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La importancia de las madres en la socialización financiera

Los jóvenes españoles se consideran mayoritariamente ahorradores. Así se desprende de la Encuesta de Educación Financiera Funcas 2022 (a partir de ahora: EEF-Funcas2022), realizada online entre el 12 y el 26 de septiembre de este año sobre una muestra de 1.200 personas residentes en España de edades comprendidas entre 18 y 29 años[1]. Cuando a estos jóvenes se les pide que, utilizando una escala de 0 (nada) a 10 (mucho), valoren en qué medida el adjetivo “ahorrador/a” define su carácter, la media de sus respuestas se sitúa en 7,1. Esta cifra es más alta que las que arrojan las respuestas a las preguntas referidas a los siguientes adjetivos: “ordenado/a” (6,8), “estudioso/a” (6,7), “extrovertido/a” (5,7) y “caprichoso/a” (4,8). La influencia de la variable “sexo de los entrevistados” se observa, en mayor o menor medida, en la autovaloración respecto a todos los calificativos, salvo el de “ahorrador/a”. Ellas se consideran bastante más estudiosas que ellos, y también algo más ordenadas y caprichosas, pero en cuestión de proclividad al ahorro sus autopercepciones coinciden (Gráfico 1). 


¿Pero realmente son ahorradores los jóvenes españoles? La EEF-Funcas2022 ofrece algunos indicios para responder esta pregunta. Por lo pronto, un 49% de los entrevistados afirma tener hucha física, porcentaje que entre los de 18 a 24 años sube hasta el 57% (entre los de 25 a 29 cae al 38%). Los jóvenes que estudian (exclusivamente o compatibilizando estudio y trabajo), así como también los que viven con ambos progenitores, son los que en mayor proporción cuentan con una hucha (Gráfico 2). 


Nueve de cada diez jóvenes encuestados (89%) poseen al menos una cuenta bancaria y alguna tarjeta física. En un entorno en el que prevalece la preferencia por evitar el efectivo como medio de pago, aproximadamente tres de cada diez jóvenes de 18 a 24 (29%) con tarjeta bancaria propia afirman preferir pagar las compras con dinero, coincidiendo con el porcentaje de quienes prefieren pagar con el móvil, pero la mayoría de ellos (42%) se inclina por el uso de la tarjeta (sobre todo, de débito, mucho más extendida que la tarjeta de crédito en este grupo de población). La “huida del efectivo” aún es más evidente entre los jóvenes de 24 a 29 años, y especialmente entre las mujeres en ese grupo de edad (Gráfico 3). 


Puesto que casi todos los entrevistados (94%) tienen cuentas corrientes de titularidad propia o compartida, parece lógico pensar que ellas constituyan, también entre los jóvenes, el principal dispositivo de recepción de ingresos y de acceso al dinero (Gráfico 4). Y a juzgar por sus respuestas, no son cuentas “aparcadas” cuyos movimientos se ignoran: nueve de cada diez jóvenes titulares de una cuenta dicen conocer cuánto dinero tienen en ella, y entre los entrevistados que estudian, también nueve de cada diez declaran encargarse personalmente de la gestión habitual de sus cuentas (a los entrevistados que trabajan se les supone esta práctica, por lo que la EEF-Funcas2022 no pregunta por ella). Constituyen también una amplia mayoría los entrevistados que niegan tener un fin concreto para el dinero acumulado en sus cuentas. Antes bien, prevén utilizarlo según las contingencias, es decir, “para pagar gastos o necesidades que vayan surgiendo”, si bien las mujeres y los entrevistados que trabajan (exclusivamente o compatibilizándolo con los estudios) afirman con mayor frecuencia perseguir objetivos concretos con el dinero de que disponen en sus cuentas (Gráfico 5). 


El dinero con el que cuentan los jóvenes que estudian y no obtienen ingresos del trabajo proviene de diferentes fuentes. Es poco habitual que perciban dinero por llevar a cabo determinadas tareas domésticas o familiares, o por obtener buenos resultados en los estudios; llama, no obstante, la atención que los entrevistados varones extraigan, en mayor medida que las entrevistadas, ingresos por ambos conceptos (Gráfico 6). Más frecuente, pero también minoritaria, es la percepción de una paga periódica. Menos de la mitad de los jóvenes que se dedican exclusivamente a estudiar reciben una paga, bien semanal  (15%), bien mensual (27%). (Gráfico 7). Cabe destacar que a casi la mitad de los entrevistados que estudian (como actividad exclusiva o compartida con algún empleo) y no reciben una paga (46%) les gustaría recibirla. Mientras las “pagas por méritos” (tareas domésticas/familiares o buenas calificaciones) y las “pagas periódicas” no se hallan muy extendidas, sí lo están las “pagas extraordinarias”, que los jóvenes perciben por sus aniversarios o en fechas señaladas. El 50% de las entrevistadas y el 39% de los entrevistados afirman recoger dinero en tales ocasiones “siempre/casi siempre”, y más de un tercio de ellas y de ellos reconoce recibirlo “algunas veces” (Gráfico 8).


La mejor aproximación a la intensidad de ahorro de los jóvenes la ofrece una pregunta en la que se solicita a los entrevistados que trabajan y a los que reciben una paga periódica que indiquen la proporción aproximada de su salario/asignación que ahorran. El 48% de los que trabajan contesta que ahorra la mitad o más. Algo más bajo (42%) es el porcentaje de los entrevistados no perceptores de salario que dicen ahorrar al menos la mitad de su paga. En cambio, los que confiesan no ahorrar nada de su salario o de su paga se sitúan alrededor del 6-7%.  La composición del hogar marca diferencias importantes a este respecto. El 60% de los jóvenes que viven con sus progenitores afirma ahorrar la mitad o más de su salario/paga, proporción que dobla holgadamente a la de quienes viven en un hogar sin ninguno de sus progenitores (28%). La encuesta confirma que vivir en el hogar familiar facilita el ahorro de los hijos (Gráfico 9). 


Pero la convivencia con los progenitores no solo posibilita más el ahorro, sino también procura un espacio de aprendizaje de experiencias, actitudes y hábitos en relación con el uso y la administración del dinero. De hecho, el 78% de las encuestadas y el 70% de los encuestados se refieren a la familia como la institución que más les ha enseñado “en cuestiones relacionadas con el manejo del dinero” (Gráfico 10). A la escuela le conceden los entrevistados mucha menos importancia como fuente de aprendizajes financieros. De hecho, el 77% niega haber tratado “alguna vez, en clase”, con los profesores, cuestiones concernientes a la gestión del dinero propio. Y entre los que afirman haberlo hecho (23%), más de la mitad (61%) considera que el tiempo dedicado en clase a esos temas ha sido escaso. 

En esta apreciación de la familia como agente principal de socialización financiera destacan, además de las entrevistadas, quienes viven con ambos progenitores (78%), así como también quienes se consideran muy estudiosos (81%) o perciben su futuro con optimismo (80%). Es significativo que la segunda respuesta más frecuente a la pregunta sobre quién les ha proporcionado más saberes de carácter financiero sea “nadie”: una sexta parte de los entrevistados (17%) opina que nadie le ha proporcionado enseñanzas sobre cómo gastar y ahorrar, opinión más frecuente entre los varones (20%) que entre las mujeres (14%).


Dentro de las familias, las madres cobran especial protagonismo en materia de educación financiera. Así se infiere de los resultados a una pregunta en la que se requiere de los entrevistados que identifiquen a la persona que, en asuntos relacionados con la gestión de dinero, representa para ellos “un ejemplo a seguir”. La respuesta más frecuente es “mi madre” (38%), con un porcentaje notablemente por encima de la referida al padre (25%) o a los abuelos (7%). La referencia a la madre es la más frecuente tanto entre las entrevistadas como entre los entrevistados, si bien alcanza un porcentaje más alto en el primer caso (42%) (Gráfico 11). 


La madre aparece también como la respuesta más citada cuando los entrevistados han de señalar a quién pedirían consejo sobre lo que hacer si recibieran “de manera imprevista una cantidad relevante de dinero, más de 3.000 euros”. La respuesta más frecuente es “a mi madre” (40%), si bien la ventaja respecto a la respuesta “a mi padre” es muy pequeña. Entre las entrevistadas (sobre todo, las que cuentan entre 18 y 24 años) la referencia a la madre es más destacable que entre los entrevistados, cuya respuesta más frecuente es “nadie”  (Gráfico 12). 

En síntesis, de acuerdo con los resultados de la EEF-Funcas 2022, los jóvenes  españoles se consideran más ahorradores que estudiosos y ordenados, incluso que extrovertidos. Casi todos tienen cuentas bancarias propias, de cuyos movimientos están al tanto. Pero pocos guardan en ellas dinero para fines específicos; la mayoría lo hace para lo que cabría denominar “consumos contingentes”. Parece, por tanto, que aunque no planifican sus finanzas, sí les gusta ahorrar. Asimismo piensan que lo que saben sobre el manejo del dinero lo han aprendido de su familia, en particular, de sus madres y padres, a quienes tienen mayoritariamente como referencia en asuntos relacionados con la economía y las finanzas, y a quienes muchos pedirían consejo en circunstancias tales como las de recibir inesperadamente una suma importante de dinero. Y es a las madres, en particular, a quienes destacan como figuras clave en estas cuestiones. 

Sirva como conclusión de este breve análisis de la EEF-Funcas2022 el último párrafo de uno de los artículos publicados en el número 35 de Panorama Social, monográfico recientemente publicado bajo el título “La educación financiera en España: balance y perspectivas”: 

Los programas de educación financiera que no tienen suficientemente en cuenta la importancia y el valor específico de la familia como espacio de aprendizaje corren el riesgo de desperdiciar esfuerzos formativos. Las madres y los padres deberían ser destinatarios preferentes de tales programas, reconociéndoles, en primer lugar, su protagonismo en la socialización financiera, tratando de mejorar sus competencias en esta materia y enseñándoles a ponerlas en práctica. Los centros educativos podrían convertirse en instituciones intermediarias fundamentales en este proceso (por ejemplo, a través de las Escuelas de Padres y Madres, con las que muchos de ellos ya cuentan para diversos fines) y contribuir así más eficazmente que en la actualidad a la educación financiera de la sociedad.[1]



[1] La comprobación de discrepancias sustanciales en las pautas de respuesta entre los entrevistados de nacionalidad (única) española y el resto de entrevistados ha aconsejado limitar el análisis aquí presentado a los primeros. La muestra sobre la que se hacen afirmaciones se refiere, por tanto, a los 1.108 entrevistados de nacionalidad (única) española. 

[2] Chuliá, E., Garrido, L. y Miyar, M. (2022). Familia y socialización financiera: una aproximación empírica al caso español, Panorama Social 35, 137-154.

Más resultados de la Encuesta de Educación Financiera Funcas

(EEF-Funcas 2022)

Percepción del futuro: más optimistas que pesimistas

  • El 55% de los entrevistados (18-29 años) ven su “futuro en el corto y medio plazo (5-10 años)” con optimismo, triplicando la proporción de quienes lo ven con pesimismo (un 28% opta por la respuesta “ni con optimismo ni con pesimismo”).
  • Un 50% de los entrevistados de 18 a 24 años y un 54% de los entrevistados de 25 a 29 años afirman que “en un futuro más o menos próximo” se imaginan “formando una familia propia, con hijos”. A la gran mayoría de los que cuentan entre 18 y 24 años (85%) le gustaría formar esa familia antes de los 31 años; y a casi todos (96%) de los que tienen entre 25 y 29 años, antes de los 35 años. Creen, sin embargo, que, “siendo realistas”, podrán formarla más tarde de lo que desean.

Criptomonedas: más fama que inversión 

  • Un 91% de los entrevistados (18-29 años) ha oído hablar de las criptomonedas. De ellos, un 12% afirma haber invertido algún dinero en este medio digital de intercambio. 
  • Entre quienes han invertido en criptomonedas, siete de cada diez (71%) han dedicado a ello menos de 501 euros. Aproximadamente una quinta parte (22%) afirma haber invertido entre 501 y 1.000 euros, y el resto (7%) ha invertido más de 1.000, pero menos de 3.000 euros. 
  • El 61% de quienes no han invertido en criptomonedas conoce “personalmente” a alguien que sí lo ha hecho, pero solo el 14% de ellos afirma que si tuviera la posibilidad de “invertir algún dinero en criptomonedas”, lo haría.

Uso de medios de pago: el éxito de las aplicaciones móviles

  • El uso de medios de pago electrónicos se ha impuesto entre la juventud española: además de la preferencia por la tarjeta y el abono de compras mediante el móvil  (véase arriba), el 90% de los entrevistados que dispone de cuenta bancaria afirma utilizar Bizum o alguna aplicación similar proveedora de servicios de pago.
  • Cuatro de cada diez entrevistados (40%) utilizan Bizum más de cinco veces al mes y casi dos de cada cinco (18%) lo hace más de diez veces.

Anexo: Encuesta de Educación Financiera Funcas 2022 (EEF-Funcas2022): datos descriptivos de la muestra.

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Resfriado hipotecario

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Septiembre es traicionero para los resfriados. Cambios de temperatura y cierta improvisación en los armarios que no acaban de ser ni de verano ni de otoño. Para algunos mercados se está convirtiendo también en un mes complicado porque comienza a definir cómo la incertidumbre creciente se instala en las expectativas. El mercado hipotecario es uno de ellos. Según publicó el INE este miércoles, el número de hipotecas para vivienda registradas en España cayó un 16% mensual en julio, dejando su avance interanual en un escueto 2,2%. Esto podría desactivar parte del optimismo en el sector inmobiliario sobre una posible reactivación del mercado. Hay que observarlo con normalidad, como un síntoma de un ambiente monetario distinto. Baste repasar las declaraciones públicas de los bancos centrales tras cada subida de tipos de interés, en las que se insiste que uno de los canales de transmisión claro es el enfriamiento del mercado hipotecario.

La desaceleración responde a fundamentos muy importantes para la inversión en vivienda. Uno de ellos es el coste de la financiación. Los tipos de interés están subiendo de forma acelerada. El euríbor estaba en el entorno de -0,5% en el verano de 2021, mientras que en julio de 2022 estaba muy cercano al 1% (positivo) y dos meses más tarde su valor diario ya supera el 2,5%. Es una subida de tres puntos en un año… y sigue. Se acaba el dinero barato, casi regalado. Aun así, no olvidemos que aún están muy lejos de ser elevados en una perspectiva histórica. Al igual que las generaciones más jóvenes no sabían que era vivir con inflación y tipos de interés positivos, los más mayores sí que recordarán tiempos en el que los intereses eran de dos dígitos. Situaciones que, además, coincidían con períodos inflacionarios agudos. Hoy, precisamente, el crecimiento de los precios sigue implicando que, en términos reales (descontada la inflación), los tipos de interés sigan siendo negativos, algo que podría cambiar a un año con menor inflación. En cualquier caso, aquellos que contratan una hipoteca nueva o la tenían a coste variable lo comienzan a notar en su cuota mensual.

Tampoco hay motivos para el alarmismo porque el 73% de las nuevas hipotecas que se contratan son a tipo fijo, lo que aporta seguridad en la planificación del coste. Además, las de tipo fijo ya suponen la mitad del stock existente de hipotecas. Las familias que la tienen a tipo variable aún pagan un 2,1% de interés promedio, inferior al 2,8% medio de los que la tienen a tipo fijo.

Lógico es andar con cautelas, pero los contratos hipotecarios son más garantistas hoy que nunca en España. Poco sentido tiene hablar de cuestiones tan contraproducentes e incompatibles con los incentivos como topar los tipos de interés de las hipotecas. Lo que sí parece lógico —y es habitual— es tener la posibilidad renegociar con tu banco las condiciones de la hipoteca si la subida de tipos agobia, especialmente en las economías domésticas más vulnerables cuyo presupuesto mensual anda ya bastante mermado por la inflación.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La senda del halcón

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La reunión de la Reserva Federal de esta semana era —de nuevo— particularmente esperada no solo por su destacado anuncio sobre los tipos de interés, sino porque también se presentaban proyecciones económicas de largo plazo, incluida la ruta esperada de los tipos de interés hasta 2025. Una senda para los halcones. No es que la Fed pueda asegurar que los tipos no bajarán en los próximos tres años, pero la imagen que debía proyectar era dura, sugiriendo que el precio del dinero estará ahí, en cotas más altas de las acostumbradas estos últimos años, durante bastante tiempo. Una foto contundente para enfriar la economía hoy y, de una vez por todas, ir aminorando la inflación. Al menos, la parte de subida de precios que está en su mano. Es el tiempo de los halcones. Como esa ave rapaz, no son las más rápidas en vuelo horizontal, pero, cuando cazan en picado llegan hasta 300 km/h. Mantienen el pulso y, cuando llega su momento, pisan el acelerador, como sucede ahora con las elevaciones de tipos de interés.

La subida de tres cuartos de punto, aun siendo de magnitud considerable, era lo esperado. El rumbo alcista ha quedado claro, con la proyección de que el tipo oficial llegará hasta el 4,6% en 2023 en Estados Unidos. Subir en esta ocasión un punto porcentual estaba sobre la mesa, pero la Fed tampoco quiere parecer desesperada. Cada apretón del 0,75% es una subida de costes financieros considerables. Está por ver hasta qué punto es un cubito de hielo para el termómetro de los precios. Todos los cambios significativos de tipos de interés tienen ganadores y perdedores, certidumbres y riesgos. No podemos olvidar que muchas empresas en todo el mundo (en Estados Unidos hasta el 30%) presentan vulnerabilidad financiera en distinto grado y, para muchas, una subida de tipos de interés es una presión para su deuda, un apretón en el cuello de su viabilidad. Otra implicación de esta senda más alcista en EEUU es la apreciación del dólar, que alimenta la inflación vía importaciones en Europa.

Hay algo que resulta curioso en estos anuncios duros de política monetaria. Por un lado, la Fed (también el BCE y otros) asegura estar siguiendo un enfoque mucho más contingente que en los últimos años. Esto supone que se actúa según las circunstancias y datos de cada momento porque no sabemos a ciencia cierta aún si el pico de inflación se ha alcanzado y, sobre todo, cuánto tiempo cuesta bajar a cotas respirables el crecimiento de los precios. Por otro lado, proyectan a largo plazo (siendo también bastante incierto) con un mensaje también de dureza. Sin embargo, si finalmente los críticos con estas políticas aciertan y se produce una pasada de frenada (una recesión dolorosa y duradera), tendrán no solo que frenar las subidas de tipos sino, incluso, dar marcha atrás. La gran pregunta es dónde estará la inflación llegado el momento. Y ese instante se antoja el primer semestre de 2023. Existen no pocos riesgos, pero el aumento de los precios es el más claro y evidente y cruzarse de brazos no es una opción.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los precios no bajarán de golpe

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Los precios continuaron por las nubes en agosto, según la estimación preliminar ofrecida este martes por el Instituto Nacional de Estadística. No importa demasiado que la tasa interanual (10,4%) sea cuatro décimas más reducida que la de julio. Se precisan bajadas bastante más acusadas para reducir la presión. El problema no es sólo energético. La inflación subyacente (sin energía ni alimentos no elaborados) subió al 6,4% en agosto desde el 6,1% de julio.

En el centro del debate, aun así, sigue en lo energético, pero España parece ir por algo de mejor camino que en meses anteriores. Sobre todo, en comparación con una Europa que teme a problemas de provisión en invierno. Y, ya se sabe, el miedo es amigo de la inflación, la alienta. Apurados están en Bruselas por buscar alguna estrategia de consenso. Rusia parece esperar al invierno para mostrar toda su fuerza.

Puede que el verano español haya sido confuso con este panorama, dado que el bullicio turístico no parece compatible con una situación de tensión en los precios. Aun así, es difícil comprar algunas historias que circulan. Esas que sugieren que hemos sido irresponsables y echado el resto por unas vacaciones excesivamente anheladas. Que critican que hemos sido inconscientes y llegaremos al invierno con muchas menos posibilidades de gasto. Está por ver. Lo único que muestran los datos es que se han retomado niveles de 2019 en algunas cosas y en otras no tanto. Eso rezuma normalidad. Tanto en España como en otros países, como Estados Unidos, se ha observado una diferencia entre expectativas pesimistas y elevado gasto, algo que parece explicarse porque se ha juntado la recuperación de un shock (la pandemia) con la llegada de otro (inflación elevada). Esto no es fácil de explicar con un manual convencional de macroeconomía en la mano.

Lo que sí parece que sucederá es que la persistencia de precios elevados y la caída de expectativas empresariales y del consumidor se acabará notando. El otoño será más mustio y, aun así, los precios no bajarán de golpe. La caída de la actividad comenzaremos a verla en algunos indicadores en las próximas semanas en España y en muchos otros lugares. Al parecer, ya se apreció en algunos sectores en agosto. Los pedidos industriales se redujeron y poco a poco lo hacen las previsiones de venta de muchas empresas españolas. La inflación no bajará de golpe, no será fácil. 

La posición europea, ahora mismo no demasiado cohesionada, será crucial. En España ahora los precios de la energía siguen siendo muy elevados, pero menos que en otros países vecinos. Parecen funcionar, al menos parcialmente, algunas medidas. Nuestro país comenzó el verano por encima de la media de la eurozona en tasas de inflación. La parte de presión energética va remitiendo, pero en otoño e invierno habrá que estar muy atentos al entorno geopolítico. El ajuste del gasto acabará llegando. El consenso (variable estos días como nunca) es que la inflación comenzará a remitir en los dos últimos meses del año, pero terminará en cotas elevadas. Habrá que esperar a 2023 para tener algo de alivio. Vuelta de curso complicada, sin duda.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Más dudas que certezas

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Desde 1978 los veranos ofrecen un oráculo. Con más o menos acierto, con más o menos consenso. Cuanta más discrepancia o tono sombrío hay, peor pintan las cosas en el año siguiente. Es el simposio de política económica de Jackson Hole, que se celebra estos días en las idílicas praderas de Wyoming, organizado por la Reserva Federal de Kansas City. El tema de este año es Reevaluando las restricciones para la economía y las políticas (Reassessing Constraints on the Economy and Policy). Título sintomático porque las principales referencias monetarias se encuentran con un tremendo desafío inflacionario y con una contracción económica que no puede asegurar que acabe con el alza de precios. Se echa en falta este año a Christine Lagarde, aunque participa la consejera ejecutiva del BCE, Isabel Schnabel, una garantía de precisión en la comunicación de mensajes, en un momento en que se necesita.

Hace un año se hablaba en ese mismo foro de la economía pospandemia, de los estímulos fiscales y en la retirada progresiva de los monetarios. Todo se ha acelerado un año después. El presidente de la Fed, Jerome Powell, intervino este viernes en la apertura. Su discurso no distó del que viene manteniendo en los últimos tiempos: todo lo que está en la mano de la política monetaria se hará para conseguir un aterrizaje suave. También trasluce de sus palabras que no todo parece estar tan controlado. De ahí la “reevaluación” necesaria de las políticas que indica el título del evento. Esta falta de certezas también transpiró en algunas presentaciones más académicas. En Estados Unidos vienen observándose en, los últimos meses fenómenos paradójicos e inquietantes. Con los precios disparados, la confianza del consumidor está por los suelos. Sin embargo, el gasto sigue lanzado. Los americanos consumen bastante, a pesar de la inflación. Esto desconcierta a los banqueros centrales y preocupa a los políticos: recordemos las recientes palabras del presidente Macron sobre el “fin de la abundancia” que abren incógnitas de trascendencia. Por ejemplo, ¿cuánto ha afectado la pandemia y la secuencia tan repetida de perturbaciones inesperadas a la psicología del consumidor y las expectativas? ¿Hasta qué punto repercute esa diferencia entre lo que los consumidores declaran y lo que realmente hacen en la efectividad de la política monetaria?

Esta situación de impasse también resulta inquietante, porque ese comportamiento vigoroso de la demanda interna en Estados Unidos y otros países (como el verano turístico de España, en claro contraste con buena parte de la eurozona), puede frenar en seco. La política monetaria va a actuar de forma más rápida de la que estamos acostumbrados. Si las subidas de tipos de interés son demasiado fuertes para la digestión de la economía, se rebajará la dosis. Si la inflación persiste incluso con recesión o contracción, el dilema será más grande aún. Continúan además las políticas fiscales de estímulo para la recuperación tras la pandemia en muchas economías. Algunas medidas necesarias. Otras, fundamentalmente, inflacionarias. En definitiva, toreo complicado porque, aunque los banqueros centrales han sido muchas veces referente involuntario en los últimos años, cuando se trata de inflación, concentran las miradas siempre.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Economía de vientos variables

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Uno de los protagonistas del verano es el viento en sentidos muy distintos. Traicionero en los incendios. Favorable a los surferos y desagradable para los bañistas. Para la economía española también hay vientos que apuntan en direcciones bien distintas. La inflación llegó en julio al 10,8%. Aquí y en otros lugares —con Estados Unidos como referencia— se debate si se ha alcanzado el pico de inflación a partir del cual debe iniciarse una progresiva reducción de los precios. Por ahora, no existe mucha evidencia de efectos de segunda ronda, pero habrá que esperar a la negociación de salarios de otoño para ver si aparecen en el medio plazo.

Hay factores a favor para España y la UE, como la estabilización del euro y la caída del precio del petróleo, las materias primas y los fletes. En el caso de las dos últimas, también tiene una lectura menos positiva, porque anticipa menor demanda conforme se avanza del verano al otoño. También apunta en esa dirección la caída de pedidos industriales que señalaron para países como España los últimos índices PMI publicados. La actividad en la industria se redujo por primera vez desde 2021. Y habrá que tener cautela sobre lo que acontecerá con el precio del gas, en máximos históricos, y el de los alimentos, que en los últimos tiempos han dado un alivio.

La corrección macroeconómica que se prevé para los próximos meses es casi inevitable. Lo importante residirá en la magnitud de ese ajuste. Desde el gobierno ya se ha anunciado que se espera cerrar agosto con 187.000 afiliados menos a la Seguridad Social. Si bien, en términos desestacionalizados —en circunstancias poscovid en las que es tan complicado comparar un año con otro— estima que la afiliación aumente en 65.000. Sea como fuere, el empleo ha resistido bien hasta ahora. No obstante, en los próximos meses se espera un menor crecimiento económico que podría ayudar a reducir la parte de la inflación empujada principalmente por el consumo, la subyacente, que subió un 6,1% en julio.

El gasto pareció concentrarse mucho en el verano —sobre todo al principio—, y, a todas luces, parece que será menor a partir de septiembre. La clave estará en poder reemprender una senda de crecimiento de la economía con precios más moderados. Un objetivo para el que todavía habrá que esperar. Los bancos centrales apuestan por esa vía de enfriamiento, a través de una menor liquidez y tipos de interés más altos, para lograr un aterrizaje suave de la economía. Y los gobiernos deben alejarse de medidas que, aún siendo bien intencionadas, generen inflación, sobre todo en materia energética.

De este modo, con aires racheados en distintas direcciones resulta complicado realizar predicciones. Se discutirán en los próximos meses muchas más medidas porque, como ocurrió con la pandemia, hay que estar atento a circunstancias exógenas (geopolíticas principalmente) cambiantes, pero la pedagogía entre la ciudadanía por parte de todos los responsables políticos será fundamental. Por eso, tal vez el viento más preocupante es el que sopla en sentido inverso desde 2023 anunciando elecciones, que dificulta el necesario consenso en esta coyuntura económica.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Delante y detrás de la curva

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A Europa y Estados Unidos nos unen muchas cosas y en otras diferimos notablemente. Es curioso cómo se ve de distinta forma desde ambos lados del Atlántico el estatus actual de las políticas monetarias. La alta inflación afecta a ambos bloques. Sin embargo, en la eurozona se considera que el Banco Central Europeo (BCE) ha llegado tarde, pero ya actúa con fuerza para ponerse “delante de la curva”. Esto significa, para los que así piensan, que ha recuperado credibilidad y es bueno para los mercados y la economía. En Estados Unidos, aunque se ha ido muy por delante en las acciones restrictivas —subidas de tipos de interés y retirada de estímulos— los diarios y redes sociales están trufados con críticas que afirman que la Reserva Federal fue por detrás de la curva mucho tiempo y está pasando una importante factura. Interpretaciones duras que invitan a una reflexión sobre si lo que está pasando ahora tiene que ver con una desafortunada lectura de los mandatos monetarios.

La narrativa en Estados Unidos durante los años posteriores a la crisis financiera fue que la inflación andaba “perdida”. Revolvía las tripas de los economistas más ortodoxos. No alcanzaban a entender cómo las mayores inyecciones de liquidez de la historia —vía compra de bonos— no tenían apenas incidencia sobre los precios. Para algunos, lo que sucedió es que la inflación se fue (camuflada) a otro sitio: apareció en forma de burbuja de activos, entre otros de grandes compañías tecnológicas, que ahora se están desinflando.

Los acontecimientos desafortunados para las aspiraciones monetarias de control de inflación no acabaron ahí. Justo cuando la Fed y BCE comenzaron a sentir que la inflación podía subir no quisieron actuar súbitamente. Cambiaron su política para interpretar más flexiblemente su mandato del 2% de inflación como referencia. La idea era esperar a que los precios subieran incluso más antes de actuar para no frenar el crecimiento. Desgraciadamente, llegó la salida de la pandemia y luego la invasión de Ucrania y no solo aumentaron algo, sino que se han desbocado por razones, en parte, fuera de su alcance.

Algunos en Estados Unidos insisten en que lo que los mercados y la economía necesitan son subidas progresivas y moderadas de tipos. Como antes no se tomaron las medicinas poco a poco, ahora hay que tragar “pildorazos” de tipos de interés. Esta crítica ha sido muy dura en Estados Unidos en las últimas semanas. Tal vez por ello esta semana la Fed nuevamente decidió subir 0,75% su horquilla de referencia de tipos de interés. Aun siendo una elevación importante, desterró los rumores de poder subir hasta un 1% que eran una opinión muy extendida no hace demasiados días.

¿Ya va la Fed por delante de la curva o es que ya otea la recesión próximamente? De momento, eso de marcar una política a medio plazo (forward guidance) se ha sustituido por una lectura contingente e inmediata de qué sucede en cada momento. En los próximos meses, puede ser el BCE el que lleve el liderazgo en el encarecimiento del dinero si la recesión llega antes a Estados Unidos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Fin al dinero barato 4.026 días después

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Todas esas jornadas han pasado desde el 13 de julio de 2011 para que el BCE haya vuelto a subir los tipos de interés. Ha acontecido de todo desde entonces, desde la agudización de la crisis de la deuda soberana aquellos años, hasta una severa pandemia y una guerra cruenta en Ucrania —de futuro incierto—, pasando por el whatever it takes del siempre presente (ahora no menos) Mario Draghi. Este jueves el BCE finalmente ha aumentado su tipo de interés de referencia, nada menos que un 0,5%, con más subidas próximamente, como primera acción contundente para combatir una inflación que parece desbocada.

Como un complemento de manga ancha, finalmente se aprobó el llamado Instrumento para la Protección de la Transmisión (TPI, por sus siglas en inglés). Hace pocos meses parecía muy improbable —véase la hemeroteca con declaraciones oficiales—, pero ha acontecido tras asentarse una realidad cruda y cabezona: la inflación se ha puesto cómoda en nuestras vidas. O se combate con toda la fuerza o se nos queda en el salón de casa por mucho tiempo. Y, por las turbulencias que puedan venir —desde Italia las primeras— desde Fráncfort se comprará lo que sea preciso.

El miedo a la deflación —y, de reojo, a una posible crisis de deuda soberana— explica por qué los tipos de interés no subieron en este largo periodo. Solamente bajaron o se mantuvieron. Se acometían también masivas compras de bonos. El tiempo juzgará el acierto de estas decisiones. Los posibles errores tendrían atenuantes, por decidir en territorios inexplorados, como es la realidad económica y geoestratégica cambiante y virulenta. También el complejo entramado institucional de la UE, con claras carencias en el camino hacia la completitud de una mayor unión política.

Tras meses en los que el mercado parecía penalizar todo lo que olía a euro y a Viejo Continente, los últimos días han dado respiro. Hay menos pesimismo. Los mensajes del BCE, ratificados este jueves con fuerza, parecen haber ganado credibilidad. La gran espada de Damocles —un eventual corte del gas ruso y sus terribles consecuencias económicas— sigue pendiendo, pero si se compara con las debilidades de la crisis financiera de 2008, está ganando terreno una visión menos apocalíptica de la economía, el empleo y los precios. Lo sabremos en los próximos meses, pero la recesión parece que será menos generalizada de lo que se pensaba hace semanas. Donde acontezca, apunta a menos prologada.

El BCE ha compartido una visión similar. No puede evitarse una notable desaceleración, pero los preparativos de reservas de gas —con mayor resiliencia y capacidad de cooperación en la UE para compartir recursos— y la reciente evolución de los precios de la energía parecen apuntar a un escenario menos catastrofista. Los deberes pendientes con la inflación continúan siendo de gran magnitud. El BCE ha comenzado el tratamiento para la dolencia inflacionaria: subir tipos de interés y prometer nuevas dosis. Y, además, para evitar efectos secundarios de esa medicación sobre los mercados de deuda soberana, aprobó el TPI que aplicará seguramente con la contundencia que transpiraba en el discurso de Lagarde. Aun así, la inestabilidad política ha hecho subir la prima de riesgo italiana. La presidenta de la institución monetaria lo ha dejado claro: “Las compras no van a estar restringidas ex-ante”. De alguna manera, ya tiene su whatever it takes. Esperemos que los mensajes y decisiones conduzcan al éxito.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Sonido de alarma ‘in crescendo’

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Menuda semana en la Península ibérica. Madrid con la cumbre de la OTAN y la ciudad portuguesa de Sintra, donde se han reunido los banqueros centrales. Cita trascendente en un contexto de reflexión monetaria y de inflación que se va a dirimir en un terreno dialéctico muy intenso. En el verano, principalmente entre dos grandes foros pivotales. El comentado de Sintra que va arraigando su tradición —organizado por el Banco Central Europeo— y el que se celebrará a finales de agosto en Jackson Hole (Wyoming), a cargo de la Reserva Federal estadounidense. Las autoridades monetarias siguen siendo la referencia, pero su margen de maniobra está apretado entre dos torniquetes. Por un lado, su mandato, más o menos amplio, pero en el que la inflación aprieta. Por otro, el de la realidad de la subida de precios, de los datos que llegan y machacan la realidad, como la de España publicada el miércoles, de dos dígitos y con una subyacente del 5,5%. Síntoma de que el sonido de alarma por inflación crece y crece. Preocupante nivel (y generalizado en Europa y Estados Unidos) cuando hay aún mucha incertidumbre sobre qué pasará con los salarios de aquí a fin de año y más allá.

Ese mayor volumen de la alarma ha sido evidente con estadísticas de inflación y los mensajes que han dado las autoridades monetarias en junio. La perspectiva ha cambiado y es bastante más pesimista, con inflación (más) elevada y persistente. Lo han reiterado Christine Lagarde y Jerome Powell en Sintra a la vez que recordaban que las políticas monetarias pueden y deben moderar la inflación, pero no pueden controlar todas las fuentes de su crecimiento. Esto genera credibilidad y temor al mismo tiempo porque se reconoce una efectividad limitada ante un problemón como el que tenemos en estos momentos. Para las autoridades monetarias es importante generar credibilidad, pero, después de 15 años de liderazgo político-económico indiscutible, ahora tienen que predicar ineludiblemente su (posible) falibilidad. Creen en su modelo, pero no les queda otra que reconocer que ahora hay serias limitaciones para lograr el éxito deseado. Implica un riesgo: en su afán por mantener esa credibilidad, los banqueros centrales pueden tener que redoblar sus acciones, apretar más (siguen en eso de “haremos lo que sea preciso”) y derivar en una fuerte desaceleración y probable recesión, incluso más dura de lo que se piensa, sobre todo en Estados Unidos. Esto nos obliga a distinguir entre una recesión correctiva y una recesión con inflación. La primera es un mal trago necesario para evitar que el sobrecalentamiento de precios se vaya de las manos. La segunda es un dilema porque implica que se habría coartado el crecimiento antes que los precios.

En un contexto estrictamente europeo, la reunión de Sintra también recuerda los elementos diferenciales de los problemas de inflación y posibles remedios en la zona de la moneda única. Además de referirse a los tipos, Lagarde habló sin suficiente detalle del mecanismo de compras de bonos, en el que mencionó la palabra “condicionalidad”. Habrá que ver la letra pequeña para que no haya más señales de alarma.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Jornada de emergencia a ambos lados del Atlántico

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Menudo día el miércoles para bancos centrales y mercados. Se reunía de forma programada la Reserva Federal estadounidense, con una agenda de enjundia. Sin embargo, la sorpresa saltó con la convocatoria de urgencia del BCE para anunciar que diseñaba un nuevo mecanismo de compra de bonos ante las alarmantes subidas de las primas de riesgo de los países del sur de Europa. Un déjà vu de los años peores de la crisis de deuda soberana europea, con reuniones a la carrera. En aquella ocasión el gradualismo casi se lleva por delante el euro. El famoso whatever it takes de Draghi puso fin a la pesadilla. Esta vez preocupa nuevamente que las medidas no sean suficientemente contundentes. Se esperan varias subidas de tipos de interés y el mercado puede volver a ver dudas en el BCE. El plan es reinvertir unos doscientos mil millones de euros en la deuda de los países vulnerables. No queda claro que sea suficiente, dado el pesimismo reinante y la volatilidad del mercado. De momento ha servido para parar la sangría. Es lo que tienen las medidas gradualistas, sirven en el muy corto plazo, pero al tiempo suelen volver los problemas.

En cuanto a la inflación, que centró la reunión de la Fed, nos encontramos en un marco global en el que las políticas económicas buscan soluciones para problemas que se multiplican y que tienen más de una causa. Una situación anómala que puede darse también, por utilizar un símil, en otros campos como la medicina, con enfermedades inducidas a la vez tanto de forma vírica como bacteriana. Pasa ahora con la inflación. Pueden emplearse remedios para paliar las subidas en costes energéticos y suministros, como si de una infección bacteriana se tratase. O puede tratar de corregirse el impacto de una mayor demanda, con subidas víricas que se extienden de unos bienes a otros. Y, en ocasiones, a los salarios, haciendo el virus más generalizado. Una autoridad monetaria podría actuar para frenar esa inflación subyacente, excluyendo energía, fundamentalmente. Sin embargo, no puede frenar subidas de precios energéticos inducidas por conflictos bélicos, o disfunciones en cadenas de aprovisionamiento.

A la Fed norteamericana parece importarle menos la parte que difícilmente puede controlar (inflación de costes). Está dispuesta a actuar con contundencia. Teme que la inflación subyacente también esté desbocada. He podido comprobar esta semana en Estados Unidos que ya no se habla, como hace meses, de si es conveniente sacar un martillo antiinflación como subidas de tipos de interés, sino del tamaño del martillo. Se demostró en la reunión de este miércoles con una subida histórica de 0,75 puntos. Sin embargo, se teme que Estados Unidos pueda afrontar una recesión en 2023. Si así fuera, la pregunta es si esa corrección de la economía se vería acompañada de una moderación suficiente en los precios. La Fed se arriesga a que sus políticas no sean entendidas a medio plazo. Tiene la dificultad de dirimir qué pesará más en la economía en los próximos meses: el riesgo de recesión o las presiones inflacionistas. Ante ese panorama, los nervios y la presión en los mercados continuarán.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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