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El juego del gallina

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Comienzo interesante —y casi inesperado— de 2023. Los mercados parecen más optimistas que los bancos centrales y los economistas académicos. Algunos analistas afirman que el impulso de las bolsas estas semanas responde a que aún no se han materializado “los siete males” que parecían inevitables no hace mucho. Los datos publicados la última semana confirman el recorrido hacia una menor inflación en diciembre tanto en la eurozona —incluida España— como en Estados Unidos. Asimismo, el mercado de trabajo muestra una fortaleza casi inusitada, lo que puede explicar que la temida recesión no haya llegado aún. Asimismo, hay cierto optimismo —que puede truncarse en cualquier momento— sobre lo que pueda acontecer en la economía china, a pesar del cambio radical en la política de control de la covid-19 en ese país. La percepción de “último minuto” en el mercado es que China puede aportar vientos de cola, tanto por el lado de la oferta como de la demanda mundial. Y los sentimientos en relación con la energía son hoy menos pesimistas. Veremos.

Las sensaciones de la conferencia anual en la American Economic Association, celebrada en la sureña ciudad estadounidense de Nueva Orleans hace unos días, fueron menos rosáceas. Tanto académicos como banqueros centrales nos dejaron a los participantes un sabor agridulce y bastante inquietud. La principal conclusión es que la inflación, aunque muestre tendencia a la baja, va a permanecer más de lo esperado. Al menos hasta 2025. Y preocupa mucho la subyacente que no disminuye. También creen que la actual resiliencia de la economía está sustentada, en gran parte, por gasto público financiado con deuda pública. Esto puede reducir la futura capacidad de resistencia por el peso de la carga financiera y el desmantelamiento de algunos de los programas de gasto. Estas dos visiones son una clase de enfrentamiento entre el análisis académico de datos (evidencia en perspectiva histórica) y el olfato de inversores. Esto último funciona bien frecuentemente pero también patina. Lo mismo se puede decir de los estudios más analíticos. A veces no aciertan, pero al menos están basados en algo más consistente que la pura intuición.

Una interpretación de estas posiciones enfrentadas es el juego del gallina (chicken game), en el que dos bandos se enzarzan en una escalada en la que no tienen nada que ganar y en la que solo el orgullo —o cabezonería— evita que se echen atrás. El primero en esa pugna que salte y abandone sus posiciones es el gallina. La diferente visión de mercados (más conocida como Wall Street) y banqueros centrales puede acabar así. Estos últimos, en particular la Fed estadounidense, parecen determinados a seguir con su estrategia restrictiva, aunque sea con menor ritmo de subidas de tipos de interés y aunque las señales de inflación se alivien algo. Y aun así, los analistas de mercado ya apuestan por una bajada de tipos antes de fin de año. Algo en lo que parece que los bancos centrales no van a ceder por muchas razones, entre ellas su credibilidad. Con el poder de sus herramientas monetarias, pueden ser los ganadores. En suma, ojo con el entusiasmo actual de los mercados.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Sin mapa en los mercados

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La inflación llevaba mucho tiempo sin nosotros hasta que retornó —y con que fuerza— en el último año. En Estados Unidos, sobre todo, hay una sangría en los mercados. Varias generaciones han crecido y vivido sin inflación significativa y sin tener evidencia de cómo se las gastan los bancos centrales para atajar esos crecimientos de precios. Por ello, una gran parte de analistas y traders, acostumbrados a mercados en alza casi permanentemente y a una gran liquidez provista por las autoridades monetarias —que siempre solventaban los problemas— se han quedado sin mapa. Si acuden a pedir consejo a otros traders más experimentados tampoco van a tener muchas alternativas. La razón es que anteriormente se producían procesos de venta acelerada de acciones o de bonos, pero no grandes caídas en los dos mercados a la vez. En esta ocasión, no hay dónde meterse.

La espita de la caída de los mercados inicialmente aconteció en Estados Unidos con la salida de los inversores de las grandes tecnológicas y Nasdaq. Se ha ido generalizando y ahora todo el mundo parece querer salir de casi todos los sectores. Ni tecnológicas, ni manufactureras, ni otras cosas. Todo a la baja. Desde una óptica financiera, existe la creencia de que los mercados han estado sostenidos de forma algo artificial. Ahora la corrección parece combinar varias caídas que tenían que haber sucedido antes. Antes de normalizar había que corregir lo que estaba inflado (tecnológicas y bonos, por ejemplo) y pasar por una amenaza de recesión en un contexto de inflación. Parte del problema también parece venir de que los mercados no se creen las expectativas de inflación de los bancos centrales. Creen que va a durar más de lo que proyectan. Hasta ahora no les había importado porque se equivocaban siempre al decir que subiría y no lo hacía. Además, creen que los bancos centrales han reaccionado tarde, incluida la Fed. Y qué decir del BCE. Ha habido que esperar a este lunes para que Christine Lagarde, su presidenta, haya sugerido dos subidas de tipos a partir de julio y la reacción inmediata del mercado no fue mala. Es crítico que los bancos centrales ganen credibilidad nuevamente en este contexto convulso, para que se vuelvan a anclar las expectativas hacia una menor inflación en los próximos meses.

Desde la óptica macroeconómica, las noticias para el futuro más cercano no son halagüeñas. La amenaza de recesión está ahí, pero no es lo único, ya que hay preocupación por una crisis alimentaria y por graves problemas energéticos el próximo invierno. Mientras permanezca, seguirá presionando los mercados a la baja. Con mucha incertidumbre adicional por las consecuencias de la guerra de Ucrania y la política covid cero de China que está aumentando la tensión en la cadena global de suministros y generando nuevas rondas de crecimientos de precios y, probablemente, recesión, incluso para el propio país asiático. Sería una gran noticia el final de ambas, que daría un respiro a la economía global y un vuelco a mejor a los mercados. Mientras tanto, seguimos sin un mapa sobre dónde y cómo invertir en los mercados.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Fatiga en la deuda soberana

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Que la acción de los bancos centrales está anestesiando gran parte de las primas de riesgo soberano no es nuevo. El rescate de las autoridades monetarias, sin ser una solución óptima a largo plazo, es lo mejor que se ha tenido a mano. En tiempos de pandemia lo sigue siendo. No obstante, es apreciable que la miopía temporal que puede generar el apoyo monetario en la sensación de riesgo de los inversores puede convertirse en vista algo fatigada para la que no se tienen (o no se quieren usar) las gafas oportunas. Hasta tal punto que solo tomamos la parte de los proverbios y de la sabiduría histórica que más nos conviene, olvidando el resto. De aquello de “espera lo mejor, prepárate para lo peor y acepta lo que venga” queda solamente la parte de la esperanza. Así son los mercados en el 2020 pandémico.

Los bancos centrales son rápidos francotiradores ante cualquier movimiento en caliente de la deuda pública. Sin embargo, hay motivos para la preocupación y para no perder de vista las primas de riesgo. Existe escasa diferencia entre la rentabilidad de un bono americano a tres meses o a tres años. Lo mismo ocurre con los bonos europeos. El mercado tiene la misma (poca) habilidad para estimar lo que va a pasar en noviembre de este año que en agosto de 2023. Al mismo tiempo, los Gobiernos no tienen más remedio que seguir endeudándose para combatir la pandemia. Encuentran demanda en sus colocaciones. Eso sí, gran parte de los compradores son las entidades financieras nacionales de cada jurisdicción y, en mucha menor medida, los inversores internacionales, ya muy retraídos.

«Aunque medidas como el crédito oficial internacional puedan actuar como potentes paliativos en el futuro para asistir a los rezagados, no existe ningún seguro o sistema de ayuda que cubra una pandemia desigual a largo plazo».

Santiago Carbó

Aunque muchos lectores no lo puedan creer —no se les puede culpar— en los mercados hay cierto optimismo. Radica en la esperanza de que la vacuna para la covid-19 llegue pronto, la interpretación de que hay controles suficientes para estabilizar el virus en EE UU y otros países avanzados y la apreciación de ciertas mejoras en el consumo y producción industrial. Tal vez la trampa interpretativa es que venimos de tan abajo (confinamientos) que entusiasma que cualquier indicador cada mes muestre mejoras.

Incluso si esos escenarios positivos acontecen, hay importantes riesgos soberanos por efectos distributivos. El control de la pandemia en los emergentes es dispar. Afortunada paradoja que Argentina haya salido del default en un momento como el actual, pero existen expectativas mucho menos favorables para Brasil o, en general, cualquier país que haya gestionado mal la pandemia o se sitúe demasiado atrás en la carrera para acceder a una vacuna. Aunque medidas como el crédito oficial internacional puedan actuar como potentes paliativos en el futuro para asistir a los rezagados, no existe ningún seguro o sistema de ayuda que cubra una pandemia desigual a largo plazo. Muchos países afrontan ya, de hecho, problemas de movilidad de personas, de bienes y de capital. La extensión del brazo monetario tiene límites económicos, conceptuales y hasta intergeneracionales. La anestesia del riesgo soberano no es eterna.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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