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Criptoactivos y otras inversiones de elevado riesgo: un 2025 de alto voltaje

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El año pasado trajo abundantes ganancias para las inversiones del mundo cripto, tanto activos como divisas de diferente pelaje (stablecoins, memecoins como dogecoin, apuesta del magnate Elon Musk). Otros activos de elevado riesgo también se comportaron favorablemente. Tenía lógica con un entorno monetario con descenso de los tipos de interés, donde muchos ahorradores buscan mayores rentabilidades más allá de los bonos y títulos más convencionales.

Las favorables perspectivas de la economía americana, donde hay un ambiente más proclive y permisivo –incluido en el contexto regulatorio– con los criptoactivos, han ayudado sin duda a que su demanda continúe creciendo. El omnipresente papel de las grandes tecnológicas para los americanos y también en otras latitudes es terreno abonado para que se multiplique el interés por estos activos.

También hay menos aversión al riesgo que en otros momentos de la historia, sobre todo de los inversores jóvenes. El colateral de estas inversiones es prácticamente nulo, con lo que el riesgo asumido es elevado. Es cierto que se trata de un grupo social que interactúa con la tecnología y ve este ecosistema como un lugar para invertir. Asimismo, los jóvenes en promedio tienen peores expectativas de remuneración salarial que las que tuvieron sus padres, además de otros problemas como la dificultad para el acceso a una vivienda asequible –y no solamente me refiero a España– y ello afecta a su apetito inversor. Los activos financieros convencionales ofrecen, en general, rendimientos limitados, e invertir en bitcoin u otras criptos puede permitir –eso sí, con mucho riesgo y volatilidad– alcanzar rentabilidades impensables hace unos años y aumentar sus ingresos por esa vía.

Los augurios para 2025 para estas inversiones de alto riesgo son casi de euforia, con el precio oficial del dinero a la baja, aunque más en la zona euro que en EE UU. Se mantienen las buenas perspectivas económicas en ese país, que pueden trasladarse a otras economías, aunque hay que esperar a las primeras medidas la Administración Trump, que desembarca el día 20. El aumento de los aranceles u otro tipo de represalias por parte de Estados Unidos podría suponer, si al final se acometen, un gran obstáculo para que los pronósticos de crecimiento económico para este ejercicio se cumplan.

En todo caso, abundan los vientos de cola para los criptoactivos. Más con las grandes expectativas de ganancias de las empresas tecnológicas, que hacen que el atractivo de estos activos digitales se retroalimente. Este entorno tecnológico tan estimulante genera nuevos criptoactivos, algunos creados a partir de la inteligencia artificial, por lo que el interés por estos instrumentos continuará aumentando.

La mayoría de los analistas creen que el rally de bitcoin, otros criptoactivos e inversiones digitales y de elevado riesgo continuará en 2025, algunos piensan que incluso con fuerza. Históricamente, el bitcoin ha alcanzado nuevos máximos cada cuatro años durante sus últimos dos ciclos alcistas desde 2017. En cada ciclo registró ganancias del 2300% y el 1700% antes de retrocesos de entre el 70% y el 80%.

Desde su mínimo de 16.000 dólares hace dos años, el bitcoin ha incrementado su valor aproximadamente un 600%, lo que, si siguiera los patrones alcistas anteriores, indica que podría haber un potencial de crecimiento de su precio en los próximos (dos) años. Nada asegura que ello vuelva a ocurrir así, pero es evidente que hay vientos a favor de ese comportamiento positivo.

En primer lugar, los criptoactivos suelen apreciarse durante los ciclos monetarios de mayor laxitud de los bancos centrales, de descensos de los tipos de interés. El apetito de los inversores por los activos de elevado riesgo suele acrecentarse con políticas monetarias expansivas. Y las expectativas de que los principales bancos centrales del mundo sigan recortando el precio oficial del dinero en 2025 pueda dar lugar a nuevas ganancias para el bitcoin. A pesar de esas perspectivas de tipos a la baja, la rentabilidad de los bonos estadounidenses y británicos se ha encarecido en los últimos días, ante las dudas hacia sus estrategias fiscales y ciertos temores inflacionistas, fenómeno que hay que seguir de cerca por sus ramificaciones a otros activos o países.

En el ámbito más tecnológico, están las promesas de Trump. Una declaración suya de que convertiría Estados Unidos en la “capital criptográfica del planeta” impulsó el sentimiento de los inversores. Algunas decisiones regulatorias ya habían elevado el precio de los criptoactivos en 2024. La aprobación por parte de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) de un fondo cotizado (ETF) de bitcoin al contado en enero fue un impulso muy notable para la demanda de esa divisa digital durante todo el año pasado. De los anuncios alentadores sobre los criptoactivos que conocemos de la próxima Administración Trump, que muchos esperan que impulsará estos activos digitales, no conocemos la letra pequeña ni como se implementarán, particularmente en lo referente a las posibles tenencias por parte de la Reserva Federal de bitcoin y otras criptodivisas.

Esa incertidumbre sobre los incentivos que puedan finalmente tener puede explicar el retroceso del valor del bitcoin desde el máximo del 5 de diciembre, cuando superó significativamente los 100.000 dólares. En la actualidad está en torno a los 95.000, con los grandes inversores a la espera de noticias. En suma, se viene otro año de alto voltaje para los criptoactivos e inversiones de alto riesgo, pero, en todo caso, todo apunta a que, salvo algún cisne negro grave e inesperado –en la coyuntura financiera o el entorno tecnológico–, registrarán ganancias significativas nuevamente.


Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Divergentes hojas de ruta monetarias y financieras

La reciente reapertura de la catedral Notre Dame de París devino en una cumbre global informal con grandes representantes del mundo actual y del que viene. Eran todos los que estaban, pero, sorprendentemente, no estaban todos los que eran. Llamativa ausencia, entre otros, de nuestro país, además vecino de Francia. Había mandatarios de medio mundo representando la ortodoxia —en algún caso, añeja—, pero también el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, plasmando la heterodoxia que parece que se va a desplomar sobre nuestras cabezas, y acompañado, con una medida distancia, de Elon Musk, que tanto parece que marcará la hoja de ruta tecnológica y financiera de aquel país.

El acontecimiento también sirve para ilustrar las tendencias monetarias y financieras que vienen justo antes de las reuniones del Banco Central Europeo (ayer) y la Reserva Federal (días 17 y 18). Llegan en coyunturas económicas y políticas desiguales, y pronto dividirán caminos aparentemente de modo radical, con consecuencias en los mercados financieros y cambiarios, en particular para aquellas economías dependientes del dólar.

El BCE sigue con su raca raca, manteniendo su senda de bajadas de tipos hasta bien adentrados en 2025, mientras que la Reserva Federal parece que optará por un camino menos previsible y contemplativo, con recortes y pausas. Para sus próximas reuniones se espera que BCE y Fed tomen la misma decisión: una reducción de 25 puntos básicos. El futuro es lo que lo les separa.

La Fed dejó su techo de tipos con un recorte de 50 puntos básicos en septiembre y otro de 25 puntos básicos en octubre, hasta la horquilla de entre el 4,5% y el 4,75%. Ahora toca otro descenso de 25 puntos básicos. Los mercados descuentan solamente tres descensos más en 2025, de modo que termine entre el 3,5% y el 3,75%. La economía norteamericana tiene sólidas perspectivas de crecimiento, aunque los considerables interrogantes que pueda generar la nueva Administración Trump en materia arancelaria, fiscal y financiera pueden obligar a cambiar la hoja de ruta monetaria.

Para el BCE, la situación es bien distinta, con una zona euro bajo presión económica y política, con grave preocupación por Francia y Alemania, con Gobiernos débiles e imprevisibles. El BCE no solamente tendrá que apuntalar la economía, sino seguir de reojo los mercados de deuda, sobre todo los bonos franceses. Con los tipos en el 3,25%, y la bajada de ayer, entrará en 2025 en el 3%, para seguir la senda hasta alcanzar el 2% en verano. Aunque es aventurarse mucho, se están descontando otros dos descensos en el segundo semestre, hasta acabar el año en el 1,5%.

Las estrategias diferentes de la Fed y el BCE conducen a que en EE. UU. permanecería una suerte de restricción monetaria, mientras que en la zona euro casi se puede hablar de estímulos monetarios. La coyuntura económica europea parece requerirlo. Y es que además, desde 2012, la política monetaria es la principal herramienta que está evitando males mayores, ante la insuficiente integración entre los países del euro y el limitado éxito de otras políticas económicas. Sin embargo, la acción monetaria no es suficiente para los desafíos estructurales de competitividad que Europa está afrontando.

El Banco Central Europeo y la Fed, lógicamente, desarrollan políticas independientes. Como dijo Christine Lagarde hace dos años: “Dependemos de los datos, no de la Reserva Federal”. Sin embargo, ha habido pocos periodos en las últimas décadas en los que hayan mantenido caminos separados durante algún tiempo. Aunque el BCE se caracteriza por unos tipos consistentemente más bajos, el precio del dinero se ha movido en paralelo en ambos lados del Atlántico, a excepción del periodo de tipos negativos en la Eurozona entre 2015 y 2022, una rara avis.

Ir en una dirección diferente a la de la Fed obligará a Fráncfort a remar más fuerte. Siempre hay que sopesar bien los efectos indirectos de las decisiones de Washington, de gran impacto global. Y cómo afectan a los mercados de divisas y financieros, con efectos arrastre potencialmente de gran magnitud. Desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, el euro ha perdido entre un 3% y un 4% de su valor frente al dólar, y numerosos analistas apuntan que podría llegar la paridad.

Criptodivisas

Un último elemento relevante que hay que tener en cuenta en este contexto: la posición que finalmente adopte la Administración Trump sobre las criptodivisas privadas, como el bitcoin. La expectativa, alentada por el asesor presidencial Elon Musk, es que van a potenciar un mayor uso de las mismas incluso en la Administración pública norteamericana. Que ya se ha reflejado en la enorme subida de valor.

De hecho, la propuesta de Bitcoin Act propone que la Reserva Federal pueda tener una parte de sus reservas en la conocida criptodivisa. Un territorio inexplorado que, como pude comprobar en mi reciente visita a EE UU, puede generar muchas disrupciones y quebraderos de cabeza. También para la posición de dominio global del billete verde, ya que sería potenciar una alternativa al dólar, con consecuencias impredecibles, además de la posible pérdida de la ortodoxia y la reputación de la Fed.

Es, por ello, que tengo dudas de que se apruebe finalmente una medida así, al menos con una magnitud más allá de lo simbólico. Cualquier otro escenario cambiaría el entorno monetario estadounidense y global para siempre.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Tras las elecciones de EE UU: hacia un mundo más transaccional

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Los últimos cuatro años bajo la presidencia de Joe Biden en Estados Unidos han resultado ser un paréntesis entre las dos Administraciones de Donald Trump, tras su holgada victoria del pasado día 5. Se está especulando mucho sobre cómo será esa segunda presidencia de Trump y las repercusiones económicas, políticas y sociales que tendrá en su propio país y a escala global. Muchos Gobiernos y analistas esperan con preocupación esta segunda etapa del futuro presidente republicano. Su campaña fue agresiva y hasta cierto punto amenazante en muchos asuntos. Su afán por impulsar sin contemplaciones la producción y las empresas norteamericanas, sobre todo las tecnológicas, fue uno de los principales mantras. No cabe duda de que, si cumpliera todo lo que se comprometió, su país y el mundo sufrirían una gran disrupción económica y social. Habrá que esperar.

De entrada, a escala nacional, es más que probable una reducción de impuestos y, aunque Trump se ha comprometido a reducir el gasto público, está por ver si finalmente disminuirá este. Por ello, si la bajada de impuestos es mayor que la caída del gasto público, el déficit público persistirá, con lo que la inflación podría rebotar, con las consecuencias bien conocidas. La Reserva Federal pasará a tener más cautelas a la hora de continuar bajando los tipos. Esto podría tener efectos sobre lo que otros bancos centrales decidan –como el BCE, por ejemplo– en materia de precio oficial del dinero. En todo caso, sus mayores tipos de interés favorecen y lo continuarán haciendo la apreciación del dólar, y pueden generar algunas tensiones en los mercados financieros, sobre todo en las economías emergentes más dependientes de esa divisa. Por tanto, alguna turbulencia financiera a la vista.

La inmigración ha sido uno de los temas de mayor controversia en la campaña electoral. A escala doméstica será una de las varas de medir de los logros de la nueva presidencia en el corto plazo. Por ello cabe esperar algunas medidas antimigratorias llamativas en las primeras semanas del mandato, que pueden generar tensiones con sus países vecinos y minar las relaciones económicas. Parecen ignorarse los efectos positivos de la entrada de nuevas personas en un país, y sorprende lo poco que se comenta el gran potencial que ha supuesto para Estados Unidos la entrada de trabajadores y de talento foráneo en estos años. Los beneficios superan ampliamente a las posibles desventajas.

Además del comentado dinamismo de su mercado de trabajo, Estados Unidos cuenta con una economía con mayores grados de flexibilidad que la mayor parte del mundo occidental. Asimismo, ha demostrado –excepto, quizás, respecto a China y algún emergente– sus comparativamente elevados dinamismo e innovación, que le ha llevado a mejorar su productividad, gozar de mayor crecimiento macroeconómico y situarse en la frontera tecnológica del mundo.

Una mayor liberalización –es muy probable que ocurra– de los sectores productivos y tecnológicos reforzará esa ya elevada ventaja competitiva que Estados Unidos lleva a la Unión Europea y otros países. En todo caso, la excesiva liberalización, sobre todo en el ámbito tecnológico, no está exenta de riesgos. Sobre todo en todo lo relacionado con las criptos, que Donald Trump ha afirmado que impulsará. Por su parte, se pueden exacerbar riesgos en el ámbito de la ciberseguridad y de control de la inteligencia artificial. La IA es, sin duda, la principal fuerza motriz de las inversiones en el mundo hoy en día, pero con riesgos crecientes que una excesiva desregulación puede llevar demasiado lejos.

El proteccionismo es otra de las grandes directrices de su segundo mandato, tal y como lo fue en el primero. Hay que reconocer que Joe Biden también practicó una estrategia proteccionista, aunque su talante fue más negociador y multilateral. En los próximos años, cabe esperar un recrudecimiento de la guerra comercial con China, combinada con la pugna tecnológica y los conflictos geopolíticos, un cóctel de alto voltaje. La UE y otros países también sufrirán probablemente el nuevo proteccionismo, con una subida de los aranceles, aunque estén lejos de los niveles de estas tarifas para los productos chinos. En todo caso, todo ello no ayudará a que la economía mundial esté cómoda, y el crecimiento económico se puede resentir.

Para la UE, los próximos años son cruciales. Los informes de Letta (sobre mercado único) y Draghi (sobre competitividad) apuntan a hojas de ruta que Europa no puede obviar. Hay que tomar medidas drásticas para reforzar la innovación, la productividad y la integración de mercados estratégicos. Tener mayores aranceles para exportar a Estados Unidos no ayudará. Tampoco favorecerá una posición de enfrentamiento con la Administración Trump. Ya no sirvió a los europeos en nada en el primer mandato del republicano.

Sabiendo que el presidente electo tiene un carácter transaccional, Europa hará bien en llegar a acuerdos en las materias que sean razonables y sean una vieja demanda de Estados Unidos. Por ejemplo, Trump valoraría positivamente un aumento significativo en gasto en defensa por parte de los europeos –algo que, en todo caso, se necesita sí o sí ante los crecientes conflictos geopolíticos–, y, si se acomete, su espíritu transaccional posiblemente permitiría un mejor tratamiento en comercio o en cualquier otra área hacia la UE.

Esta vez, los europeos haríamos bien en adoptar una visión más transaccional, para llegar a acuerdos de mínimos con Estados Unidos y evitar lo peor de un enfrentamiento o enfriamiento de las relaciones, que perjudicaría a todos. Menos temor a lo que se viene –reconociendo que es mucho– y más capacidad de transaccionar.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El bitcoin: en fase de ascenso, pero igual de volátil y peligroso

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Bitcoin vuelve a estar en boca de todos. El aumento de su valor —con nuevo máximo de los dos últimos años esta semana—, la reciente autorización de la SEC (Securities and Exchange Commission) de Estados Unidos y la creciente apuesta de inversores institucionales y bancos internacionales por él están siendo vientos de cola. Resurge el entusiasmo por un instrumento complejo de entender, casi inexplicable desde la teoría convencional de activos financieros. Tampoco hay fundamentos teóricos nuevos que permitan comprender su demanda y sorprendente valoración. Las alertas de reguladores y economistas tienen toda la razón de ser. El último aviso relevante está en el blog del Banco Central Europeo, entrada de 22 de febrero, de dos de sus responsables de Infraestructuras de Mercados y Pagos, Ulrich Binseil y Jürgen Schaaf. Señalan que bitcoin ha fracasado en su promesa de ser la divisa digital descentralizada global y rara vez se emplea para transferencias y pagos legítimos. Indican que, a pesar de la aprobación de los ETF en bitcoin por parte de la SEC norteamericana, no cambia el hecho de que es inadecuado como medio de pago o inversión.

¿Cómo es posible entonces que se demande y se revalorice (con enorme volatilidad) esta criptomoneda? Algunos datos desde su lanzamiento en 2009 ilustran. Los más recientes (Crypto.com), señalan que 580 millones de personas son usuarios de criptomonedas en 2023. Esta demanda habría aumentado un 34% con respecto a 2022. Y sigue creciendo. El año pasado los propietarios de Bitcoin crecieron un 33%, de 222 a 296 millones. Para Ethereum, el aumento en 2023 fue del 39%, de 89 a 124 millones. Un gran número de usuarios tiene ambas monedas en sus wallets. En España, la información a partir de encuestas (de la CNMV y otras instituciones) muestra que entre un 5% y un 7% de los adultos afirma poseer criptomonedas. Entre 1,9 y 2,5 millones de españoles. Según esas encuestas, el 40% de los criptousuarios tiene bitcoins en sus billeteras digitales. El perfil típico en nuestro país correspondería con un hombre joven, que estudia o trabaja, con ingresos mensuales elevados y residente en grandes áreas urbanas. Un perfil que sorprende porque a priori se podría esperar un mayor nivel de educación financiera y prudencia con esas características.

En cuanto a la cotización de bitcoin, ha sido siempre una montaña rusa. El precio se mantuvo cercano a cero hasta finales de 2016, cuando superó los 900 dólares. 2017 trajo el primer auge y se disparó hasta llegar a 19.345 dólares en diciembre. Después se produjo una corrección durante 2018 y 2019. En 2020 se observó un nuevo repunte desde los 5.000 dólares —su valor más bajo al inicio de la pandemia en marzo—, hasta los 27.000 dólares con los que cerró el año. En noviembre de 2021 alcanzó su máximo histórico en 68.700 dólares. Desde este valor, se produjo una importante corrección que llevó a la moneda a los 16.600 dólares a finales de 2022, coincidiendo con la subida de los tipos de interés. Durante 2023 experimentó una recuperación desde sus niveles más bajos. Iniciaba el año con un valor que rondaba los 16.500 dólares —el más bajo desde noviembre de 2020— y, sin embargo, terminó cerca de los 42.200 dólares. A partir de octubre de 2023, su valor ha ido en alza y así empezó 2024 en los 43.450 dólares. Y ya se ha revalorizado más de un 20% (alrededor de los 57.000 dólares) en lo que ca de año y subiendo. La capitalización de Bitcoin hoy supera el billón de dólares, umbral que no se alcanzaba desde noviembre de 2021. En definitiva, una enorme volatilidad, una montaña rusa sin factores que puedan justificar esa evolución. Cierto es que se ha revalorizado cuando en el mercado se empiezan a descontar menores rentabilidades en otros activos financieros convencionales, o se ha hundido su valor cuando subía el precio del dinero, pero parece un vínculo y un argumento frágil y sujeto a determinantes pocos transparentes. Cancha para mucha especulación y manipulación del mercado. A ello se une la percepción de que su valor tiene algo que ver con la escasez relativa futura de bitcoins, ya que tiene un volumen máximo de 21 millones de monedas (tokens). Se han minado cerca 19 millones de bitcoins y quedan poco menos de dos millones por minar. Refuerzan esa idea de escasez los denominados procesos de halving —que tienen lugar cada cuatro años, el próximo en abril de 2024—, en los que la recompensa de minar un nuevo bloque disminuye a la mitad. Aun así, tampoco son argumentos suficientes para justificar su uso ni como inversión ni como medio de pago.

En suma, a pesar del nuevo periodo de euforia, las criptomonedas siguen siendo un instrumento inadecuado para la mayoría de los inversores minoristas y tampoco es útil como medio de pago. Es un activo totalmente desprotegido, alejado de sistemas de inversión garantistas sin escrutinio de los supervisores. La asunción tan excesiva de riesgos parece incomprensible. Se sobrevaloran las posibilidades de ganancia y no se ponderan suficientemente las posibles pérdidas. Al ser un instrumento tan poco transparente, se conoce bien poco de aquellos que perdieron mucho dinero en ese mercado. Algo debe haber fallado en la educación financiera en muchos países, a la luz del perfil de los inversores en criptomonedas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El futuro (nuevamente) revisado de la intermediación bancaria en la era tecnológica

En la era de los criptoactivos, pagos contactless y la inteligencia artificial generativa, donde cada vez hay más ciudadanos que empiezan a creer que habrá monedas digitales públicas y las plataformas digitales lo dominan todo, ¿qué papel puede jugar la intermediación bancaria? Muchas entidades financieras pueden sentirse como ese tío que intenta seguirle el paso a sus sobrinos más jóvenes en la pista de baile. Sin embargo, ¿y si en vez de seguirles el paso, marcara el ritmo? Hace unos años parecía inevitable que buena parte del negocio de los bancos estaba seriamente amenazada —con sus consiguientes temores— por las grandes tecnológicas. Posteriormente, entre las amenazas de presión regulatoria a las bigtech y esa secular resistencia de las entidades financieras a lo largo de la historia, esos miedos han desaparecido y la cooperación entre bancos y tecnológicas se ha abierto como la vía más factible. Ahora, la inteligencia artificial y el dinero digital (incluidas las monedas digitales de bancos centrales) parecen definir un nuevo horizonte. Esto sucede en un mundo financiero que ha sido testigo de cambios radicales en las últimas décadas. La tecnología ha dejado una huella imborrable en el paisaje bancario, desafiando y remodelando prácticas antiguas. La banca, que nunca fue resistente a la disrupción y que se siente más cómoda como pionera en el cambio, ahora está en una carrera sin precedentes por la innovación.

Nos guste o no, Estados Unidos lleva el liderazgo en este punto. Los esfuerzos recientes de grandes bancos como JPMorgan Chase, Bank of America y Wells Fargo para lanzar Paze, una cartera móvil, reflejan la urgencia de las entidades bancarias para retener a sus clientes en un entorno digital en rápida evolución. Las carteras digitales no son una novedad, pero con gigantes tecnológicos como Apple y Google adentrándose en el ámbito financiero, los bancos se ven obligados a innovar. Así pasó también en España con Bizum —historia de éxito del sector financiero español— y las iniciativas cooperativas tanto intrasectoriales como intersectoriales se prodigan. Los bancos compiten, pero también buscan alianzas con fintech. Estas alianzas parecen ser una estrategia clave para enfrentar a las grandes tecnológicas y presentarse en la mesa de negociación para la cooperación con unas cartas mejor repartidas. Sin embargo, estos acuerdos están siendo observados con lupa por los reguladores, preocupados por los riesgos potenciales que podrían representar para el sistema bancario en general.

A pesar de estas preocupaciones, la tendencia hacia la asociación es evidente. Las fintech ofrecen soluciones ágiles y centradas en el cliente, algo que, para muchos bancos tradicionales con estructuras más rígidas, a menudo es desafiante. La combinación de la confianza y la estabilidad de los bancos tradicionales con la innovación y flexibilidad de las fintech tiene el potencial de ofrecer lo mejor de ambos mundos. En este punto surge, además, un nuevo papel para la inteligencia artificial (IA). Está siendo crucial en la transformación del sector bancario. A pesar de las predicciones iniciales, que sugerían que la IA podría reemplazar una proporción significativa de trabajos bancarios, la cabezona realidad tiene muchos más matices. La IA se está utilizando más para mejorar la eficiencia y la experiencia del cliente que para reemplazar empleos. Los bancos están aprovechando la IA para analizar enormes cantidades de datos, predecir tendencias, optimizar operaciones y mejorar la experiencia del cliente. Además, la IA tiene el potencial de ayudar en áreas como el cumplimiento normativo y la detección de fraudes.

La convergencia de tecnologías disruptivas —como carteras digitales, inteligencia artificial— está configurando un nuevo paradigma para el sector bancario. En lugar de ver a la tecnología como una amenaza, los bancos la están abrazando (ahora más que nunca) como una oportunidad. Avanzan hacia un modelo basado en plataformas, pero, eso sí, hay que establecer matices y fijar el alcance de ese campo de expansión. Hace un año todavía estaba muy en boga esa concepción nueva de la banca como un one-stop shopping, refiriéndose al modelo de negocio en el cual un banco ofrece una amplia gama de servicios financieros, funcionando como un supermercado bancario para sus clientes, principalmente con oferta digital. Sin embargo, con los retos actuales del sector, particularmente el aumento de los tipos de interés y sus implicaciones, este modelo está siendo reconsiderado. Algunos bancos en Estados Unidos están replanteando o, al menos, matizando, ese modelo para no desnaturalizarse demasiado. De alguna manera, como si se tratara de un equipo de fútbol moderno, los bancos no deben solo ser capaces de jugar bien con un sistema, sino ser capaces de cambiarlo en función del rival y, lo que es más importante, de las condiciones externas.

Relacionado con lo anterior está la idea de que hay que alegrarse por las posibilidades de la tecnología, pero también recordar para qué está la banca y otros papeles importantes sociales que desempeña. Ahora, por ejemplo, en Estados Unidos, las entidades financieras enfrentan una creciente presión para abordar la diversidad, equidad e inclusión (DEI) tanto en su fuerza laboral como en las comunidades que sirven. La Asociación Americana de Banca (ABA) está ayudando a los bancos a mejorar sus iniciativas DEI, ya que equipos diversos conducen a mejores resultados. Han implementado, entre otras, formación contra sesgos inconscientes (que puede ser derivados del uso de la IA) y promoción de liderazgo inclusivo. Por todo ello, la tecnología será clave en el futuro del sector financiero, pero no será, ni mucho menos, todo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El secreto de la pirámide

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La historia de FTX es la de un balance contable imposible. Una compañía con 900 millones de dólares en activos y 9.000 millones de pasivo. Un disparate numérico que solo es posible en una industria no regulada y, probablemente, salvaje. En la caída de esta bolsa de negociación de criptoactivos se han observado otros despropósitos como apropiación de fondos de clientes, o activos de dudosa procedencia o valor. Incluso algunos a todas luces inventados. Este sí que parece el secreto de la pirámide, pero no el que trataba de resolver Sherlock Holmes en la entretenida película de Barry Levinson de 1985, sino un esquema piramidal en el sentido más fraudulento. Binance, otra estrella del firmamento cripto, iba a adquirir FTX, pero un simple proceso de due diligence (auditoría muy detallada) indicó que comprar humo a precio de oro no es una opción sensata.

La cuestión es que mientras el mundo de las criptomonedas se tambalea, parece conveniente recordar que sus principios inspiradores se han esfumado. Cuando se creó bitcoin, su famoso y ya mítico documento de apoyo señalaba que la moneda nacía para acabar con un sistema monetario basado en instituciones financieras, además de para reducir el fraude y proteger a los consumidores. Y aquí estamos… Bitcoin ha perdido más del 70% de su valor respecto a hace un año. El resto de las criptomonedas ha seguido una suerte parecida, incluidas las consideradas “estables” (aquellas que tratan de mantener una paridad con una moneda fiduciaria).

Es posible que muchos sigan pensando que el caso de FTX es solamente una excepción que empaña al resto del criptomercado. Sin embargo, estafa aparte, revela la dificultad de establecer la propuesta de valor que hay detrás de gran parte de la oferta de estos productos. Las tecnologías de registro distribuido (como blockchain) dan soporte a esta industria, pero ya quedan atrás aquellos momentos de euforia inicial en los que se pensaba que podrían servir para todo, desde establecer contratos seguros de forma rápida a escala internacional (algo que es posible) hasta curar enfermedades (algo, cuando menos, exagerado). El problema es que si separamos la tecnología (registros descentralizados) del activo (monedas, tokens) el segundo se queda más a la vista que un rey desnudo, aunque algunos solo quieren seguir viendo la realeza y no la crudeza de las carnes expuestas.

Para los que mantienen la base de la pirámide, mientras los de arriba se derrumban o hunden, tengan en cuenta que el caso de FTX no es el único de sonoros fracasos e inversores dejados en la estacada estos días. Otros ya reportados incluyen Hotbit, Hodlnaut, Invictus Capital, Vauld, Voyager y un largo etcétera. Una vez que la época de tipos de interés negativos se despide, la excentricidad pone a la tecnología en su sitio y a la imaginación sin valor de respaldo en el suyo. La gran oportunidad de las empresas tecnológicas de entrar con éxito en el negocio financiero a corto y medio plazo puede estar evaporándose. Para el largo plazo, si desean entrar, harán falta propuestas de valor sin posibilidad de fraude y más allá de metaversos y criptos piramidales.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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CBDC: China se anticipa con el e-yuan

Tras meses de preparativos, el e-yuan se ha estrenado a nivel internacional en los juegos olímpicos de invierno de Pekín con unos números muy discretos, debido a la escasa cantidad de público en unas pruebas que se celebraron sin venta de entradas por la amenaza del covid-19. Fuentes del propio banco central chino (PBoC) cuantifican el volumen de operaciones diario en la nueva divisa digital en unos dos millones de yuanes diarios, unos 280.000 euros, durante los juegos. Esas cifras palidecen ante las ofrecidas por los mismos responsables a mediados de enero, cuando informaron que una quinta parte de la población —unos 260 millones de personas, casi el doble que en octubre— habían activado sus monederos electrónicos y realizado operaciones por más de 12.000 millones de euros.

El estreno internacional de esta nueva CBDC (Central Bank Digital Coin) había concitado, previamente, cierta expectación. La china no es la primera moneda digital en lanzarse —8 países caribeños y Nigeria tienen ya sus propias divisas operativas y otros 13 países se encuentran ahora mismo en fase de pruebas— pero la dimensión económica y geopolítica del país asiático explican la atención que recibió el lanzamiento “olímpico”. Más allá de este hito inicial, existen muchas razones para seguir de cerca la evolución de la nueva e-divisa.

Los test iniciales han ido destinados a poner a prueba su funcionamiento como moneda al por menor o medio de pago para particulares y comercios. En ellos se han empleado tanto soft (apps) como hard wallets (tarjetas y pulseras) y se han desplegado los distintos niveles de uso en cuanto a capacidad operativa y saldo de los monederos electrónicos, en función de la información personal proporcionada por el usuario. Una de las primeras intenciones del PBoC es “estimular la libre competencia, eficiencia y seguridad de los servicios de pago al por menor”, hasta ahora prácticamente monopolizados por los servicios de gigantes tecnológicos, como Ant Group (Alipay) y Tencent (WeChat Pay). Se presume que los siguientes pasos pueden incluir su uso para el pago parcial de las nóminas de los funcionarios, los programas de compras públicas, transferencias a hogares con bajos ingresos (otra de las metas explícitamente mencionadas por las autoridades chinas es que el e-eyuan contribuya a una mayor inclusión financiera) y subvenciones a empresas o, incluso, progresivamente, para el pago de tasas e impuestos. 

Lo cierto es que su uso principal como sustituto del M0 puede tener implicaciones para el sector bancario; por un lado, hay quien teme que la divisa digital podría conducir a una desintermediación financiera, o que, en momentos de crisis, podría incluso acelerar o incentivar retiradas masivas de fondos bancarios. Una visión alternativa señala, por el contrario, que la estructura en dos niveles elegida por el PBoC para la emisión y distribución del e-yuan, en la que seis bancos de titularidad estatal y dos entidades digitales proporcionarán la infraestructura y los servicios necesarios para su uso al por menor, les dará acceso a estos a una mayor participación en el mercado de pagos. Es por tanto interesante ver los resultados que ofrecen, en primer lugar, el diseño de la divisa electrónica, con sus niveles de operativa y saldo para distintos usuarios y el hecho de que no devenga intereses, y en segundo, las medidas prudenciales puestas en marcha por el banco central para la monitorización, análisis y prevención de esos riesgos. 

El e-yuan también tiene connotaciones para la privacidad y la seguridad. Nadie duda que su uso está generando una gran cantidad de información financiera que queda a disposición de las autoridades chinas, pero no de entidades externas. Y es que otro objetivo de las autoridades chinas es el despliegue de una alternativa centralizada al creciente mercado de criptodivisas —cuyo minado y uso fueron prohibidos el pasado año— empleadas para eludir el control de capitales. A diferencia de las criptomonedas como el Bitcoin, la nueva divisa no se basa en una tecnología descentralizada como el blockchain. A pesar de que el propio PBoC afirma que la moneda sigue el principio de “anonymity for small value and traceable for high value”, este es un aspecto que causa preocupación. Una muestra de ello es que han surgido voces que reclaman a Estados Unidos que no ponga en marcha su propia CBDC precisamente para evitar “experimentos peligrosos para la privacidad”. 

Finalmente, la puesta en marcha del e-yuan tiene una vertiente internacional. El último objetivo declarado del PBoC es “explorar la mejora de los pagos transfronterizos”, y aunque en la actualidad prioriza su uso a nivel nacional, China ha proclamado su intención de considerar su participación en programas piloto y de llegar a acuerdos con otros bancos centrales y autoridades monetarias. Y si hace un año formó una joint-venture con SWIFT, la red internacional de comunicaciones financieras, para sondear el uso de la moneda digital en pagos transfronterizos, este febrero se ha conocido que China estudiará el establecimiento de estándares de infraestructura para la moneda digital como parte de su plan quinquenal de normalización financiera 2021-2025. 

En último término subyace la inquietud de que un creciente protagonismo chino amenace la posición del dólar como moneda de referencia en el entorno internacional. Sin embargo, la amenaza es, a día de hoy, borrosa. Las restricciones al libre movimiento de capitales y las opacidades legales chinas restan verosimilitud a la hipótesis de que el e-yuan compita con el dólar como moneda de referencia, al igual que el hecho de que casi el 90% del comercio internacional del gigante asiático se gestiona en dólares. En Europa, la atención se ha enfocado en las repercusiones que puede tener la anticipación china sobre el papel internacional del euro.

Una segunda consideración en este terreno, de especial relevancia estos días con la crisis de Ucrania, es la posibilidad técnica que ofrece el e-yuan de ofrecer vías alternativas para esquivar las sanciones económicas estadounidenses, mermando el papel que Estados Unidos confiere a su divisa como herramienta de política exterior. De momento, esa capacidad está por demostrar y, además, parece dudoso que el banco central chino tenga intención de desafiar en este terreno a la potencia estadounidense.

El hecho es que, mientras Europa aún estudia la configuración del futuro euro digital y Estados Unidos medita incluso la conveniencia de abordar este camino, China ha hecho su apuesta y dispone ya de su propia CBDC con un diseño claro y objetivos definidos. Habrá que estar atentos a la experiencia y los resultados porque las implicaciones serán considerables en múltiples dimensiones.

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Huida de los activos especulativos

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Todo en su contra. Ha ocurrido en otras ocasiones, pero esta vez parece algo diferente. El bitcoin ha visto como se hundía a la mitad su valor de mercado desde su máximo en noviembre. Muchos factores explican esta evolución, pero hay uno de carácter financiero que está jugando un papel determinante: la actual huida de los activos más especulativos. Principalmente, porque comienza a haber perspectivas de cierta “normalización financiera”, que implica tipos de interés (más elevados) que reaccionan a la inflación.

Durante los últimos diez años, los de la explosión de bitcoin, no había acontecido algo así por la situación insólita de la política monetaria y los mercados financieros. En este sentido, la aversión al riesgo también se puede estar “normalizando”. Esa tendencia a poner dinero en inversiones cuyo valor subyacente o intrínseco no se conoce bien o es difícil de explicar está llamada a tener un mal año en 2022 y quizás más allá. A esta situación financiera hay que añadir que los propios reguladores en todo el mundo están poniendo trabas e, incluso, prohibiendo la compraventa y el minado con criptomonedas. Rusia es el último en planteárselo. Asimismo, la posibilidad de conflicto bélico en Ucrania está en el epicentro de varias de las principales localizaciones de minado. Todo parece en su contra.

«Si finalmente los más críticos aciertan, la de las criptomonedas no va a ser una corrección normal. Irá por barrios, dependiendo de cuándo le dio la fiebre a cada cual. Específicamente, esto es un crash con todas las letras si alguien entró a comprar las principales criptomonedas hace un par de meses».

Santiago Carbó

Desde un ámbito más analítico, se puede explicar con el clásico problema de diferencia entre inversores informados y no informados. Los más críticos con las criptomonedas han señalado que son altamente especulativas y con escaso o nulo valor subyacente. Sin embargo, si pueden atraer especulación —mediante información no siempre transparente y hordas de inversores no informados—, a los informados les puede resultar indiferente, porque llegaron primero a poner el anzuelo y llevan recogiendo beneficios varios años.

Ahora, sin embargo, para muchos podría ser el momento de decir adiós, pero los inversores no informados pueden quedarse atrapados en la parte baja de la pirámide, viendo sus pérdidas multiplicarse. No faltarán quienes alimentarán la especulación aún menos fundamentada, indicando que estos movimientos ofrecen oportunidades de comprar estas monedas baratas (la clásica trampa de “compra cuando está cayendo” o buy the dip).

Si finalmente los más críticos aciertan, la de las criptomonedas no va a ser una corrección normal. Irá por barrios, dependiendo de cuándo le dio la fiebre a cada cual. Específicamente, esto es un crash con todas las letras si alguien entró a comprar las principales criptomonedas hace un par de meses porque, a día de hoy, habría perdido la mitad. Tampoco es una fiesta para El Salvador, un país que vinculó su deuda a la criptomoneda. Para otros, que entraron hace tiempo, sigue siendo un juego. La sensación es, sin embargo, que, para los más informados, puede ser el momento de salir corriendo.

En todo caso, es bastante incierto qué pueda ocurrir en los próximos meses porque, al igual que no hay certeza respecto a las criptomonedas, tampoco la hay para la renta variable y fija, con la amenaza de más subidas de tipos de las esperadas y de una duración de la inflación más allá de las expectativas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Preocupaciones de la banca

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Ninguna actividad o sector económico lo está teniendo fácil con el coronavirus. Menos aquellos que ya afrontaban importantes amenazas antes de esta pesadilla sanitaria y económica. El sector bancario ha visto exacerbados sus desafíos en este periodo. Ha tenido que lidiar con una situación financiera delicada de las empresas. La actuación de los gobiernos, con una batería histórica de medidas —en España destacan los ERTE y los avales del ICO— ha ayudado notablemente a evitar insolvencias. Sin embargo, aunque la recuperación ya ha comenzado, muchas empresas no han vuelto a la normalidad. Hay que unir el impacto de los cuellos de botella en los suministros, la subida de la energía y la inflación. La subida de precios daña el poder adquisitivo de las familias, sus finanzas y la demanda interna. Aún no se ha reflejado ningún impacto significativo sobre la morosidad, pero no es descartable un incremento en los próximos trimestres, conforme se vayan retirando estímulos y moratorias. Es un velo que vuela sobre la realidad financiera de muchos agentes. Si crecen las insolvencias, la cuenta de resultados de la banca sufriría un nuevo revés, en un contexto de baja rentabilidad y penalización del valor de la acción.

Esos riesgos de corto plazo vienen a unirse a preocupaciones y desafíos que venían de lejos. La baja rentabilidad está ligada, entre otros factores, a una política monetaria con tipos de interés muy reducidos o negativos desde hace más de una década. Más aún en la eurozona, cuyos bancos parecen jugar con alguna desventaja por los menores márgenes con los que operan comparados con los de EE UU, por ejemplo. La salida de ese laberinto podría estar más cerca por las expectativas inflacionarias, aunque los temores a descarrilar la titubeante recuperación económica o a meter presión a la deuda soberana de algunos países podría postergar la subida de tipos en la eurozona.

«El sector bancario sigue disfrutando de ventajas por ofrecer una gama universal de productos y servicios y unas muy buenas prácticas en cumplimiento normativo. En particular, en protección de datos, algo que la sociedad valora cada vez más».

Santiago Carbó

Las operaciones corporativas —últimas fusiones del sector o la compra del Garanti por el BBVA— siguen siendo oportunidades interesantes. Si en los próximos años se culminara la Unión Bancaria Europea, las fusiones transfronterizas ganarían atractivo con consecuencias positivas para el redimensionamiento de la industria. Tampoco hay que descartar en el futuro fusiones o asociaciones con empresas tecnológicas, que pueden aportar mucho valor.

La competencia —a veces cooperación, también— de fintech y grandes tecnológicas, que comenzaron a ofrecer servicios financieros y de pago —contribuyendo a la reducción de márgenes—, han obligado a los bancos a responder asumiendo un cambio drástico en sus canales de distribución, sustituyendo oficinas por nuevas capacidades tecnológicas, aumentando su eficiencia. Es probable que el avance hacia un modelo de plataformas continúe. No obstante, al menos por un tiempo, será necesario un equilibrio entre sucursales y canales tecnológicos, para evitar exclusión financiera. El sector bancario sigue disfrutando de ventajas por ofrecer una gama universal de productos y servicios y unas muy buenas prácticas en cumplimiento normativo. En particular, en protección de datos, algo que la sociedad valora cada vez más.

Por último, los criptoactivos. Los bancos están teniendo dificultades para poder operar con ellos y ofrecerlos a sus clientes. Si hay un sector que sabe evaluar riesgos —y las cripto los tienen, sin duda— es el bancario. Nuevamente la regulación —uno de los sectores que experimenta un mayor coste de cumplimiento normativo— pone trabas a la entrada a esos negocios, aunque terminará ocurriendo con las cautelas necesarias. En este contexto, aparece disruptivamente el euro digital, que aún está en estudio y tardará en entrar en vigor. En su diseño, final, la moneda digital del BCE debería preservar el canal de intermediación crediticia basado en depósitos bancarios, tan importante para la financiación de empresas y personas. Ha demostrado ser el sistema que funciona en Europa.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El mundo difiere sobre cómo poner orden en el criptomercado

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El mercado de criptoactivos crece a un ritmo formidable; el Banco de Inglaterra cifra su incremento en este mismo 2021 en un 200%, hasta llegar a los 2,3 billones de dólares, lo que igualaría ya el valor de los dólares estadounidenses en circulación. 

Lo cierto es que el aumento de su popularidad rivaliza con las incertidumbres que lo rodean, no siendo la menor de las ellas la falta de un conocimiento cierto sobre cuál es el valor intrínseco de muchos de los valores operados. Otras dudas asociadas a las criptomonedas se derivan del aumento de delitos relacionados con su distribución; por ejemplo, la Comisión Federal de Comercio de EE. UU. informa que las estafas de inversión en criptodivisas se multiplicaron por diez entre octubre de 2020 y marzo de 2021. Sobre estos y otros riesgos —incluidas potenciales amenazas a la estabilidad financiera— han alertado diversos organismos a uno y otro lado del Atlántico, que consideran llegado el momento de una regulación que cubra una serie de objetivos, entre ellos: 

  • la preservación de los mecanismos de control monetario y financiero
  • la prevención de riesgos sistémicos
  • la protección de inversores y consumidores
  • la lucha contra la delincuencia
  • la racionalización del proceso de minado y su gasto energético

En todo caso, la respuesta regulatoria difiere según el ámbito desde el que se aborda, ya sea a nivel competencial o geográfico. 

El Comité de Supervisión de Basilea, máximo órgano prudencial bancario, ha puesto el foco en la exposición de estas entidades al mundo cripto y ha propuesto exigentes requerimientos de capital para los bancos que negocien con criptoactivos. Sin embargo, la industria defiende que este enfoque —dotar de regulación a los criptoactivos a través de la reglamentación bancaria— puede no ser el más acertado. En el sector se transmite la idea de que las entidades pueden aportar fiabilidad y seguridad a este mercado, pero ello sería imposible de aprobarse el exigente marco regulatorio propuesto por el Comité, que impediría, de facto, la participación de los bancos en el mismo. Y ello, sin olvidar que, si esa regulación hubiera de ser cumplida por los bancos, también debería afectar —defienden— a todos los demás agentes relacionados con el mercado de criptoactivos. 

Respuestas parciales desde EE. UU.

Otra aproximación es obligar a que la venta de estos activos se lleve a cabo desde entidades reguladas. En este sentido, EE. UU. prepara ya un cuerpo legislativo, impulsado por la actual administración, que busca regular las stablecoins (monedas respaldadas por, o al menos vinculadas a, otros activos), básicamente convirtiendo los emisores de estas monedas en bancos, y también las denominadas plataformas DeFi (finanzas descentralizadas). Sobre estas últimas, por ejemplo, se plantea considerar a sus distribuidores como brokers y requerirles, por tanto, informar sobre sus clientes.

Sin embargo, la falta de una regulación integral de estos mercados o las propias contradicciones entre los organismos a la hora de considerar la naturaleza de sus activos son causa de preocupación en EE. UU. A falta de la aprobación de las nuevas normas, las agencias de ese país intentan su supervisión con normas ya vigentes, pensadas para activos convencionales, lo cual resulta problemático.

Europa: lenta pero exhaustiva

En Europa los planes regulatorios llevan avanzando más tiempo, preparándose una completa reglamentación y un conjunto de definiciones que afecten a todos los criptointermediarios con clientes en la UE. Esta regulación, conocida como MiCA (Markets in Criptoassets), está ahora siendo estudiada por los gobiernos nacionales y podría llevar aún dos años –o más– llevarla a la práctica. 

La UE decidió llevar a cabo este exhaustivo planteamiento porque los criptoactivos quedaban fuera del alcance de su legislación sobre servicios financieros, dejando sin protección a inversores y la propia estabilidad financiera. 

Frente a las inconsistencias legislativas estadounidenses, la normativa europea gana adeptos en su ambición declarada de convertirse en estándar global. Pero, simultáneamente, no le faltan críticas de quienes creen que favorece a las instituciones tradicionales frente a las nuevas empresas del sector fintech, al incrementar las barreras de entrada. 

El mundo aborda la criptorregulación

El enfoque más radical sobre este asunto proviene en la actualidad de China, que esencialmente ha arrinconado las criptodivisas privadas coincidiendo con el lanzamiento del e-yuan, su moneda estatal digital propia o Central Bank Digital Currency (CBDC). Algunos expertos señalan que el objetivo de Pekín es aprovechar las ventajas del sistema blockchain sin criptomonedas. El resto del mundo refleja las dudas que existen en estos momentos sobre la regulación de este mercado. Algunos países africanos (Argelia y Nigeria) y Turquía han seguido los pasos de China pero, simultáneamente, Singapur, El Salvadorotros países emergentes promueven una legislación favorable a las criptomonedas. Japón, un país clave, afronta el dilema de convertirse en un referente de este mercado creciente, que es ya un fenómeno de moda entre su población más joven, al tiempo que observa riesgos significativos en su desarrollo. 

En todo caso, hay que destacar que gran parte de la oposición a las nuevas y más estrictas normas se debe a la falta de oportunidades de inversión de alto rendimiento en un mercado que sigue con tipos de interés históricamente bajos. Y mientras esta situación continúe, tanto las inversiones racionales como las irracionales coexistirán en el mercado de las criptomonedas.

Lo cierto es que, de un modo u otro, lo cripto ha crecido lo suficiente como para llamar la atención y su ordenación, en uno u otro sentido, ocupa ya el tiempo de legisladores y supervisores. 

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