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El bitcoin: en fase de ascenso, pero igual de volátil y peligroso

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Bitcoin vuelve a estar en boca de todos. El aumento de su valor —con nuevo máximo de los dos últimos años esta semana—, la reciente autorización de la SEC (Securities and Exchange Commission) de Estados Unidos y la creciente apuesta de inversores institucionales y bancos internacionales por él están siendo vientos de cola. Resurge el entusiasmo por un instrumento complejo de entender, casi inexplicable desde la teoría convencional de activos financieros. Tampoco hay fundamentos teóricos nuevos que permitan comprender su demanda y sorprendente valoración. Las alertas de reguladores y economistas tienen toda la razón de ser. El último aviso relevante está en el blog del Banco Central Europeo, entrada de 22 de febrero, de dos de sus responsables de Infraestructuras de Mercados y Pagos, Ulrich Binseil y Jürgen Schaaf. Señalan que bitcoin ha fracasado en su promesa de ser la divisa digital descentralizada global y rara vez se emplea para transferencias y pagos legítimos. Indican que, a pesar de la aprobación de los ETF en bitcoin por parte de la SEC norteamericana, no cambia el hecho de que es inadecuado como medio de pago o inversión.

¿Cómo es posible entonces que se demande y se revalorice (con enorme volatilidad) esta criptomoneda? Algunos datos desde su lanzamiento en 2009 ilustran. Los más recientes (Crypto.com), señalan que 580 millones de personas son usuarios de criptomonedas en 2023. Esta demanda habría aumentado un 34% con respecto a 2022. Y sigue creciendo. El año pasado los propietarios de Bitcoin crecieron un 33%, de 222 a 296 millones. Para Ethereum, el aumento en 2023 fue del 39%, de 89 a 124 millones. Un gran número de usuarios tiene ambas monedas en sus wallets. En España, la información a partir de encuestas (de la CNMV y otras instituciones) muestra que entre un 5% y un 7% de los adultos afirma poseer criptomonedas. Entre 1,9 y 2,5 millones de españoles. Según esas encuestas, el 40% de los criptousuarios tiene bitcoins en sus billeteras digitales. El perfil típico en nuestro país correspondería con un hombre joven, que estudia o trabaja, con ingresos mensuales elevados y residente en grandes áreas urbanas. Un perfil que sorprende porque a priori se podría esperar un mayor nivel de educación financiera y prudencia con esas características.

En cuanto a la cotización de bitcoin, ha sido siempre una montaña rusa. El precio se mantuvo cercano a cero hasta finales de 2016, cuando superó los 900 dólares. 2017 trajo el primer auge y se disparó hasta llegar a 19.345 dólares en diciembre. Después se produjo una corrección durante 2018 y 2019. En 2020 se observó un nuevo repunte desde los 5.000 dólares —su valor más bajo al inicio de la pandemia en marzo—, hasta los 27.000 dólares con los que cerró el año. En noviembre de 2021 alcanzó su máximo histórico en 68.700 dólares. Desde este valor, se produjo una importante corrección que llevó a la moneda a los 16.600 dólares a finales de 2022, coincidiendo con la subida de los tipos de interés. Durante 2023 experimentó una recuperación desde sus niveles más bajos. Iniciaba el año con un valor que rondaba los 16.500 dólares —el más bajo desde noviembre de 2020— y, sin embargo, terminó cerca de los 42.200 dólares. A partir de octubre de 2023, su valor ha ido en alza y así empezó 2024 en los 43.450 dólares. Y ya se ha revalorizado más de un 20% (alrededor de los 57.000 dólares) en lo que ca de año y subiendo. La capitalización de Bitcoin hoy supera el billón de dólares, umbral que no se alcanzaba desde noviembre de 2021. En definitiva, una enorme volatilidad, una montaña rusa sin factores que puedan justificar esa evolución. Cierto es que se ha revalorizado cuando en el mercado se empiezan a descontar menores rentabilidades en otros activos financieros convencionales, o se ha hundido su valor cuando subía el precio del dinero, pero parece un vínculo y un argumento frágil y sujeto a determinantes pocos transparentes. Cancha para mucha especulación y manipulación del mercado. A ello se une la percepción de que su valor tiene algo que ver con la escasez relativa futura de bitcoins, ya que tiene un volumen máximo de 21 millones de monedas (tokens). Se han minado cerca 19 millones de bitcoins y quedan poco menos de dos millones por minar. Refuerzan esa idea de escasez los denominados procesos de halving —que tienen lugar cada cuatro años, el próximo en abril de 2024—, en los que la recompensa de minar un nuevo bloque disminuye a la mitad. Aun así, tampoco son argumentos suficientes para justificar su uso ni como inversión ni como medio de pago.

En suma, a pesar del nuevo periodo de euforia, las criptomonedas siguen siendo un instrumento inadecuado para la mayoría de los inversores minoristas y tampoco es útil como medio de pago. Es un activo totalmente desprotegido, alejado de sistemas de inversión garantistas sin escrutinio de los supervisores. La asunción tan excesiva de riesgos parece incomprensible. Se sobrevaloran las posibilidades de ganancia y no se ponderan suficientemente las posibles pérdidas. Al ser un instrumento tan poco transparente, se conoce bien poco de aquellos que perdieron mucho dinero en ese mercado. Algo debe haber fallado en la educación financiera en muchos países, a la luz del perfil de los inversores en criptomonedas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Educación financiera y desigualdad de renta

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Tras la crisis financiera global de 2008, se puso el foco en el papel de la educación financiera, como estrategia de prevención de comportamientos económicos no deseados, pero a la vez como mecanismo inclusivo y de oportunidad para la participación económica de todos los ciudadanos. Es una tarea que debe congregar a gobiernos, autoridades financieras, patronales bancarias y numerosas organizaciones sociales con diferentes actividades y programas de educación financiera. El profesor José Luis Sampedro, hace décadas, señaló certeramente la necesidad de adquirir una buena formación financiera. En el preámbulo de la versión en español del manual de Economía del Nobel Paul Samuelson, Sampedro indicaba que aunque nuestro sistema educativo enseñaba al alumnado las propiedades de la calcopirita, cuando la mayoría de las personas jamás se toparía con ella en su vida adulta, en cambio, no se les explicaba apenas nada sobre la economía, las entidades financieras y su funcionamiento, con los que tendrían que lidiar continuamente —con una relación de largo plazo— desde el fin de sus estudios. Buen ejemplo de ello es la duración de la hipoteca media en este país, cerca de los 24 años, muy superior a la del matrimonio medio que se disuelve, en promedio, en torno a los 16 años.

Varias décadas después, la economía sigue teniendo una presencia marginal en las enseñanzas obligatorias, y la mayoría de los alumnos salen de la misma sin conocer conceptos financieros básicos. Y todo ello a pesar del acelerado proceso hacia un creciente peso de las noticias y decisiones económicas en nuestras vidas. El intenso uso de conceptos como la prima de riesgo o la inflación, hasta la aparición de inversiones nuevas, como los criptoactivos, hace muy necesaria la formación financiera para poder navegar en esas aguas, frecuentemente turbulentas.

Una buena formación financiera, además, hace a la sociedad más impermeable a los “cantos de sirena” de los partidos insurgentes y sus extravagantes propuestas económicas, generalmente la autopista más rápida al desastre. Algunas de esas recetas populistas han sido el desmantelamiento del banco central o, incluso en Europa, la salida del euro. A la hora de la verdad son medidas que no se suelen terminar adoptando, pero que se emplearon para cautivar a un electorado, en muchos casos, con insuficiente educación económica.

La digitalización ha aumentado la competencia en el sector financiero, con la entrada de las empresas fintech y las grandes tecnológicas, multiplicando el “bufé” de oportunidades para invertir el ahorro de toda la ciudadanía, que ahora tiene acceso a productos financieros que antes solo disfrutaban las clases de mayor renta. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, que siguen contando con un asesoramiento profesional y personalizado, los demás deben confiar en sus propios conocimientos para optimizar su cartera de inversiones.

Los mejorables resultados del reciente Informe PISA para España tienen lógicamente implicaciones para la educación económica, pero centrándonos en una evidencia más específica, las conclusiones de la última Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España nos dibuja como una sociedad con limitados conocimientos financieros. Solo un 19% de los encuestados consiguieron responder satisfactoriamente a las tres preguntas básicas sobre la inflación, un tipo de interés fijo anual y la diversificación en una cartera. Malos resultados que confirman los del estudio Monitoring the level of financial literacy in the EU, de la Comisión Europea, publicado el pasado julio, que concluía que nuestros conocimientos financieros estaban claramente por debajo de la media de la Unión. Además, según este mismo estudio, nos encontramos entre los europeos menos cómodos a la hora de usar los omnipresentes servicios digitales financieros.

Una formación financiera deficiente influye negativamente en la equidad. Por ejemplo, dando lugar a un menor rendimiento de los ahorros de aquellos más desventajados, aumentando las desigualdades. Y, por supuesto, en un escenario más pesimista, una población con insuficiente educación financiera aumentará la probabilidad social de eventos devastadores, como inversiones multitudinarias en productos que finalmente son verdaderas estafas piramidales, ya sean en colecciones de sellos o muchos criptoactivos. Además de hacer más vulnerables a la ciudadanía frente al creciente número de ciberdelitos financieros. Una insuficiente educación financiera también empeora las condiciones de los préstamos y limita aún más la frontera de las posibilidades de consumo de los ciudadanos con rentas más bajas. Por ejemplo, desconocer las implicaciones de las hipotecas a tipo de interés variable puede causar graves perjuicios personales.

En resumen, una mejor planificación financiera, fundada en los conocimientos adquiridos, disminuirá las demandas de intervención financiera o de rescate de familias sobreendeudadas. Por lo que la educación financiera es también una buena estrategia de predistribución de la renta. En este contexto, parece oportuno seguir reforzando los programas de educación financiera a la vez que es necesario evaluar de manera independiente los planes de educación financiera que Banco de España y CNMV —junto a patronales bancarias y otras instituciones— llevan desarrollado desde 2008, para poder identificar las mejores prácticas que permitan la universalización de estos tan necesarios conocimientos económicos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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“Es un tema muy complicado”: la primera barrera cognitiva de acceso a la educación financiera

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Cuesta reconocer la carencia de conocimientos sobre cuestiones que afectan centralmente a nuestras vidas. Por eso, es destacable que más de un tercio de la población española entre 18 y 64 años admita no saber “lo necesario para tomar las decisiones financieras más adecuadas”. Este dato procede de la Encuesta Funcas 2023 sobre cultura financiera, realizada online entre el 6 y el 19 de septiembre de 2023 a una muestra de 1.500 personas, representativa de la población internauta residente en España.

Los encuestados que declaran esa falta de conocimientos financieros (36%) coinciden ampliamente en señalar como principal motivo la complejidad que entrañan las finanzas. En efecto, ante la pregunta sobre la razón por la cual no han adquirido más conocimientos, casi dos de cada tres afirman que “es un tema muy complicado”, mientras que las menciones a la falta de tiempo o de interés son mucho menos frecuentes (gráficos 1 y 2).


Estos datos ofrecen una pista para entender por qué la masiva oferta de educación financiera que se ha desplegado en los últimos años no ha traído consigo –hasta donde la evidencia disponible permite discernir– una mejora ostensible de la cultura financiera de la sociedad española. Tal vez la limitada eficacia de esta oferta se deba, en primera instancia, a la concurrencia de dos fenómenos: (1) la mayoría de la población cree disponer de suficientes conocimientos para tomar buenas decisiones financieras (así lo declara el 64% de los encuestados); y (2) a la minoría significativa que reconoce carecer de tales conocimientos (36%) le desanima la intuida dificultad de la materia. Seguramente, una parte de aquella mayoría sobreestima sus conocimientos (sesgo optimista), y una parte de esta minoría subestima su capacidad de enfrentarse a los contenidos de la educación financiera, prejuzgando su complejidad (sesgo pesimista). En cualquiera de los dos casos, se estaría renunciando a mejorar la propia cultura financiera a través de la búsqueda de información pertinente o de la participación en iniciativas de educación financiera.

Las respuestas de
quienes han contestado la Encuesta Funcas 2023 sobre cultura financiera
permiten sostener que el prejuicio de complejidad, o sesgo pesimista, erige una
potente barrera cognitiva que opera incluso entre los ciudadanos más formados.
Lo cierto es que el reconocimiento de insuficientes competencias financieras se
halla tan extendido entre quienes han completado estudios universitarios como
entre quienes han alcanzado como máximo la educación obligatoria; y los más
formados también identifican la dificultad intrínseca a los temas financieros
como la principal causa de su desconocimiento (si bien en menor proporción que
los menos formados). Si el nivel de formación no marca diferencias
significativas entre los encuestados, el sexo y la edad sí lo hacen: en
general, las mujeres y los jóvenes manifiestan en mayor medida esa insuficiencia
de conocimientos financieros. La admite una de cada dos mujeres menores de 40
años (49%), proporción que supera claramente a la de los hombres del mismo
grupo de edad (36%). Ellas no solo reconocen en mayor medida que ellos la falta
de conocimientos necesarios para adoptar buenas decisiones económicas, sino que
las que así lo hacen, justifican ese déficit más frecuentemente por la dificultad
que presentan estas cuestiones (71%).

Las respuestas que dan los
encuestados a otras preguntas de la encuesta sugieren que la carencia
reconocida de competencias financieras no obedece a la ausencia de una disposición
favorable hacia el aprendizaje ni a la dejadez o indolencia en temas bancarios.
 

Por una parte, cuando se solicita a los encuestados que manifiesten su grado de acuerdo con la frase: “Todos deberíamos aprender a ahorrar desde pequeños”, dos tercios la suscriben “totalmente”; sumados a los que se declaran “bastante de acuerdo”, representan a casi el 95% de todos los encuestados (gráfico 3). El dato deja pocas dudas sobre el elevado valor que se concede al ahorro como objetivo financiero, y la importancia que se atribuye a su enseñanza desde la infancia.


Por otra parte, el hecho de que dos tercios de los encuestados (65%) consulten sus cuentas más de una vez por semana (la mitad de ellos, “todos o casi todos los días”) denota un hábito de acceso a servicios bancarios y un interés claro en el seguimiento de las propias finanzas. Cuando esta misma pregunta se formuló en la Encuesta Funcas 2018 sobre cultura financiera, la proporción de quienes declaraban consultar sus cuentas varias veces por semana no llegaba a la mitad (47%), y la de quienes lo hacían a diario o casi todos días rondaba una quinta parte (21%) (gráfico 4). Por tanto, en estos últimos cinco años ha aumentado la frecuencia de estas consultas, a lo que muy probablemente han contribuido los avances en la digitalización de la banca y la facilitación del acceso a sus servicios. También es probable que el cambio en el entorno económico haya impulsado esta rutinización de las consultas bancarias: en 2018, la economía española se hallaba en una fase expansiva, con una inflación inferior al 2%, mientras que, en 2023 –tras las sucesivas crisis globales provocadas por la pandemia, la escasez de suministros y la guerra en Ucrania, y con una inflación que ha alcanzado niveles inéditos desde principios de los años ochenta del pasado siglo–, la situación económica que afrontan los hogares es más problemática e inestable. De hecho, a la pregunta sobre si “desde que han aumentado los precios con la inflación” consultan más los movimientos bancarios, un tercio de los encuestados (33%) contesta afirmativamente (gráfico 5).


El Día de la Educación Financiera, que se celebra hoy, 2 de octubre, brinda una buena oportunidad para analizar datos como estos y reflexionar sobre las preguntas que suscitan. En el debate sobre la educación financiera se ha reivindicado, con buen criterio, la necesidad de evaluar el impacto de los programas que se han implementado, con el fin de cribar las iniciativas más eficaces y optimizar la eficiencia de las que se lancen en el futuro. Pero, ¿y si el problema de la eficacia de la educación financiera no reside tanto en los contenidos de la oferta educativa que tantas instituciones están poniendo a disposición de los ciudadanos, cuanto en las mentes de estos, en unos casos (más frecuentes entre hombres y personas mayores), por exceso de confianza en su disposición de conocimientos, y en otros (más frecuentes entre mujeres y jóvenes), por falta de confianza en la propia capacidad de entenderlos?  

El reto de la educación financiera también consiste en contrarrestar estos sesgos cognitivos, con el fin de atraer hacia ella a segmentos de la población a los que hasta ahora no ha conseguido llegar. Quizá cabría empezar trasladando a la sociedad —y, en particular, a los jóvenes y las mujeres— el mensaje de que los conocimientos necesarios para incrementar la calidad de nuestras decisiones financieras no constituyen un arcano solo accesible a expertos versados en cálculos y operaciones matemáticas; y que comprender y sacar provecho de tales conocimientos aplicados, tan importantes para el bienestar personal y familiar, se encuentra al alcance de quien esté dispuesto a dedicar atención y algo de tiempo a conseguirlos.  


Otros resultados de la Encuesta Funcas sobre cultura financiera

  • Solo un 6% de los encuestados afirma no controlar sus gastos mensuales, lo que representa una décima parte de quienes contestan que los controlan “de forma aproximada” (64%), y una quinta parte de quienes declaran controlarlos “de manera bastante estricta” (30%). A medida que aumenta el nivel formativo y el nivel de ingresos del hogar, decrecen los porcentajes de encuestados que efectúan un control estricto de sus gastos (38% de los encuestados con ingresos del hogar de hasta 1.800 euros; 29%, con ingresos entre 1.800 y 3.300 euros; y 20%, con ingresos por encima de 3.300 euros). Entre los encuestados parados, el porcentaje de quienes controlan sus gastos estrictamente se aproxima al 40%.
  • A algo más de la mitad de los encuestados que afirman no controlar de manera estricta sus gastos (53%) les gustaría llevar un mayor control de su gestión, opinión que expresan con mayor frecuencia las mujeres (58%), sobre todo, las menores de 40 años (65%). Un tercio de estas últimas (32%) reconoce no controlar más estrictamente sus gastos “porque no sabe cómo hacerlo”, si bien proporciones similares aluden a la “pereza” (31%) y a la “falta de tiempo” (26%).
  • Cuatro de cada cinco encuestados (39%) comprueban con “mucha” o “bastante” frecuencia que, al final de mes, han gastado más de lo que disponían (en 2018 esa misma respuesta la daba el 24% de los encuestados). Esta situación de “no llegar a fin de mes” la afrontan con más frecuencia las mujeres (41%) que los hombres (36%), y también quienes cuentan entre 35 y 54 años (41-42%) y presumiblemente soportan más cargas familiares.
  • Un 56% de los encuestados declara que no suele encontrarse en la situación de terminar el mes habiendo gastado más de lo que tenía disponible (porcentaje que entre los encuestados con ingresos del hogar por debajo de 1.000 euros cae hasta el 29%). Quienes sí se encuentran eventualmente en esa situación, afirman recurrir antes a ahorros propios (59%) que a la tarjeta de crédito (28%) o a la solicitud de préstamos a personas cercanas (13%).
  • Dos de cada tres encuestados (67%) piensan que “solo se puede ahorrar cuando se dispone de unos ingresos altos”. Un 22% suscribe este parecer “totalmente”, y un 45% expresa estar “bastante de acuerdo” con él.

Ficha técnica de la Encuesta Funcas 2023 de cultura financiera


• ÁMBITO: territorio nacional peninsular e insular.


• UNIVERSO: personas de entre 18 y 64 años.


• TAMAÑO MUESTRAL: 1.503 entrevistas.


• TÉCNICA DE ENTREVISTA: entrevista online a través de Emop (panel online de Imop).


• SELECCIÓN DE LA MUESTRA: selección aleatoria entre los panelistas de Emop que cumplan las características definidas para la investigación.


• TRABAJO DE CAMPO: del 6 al 19 de septiembre 2023.


• MARGEN DE ERROR DE MUESTREO: ±2,6 para p=q=50% y un nivel de significación del 95% para el conjunto de la muestra.


• MÉTODO DE PONDERACIÓN: Los datos se ponderaron por las variables: sexo x edad (2 x 10 grupos); comunidad autónoma (7 grupos); tamaño de municipio (4 grupos); nivel de estudios (3 grupos).


• INSTITUTO RESPONSABLE DEL TRABAJO DE CAMPO: IMOP INSIGHTS, S.A.

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La importancia de las madres en la socialización financiera

Los jóvenes españoles se consideran mayoritariamente ahorradores. Así se desprende de la Encuesta de Educación Financiera Funcas 2022 (a partir de ahora: EEF-Funcas2022), realizada online entre el 12 y el 26 de septiembre de este año sobre una muestra de 1.200 personas residentes en España de edades comprendidas entre 18 y 29 años[1]. Cuando a estos jóvenes se les pide que, utilizando una escala de 0 (nada) a 10 (mucho), valoren en qué medida el adjetivo “ahorrador/a” define su carácter, la media de sus respuestas se sitúa en 7,1. Esta cifra es más alta que las que arrojan las respuestas a las preguntas referidas a los siguientes adjetivos: “ordenado/a” (6,8), “estudioso/a” (6,7), “extrovertido/a” (5,7) y “caprichoso/a” (4,8). La influencia de la variable “sexo de los entrevistados” se observa, en mayor o menor medida, en la autovaloración respecto a todos los calificativos, salvo el de “ahorrador/a”. Ellas se consideran bastante más estudiosas que ellos, y también algo más ordenadas y caprichosas, pero en cuestión de proclividad al ahorro sus autopercepciones coinciden (Gráfico 1). 


¿Pero realmente son ahorradores los jóvenes españoles? La EEF-Funcas2022 ofrece algunos indicios para responder esta pregunta. Por lo pronto, un 49% de los entrevistados afirma tener hucha física, porcentaje que entre los de 18 a 24 años sube hasta el 57% (entre los de 25 a 29 cae al 38%). Los jóvenes que estudian (exclusivamente o compatibilizando estudio y trabajo), así como también los que viven con ambos progenitores, son los que en mayor proporción cuentan con una hucha (Gráfico 2). 


Nueve de cada diez jóvenes encuestados (89%) poseen al menos una cuenta bancaria y alguna tarjeta física. En un entorno en el que prevalece la preferencia por evitar el efectivo como medio de pago, aproximadamente tres de cada diez jóvenes de 18 a 24 (29%) con tarjeta bancaria propia afirman preferir pagar las compras con dinero, coincidiendo con el porcentaje de quienes prefieren pagar con el móvil, pero la mayoría de ellos (42%) se inclina por el uso de la tarjeta (sobre todo, de débito, mucho más extendida que la tarjeta de crédito en este grupo de población). La “huida del efectivo” aún es más evidente entre los jóvenes de 24 a 29 años, y especialmente entre las mujeres en ese grupo de edad (Gráfico 3). 


Puesto que casi todos los entrevistados (94%) tienen cuentas corrientes de titularidad propia o compartida, parece lógico pensar que ellas constituyan, también entre los jóvenes, el principal dispositivo de recepción de ingresos y de acceso al dinero (Gráfico 4). Y a juzgar por sus respuestas, no son cuentas “aparcadas” cuyos movimientos se ignoran: nueve de cada diez jóvenes titulares de una cuenta dicen conocer cuánto dinero tienen en ella, y entre los entrevistados que estudian, también nueve de cada diez declaran encargarse personalmente de la gestión habitual de sus cuentas (a los entrevistados que trabajan se les supone esta práctica, por lo que la EEF-Funcas2022 no pregunta por ella). Constituyen también una amplia mayoría los entrevistados que niegan tener un fin concreto para el dinero acumulado en sus cuentas. Antes bien, prevén utilizarlo según las contingencias, es decir, “para pagar gastos o necesidades que vayan surgiendo”, si bien las mujeres y los entrevistados que trabajan (exclusivamente o compatibilizándolo con los estudios) afirman con mayor frecuencia perseguir objetivos concretos con el dinero de que disponen en sus cuentas (Gráfico 5). 


El dinero con el que cuentan los jóvenes que estudian y no obtienen ingresos del trabajo proviene de diferentes fuentes. Es poco habitual que perciban dinero por llevar a cabo determinadas tareas domésticas o familiares, o por obtener buenos resultados en los estudios; llama, no obstante, la atención que los entrevistados varones extraigan, en mayor medida que las entrevistadas, ingresos por ambos conceptos (Gráfico 6). Más frecuente, pero también minoritaria, es la percepción de una paga periódica. Menos de la mitad de los jóvenes que se dedican exclusivamente a estudiar reciben una paga, bien semanal  (15%), bien mensual (27%). (Gráfico 7). Cabe destacar que a casi la mitad de los entrevistados que estudian (como actividad exclusiva o compartida con algún empleo) y no reciben una paga (46%) les gustaría recibirla. Mientras las “pagas por méritos” (tareas domésticas/familiares o buenas calificaciones) y las “pagas periódicas” no se hallan muy extendidas, sí lo están las “pagas extraordinarias”, que los jóvenes perciben por sus aniversarios o en fechas señaladas. El 50% de las entrevistadas y el 39% de los entrevistados afirman recoger dinero en tales ocasiones “siempre/casi siempre”, y más de un tercio de ellas y de ellos reconoce recibirlo “algunas veces” (Gráfico 8).


La mejor aproximación a la intensidad de ahorro de los jóvenes la ofrece una pregunta en la que se solicita a los entrevistados que trabajan y a los que reciben una paga periódica que indiquen la proporción aproximada de su salario/asignación que ahorran. El 48% de los que trabajan contesta que ahorra la mitad o más. Algo más bajo (42%) es el porcentaje de los entrevistados no perceptores de salario que dicen ahorrar al menos la mitad de su paga. En cambio, los que confiesan no ahorrar nada de su salario o de su paga se sitúan alrededor del 6-7%.  La composición del hogar marca diferencias importantes a este respecto. El 60% de los jóvenes que viven con sus progenitores afirma ahorrar la mitad o más de su salario/paga, proporción que dobla holgadamente a la de quienes viven en un hogar sin ninguno de sus progenitores (28%). La encuesta confirma que vivir en el hogar familiar facilita el ahorro de los hijos (Gráfico 9). 


Pero la convivencia con los progenitores no solo posibilita más el ahorro, sino también procura un espacio de aprendizaje de experiencias, actitudes y hábitos en relación con el uso y la administración del dinero. De hecho, el 78% de las encuestadas y el 70% de los encuestados se refieren a la familia como la institución que más les ha enseñado “en cuestiones relacionadas con el manejo del dinero” (Gráfico 10). A la escuela le conceden los entrevistados mucha menos importancia como fuente de aprendizajes financieros. De hecho, el 77% niega haber tratado “alguna vez, en clase”, con los profesores, cuestiones concernientes a la gestión del dinero propio. Y entre los que afirman haberlo hecho (23%), más de la mitad (61%) considera que el tiempo dedicado en clase a esos temas ha sido escaso. 

En esta apreciación de la familia como agente principal de socialización financiera destacan, además de las entrevistadas, quienes viven con ambos progenitores (78%), así como también quienes se consideran muy estudiosos (81%) o perciben su futuro con optimismo (80%). Es significativo que la segunda respuesta más frecuente a la pregunta sobre quién les ha proporcionado más saberes de carácter financiero sea “nadie”: una sexta parte de los entrevistados (17%) opina que nadie le ha proporcionado enseñanzas sobre cómo gastar y ahorrar, opinión más frecuente entre los varones (20%) que entre las mujeres (14%).


Dentro de las familias, las madres cobran especial protagonismo en materia de educación financiera. Así se infiere de los resultados a una pregunta en la que se requiere de los entrevistados que identifiquen a la persona que, en asuntos relacionados con la gestión de dinero, representa para ellos “un ejemplo a seguir”. La respuesta más frecuente es “mi madre” (38%), con un porcentaje notablemente por encima de la referida al padre (25%) o a los abuelos (7%). La referencia a la madre es la más frecuente tanto entre las entrevistadas como entre los entrevistados, si bien alcanza un porcentaje más alto en el primer caso (42%) (Gráfico 11). 


La madre aparece también como la respuesta más citada cuando los entrevistados han de señalar a quién pedirían consejo sobre lo que hacer si recibieran “de manera imprevista una cantidad relevante de dinero, más de 3.000 euros”. La respuesta más frecuente es “a mi madre” (40%), si bien la ventaja respecto a la respuesta “a mi padre” es muy pequeña. Entre las entrevistadas (sobre todo, las que cuentan entre 18 y 24 años) la referencia a la madre es más destacable que entre los entrevistados, cuya respuesta más frecuente es “nadie”  (Gráfico 12). 

En síntesis, de acuerdo con los resultados de la EEF-Funcas 2022, los jóvenes  españoles se consideran más ahorradores que estudiosos y ordenados, incluso que extrovertidos. Casi todos tienen cuentas bancarias propias, de cuyos movimientos están al tanto. Pero pocos guardan en ellas dinero para fines específicos; la mayoría lo hace para lo que cabría denominar “consumos contingentes”. Parece, por tanto, que aunque no planifican sus finanzas, sí les gusta ahorrar. Asimismo piensan que lo que saben sobre el manejo del dinero lo han aprendido de su familia, en particular, de sus madres y padres, a quienes tienen mayoritariamente como referencia en asuntos relacionados con la economía y las finanzas, y a quienes muchos pedirían consejo en circunstancias tales como las de recibir inesperadamente una suma importante de dinero. Y es a las madres, en particular, a quienes destacan como figuras clave en estas cuestiones. 

Sirva como conclusión de este breve análisis de la EEF-Funcas2022 el último párrafo de uno de los artículos publicados en el número 35 de Panorama Social, monográfico recientemente publicado bajo el título “La educación financiera en España: balance y perspectivas”: 

Los programas de educación financiera que no tienen suficientemente en cuenta la importancia y el valor específico de la familia como espacio de aprendizaje corren el riesgo de desperdiciar esfuerzos formativos. Las madres y los padres deberían ser destinatarios preferentes de tales programas, reconociéndoles, en primer lugar, su protagonismo en la socialización financiera, tratando de mejorar sus competencias en esta materia y enseñándoles a ponerlas en práctica. Los centros educativos podrían convertirse en instituciones intermediarias fundamentales en este proceso (por ejemplo, a través de las Escuelas de Padres y Madres, con las que muchos de ellos ya cuentan para diversos fines) y contribuir así más eficazmente que en la actualidad a la educación financiera de la sociedad.[1]



[1] La comprobación de discrepancias sustanciales en las pautas de respuesta entre los entrevistados de nacionalidad (única) española y el resto de entrevistados ha aconsejado limitar el análisis aquí presentado a los primeros. La muestra sobre la que se hacen afirmaciones se refiere, por tanto, a los 1.108 entrevistados de nacionalidad (única) española. 

[2] Chuliá, E., Garrido, L. y Miyar, M. (2022). Familia y socialización financiera: una aproximación empírica al caso español, Panorama Social 35, 137-154.

Más resultados de la Encuesta de Educación Financiera Funcas

(EEF-Funcas 2022)

Percepción del futuro: más optimistas que pesimistas

  • El 55% de los entrevistados (18-29 años) ven su “futuro en el corto y medio plazo (5-10 años)” con optimismo, triplicando la proporción de quienes lo ven con pesimismo (un 28% opta por la respuesta “ni con optimismo ni con pesimismo”).
  • Un 50% de los entrevistados de 18 a 24 años y un 54% de los entrevistados de 25 a 29 años afirman que “en un futuro más o menos próximo” se imaginan “formando una familia propia, con hijos”. A la gran mayoría de los que cuentan entre 18 y 24 años (85%) le gustaría formar esa familia antes de los 31 años; y a casi todos (96%) de los que tienen entre 25 y 29 años, antes de los 35 años. Creen, sin embargo, que, “siendo realistas”, podrán formarla más tarde de lo que desean.

Criptomonedas: más fama que inversión 

  • Un 91% de los entrevistados (18-29 años) ha oído hablar de las criptomonedas. De ellos, un 12% afirma haber invertido algún dinero en este medio digital de intercambio. 
  • Entre quienes han invertido en criptomonedas, siete de cada diez (71%) han dedicado a ello menos de 501 euros. Aproximadamente una quinta parte (22%) afirma haber invertido entre 501 y 1.000 euros, y el resto (7%) ha invertido más de 1.000, pero menos de 3.000 euros. 
  • El 61% de quienes no han invertido en criptomonedas conoce “personalmente” a alguien que sí lo ha hecho, pero solo el 14% de ellos afirma que si tuviera la posibilidad de “invertir algún dinero en criptomonedas”, lo haría.

Uso de medios de pago: el éxito de las aplicaciones móviles

  • El uso de medios de pago electrónicos se ha impuesto entre la juventud española: además de la preferencia por la tarjeta y el abono de compras mediante el móvil  (véase arriba), el 90% de los entrevistados que dispone de cuenta bancaria afirma utilizar Bizum o alguna aplicación similar proveedora de servicios de pago.
  • Cuatro de cada diez entrevistados (40%) utilizan Bizum más de cinco veces al mes y casi dos de cada cinco (18%) lo hace más de diez veces.

Anexo: Encuesta de Educación Financiera Funcas 2022 (EEF-Funcas2022): datos descriptivos de la muestra.

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A vueltas con las pensiones

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No hay espacio político ni políticos con espacio para plantearse qué puede ser de España en cinco o diez años. Pasarán las inclemencias de la covid-19 y habrá que lidiar con las consecuencias. No obstante, a la vuelta de esa página, probablemente estaremos de frente con problemas parecidos a los actuales: sin adaptar el sistema educativo y de ciencia a la realidad económica, sin un modelo energético claro y sin sostenibilidad para muchos servicios públicos. Una de las tareas pendientes más acuciantes es una estrategia creíble para la sostenibilidad de las pensiones. El debate es ya eterno, como lo es la inacción. Ahora se ha retomado una vez que ha trascendido la posibilidad de que el Gobierno elimine algunos de los incentivos fiscales a los planes privados, siguiendo las recomendaciones de un informe de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF).

«Avanzamos hacia una situación en la que hacia 2050 habrá prácticamente un trabajador por cada pensionista ¿Les decimos a los que tienen ahora que tirar del carro que no se divisan pensiones dignas para ellos o hacemos algo?».

Santiago Carbó

Políticamente, parece que cuesta mucho decir “las pensiones no son sostenibles”. Sin embargo, esa es la verdad de los números. El Banco de España daba un dato aplastante recientemente: cada jubilado recibe en promedio 1,74 euros de pensión por cada euro que aporta. Conviene recordar que siempre se recibe más, que el sistema se basa en la solidaridad intergeneracional. Esto solo es posible cuando hay más trabajadores que jubilados y los primeros pueden cubrir lo que precisan los segundos. Sin embargo, avanzamos hacia una situación en la que hacia 2050 habrá prácticamente un trabajador por cada pensionista ¿Les decimos a los que tienen ahora que tirar del carro que no se divisan pensiones dignas para ellos o hacemos algo?

Tomando la fiscalidad como punto de partida, considero que no es que no haya que eliminar las desgravaciones, sino que cualquier incentivo es poco para un sistema que ha activado hace tiempo todas las alertas. Hay una insuficiencia crónica y grave. El informe de la AIReF es concienzudo, pero basa su crítica a la desgravación en una supuesta regresividad de las desgravaciones de los planes de pensiones privados individuales. Asume que solo favorecen a los ricos. Muchos ciudadanos de renta media no estarán muy de acuerdo. La cuestión clave es que el beneficio fiscal no es tal, es más bien un “no me pagues hoy y ya me pagarás mañana” porque cuando se cobra la prestación en la jubilación, se pasa por caja. Fomentar solamente los llamados planes de pensiones de empleo (que promueven las empresas e instituciones públicas) será seguramente insuficiente en un país con tantas pequeñas empresas y tanta disfuncionalidad del mercado laboral (desempleo, temporalidad, rigideces). El problema de la sostenibilidad es tan profundo que hace falta incentivar todas las modalidades de planes de pensiones privados.

Y todo ello, en un contexto en el que la educación financiera –cuyo día se celebró este lunes– debe potenciarse aún más. Es necesario informar, como se prometió, a cada ciudadano de qué pensión recibiría con las condiciones de hoy, para poder tomar mejores decisiones sobre el ahorro para el futuro. El incentivo más barato y más efectivo es informar. Conocer el drama para reaccionar ante él.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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