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El correo es clave en las elecciones de EEUU, pero su deterioro impacta también a muchas empresas de Internet: Amazon toma cartas en el asunto

Actualmente, tal vez la que sea la batalla más vital para la democracia de Estados Unidos se viene librando desde hace unos meses en torno al servicio postal de aquel país, con un voto por correo esencial en medio de la pandemia, pero al que se estaría asfixiando económicamente por otro lado. A las declaraciones más mediáticas y a los argumentos más viscerales, como era de esperar, ahora hay que ir añadiendo ya aspectos que ya no son tan dignos de una mera representación teatral, y que ya estarían empezando a rayar en lo potencialmente más destructivo para una democracia, como realmente debe de haber sido el objetivo desde el principio en diversos países desarrollados a nivel mundial.

Pero las implicaciones socioeconómicas actuales de los servicios postales del mundo van mucho más allá de sus servicios más democráticos (que no son ni mucho menos poco), y hoy en día alcanzan un plano esencial para el comercio mundial al calor de la explosión del comercio electrónico. Pero lo cierto es que, en este mundo tan cambiante que nos ha tocado vivir, ese papel tan clave puede perder de la noche a la mañana su privilegiada posición. De hecho, ya ha empezado a hacerlo.

La función socioeconómica del correo es más que traernos las compras a casa, y sin él nuestro mundo de hoy en día no podría existir como tal

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Cuando llegó el correo electrónico en los 90, muchos vaticinaron la muerte de las empresas de servicios postales, que por entonces tenían su principal negocio en unas cartas que forzosamente tenían que ser en soporte físico y de papel hasta el momento. Pero el progreso y el futuro son siempre apasionantemente imprevisibles (hasta cierto punto), y en aquellos años sólo unos pocos ciber-punks podían imaginar el exponencial auge que unos pocos lustros después tendría el comercio electrónico. Así, hoy la carta postal mayormente ha sufrido una casi defunción como producto comercial, pero sin embargo hemos asistido al crecimiento imparable del servicio de paquetería postal, de la mano de Amazon y de otros tantos jugadores del comercio online.

El escenario que han ido trayendo las décadas podría parecer idílico para las compañías del sector, pero realmente no lo acaba de ser tanto. Hay que empezar por recordar que el servicio postal sigue teniendo la catalogación especial de ser un servicio básico esencial, lo cual es muy lógico cuando se tiene en cuenta que hay multitud de destinos postales (especialmente en el mundo rural) a los que no llega ninguna compañía privada de reparto, y cuyos residentes dependen inevitablemente del servicio público postal. Así, lo que ocurra con el servicio de Correos y sus homónimas estatales (o pseudo-estatales) es muy relevante y tiene mucho de socioeconómico para el conjunto de la sociedad, especialmente cuando se trata de reducir la brecha campo-ciudad. Y es que este aspecto de la igualdad de oportunidades pasa por facilitar que todos tengamos las mismas posibilidades de consumo y… de acceso a aprovisionarnos de bienes y mercancías que, no lo olvidemos, facilitan entre otras cosas la adopción digital, pero que también sirven para desarrollar la actividad profesional aunque se viva lejos de las grandes urbes.

Así, independientemente del hecho de que, como toda buena empresa que se hace masiva y acaba por tratar de acaparar todo el mercado, por ejemplo Amazon ya está ejerciendo una posición de dominio, lo cual siempre acaba vulnerando en cierta medida la libre competencia. Y los tiempos no son todo lo buenos que podrían para estas compañías postales, al menos en el país que alumbró (y cuyas empresas lideran -todavía-) el comercio electrónico a nivel mundial. Unos Estados Unidos donde el servicio postal ha visto deteriorarse ciertos aspectos clave de su negocio de forma relevante, pero donde también se están viendo forzados a contar cada vez con menos medios para hacer su esencial función socioeconómica. Y este último punto es algo que tiene mucho (o más bien todo) que ver con los recortes que ha ejecutado Trump, y que han cercenado una de sus principales y más esenciales vías de financiación al respecto.

Todo ello ha acabado conllevando el cierre de oficinas, la retirada de multitud de máquinas de procesamiento automático, etc., y por ende ello ha traído el deterioro de su servicio y una dañina subida de tarifas. El deterioro del servicio es un punto esencial en unas elecciones, y el propio Trump ha admitido abiertamente que sus recortes pretenden dificultar el vital voto por correo en las elecciones de Noviembre. Por otro lado, la subida de tarifas es un punto esencial para el comercio electrónico en particular, y para la economía en general, especialmente en el marco de la nueva socioeconomía surgida del fragor de la pandemia. Así, dado el caso, era de esperar que en la reacción lógica de Amazon encontrásemos la doble vertiente de entrar como un elefante en una cacharrería en un nuevo sector, a la par que su respuesta sea justamente defensiva, ante unas tarifas de reparto crecientes en la última milla que dañarían considerablemente su negocio y su capacidad de competencia con los comercios físicos.

No se le puede negar a Amazon&Cía esa opción de que reaccionen ante esta inflación de precios del mercado de paquetería, especialmente cuando la compañía de Seattle es perfectamente capaz de dar este mismo servicio por sí misma, y probablemente a un precio más competitivo (aunque sea interno). Como consecuencia, los actuales líderes del sector de la paquetería no deberían de dormir tan plácidamente, puesto que entre los planes de Amazon ya está deshacerse también de sus actuales compañeros de viaje de esa última milla, y entrar en ese sector (sí, otro más) con su propio y controvertido servicio «Amazon Flex», que ya está implantado en países como la propia España. Ahora bien, la pregunta del millón (pero del millón de verdad) es si Amazon incluirá entre sus planes de reparto “la última milla” rural, que más que “última milla” es realmente en muchos lugares casi “las últimas cien millas”.

Y es que ese segmento del mercado es deficitario per sé, muy deficitario, y por eso ahí el servicio postal es un servicio básico esencial al amparo del concepto de servicio postal universal. Pero claro, ahí topamos con el hecho de que Amazon no es (ni debería serlo) una ONG, ni tampoco una empresa estatal con obligaciones legales de prestar un servicio con función social, aunque sea perdiendo dinero. Y ello no quita que el servicio de este sector haya prestado ahora una clara y esencial función social, provista por las empresas de paquetería en general durante la pandemia y en el confinamiento severo al que nos hemos visto sometidos. De hecho, un servidor les daba las gracias y les elogiaba su servicio a la sociedad todas y cada una de las veces que nos traían un paquete a casa, ya que eso significaba literalmente poder comer esa semana, mantener nuestra familia segura sanitariamente, o poder seguir tele-trabajando para ganarnos el jornal.

Y en la batalla política en torno al servicio postal de EEUU, una vez más, ni las cosas podrían ser lo que parecen, ni podemos saber lo que se buscaría «repartir» realmente (a toda velocidad)

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Volviendo al tema de las elecciones de EEUU, en un mundo donde ya las apariencias políticas ocultan los intereses reales, para poder formarse una foto de la realidad lo más realista posible, es imprescindible fijarse menos en lo que los dirigentes mundiales dicen, y mucho más en lo que en realidad luego hacen. Ya abordamos este tema por ejemplo en el contexto de una China que carga airadamente enarbolando la misma belicosidad que ese Trump objeto de sus ataques, pero también esa China que luego con sus ataques ciber-sociales parece evidenciar que quiere favorecer la re-elección de Trump, y por ello estaría atacando a Biden y a sus círculos en lo que podría ser una clara búsqueda de información comprometedora.

Realmente, nunca podremos despejar esa incógnita a tiempo, puesto que nunca nos revelarán la verdad hasta que no sea demasiado tarde para que podamos reaccionar: es la desconcertante incertidumbre, parte fundamental de las estrategias descritas en ese gran libro incunable que trajo al mundo un autor chino, y que es “El arte de la guerra” de Sun Tzu. Pero no vamos a volver ahora sobre este tema, que ya lo analizamos hace unos días en un contexto orwelliano mundial con el artículo “La locomotora exportadora china avanza de nuevo imparable tras el Coronavirus, pero… ¿Qué mantiene la presión de su caldera?”. El tema de hoy nos lleva a la obligación de tener que analizar a la otra contraparte de esa guerra aparentemente comercial, pero que en realidad es toda una guerra general y ciber-social fehacientemente demostrada. En ella, más que lo teatralmente escenificado para que no seamos conscientes de que ya vivimos en aquella siniestra distopía ante la que nos advirtieron los cyber-punks de los 90, el objetivo final de verdad parece quedar patente que es el “Hacking” de la psicología social y de las sociedades desarrolladas en su conjunto.

Y parece que uno de los objetivos hacia los que nos podrían querer conducir sería una escalada bélica, que realmente es difícil que se mantenga estrictamente en el terreno ciber-social. Como les expuse en su momento, el dinero mueve el mundo, y la guerra mueve dinero, mucho dinero, incluida su «redirección» tras la contienda a través de un nuevo recaudador ganador. Por ello nunca se fíen ni de todo lo que leen, y menos de lo que les venden, especialmente cuando son discursos que intencionadamente van encendiendo el odio y la belicosidad. Y esa escalada verbal, comercial, y ya veremos si bélica en un futuro, la vemos hoy en día en China, en Trump, y hasta a nivel interno de la propia sociopolítica española, donde la resurrección de “las dos Españas” al final es un objetivo con réditos políticos para algunos pocos, a pesar de que pueda implicar un futuro de odio visceral y fúnebre autodestrucción para todos.

Pero esto es lo que tenemos, y tenemos la obligación y la responsabilidad ética de luchar contra esta deriva entre todos y como podamos, porque el matadero hacia el que parecen querer conducirnos al final sólo será del gusto del que acciona la descarga que va aniquilando a cada cabeza de ganado díscola. Volviendo al plano de EEUU, donde de nuevo es ya difícil saber lo que es cierto, lo que es falso, y lo que verdaderamente se persigue entre bastidores, al igual que otros líderes viscerales del mundo, lo cierto es que Trump está ante las elecciones predicando una cosa mediáticamente, y luego haciendo otra muy distinta en la trastienda. Así está siendo de hecho con el tema del servicio postal de correos de los Estados Unidos, en cuya función socioeconómica de cara al voto por correo y a su contribución a la democracia está el nexo de unión de estos últimos párrafos con el tema central de hoy.

El asunto trasciende la esfera estrictamente estadounidense, y es algo que afectaría de forma drástica a todo nuestro mundo actual (tal y como lo conocemos)

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Nunca antes en unas elecciones un servicio postal tuvo un papel más existencial, para el conjunto del mundo, como ahora lo tiene el de los Estados Unidos. Porque, aparte del tema de la seguridad personal que aporta poder votar por correo con el Coronavirus rondando, es además esencial que el servicio postal estadounidense sea capaz de ejercer su democrática función dejando el mínimo margen posible para esa sombra de la duda, que van a proyectar por todos los medios posibles para ensombrecer un resultado que puede no resultarles favorable. Hay que recordar que Trump ya no ha querido comprometerse (y se ha reafirmado en ello) a facilitar una transferencia del poder pacífica en caso de que Biden gane. Por si esto no fuera poco, Trump ha llegado a dar a entender sin despeinarse que sólo aceptará el resultado de las urnas si él es el ganador, como ya hiciera abiertamente en las elecciones anteriores de 2016.

Vamos, sin comentarios respecto a estas derivas anti-democráticas, pero absolutamente sin ningún comentario al respecto: no hace la más mínima falta. Pero lo cierto es que la batalla mediática en torno al servicio postal estadounidense se divide ahora mismo por un lado entre un sector que se queja de falta de medios, y de los recortes que afectan directamente a su capacidad de cumplir su democrático e igualitario servicio postal universal, y por otro lado con un Trump que les ha recortado sus partidas presupuestarias, aduciendo que pierden mucho dinero. Y por cierto, que de nuevo Trump parece tener un útil “enemigo único” también en este tema, y lejos de tratar de reconducir el supiesto problema y de exponer sus reclamaciones para redefinir un mejor escenario a futuro, va y opta por medidas radicales muy dañinas ya en el presente y en un momento democráticamente clave. Y eso sí, culpa de todo a ese “enemigo único” encarnado por empresas como Amazon (con cuyo responsable Jeff Bezos siempre se ha llevado muy mal): en su opinión, estas empresas son las responsables de tamaño desastre, porque estarían explotando en su privativo favor las condiciones del servicio postal público.

Y los hay también entre nosotros que afirman con rotundidad que a ellos poco les importa lo que pase en EEUU con sus elecciones, algunos llegando a afirmar que “por mí, como si van a la guerra civil”. Pues siento decirles que eso raya en una gran gran gran inconsciencia, además de en una flagrante falta de visión de largo plazo (y hasta de medio y corto). EEUU es actualmente (todavía) el líder mundial, y si ese país acaba definitivamente por dejar de serlo como algunas voces reputadas ya asumen, al entrar definitivamente en una letal espiral de defunción política, democrática, socioeconómica, y vital, mucho me temo que en el mundo (y en nuestro mundo más inmediato) van a cambiar muchas, pero muchísimas cosas.

Esos cambios empezarían por quién aprovechará la coyuntura de vacío de poder para erigirse en nuevo líder mundial, y que valores acabará imponiéndonos como parte de la política de extensión de su sistema, algo que todos los imperios han acabado haciendo a lo largo de la Historia. Y tengan en cuenta que, puede que (sobre todo ahora mismo) los valores democráticos y más de progreso socioeconómico provenientes de la Casa Blanca empiecen a estar más bien bastante decolorados, pero compárenlos por un momento con los valores democráticos inexistentes que nos ofrecen las otras superpotencias con claras aspiraciones hegemónicas que quedan sobre el tablero, con la salvedad de una Europa que hace años que mantenemos desde aquí que debería erigirse no sólo en potencia socioeconómica, sino también en superpotencia hegemónica, y dejar de buscar las faldas de otras superpotencias bajo las que guarecerse.

No podemos saber qué hay exactamente en la mente de Trump cuando priva de recursos esenciales a su servicio de correos en un momento democráticamente clave, ni cuáles pueden ser sus verdaderas intenciones (o de quien pueda haber tras él). Pero lo que sí que sabemos es que la forma más efectiva de acabar con una democracia (sí, incluso con la mayor del mundo) es dinamitarla como ocurrió en Ucrania a la «Maidán». Lo que se podría estar buscando provocando premeditadamente este escenario sería enquistar un destructivo conflicto socio-político irreconciliable, que acabe de fracturar el país, y puede que incluso llevándolo directo al conflicto civil abierto. Y en caso de que finalmente Europa fuese el otro gran objetivo siguiente a derribar, ese momento sería el momento más propicio para algo como cuando Hitler metió los tanques en Polonia en 1939, cuya marcha triunfal sería al son de la triste polonesa «Estudio Op. 10, n.º 3» de Chopin, conocida popularmente como la «Tristeza». Efectivamente, así como el racial lo es en Estados Unidos, aparte de ese nacionalismo intra-europeo que no ha acabado de prender como estarían buscando, el militar es el punto más débil de la superpotencia europea, y el flanco estratégicamente más adecuado para doblegarla y hacerse con ella (si como les decía ése fuese el otro gran objetivo consecutivo).

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Así que sí, el mundo en su conjunto como lo conocemos se juega mucho en las elecciones de EEUU, y las elecciones de EEUU se juegan mucho en su servicio postal. Y no crean, no caigan en decir que este mundo es un desastre y que tenemos que tirarlo abajo: no olviden que siempre siempre siempre se puede ir a mucho (muchísimo) peor, y que una constructiva reforma es siempre mucho más adecuada y menos arriesgada que un destructivo derribo. Y si no, miren cómo están los ciudadanos de otras superpotencias, que puede que tras décadas de miseria ahora ya tengan un plato de comida sobre la mesa, pero donde no pueden ni soñar ni con el voto por correo, ni con el voto por urna, ni tan siquiera con defender que quieren votar de alguna forma sin acabar sufriendo en sus propias carnes la más cruel represión: ¡A dormir, a trabajar, a comer, y a callar!

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