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El último reducto de la inflación

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Tras el sorprendente dato de IPC –un favorable 2,2% en términos interanuales, dos décimas más que la media de la eurozona en términos armonizados—nos asomamos al fin del episodio inflacionario surgido a raíz de la crisis energética y de suministros. Esto no significa que la inflación haya desaparecido (el IPC subyacente se sitúa todavía en el 2,7%), ni mucho menos que el BCE esté dispuesto a deshacer por completo el ciclo de subidas de tipos de interés. Pero todo apunta a que el shock de costes importados está dando sus últimos coletazos.


La cesta de la compra empieza a abaratarse a medida que la caída de los costes de producción se traslada a toda la cadena alimentaria. Los alimentos elaborados encadenan al menos cuatro meses de caídas y los productos frescos dos (a falta del IPC detallado de agosto), de modo que la inflación de este componente va camino de converger hacia las cotas cercanas al 2% que ya habían alcanzado los bienes industriales. La electricidad exhibe una gran volatilidad, pero no se detecta una tendencia clara. Y los carburantes se mantienen en cotizaciones asumibles, inmunes de momento a los recortes de suministro anunciados por los países productores o a las disrupciones del transporte en el Mar Rojo. 

Las expectativas, la variable clave de todos los procesos inflacionistas, no se han desanclado como se podía temer. Según la encuesta de coyuntura europea, las empresas anticipan una desescalada de sus precios de venta durante los próximos meses: el dato es relevante ya que este indicador ha resultado ser un buen predictor del IPC. Los salarios también se moderan, a tenor de los incrementos pactados en el periodo más reciente. El ajuste de las remuneraciones en el inicio del año, con un vigoroso plus cercano al 5% en el primer trimestre, obedeció a fenómenos de compensación que no parecen haberse consolidado en los convenios colectivos. 

La preocupación procede ahora de los servicios: en estos sectores la inflación está siendo más resiliente, situándose en torno al 3,5% en España e incluso acelerándose por encima del 4% en el conjunto de la eurozona. El impulso no proviene de los costes de producción o del shock energético, sino de la pujanza de la demanda, exacerbada por la falta de competencia que caracteriza estos sectores en comparación con la presión feroz a la que se ve sometida la industria manufacturera en los mercados internacionales. Desde 2019, el IPC de servicios acumula un incremento cercano al 18%, un ritmo que casi triplica la inflación de los bienes industriales no energéticos, siendo además estos últimos los más perjudicados por la crisis energética y de suministros. 

Con todo, se anticipa que el BCE reconozca los avances en el proceso de desinflación y así decida en su próxima reunión un nuevo recorte del precio del dinero. Otro argumento a favor de una relajación es la debilidad de la economía europea, y particularmente de la inversión, el componente más sensible a los tipos de interés. El crédito a las empresas no despega y los consumidores podrían mostrarse cautelosos a la vuelta del verano, según los índices de confianza. 

Pero ojo porque el banco central procederá con gradualidad hasta que la desinflación se adentre en los servicios. También querrá tantear el impacto de sus decisiones en unos mercados financieros estrechamente interconectados con los movimientos de la Reserva Federal: en este sentido, una rebaja de tipos del otro lado del Atlántico podría allanar el camino. En todo caso la escasez de mano de obra que persiste en algunos sectores en consonancia con el cambio demográfico y la multiplicación de barreras aduaneras hacen improbable que los tipos de interés acaben donde se hallaban hace unos años. El ciclo monetario, al igual que la globalización, ha entrado en una nueva era.        

ACTIVIDAD | El tercer trimestre se presenta con datos positivos para la economía española, pero con señales de debilitamiento. Los indicadores de gestores de compra retrocedieron en julio, aunque siguen en terreno expansivo tanto en los servicios como en la industria. La afiliación mantiene el pulso, si bien a un ritmo inferior que en la primavera. El principal foco de debilidad proviene del sector exterior, lastrado por una eurozona que no se recupera (el leve repunte del PMI de agosto refleja el estímulo efímero de los Juegos Olímpicos) y una economía China en desaceleración. 

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Mejora de las perspectivas

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Durante la pandemia, el consumo mundial de productos industriales y de otros bienes se disparó en detrimento de los servicios, con efectos particularmente perjudiciales en las economías como la nuestra con más presencia de estos sectores. Ahora pasa lo contrario: era evidente que la pauta de demanda tenía que revertirse en mayor o menor medida, pero el movimiento está siendo más intenso de lo anticipado, aportando un impulso a corto plazo a la economía española y a la vez tensionando los precios.

La actividad en los sectores ligados al turismo y el ocio crece a un ritmo que roza el doble dígito en el conjunto de la UE (descontando la inflación), lo que revela la potencia de la demanda de esos servicios. El tirón se percibe en nuestro sector turístico, así como en las ramas que exportan otros servicios, más que compensando la debilidad de la demanda interna. Esta sufre el lastre de la contracción del consumo de los hogares registrada. De modo que el crecimiento del PIB se debe fundamentalmente a la aportación exterior sin la cual ya estaríamos en recesión (la aportación de la demanda interna ha sido negativa en los dos últimos trimestres, drenando un total de 1,6% de PIB).


El empuje aportado a la actividad en los servicios tiene todavía cierto recorrido gracias a la persistencia de la bolsa de ahorro embalsado en los otros países europeos. En términos medios, las familias europeas registraron un importante superávit financiero en 2022, que se añade a los jugosos excedentes registrados durante la pandemia (en España, sin embargo, las cuentas de los hogares arrojan un déficit financiero). De momento, los consumidores europeos están tirando de ese colchón de liquidez para beneficio de nuestros exportadores y operadores turísticos. Pero el efecto acabará por agotarse, de modo que las perspectivas de cara a finales de año son menos boyantes, sobre todo habida cuenta del impacto de la subida de tipos de interés que, según se prevé, irá in crescendo.

Por otra parte, el estímulo que proviene de la demanda externa también tensiona los precios. Así lo avalan los últimos datos de IPC, con incrementos que superan el 1% en el mes de abril en hoteles, restaurantes, ocio y cultura, y que llevan la inflación en el sector de servicios hasta el 4,4% en términos interanuales, el doble de los bienes industriales sin energía. El problema es que la inflación en el sector de servicios suele ser bastante persistente, incluso en presencia de una desaceleración de la demanda.

Sin duda, el pacto trienal de rentas alcanzado entre empresarios y sindicatos es una buena noticia porque reduce el riesgo de escalada de precios en el sector de servicios y, en general, ayuda a anclar las expectativas de inflación. También podría contribuir a mantener el plus de competitividad de nuestro tejido exportador: entre los otros grandes socios europeos, únicamente Alemania dispone de un acuerdo de rentas similar. Un acuerdo que, a diferencia del nuestro, se sustenta en las generosas deducciones fiscales aportadas por el Estado para facilitar el consenso.

En suma, el desvío de la demanda externa hacia los servicios se conjuga con otros factores, como la moderación de los precios energéticos y el buen comportamiento del mercado laboral para generar un shock favorable de crecimiento. Por la misma razón, la inflación podría ser más persistente, especialmente con un contexto de presión sobre los precios alimentarios como consecuencia de la sequía. Pese a ello, el escenario central es de desescalada, sobre todo tras el inesperado acuerdo de rentas. La principal incógnita radica en la sostenibilidad de los vientos de cola a partir de la segunda parte del año, que es cuando el impacto del endurecimiento monetario pilotado por el BCE será más perceptible. Las perspectivas mejoran notablemente a corto plazo, pero las incertidumbres nos obligan a corregir los desequilibrios sin bajar la guardia.

ACTIVIDAD | Según la encuesta de gestores de compra en el sector de servicios, la actividad sigue creciendo a un ritmo elevado (el indicador PMI rozó en abril el nivel 58, netamente por encima del umbral que marca la expansión). Además, las perspectivas son favorables para los próximos meses, a tenor del volumen de pedidos recibidos, particularmente desde el exterior. Por otra parte, el indicador de precios percibidos por las empresas de servicios se mantiene en valores altos, además de superar el índice de precios percibidos, —tendencia que apunta a un crecimiento de los márgenes—.

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Las distintas lecturas de la tasa de actividad

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La
tasa de actividad, recogida en España por la Encuesta de Población Activa (EPA)
del Instituto Nacional de Estadística (INE), mide el porcentaje que representa
la población activa (definida como “aquellas
personas de 16 o más años que […] suministran
mano de obra para la producción de bienes y servicios o están disponibles”
para la misma) sobre el total de habitantes. La falta de un umbral o tope superior de
edad en esta definición, junto al hecho de que los organismos internacionales como
la OCDE o Eurostat publiquen datos de esta tasa para rangos de edad entre
los 15
y hasta los 64 años, han dado lugar a ciertos equívocos que
han alimentado la discusión reciente sobre esta y otras estadísticas de empleo.
Esta entrada pretende aclarar algunos matices relativos al criterio del rango
de edad empleado para el cálculo de la tasa de actividad, con el fin de
contribuir a una correcta interpretación del indicador y de su comparación a
escala internacional.

La
falta de coincidencia del límite inferior tiene su base en el artículo 6 del Estatuto de los Trabajadores, que
prohíbe “la admisión al trabajo a los menores de dieciséis años”; además, con los datos de la EPA no es
posible evaluar la tasa de actividad comenzando a los 15 años. Sin embargo, esta encuesta sí posibilita evaluar los
cambios que se producen en la tasa de actividad de imponerse, o no, un límite
superior en la edad de la población. En concreto, permite emplear un límite
superior de 64 años —que son los datos que se envían a Eurostat—, o también a
los 69 años, cálculo que puede tener cierta relevancia en un contexto en el que
se tiende a ampliar la edad efectiva de jubilación. Veremos las implicaciones
que surgen según se adopte para el análisis uno de estos umbrales o ninguno de
ellos.

La comparación internacional con datos de Eurostat (por tanto, considerando una población activa hasta los 64 años) muestra que la tasa de actividad española se sitúa muy cerca de la media europea y en una posición central respecto de las de otros grandes países de la UE (gráfico 1). Eso sí, la tasa de actividad varía sustancialmente cuando no se fija un umbral superior respecto a cuando se establece en los 64 o en los 69 años (gráfico 2). De hecho, la evolución de la tasa empleada por el INE (sin límite superior de edad) presenta una tendencia ligeramente decreciente —que se explicaría por una caída de la actividad muy intensa en las edades más avanzadas— que no se observa cuando se considera a los menores de 70 años. Finalmente, la introducción en el análisis de la variable de género permite apreciar, por ejemplo, una mayor distancia entre las diferentes tasas de actividad por grupos de edad en el caso de las mujeres (gráfico 3), o el hecho de que la brecha de género en la participación laboral es menor si se contempla una población activa hasta 69 años (8,5 puntos en 2022) que si no se establece ningún límite superior (9,9 puntos) (gráfico 4).


En definitiva, el uso de distintos umbrales sobre la edad de la población empleada en el cómputo de la tasa de actividad da acceso a diferentes perspectivas del mercado laboral, bien desde la evolución temporal, bien en relación a la brecha de género. Por ello, se debe ser consciente de la definición que se adopte para medir la tasa de actividad.

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La economía real ante la tormenta financiera

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El vuelco inesperado de
los mercados energéticos unido a la suavización de los cuellos de botella en la
llegada de suministros había empezado a disipar algunas de las principales
incertidumbres que pesaban sobre la economía española. Pero eso era sin contar
con las repercusiones del episodio de inestabilidad financiera que se ha
desatado desde la caída de Silicon Valley Bank, y que sigue extendiéndose.

De momento las fuerzas expansivas son las que dominan la coyuntura, como lo muestran el buen comportamiento del mercado laboral y las encuestas de actividad, con indicadores PMI que apuntan a un crecimiento tanto en los servicios como, y esto es lo nuevo, en la industria. El turismo da buenas sensaciones, y estaría a un tris de superar los niveles prepandemia en términos de entradas de extranjeros. Todo ello es compatible con un avance del PIB en el primer trimestre y probablemente también en el segundo, a tenor del tirón anunciado para esta Semana Santa.


Más allá, los efectos del ajuste monetario y de las tensiones financieras que han aflorado estos últimos días ganarán protagonismo. La contracción del crédito bancario, importante indicador avanzado de actividad, ya es palpable: el volumen de nuevos préstamos a hogares ha descendido un 8% desde el verano pasado y en el caso de las empresas el descenso alcanza el 9,3% (con datos desestacionalizados y suavizados que van hasta enero). De manera similar, las entidades financieras también declaran haber endurecido las condiciones de acceso al crédito, según la última encuesta del BCE realizada antes del colapso de SVB.

La restricción crediticia sólo puede agravarse tras la última vuelta de tuerca del BCE, y sobre todo como consecuencia de la probable reacción de prudencia de las entidades financieras en un entorno marcado por la pérdida de confianza. Las instituciones financieras se enfrentan a pérdidas latentes que se generan de manera cuasi automática a medida que los bonos que habían comprado a tipo de interés fijo durante la era de abundancia monetaria se devalúan. Si bien se trata de pérdidas potenciales (solo se realizan en caso de venta de los títulos antes de llegar a vencimiento), las entidades no pueden permitirse añadir a ese riesgo de tipos de interés, otro de impago en los créditos que concede, de ahí la necesidad de una mayor cautela en la política de préstamos al sector privado.

De manera general, las
decisiones de política monetaria podrían impactar con más nitidez en la segunda
parte del año, habida cuenta del tiempo de latencia entre las medidas y la
evolución de la economía. Además, como ya ocurrió en la crisis financiera de
2008, el impacto se refuerza con cada subida adicional de tipos de interés (es
decir, la repercusión no es lineal).  

En todo caso, la clave está en la inflación. De moderarse significativamente, los bancos centrales tendrán la ocasión de frenar sus subidas de tipos, atenuando los riesgos recesivos y de crisis financiera. Se espera que los próximos datos de IPC relajen la presión: en el caso de España, el incremento será inferior al 5% en términos interanuales, por la comparación con los meses inmediatamente posteriores a la invasión de Ucrania (efecto escalón). Además, la electricidad se ha abaratado un 16% en lo que va de mes. Pero Frankfurt ya ha detectado efectos de segunda ronda en los márgenes de algunos sectores, y alerta de la posibilidad de una reacción de los salarios en los países miembros con mercados laborales más tensionados. Los costes laborales se incrementaron casi un 6% en el cuarto trimestre en términos medios interanuales en la eurozona, pero solo un 3,6% en España. Una heterogeneidad que complica aún más la tarea de la política monetaria en su doble objetivo, cada vez más contradictorio, de actuar enérgicamente contra la inflación y a la vez asegurar la estabilidad financiera.

PRECIOS | La tasa de inflación del Índice de Precios Industriales se situó en febrero en el 7,8%, muy por debajo de las tasas registradas a lo largo de 2022, que llegaron a superar el 40%. Esta moderación obedece fundamentalmente a la bajada del índice energético experimentada desde el verano pasado (pese a lo cual continua por encima de los niveles de 2021). El índice de la industria de la alimentación sigue ofreciendo señales preocupantes: su tasa interanual apenas se ha reducido unas décimas hasta el 20%, lo que apunta a que la cesta de la compra seguirá encareciéndose.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Se acentúa la divergencia entre sectores

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Índice de producción industrial | diciembre 2022


El índice de producción industrial registró en diciembre un crecimiento del 0,8%. El índice de manufacturas (que excluye los sectores energético y extractivo) registró, asimismo, un ascenso del 0,9%. Este último índice ha estado marcado durante todo el año 2022 por una acusada diferencia entre los sectores más afectados por la crisis energética y el resto de sectores, diferencia que se ha ampliado en diciembre.

Las industrias más afectadas por la crisis energética, como la química, la metalurgia, hierro y acero, papel y otros productos minerales no metálicos, a los que se une algún otro sector como el textil (todos ellos en su conjunto representan en torno al 22% del IPI de manufacturas), han vuelto a sufrir una caída en diciembre, tras la leve recuperación del mes anterior.

El resto de sectores, tomados en su conjunto, registraron, por el contrario, un crecimiento de su actividad en diciembre. Entre ellos destacan favorablemente los relacionados con bienes de equipo, que prolongaron en diciembre su tendencia ascendente.

En todo el año 2022, la actividad de las manufacturas en su conjunto creció un 2,5% con respecto al año anterior, que resulta de una caída del 3,4% en los sectores más afectados por la crisis, y de un crecimiento del 4,5% del resto de ramas. Dentro de estas, las de producción de bienes de equipo incrementaron su producción un 6,5%.

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Los tipos de interés que vienen

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Se esperaba que el giro restrictivo de la política monetaria iniciado por el banco central desde el pasado verano se acercara a un punto de inflexión, en consonancia con la moderación de algunos de los principales factores del brote inflacionista: suavización de los cuellos de botella, menor pujanza de los mercados energéticos, contención de los salarios. Sin embargo, las expectativas de una mayor gradualidad se han visto frustradas por el mensaje inesperado del comunicado del BCE divulgado esta semana: Frankfurt procederá a nuevas subidas “significativas” de tipos de interés y prolongará el ciclo restrictivo pese a la recesión que se vislumbra, según sus propias previsiones. 

Las declaraciones de Christine Lagarde posteriores a la publicación del comunicado no dan lugar a duda. El BCE incrementará fuertemente los tipos de interés, adicionalmente al medio punto recién instrumentado, lo que probablemente dejará la facilidad de depósitos (la referencia que vertebra la política monetaria) por encima del 3% a partir de la primavera, con perspectivas de nuevos ajustes posteriormente.      

El endurecimiento se apoya en un diagnóstico pesimista acerca de la evolución de la inflación. La previsión de IPC de la eurozona se ha revisado al alza en torno a un punto porcentual, hasta el 6,3% en 2023 y 3,4% en 2024. Y sobre todo el banco central considera que, a falta de medidas restrictivas, la inflación podría anclarse por encima del objetivo del 2%. 


El caso es que el contexto internacional generado por la guerra en Ucrania sigue siendo muy incierto, y que un nuevo shock energético no se puede descartar ya sea por factores geopolíticos o por el cambio de estrategia de China frente al covid (si bien los mercados a plazo lo descartan de momento, a tenor de la estabilización de la cotización del gas en torno a su nivel actual). Además, los precios de los alimentos no dan tregua, convirtiéndose en el principal quebradero de cabeza. El mercado laboral apenas se ha resentido del debilitamiento de la economía, alentando temores a un recalentamiento en algunos países. 

Frente a estos argumentos, otros abogan por una mayor gradualidad en la normalización de la política monetaria. Porque la vuelta de tuerca ya se percibe en los criterios de concesión de préstamos, los costes de financiación y el crédito. En España, por ejemplo, el volumen de nuevos préstamos hipotecarios ha caído un 22% en los últimos dos meses, y el de préstamos a empresas un 17% (en términos desestacionalizados). Si bien la economía ha resistido mejor de lo previsto, las señales de un próximo enfriamiento son inequívocas. La mayoría de familias han agotado el colchón de ahorro, de modo que la pérdida de capacidad de compra se está trasladando al consumo. Los indicadores avanzados de ventas de grandes empresas, encuestas de facturación y expectativas de actividad y de consumo, se orientan a la baja. Y el propio BCE anticipa una caída del PIB durante los dos próximos trimestres (-0,3% en total), lo que entraña una elevación de la previsión de paro. 

Ante esos riesgos, el mero hecho de anunciar fuertes subidas de tipos no es anodino. Todo ello podría haber incitado a una mayor cautela por parte del banco central, pero sin duda la preocupación con la inflación en países como Alemania ha pesado más. Tendremos también que integrar otra importante decisión de la autoridad monetaria: la retirada progresiva de los títulos de deuda adquiridos por el banco central durante la era, ya pasada, de abundancia de liquidez. Este proceso de “restricción cuantitativa” será paulatino (el BCE todavía conservará en su balance la mitad de los bonos que llegan a vencimiento) y sujeto a modificaciones en función de las circunstancias para evitar sobresaltos financieros. Pero, la restricción cuantitativa unida a las subidas de tipos conforma un desafío para la sostenibilidad de nuestra deuda pública. 

IPC | El IPC registró en noviembre un descenso del 0,1%, reduciendo la tasa de inflación total hasta el 6,8%, frente a una media del 10% en el conjunto de la zona euro. Sin embargo, la tasa subyacente se mantiene en niveles elevados (6,3%). Las presiones inflacionistas en la tasa subyacente se han moderado en los últimos meses, pero los incrementos mensuales continúan siendo superiores a los habituales antes de la pandemia. De las 192 subclases de bienes y servicios que componen el IPC, 100 tienen tasas de inflación superiores al 6%.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Las empresas manufactureras alcanzan los niveles de facturación de prepandemia

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Ya han pasado más de dos años desde que empezó la pandemia y se ha aprendido a vivir con ella. Además, han surgido nuevos riesgos en el horizonte. Por ello, conocer si ya se ha superado el colapso por la pandemia es decisivo para saber cómo se podrán abordar estos nuevos desafíos. A continuación, se comentan los resultados de Moral (2022) que analiza las empresas manufactureras españolas (pymes y grandes) a partir de sus declaraciones de IVA en la Agencia Tributaria (AEAT). El primer punto que debe resaltarse es el uso de la facturación real cuya validez es magnífica, puesto que las empresas analizadas representan el 98,4% de las ventas totales y el 99,7% de las exportaciones. 

El principal resultado del trabajo es que, en media, las empresas manufactureras españolas han alcanzado los niveles de facturación de prepandemia. En el Gráfico 1 se observa que el índice (con base 100 en el primer trimestre de 2019)[1] vale 102 en el cuarto trimestre de 2021, es decir, se superaron las ventas prepandemia en un 2,0%. 


El proceso comenzó con el desplome brutal, en el segundo trimestre de 2020, que se salvó muy rápidamente (tal y como muestra la forma de “V” tan acusada). De hecho, a finales de ese año, las empresas manufactureras españolas tan solo vendieron un 1,81% menos que en 2019. Sin embargo, el 2021 comenzó con una fuerte ola de contagios y con una vacunación muy incipiente truncó, de nuevo, el crecimiento. Hubo que esperar a la segunda mitad del 2021 para observar una senda positiva en las ventas que, esta vez sí, permitió rebasar los niveles de prepandemia a final de año. 

No obstante, la evolución del valor añadido bruto en manufacturas registrada la Contabilidad Nacional Trimestral (INE) es la contraria, ya que se recoge una caída del 5,3% en el cuarto trimestre de 2021 respecto al del mismo trimestre de 2019. Por ello, los resultados obtenidos a partir de los datos reales de facturación disponibles en la AEAT son especialmente interesantes y se deben utilizar con más asiduidad. 

En el primer trimestre de 2022 se observa un parón de la tendencia alcista previa como consecuencia de la falta de componentes y el inicio de la Guerra de Ucrania (20 de febrero). En este sentido, los datos coyunturales revelan un mantenimiento de la situación, a pesar de que a los riesgos anteriores se están uniendo los elevados precios energéticos y la inflación general.

El Gráfico 1 también muestra la evolución de los ingresos distinguiendo su procedencia: del exterior frente al mercado interior. Desde 2021, las exportaciones presentan una senda más volátil que las ventas en el mercado nacional. Aun con todo, el valor declarado de los ingresos por exportaciones de las empresas manufacturas en el primer trimestre de 2022 es un 1,7% superior al registrado en 2019. Por su parte, las ventas en el mercado español registraron en 2021 un avance más moderado que, con el ajuste de 2022, las sitúan ligeramente por debajo del nivel prepandemia. 

Pero esta tendencia general observada en las manufacturas aglutina comportamientos sectoriales muy dispares que conviene identificar. El Cuadro 1 expone las variaciones del primer trimestre de 2022 respecto de 2019 en las ventas totales, el mercado interior y las exportaciones, y constata esta idea.


Es patente que las dificultades en el sector de material de transporte lastran al conjunto de las manufacturas, siendo el único sector que retrocede en estos tres años. En concreto, el primer trimestre de 2022 factura un 10% menos: las ventas en el mercado nacional han disminuido un 19,7% y las exportaciones un 3,3% (este sector exporta más del 80% de su producción). La falta de suministros y componentes es un problema para el sector, pero la cuestión de fondo es el proceso de cambio que debe realizar para adaptarse al nuevo paradigma de movilidad sostenible. En 2020, solo el 7,3% de los vehículos producidos en España fueron “alternativos”, es decir, eléctricos de batería, híbridos enchufables, híbridos convencionales o de gas (ANFAC, 2020).

Por su parte, los sectores que mejor se comportaron en 2020 (el químico y farmacéutico junto con el de alimentación, bebidas y tabaco) mantienen una buena trayectoria, especialmente en las exportaciones. Las ventas en el exterior también han sido cruciales para la obtención de buenos resultados en el sector de textil y confección y el de madera, corcho y muebles. 

En conclusión, este análisis muestra recorridos muy diferentes en los sectores manufactureros que deben seguirse con atención en el momento actual de incertidumbre.


[1] Los efectos de la pandemia comenzaron en marzo de 2020, por lo que los datos del primer trimestre ya mostraron una caída. Por ello se realiza la comparación con el primer trimestre de 2019.

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El BCE, o cómo soplar y sorber a la vez

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La economía comienza el año con expectativas favorables de crecimiento y un mercado laboral pujante como exponente más visible, pero frenada por los efectos de la inflación. El BCE intenta encontrar un camino entre esas fuerzas opuestas. No lo tiene fácil, porque si bien su principal objetivo es la estabilidad de los precios, un endurecimiento demasiado agresivo tendría consecuencias nefastas tanto en la recuperación como en la estabilidad de la zona euro. Y nuestra economía sería una de las más vulnerables ante esta perspectiva. 

De momento la incertidumbre sigue marcando la coyuntura. La actividad pierde vigor desde el inicio del año (el indicador PMI de gestores de compra de las empresas se redujo en enero por debajo del nivel 50 que indica una contracción), una tendencia compartida con los principales socios europeos, merced a la variante ómicron. Por otra parte, más allá de los problemas metodológicos de medición del IPC que mantienen en vilo a los expertos, en la mayoría de hogares se percibe un descuelgue de los ingresos con respecto a los precios. El consumo, principal motor de la economía, se resiente. 

Fuente: Markit Economics.

Las empresas, sin embargo, conservan la esperanza. Las expectativas de ventas futuras siguen mejorando pese al frenazo de la actividad en enero (el indicador PMI de ventas incluso se incrementa desde finales de 2021, rozando máximos de la serie histórica). El sector clave del turismo se prepara para tiempos mejores a medida que los países europeos relajan las restricciones sanitarias y el miedo a viajar se disipa. En 2021 solo entraron el 45% de turistas extranjeros con respecto a dos años antes, y por tanto el margen de recuperación es considerable. Solo con que desapareciera ese déficit, y sin considerar los efectos de arrastre en la inversión y el consumo, el PIB se incrementaría en dos puntos porcentuales. Esto es un impulso superior al que se espera de los fondos europeos. 

Para la política monetaria el desafío es ayudar a realizar esas expectativas de crecimiento, sin dejar que se desanclen las de inflación. Hasta fechas recientes, el BCE minimizó la tensión entre los dos objetivos, manteniendo una visión de pura transitoriedad del brote de inflación. Los hechos han obligado a un esfuerzo de realismo. Y en sus declaraciones de esta semana, Christine Lagarde se remitió a los mismos hechos para abrir diferentes opciones, sin descartar un incremento de tipos de interés este año. Implícitamente, lanza un órdago a la moderación de los agentes sociales, para minimizar los efectos de segunda ronda.   

Pero no bastará ceñirse a los hechos y llamar a la moderación, porque todo apunta a que las tensiones persistirán en los mercados energéticos: la demanda de hidrocarburos sigue siendo intensa mientras que la oferta reacciona con lentitud, por factores geopolíticos y porque los objetivos de lucha contra el cambio climático acortan la perspectiva de retorno de las inversiones en energías fósiles. Es cierto que la situación es distinta en EE. UU., donde existe un exceso de demanda que exige una reacción inmediata de la Reserva Federal. Además, los principales países que comparten el euro se recuperan con retraso, y el estímulo fiscal es significativamente menor que del otro lado del Atlántico. Pero el shock de costes es global.   

Una clarificación de la estrategia monetaria parece por tanto imprescindible. Los mercados ya empiezan a anticipar cambios, exigiendo una mayor remuneración en sus compras de deuda. El euríbor, referencia para las hipotecas, sale de su largo letargo, el rendimiento de los bonos públicos a 10 años supera el 1% y nuestra prima de riesgo se tensa. Es el momento para el BCE de interponerse a los mercados para prevenir cualquier amago de fragmentación financiera. Y para incorporar una inflación más elevada durante un tiempo prolongado, algo que, bien gestionado, también tiene sus ventajas.    

IPC | La persistencia del brote de inflación ha sorprendido al BCE, abriendo la perspectiva de una subida de tipos de interés que había descartado hasta fechas recientes. El IPC de la eurozona se incrementó en enero, un mes caracterizado por las rebajas, y alcanzó el 5,1% en tasa interanual. En el caso de España, el incremento fue del 6,1%, según el adelanto del INE. La inflación bate records en Alemania, Bélgica y Holanda, tres países particularmente sensibles al alza de precios. Solo Finlandia, Francia y Portugal mantienen tasas moderadas, ligeramente superiores al 3%.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La economía española, entre la crisis y la salvación

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Los atisbos de recuperación que habían surgido
tras el periodo de confinamiento se están afianzando. La actividad industrial
rebota con más intensidad de lo previsto, según el principal indicador de
coyuntura para junio (índice PMI de compra de empresas). También se percibe una
notable mejoría en los servicios, algo sorprendente ya que se trata del sector
más castigado por las medidas de restricción de actividad y de movilidad.

Gráfico 1

LA ECONOMÍA ESPAÑOLA REPUNTA TRAS EL CONFINAMIENTO CON MÁS INTENSIDAD QUE LA MEDIA EUROPEA

Fuente: Markits Economics.

Además, el mercado laboral juega por primera vez un papel estabilizador, en lugar de magnificar el desplome de la economía con ajustes masivos de plantilla como sucedió en la anterior crisis, o en la recesión de los años 90. La afiliación a la Seguridad Social aumentó el mes pasado en cerca de 30.000 personas, con datos desestacionalizados, cerca del doble de lo previsto por Funcas. Y casi un millón y medio de personas que estaban en un ERTE se han incorporado plenamente a la actividad durante mayo y junio.

Estas son señales alentadoras de vida que, sin
embargo, no deben servir para echar las campanas al vuelo, porque se producen
desde los niveles de hibernación registrados en el cénit de la pandemia. Con
toda probabilidad, el PIB habrá registrado en el
segundo trimestre el mayor descenso desde que existen datos
comparables. Esto explica que solo se ha recuperado el 20% de la afiliación
perdida durante las semanas más duras de reclusión (el doble si se tiene en
cuenta el efecto ERTE).

El camino, por tanto, será largo. Y desigual,
porque si bien una parte de la economía repunta, la otra se enfrenta al riesgo
de insolvencia, si no ha quebrado ya. Se quedan en la cuneta muchas personas
(todas aquellas que no entran en una política de empleo y se ven abocadas al paro
de larga duración) y las empresas que o bien han echado el cierre, o bien están
entrando en concurso de acreedores. A más situaciones de insolvencia, menor la
capacidad de recuperación de la economía.

«Un aumento prematuro de impuestos podría comprometer la dinámica de la recuperación, por su impacto directo sobre la demanda, y sobre las expectativas. El endeudamiento seguirá siendo, de momento, el principal recurso para hacer frente a una crisis que reviste múltiples realidades».

Raymond Torres

La doble cara del repunte de actividad justifica,
por tanto, una respuesta calibrada de la política económica. En primer lugar,
para limitar el riesgo de insolvencia de buena parte del tejido productivo, se
trata de prolongar las líneas de crédito ICO y los
ERTE, reforzando los criterios de acceso ahora que las
administraciones responsables tienen más capacidad de gestión. Las recientes
decisiones del Gobierno van en esa dirección, aunque todavía falta especificar
cómo se ayudará a las personas que no están amparadas por los actuales
dispositivos de empleo. Otra tarea pendiente es facilitar el acceso de las
pymes a las medidas de apoyo a la liquidez. La creación de un fondo de rescate
dotado de 10.000 millones para empresas estratégicas también parece una
iniciativa acertada ante el riesgo de insolvencia de proyectos industriales
vitales para el país.

En segundo lugar, en cuanto a los sectores mejor posicionados (una parte de la industria y de la construcción, servicios que teletrabajan, sector primario), la tarea es afianzar la recuperación con estímulos a la inversión. Por lo menos hasta que se produzca una dinámica auto-entretenida, con incrementos de la demanda privada y del empleo que reviertan automáticamente sobre la actividad sin necesidad de ayuda pública. La actual debilidad del consumo familiar y de la inversión empresarial muestra que ese horizonte es incierto, eso sin contar con un rebrote temible del virus.

El anuncio de un programa de ayudas a la
inversión para la digitalización y la transición verde es coherente con ese
objetivo, y con el futuro plan europeo. A la inversa, un aumento prematuro de
impuestos podría comprometer la dinámica de la recuperación, por su impacto
directo sobre la demanda, y sobre las expectativas.

El endeudamiento seguirá siendo, de momento, el
principal recurso para hacer frente a una crisis que reviste múltiples
realidades. Por ello, habrá que acertar en el diseño de los nuevos planes de
ayuda. De modo que todo euro invertido abone el terreno de una recuperación
sostenible.

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Lo que nos dicen los indicadores sobre la economía en el segundo trimestre

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Con los indicadores publicados en
los últimos días disponemos ya de bastante información sobre la magnitud de la
caída de la actividad económica sufrida durante la etapa más estricta del
confinamiento, aunque aún es escasa la relativa a la recuperación experimentada
tras el inicio de la desescalada.

Empezando con la actividad
industrial, el número de afiliados a la Seguridad Social en el sector se redujo
en 81.000 en abril –el mes en el que las restricciones fueron más severas– en
comparación con el nivel de febrero. Por otra parte, el índice de producción
industrial de dicho mes fue un 33% inferior al nivel anterior a la crisis. Esta
tasa es muy semejante a la observada en otros indicadores, como las ventas de
grandes empresas de bienes industriales, o las exportaciones de mercancías en
términos reales.

Gráfico 1

Fuentes: INE, Seguridad Social, Agencia tributaria, Markit Economics y Ministerio de Industria.

Resulta interesante analizar el impacto de la crisis por ramas industriales. Tanto el IPI como las exportaciones presentan un patrón prácticamente idéntico: el sector donde más acusada fue la caída fue el del automóvil, en el que tanto las exportaciones como el nivel de producción cayeron cerca del 90%. Este desplome supone el truncamiento de una tendencia favorable iniciada a mediados del pasado año, cuando el sector comenzó a recuperarse de la crisis sufrida desde septiembre del año anterior. Le siguen con una caída menor, pero también muy abultada, las ramas de textil, confección, cuero y calzado. Las ramas donde menor ha sido el impacto han sido las de alimentación y farmacéutica. En el resto —bienes de equipo, semimanufacturas— el impacto fue intermedio. Por otra parte, en el caso de las exportaciones, las de productos agrícolas no solo no descendieron, sino que incluso registraron un incremento.

Con respecto al sector servicios,
la caída en la afiliación en abril sobre el nivel pre-crisis fue de 590.000
(cifras en medias mensuales sin desestacionalizar), en tanto que la actividad
en el conjunto del sector, conforme al índice de cifra de negocios, sufrió una
caída del 42% sobre los niveles de enero-febrero. Otro indicador, las ventas de
grandes empresas del sector registraron una caída del 33%. Evidentemente, la
evolución en las diferentes ramas de actividad ha sido muy dispar. Así, el
número de pernoctaciones en hoteles fue un insólito cero, y el transporte aéreo
de pasajeros apenas fue una insignificante fracción de la cifra habitual de un
mes de abril. Sin embargo en servicios como actividades profesionales,
científicas y técnicas la caída fue del 30% y en telecomunicaciones un 4,8%.

En cuanto a la construcción, su caída fue inesperadamente severa, especialmente al inicio de la etapa de confinamiento. El descenso en el número de afiliados fue el mayor en términos porcentuales de todos los sectores, y el consumo de cemento —otro indicador relevante de actividad en el sector— se hundió un 50% en abril en comparación con los niveles pre-crisis, aunque en las dos últimas semanas de marzo la caída habría sido del 56%.

En suma, a partir de todos estos indicadores, y teniendo en cuenta que la actividad en  el sector de las Administraciones Públicas, sanidad y educación apenas se vio afectada —e incluso se incrementó, en el caso de la sanidad— puede estimarse que la caída del PIB en abril, cuando las restricciones fueron más severas, y, por tanto, cuando el nivel de actividad probablemente tocó fondo, se situó entre el 25% y el 30%. No obstante, la cifra para el conjunto del segundo trimestre sería algo más moderada, puesto que en mayo y junio, con el avance en el proceso de desescalada, se recuperó una parte de la actividad perdida.

«Con la prudencia debida, dada la escasez de la información relativa a los dos últimos meses, podemos anticipar una caída del PIB en el conjunto del trimestre algo por debajo del 20%, en línea con la previsión de Funcas»

María Jesús Fernández

Así, en mayo, en lo que se
refiere al sector industrial, el número de trabajadores afiliados a la Seguridad
Social aumentó en 2.600, y el índice PMI de manufacturas también registró una
cierta recuperación. En cuanto a los servicios de mercado, el incremento en la
afiliación a la Seguridad Social en mayo fue de 17.700, lo que, junto al
ascenso del PMI del sector, también apunta a una moderada recuperación. No son
avances excesivamente impresionantes, pero no hay que olvidar que en ese mes
aún persistían importantes restricciones a la movilidad y a la actividad en
determinados servicios.

Es en el sector de la
construcción donde más intenso parece haber sido el rebote durante la
desescalada de mayo: es el que ha registrado la mayor recuperación del empleo,
tanto en términos absolutos como relativos, mientras que el consumo de cemento
experimentó un incremento extraordinario hasta quedar situado tanto solo un 10%
por debajo del nivel de enero-febrero (frente a la caída del 50% de abril).

En mayo hemos tenido, por tanto, una reactivación modesta de la industria y los servicios, y más intensa en la construcción. No hay duda de que el ritmo de la recuperación se intensificó en junio, con el avance en la desescalada, como así lo confirman algunos indicadores de alta frecuencia como los informes de movilidad de Google, o de pagos con tarjetas. En definitiva, con la prudencia debida, dada la escasez de la información relativa a los dos últimos meses, podemos anticipar una caída del PIB en el conjunto del trimestre algo por debajo del 20%, en línea con la previsión de Funcas.

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