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Un cóctel que explica el derrumbe de las Bolsas

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Lo acontecido el pasado lunes en las Bolsas mundiales, con una fuerte corrección, que algunos consideran pánico —llegándose a citar los anteriores de 1987 y 1929—, se explica por una combinación de factores comentados en los últimos tiempos, y que ahora han llevado al incendio. Se habla de peores datos de empleo de los esperados en Estados Unidos como el detonante de la pólvora de desconfianza que ha sacudido los mercados. Es el miedo a una posible recesión en EE UU que está por ver que acontezca, porque que llevamos dos años en los que se ha esperado en más de una ocasión y no se ha llegado materializar. No parece suficiente razón, o al menos ser la única fuente de inestabilidad.

También afectó y mucho la incertidumbre —¿cierto desbarajuste?— sobre los tipos de interés, en particular nuevamente sobre lo que decida la Reserva Federal. He señalado en anteriores artículos de esta cabecera que la Fed ha dado demasiados volantazos desde comienzos de 2023 sobre la senda de tipos. A estas alturas, se esperaba que hubieran acontecido varias reducciones del precio oficial del dinero y sin embargo, no ha sido así. La comunicación de la Reserva Federal de los dos últimos años no ha ayudado. Se echa de menos la visión de los anteriores presidentes, Ben Bernanke y Janet Yellen, aunque también sufrieron turbulencias, algunas gravísimas como la crisis financiera global con la que tuvo que lidiar el primero.

En la zona euro, existen también dudas sobre la hoja de ruta de los tipos y, sobre todo, sobre cómo evolucionará su economía, con mucha más atonía y retos competitivos. Tampoco ayuda al momento actual del sentimiento sobre la economía, ni la economía asiática —con China y Japón a la cabeza— que no están en su mejor momento. Lo demuestra, por ejemplo, el batacazo de los mercados en Japón del lunes, con una caída que no se veía desde 1987. La subida de tipos de la semana pasada en el país nipón y su impacto sobre sus sobrevaloradas Bolsas y los tipos de cambio actuaron como otro detonante. Las tensiones geopolíticas —como la escalada entre Irán e Israel— también complican el escenario financiero. Y el que estemos en agosto, un mes con menos operaciones en los mercados, aumenta la volatilidad.

En la zona euro también se extraña la maestría de la comunicación de Mario Draghi cuando presidía el BCE. Sin embargo, los grandes interrogantes ahora han venido del lado de la Fed. El mercado entró en estado de nervios cuando algunos análisis apuntaron a que los más débiles datos de empleo probablemente provenían por los elevados costes del crédito para muchas empresas y familias. Es el riesgo que tiene mantener los tipos de interés restrictivos y elevados durante demasiado tiempo. En las recientes presentaciones de resultados corporativos, se ha repetido con frecuencia este mensaje: el consumo se está resintiendo por los altos costes del crédito.

Un tercer componente más permanente ha influido también. La opinión generalizada es que los valores en los mercados de capitales están sobrevalorados, en particular, el estadounidense y dentro de este, el sector tecnológico, que lleva años de rally no siempre justificado por los números de esas compañías. Hasta hace poco, los valores en los mercados habían seguido al alza, pero el sentimiento de los inversores ha podido cambiar en esta ocasión con algunos nubarrones macroeconómicos, eso sí, en un contexto en el que, por ejemplo, el índice S&P 500 cotizaba a 20 veces el valor de las ganancias del próximo año, un nivel ciertamente compatible con una notable sobrevaloración de las empresas.

El último rally, asimismo, en los mercados parece que ha acontecido sin que haya habido ni noticias macroeconómicas que lo apoyaran ni una clara hoja de ruta de bajada del precio oficial del dinero que apuntara al alivio del coste del crédito de empresas y familias. Parece haberse basado en elementos con menor materialidad. Sin duda, las grandes expectativas sobre la tecnología y la inteligencia artificial han participado activamente a encarecer los valores tecnológicos. No se sabe si este es el final de burbuja tecnológica 2.0 —un tema de gran interés alejado del enfoque de este artículo—, pero es probable que en el futuro haya más cautela sobre la valoración de las grandes tecnológicas y se exija más coherencia entre sus números y las expectativas para volver a revalorizarse significativamente.

Los inversores, en un contexto en el que los tipos de interés continúan altos, salieron de activos de mayor riesgo como son las acciones, y entre ellas las tecnológicas, hacia posiciones más líquidas (efectivo). Por ejemplo, Berkshire Hathaway —que preside Warren Buffet— anunció recientemente que había vendido en junio más de 75.000 millones de dólares de su renta variable y reducido su exposición al capital de Apple a la mitad. Sintomático. Otras inversiones de elevado riesgo —incluido el bitcoin que llegó a caer un porcentaje de dos dígitos— han sufrido también.

El índice de volatilidad VIX estuvo el lunes en máximos, en niveles de la crisis financiera y la pandemia. Aunque el 5 de agosto fue la peor fecha de este derrumbe, seguida de cierta calma y una recuperación parcial de los valores, están por ver las implicaciones de medio plazo de lo acontecido. Los bancos centrales, como han hecho en esta ocasión también, pueden apoyar para aliviar estas tensiones, pero no pueden rescatar siempre a las economías y los mercados de todas las contingencias.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Debacle a la británica

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La persistente incertidumbre monetaria y financiera ha visto aparecer una nueva fuente de inestabilidad que no todos esperaban: Reino Unido, sus finanzas y la libra esterlina. Una cadena de errores desde el Brexit de 2016 que han culminado en agudas tensiones. Los inversores han olido sangre y han huido despavoridos. El miedo no ha remitido a pesar de las extraordinarias medidas del Banco de Inglaterra comprando bonos soberanos y libras y de la reacción del gobierno de la primera ministra Liz Truss. Ni siquiera con la salida fulgurante del Ministro de Economía (el Chancellor of Exchequer), que anunció la bajada generalizada de impuestos, Kwasi Karteng, que fue reemplazado por un al menos inicialmente prudente Jeremy Hunt.

Todo recuerda a los tiempos de la crisis de la deuda soberana en la Eurozona. Hace diez años, la incompletitud institucional del euro no lograba que los anuncios gradualistas de unos y otros consiguieran convencer a los mercados. No fue hasta el “whatever it takes” (lo que haga falta) de Draghi y el inicio de la Unión Bancaria que la tormenta empezó a cesar. La situación en Reino Unido, con sucesión de anuncios y contraanuncios, no ha conseguido aún calmar a los mercados. Se precisan medidas de fondo que cambien la percepción actual de los inversores sobre su posición comercial y financiera en el mundo, la imagen populista de sus gobiernos y las vulnerabilidades estructurales. Además, han surgido dudas sobre si el país, en compensación por la pérdida de peso como centro financiero, no está siendo demasiado laxo con los riesgos de mercado de la llamada “banca en la sombra”, que también ha generado zozobra estos días. Por si fuera poco, los fondos de pensiones británicos también están sufriendo, entre otras razones, por su uso intensivo de derivados de gran riesgo como estrategia de cobertura. Poco se aprendió de 2008. Síntomas del debilitamiento de la base financiera del país.

Reino Unido, tras el Brexit, ha debilitado sus lazos comerciales y no solamente con la UE. Se nota en sus suministros que perjudican el consumo final pero también buena parte de su actividad productiva. Además, la entrada de capital humano foráneo —muy intenso hasta 2015— se ha ralentizado considerablemente, con lo que los cuellos de botella en determinados sectores y servicios se han agravado. Una economía más vulnerable que siempre necesitó de una libra esterlina fuerte para poder financiar más cómodamente sus abundantes importaciones. La depreciación actual frente al dólar reaviva la indeseada inflación por la vía de las abundantes importaciones. El que se anunciaran medidas fiscales expansivas era la chispa que hacía falta para que todo se torciera. Mandaba al traste todos los esfuerzos por reducir la inflación del Banco de Inglaterra.

Las medidas paliativas del gobierno de Truss y la actuación del Banco de Inglaterra no evitarán que las tensiones continúen. Hay mucho más que cambiar. Alejarse de populismos y reforzar credibilidad, que lleva su tiempo. Buscar soluciones de acercamiento al mercado único de la UE —principal socio comercial y vecino— sería un buen paso para que las cosas comiencen a mejorar y los inversores vean en el horizonte una mayor competitividad británica.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Sangría financiera en Rusia

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Existía escepticismo sobre si las sanciones económicas iban a tener efectos significativos en la economía y sociedad rusas. Lo acontecido en las últimas 48 horas muestra que los efectos financieros de algunas de esas medidas están siendo devastadores. El cierre de la plataforma SWIFT para buena parte de las entidades financieras rusas y la congelación de los activos en el exterior del banco central del país han provocado una serie de reacciones en cadena, de consecuencias imprevisibles. Por un lado, se sigue derrumbando el valor del rublo, se ahonda en la caída de los mercados de valores rusos —aunque ayer estuvo cerrada la Bolsa— y la deuda soberana ha sido calificada de “bono basura”. Por otro lado, se ha producido una espectacular subida de los tipos de interés (que se duplican) hasta el 20 por cien. Impactará de manera muy negativa en familias y empresas. Por si esto fuera poco, se ha evidenciado una salida sin precedentes de depósitos bancarios tanto en Rusia como en el exterior. El Banco Central Europeo ha avisado de la probable quiebra de las filiales europeas de Sberbank, la entidad rusa de mayor tamaño.

Las próximas horas serán determinantes para conocer el alcance del pánico bancario vivido en Rusia y hasta que punto mina la solvencia de la economía y finanzas de ese país. Un episodio de ese estrés financiero, sobre todo si viene acompañado de restricciones gubernamentales a la retirada de efectivo o al movimiento de capitales —llamado popularmente “corralito”—, es devastador para la confianza de los ciudadanos y por las repercusiones económicas y financieras que generan. Nadie desea pasar por ese trago. No hay más que acudir a la memoria colectiva de la crisis de la deuda soberana europea hace unos diez años para recordar el miedo que da ese término.

Se habla también de las alternativas que tiene Rusia a SWIFT. Una posibilidad es realizar los pagos a través de terceros países no sancionados. Por ejemplo, China cuenta con el sistema CIPS, que compite con SWIFT. Por supuesto, redireccionar esos pagos a través de otras plataformas no es gratis. Supondrá retrasos en las transacciones y mayores costes. Sin embargo, hay un riesgo para Occidente en el medio plazo si Rusia adopta el sistema CIPS. El estatus del dólar y el euro como divisas globales de reserva se podría resentir y favorecer al yuan.

Son muchas las implicaciones de largo recorrido de las decisiones que se están tomando estos días, que si se llegaran a producir podrían cambiar los equilibrios de la economía global. Parece claro que para aumentar la efectividad económica de las sanciones los países occidentales deben asumir costes y riesgos. La dureza de las medidas adoptadas, sobre todo las de ámbito financiero, afectarán a Estados Unidos y, sobre todo, a Europa. En particular a países, bancos y empresas con una elevada exposición a riesgos en Rusia. Los bancos centrales occidentales tendrán que estar preparados para evitar episodios de inestabilidad financiera en esos casos puntuales e impedir que vaya a mayores. Vienen curvas que, desde el principio, eran inevitables.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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