando medidas de acompañamiento.


En todo caso, según el Observatorio de Márgenes, estos sectores disponen de un cierto colchón para suavizar cualquier choque comercial, particularmente en la industria de la alimentación cuya rentabilidad alcanza cifras récord. Así pues, el endurecimiento arancelario solo se trasladaría parcialmente al precio de venta final en el mercado norteamericano, gracias a la compresión del margen de beneficios. Por el lado de las importaciones, destacan las de armamento, las aeronaves y la energía, sectores prioritarios de la nueva política económica de Trump y, por ende, poco expuestos a eventuales restricciones. 

El principal riesgo proviene de frentes distintos al comercial. En primer lugar, habrá que vigilar el impacto en la inversión, la variable más sensible a las incertidumbres geopolíticas y también la más rezagada del ciclo expansivo español. Las empresas norteamericanas lideran la inversión directa en nuestro país, con cerca del 20% del total, y es probable que aplacen nuevas operaciones en un entorno tan incierto, marcado por la insistencia en repatriar sus actividades. En este sentido, el sector automotriz es crucial: si bien nuestras exportaciones de automóviles a EE. UU. apenas aportan el 0,7% del total, la inversión extranjera, incluida la que recibimos de EE UU, constituye la columna vertebral que sostiene el conjunto del sector. 

Se prevé igualmente una actitud cautelosa por parte de las empresas españolas que invierten en EE. UU. Algunas están considerando cancelar importantes proyectos, no solo en el sector de energías renovables, ante la incertidumbre regulatoria y la hostilidad mostrada por Trump hacia las autoridades de competencia.

A medio plazo, el bloque comercial que ofrezca más seguridad jurídica y reglas de competencia estables puede salir ganando. Y en esta batalla Europa dispone de una oportunidad, enmendando errores pasados y profundizando en el mercado único. El anuncio por parte de la Comisión de un paquete de medidas destinadas a mejorar el funcionamiento del mercado de la energía es una buena noticia al respecto. 

Finalmente, mucho dependerá de la reacción de Alemania. La aplicación de aranceles amenaza con agravar el clima de recesión que se ha instalado en su industria, desatando recortes de plantilla que podría repercutir en las empresas alemanas presentes en nuestro país. Cuando se conforme, el nuevo ejecutivo dispondrá de un importante margen de acción fiscal: bien utilizado, ya sea reformando el límite constitucional al endeudamiento o sorteándolo con medidas extrapresupuestarias, la inversión pública puede generar un potente contrapeso coyuntural. También podrá ayudar a escribir junto con sus socios una nueva hoja de ruta para la integración económica europea.

En lo inmediato, la ola proteccionista representa un riesgo para el crecimiento, especialmente en el ámbito de la inversión. La clave está en revitalizar los motores internos de la economía europea y brindar seguridad respecto a las reglas que deben regir la economía de mercado. Recordando que, más pronto que tarde, el proteccionismo terminará por convertirse en un obstáculo para la economía estadounidense.

COMERCIO | Según el Bureau of Economic Analysis, la balanza de los intercambios de bienes y servicios entre EE UU y España arrojó en 2023 un saldo de 600 millones de dólares a favor de la economía americana (o cerca de 550 millones de euros). Este resultado procede del superávit de los intercambios de bienes y de servicios no turísticos, que asciende a 3.100 millones de dólares a favor de EE UU. Este excedente compensa el déficit en la balanza en concepto de turismo (2.500 millones de dólares a favor de nuestro país).  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Cómo puede prepararse Europa para las turbulencias comerciales con Trump

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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reactivado temores sobre un posible deterioro en las relaciones comerciales entre la Unión Europea y Estados Unidos. Con un enfoque renovado en el proteccionismo y los aranceles, Europa enfrenta desafíos importantes para proteger su competitividad y prosperidad económica.

En el último episodio de Future is Blue, el podcast sobre economía europea promovido por Funcas, intervinieron dos destacados expertos: Alicia García-Herrero, Senior Fellow en Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis, y Raymond Torres, director de Funcas Europe. Durante la conversación, se abordaron los posibles impactos de las políticas de Trump en las relaciones transatlánticas y las formas en que Europa puede prepararse para una posible guerra comercial.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí

El impacto de nuevos aranceles

Uno de los principales riesgos que se discutieron fue la reactivación de los aranceles generalizados que podrían golpear sectores clave de la economía europea, como el automovilístico, químico o cualquier industria en la que Estados Unidos tenga déficit comercial. Según García-Herrero, “todo apunta a que esta vez serán aranceles generalizados”, lo que podría erosionar la confianza empresarial en las cadenas de suministro globales.

La incertidumbre que generan estas políticas puede retrasar aún más la recuperación económica en Europa, especialmente en un contexto donde ya existe debilidad en la inversión, como señaló Torres durante la conversación.

La amenaza para la industria automovilística

Alemania, como uno de los mayores exportadores de automóviles, podría ser uno de los países más afectados. Los fabricantes europeos, para evitar los aranceles, podrían verse obligados a localizar su producción en Estados Unidos o en países con acuerdos comerciales favorables, como México. Sin embargo, esta estrategia tiene un alto coste logístico y financiero, además de poner en riesgo la competitividad europea frente a la creciente competencia de fabricantes chinos.

Como señaló Torres, si Trump intensifica los aranceles contra los automóviles chinos, “China podría aumentar sus exportaciones hacia Europa, creando una competencia feroz en un momento en que los fabricantes europeos ya están rezagados en el mercado de vehículos eléctricos”.

¿Una oportunidad para la integración europea?

No todo son ser malas noticias. Estas tensiones también podrían servir como catalizador para acelerar la integración europea. Con el informe Draghi aún fresco, proyectos como la Unión de Mercados de Capitales podrían cobrar mayor impulso. No obstante, García-Herrero advierte sobre la debilidad política en países clave como Francia y Alemania, lo que podría dificultar la adopción de reformas necesarias para fortalecer la posición de Europa.

Diversificar para resistir

Otra estrategia clave es la diversificación de socios comerciales. Fortalecer las relaciones con mercados emergentes en Asia, América Latina y África podría ayudar a Europa a reducir su dependencia de Estados Unidos y China. Torres recomienda que “Europa se involucre con otros socios, no solo con Estados Unidos y China… Esto compensaría las dificultades en otras áreas”.

En este contexto de tensiones comerciales y transformación global, con China y Estados Unidos en una carrera vertiginosa por el dominio geopolítico del nuevo mundo, la unidad de los europeos y la profundización de la UE son indispensables.

Puedes escuchar el episodio completo del pódcast Future is Blue aquí.

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Covid-19 y la reforma del orden económico internacional

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La covid-19 ha sacudido la economía global en unos momentos en los que se estaban generalizando las tensiones comerciales. En los últimos tres años los gobiernos nacionales han aprobado 2.723 medidas restrictivas del comercio internacional. Las más graves son las aplicadas en la guerra comercial de Estados Unidos y China. Estos dos países sólo son responsables del 23% de dichas medidas, aunque son las de mayor calado y las que están poniendo en peligro el sistema multilateral de comercio creado por Estados Unidos y del que China ha sido, seguramente, el país más beneficiado.

El conflicto Estados Unidos-China se remonta prácticamente
al momento en el que China fue aceptada en 2001 como miembro de la Organización
Mundial del Comercio (OMC). Desde ese momento China utilizó el comercio como un
arma al servicio de su estrategia geopolítica. Por su particular sistema económico, que podemos
caracterizar como de capitalismo de estado, su gobierno ha interferido
sistemáticamente, mediante ayudas
públicas de todo tipo, en la asignación de recursos y en la formación de
precios. El resultado es que en algunos sectores sus producciones son
extraordinariamente baratas, no porque sea el país más eficiente y competitivo
sino porque, debido a su sistema opaco de subvenciones públicas, invaden los
mercados internacionales obligando
a cerrar empresas en las economías avanzadas. El caso más extremo y
conocido ha sido el referente a la
producción de acero que, como consecuencia de este comportamiento anticompetitivo, ha ocasionado el cierre
de numerosas empresas en países desarrollados. Estados Unidos es seguramente el
país que en mayor medida se ha visto afectado, tanto en su producción de acero (sector
en el que también se han cerrado plantas industriales en Europa y en España) como
en otras actividades productivas.

Frente a este comportamiento, la OMC, que es la
organización encargada de vigilar y supervisar el cumplimiento de los acuerdos
que garantizan un comercio libre, no ha sido capaz de resolver los
conflictos y se ha mostrado incapaz de encauzar el comercio según el espíritu que impregnan
las normas que deben regir las relaciones comerciales internacionales y que
dieron origen a la propia organización.

«Es de esperar que la tremenda perturbación ocasionada por lacovid-19 haga ver con claridad a los líderes mundiales la necesidad de fortalecer el orden comercial internacional. Y que, mediante la cooperación y el consenso, se restaure una OMC más eficiente».

Esta falta de un buen gobierno multilateral ha contribuido al desarrollo de movimientos antiglobalización que reaccionan contra lo que consideran los efectos negativos de un mundo globalizado. Para estos movimientos, la covid-19 evidenciaría de forma clara lo que ellos consideran efectos negativos de la globalización. Por ello, hoy es frecuente escuchar que el reto al que nos enfrentamos no es la reconstrucción y mejora de las relaciones económicas que se estaban resquebrajando, sino el restablecimiento de unas sólidas economías que prioricen las industrias nacionales. Parece que hay unas fuerzas sociales y políticas que apuntan a la intensificación de los conflictos en las relaciones económicas internacionales. Por eso, Dani Rodrik cree que los autócratas populistas se volverán más autoritarios, que China y Estados Unidos mantendrán su enfrentamiento y que, en general, se intensificará la batalla en el seno de los países entre populistas autoritarios e internacionalistas liberales.

Ese camino sería desastroso y ojalá no se intente recorrer. Por el contrario, el impacto que está teniendo la covid-19 debería servir para reconducir las tensiones chino-norteamericanas. Es necesario comenzar superando el sentimiento anti-chino propio de algunas esferas de la sociedad norteamericana, pero también la hostilidad anti-norteamericana que se está extendiendo en la sociedad china. Como señala Keyu Jin, la crisis provocada por la covid-19 debería abrir el camino a la reconciliación. China, como potencia en ascenso, debe dejar de usar los instrumentos económicos como arma para hacer valer sus intereses geopolíticos y, en su lugar, ganarse la confianza del resto del mundo con comportamientos transparentes y actuaciones honestas. En la lucha que mantienen ambos países por el liderazgo mundial, Martin Wolf ha señalado, muy acertadamente, que vencerá aquel que sea capaz de mostrarse ante el mundo como competente y decente. Y cree que China no es decente, pero el coronavirus puede cambiar esta situación en unos momentos en que Estados Unidos tiene un presidente al que muchos consideran incompetente y perverso con el resto del mundo.

Es de esperar que la tremenda perturbación ocasionada por la covid-19 haga ver con claridad a los líderes mundiales la necesidad de fortalecer el orden comercial internacional. Y que, mediante la cooperación y el consenso, se restaure una OMC más eficiente para que vuelva a convertirse en un instrumento esencial para el logro, gracias a la división internacional del trabajo y la creciente integración de las economías nacionales, de la prosperidad, la estabilidad económica y la paz mundial.


Referencias

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Guerra tecnológica y orden mundial

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La primera gran guerra del siglo XXI se libra por la información. Como en toda contienda, hay eventos que representan la escenificación de las hostilidades. La Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich el fin de semana fue uno de ellos. Cuando se creó la Alianza Transatlántica, que acaba de cumplir 70 años, pocos podían vaticinar que el principal problema que hoy amenazaría su estabilidad es el control de los datos. Se discuten tres aspectos con particular beligerancia: qué modelo tecnológico debe imponerse, qué impacto puede tener ese modelo en el orden mundial y qué papel debe jugar Europa.

La disputa es entre EEUU y China. En Múnich hubo un desfile de mandatarios y gurús tecnológicos estadounidenses de caracterización ideológica muy diversa pero unidos en torno a una petición de apoyo a las grandes tecnológicas americanas. Consideran que solo ellas —y no las asiáticas— pueden someterse a reglas democráticas como las que los aliados han compartido (no sin problemas) en las últimas décadas.

«Es necesario que ese orden se rija con consenso y control multilateral respeto a los datos. Se echa mucho de menos una agencia mundial de datos que fije los parámetros básicos y coordinación internacional para que sean efectivos».

Santiago Carbó

Europa es el campo de batalla porque, a pesar de no tener ningún gran jugador en el mundo bigtech, es el terreno que tanto EEUU como China quieren dominar por su fuerte demanda. Ha habido invitaciones desde Washington a que se abandone cualquier intento de alianza con China en temas clave como el 5G porque será un sistema de comunicación ubicuo que no debe estar controlado por quien no entiende la privacidad o la competencia igual que los países occidentales y democráticos.

El orden económico global resultante tampoco será necesariamente óptimo si está dominado únicamente por tecnológicas norteamericanas, sin contrapesos ni regulación. La concentración de poder sobre la información seguiría siendo inquietante. Es necesario que ese orden se rija con consenso y control multilateral respeto a los datos. Se echa mucho de menos una agencia mundial de datos que fije los parámetros básicos y coordinación internacional para que sean efectivos.

Lo sucedido es que unas pocas empresas privadas han acumulado tanto poder que, probablemente, a ellas mismas les asusta que les pueda fagocitar. Una de las que más avatares y restregones regulatorios está sufriendo es Facebook, que fue presentado en Múnich como el “país” más poblado de la tierra. Su presidente, Mark Zuckerberg, reconoció en la ciudad bávara que ni los valores sociales ni la privacidad deberían acabar siendo gestionados por unas pocas manos privadas. Y señaló cuatro áreas sensibles que tal vez debieran dar una primera forma a una institución multilateral de control de datos: las elecciones, la privacidad, los contenidos denigrantes y la economía (el valor) de los datos.

Mientras que Europa busca sus propios gigantes tecnológicos —podría perderse en el intento— tiene al menos la necesidad y la obligación de marcar el rumbo de la regulación de datos del futuro. En comparación histórica, se da la vuelta la tortilla y es ahora EEUU el que pide a Europa que se una a su bando en la gran disputa global. Convendría poner no pocas condiciones.

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Desglobalización

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La economía global parece vivir un proceso de inversión del orden imperante
desde la segunda mitad del siglo XX. El mundo se desglobaliza porque la
interacción, comunicación e interdependencia se han exacerbado hasta causar un
importante rechazo.

La tecnología impone una velocidad en los procesos de oferta y demanda que parece incomodar a muchos ciudadanos. Una epidemia como la del coronavirus mantiene encerrados a millones de personas y aterradas a otras tantas, poniendo en jaque eventos globales como el Mobile World Congress de Barcelona y generando una contestación social dentro de la propia China hasta ahora inusitada. Los nacionalismos vuelven a arreciar y populismos como el Brexit desgajan estructuras económicas que parecían sólidas. Son cada vez más los ciudadanos y empresas que piensan mucho más en la sostenibilidad que en el crecimiento sin más y que se sienten cada vez más incómodos con el daño al planeta que supone la todavía abrumadora presencia de la economía basada en el carbón y las emisiones de gases de efecto invernadero.

Desde la perspectiva macroeconómica proliferan sistemas de valoración que
ponderan cada vez más a las empresas que realizan planes de sostenibilidad y en
las que impera la racionalidad en el tamaño frente al crecimiento por el
crecimiento. El término desglobalización no solo es una convención ya aceptada
lingüísticamente para definir nuevos principios filosóficos, sino que toma
forma de manera muy concreta en la actualidad como un freno natural. Problemas
que venían manifestándose de manera aguda entre un mundo avanzado y otro
rezagado se trasladan ahora a las principales economías en forma de descontento
social y desafección.

Tecnología y democracia parecen dos de los caballos de batalla de este
desmontaje global en torno a un término cada vez más frecuente: el
desacoplamiento. Por un lado, la rivalidad entre China y Estados Unidos se
comienza a considerar como el fenómeno geopolítico de la primera mitad del
siglo XXI, el Great Decoupling o gran desacoplamiento. La ruptura cada
vez más clara entre dos modelos que tiene como principal exponente la batalla
por quién impone su modelo tecnológico. La guerra es muy profunda y la
contienda comercial de los dos últimos años ha sido solo un pequeño preliminar.
También se debate si es posible un desacoplamiento económico-medioambiental. En
particular, si es posible apostar por modelos de desarrollo que impulsen el
crecimiento sin dañar al medioambiente. Y existe, además, otro posible
desencaje: la desigualdad que puede generar la tecnología, tanto porque su
utilidad se acabe dirigiendo de forma casi exclusiva en determinados estratos
sociales como porque su principal poder (el de la información) se concentre en
pocas manos que puedan acabar teniendo una palabra casi única sobre qué es la
verdad.

Por otro lado, la democracia también trata de redefinirse. No de forma menos paradójica, con multimillonarios como George Soros sugiriendo los beneficios para la transformación social global de las protestas en lugares donde antes era casi imposible. Parece que la organización económica es sólo digerible socialmente si el crecimiento no implica una aceleración destructiva. Puede ser ese término tan cool reacuñado estos días de “economía circular”. O algo mucho más profundo socialmente.

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Guiños a la economía y una sombra

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El pulso de la economía late al ritmo de la desaceleración, sin grandes cambios con respecto al pasado ejercicio, y sin embargo aparecen algunas señales de reactivación que, de confirmarse, podrían reservarnos una sorpresa. De momento, el crecimiento palidece y durante los dos próximos trimestres podría situarse por debajo del 1,9% alcanzado en 2019 como consecuencia de la cuasi crisis en buena parte de la industria y del estancamiento del comercio internacional. Tanto la producción industrial como los indicadores avanzados del sector apuntan a una actividad deprimida en el arranque de 2020.

Por su parte, los servicios mantienen su buena tónica, aunque sin evitar la pérdida global de vigor. El principal índice de actividad del sector divulgado esta semana por el INE muestra un incremento en noviembre del 2,6% con respecto a un año antes, y los indicadores avanzados para el inicio de 2020 van en la misma dirección.

Los brotes verdes provienen, en primer lugar, del sector del automóvil. En diciembre la producción se incrementó un sorprendente 21% y las exportaciones lo hicieron a un ritmo similar, principalmente por el dinamismo en el segmento de vehículos híbridos y eléctricos. El sector se está adaptando a los cambios en las pautas de movilidad y en la demanda, cada vez más concienciada de la importancia de la lucha contra el cambio climático. Y los gobiernos, tras un periodo de incertidumbre, empiezan a despejar el horizonte normativo.

La pausa en el conflicto comercial entre EE UU y China es otro paso en la buena dirección, y motiva que el FMI vaticine un próximo repunte de los intercambios internacionales. Esto aportaría algo de aire a la economía mundial, en especial en Alemania, uno de nuestros principales mercados, que doblaría su crecimiento con respecto a 2019.

Además, ante la ausencia de presiones inflacionistas, los bancos centrales mantienen sus economías bajo perfusión monetaria. Para Europa esto significa la persistencia de tipos de interés excepcionalmente bajos durante los dos próximos años, por lo menos, y la inyección de copiosas dosis de liquidez. Todo ello contribuirá a sostener el crédito y la actividad, aunque a cambio de nuevos riesgos en materia de estabilidad financiera. Prueba de ello, el volumen de transacciones en el mercado interbancario de liquidez —que es donde se determinan los principales tipos de interés como el euríbor, que sirve de referencia para las hipotecas—se ha desplomado. Esto nos expone a fenómenos de volatilidad financiera, como ocurre en EE UU desde septiembre pasado.

«[El déficit público] no condiciona la expansión, por la comodidad de las condiciones de financiación de la deuda. Sin embargo, nos dejaría con poco margen de maniobra si las señales de recuperación no se confirmaran o el entorno externo se complicara».

Raymond Torres

Con todo, se prevé un crecimiento del 1,5% para el conjunto de 2020. Fruto de la leve recuperación global anticipada por los principales organismos internacionales, la desaceleración de la economía española podría tocar fondo durante la segunda parte del año, facilitando un repunte en 2021. La inversión en equipo se mantendrá como uno de los componentes más dinámicos.

Gráfico 1

Gráfico 2

El principal escollo viene del nivel heredado de déficit público. Durante los tres primeros trimestres de 2019, el desequilibrio acumulado alcanzó cerca de 19.000 millones, frente al objetivo para todo el año de 25.000 millones (según el plan presupuestario de octubre). Las informaciones disponibles de ejecución presupuestaria, que confirman la pauta de todos los anteriores cierres de ejercicio, muestran que el agujero para el conjunto del año sería de no menos de 31.000 millones. Es decir, 2,5% del PIB, medio punto por encima del objetivo e incluso tres décimas más que la estimación de Airef realizada tan solo el mes pasado.

Esta posición, si bien decepcionante con respecto a las expectativas, no condiciona la expansión, por la comodidad de las condiciones de financiación de la deuda. Sin embargo, nos dejaría con poco margen de maniobra si las señales de recuperación no se confirmaran o el entorno externo se complicara. Por tanto, la presentación de los nuevos presupuestos generales sería una buena ocasión para diseñar un plan estratégico de contención de los desequilibrios a medio plazo. Lo que importa es el realismo de los objetivos y la credibilidad de los mecanismos de seguimiento.

Fuentes de los gráficos: INE, Gobierno y Funcas

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Tiempos para nuevos impulsos reformistas

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El nuevo Gobierno se encuentra con un panorama internacional ensombrecido por la multiplicación de guerras comerciales, el debilitamiento del multilateralismo y de los flujos de inversión productiva internacional y el desplome de la industria. Y no se anticipa una rápida mejora en los próximos meses, por lo que nuestras perspectivas de crecimiento, aunque todavía favorables en comparación con el resto de Europa, se verán constreñidas durante algún tiempo.

Las llamadas a un mayor protagonismo de los presupuestos públicos en la reactivación de la economía europea han sido desoídas salvo, paradójicamente, en los países que en principio disponían de menos margen como Francia. Macron ha respondido a las revueltas sociales con más gasto y recortes fiscales, agravando el déficit público hasta llevarlo al umbral del 3% del PIB. Su ministro de Hacienda ya ha anunciado medidas de contención. Ni los países con superávit quieren tomar el relevo de Francia, ni el erario público europeo puede permitírselo a corto plazo, a falta de más concreción de las promesas de Von der Leyen con respecto a la creación de un mecanismo europeo anticíclico.

Por otra parte, el hipotético acuerdo en ciernes entre EE UU y China no cerrará la pugna geopolítica entre las dos primeras potencias. Las presiones de Washington se mantendrán por lo menos hasta constatar un cambio en el modelo productivo impulsado por Pekín, basado en el intervencionismo, el apoyo a las exportaciones y el afán de dominación en materia tecnológica. El comercio internacional se resiente de la escalada arancelaria. El volumen de intercambios internacionales se incrementa a un ritmo anual cercano al 1,5% (según estimaciones del Banco Mundial), tres veces menos que durante el periodo de recuperación. Un estancamiento que tiene secuelas sobre la inversión directa extranjera, según el reciente informe del Banco Mundial. La entrada de capital productivo en nuestro país alcanzó hasta octubre 9.800 millones de euros, la cuarta parte que un año antes.

Gráfico 1

Gráfico 2

Fuentes de los gráficos: Ministerio de Economía, Markit Economics y Funcas.

Por otra parte, se esperaba un rebote de la industria, tras un periodo de repliegue como consecuencia del frenazo mundial y de adaptación a las exigencias de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, los indicadores muestran una caída prolongada de la actividad. En España, el sector aguanta algo mejor que en el resto de Europa, pero la producción industrial apenas avanza. El sorprendente repunte de la producción de bienes de equipo no basta para compensar la caída en el sector del automóvil.

«La economía española podría crecer en torno al 1,5% este año, todavía medio punto más que la media europea, antes de recuperar algo de dinamismo en 2021. Un resultado que sin embargo, nos obliga a un nuevo impulso reformista».

Raymond Torres

Queda la política monetaria, un instrumento ya sobrecargado porque los tipos de interés difícilmente pueden bajar más, y las medidas de reactivación del crédito se enfrentan a una demanda renqueante. No obstante, se espera que sus efectos se dejen notar en la economía europea a corto plazo.

El mercado laboral es otro pilar de la expansión. Pese al frenazo, se sigue creando empleo y los salarios repuntan, tanto en nuestro país como en el resto de Europa, sosteniendo la renta de las familias y el gasto en consumo. Se estima que la renta disponible de los hogares españoles aumentó en 25.000 millones en 2019, casi lo mismo que el total de Francia e Italia (en Alemania el incremento alcanzó 75.000).

Pero el principal factor que justifica un moderado optimismo es la situación financiera relativamente saneada del sector privado europeo (aunque con preocupantes aumentos de deuda corporativa de alto riesgo), así como un tejido productivo reactivo a la recuperación de la economía global, cuando esta se produzca. Esto es precisamente lo que anticipan los principales organismos internacionales a partir de la segunda parte del año.

Con todo, la economía española podría crecer en torno al 1,5% este año, todavía medio punto más que la media europea, antes de recuperar algo de dinamismo en 2021. Un resultado que sin embargo, nos obliga a un nuevo impulso reformista, ante la persistencia de importantes desequilibrios sociales y económicos.

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