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Las ‘big tech’: suma y sigue, pero con incertidumbres en el horizonte

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Contar con grandes empresas tecnológicas como Microsoft, Google, Amazon, Nvidia, Apple o Meta concede grandes beneficios a un país como Estados Unidos. También a China, con sus Alibaba, Tencent, WeChat o AntFinancial, aunque su menor expansión global —por las peculiaridades y restricciones geopolíticas del país asiático— las han alejado del foco público internacional en los últimos cinco años. Se habla de las big tech norteamericanas, especialmente tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales.

Los compromisos y promesas del presidente electo para potenciar la inteligencia artificial (IA) así como con el mundo cripto auguran una nueva época en la trayectoria de estos gigantes empresariales. La tentación es pensar que todo va a ser de color de rosa para las grandes tecnológicas. Continuarán teniendo vientos a favor en los próximos años, algo que ya han reflejado sus valores en los mercados. Sin embargo, hay desafíos y riesgos en su actividad que harían bien en ponderar sus ejecutivos.

El hype de las big tech continua. Su valoración de mercado —que marca claramente la evolución del Nasdaq— en las últimas semanas, suma y sigue. Puede que el rally por el resultado de las elecciones presidenciales se esté agotando ya, pero continúa sorprendiendo que después de tantos años de subidas, el crecimiento de los precios de las acciones de esas tecnológicas en el último año, en especial, Nvidia, la productora de microprocesadores, con un aumento de su valor que supera ampliamente el 200% al de hace doces meses, Amazon con más de un 140%, Meta con casi un 90% o Google (Alphabet) por encima del 40%. Microsoft con un modesto 17% y Apple con un valor similar al de hace un año.

Las fuertes expectativas sobre el potencial de la IA influyen decididamente. El mercado premia incluso más a las que más están apostando —entendiendo que, con acierto— por la IA y los servicios cloud (de la nube). Muchas veces se ha comentado el caso Nvidia. Es cierto que sus ingresos se han duplicado en el último año, pero su valor de mercado ha ido mucho más allá. La enorme cantidad de microprocesadores que tienen que comprar —a Nvidia, mayoritariamente— puede animar a empresas como Microsoft, Amazon o Google a fabricar sus propios chips. Esto puede atraer a otros competidores más pequeños, por lo que Nvidia se puede enfrentar a una mayor rivalidad. Aún es pronto para afirmar que eso se producirá con seguridad, pero con un entorno tan dinámico como el tecnológico, y con los desarrollos de la IA, que pueden ser explosivos, se auguran unos años muy interesantes en el sector. Con ganadores, pero también seguramente con sorprendentes perdedores.

El efecto Musk

Y en eso va a llegar el Gobierno de Donald Trump, que además cuenta con una de las figuras más reconocibles entre las grandes tecnológicas como Elon Musk. Asumirá competencias para aumentar la eficiencia en la pesada administración estadounidense (liderando el Departamento de Eficiencia Gubernamental, o DOGE por sus siglas en inglés, un claro guiño a la criptodivisa de preferencia de Musk) pero seguramente será su principal consejero en temas tecnológicos. La visión y opiniones de Musk (principal accionista de la red social X, de Tesla o SpaceX) no son compartidas con muchas otras tecnológicas, por lo que no necesariamente los próximos años serán de vino y rosas. Sobre todo, posiblemente para las empresas que apoyaban claramente a los demócratas en la pugna electoral. Las big tech no son un sector monolítico y se va a notar. Es cierto que el entorno aún más liberal de la IA que Trump y Musk pueden promover, por ejemplo, en materia de privacidad o protección de los usuarios comparado con el de otras latitudes —Europa, por ejemplo—, podría beneficiar a todas las grandes tecnológicas.

Eso sí, a pesar del volumen ingente del dinero que está fluyendo en esa dirección, ni todas las inversiones en IA van a tener el mismo éxito ni dar la misma rentabilidad. Asimismo, las cuestiones legales y antimonopolio les pueden afectar. En las últimas semanas se ha hablado mucho de las investigaciones antitrust en Estados Unidos sobre algunas de estas empresas, que podrían requerir forzosamente desinversiones o ventas de negocios. Sin embargo, la llegada de Trump es una incógnita sobre estos procesos legales antimonopolio en los mercados tecnológicos. Puede ir en cualquier dirección, afectando a unas empresas y a otras no, con claros efectos asimétricos.

Estados Unidos, por tanto, puede reforzar su ya gran ventaja competitiva con respecto a Europa y otros países en materia tecnológica. No solamente porque dominan la oferta sino también por una regulación menos restrictiva, con muchos riesgos para todos, sin duda, si no hay contrapesos y garantías. Y también por la enorme cantidad de datos —de muchos años—, el gran insumo de la IA, que pueden emplear en esa tecnología. Es difícil que, desde el lado de la oferta, otro bloque como la UE pueda competir, pero sí que debe alentar, dentro de su esquema legal más garantista, la acumulación de datos —vamos muy rezagados—, necesarios para sacarle verdadero provecho de la IA en todos los campos económicos y sociales, incluida la salud y no perder definitivamente este tren tecnológico. Sin un gran volumen de datos a disposición, no hay IA exitosa. Las políticas de la nueva administración republicana, no exenta de riesgos para, al menos, parte de las big tech, pueden reforzar todavía más la ventaja comparativa del lado estadounidense.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Perdonen por el chiste malo, pero es lo primero que me ha venido a la cabeza viendo desde mi ventana la calle desierta, con algún viandante perdido ataviado con guantes de látex y mascarilla casera, mientras que en casa mis niños ríen charlando con sus amigos a través de “Zoom”. Unas de las muchas aplicaciones que nos sostienen asidos al menguante mundo laboral, que permiten que nuestros hijos reciban clase y que, sobre todo, mantienen vivas nuestras relaciones sociales. En este tiempo de zozobra, las medidas de aislamiento social son el viento de cola para “Zoom”. El precio de sus acciones en bolsa ha pasado de 62 dólares hace un año a unos 160 a finales de marzo y su valor total alcanzó 44.000 millones de dólares, más que cuatro aerolinas juntas (United, Delta, American and JetBlue), aunque en la última semana se ha reducido. Zoom se creó en 2011; ese año Microsoft compró Skype –la empresa dominante en ese momento– por 8.500 millones de dólares y se escribieron infinidad de artículos y casos de empresa cuestionando esa decisión porque los beneficios de Skype no justificaban el elevado precio. En el caso de Zoom, el ratio entre la valoración y la rentabilidad de su acción, lo que describe el tamaño de la apuesta, el entusiasmo, es inmenso: el precio de sus títulos se traduce en que los inversores han llegado a pagar 1.865 dólares por cada dólar de beneficio. Por ilustrar con una comparación: por Facebook pagan 32, o 27 por Google.

«Los expertos explican el éxito de Zoom porque marginalmente ofrece mayor fiabilidad y, sobre todo, porque la interacción con los usuarios, especialmente con los menos sofisticados, es más sencilla. Una ventaja competitiva crucial ahora que millones de personas han tenido que recurrir por primera vez a las videollamadas o a recibir o dar una clase online»

Juan José Ganuza

El éxito de Zoom ilustra muy bien el eslogan de la economía digital (“el ganador se lo lleva todo”, “winner takes all”). El mercado generalista de videollamadas (Whatsapp, Skype, Google Hangouts, Facetime, etc…) se caracteriza por precios y costes marginales cero, por priorizar el tamaño y por monetizar a través de la venta o cesión de datos, así como por la posibilidad de vender servicios adicionales a clientes corporativos. La falta de competencia en precios conlleva que el servicio que es percibido como de mayor calidad se lleve gran parte del mercado. Esto explica por qué muchos mercados digitales están muy concentrados. Lo sorprendente es que en este contexto, la ventaja en calidad no debe ser necesariamente significativa para que la empresa se convierta en empresa dominante. De hecho, si se analizan los servicios de teleconferencias gratuitos mencionados con anterioridad, todos ellos presentan características y funcionalidades muy similares. Los expertos explican el éxito de Zoom porque marginalmente ofrece mayor fiabilidad y, sobre todo, porque la interacción con los usuarios, especialmente con los menos sofisticados, es más sencilla (doy fe de ello: mis niños se han convertido en expertos de Zoom en una semana). Una ventaja competitiva crucial ahora que millones de personas han tenido que recurrir por primera vez a las videollamadas o a recibir o dar una clase online.

Pero el éxito de Zoom viene acompañado de una gran inquietud: la privacidad. Como es habitual, muchos de nosotros hemos descargado la aplicación y firmado a ciegas el contrato sobre cesión de datos con ansiedad por utilizar la plataforma. Después, ingenua o impúdicamente, nos hemos lanzado a tumba abierta a registrar en esas llamadas pasajes de nuestra vida o problemas laborales. ¿Qué hace Zoom con nuestros datos? ¿Cómo protege nuestras conversaciones y anhelos? La primera pregunta tiene una respuesta estándar dentro del mundo digital. Zoom recoge nuestros datos, pero no nuestras conversaciones; su política es no venderlos, aunque tiene un acuerdo de colaboración con Facebook, que puede emplearlos con propósitos publicitarios. Más preocupante es la respuesta a la segunda pregunta. La compañía ha tenido problemas de ciberseguridad en el pasado, e incluso hoy en día tiene dificultad para preservar la privacidad de las videollamadas hacia terceros. Se ha acuñado el término “Zoombombing” para referirse al hecho de que extraños intervengan en videollamadas para boicotearlas. Por ejemplo, el 24 de marzo de 2020, un supremacista blanco interrumpió un seminario web sobre antisemitismo organizado por un grupo de estudiantes judíos de Massachusetts. Estos problemas de privacidad podrían dar lugar a nuevas novelas de John Le Carré, porque Zoom se está utilizando por miles de organizaciones y administraciones. Como la mismísima reunión del Gabinete británico, congregado por Boris Johnson a través de esta herramienta. Por todo ello, es muy posible que Zoom no alcanzase los estándares regulatorios con respecto a la privacidad que la Unión Europea ha anunciado. Lo que llevaría a dos preguntas: ¿es deseable que una regulación deje fuera a la empresa preferida por los consumidores? ¿Podría surgir una alternativa europea a Zoom con similares estándares de calidad y mayores con respecto a la privacidad?

«Los gigantes digitales intentan convencer a las autoridades de que este tipo de competencia, que Schumpeter denominó “destrucción creativa”, funciona en el mundo digital y que, por tanto, se debe relajar la vigilancia sobre sus prácticas y sus operaciones corporativas, pero seguramente es un error porque, en el mercado de teleconferencias, las externalidades de red, las complementariedades y las economías de aprendizaje son limitadas».

Juan José Ganuza

Finalmente, el éxito de Zoom conlleva interesantes reflexiones sobre política de competencia. Como se ha dicho, los mercados digitales están frecuentemente caracterizados por precios cero y empresas dominantes y no existe casi competencia en el mercado, que es sustituida (o no) por la competencia por el mercado. En lugar de que varias empresas compitan en un mismo mercado, se observa cómo las firmas dominantes se reemplazan unas a otras. Los gigantes digitales intentan convencer a las autoridades de que este tipo de competencia, que Schumpeter denominó “destrucción creativa”, funciona en el mundo digital y que, por tanto, se debe relajar la vigilancia sobre sus prácticas y sus operaciones corporativas (fusiones y adquisiciones). En apoyo de esta hipótesis, el ejemplo de Zoom se unirá al de Nokia y Myspace. Pero esto es seguramente un error porque, en el mercado de teleconferencias, las externalidades de red, las complementariedades y las economías de aprendizaje son limitadas comparadas con lo que sucede en otros mercados. Dicho de otro modo: no es esperable que un nuevo entrante en el mercado pueda cuestionar la dominancia del buscador de Google en el corto plazo. Hay quien apoya que los mercados de mensajería o teleconferencia son dinámicamente más vulnerables que otros alegando, por ejemplo, que cuando Whatsapp tuvo problemas técnicos, muchos usuarios migraron rápidamente a la competencia. Esta evidencia fue usada por Facebook para defender su adquisición de Whatsapp. Sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que permitir esa fusión fue seguramente un error. Por un lado, aún no comprendemos bien cómo funciona el mercado de los datos y el modo en que las compañías pueden utilizar los datos masivos para consolidar sus posiciones de dominio: Facebook defendió no solo que no utilizaría los datos de Whatsapp, sino que técnicamente era casi imposible hacerlo; tiempo después se demostró que Facebook había mentido y estaba utilizando dichos datos. Por otro lado, necesitamos nuevos grandes jugadores en el mercado digital global. Por todo ello, al margen de los claros y oscuros del éxito de Zoom, es bienvenido como potencial competidor de Google y Facebook y debemos estar atentos a que no acabe en sus fauces.

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