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La insuficiente inflexión al alza de la productividad en España

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Un problema estructural

En lo que llevamos de siglo, la economía española no solo no ha logrado converger con la media de la UE en renta per cápita, sino que incluso la brecha se ha ampliado ligeramente. Esta falta de convergencia pone de manifiesto un pobre desempeño en materia de productividad. Como dijo el premio Nobel de Economía Paul Krugman “la productividad no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo”.

El crecimiento de la productividad por trabajador en España ha sido inferior al de Europa, que a su vez se ha situado muy por debajo del registrado en EE UU. No obstante, es en la productividad del capital donde la evolución ha sido especialmente negativa, debido, entre otros motivos, a la elevada inversión en el boom inmobiliario de los primeros años del siglo, que no genera crecimiento a largo plazo, y a la insuficiente inversión en activos intangibles, claves para alcanzar a las economías más productivas.


Se puede considerar que nuestro modelo productivo es intensivo en fuerza laboral y pobre en productividad: el incremento del PIB procede sobre todo de la incorporación de factores productivos, trabajo y capital, y no de la mejora de la eficiencia productiva (la llamada productividad total de los factores [PTF]). 

Cambios desde la pandemia

Estos últimos años una leve mejora de la productividad es perceptible. Desde la pandemia, la economía española ha crecido más intensamente que la de la eurozona, sustentada especialmente en el consumo público y en las exportaciones de servicios turísticos y no turísticos. Por el contrario, la inversión y las exportaciones de bienes han mostrado debilidad. Así, la brecha de inversión con la UE se ha ampliado, especialmente en el sector privado. No obstante, hay que destacar como punto positivo que el destino de la inversión es más adecuado ahora que en el pasado, ya que están adquiriendo más protagonismo los productos de la propiedad intelectual.

La mejora macroeconómica se ha trasladado a la productividad. El repunte no es homogéneo en todos los sectores, siendo más intenso en los de mayor valor añadido, como son el manufacturero o servicios como información, comunicaciones y actividades profesionales, científicas, técnicas y administrativas. Estos sectores, más enfocados a la exportación, se caracterizan por una utilización más eficiente de los recursos y un mayor tamaño empresarial. 

No obstante, es pronto para determinar si la recuperación de la productividad es un cambio de tendencia estructural, o, por el contrario, se trata de un fenómeno puntual ligado en gran parte al vigor del crecimiento económico y al menor número de horas trabajadas. 

Algunas medidas de mejora

En todo caso, los avances recientes de la productividad no parecen suficientes para vislumbrar una convergencia con las economías más avanzadas en un horizonte previsible. Las perspectivas de productividad dependen de las reformas que se acometan en los próximos años. 

El multiplicador de los fondos europeos sobre la inversión está siendo reducido. Se requiere un entorno regulatorio más favorable a la inversión, ya que en el momento actual es de vital importancia no quedarse atrás en la adopción de las nuevas tecnologías, como la IA. Con ello se genere un círculo virtuoso de más inversión y de empresas de mayor tamaño, que generalmente son más productivas. También, el gasto público debe orientarse en mayor medida a la mejora de la eficiencia, y reducir el déficit crónico que financia gasto no productivo. 

Seguimos arrastrando un problema crónico en la formación y educación. España es uno de los países que, por un lado, presenta un mayor grado de sobrecualificación y, por otro, un mayor porcentaje de población con escasa cualificación. Es necesario un mejor encaje entre la formación de los empleados y las necesidades de las empresas para usar de manera más provechosa el avance tecnológico.

Una versión de este artículo fue publicada previamente en la revista Profesiones.

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En España se trabaja poco desde casa, y mucho en fin de semana

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La emergencia sanitaria y las restricciones a la circulación y reunión de personas impuestas en 2020 obligaron a muchos trabajadores a convertir su domicilio particular en su lugar de trabajo. Dadas las rigurosas medidas de distanciamiento social que prevalecieron durante 2020, era de esperar que ese año se registrara un pico en la proporción de personas trabajando desde casa y que, a partir de entonces, la cifra se estabilizara o incluso disminuyera. 

Sin embargo, los datos de Eurostat no respaldan más que parcialmente esa expectativa. En prácticamente toda la Unión Europea (UE) (a excepción de Luxemburgo y Austria) el porcentaje de ocupados (20-64 años) que trabajan desde casa “a veces” (menos de la mitad de los días trabajados) o “habitualmente” (al menos la mitad de los días trabajados) ha aumentado en 2021 (gráfico 1). Incluso, en algunos, como Países Bajos, Irlanda y Bélgica, se ha registrado entre 2020 y 2021 un fuerte aumento del porcentaje de personas que trabajan desde casa. Por el contrario, otros países (entre ellos, España) muestran incrementos muy pequeños, lo que permite conjeturar que, de momento, se ha alcanzado un techo en el teletrabajo.


Países Bajos destaca como el miembro de la UE con mayor proporción de personas ocupadas que ya trabajaban desde casa antes de la pandemia (2019), posición que mantiene en 2021. Alrededor de seis de cada diez (57,6%) ocupados en este país declararon en 2021 haber trabajado “a veces” o “habitualmente” desde casa en las cuatro semanas previas, casi cuatro veces más que en España (15,5%). Sin embargo, Irlanda es el país en el que está más extendido el teletrabajo doméstico “habitual”, ya que un tercio de los ocupados (33%) lo ejerce, triplicando holgadamente el porcentaje español (9,6%) (gráfico 2).


Como es de esperar, desde la declaración de la pandemia, el incremento del trabajo desde casa ha sido mayor en los países en los que esta modalidad de trabajo era poco frecuente (gráficos 3a y 3b). Así, algunos países de Europa del Este (Hungría, Rumanía y Bulgaria) mostraron en 2020 un aumento muy significativo de la proporción de ocupados que teletrabajan. De la misma manera, en Grecia e Italia los porcentajes de ocupados que trabajan “a veces” o “habitualmente” desde casa casi se triplicaron entre 2019 y 2021. No obstante, entre los países del sur de Europa, Portugal continúa ostentando la mayor proporción de teletrabajadores.


En resumen, a pesar del aumento registrado del trabajo desde casa en 2020, España sigue estando muy por debajo de la media de la UE. Esta evidencia contrasta con la opinión tan positiva que los trabajadores en España mantienen hacia el teletrabajo, según diferentes encuestas. En otoño de 2020, casi dos tercios de los ocupados (63%) que empezaron a trabajar desde casa tras el brote de Covid-19 manifestaron su preferencia por seguir haciéndolo después de la pandemia, siendo los entrevistados menores de 55 los más interesados en esta modalidad de trabajo (gráfico 4). La Encuesta sobre Equipamiento y Uso de TIC en los Hogares (Instituto Nacional de Estadística 2021) también muestra una alta valoración del trabajo a distancia en España (8,1 de 10) entre los ocupados que lo han practicado. Estas preferencias sociales crean, en principio, condiciones propicias para un mayor progreso del teletrabajo en España. Sin embargo, este depende, en gran medida, del tipo de puestos de trabajo que ofrezca el mercado laboral, y estos a su vez dependen de la valoración que los empleadores hagan del desempeño de sus trabajadores a distancia durante el periodo de pandemia. Que en España haya aumentado en 2021 el teletrabajo menos que en otros países de su entorno sugiere que esa valoración ha sido más crítica. 


Trabajo en fin de semana

Si los países meridionales de Europa Occidental destacan por sus niveles comparativamente bajos de personas ocupadas que trabajan desde casa, también sobresalen por sus altos porcentajes de trabajo en horarios atípicos, particularmente en los fines de semana. 

Grecia representa un caso extremo con un 40,2% de todos los ocupados (de 20 a 64 años) que trabajan los fines de semana, seguida de Italia (34,5%), Francia (29,0%) y España (28,9%). Trabajar los fines de semana es mucho más frecuente en el sur de Europa. Portugal vuelve a desviarse de la pauta regional y registra un porcentaje (20,7%) inferior a la media de la UE (22,1%) (gráfico 5).


En algunos países (Francia y España, entre ellos), las mujeres trabajan con más frecuencia que los hombres los fines de semana, pero las diferencias por sexo son bastante pequeñas. De hecho, la media de la UE para hombres y mujeres es muy similar (22,4% y 21,8%, respectivamente) (gráfico 6).


Sin embargo, surgen diferencias significativas cuando se comparan los datos de la UE y de España por régimen de empleo. Más de la mitad de los trabajadores por cuenta propia trabajaron en España los fines de semana en 2021 (el 50,6% de los que no tienen empleados y el 52% de los que tienen empleados), mientras que la proporción de los empleados por cuenta ajena asciende a una cuarta parte (24,9%). Las cifras correspondientes a la media de la UE son más bajas: 39,9%, 47,6% y 18,8%, respectivamente (gráfico 7). En la medida en que trabajar en fin de semana impide compartir tiempo con otros miembros de la familia, cabe afirmar que, en general, los autónomos afrontan más dificultades para alcanzar el equilibrio entre la vida profesional y personal (work-life balance) que tan a menudo se reivindica.  

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