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Dependencias reales y financieras

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Hace dos domingos en estas mismas páginas escribía sobre los momentos de tensión que estaba (y que aún está experimentando) el dólar y los activos denominados en esa divisa. El anuncio de los aranceles de hace algo más de un mes por parte de la Administración Trump han desencadenado efectos negativos en el comercio global, la macroeconomía y los mercados financieros. Y Estados Unidos ha sufrido los correctivos más importantes en el ámbito financiero desde principios de abril, que se han ido moderando en las últimas semanas, conforme se han suavizado las posiciones iniciales sobre las tarifas a las importaciones. Asimismo, en el ámbito de la economía real se ha percibido en estas semanas las dificultades de la economía norteamericana para romper o al menos desvincularse parcialmente de unas cadenas de suministro, muy dominadas por China. Sin duda, ha sido uno de los factores principales que explica que hasta ahora la principal víctima de los aranceles es el país que lo inició todo. Es probable que la administración Trump aspiraba a esa mucha menor dependencia comercial más a medio y largo plazo. Sin embargo, los vértigos del corto plazo han hecho mella en las perspectivas macroeconómicas y, quien sabe, hasta qué punto modificará la hoja de ruta arancelaria prevista en Estados Unidos. Las interrelaciones globales importan tanto para bien y para mal.

En cuanto a las interconexiones financieras y a pesar de las tensiones sobre los treasuries, estamos muy lejos de que el resto del mundo pueda desvincularse del mercado de bonos estadounidense. Por supuesto, los inversores tienen flexibilidad para reajustar sus carteras y disminuir su exposición al dólar y sus activos, pero no existen ni mercados ni divisa alguna con dimensión parecida para reemplazarlos significativamente. Una posibilidad hipotética sería el euro. Sin embargo, no existe un verdadero bono común (eurobono) en Europa. La oferta de deuda soberana “sin riesgo” de su principal economía, Alemania es limitada, sobre todo a corto plazo. Y esta semana se pudo ver que el futuro político en Alemania y en Europa sigue incierto, por lo accidentado de la elección del canciller Friedrich Merz. Y eso afecta al euro, que además desde su creación nunca tuvo como objetivo principal la atracción de capitales. Por otro lado, ni Reino Unido, Canadá o Suiza, con divisas estables y solventes, son alternativas por el tamaño comparativamente reducido de sus mercados. Tampoco China ni otros gigantes como India o Brasil tienen mercados financieros funcionales. Por ello, esta dependencia financiera del resto del mundo de los activos de EE. UU. juega a favor de la hoja de ruta disruptiva de la Administración Trump. La economía real va más lenta de lo esperado en ese proceso de cambio al supuesto nuevo orden. Sin embargo, la gran dependencia financiera —también tecnológica— del resto del mundo actúa a favor de Estados Unidos. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Aranceles vs reindustrialización

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Los flujos internacionales de
comercio e inversión constituyen una red de una enorme complejidad, formada por
infinidad de nodos interrelacionados entre sí, de tal modo que un cambio
estructural en este “ecosistema” desencadenará una
sucesión impredecible de efectos
, con implicaciones en otras variables como
los tipos de cambio, tipos de interés, etc. El resultado final de todo ello es incierto,
pero sí se pueden anticipar algunas implicaciones generales.

Hay que partir de una idea
fundamental, y es que, gracias al contexto de libre comercio que –más o menos–
ha predominado en las últimas décadas –con todos los matices que se quiera–, el
diseño actual de las cadenas globales de producción es la más eficiente de
entre todas las posibles. Es decir, cada etapa de la cadena productiva se ha
localizado en aquellos lugares que, o bien están muy especializados en esa
tarea concreta –por ejemplo, procesos de gran contenido tecnológico o
intensivos en conocimiento–, o bien en aquellos lugares que son capaces de
realizarla de forma más barata –es el caso de actividades más rutinarias e
intensivas en mano de obra–. El perfeccionamiento continuo de este modelo a lo
largo de las décadas ha dado lugar a un sistema hipereficiente, capaz de
producir bienes y servicios al menor coste posible y con las mejores
prestaciones posibles. Cualquier otro diseño de la cadena productiva será, por
definición, más ineficiente y caro que el actual, porque si fuera más eficiente,
sería el que se habría implantado.

La entrada en efecto de los aranceles supondrá un empobrecimiento general: compraremos bienes más caros y peores que los actuales.

María Jesús Fernández

Los aranceles anunciados por
Trump, incluso si no entran en efecto los denominados “aranceles recíprocos”, supondrán
un cambio de paradigma, que obligará a reorganizar estas cadenas globales, y,
por tanto, a adoptar un sistema necesariamente más ineficiente que el actual.
Es decir, todos nos habremos empobrecido, porque los bienes que compraremos
serán más caros, y en muchos casos, con peores prestaciones, que los actuales. El
daño sobre cada área económica dependerá del modelo de relaciones comerciales
que finalmente se establezca. Existen
varios escenarios posibles
, que irían desde el aislamiento, en mayor o
menor grado, de la economía norteamericana y el mantenimiento de unas
relaciones comerciales más o menos libres entre el resto de países, a un mundo organizado
en bloques con relaciones limitadas entre sí.

Si empresas europeas o chinas trasladasen parte de su producción a suelo estadounidense, la pérdida de eficiencia, los aranceles y las pérdidas de economías de escala harían que sus bienes fueran más caros en el mercado interno y menos competitivos internacionalmente

María Jesús Fernández

En cuanto a las consecuencias
sobre lo que más le importa a Trump, que es la “reindustrialización” de su
país, es cierto que algunas empresas europeas o chinas, para las que el mercado
estadounidense sea muy relevante, pueden trasladar a suelo norteamericano la
producción destinada a ese mercado. Pero esto supondrá un encarecimiento de sus
productos, en primer lugar, por el motivo señalado al principio –será una
organización productiva menos eficiente que la actual–; en segundo lugar, porque
los inputs que utilicen estarán gravados por aranceles elevados; y en tercer
lugar por la pérdida de economías de escala que supone la división de la
producción para atender diferentes mercados. Además, a las empresas instaladas
en suelo norteamericano les será más difícil acceder a ciertos componentes –por
ejemplo, de alta tecnología– fabricados en lugares muy especializados, y
prácticamente imposibles de replicar, lo que afectará a la calidad y
prestaciones de sus productos. Los bienes norteamericanos serán más caros en el
mercado interno y menos competitivos internacionalmente.

Esto acarreará dos consecuencias,
contrarias al objetivo del presidente. Una, que muchas mercancías europeas serán
ahora más competitivas en comparación con las norteamericanas, lo que
favorecería a la industria europea, y reduciría la actividad al otro lado del
Atlántico. La otra, que algunas empresas estadounidenses, para las que el
mercado exterior suponga una parte importante de su volumen de negocio, decidan
trasladar la producción fuera de su país para poder seguir compitiendo y
vendiendo en el exterior. Cabe esperar que el efecto “desindustrializador” sea
de mayor magnitud que el efecto “reindustrializador”, ya que, al fin y al cabo,
para la mayoría de empresas exportadoras del mundo, EE. UU. es solo un mercado
más, mientras que, para las estadounidenses, se dificulta el acceso a todo el
resto del mundo.

En definitiva, habrá sectores
beneficiados y perjudicados, tanto a un lado como a otro del Atlántico, pero el
resultado neto global será un empobrecimiento para todos, y especialmente para
EE. UU.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Metros2.

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La incertidumbre global continúa pesando en la macroeconomía y las finanzas

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Para muchos es un gran alivio que haya concluido el mes de abril. Los riesgos económicos y financieros se exacerbaron a escala global y a escala local vivimos algunos inesperados y desagradables como el gran apagón. Mayo parece traer moderación, aunque la coyuntura dista mucho de ser estable, tanto por la amenaza de recesión latente en varias economías occidentales como por los riesgos financieros derivados de las tensiones sobre el dólar y los bonos soberanos de Estados Unidos. Sin duda, el foco principal de las sacudidas a la economía global fueron los anuncios de aranceles por parte de EE. UU. el pasado 2 de abril. Tras una fase de máxima tensión, la administración Trump ha empleado un tono más conciliador respecto a China y a otros socios comerciales como la Unión Europea. 

Está por ver si este tono logrará devolver a la economía mundial una notablemente menor incertidumbre. Sin embargo, la evolución de la guerra comercial con el gigante asiático será determinante. En lugar del plan inicial, se piensa en un esquema donde China enfrentaría tarifas sustancialmente por debajo del 100%, y el resto del mundo pagaría un arancel universal del 10%. Aunque esto es mejor noticia y reduce el riesgo inmediato de disrupciones severas, el esquema tarifario aún se mantiene más elevado que hace meses, lo que impactará negativamente el comercio y el crecimiento económico global. Además, todavía no se han anunciado acuerdos concretos con los países, aunque se sabe que se está negociando, lo que incrementa las dudas sobre la estructura arancelaria futura. 

A pesar de que la moderación de las amenazas arancelarias ha tranquilizado a los mercados, la elevada incertidumbre sigue pesando sobre gran parte de la inversión productiva, que como mínimo se ha pospuesto sine die, afectando a la actividad económica y al empleo, e incidiendo también en el mercado de bonos (treasuries) y en la confianza en el dólar como divisa y base de activos financieros. La parálisis en las decisiones de inversión empresarial y el deterioro de la confianza del consumidor están comenzando a reflejarse en los indicadores de actividad, en especial en Estados Unidos y en Europa. Se espera que el crecimiento del PIB para el primer trimestre de 2025 se desacelere notablemente. En la zona euro, la situación es igualmente delicada, mostrando señales de estancamiento, con los índices PMI cayendo a niveles apenas superiores al umbral de expansión. Mientras tanto, la inflación sigue descendiendo, favorecida por la caída de los precios energéticos, lo que supone un pequeño alivio. Este entorno global debilitado retroalimenta los efectos negativos sobre la inversión, algo que probablemente se mantenga en todo 2025. 

En el ámbito financiero, las fuertes turbulencias en los mercados de principios de abril se han calmado en parte. La renta variable se ha recuperado, pero la volatilidad en las Bolsas de valores será la tónica de los próximos meses, mientras la incertidumbre y las sombrías previsiones económicas se mantengan. La combinación de tensiones comerciales persistentes, alta incertidumbre geopolítica y debilitamiento de la demanda interna en buena parte del mundo apunta a que la economía global continuará navegando en aguas turbulentas, riesgos que se trasladan a las finanzas con rapidez. Por ello, el mercado de bonos seguirá siendo fuente de preocupación, probablemente más que la renta variable. Continúan las dudas pese a haberse superado el episodio crítico del mercado estadounidense de treasuries del 9 de abril, factor que llevó a la administración Trump a retroceder parcialmente y a llamar a la negociación en la guerra arancelaria. La situación fiscal de EE. UU. ha desanimado a los inversores a tomar posiciones en dólares y activos vinculados. 

Esa demanda mermada y las disfuncionalidades graves en ese mercado de bonos pueden suponer problemas en el futuro próximo, que podrían requerir una intervención contundente de la Reserva Federal. Una de las principales disfuncionalidades es el elevado peso de los hedge funds, con un uso intenso de derivados sobre esos bonos y compras muy “apalancadas” (es decir, acometidas con crédito), muy sensibles a shocks externos como el arancelario, que salieron a la luz y generaron los temblores financieros del 9 de abril y días anteriores. Si persistieran los problemas, la Fed probablemente tendría que actuar no solo para aliviar tensiones con una especie de “rescate” dando liquidez al mercado, sino también para reformar y regular su funcionamiento. 

¿Qué cabe esperar en materia de tipos de interés en este contexto tan complejo? El Banco Central Europeo, que ya había cambiado su posición hacia una política más acomodaticia, probablemente ahora esté presionado para actuar con mayor contundencia, tal como hizo con la baja de tipos del pasado Jueves Santo. Algunos analistas pronostican que el BCE reducirá progresivamente los tipos hasta el 1,5 o incluso el 1,25% para otoño, en respuesta a un crecimiento más débil y a una inflación atenuada. La prioridad parece ser responder de manera flexible a los riesgos macroeconómicos. Por su parte, la Fed, a pesar de presiones políticas para una reducción más agresiva, por ahora proyecta únicamente dos recortes adicionales de 25 puntos básicos cada uno para este año, situando los tipos en torno al 3,75-4%. Parece reflejar la intención de equilibrar el crecimiento económico con la estabilidad de precios, evitando medidas que puedan exacerbar las presiones inflacionarias o desestabilizar los mercados financieros. Todo ello traerá una renovada divergencia monetaria entre la zona euro y EE. UU., con sus consiguientes riesgos para los mercados. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El seísmo Trump y sus réplicas en España

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Además de imponer aranceles, de por sí nefastos para el comercio internacional, la política económica de Trump ha desatado un shock financiero de gran envergadura. Las conexiones financieras entre ambos lados del Atlántico son todavía más estrechas que las comerciales, por la centralidad del dólar y el peso del mercado norteamericano.  

El volumen de inversiones españolas en EE. UU. equivale al 14,7% de nuestro PIB (sumando la posición de inversión directa en el tejido productivo norteamericano, y la inversión en cartera, que incluye los bonos, acciones y otros activos financieros, a la excepción de las reservas de cambio). Esto es doce veces más de lo que exportamos cada año a EE. UU. En el caso de Alemania y Francia, la presencia inversora en EE. UU. es aún más intensa, incluso incrementándose en el último lustro. 


Es decir, EE. UU. ha logrado atraer buena parte del ahorro generado por las familias y las empresas europeas, algo que podría salirnos caro: ante unos vínculos financieros de semejante magnitud, el seísmo desatado por las políticas del presidente republicano está provocando fuertes réplicas en el Viejo Continente. Más allá del impacto directo del alza de aranceles sobre nuestras exportaciones, el espectro de la recesión –o al menos de un fuerte frenazo– que se cierne sobre la principal potencia mundial pesa sobre las expectativas de dividendos de los inversores. 

Además, miembros destacados de la nueva Administración –y en ocasiones el propio Trump-– consideran que la reindustrialización de EE. UU. pasa por una fuerte depreciación del dólar frente a las monedas de los principales competidores. Desde el regreso de Trump, la divisa norteamericana ha perdido el 10% de su valor en relación al euro. Así pues, tanto las empresas como los particulares con intereses en EE. UU., se enfrentarían a una doble pena: la que provoca el recorte anticipado de sus beneficios como consecuencia del parón económico; y la minusvalía que procede de la depreciación del valor en euros de sus inversiones. 

También surgen dudas acerca de la sostenibilidad presupuestaria, ante los fuertes recortes de impuestos anunciados por Trump y la alusión a una hipotética restructuración de la deuda. Se trataría de forzar vencimientos más largos de los bonos en circulación, para así aligerar las cargas financieras a que se enfrenta el Tesoro norteamericano en los próximos años. 

En todo caso, la acumulación de pasivos, junto con el riesgo de estanflación, han contribuido al nerviosismo de muchos inversores que han optado por vender precipitadamente títulos de deuda. El resultado es un repunte de la rentabilidad exigida por los mercados para su compra de bonos: hoy por hoy, la cotización del bono de referencia alcanza el 4,4%, frente al 2,6% de su homólogo alemán y el 3,3% del español. Y todo apunta al mantenimiento de un diferencial elevado, o prima de riesgo, por un periodo prolongado.

Es el momento de reducir la dependencia financiera frente al dólar, fortaleciendo la atractividad del euro. Además de ser la principal moneda de reserva de los bancos centrales (representando un 60% del total), el dólar también goza de una posición dominante tanto en el sistema de pagos como en las emisiones internacionales de deuda. La aceleración de la unión de capitales, el lanzamiento del euro digital y la creación de un verdadero mercado de deuda europea serían pasos importantes. A ello se añade un entorno estable marcado por el Estado de derecho y una relativa cohesión social, activos cada vez más preciados.     

En lo inmediato, sin embargo, Wall Street sigue siendo el epicentro del ciclo financiero mundial. Un ciclo que ahora genera incertidumbres para la inversión productiva, agravando los efectos del proteccionismo sobre las exportaciones. La economía española, aunque menos expuesta que otros países de nuestro entorno, no se librará de un seísmo anunciado.   

INVERSIÓN | EE. UU. es el principal destino no comunitario de las inversiones españolas en el exterior. En 2024, la posición de inversión financiera en ese país ascendió a 116.800 millones de euros (sumando el valor de los bonos, acciones y otros activos financieros en cartera del sector privado español). Esto es más de la mitad del total de inversiones españolas en cartera realizadas fuera de la Unión Europea. La inversión no financiera en EE UU alcanzó un volumen similar (117.800 millones), lo que equivale al 21% del total de inversión directa española acometida fuera de la UE.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Bifurcación de caminos de los bancos centrales y aranceles al alza: un ‘mix’ inconsistente

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La semana pasada, el Banco Central Europeo volvió a bajar los tipos de interés un 0,25%, mientras la Reserva Federal de Estados Unidos los dejó inalterados, indicando que no los tocará en un tiempo. El mercado de futuros apunta a que no será hasta septiembre cuando la Fed vuelva a disminuir los tipos. Antes de la semana pasada se esperaba que fuera en julio.

Señales distintas a ambos lados del Atlántico, que no dejaron a casi nadie satisfecho. El presidente Trump mostró su desacuerdo con la decisión de la Fed, ya que una de las aspiraciones en su mandato es reducir los costes financieros. Algunos en Europa, por su parte, mostraron su preocupación por una hoja de ruta del BCE de sucesivas reducciones del precio oficial del dinero que podría resucitar la inflación. En la autoridad monetaria europea sigue pesando el parón económico de buena parte de la eurozona, sobre todo Francia y Alemania.

Todo ello en una semana sacudida por otras noticias de gran relevancia. En primer lugar, supimos que el mundo de la inteligencia artificial (IA), el gran catalizador del crecimiento económico en los próximos años, no era exactamente como lo habíamos imaginado, y los gigantes tecnológicos americanos pueden recibir una fuerte competencia de sus contrapartes chinas, como DeepSeek, algo que puede traer mucha volatilidad y nervios en unos mercados en máximos, que ahora pueden poner en duda algunas de las valoraciones actuales de las empresas. Es prematuro saber qué pasará en el sector de la IA.

En segundo lugar, la semana siguió con la decisión de EE. UU. de fijar aranceles del 25% a los productos de sus vecinos México y Canadá, decisión que se ha dejado en suspenso un mes por los compromisos adquiridos por los países afectados. Y Trump ha amenazado con imponer aranceles a la UE.

Aparece un tradicional problema en economía de inconsistencia de las políticas. Las decisiones proteccionistas de Estados Unidos pueden traer resultados incoherentes e imprevisibles. Igual obligan a un viraje de la nueva Administración estadounidense más pronto que tarde. Otros, como la UE, inicialmente serán agentes pasivos de las decisiones del otro lado del Atlántico, pero la represalia es una respuesta lógica y muy probable. Los efectos negativos de un mayor proteccionismo se retroalimentan.

Vayamos por pasos. Primero, la política monetaria. La bifurcación en las estrategias monetarias del BCE y la Fed tiene implicaciones para los mercados financieros, las divisas y la economía global. La economía y el mercado de trabajo de Estados Unidos continúan mostrando gran fortaleza, mientras que la economía del euro está más debilitada, con estancamiento en Alemania, Francia y otros países miembros. La inflación ha bajado más rápido en la eurozona que en EE UU.

Ambos factores explican que el BCE siga con sucesivas bajadas de tipos. Habría impactos en el mercado de divisas. El dólar se fortalecerá frente al euro, ya que los flujos de capital buscarán las rentabilidades más elevadas de EE. UU.. Un euro más débil puede encarecer las importaciones para Europa, trayendo presiones inflacionarias adicionales. En los mercados, las diferentes hojas de ruta monetarias seguirán haciendo más atractivos los bonos del Tesoro de EE. UU. que los europeos. En el caso de los países en desarrollo, su deuda bono puede tener mayores dificultades, al estar denominada en dólares.

En cuanto a la renta variable, si la Fed se mantiene restrictiva, podría afectar al crecimiento de la economía y las empresas tecnológicas en EE. UU., algo que evidentemente preocupa a la nueva Administración Trump. Por su lado, las Bolsas europeas podrían beneficiarse de condiciones de financiación más favorables. Por último, un dólar fuerte suele incrementar los precios de materias primas como el petróleo, ya que estas se comercian en la divisa norteamericana.

El riesgo de una desaceleración en EE. UU.

Si finalmente se materializan los nuevos aranceles –algo que parece seguro en el caso de China– o la mera guerra comercial, los precios de importación en Estados Unidos tenderán a aumentar, con lo que la Fed podría verse obligada a mantener un precio oficial del dinero alto durante más tiempo, agravando la bifurcación con la zona euro, que continuará bajando tipos. Ello encarecería el crédito y podría desacelerar la economía de EE. UU.

Como se ha visto esta semana, los mayores tipos de EE. UU. y la inestabilidad arancelaria han reforzado al dólar frente al euro y otras divisas internacionales. Un dólar fuerte afectará las exportaciones estadounidenses, ya que sus productos serán más caros. Podría ocurrir también que algunos países a los que finalmente se les impongan aranceles (China y potencialmente Canadá y UE) vean depreciarse sus monedas, lo que conduciría a un conflicto comercial global.

Los aranceles harían que los bonos americanos siguieran siendo atractivos, atrayendo capitales y afectando negativamente a los mercados emergentes. En renta variable, las empresas que dependen del comercio internacional se verían perjudicadas, y en materias primas, los aranceles refuerzan el dólar fuerte y las materias primas lo notarán.

En suma, con la imposición de aranceles, mientras la Fed mantiene tipos más altos y el BCE los recorta, es muy probable una mayor inflación en EE. UU., si se demoran las bajadas de tipos allí. También habría un mayor riesgo de recesión en Europa, con lo que el BCE debería continuar reduciendo los tipos. Todo ello con inestabilidad en los mercados por la incertidumbre comercial. La clave es cómo reac­cionará la Fed ante este mix de políticas incoherentes, y si el BCE logra impulsar la economía del euro sin que se deprecie excesivamente su moneda.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El futuro de Argentina ante unas elecciones inciertas

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Este domingo Argentina celebra elecciones generales. Trascendentales por su difícil y persistente situación. Si ninguno de los candidatos logra el 45% de los votos, algo bastante probable según las encuestas, habrá segunda vuelta el domingo 19 de noviembre. Centrando el tiro en la economía, décadas de políticas poco exitosas —por no poner otro calificativo—, explican dónde se ha llegado, con una inflación del 138% y gran volatilidad del cambio del peso con el dólar (que superó los 1.000 pesos hace poco, cuando en agosto estaba por debajo de 800). No son los únicos problemas, pero sí buen ejemplo de los enormes desafíos económicos. Desde mi viaje estival al país, he podido dialogar con algunos colegas argentinos. Con mayor detalle con el economista y novelista Eduardo Levy Yeyati, que también ha ocupado puestos relevantes en la gestión pública (por ejemplo, en el Banco Central de la República Argentina). También me he nutrido de declaraciones públicas de otros economistas. En estas líneas desgrano problemas y posibles soluciones, algunas propuestas en campaña electoral. El país del gran Jorge Luis Borges lleva decenios en un círculo vicioso. Para salir de esa pesadilla y pasar a virtuoso, hay mucho que reformar y cambiar. Es clave tomar decisiones valientes para alcanzar la estabilidad macroeconómica y aumentar la formalización de la economía.

Realizando un ejercicio de simplificación, los problemas-síntomas principales se pueden resumir en tres. El primero, un déficit crónico que impide que los gobiernos logren superávits primarios, lo que para la deuda implica impagos recurrentes y autarquía financiera. En segundo lugar, el denominado abuso de la moneda, por la insistencia en políticas expansivas e inflacionarias en años buenos. También por el recurso al impuesto inflacionario para financiar el déficit en años malos, que son la mayoría. El resultado es una presión cambiaria constante que lleva a controles de capitales y a dificultar las exportaciones, que agrava la escasez de divisas. Así surge la tradicional falta de apego de los argentinos a su moneda (el peso), que necesita estabilidad para poner precio a las cosas. El tercero es la creciente dualidad de la economía. Solo un 30% de los ocupados tiene empleo formal y permanente y un 37% de informalidad, que sube. Para hacer frente al primero de los problemas, habría que redoblar los esfuerzos para lograr un equilibrio fiscal primario. Para ello habría que racionalizar determinados subsidios (como energía o transporte), que alcanzan fundamentalmente a la clase media y alta, reducir exenciones y subvenciones a sectores protegidos, actuar contras las inadecuadas praxis de muchas empresas públicas y reducir las redundancias en el sector público. Estas medidas no deberían afectar la provisión de educación o sanidad, ni implicar necesariamente despidos, para evitar mayores males sociales en una sociedad agotada.

Para el segundo desafío, de naturaleza monetaria, es urgente dotar de completa independencia al banco central, que evite el mal uso del tipo de cambio como respuesta a todo. Para el tercero, en el ámbito laboral, hay que promover una eficaz formación continua con nuevas modalidades de contratación, facilitando la creación de empleo y la jerarquización del trabajo independiente, hoy mayormente precario.

La dolarización ha estado nuevamente sobre la mesa en la campaña electoral. Parece que los que la proponen han olvidado las terribles consecuencias económicas y sociales de lo acontecido en 2001, que llevó al corralito. La mayoría de los economistas considera que sería un grave error. Entre ellos, lo ha declarado públicamente el que fuera presidente del banco central, Martín Redrado (al diario El País, el pasado 4 de agosto). Es inviable con reservas netas negativas y sin financiación externa. Asimismo, generaría una brutal fragilidad para el sistema bancario argentino, sin un fondo de dólares líquidos que sirva de colchón. Incluso si ganaran los que proponen la dolarización, es muy probable que esa opción se deseche al poco tiempo por impracticable, lo cual podría generar mucha frustración entre los argentinos. Más aún si no hay un improbable plan B que sea eficaz y si no es capaz de compartir el proyecto de país con otras fuerzas políticas.

La modernización de la economía argentina precisa reformas transversales. En el mercado de trabajo, parece necesaria la introducción de puertas de entrada al empleo menos rígidas. También mejorar notablemente la productividad, especialmente la de los millones trabajadores subempleados. En el ámbito productivo, se deberían priorizar políticas horizontales que generen estabilidad económica. Claves son la reaparición del crédito, la simplificación de la maraña impositiva, la mejora de la conectividad física y digital, la eliminación de controles a las importaciones y de impuestos a las exportaciones y el reforzamiento de la competencia y de instituciones que la vigilen. Estas reformas deberían llegar antes de las políticas verticales específicas, por ejemplo, en renovables o procesos en línea con la agenda climática. En el ámbito internacional, Argentina tiene que buscar su hueco en un mundo que debate el futuro de la globalización. Debe dejar de perder oportunidades, retener talento —un gran volumen de expatriados, con sus ahorros y recursos— y de capacidades emprendedoras. Mercosur puede jugar un papel constructivo si se refuerza la integración, pero las dudas de Brasil no ayudarán a corto plazo. Es una baza por la que apostar una vez se superen las grandes dificultades del presente.

La agenda de política económica es enormemente desafiante para Argentina. Muchísimo en juego en estas elecciones. Con una estrategia que acierte, las enormes potencialidades del país y el gran margen para hacer reformas podría propiciar un rebote de su economía, desconocido desde hace décadas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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