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Ataduras y oportunidad del BCE

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Esta semana, otra reunión clave del Banco Central Europeo. Sucede en un contexto de mayor y más persistente inflación y de mensajes renovados de sus responsables. Ahora ya hablan abiertamente de varias subidas de tipos de interés. Parece que será en julio cuando se producirá ese primer aumento de los tipos oficiales. Sin embargo, se abren muchos interrogantes. El primero de ellos es palpable, la reacción de los inversores y el comportamiento de los tipos en el mercado no han esperado a las decisiones del BCE. Llevan subiendo meses, también los de los bonos soberanos, con un despegue de las primas de riesgo.

Otra preocupación es hasta dónde llegarán los bancos centrales, en particular el BCE, para controlar la inflación. Si será suficiente unas pocas subidas para bajar los crecimientos de los precios o si serán necesarias más ya en 2023, si la inflación continúa arreciando. Este segundo escenario, claramente más negativo, nos puede llevar a una recesión, ya que habría que subir los tipos de interés lo suficiente hasta lograr controlar la inflación. Como buena parte de la subida de precios se explica por el lado de la oferta y costes, ahí puede ser menos efectiva la política monetaria. Aun así, a los bancos centrales no les quedará otra que subir tipos para evitar que se anclen entre los agentes económicos unas expectativas inflacionistas duraderas.

Capítulo aparte para la deuda soberana. La gran atadura para los bancos centrales, pero sobre todo para el BCE desde 2012. Ya se está notando, sobre todo en las primas de riesgo italiana y griega, pero también lo notan la española y portuguesa, en un marco de crecimiento generalizado de las rentabilidades de la deuda. Supone un aumento de los costes financieros para los Estados. Se habla estos días que el BCE está diseñando el mecanismo para evitar que se desboquen las primas de riesgo y costes financieros de los países más vulnerables. Pronto conoceremos más detalles. Estamos a tiempo de evitar una fragmentación financiera en la eurozona como la de 2010-2012.

En todo caso, sería bueno que ese mecanismo viniera asociado a un fuerte compromiso por parte de Bruselas y países miembros con la recuperación de una senda de ajuste fiscal con credibilidad. Monetizar déficits públicos no es una buena idea. Va a requerir un buen trabajo de Fráncfort, Bruselas y los gobiernos nacionales. Ese mecanismo debe ser compatible con la lucha contra la inflación y no se puede olvidar que aquí puede hacer falta hacer un “whatever it takes” —emulando a Draghi—, pero ahora al revés, subiendo tipos oficiales y endureciendo las medidas monetarias hasta evitar los embates de la inflación.

En una interpretación positiva, es posible que la vuelta a rentabilidades mayores pueda hacer más atractiva la economía europea, que en los últimos decenios ha despertado menos interés entre los inversores. Los cambios de los últimos meses en el orden global pueden ser una nueva oportunidad para aumentar los alicientes económicos de Europa, que ahora sí parece actuar como una unidad. Hay tareas arduas para todos, pero el papel del BCE y su credibilidad serán muy importantes.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Inflación persistente

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No ha sido un buen dato el adelantado del IPC de mayo en España. Es probable que el de la eurozona tampoco lo sea. No es fácil encontrar un calificativo concreto para definirlo. Algunos parecen apropiados: inesperado, volátil y persistente. Este último término es el que mejor define lo que está ocurriendo. Con un sesgo muy personal viene con frecuencia a mi cabeza una de mis pinturas favoritas: La persistencia de la memoria de Salvador Dalí, con sus famosos relojes blandos. Se trata de una noción diferente del paso del tiempo que viene bien para expresar lo que la inflación ha sido, es y será: dormida hasta hace poco, acelerada recientemente y, desgraciadamente, bastante persistente.

Una inflación global del 8,7% y del 4,9% en su versión subyacente (sin energía ni productos frescos) en mayo levanta muchas dudas por el repunte que supone. Las importantes medidas sobre el coste de los combustibles y de la electricidad del Gobierno se están haciendo esperar. Habrá que esperar a junio o julio para observar el impacto final de esas acciones. El contexto no ayuda. Se diga lo que se diga, hay un cierto tirón de la demanda al menos en algunos sectores, causado por la “vuelta a la normalidad” tras la fase aguda de la pandemia. Por el lado de la oferta continúan las presiones inflacionistas por las tensiones recurrentes en los suministros y cadena de valor de la guerra de Ucrania, los confinamientos en China y las dificultades globales para la vuelta a la normalidad en la producción y comercio mundial. Los riesgos geopolíticos no parecen mitigarse. Ahora, por ejemplo, con Taiwan.

Alemania alerta de que se comienza a perder unidad europea en torno al bloqueo a Rusia porque los efectos en la inflación asustan. No obstante, hay que tener en cuenta que hay un juego de expectativas que no acaba de funcionar y genera incertidumbre. Los bancos centrales aparecen como la solución una vez más, pero ellos mismos saben que, si continúan los efectos exógenos por el lado de la oferta, la persistencia no podrá frenarse fácilmente. Sus acciones están siendo más agresivas de lo que se esperaba precisamente por eso, porque su reloj es blando y el de la inflación parece acelerado. El que el BCE anuncie subidas de tipos puede ayudar a que el euro no se deprecie más con lo que se mitiga el componente del crecimiento de precios de las importaciones. Se necesitan varias brújulas para seguir la inflación, pero cada una tiene un dueño. Los mercados lo saben. Por primera vez en mucho tiempo se confía más en la providencia de una diplomacia efectiva (relajación tensiones internacionales, rebaja del coste del crudo) que en unas acciones financieras contundentes. También sucede que esa “inflación perdida” de la que se hablaba tanto tiempo ha despertado. Pilla a las economías con el pie cambiado, realizando impulsos fiscales para relanzar su crecimiento tras la pandemia. Si la política monetaria restrictiva no puede cubrir todos los ángulos del crecimiento de precios y la fiscal va en la dirección expansiva, la lucha contra la inflación no será fácil.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Sin mapa en los mercados

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La inflación llevaba mucho tiempo sin nosotros hasta que retornó —y con que fuerza— en el último año. En Estados Unidos, sobre todo, hay una sangría en los mercados. Varias generaciones han crecido y vivido sin inflación significativa y sin tener evidencia de cómo se las gastan los bancos centrales para atajar esos crecimientos de precios. Por ello, una gran parte de analistas y traders, acostumbrados a mercados en alza casi permanentemente y a una gran liquidez provista por las autoridades monetarias —que siempre solventaban los problemas— se han quedado sin mapa. Si acuden a pedir consejo a otros traders más experimentados tampoco van a tener muchas alternativas. La razón es que anteriormente se producían procesos de venta acelerada de acciones o de bonos, pero no grandes caídas en los dos mercados a la vez. En esta ocasión, no hay dónde meterse.

La espita de la caída de los mercados inicialmente aconteció en Estados Unidos con la salida de los inversores de las grandes tecnológicas y Nasdaq. Se ha ido generalizando y ahora todo el mundo parece querer salir de casi todos los sectores. Ni tecnológicas, ni manufactureras, ni otras cosas. Todo a la baja. Desde una óptica financiera, existe la creencia de que los mercados han estado sostenidos de forma algo artificial. Ahora la corrección parece combinar varias caídas que tenían que haber sucedido antes. Antes de normalizar había que corregir lo que estaba inflado (tecnológicas y bonos, por ejemplo) y pasar por una amenaza de recesión en un contexto de inflación. Parte del problema también parece venir de que los mercados no se creen las expectativas de inflación de los bancos centrales. Creen que va a durar más de lo que proyectan. Hasta ahora no les había importado porque se equivocaban siempre al decir que subiría y no lo hacía. Además, creen que los bancos centrales han reaccionado tarde, incluida la Fed. Y qué decir del BCE. Ha habido que esperar a este lunes para que Christine Lagarde, su presidenta, haya sugerido dos subidas de tipos a partir de julio y la reacción inmediata del mercado no fue mala. Es crítico que los bancos centrales ganen credibilidad nuevamente en este contexto convulso, para que se vuelvan a anclar las expectativas hacia una menor inflación en los próximos meses.

Desde la óptica macroeconómica, las noticias para el futuro más cercano no son halagüeñas. La amenaza de recesión está ahí, pero no es lo único, ya que hay preocupación por una crisis alimentaria y por graves problemas energéticos el próximo invierno. Mientras permanezca, seguirá presionando los mercados a la baja. Con mucha incertidumbre adicional por las consecuencias de la guerra de Ucrania y la política covid cero de China que está aumentando la tensión en la cadena global de suministros y generando nuevas rondas de crecimientos de precios y, probablemente, recesión, incluso para el propio país asiático. Sería una gran noticia el final de ambas, que daría un respiro a la economía global y un vuelco a mejor a los mercados. Mientras tanto, seguimos sin un mapa sobre dónde y cómo invertir en los mercados.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Resistencia y prudencia

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El Rousseau de El Contrato Social advertía que es necesario comprender que no es posible preverlo todo. Aun así, los ciudadanos y las empresas precisan de referencias. Por ello, las proyecciones económicas continúan siendo importantes. Una brújula temporal que conviene ajustar porque el magnetismo de las reglas económicas y financieras está cambiando frecuentemente. Sobre todo, por los shocks imprevistos y la complejidad geopolítica al alza.

A esto se refiere la Comisión Europea en su informe de previsiones económicas de primavera. Asume el golpe que la guerra en Ucrania supone para la mandíbula europea, pero insiste en que es encajable y superable hacia finales de año. Se estima que España crecerá 1,6 puntos menos que en la anterior estimación (hasta el 4%) y la UE 1,3 puntos menos (hasta el 2,7%) que en la anterior previsión. Se indica desde Bruselas que España y Francia son los menos afectados entre los grandes Estados miembros por la guerra en Ucrania. Esto no le priva de señalar que el español es uno de los casos donde, sin embargo, más han crecido los costes energéticos y la inflación. La estimación es que los precios se situarán en un promedio del 6,3% a finales de este año, lo que supone asumir que la presión inflacionista se rebajará a finales de 2022. Otras previsiones apuntan a los primeros meses de 2023 para observar la moderación de precios.

El informe pone la esperanza en dos viejos conocidos para la economía española: el turismo y las ayudas europeas. El primero, porque se espera que se sitúe estas próximas vacaciones no lejos de los niveles alcanzados en 2019. El segundo, porque los fondos de recuperación y resiliencia estarían llamados a tener un impacto importante en el capítulo de inversiones, impulsando a sectores como la construcción, que está bastante afectado por el aumento de costes de materiales. Sea como fuere, será importante avanzar en ejecuciones y proyectos, lo que en este contexto de incertidumbre y costes crecientes no es nada sencillo. Transporte, construcción y todas las actividades muy dependientes de la energía están tocadas.

Tal vez estas previsiones rezuman gran confianza en la ayuda europea. Es la dimensión comunitaria, precisamente, una referencia que no ha de perderse para afinar estimaciones y prepararse. Sobre todo, en la perspectiva monetaria. Mientras que en Bruselas se confía en el crecimiento del PIB nominal para que España reduzca su deuda hasta el 113,7% en 2023, la subida de tipos de interés amenaza los costes financieros de ese endeudamiento. Si los problemas de inflación, suministros e incertidumbre se prolongan, la deuda seguirá subiendo porque el apoyo fiscal tendrá que extenderse. El BCE actuará pensando en una Europa que pide normalización financiera —entre otras cosas, para moderar precios— y ese cambio está ya aquí. Sin otros mecanismos de soporte para la deuda, las primas de riesgo subirán. Cuanto menos dure el entorno actual, menos riesgo… pero, entre lo que no puede preverse y la incierta duración de lo que está sucediendo hay que ser muy certeros para evitar la indexación salarial, preservar la solidez del mercado laboral y gestionar los niveles de deuda.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Curvas financieras por delante

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Mal cuerpo. Es lo que parece que van a tener durante un tiempo los traders y otros gestores financieros. Los acontecimientos en todos los mercados —bonos, de valores, alternativos— desde principios de año, y sobre todo en las últimas semanas, apuntan a turbulencias considerables a corto plazo. Se evoca la expresión “ningún sitio (entiéndase, mercado) donde refugiarse”. Los bonos y la renta variable ya estaban sufriendo antes de la guerra en Ucrania y el repunte de la inflación, que han complicado aún más el cuadro macroeconómico global. La tensión financiera ha arreciado. Se generaliza el sentimiento entre los analistas, como reflejaron las caídas del pasado jueves, de que los bancos centrales —incluida la Fed estadounidense— han reaccionado tarde ante el crecimiento de los precios, lo que podría llevar a que tengan que subir mucho más de lo esperado inicialmente los tipos de interés, con consecuencias negativas para la actividad económica. En la eurozona, aún seguimos pendientes de lo que pueda pasar en materia de tipos y de posibles programas futuros de compras de bonos, elemento central para que no se disparen las primas de riesgo de algunos países. Este lunes la deuda soberana de Italia se situaba ya en el 3,2%.

Financial Times recordaba recientemente que, en promedio, una cartera de inversión convencional suele tener un 60% en renta variable y un 40% en bonos y deuda. Hasta hace poco permitía diversificar bien para lograr rentabilidades razonables (en torno al 10% de media o incluso más). Se alcanzaban en un contexto en el que las acciones —especialmente en Estados Unidos y, en particular, las tecnológicas— subían en la última década y los bonos gozaban de valor elevado por los tipos bajos o negativos de mercado. Son muchos años de “anestesia en bonos” (gracias a la acción de los bancos centrales) combinada con máximos en acciones. Esa diversificación “perfecta” ahora se rompe. La renta variable no parece tener más recorrido al alza, al menos en el corto plazo. La subida de tipos y los menores estímulos de los bancos centrales está depreciando el valor de los bonos. En suma, prácticamente todos los mercados a la baja. Los modelos de gestión de inversiones van a tener que cambiar para volver a buenas rentabilidades.

La economía real tampoco apunta a optimismo financiero. La recuperación se debilita ante los nuevos problemas en la cadena global de suministro —consecuencia fundamentalmente de los confinamientos en China—, y el impacto de la inflación y del encarecimiento del crédito. Las sanciones a Rusia han llevado a una fuerte preocupación sobre una escasez de crudo que empeore todo. Los mercados de bonos en Estados Unidos muy presionados, con los treasuries (bonos del gobierno de EEUU) subiendo como no lo hacían en mucho tiempo. Se teme que se pueda salir en tropel de algunos mercados de deuda y eso la encarezca aún más. Ojo a los bonos soberanos europeos si no hay cobertura para ellos. Se avecinan curvas financieras en los próximos meses hasta que las acciones de política monetaria y fiscal ganen en credibilidad y reduzcan la incertidumbre.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los tipos en juego

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Tal y como se esperaba, la Fed estadounidense ha subido nuevamente los tipos de interés. Esta vez un 0,5%. El Banco de Inglaterra probablemente los aumentará este jueves también, el cuarto aumento consecutivo. Los acontecimientos monetarios y financieros —reciente desplome de bolsas, incluido— se precipitan ante la aglomeración de problemas de oferta y demanda. La dispar reacción de los bancos centrales ante la inflación ya está afectando significativamente a los mercados de divisas, a los tipos de cambio, con una notable apreciación del dólar respecto al euro y la libra esterlina. Esta inestabilidad cambiaria se añade a la abundante incertidumbre y volatilidad existente. En la eurozona, seguimos a la espera de mayor concreción sobre qué hará el BCE en los próximos meses.

Con un comercio global cada vez más complicado —después de la pandemia, la guerra de Ucrania y las sanciones aparejadas—, los principales problemas vinieron inicialmente por una insuficiente capacidad de oferta ante una demanda reactivada tras la covid, lo que propició un encarecimiento de la energía, el transporte y las materias primas, seguido de casi todos los demás bienes y servicios. Estos problemas de suministro y mayores costes de productos esenciales podrían retroalimentarse en las próximas semanas por el parón de China, con confinamientos en importantes ciudades industriales. La estrategia del gigante asiático ante la pandemia (covid-cero) continuará generando quebraderos de cabeza en las cadenas de valor globales y, por tanto, en la oferta. También las incertidumbres sobre gas y petróleo, en particular para Europa, la más afectada.

Los datos macroeconómicos de la última semana, con el decepcionante PIB del primer trimestre en la eurozona y negativo en Estados Unidos, parecen reflejar un mayor debilitamiento de la demanda de lo esperado, sobre todo en el consumo, ante la pérdida del poder adquisitivo de las familias con la inflación. Ello no ha detenido a la Fed en su subida de tipos. El mercado de trabajo estadounidense muestra fortaleza y pleno empleo. Sin embargo, si la demanda se estanca o se debilita aún más —algo a lo que puede coadyuvar la subida de tipos—, los dilemas de política monetaria se harán más evidentes. ¿Cómo luchar contra la inflación con una oferta insuficiente y una demanda debilitada? Menudo panorama.

Priorizando los problemas, parece inevitable en los próximos meses combatir la inflación con todos los instrumentos para evitar mayores efectos de segunda ronda y dificultades de medio plazo. Requiere subidas del coste del dinero, entre otras acciones de política económica, que lleven los tipos reales más cerca del territorio positivo. A eso se han puesto la Fed y el Banco de Inglaterra. Pronto se debería unir el BCE, aunque parece que va por detrás de la curva. Esta evolución dispar de los tipos oficiales y el mayor impacto de la guerra sobre la economía del Viejo Continente está encareciendo el dólar con respecto al euro. Aumentará la factura energética pagada con la divisa estadounidense, aunque algo se verá compensado por la ganancia de competitividad de las exportaciones de la eurozona. En los próximos meses la evolución de los diferentes tipos —de interés y de cambio— dirán mucho de lo que pase en la economía global.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Inflación y mandato de los bancos centrales

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El panorama macroeconómico mundial se ha complicado enormemente en las últimas semanas. Apagar el fuego del disparado crecimiento de los precios requiere amplias y decididas medidas en política energética, de rentas, fiscal y monetaria. Precisará bastantes trimestres, tino en las acciones y suerte. Hasta ahora, la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra se han apuntado claramente a las trincheras de la batalla contra la inflación mediante subidas de tipos, retirada de estímulos y mensajes muy halcones. Aunque ya no descarta subidas de tipos y ha comunicado el fin de los estímulos pandémicos en unos meses, el Banco Central Europeo (BCE) es más cauteloso, a veces diplomático.

La inflación requiere que se ponga toda la carne en el asador. El BCE tiene un papel determinante para lograrlo. Su mandato le obliga. El ritmo e intensidad de las posibles subidas de tipos en la eurozona está por decidir. Se evidencia en las no perfectamente alineadas declaraciones de los dos máximos responsables del BCE, Lagarde y De Guindos. El emisor no puede pasarse de frenada y dar al traste con la recuperación. Tampoco puede permitir que la inflación se ancle en las expectativas generando una espiral precios-salarios. No actuar o quedarse corto puede empeorar la inflación. No hay que temer a actuar sobre los tipos. Se hizo con normalidad hasta la crisis de 2008. Todos los agentes y el mercado esperan que así se haga. Sería peor que los acontecimientos superaran la acción del BCE. Además, los tipos ya están subiendo en los mercados desde hace algún tiempo.

La subida de tipos es más efectiva con inflaciones derivadas de fuerte demanda, como ocurre, en mayor medida, en EE UU. También hay un componente de demanda en la eurozona, como empieza a reflejar la subyacente, pero pesa más la inflación por costes energéticos. Los crecimientos del PIB esperados este año lo demuestran. Es necesario apuntalar esa recuperación controlando los excesos inflacionarios. La elevación de los tipos coadyuvaría a otras políticas fiscales y de rentas. Habrá efectos, sobre todo en los endeudados, que habrá que evaluar. Pero, por ejemplo, las familias no pueden esperar pagar un 1% por una hipoteca si la inflación se mantiene por encima del 5% y da lugar a tipos reales “muy negativos”. Y las empresas no pueden seguir endeudándose con estos niveles de inflación sin que se refleje en su coste financiero nominal.

Todo lo que acontece —la mayor escasez— se debe reflejar en precios y costes, también financieros. Qué decir de la deuda soberana, gran fuente de preocupación. Será necesario un programa del BCE que permita las compras y evite que se disparen las primas de riesgo. Generaría fragmentación crediticia en la zona euro y otra espiral de problemas. Eso sí, con los incentivos correctos dentro del mandato del BCE, con un compromiso serio de los Estados para contribuir al control de la inflación y la sostenibilidad fiscal. La inflación no va a salir gratis a nadie.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Ayudas y demanda de energía

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Está costando —y de qué manera— volver a una cierta normalidad económica y financiera tras la fase aguda de la pandemia. La inflación y los tipos de interés de mercado son dos golpes encima de la mesa para entender que no todo se puede arreglar con facilidades monetarias o con gasto. Es necesario cambiar la estructura y, sobre todo, asumir el coste de hacerlo hoy para un mejor mañana. En estos momentos, los gobiernos europeos debaten con Bruselas medidas para reducir la dependencia energética exterior y la factura que pagan consumidores y empresas por ello. Sin embargo, cuando no se cuenta con soluciones propias, cada medida es como tirar de la manta para cubrirse el pecho y dejarse al aire los pies, sean los propios o los del vecino porque la UE está interconectada.

Los economistas discuten la idoneidad de algunas medidas adoptadas para reducir el coste de la energía. Una premisa es definir el objetivo. Puede ser disminuir la dependencia energética respecto a Rusia. Puede intentar lograrse reducir lo que pagan ciudadanos y empresas. Otro propósito es, simplemente, reducir la inflación. El problema es a quién y cómo dirigir las medidas y lograr estos objetivos. España gastará 16.000 millones en subvenciones para la energía. Ha conseguido también la excepción “ibérica” para su mix energético. Debate con la UE un plan para reducir aún más el coste de la electricidad.

Subvencionar el combustible en las estaciones de servicio, aunque reduce gastos a empresas y familias, dificulta reducir la dependencia energética y atemperar la inflación. Esa ayuda a los usuarios finales mantiene un nivel alto de consumo. Habría que moderarlo. Debemos dejar operar las señales de los precios cuando suben también. Sobre todo, respecto a un bien que es más escaso hoy que hace un año. No se debe mantener artificialmente la demanda. A corto plazo podamos moderar el precio de forma aparente. Al mantenerse el consumo, el precio de largo plazo seguirá siendo elevado. El precio no subvencionado sigue siendo alto. Con el descuento se paga un precio más elevado que hace un año. No es gratis. Parte de la vuelta a la normalidad —como lo es la subida de tipos ante la inflación disparada— debe ser también asumir que el gasto fiscal no es un chicle infinitamente estirable.

Hay matices cruciales. Parte de los usuarios son transportistas y otros profesionales estratégicos para el funcionamiento de la economía. Sin subvención, tienen un margen de negocio negativo o difícilmente asumible y es lógico apoyarlos ahora. Sin embargo, es conveniente que otros usuarios moderemos nuestro consumo energético. Conviene contemplar un marco más amplio: si todos queremos avanzar hacia una economía basada en energías renovables y reducir drásticamente la dependencia energética en países como el nuestro, hay que asumir cierta responsabilidad. No es gratis ni sencillo. Falta pedagogía al respecto, aun reconociendo que es difícil porque explicar el coste de la energía y cómo reducirlo no es una tarea fácil para gobernantes y responsables de empresas energéticas. En todo caso, el concepto de ahorro energético debe hacerse mucho más visible en los próximos meses.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Redoble de tambores

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Hemos conocido en plena Semana Santa los preocupantes datos de inflación de marzo de Estados Unidos y España. Han sonado como un redoble de tambores, o, peor, como una tamborrada. En ambos casos, se ha vuelto a niveles no vistos desde los ochenta. El dato estadounidense muestra una inflación más allá del encarecimiento de la energía. Allí, la inflación subyacente —excluida energía y alimentos— ha alcanzado el 6,5%, y refleja las presiones en precios de una economía con cierto “sobrecalentamiento”, con un mercado de trabajo en pleno empleo y subidas salariales significativas, las mayores en las dos últimas décadas. Ante este panorama, el mercado descuenta dos subidas consecutivas de tipos del 0,5% en mayo y junio. El gran interrogante es si intentar enfriar un poco la economía norteamericana para controlar la inflación no supondrá un frenazo para la recuperación.

El dato español (9,8% en marzo), siendo muy preocupante, aún refleja en lo fundamental el impacto del encarecimiento de energía, transporte y tensiones de suministro. La subyacente se situó en el 3,4% que, aunque vuelve a subir, aún no muestra intensamente “efectos de segunda ronda” que podrían suponer las subidas salariales y de otros costes de producción, si al final comenzaran a dispararse como respuesta a la actual inflación. Con peores efectos porque, además, la economía española está lejos del pleno empleo. Cada vez parece más acuciante la necesidad de reducir la incertidumbre sobre la evolución de las rentas (salarios, beneficios, alquileres) en este contexto inflacionario. Llámese pacto de rentas o no, pero el acuerdo debe cerrarse con el mayor consenso social y político posible e idealmente con un horizonte temporal que vaya más allá de 2022. Parece que un crecimiento de precios por encima del 5% —por lo tanto, bien lejos del objetivo de bancos centrales, que es en torno al 2%— está aquí para quedarse un tiempo.

Ese acuerdo sobre remuneraciones debe repartir la carga lo más ampliamente posible, sin apenas posibilidad de blindar ciertas rentas ante la pérdida de poder adquisitivo, ese empobrecimiento real que hemos tenido con la actual factura energética, basada en gran parte en importaciones. Está por ver el impacto del subsidio a la gasolina y el nuevo cálculo del precio de la luz y si logran al menos parte de sus objetivos y contribuyen a bajar la inflación. Es necesario enfatizar la necesidad de ahorro energético con la mayor empatía posible, que permitiera reducir algo la demanda y aliviar la presión alcista de los precios energéticos. Pura ley de oferta y demanda. También es imprescindible redoblar la apuesta por un mix energético con mucho mayor peso de las renovables.

Se está tiempo de evitar los principales “efectos de segunda ronda” que prolongarían —y agravarían— la inflación que tanto daño haría a la recuperación económica española tras la pandemia. No olvidemos que, en breve, notaremos más la presión de la retirada de estímulos monetarios del BCE, lo que tampoco ayudará a mantener cierto vigor en la recuperación.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Fin de la magia de la deuda

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Desde las mágicas palabras “whatever it takes” (lo que sea necesario) en verano de 2012 de Mario Draghi, por aquel entonces presidente del BCE, la deuda soberana de los países de la Eurozona ha tenido un periodo de calma y costes financieros bajos, incluso negativos. Esas palabras fueron inicialmente más eficaces que cualquier hechizo de Harry Potter o sus correligionarios de Hogwarts, y luego vinieron acompañadas de hechos. En forma de instrumentos de compra de bonos, que han facilitado un periodo de 10 años de estabilidad en el mercado de deuda soberana. Algunos episodios de incertidumbre y sobre todo la crisis derivada de la pandemia alargaron hasta 2022 la enorme liquidez que los bancos centrales (principalmente, la Fed estadounidense y el BCE) han aportado a los bancos y a los mercados de capitales. Había dinero para todo, hasta para financiar private equity u operaciones corporativas de integración.

La inflación que se inició hace meses —y que comienza a alcanzar niveles no vistos desde hacía más de 30 años— ha obligado a reaccionar a los bancos centrales de ambos lados del Atlántico. El brutal encarecimiento de la energía —agravado por la guerra de Ucrania— y la multiplicación de los problemas de suministro han agudizado el proceso inflacionario. Se están retirando estímulos monetarios paulatinamente. En el próximo año pueden desaparecer entre uno y dos billones de liquidez de los mercados financieros, lo que tensionará la situación del crédito y la deuda globalmente, algo a lo que ya no estábamos acostumbrados. La subida de los tipos oficiales ya es un hecho en EE UU y el Reino Unido. Se esperan más subidas de la Fed este año. En los mercados de deuda ya se nota en el aumento de las rentabilidades y costes financieros de los deudores. Y queda bastante recorrido al alza. Aunque el BCE aún no ha subido sus tipos, en Europa se nota ya la subida en los tipos de mercado.

La dureza de lo que se puede avecinar se aprecia en parte de la curva de tipos de EE. UU. —algunos rendimientos que se encuentran entre los 5 y 30 años— que se ha invertido. Señal de alarma de posibilidad de recesión en ese país. Si se confirmaran esos malos augurios, no se podría descartar ese escenario de “estanflación” (inflación y recesión) del que se ha hablado con excesiva alegría, últimamente, con sus repercusiones para la economía global.

En cuanto a los bonos soberanos, la financiación de futuros déficits públicos, sobre todo en países con mayor vulnerabilidad de sus cuentas públicas y de su economía, puede empezar a sufrir un estrés significativo en los mercados, conforme se retiran los estímulos del BCE. España —con la deuda pública en el 118,4% del PIB— no quedaría al margen de ese estrés. Parece urgente diseñar una senda creíble de ajuste fiscal. También otras acciones que refuercen la resiliencia de nuestra economía —con tantos desafíos por delante— que permitiera minimizar el impacto negativo de la fuerte disminución de la liquidez del mercado sobre nuestra deuda pública y privada.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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