Diversos sectores hacen extensivo al coche eléctrico buena parte de ese debate muchas veces tan visceral, y con posiciones tan enfrentadas, como es el existente en torno al cambio climático y al cambio de modelo energético. Como parte de esa extensión de cierta crispación, algunos de los sectores negacionistas incluso llegan a gritar «muerte al coche eléctrico».
Pero ante tal grito proclamando directamente la muerte de esta tecnología, lo cierto es que no podemos pasar por alto sus otras grandes (grandísimas) ventajas, totalmente independientes de sus emisiones cero. Y así, tras ese fatídico grito, no podemos sino dar la bienvenida de nuevo al coche eléctrico, incluso aunque sea en la era del post-cambio climático.
El coche eléctrico es muchas veces el objeto de las críticas por parte de los más excépticos del cambio climático
Como en todo debate polarizado al extremo, las posiciones equilibradas no son muy comunes en todo lo que gira en torno al cambio climático y al cambio de modelo energético (coche eléctrico incluido). En este sentido, este coche de amperaje en vez de octanaje, es muchas veces el blanco de impasibles críticas que son más parte de un discurso general (y generalizado) que críticas certeras.
Así, en el ecosistema de los críticos del coche eléctrico, podemos encontrar desde los más tozudos que siguen negando por la mayor el ya muy palpable cambio climático, también están los que ahora han mutado y admiten que lo hay pero que no es por los combustibles fósiles, tenemos por otro lado a los que simplemente creen que la tecnología del coche eléctrico no está madura para dar el salto a ella, o incluso los hay que ya han tirado la toalla ante la catástrofe climática y creen que quemar más o menos petróleo ya no va a cambiar nuestro incierto destino, y por último tenemos a aquellos que creen que ya hay descubrimientos que nos van a permitir seguir quemando petróleo sin agravar el efecto invernadero.
Pero lo cierto que, sea por lo que sea, desde algunos de esos sectores incluso llegan a gritar ese «¡Muerte al coche eléctrico!» que les decíamos: y no, no sólo no debemos sentenciar a esta tecnología, sino que debemos volver a darle la bienvenida sea cual sea el escenario tras la llegada del cambio climático. Así, tal y como se hacía en la época del «a rey depuesto, rey puesto», debemos a su vez gritar nosotros «¡Viva el coche eléctrico!».
Tal vez la guerra del diésel haya ligado para siempre los destinos del coche eléctrico y la industria automovilística europea
En este convulso escenario internacional en el que nos han zambullido con nocturnidad y alevosía, vemos cómo los aliados del pasado son inciertos y poco fiables compañeros de viajes futuros. Y si algo es cierto es que, tras esa guerra del diésel que han proclamado los Estados Unidos de Trump para impactar en la línea de flotación del transatlántico europeo (y cuyos efectos sísmicos ya se están empezando a sentir bajo el suelo europeo), al final el sector automovilístico ha resultado ser tan sólo un campo de batalla más, al que posteriormente se han añadido otros como el aeronáutico. De esta manera, ha quedado meridianamente claro cómo la intención verdadera del inicio de las hostilidades era en realidad atacar todo sector que fuese estratégico para la socioeconomía europea.
Así, y volviendo al mundo del automóvil, Europa no ha tenido mucha opción más que apostar decididamente por el coche eléctrico, aunque desde estas líneas ya saben cómo hemos afirmado que, a la par, además desde Bruselas deben contra-atacar, y poner en valor la avanzada tecnología diésel europea como modelo de transición, y de la cual Europa tampoco se puede permitir todavía prescindir «por las bravas».
Mal que les pese a los que tratan de propiciar por todos los medios (y levantando fundadas sospechas) que todos sigamos quemando cuanto más petróleo mejor, y que intentan incluso frenar inciativas gubernamentales o de la propia industria en pos de unos motores con menos emisiones, la realidad es que, tanto por visión de futuro, como por compromiso con el medioambiente, como por estrategia alternativa a la tecnologíá diésel, en la práctica, el sector automovilístico europeo actualmente ve su futuro mayormente ligado al del coche eléctrico, que ya les analizamos que debe hacer las veces de revulsivo tras la teledirigida guerra del diésel.
Y habrá sus detractores, que incluso podemos concederles que llevan razón en alguno de sus planteamientos, pero debemos recordar que, a estas alturas, incluso economistas de la talla de Daniel Lacalle, tradicionalmente muy a favor del sector petrolífero, ya han afirmado que la transición de modelo energético es literalmente inevitable. Lo es. Y el coche eléctrico es tan sólo un aspecto más de esa transición. El problema es que tal vez la tecnología no esté lo suficientemente madura todavía para dar inmediatamente el salto definitivo ya, no es apropiado para todos los casos de uso. Pero ello no quita que no haya que seguir apostando decididamente por esta tecnología para catalizar su advenimiento final, aunque obviamente debe hacerse también en los términos adecuados en cuanto a rentabilidad y viabilidad económica.
Pero la gran ventaja del coche eléctrico que no debemos pasar por alto es lo que nos hace proclamar su futuro reinado
Pero es que, aparte de todos los factores enumerados anteriormente, y sin restar un ápice de su importancia para el sector automovilísitico europeo, además no debemos perder de vista una de las grandes (grandísimas) ventajas que tiene el coche eléctrico. El hecho es que el momento actual es muy propicio para impulsar su adopción, que no hace sino añadir un estratégico y muy relevante grado de flexibilidad a nuestro sistema energético. Porque sin el coche eléctrico (y con permiso del coche con pila de hidrógeno o de las prometedoras hojas artificiales de fotosíntesis), lo que tenemos es que, en la actualidad, irremediablemente sólo podemos limitarnos en la mayoría de los casos a quemar petróleo para desplazarnos en nuestros automóviles, camiones, aviones, etc. En incontables casos (todavía) no hay alternativa posible (y por respeto al escaso tiempo de nuestros lectores no cuento entre ellas las (in)revoluciones a lo Greta Thunberg, como es cruzar el Atlántico en catamarán, o recorrerse Europa de punta a punta en tren y haciéndose marketing personal de forma intencionadamente exagerada y mediatizada).
Por el contrario, si en vez de coches con motores de combustión, tenemos coches eléctricos, ganamos una ventaja colosal: podemos pasar a elegir en cada momento con qué queremos propulsar nuestros vehículos de transporte. Porque si lo que les impulsa pasan a ser motores eléctricos, la generación final de esa energía será la del mix eléctrico de la red eléctrica nacional, o incluso se puede pensar en nuevos modelos de negocios con compañías con puntos de abastecimiento que vendan energía 100% renovable para recargar su coche (como ya existen por cierto para el suministro doméstico desde hace años).
Efectivamente, el coche eléctrico no puede declararse muerto ni de lejos (que tampoco lo estaba), y menos aún porque sea cortoplacistamente visto como una mera forma de luchas contra el cambio climático. Hay que ser capaces de saber que el coche eléctrico es realmente un activo estratégico, que va a revolucionar nuestro transporte y tener sobre él una capacidad de decisión totalmente desconocida hasta el momento. El coche eléctrico supone poder governar sin apenas periodo de transición sobre un tejido de transporte tremendamente disperso, atomizado y rígido por naturaleza. El coche eléctrico puede ser limpio o no, puede ser a base de energía nuclear o de renovables, puede funcionar a base de combustión de gas o de diésel. El coche eléctrico es poder de decisión masiva, y eso vale su peso en oro socioeconómico en un mundo siempre imprevisible: nunca sabemos qué vamos a necesitar en un futuro, y puede que lo necesitemos tan imperiosamente como en el punto al que nos ha llevado el cambio climático. Aprendamos al menos la lección de que la flexibilididad y el poder de decisión es un punto al que no nos podemos permitir renunciar.
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