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El Nobel de Economía, un galardón al estudio de la prosperidad

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El Premio Nobel de Economía 2025 reconoce una convergencia fascinante entre la historia del conocimiento y los modelos formales de crecimiento. Al israelí y estadounidense Joel Mokyr, al canadiense Peter Howitt y al francés Philippe Aghion. Nuevamente galardón compartido y vuelta a la concentración en el género masculino, tras los premios a Claudia Godin (2023) y Esther Duflo (2019) de ya hace unos años. La Academia sueca menciona en su justificación que “durante los dos últimos dos siglos, por primera vez en la historia, el mundo ha experimentado un crecimiento económico sostenido”. Lo que ha sentado nuestras bases de prosperidad y ha sacado a millones de personas de la pobreza. Se les reconoce “haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”. Muy oportuno el premio en un momento de, al menos, fuerte innovación y progreso tecnológico, con todo el tsunami generado por la Inteligencia Artificial y la robotización. Aparente porque aún queda por demostrar que los avances tecnológicos en IA del momento aportarán nuevas bases de prosperidad en las próximas décadas. Y sobre todo como se distribuirán en una sociedad con persistentes problemas de equidad. Es decir, si estos avances actuales estarán alineados con la innovación de la que hablan los tres premiados. Se conoce que las BigTech, así como infinidad de empresas en todo el mundo, destinan cientos de miles de millones de dólares, y una ingente cantidad de energía a proyectos de IA. Sin embargo, se desconoce el grado futuro de éxito de esta apuesta y si se logrará mejorar el bienestar de todos. 

Joel Mokyr se distingue por su enfoque histórico y conceptual para entender por qué apenas en los últimos dos siglos el crecimiento económico sostenido se volvió la norma, en contraposición a los largos periodos anteriores de estancamiento. Sostiene que no basta con que haya invenciones técnicas. Es esencial que se permita que el conocimiento avance acumulativamente y se integre en una cultura de innovación. Así, ayuda a explicar por qué algunas épocas o regiones fueron capaces de iniciar un circuito virtuoso de innovación acumulativa (la Revolución Industrial), mientras que otras que disponían de conocimientos fragmentados no lograron hacerlo. Por su lado, Philippe Aghion y Peter Howitt formalizaron el mecanismo por el cual la innovación genera crecimiento mediante el proceso de destrucción creativa, inspirado en las ideas clásicas del economista austriaco Joseph Schumpeter. En su modelo de crecimiento las innovaciones no solo agregan progreso, sino que reemplazan tecnologías anteriores, provocando que empresas menos eficientes desaparezcan y nuevas emergentes tomen el relevo, con lo que el crecimiento económico se sostiene.

La combinación de sus enfoques invita a reflexionar sobre las políticas actuales. Si se desea que la innovación siga generando crecimiento, no basta con fomentar la investigación. Es necesario cuidar instituciones que permitan la competencia, reducir barreras de entrada, proteger el derecho de innovar y mantener un ambiente intelectual crítico. Sus contribuciones ofrecen una hoja de ruta intelectual para entender la transición hacia las sociedades del conocimiento y para diseñar políticas que aseguren que la innovación no falle como motor de prosperidad.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La exuberancia en el Olimpo tecnológico: ¿realidad o espejismo?

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Vivimos un momento singular en los mercados. Las grandes empresas tecnológicas (también denominadas big tech o magnificent seven) parecen flotar por encima del resto, arrastrando consigo índices enteros y generando tanta fascinación como inquietud. El término “exuberancia bursátil” –acuñado para describir el optimismo extremo con precios que se disparan más allá de lo justificable– parece encajar con lo que ocurre desde hace unos pocos años. Sin embargo, ¿es todo burbuja o hay terreno firme debajo de los precios actuales? 

Para entender hasta dónde puede ir esta carrera alcista, conviene ver qué la empuja. En primer lugar, la apuesta visionaria por la IA. Los gigantes tecnológicos están desembolsando decenas, incluso cientos de miles de millones en infraestructura de inteligencia artificial, centros de datos y modelos de lenguaje. La narrativa dominante apunta a que estamos en los albores de una nueva revolución productiva –como lo fue el motor de combustión, la electricidad o internet– y quien lidere la IA dominará buena parte de la economía. En segundo lugar, el capital fácil y la búsqueda de crecimiento. En un entorno donde los tipos de interés han sido bajos el capital busca refugios de alto rendimiento.

Las tecnológicas resultan blanco natural por su escalabilidad, márgenes crecientes, y sus enormes redes de usuarios. Muchos inversores institucionales se vuelcan hacia esas pocas empresas gigantes con expectativas de “seguir creciendo hasta el infinito”. Una elevada concentración entre un limitado número de compañías. El peso relativo de unas pocas empresas en índices como el Nasdaq es altísimo. Oracle, Nvidia, Microsoft, Amazon, Apple, Meta, etc., tienen un protagonismo que, si bien potencia las subidas, también concentra los riesgos. Y, por último, una expectativa continua frente a resultados concretos. En muchos casos, la narrativa “esta tecnología va a cambiarlo todo” predomina sobre los resultados inmediatos. Se extienden valoraciones basadas en previsiones lejanas más que cifras actuales. Eso alimenta la volatilidad. Todo dependerá de si esas promesas realmente se traducen en adopción real, ingresos y beneficios. 

¿Qué posibilidades reales hay detrás de lo que algunos llaman espuma? Lejos de ser puro castillo de naipes, algunas grandes tecnológicas sí tienen fundamentos que podrían sostener –al menos en buena parte– el fervor inversor. Por ejemplo, su gran escala y redes de usuarios. Las compañías que ya gozan de una red global (clientes, desarrolladores, ecosistemas de aplicaciones) tienen una clara ventaja competitiva para monetizar innovaciones emergentes. Por ejemplo, Microsoft o Amazon pueden insertar módulos de IA en su nube, apalancar ya su base de clientes, y reducir el riesgo de adopción. Con ello aparecen las economías de escala y los denominados efectos palanca. Una vez que se ha invertido en infraestructura costosa (chips, data centers, modelos entrenados), los costes marginales pueden bajar y las ganancias escalar más rápido si entra mucha demanda. Esa palanca funciona bien para empresas de gran tamaño. 

Asimismo, aparecen nuevas posibilidades de integración vertical y diversificación de negocios, así como de innovaciones disruptivas. Si surgen aplicaciones de IA o computación cuántica, u otras áreas emergentes donde estas empresas están invirtiendo, quienes ya están posicionados tienen ventaja. La transformación digital no se detiene: industrias enteras (salud, finanzas, logística) podrían reconfigurarse. Y por último y no menos importante la elevada liquidez y poder de mercado de las grandes tecnológicas, que les permite captar capital con relativa facilidad y le da margen para “capear tormentas”. Es decir, aunque algunas unidades no sean rentables hoy, ese tamaño le da margen para sostener inversiones hasta que maduren. 

Aunque hay fundamentos, también hay señales que nos advierten de una posible burbuja en ciertos elementos. En primer lugar, pueden surgir valoraciones extremas desligadas de proyectos actuales. Si una acción cotiza a decenas o centenas de veces su beneficio proyectado (o incluso sin ganancias), hay espacio para futuros problemas si a los inversores les entra el vértigo. Por otro lado, aparece el riesgo de una especulación significativa en torno a promesas lejanas. En ciertos casos, la narrativa tecnológica domina tanto que se subestiman los riesgos técnicos, regulatorios o de competencia. Si la IA no produce retornos tangibles rápidos, la decepción puede provocar correcciones abruptas. 

Un excesivo apalancamiento y deuda para financiar expansión puede llevar a que una subida de tipos de interés o un ciclo económico adverso puede convertir las inversiones en insostenibles. La elevada concentración del riesgo por el que tanto peso del mercado esté en pocas compañías también puede empujar a que una corrección en una de ellas pueda llevarse todo por delante. Especialmente, si estamos en ciclos imitativos con efecto manada. Estos modelos de comportamiento muestran que las burbujas suelen emerger de retroalimentaciones de imitar al vecino más que de fundamentos reales solamente. Por último, el riesgo regulatorio puede ser importante en el actual contexto, especialmente ante las radicales diferencias en las normas entre los grandes bloques (EE.UU., China y UE) La regulación de privacidad, competencia, uso de datos o impuestos podría frenar a las grandes tecnológicas. 

En otras palabras, algunas partes del sector big tech pueden estar claramente sobrevaloradas (proyectos muy especulativos, empresas sin modelo de negocio claro) y, a la vez, otras empresas grandes, con balance sólido, diversificación y ventaja competitiva, podrían sobrevivir (y hasta prosperar) incluso aunque hubiera una brusca corrección. También podría haber correcciones parciales que solamente afecten a determinadas empresas o segmentos. Lo que sí que parece claro las expectativas de crecimiento deberán terminar materializándose para sostener las valoraciones del mercado y la actual exuberancia en el Olimpo de las grandes compañías tecnológicas. 

Una versión de este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Pobres avances al año del informe Draghi

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Hace poco más de un año, dos informes de gran calado sacudieron el debate económico europeo: el de Mario Draghi, ex presidente del BCE, y el de Enrico Letta, ex primer ministro italiano. Ambos textos coincidían en un diagnóstico claro: la Unión Europea necesita un salto cualitativo para afrontar la competencia global, reforzar su soberanía económica y modernizar sus estructuras productivas. Sin embargo, doce meses después, el balance es desalentador. El informe de Draghi advertía de la urgencia de acometer una verdadera estrategia industrial europea, capaz de reducir la dependencia tecnológica y energética. El de Letta ponía el foco en el mercado único, subrayando que sin completar su integración en ámbitos como la energía, las telecomunicaciones o los servicios financieros, la UE quedaría rezagada frente a Estados Unidos y China. Ambos documentos planteaban un mensaje común: Europa debe pensar en grande y actuar con rapidez.

Como cabía esperar, la reacción inicial fue positiva. Las instituciones comunitarias y numerosos gobiernos reconocieron la relevancia de lo que se proponía. Se multiplicaron los discursos a favor de una agenda industrial común, de la autonomía estratégica y de una mayor inversión en innovación. Sin embargo, el paso de las palabras a los hechos ha sido mínimo. Las razones de esta parálisis son varias. Por un lado, la fragmentación política ha frenado los consensos. El Parlamento Europeo saliente y la renovación de la Comisión Europea han hecho que las prioridades se diluyan en la transición institucional. Por otro, los Estados miembros siguen divididos entre los que defienden un mayor intervencionismo comunitario y los que se resisten a mutualizar riesgos o ceder soberanía económica.

El resultado es que la UE sigue igual de lejos de un verdadero presupuesto para financiar, entre otras cosas su transición tecnológica y energética, más allá de los fondos extraordinarios del Next Generation EU, cuyo impulso se agota. Tampoco se han dado pasos firmes en los proyectos estratégicos como semiconductores o IA. Draghi alertaba de que la ventana de oportunidad era reducida: o Europa se reindustrializa y fortalece su mercado interno, o verá erosionada su capacidad de influencia global. Y Letta subrayaba que sin completar el mercado único en sectores estratégicos, las empresas europeas no podrán competir con suficiente escala con sus rivales globales, EE. UU. y China, que durante este año han consolidado su liderazgo aún más. Ambas advertencias siguen plenamente vigentes, pero las respuestas políticas han sido tímidas.

La UE necesita más que nunca decisiones audaces: una política industrial común, un presupuesto a la altura de sus ambiciones y una gobernanza que permita actuar con mucha más rapidez. El tiempo continúa corriendo casi a velocidad de vértigo sobre todo en tecnología y la inacción se convierte en un lujo que Europa no puede permitirse.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Intercambio de papeles de la Reserva Federal y del BCE: halcones y palomas

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En los últimos meses, a la luz de lo acontecido en el marco de la política monetaria, la Reserva Federal de Estados Unidos ha sido el “halcón” con su inmovilidad a la hora de la bajada de tipos y el Banco Central Europeo se ha presentado como la “paloma” con sucesivas rebajas del precio oficial del dinero. Desde julio, cuando el BCE comenzó a pausar sus bajadas, pueden estar cambiando los papeles. Se confirmó, además, este miércoles, cuando la Fed disminuyó un 0,25 sus tipos hasta la horquilla 4,00-4,25%, y además se esperan dos rebajas en lo que queda de 2025.

El BCE, por su parte, en su reunión de la semana pasada, volvió a dejar el precio del dinero inalterado. Christine Lagarde señaló que la inflación está donde quieren que se encuentre, con lo que apuntaba a que no parece prever nuevas rebajas en los tipos en el horizonte de este año, salvo que haya algún cambio en la macroeconomía europea. Todo es posible, vistos los desajustes fiscales y las tensiones en una economía como la francesa, verdadero quebradero de cabeza en el Viejo Continente. Sin embargo, la afirmación de Lagarde sonó un poco a halcón en el contexto actual.

Lo que está aconteciendo en la Fed recientemente es lo que ahora más llama la atención. En la economía global, tan interconectada a pesar de las recientes medidas proteccionistas de EE. UU., las decisiones de la Fed no solo repercuten en una hipoteca de una familia de Illinois, o en el coste de financiación de una pyme en Georgia, sino también en el valor del euro u otras divisas, en el precio de las materias primas y en la deuda de los países emergentes. Por eso, la expectación de las últimas semanas sobre la Fed ha sido global. Durante meses, para desesperación de la Administración Trump, la Fed había mantenido un tono prudente frente a la inflación.

Tras el fuerte ciclo de subidas iniciado en 2022, la institución logró contener las presiones inflacionarias, pero a costa de endurecer las condiciones financieras. Ahora, la situación presentaba claroscuros. Por un lado, la inflación sigue por encima del 2% que marca el objetivo oficial. Por otro, el mercado laboral, considerado un pilar de la fortaleza estadounidense, empieza a mostrar fisuras. La revisión de las estadísticas reveló que se crearon 911.000 empleos menos de lo estimado entre abril de 2024 y marzo de 2025, sugiriendo que la economía no era tan robusta como parecía. Asimismo, algunos indicadores de consumo e inversión reflejan una desaceleración en sectores dependientes del crédito, como la vivienda o la automoción.

En este clima de incertidumbre, al que habría que añadir los desequilibrios fiscales y presión sobre la deuda norteamericana, la Administración Trump no ha ocultado su impaciencia. El presidente ha exigido públicamente una bajada más agresiva de los tipos, acusando a la Fed de frenar la economía y de encarecer innecesariamente el servicio de la deuda federal. Es muy probable que la presión sobre la Fed continúe para que haya más recortes en sucesivas reuniones, y que la rebaja de este miércoles se considere insuficiente por Trump, con lo que la tensión entre ambas administraciones persistirá.

La bajada de 25 puntos básicos por parte de la Fed era el escenario más probable y se ha cumplido. No es un giro radical –como habría supuesto una rebaja de 0,50-, sino un gesto de flexibilidad. Se busca aliviar la economía sin lanzar el mensaje de que la Fed renuncia a su lucha contra la inflación. Jerome Powell transmitió que sigue comprometido con la estabilidad de precios, pero también es consciente del debilitamiento del empleo y del consumo. Ese delicado equilibrio determinará la reacción de los mercados financieros y el rumbo de la política monetaria global.

El Banco Central Europeo (BCE), mientras tanto, ha optado por una pausa. Prefiere ahora esperar y observar. Se ha superado lo peor del impacto inicial de la guerra de Ucrania y de la consiguiente crisis energética sobre la inflación. Además, se han abaratado los intereses de una forma intensa en los últimos 18 meses. Por ello, la Fed y el BCE se han intercambiado algo los papeles.

Mientras la economía estadounidense aún crece, aunque con signos de fatiga, la zona euro sufre desde hace tiempo un crecimiento anémico pero que se ha revisado al alza en la última reunión. Se espera este año ahora un crecimiento de alrededor del 1,2%, lo cual es unas décimas más de lo proyectado en junio. Y la inflación parece más controlada con la general en torno al objetivo y la subyacente (sin energía ni alimentos) también muestra señales de moderación hasta 2026. Sin embargo, hay elevada incertidumbre por los riesgos geopolíticos y por los efectos de los aranceles, entre otros, por lo que podrían empeorar las previsiones si se materializan.

La pausa del BCE ha ofrecido un cierto respiro a la Fed que ha podido facilitar la decisión del recorte de este miércoles. Sin embargo, la verdadera prueba residirá en si Powell logra mantener la visión de que la Fed sigue siendo independiente y comprometida con la estabilidad a medio plazo, contexto en el que la bajada de tipos puede ser una herramienta útil. Si no, se corre el riesgo de que se interprete como un triunfo político sobre la independencia de la autoridad monetaria, lo que dañaría tanto a la economía estadounidense como a la confianza global.

Una versión de este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Statu quo de la IA

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Desde noviembre de 2022, cuando emergió ChatGPT con fuerza, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser un concepto reservado a la ciencia ficción o a los laboratorios de investigación. Hoy está presente en innumerables aplicaciones cotidianas, desde los asistentes virtuales en todo tipo de dispositivos y aplicaciones, pasando por los algoritmos que recomiendan series o productos, hasta los sistemas capaces de generar textos, imágenes o música en cuestión de segundos. El statu quo de la IA se caracteriza por un acceso masivo a herramientas antes exclusivas de empresas tecnológicas, y por una creciente discusión sobre sus implicaciones éticas, económicas y sociales.

Hasta ahora, la IA funciona sobre todo como un complemento con mayores o menos capacidades: automatiza tareas rutinarias, facilita la clasificación de información y acelera procesos creativos o técnicos. Sin embargo, su capacidad aún depende en gran medida de la supervisión humana. Los modelos son poderosos, pero también propensos a sesgos, errores y a la llamada “alucinación” de datos inventados. Esto delimita un presente en el que la IA es útil, pero todavía no autónoma en el sentido que imaginan algunos futuristas.

Respecto al futuro, hay diferentes visiones. La mayoría de ellas son optimistas sobre la enorme revolución que supondrá en la economía y la sociedad. El consenso es que supondrá el eje fundamental de crecimiento empresarial y económico de los próximos años. Esta favorable expectativa parece reflejarse en las valoraciones bursátiles de las empresas tecnológicas, batiendo continuamente récords históricos. Otros analistas y científicos menos optimistas y con más cautelas piensan que tiene componentes de una “burbuja” ya que al final se trataría de un avance potente, pero a la vez “normal” (o al menos no tan “extraordinario”) en la evolución histórica de la tecnología. 

El impacto sobre el mercado de trabajo es uno de los puntos más controvertidos. Actividades como la atención al cliente, la traducción o el diseño gráfico ya sienten la presión. La IA puede asumir tareas repetitivas a gran velocidad y bajo costo, lo que implica riesgos de sustitución laboral, sobre todo en puestos de baja o media cualificación. Sin embargo, también abre la puerta a nuevas oportunidades. Se demandan perfiles capaces de entrenar, supervisar y aplicar sistemas de IA en distintos campos, así como competencias en análisis crítico, creatividad y gestión de la innovación. Lo más probable es que no asistamos a una “extinción” de empleos, sino a una reconfiguración masiva. 

En suma, el statu quo de la inteligencia artificial refleja un poder en expansión que ya está cambiando la forma en que trabajamos y nos relacionamos. Su futuro dependerá no solo de los avances técnicos, sino de las decisiones sociales, económicas y sobre todo políticas que se tomen en los próximos años. El campo normativo tendrá mucho que decir.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La vivienda en lo que va de año: entre la expansión del mercado y la crisis de acceso

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El mercado inmobiliario español continúa en una encrucijada crítica. Con algún matiz con respecto a años anteriores. Por un lado, se observa una expansión en la compraventa de viviendas –incluidas minoristas con hipoteca– y una creciente actividad en reformas de las casas existentes. El que algunas personas estén decidiendo comprar ahora mismo, con estos precios tan elevados y un gran esfuerzo económico, puede estar revelando que algunos están asumiendo que el coste de adquirir una vivienda no va a aflojar y, por tanto, no cabe seguir esperando a un mercado bajista, con lo que comprar hoy caro puede incluso ser rentable, ya que se piensa que el activo inmobiliario se revalorizará. Esto último está por ver, ya muchos hablan de posibilidad de burbuja, aunque bien distinta de la de 2008, cuando había mucha deuda acumulada. Asimismo, por otro lado, la vida sigue igual y persiste una crisis de accesibilidad que afecta principalmente a los jóvenes y a los hogares con menores ingresos, aunque cada vez va afectando a personas y familias de rentas medias. La recomendación de dedicar menos del 30 por cien de los ingresos al pago de la vivienda (hipoteca o alquiler) parece una quimera inalcanzable hoy 

Durante el primer semestre de 2025, se registraron 357.533 transacciones inmobiliarias, la cifra más alta en los últimos 18 años. Sin embargo, este auge se ve empañado por un incremento sostenido de los precios. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el precio medio de la vivienda alcanzó los 3.151 euros por metro cuadrado en junio, marcando un récord histórico. Este aumento se traduce en una subida interanual del 12,2% en el primer trimestre del año. A pesar de la mejora en las condiciones financieras, con una ligera reducción de los tipos de interés y un aumento moderado de los ingresos familiares, la accesibilidad a la vivienda sigue siendo limitada. El Banco de España señala que, en el primer trimestre de 2025, la accesibilidad mejoró solo un 0,3%, debido al encarecimiento de la vivienda que contrarresta la mayor parte de los beneficios financieros. Y que impacta en las nuevas generaciones, como muestra la tasa de emancipación juvenil que ha caído al mínimo histórico del 15,2%, según el Observatorio del Consejo de la Juventud. Por otro lado, ante la escasez de oferta de vivienda nueva, muchos compradores optan por adquirir inmuebles de segunda mano que requieren reformas. En 2024, las reformas crecieron un 47%, superando las 55.400, y se estima que en 2025 se realizarán reformas en 1,9 millones de viviendas, un 1,6% más que el año anterior. 

El debate sobre qué hacer continua. Las medidas que proponen los estudiosos son, en general, las conocidas de hace tiempo. La mayoría de los expertos coinciden en que es absolutamente necesario aumentar la oferta de vivienda en los próximos años. Algo que solamente hasta la fecha está ocurriendo lentamente. Aunque la situación no puede cambiar de la noche a la mañana, parece urgente que se acelere el proceso y se acometan todos los esfuerzos para incrementar el stock de vivienda, sobre todo en las zonas tensionadas de mayor demanda. En este sentido, la aprobación de la Ley del Suelo ayudaría a aumentar la seguridad jurídica y eliminaría trabas burocráticas, que estimularían la construcción de vivienda nueva, sobre todo en ciudades de alta demanda. Otras ideas plantean incentivos fiscales para fomentar el alquiler asequible y la colaboración público-privada en la construcción de viviendas. Como medidas que solamente pueden ser complementarias están promover nuevos modelos como el build-to-rent (construcción para alquiler) y el coliving (vivienda compartida con servicios comunes), que potencialmente podrían adaptarse mejor a las nuevas realidades sociales y demográficas. 

Por su lado, está la rehabilitación de viviendas vacías, de las que España cuenta con aproximadamente 3,8 que podrían destinarse al alquiler asequible. El Gobierno ha lanzado programas de rehabilitación con ayudas de los fondos europeos Next Generation EU, con exenciones fiscales para propietarios que reformen inmuebles y los alquilen a precios regulados durante cinco años. 

Las propuestas de regulación del mercado de la vivienda que introdujo la Ley de Vivienda de 2023, como el control de precios en zonas tensionadas y la limitación (y aumento de impuestos) en la compra de viviendas por parte de extranjeros extracomunitarios no residentes. no parecen haber funcionado. Aunque han podido atemperar algunos aumentos de coste del alquiler en alguna ciudad puntualmente, en general lo que han logrado es reducir la oferta de vivienda disponible. Parece imperativo alinear los intereses de propietarios con viviendas vacías (y temerosos de los impagos) con los inquilinos (que necesitan un coste razonable y estabilidad del contrato). Para algunos, puede ser útil la creación de agencias públicas de alquiler asequible a nivel municipal para movilizar viviendas vacías y destinarlas al alquiler social, que permitiría aprovechar el stock de viviendas desocupadas y mejorar el acceso a la vivienda en zonas con alta demanda. 

En suma, el mercado inmobiliario español en 2025 presenta una dicotomía: mientras se experimenta un crecimiento en la compraventa y en la actividad de reformas, la crisis de accesibilidad persiste, afectando principalmente a los jóvenes y a los hogares con menores ingresos. Es imperativo que, de una vez por todas, se implementen políticas públicas efectivas que fomenten la construcción de vivienda asequible y la rehabilitación de inmuebles vacíos, para garantizar que el derecho a la vivienda sea accesible para todos los ciudadanos. 

Una versión de este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Tipos de interés, mercado de trabajo y narrativas financieras en Jackson Hole

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El Simposio Anual de Jack­son Hole, organizado por la Reserva Federal de Kansas City, y que se celebró la pasada semana, se ha convertido en la última década en el escenario veraniego central para medir la temperatura de la economía y las finanzas mundiales. No obstante, este año, bajo el título Mercados de trabajo en transición: demografía, productividad y política macroeconómica, pone el énfasis en la creciente relevancia del mercado laboral frente a los grandes desafíos y permite explorar cómo el envejecimiento de la población, la caída en la productividad y los cambios demográficos están remodelando el empleo, la inflación y la capacidad de reacción de las políticas públicas. Asimismo, las políticas monetarias no pueden desligarse de tendencias estructurales como la automatización, digitalización e inteligencia artificial, los desplazamientos poblacionales y la evolución de la participación laboral. 

Más allá del contenido académico de las ponencias, se trata de una plataforma para que los banqueros centrales y otros líderes económicos comuniquen su visión de corto y largo plazo. En estos días, la atención se ha centrado en si la Fed confirmará o no un cambio de rumbo hacia una política más laxa, con rebajas de tipos de interés. Asimismo, ante la renovación de la presidencia de la Reserva Federal en 2026, este será el último Jackson Hole de Je­rome Powell, en plena polémica con Trump.

Los datos más recientes de Estados Unidos manifiestan un crecimiento algo más débil de lo esperado, moderación en el consumo y algunas señales de enfriamiento en el mercado laboral. Por su lado, la inflación sigue relativamente contenida –aunque por encima del objetivo del 2%– y los salarios mantienen hasta ahora un ritmo de avance compatible con los objetivos de la Reserva Federal.

Algunos analistas interpretan estas cifras como un signo de fragilidad. Sin embargo, otros sostienen que reflejan un ajuste saludable después del repunte extraordinario posterior a la pandemia y a los conflictos geopolíticos. La Fed se enfrenta, por tanto, a un dilema: si mantiene los tipos de interés durante demasiado tiempo, corre el riesgo de frenar en exceso la actividad; si los reduce prematuramente, podría reavivar las presiones inflacionarias. Esta disyuntiva se traduce en la prudencia de los discursos recientes de Jerome Powell.

Los datos económicos por sí solos, de cara al simposio de Jackson Hole de este año, aportan menos claridad para fundamentar la necesidad de un recorte. A pesar de ello, la valoración actual del mercado muestra un consenso mucho mayor respecto a la decisión que tomará la Fed en septiembre. El mercado sigue descontando una probabilidad cercana al 90% de un recorte de 25 puntos básicos. Hace un año ahora, la expectativa para la reu­nión de septiembre de 2024 reflejaba mucha más ambigüedad sobre si la Fed optaría por un movimiento de 25 puntos o de 50.

La casi certeza con la que hoy los mercados esperan un recorte de 25 puntos en la próxima reunión de septiembre parece estar impulsada por tres factores: las dos disidencias en la votación del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) de la Fed de julio, un mayor deterioro en los datos de empleo y, por último, pero no menos importante, la retórica persistente y muy agresiva de la Administración Trump a favor de recortes de tipos de mayor alcance. El foro llega en un momento particularmente sensible, ya que desde la última reunión del FOMC hasta la próxima reunión hay un vacío comunicativo de casi siete semanas. Por ello, el discurso de Powell del viernes dio claves sobre el rumbo económico para lo que queda de 2025 y más allá, anticipando un posible calendario de decisiones y la posible evolución de los tipos de interés.

Mientras en Estados Unidos se habla de un aterrizaje suave, en Europa la narrativa parece menos optimista, con una economía alemana debilitada que arrastra al conjunto de la zona euro. Factores como la elevada dependencia energética, la ralentización del comercio global tras la imposición de aranceles y la falta de dinamismo en la inversión privada han lastrado el crecimiento.

Las proyecciones para el PIB de la eurozona se han revisado a la baja, mientras que las expectativas de inflación, aunque en descenso, siguen por encima del objetivo del BCE. El enfoque reunión a reunión sin comprometerse excesivamente continuará seguramente siendo el orden del día del discurso de Lagarde en el Simposio. El BCE podría estar atrapado en una trampa de bajo crecimiento y una inflación moderada, pero por encima del objetivo; una situación difícil de revertir, como se está observando.

En este contexto monetario y económico, los inversores se encuentran atrapados entre dos narrativas. La primera, de carácter optimista, que confía en que la Fed logre un aterrizaje suave y que la inflación siga cediendo sin necesidad de un endurecimiento mayor. La segunda, la pesimista, que teme que la combinación de tipos relativamente elevados y un contexto global frágil pueda precipitar una recesión o un notablemente menor crecimiento.

Hasta ahora, los índices bursátiles han mostrado cierta resiliencia, pero los movimientos en los mercados de bonos y divisas reflejan una elevada sensibilidad a cualquier declaración de los bancos centrales. En estos meses seguirá la incertidumbre –aranceles, déficit público de EE UU–, y lo que decidan los bancos centrales será, como siempre, importante, pero seguramente los banqueros centrales no harán nada muy tajante. Preferencia por el mal menor que por apuestas arriesgadas.

Una versión de este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La renta variable no parece tener freno

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Un verano más, un año más, la renta variable estadounidense y global alcanza nuevos máximos. Ya llevamos varios años así desde la pandemia. En especial, las americanas, que con grandes empresas tecnológicas sigue marcando tendencia, más aún desde la explosión de la Inteligencia Artificial (IA). Aunque del 2 al 9 de abril, entre el anuncio de Trump de los aranceles y la declaración de la tregua comercial durante 90 días, tuvo lugar una verdadera sangría en las acciones de todo el mundo, en especial el NASDAQ. Todo eso parece ya pasado, y a pesar de los grandes conflictos geopolíticos (Gaza, Ucrania) y de las idas y venidas con los aranceles, la renta variable permanece al alza. El año 2025 está siendo testigo, una vez más, de una ola alcista en los mercados de valores globales. Índices de referencia como el S&P 500 y el Nasdaq siguen alcanzando nuevos máximos históricos. Las bolsas europeas no son ajenas a esas subidas, incluido el IBEX-35, con un comportamiento inversor muy interesante.

Se habla de que la IA (y la tecnología en general) es el factor impulsor central en el actual rally. Las BigTech, especialmente las más activas con la IA, continúan aumentando con fuerza su valor de mercado. Hay división de opiniones actualmente sobre si esta subida es o no una burbuja. Solamente el tiempo lo dirá, aunque algunos indicadores financieros de estos grandes gigantes tecnológicos parecen sustentar el optimismo. Lo que sí que parece claro es que el futuro de muchas empresas pasará por tener éxito en sus modelos productivos y de negocio con la IA, un elemento decisivo en su supervivencia a largo plazo. Desde la óptica más cortoplacista, parecer ser que las recompras de acciones por muchas empresas estadounidense, con Apple y Alphabet a la cabeza, explican parte del actual rally. Estas operaciones incrementan el beneficio por acción y apuntalan las cotizaciones. Por el lado macroeconómico, las expectativas de rebajas de tipos de interés, en particular en el caso de la Reserva Federal, alimentan el apetito inversor. Un dólar más débil y la mayor confianza del consumidor también ayudan. Los mercados nuevamente descuentan con casi total certeza un recorte de tipos para septiembre y alguna más antes del fin de año. No es la primera vez que se pronostica una bajada y no ocurre. No obstante, la macroeconómia puede sostener las ganancias en renta variable por más tiempo.

Finalmente, hay riesgos significativos en este contexto de sobreprecio. El NASDAQ cotiza a casi 30 veces las ganancias futuras. Esas valoraciones tan elevadas y la gran dependencia en solamente unas empresas, las BigTech, y de sus estrategias en IA son señales de alerta. Por otro lado, el mantenimiento sostenido del actual rally también dependerá de si la economía no da sustos tras los aranceles, si se acometen las esperadas rebajas de tipos de interés, y no empeoran las incertidumbres geopolíticas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La carrera entre IA, las ‘cripto’ y geopolítica: el nuevo tablero global tras la desregulación en EE. UU.

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En el último lustro, el desarrollo tecnológico ha avanzado a una velocidad vertiginosa, impulsado por la inteligencia artificial y el ecosistema cripto. Estas tecnologías están redefiniendo el panorama económico y geopolítico global. Sin embargo, mientras Estados Unidos acelera su apuesta por la desregulación, sobre todo bajo el ala de las políticas de Donald Trump, Europa se encuentra ante una encrucijada: adaptarse o quedar relegada. Para una gran parte de analistas, la IA es el nuevo petróleo del siglo XXI. El tiempo confirmará o no una aseveración de este alcance, pero ya nada será igual en el contexto tecnológico y económico. 

Desde hace casi tres años, con la aparición de ChatGPT de OpenAI y todo el tsunami tecnológico que ha venido después, la IA ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una infraestructura estratégica. Modelos de lenguaje como GPT-4 (y el próximo GPT-5) y su evolución hacia sistemas multimodales han empezado a integrarse en sectores tan variados como la salud, la educación, la defensa y las finanzas. La automatización de tareas cognitivas, la generación de contenido y la toma de decisiones basada en datos han transformado radicalmente la productividad y las capacidades de individuos, empresas e instituciones.

En este contexto, Estados Unidos ha logrado mantener su hegemonía, en parte gracias a su ecosistema de capital riesgo, sus universidades punteras y el papel de tecnológicas como OpenAI, Google o Perplexity. China, por su parte, avanza con fuerza con sus propias plataformas de IA, como la conocida DeepSeek, con costes mucho menores, aunque bajo un modelo mucho más intervencionista. La UE, en cambio, continúa mostrándose cautelosa y con mensajes confusos sobre su estrategia. Su enfoque regulador, ejemplificado por la Ley de IA de la Unión Europea, intenta equilibrar la innovación con la protección de los derechos fundamentales. Aunque sus intenciones sean loables, este marco puede ralentizar –y, de hecho, lo está haciendo– la adopción de IA frente a sus rivales que ya experimentan a gran escala sin tantas restricciones. 

Otro elemento tecnológico con gran potencia disruptiva, el mundo cripto, ha vivido varios ciclos de entusiasmo y cierto colapso, pero su potencial transformador sigue estando ahí. La tecnología blockchain permite la creación de sistemas descentralizados, transparentes e incorruptibles, con aplicaciones que van desde las finanzas hasta la gestión de la cadena de suministro. Lo que ha cambiado en el tablero global, son los recientes avances desregulatorios en Estados Unidos. A pesar de las numerosas advertencias en el pasado de la SEC (Securities and Exchange Commission), el Ejecutivo republicano ha promovido una visión más liberal en cuanto al desarrollo de productos financieros cripto, especialmente las stablecoins y plataformas DeFi (finanzas descentralizadas). 

La reciente norma, conocida como Genius Act, reordena prioridades legales y conlleva comprometidos riesgos entre regulación, mercado y potencialmente dinero público. Esta posición parece responder tanto a intereses económicos –atraer inversión, fomentar la innovación– como a una voluntad política de contrarrestar el poder de China en el terreno monetario digital. Se aspira a que Estados Unidos siga liderando la “nueva revolución industrial”. Sin embargo, es una visión muy optimista de los efectos de la desregulación del ecosistema cripto. Los críticos señalan que se puede generar una burbuja tecnológica aún más peligrosa que la del año 2000. Asimismo, sin reguladores activos, los consumidores quedan más expuestos, y los sistemas descentralizados pueden convertirse en herramientas para actores maliciosos. Y aumenta la inestabilidad financiera. Y lo que es más, la combinación entre IA y tecnologías cripto puede permitir que aplicaciones financieras de IA actúen de modo opaco, sin rendir cuentas, y con capacidad para alterar mercados o financiar actividades ilícitas. El desafío es de gran calado técnico, ético y político. ¿Quién controla a los operadores cuando estos son inteligencias artificiales sin rostro? 

Y en este contexto, ¿dónde queda Europa? El riesgo de quedar descolgado el Viejo Continente es evidente a pesar de contar con universidades prestigiosas, centros de excelencia en investigación como el CERN, y empresas innovadoras. Su excesivo enfoque regulador puede actuar como freno a la competitividad. Además, la falta de un mercado único digital verdaderamente cohesionado limita las posibilidades de escalar soluciones rápidamente, como sí ocurre en Estados Unidos o China. Las startups europeas se ven obligadas frecuentemente a migrar para poder crecer, llevándose con ellas talento e innovación. En todo caso, los excesos de EE. UU. pueden dar una oportunidad a Europa si se gestiona adecuadamente: ser el garante global de una tecnología ética, segura y sostenible, lo que podría atraer a empresas y usuarios que desconfían del desbarajuste regulatorio estadounidense o del control autoritario chino. Este modelo híbrido, sin ser ingenuo ni excesivamente burocrático, permitiría a Europa liderar desde el equilibrio. 

La combinación de IA y cripto promete reinventar la economía y la sociedad, pero también plantea enormes desafíos. Estados Unidos, con Trump a la cabeza, ha optado por la vía del riesgo y la innovación sin cortapisas. La UE, por el contrario, quiere marcar límites antes de avanzar. La pregunta clave es si esos límites son freno o guía. La respuesta determinará el lugar que ocupará cada bloque en la próxima década. Aún tiene una oportunidad de liderazgo en las reglas del juego global, pero para ello necesita algo más que regulaciones: audacia, inversión estratégica y una visión tecnológica alineada con sus valores, pero también con la velocidad del presente. Porque en el mundo de la IA y el cripto, quien se detiene, se hace irrelevante. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Cripto sin riendas

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Desde su primera aparición en 2010 los criptoactivos han evolucionado de ser casi una rareza, de importancia marginal en el ámbito de las inversiones, a un fenómeno global en la actualidad con implicaciones profundas para la economía, las finanzas y la soberanía monetaria. Continúa siendo un activo de elevado riesgo, con un mercado insuficientemente transparente a la vez que volátil, sin que gran parte de los inversores minoristas comprendan lo que se están jugando. Es en este escenario, en el que han proliferado estos activos digitales y las stablecoins (diseñadas para mantener un valor constante) la Administración Trump termina de impulsar una nueva ola de desregulación financiera que muy probablemente transformará el panorama cripto en EE. UU. y más allá. Y que podría afectar al futuro de la demanda y uso de divisas como el dólar, o sea, a la soberanía monetaria de los países, ya que la nueva norma otorga a aquéllas mayores posibilidades ser empleadas en transacciones comerciales, sobre todo, internacionales.

La reciente (des)regulación aprobada, denominada Genius Act, es un giro radical. Con promesas de transparencia y confianza, reordena prioridades legales y crea una peligrosa dependencia entre regulación, mercado y potencialmente dinero público. Con una capitalización por encima de los 200.000 millones de millones, las stablecoins se han convertido en el combustible de todo el ecosistema cripto. Ofrecen liquidez casi instantánea y paridad con el dólar. Sin embargo, detrás de su aparente estabilidad existe una compleja red de riesgos operativos y regulatorios. El elemento más controvertido, que no único, reside en que los tenedores de stablecoins pasarían a tener prioridad legal en caso de quiebra, por encima del resto de acreedores, alterando el orden tradicional de prelación. Algunos agentes de gran importancia en posibles procesos problemáticos como abogados o administradores concursales podrían no desear involucrarse en liquidaciones si no tienen garantías de cobro. Y, lo que es peor, si los activos del emisor no alcanzan para cubrir las obligaciones, la presión recaería en el Estado para indemnizar a los tenedores. O sea, se allana el camino a un posible rescate cripto con fondos públicos. El nuevo marco legal podría, entre otras disfuncionalidades, incentivar la confianza excesiva, desincentivar la debida diligencia de los usuarios y alimentar la idea de que las stablecoins son “seguras por ley”. 

Mientras, en Europa, la normativa MiCA (Reglamento sobre Mercados de Criptoactivos) contrasta enormemente con la Genius Act, ya que aquella es una regulación garantista y que busca proteger a los usuarios. Esas grandes divergencias pueden generar arbitraje regulatorio, donde las empresas migran hacia jurisdicciones más permisivas, debilitando los esfuerzos multilaterales por armonizar las reglas del juego. Y con un potencial aumento considerable de riesgos financieros globales.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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