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El ángulo positivo. En recuerdo y agradecimiento a Julio Carabaña

Amargo golpe, la noticia del fallecimiento de Julio Carabaña nos llegó el 5 de noviembre de 2024. Una larga y penosa enfermedad, de la que prefirió no informar a colegas e, incluso, a amigos, acababa con su vida a los 76 años. En esa impenitente búsqueda de sentido de lo que ocurre en nuestro entorno que practicamos muchos de quienes compartimos profesión con Julio, el momento de su muerte se podía interpretar como el último memento que nos legaba: “no es para tanto”. Y es que esta acontecía apenas una semana después de la devastadora riada en Valencia, cuando todos andábamos sobrecogidos por el alcance de la tragedia, cuyo coste en vidas humanas ya se cifraba entonces en más de 200. 

Valencia es una tierra que Julio conocía bien porque en su universidad había estudiado Filosofía y Letras en los años sesenta. Después de ampliar estudios en Alemania, a mediados de los años setenta regresó sociólogo a su país. El título de su tesis doctoral, Educación, ocupación e ingresos en la España del siglo XX, defendida en 1983 en la Universidad Autónoma de Madrid, mostraba ya claramente su interés por los fenómenos sociales relacionados con la economía, y recogía conceptos clave de su reflexión y labor sociológicas. No abandonó ni una ni otra hasta los últimos días de su vida, aunque en 2010 se había jubilado como catedrático de Sociología, veinte años después de su nombramiento en la Universidad Complutense de Madrid.

En Funcas pudimos beneficiarnos de algunas de las últimas aportaciones de Julio. En septiembre de 2023 publicamos el libro Tres aproximaciones a la desigualdad social en España: rentas disponibles, rentas ampliadas y ocupaciones, al que Julio aportó el capítulo “Más estudios, menores ingresos, mejores profesiones: el ascensor social se ha seguido acelerando en España entre 2005 y 2019”. En él ponía en cuestión varios lugares comunes, entre ellos, el aumento de la desigualdad y la disminución de la movilidad social. Su investigación sobre la movilidad profesional demostraba, más bien, lo contrario. Que las claras mejoras profesionales de los jóvenes respecto a la generación de sus progenitores no se hubieran reflejado en un aumento de ingresos laborales no debía conducir a la conclusión de que no había mejorado su vida; más en concreto, las actividades que, empleo mediante, absorben una parte importante del tiempo vital. 

“No es para tanto”, venía a decir Julio en ese texto; un mensaje que también prevalecía en su perspectiva sobre otros temas a los que dedicó su obra. Y no porque le parecieran problemas sociales menores o fáciles de resolver, sino porque estaba convencido de que exagerar su dimensión —a menudo sobre bases epistemológicas y metodológicas cuestionables— no conducía a contribuciones positivas al debate y al diseño de políticas públicas para afrontarlos razonablemente. 

Poniendo a prueba empírica supuestas verdades establecidas, Julio buscaba el ángulo positivo, en la doble acepción de este adjetivo: cierto y beneficioso. Así, por ejemplo, al discurso sobre la creciente desigualdad social contraponía las evidencias de la movilidad profesional ascendente o de la decreciente pobreza absoluta; al discurso sobre el fracaso escolar, las evidencias de  rendimientos educativos medios (medidos, por ejemplo, en las pruebas PISA) que no distinguían tanto a España respecto de otros países, incluso de aquellos con un nivel de gasto público en educación bastante más elevado; y al discurso sobre la persistencia del desempleo en España y sus consecuencias sobre la pobreza se enfrentaba advirtiendo de la conveniencia de centrar el foco en la productividad, una variable que también en el debate sobre la crisis de las pensiones consideraba crucial (otorgándole más importancia que a las ratios demográficas). 

Revisar los diagnósticos sociológicos ampliamente aceptados y trasladados a los medios de comunicación era probablemente uno de los principales acicates intelectuales de Julio, sobre todo, cuando tales diagnósticos hegemónicos cuestionaban los avances sociales o la mejora de las condiciones de vida de la sociedad. Probablemente su confianza en el progreso social se asentaba en su propia biografía, la brillante trayectoria académica y profesional de un chico nacido en el seno de una familia humilde en un pueblo de Cuenca (Fuente de Pedro Naharro). Reconocía abiertamente que eran muchas las personas que, desde niño, le habían ayudado en esa travesía, de la que —haciendo explícitas las deudas de gratitud contraídas con ellas— nunca le escuché preciarse: “no es para tanto”, podría haber espetado. 

Un manchego que no se daba el pisto… Seguramente esta boutade le habría arrancado una sonrisa, y esa —junto con la relación de sus colaboraciones, cada una de ellas acompañada de unas frases de su propia pluma— es nuestra mejor forma de rendirle homenaje y recordarlo en Funcas. 

“Así pues, ha resultado que, contra lo que solíamos creer, no es un ‘fracaso escolar’ alto lo que distingue a España de los países más ricos y avanzados. Nuestro principal problema sería, en todo caso, tener una proporción muy baja de alumnos de nivel alto”

Carabaña, J. (2004). Ni tan grande, ni tan grave, ni tan fácil de arreglar. Datos y razones sobre el fracaso escolar, Cuadernos de Información Económica, 180: 131-139.

“…nuestra ordenación universitaria actual está ya tan adaptada al Espacio Europeo de Educación Superior como cualquier otro país (…). Podríamos incluso describir los acuerdos de Bolonia diciendo que consisten en que todos los países europeos adopten el modelo español de ordenación universitaria. Quizás sea esto un poco exagerado, pero no es mala manera de decir que podíamos habernos quedado quietos.”

Carabaña, J. (2006). Bolonia, ¿otro espejismo europeo?, Cuadernos de Información Económica, 190: 163-172.

“… en los últimos 20 años no solo ha disminuido la polarización social en torno a las escuelas públicas y privadas, sino que ello se ha debido a las preferencias de las clases medias por la escuela pública. Es una conclusión que puede resultar sorprendente. Pero no debería serlo para la parte de estas clases que, con su militancia a favor de la escuela pública, puede haber contribuido a este cambio de inclinaciones”

Carabaña, J. (2006). El progreso interclasista de la escuela pública (1985-2004) Argumentos para un debate razonado sobre la distribución del alumnado en el sistema educativo español, Panorama Social, 3: 7-26.

“Las evaluaciones empíricas de la reforma comprensiva de las enseñanzas medias españolas (…) llevan inevitablemente a la conclusión de que la reforma comprensiva en España no ha conseguido su objetivo inicial de disminuir el clasismo del sistema de enseñanza mediante la prolongación de la escuela única durante dos años más. El fracaso es quizá tanto más lamentable cuanto que era un fracaso anunciado no solamente por los sectores damnificados y por la oposición política, sino del puro razonamiento lógico y buena parte de razonamientos sociológicos, y constatado desde pronto por evaluaciones muy fiables.”

Carabaña, J. (2009). Los debates sobre la reforma de las enseñanzas medias y los efectos de ésta en el aprendizaje, Papeles de Economía Española, 119: 19-35. 

“Un remedio se deriva inmediatamente de lo anterior contra las falsas informaciones y las injusticias que la noción de fracaso escolar introduce en el sistema de enseñanza. Se trata de diversificar el sistema, sin necesidad de reordenarlo ni cambiar su estructura, creando escuelas, itinerarios o modalidades de enseñanza que puedan acoger a los actuales ‘fracasados’ escolares hasta obtener un título de Secundaria Superior.”

Carabaña, J. (2010). Fracaso escolar y abandono temprano, o por qué suspendemos tanto, Cuadernos de Información Económica, 213: 107-120.

“… quizás deberíamos reflexionar sobre las razones que llevan a gente sin duda tan bien intencionada como los autores del PNUD a preferir el trabajo a la productividad con el fin de asegurar la redistribución y la igualdad. ¿Son realmente incapaces los actuales Estados de separar producción y distribución, gobernando la primera según el principio de la eficiencia, y la segunda según el principio de la equidad?”

Carabaña, J. y Salido, O. (2011). Sobre la difusa relación entre desempleo y pobreza en España en el cambio de siglo, Panorama Social, 12: 15-28.

“En definitiva, tanto a la vista de lo que ocurre en otros países como de lo que ha ocurrido en España, es harto dudoso que el aumento de las titulaciones de Secundaria Superior hasta el 90 por 100 de la población vayan, no ya a ser cruciales para lograr una economía inteligente, sostenible e integradora, sino a bastar para aumentar un poco la productividad de los españoles. ¡Ojalá nuestra productividad dependiera un poco más de nuestro nivel de estudios!”

Carabaña, J. (2011). La clave de la economía no está en la enseñanza, Panorama Social, 13: 55-69.

“No es lo mismo, en fin, estar por debajo de un umbral de ingresos definido respecto a los demás que estar mal alimentado. Para detectar consecuencias graves de la pobreza sobre el desarrollo infantil debemos acercarnos a la pobreza absoluta”.

Carabaña, J. y Salido, O. (2014). Ciclo económico y pobreza infantil: la perspectiva de la pobreza anclada, Panorama Social, 20: 37-51. 

“’La juventud más preparada de nuestra historia vivirá peor que sus padres’: esta frase se incluyó en el manifiesto de Juventud Sin Futuro convocando sendas manifestaciones en Madrid y Barcelona el 7 de abril de 2011. (…). ¿De verdad será así? O, más bien: ¿de verdad está siendo así? Más exactamente: ¿ha sido así en el pasado reciente? (…). Las noticias sobre averías en el ascensor social, ya exageradas para el período 1991-2005, siguen siéndolo para el período 2005-2019.”

Carabaña, J. (2023). Más estudios, menores ingresos, mejores profesiones: el ascensor social se ha seguido acelerando en España entre 2005 y 2019. En: Bandrés, E., Rodríguez, J.C. y Carabaña. J.: Tres aproximaciones a la desigualdad social en España: rentas disponibles, rentas ampliadas y ocupaciones (pp. 125-169). Madrid: Funcas.

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Crece la carencia material severa: la pobreza energética, más extendida que la alimentaria

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En un contexto de sucesivas crisis (la Gran Recesión, la pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania) con efectos muy acusados sobre la economía de los hogares, resulta oportuno hacer un seguimiento de la proporción de la población que se enfrenta a más privaciones. Para este ejercicio, la tasa de carencia material severa ofrece un indicador adecuado, puesto que determina el porcentaje de la población que carece de, al menos, cuatro elementos de una lista de nueve bienes, servicios y actividades cuyo acceso se considera hoy en día esencial para el bienestar individual[1].

A pesar de la recuperación económica que ha sucedido a la pandemia, el porcentaje de población que experimentaba carencia material severa en España en 2022 (último dato disponible) ascendía al 8,1%, más del doble que antes de la crisis financiera (2007: 3,5%) e incluso superaba en 1 punto porcentual (pp) la cifra de 2014 (7,1%), la más alta registrada hasta ese momento desde que comenzaron a realizarse las Encuestas de Condiciones de Vida en 2004. Todo lo que mejoró este indicador entre 2014 y 2019, quinquenio en el que la tasa de carencia material severa se redujo del 7,1% al 4,7%, se perdió en 2020 (7%). Pero, además, la tasa de carencia material severa ha seguido aumentando entre 2020 y 2022 hasta situarse muy por encima de los niveles anteriores a la pandemia (gráfico 1).


Uno de los aspectos incluidos en la estimación de la carencia material es la capacidad de mantener la vivienda a una temperatura adecuada, un objetivo que podría haberse visto amenazado por la subida de los precios de la energía desde la invasión rusa de Ucrania. En este indicador se observan diferencias notables entre los 27 países de la Unión Europea. España, con un 17,1% de población que declara no poder mantener una temperatura adecuada en casa, se sitúa por encima de la media europea (9,3%). En países como Austria, Suecia y Finlandia el porcentaje de personas afectadas por este problema cae por debajo del 3%. En cualquier caso, hay que mencionar que en casi todos los países europeos este indicador empeoró entre 2021 y 2022. Mientras que en España aumentó en 3 pp, los incrementos más significativos se observaron en Rumanía, Francia e Irlanda (gráfico 2).


La fuerte subida de los precios de los alimentos a partir de 2021, agravada por la guerra, también puede haber afectado sustancialmente a los hogares más vulnerables. Sin embargo, en esta dimensión de pobreza material, España registra datos más positivos. En 2022, el 5,4% de la población afirmaba no poder permitirse carne, pollo o pescado al menos cada dos días, una proporción algo superior a la observada en 2021 (4,7%), pero significativamente inferior a las que arrojan no sólo muchos países de Europa del Este, sino también Alemania (11,4%), Grecia (10%), Francia (9,5%) e Italia (7,5%) (gráfico 3).


Al analizar con más detalle los datos españoles, se aprecian diferencias considerables entre las comunidades autónomas. Mientras que alrededor de una quinta parte de la población de Extremadura (23%), Andalucía (21%) y Murcia (20%) declaraba en 2022 no poder mantener su vivienda a una temperatura adecuada, estas cifras caen por debajo del 10% en Castilla y León, País Vasco, Navarra, La Rioja y Aragón (gráfico 4). Estas últimas comunidades autónomas son también las que salen mejor paradas por lo que se refiere a la (in)capacidad para permitirse una comida con carne, pollo o pescado cada dos días. Las diferencias en este aspecto son aún más pronunciadas, toda vez que la proporción más alta, correspondiente a Canarias (11,9%), es seis veces mayor que la más baja, que ostenta Aragón (1,9%) (gráfico 5).

[1] Sobre la composición de este indicador, véase este enlace.

Esta entrada es un extracto del número de septiembre de 2023 de Focus on Spanish Society.

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