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El nuevo proteccionismo

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Las tensiones geopolíticas exacerbadas por la guerra en Ucrania, el shock energético y más recientemente el giro de política comercial operado por EE UU se conjugan para hacer rotar el eje de la globalización en una dirección preocupante para la Unión Europea, al menos de momento. Si bien la sacudida está siendo de menor intensidad en España, la tendencia general es la misma que la que recorre el resto del continente europeo.

Es un hecho que los intercambios de la UE con el exterior se han desequilibrado abruptamente, hasta el punto de generar números rojos en la balanza por cuenta corriente por primera vez desde la crisis de 2008. Uno de los principales factores es la aparición de un déficit con EE UU, algo inédito desde que existen registros y que sin duda obedece al auge de las compras de gas licuado norteamericano. Por otra parte, el abultado desequilibrio de los intercambios con el gigante asiático se ha mantenido prácticamente intacto, de modo que el bloque europeo emerge como el más afectado por la policrisis global.

De manera similar, debería preocupar que Europa esté perdiendo terreno en términos de inversión directa extranjera, es decir de inyección de fondos externos en el tejido productivo, descontando los flujos de capital financiero. En los dos últimos años, la UE recibió el 12,4% de la inversión directa extranjera mundial, casi la mitad que antes de la pandemia. Mientras tanto, EE UU y China han escalado en el ranking de receptores, ocupando prácticamente todo lo perdido por Europa.


Es cierto que el retroceso relativo no es uniforme: afecta con especial intensidad a los países centroeuropeos, en especial Alemania, así como Italia, mientras que España resiste mejor, tanto en términos de intercambios de bienes y servicios como (sobre todo) de inversión. También cabe esperar una mejora en los próximos meses gracias al respiro aportado por la moderación de los precios energéticos.

Pero la creciente divergencia de políticas comerciales entre grandes bloques podría agravar la brecha de competitividad. Destaca el Inflation Reduction Act (IRA), programa instrumentado por la Administración Biden con el fin de promover la transición ecológica. La dotación presupuestaria es colosal, 369.000 millones de dólares, y el objetivo loable. Pero en la práctica las medidas incorporan todo tipo de subvenciones que solo serán concedidas a los consumidores que compren productos como el vehículo eléctrico made in America. O a las empresas tanto nacionales como foráneas que produzcan tecnología verde en suelo americano. Por tanto, en términos comerciales, el IRA se asimila a un instrumento de protección de la industria local y de atracción de empresas creadas en otros países.

Frente a esta ofensiva, la actual inacción de la UE, basada en una visión ingenua de las virtudes de la globalización incluso cuando esta procede de manera asimétrica, amenaza con deslocalizaciones en sectores clave para nuestra economía. Por otra parte, ojo con intentar competir en subvenciones: no se vislumbra un acuerdo para crear un presupuesto europeo mancomunado a la altura del IRA. Los socios comunitarios con más holgura fiscal podrían estar tentados de desplegar toda la munición disponible para proteger su propia competitividad (para lo cual necesitarían una relajación de las reglas de competencia). Pero la historia y el sentido común muestran que una escalada de proteccionismo sería ruinosa para los Estados. Además, la fragmentación afectaría al peso negociador de la UE, cuando la unión es un activo a preservar en caso de competencia desleal y para invocar sanciones comerciales, una eventualidad prevista en el comunicado de la última cumbre europea.

En definitiva, hoy por hoy la sostenibilidad del crecimiento europeo no depende principalmente de las dotaciones presupuestarias, sino de cómo incorporar la dimensión geopolítica a un modelo económico basado en la competencia y el libre comercio. Un desafío determinante para la capacidad de decidir nuestro futuro y que debería abrirse paso en el debate.

PRECIOS INDUSTRIALES | El índice de precios industriales, uno de los principales barómetros de las presiones inflacionistas, modera su crecimiento, pero descontando la energía todavía avanza a un ritmo elevado. El índice total descendió un 2% el pasado mes de enero, arrastrado por el abaratamiento de la energía (-8,8%). Sin embargo, el resto de componentes todavía apunta a una persistencia de la inflación: los bienes de equipo suben un 0,8% en el mes y los bienes de consumo no duradero lo hacen un 2,5%. Destaca el alza de los precios de alimentos procesados como los productos lácteos, panadería, pastas y bebidas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Vientos de optimismo

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En poco tiempo, las expectativas acerca de la economía española han cambiado radicalmente. Los propios hechos han desmentido los augurios de recesión: la actividad sigue creciendo desde el inicio del año, según los principales índices de coyuntura (como los PMI de gestores de compra), avalando el buen comportamiento del mercado laboral. Son buenas noticias, que conviene ponderar a la luz de los riesgos que todavía se ciernen sobre el futuro inmediato. 


El entorno internacional es sin duda menos hostil, no solo por el vuelco espectacular de los precios energéticos (hasta el otoño, los mercados a plazo apuntaban a una cotización del gas de 120€ por MWh, 60% más que en la actualidad). La economía alemana, el flanco más débil de la crisis energética, apenas se contrajo un -0,2% en el último trimestre. Nuestras exportaciones, impulsadas por una posición competitiva favorable, se han beneficiado de este contexto menos negativo. Y las amenazas derivadas de la invasión de Ucrania se han moderado, de ahí el repunte acusado de la confianza tanto de los consumidores como de las empresas. La inflexión de las expectativas también ha animado a las empresas a mantener la plantilla, incluso cuando la demanda se deterioraba. 

Por otra parte, el proceso de desendeudamiento del sector privado ha ayudado a atenuar el impacto del alza de tipos de interés. Pese a la apabullante subida del euríbor en cuatro puntos porcentuales –la más abrupta desde la creación del euro— las hipotecas a tipo variable se han encarecido moderadamente para una mayoría de familias: aquellas que se endeudaron en la época anterior a la era de tipos negativos. Asimismo, gracias a la elevada antigüedad de los préstamos contraídos por las empresas, el golpe financiero de la restricción monetaria ha sido limitado en la mayoría de casos, al menos de momento.

Pérdida de poder adquisitivo

Otra cosa es lo que pase de
aquí en adelante. El eslabón más frágil está en el consumo de las familias.
Todo apunta a que la pérdida de poder adquisitivo se prolongará en la primera
parte del año, hasta que la desescalada de la inflación se afiance. Los
salarios de convenio apenas se incrementaron un 2,8% en enero. Los de las grandes
corporaciones apuntan a un ajuste algo más generoso, en el entorno del 4%,
todavía muy por debajo del IPC. Todo ello redunda en una nueva erosión de la
capacidad de compra, cuando la mayoría de hogares ya no disponen de un colchón
de liquidez para sustentar el gasto en consumo. Las perspectivas de inversión
son más optimistas por los estímulos de los fondos europeos, pero una premisa
es que el incremento de los márgenes sirva para invertir en mejoras productivas
y no en activos financieros. En todo caso, la inversión pesa menos que el
consumo en la demanda total.

Además, el alza de tipos
de interés, si bien no ha generado hasta ahora graves problemas financieros a
nivel agregado, empieza a incidir en la demanda de crédito, como cabía esperar.
El volumen de préstamos nuevos registró un fuerte descenso en el cierre del
año, tanto en el segmento de familias como en el de empresas. No es
sorprendente habida cuenta del del endurecimiento del acceso al crédito. Por
ejemplo, en caso de un nuevo préstamo a tipo variable, el incremento de las
cargas financieras generado por el ascenso del Euribor es un 70% más elevado
que para los préstamos que tienen una antigüedad media.   

Finalmente, el
recrudecimiento del proteccionismo por parte de las dos grandes potencias
plantea un importante desafío para una UE que aparece muy dividida. Con todo,
el golpe de la doble crisis energética y geopolítica ha sido menor de lo
anticipado. Pero las secuelas van a perdurar, algo que aboga por adaptar las
políticas que han funcionado en un entorno de excepcionalidad, y hacer frente a
los nuevos desafíos globales que se dibujan en el horizonte.

INDUSTRIA | El avance de la producción manufacturera –un 2,5% en 2022— refleja dos realidades distintas. Por una parte, las industrias más afectadas por la crisis energética, como la química, la metalurgia, hierro y acero, textil, papel y otros productos minerales no metálicos, registraron una caída del 3,4% (todas ellos representan en total en torno al 22% del índice de manufacturas). El resto de ramas, entre las que destacan los bienes de equipo, se expandió un 4,5%. Pese a la moderación de los precios energéticos, no se aprecia de momento una inflexión en esa divergencia.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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