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La hora de la UE ante la crisis global: riesgos y también oportunidades

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La Unión Europea (UE) enfrenta importantes desafíos en materia comercial y monetaria, con especial atención a sus relaciones con Estados Unidos. Las tensiones comerciales, las diferentes políticas monetarias del Banco Central Europeo y la Fed estadounidense y la incertidumbre global configuran un panorama complejo que puede impactar sobre el crecimiento económico y la estabilidad financiera. Por si esto no fuera suficiente, el posible fin de la guerra en Ucrania, el (escaso) papel que la UE podría tener y las necesidades de un notablemente mayor gasto y coordinación en defensa están encima de la mesa. Como se dice en el mundo anglosajón, the plot thickens (la trama se complica).

Podemos estar llegando a un cambio de era y la unidad de Occidente parece quebrarse. Muchos temas entrecruzados a los dos lados del Atlántico. Se necesita claridad. No la hay y puede que no la haya en mucho tiempo. Estados Unidos está en plena efervescencia. Está por ver si Europa podrá dar una respuesta unida ante tantos frentes abiertos, más aún ante el incierto resultado de las elecciones federales en Alemania este domingo

Las fricciones entre la UE y EE. UU. se iniciaron cuando la administración estadounidense amenazó con un arancel del 25% al acero y al aluminio europeo, entre otras tarifas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respondió que la UE contraatacaría con medidas proporcionales si no se llegaba a un acuerdo. Supondría un entorno comercial enrevesado. La UE aplica actualmente un arancel promedio del 4,2% sobre productos agrícolas y del 0,9% sobre el resto de mercancías de EE UU., mientras que este país aplica un 2,7% y un 1,4%, respectivamente. Sin embargo, la UE exime de aranceles a un mayor número de bienes estadounidenses. Las diferencias son ahora muy reducidas pero una guerra comercial traería consigo efectos adversos al fragmentar las cadenas de suministro y acrecentar la incertidumbre en las inversiones.

La confusión aumentó cuando se supo que EE UU evalúa elevar sus aranceles para compensar los impuestos “discriminatorios”, como IVA europeo, algo que se entiende mal desde el análisis económico ya que es un tributo que se fija a todos los productos, tanto los nacionales como los importados. Por tanto, no hay discriminación. De producirse, afectaría impactando significativamente a las exportaciones europeas, aunque no está claro cómo responderían los Gobiernos de la UE, pero una reacción habría lógicamente.

Este panorama ha acrecentado los temores de que la actividad económica se resienta y que repunte la inflación. En el primero de los casos, un aumento de la incertidumbre podría llevar a familias y empresas y a posponer sus decisiones de consumo e inversión, lo que puede afectar al crecimiento, sobre todo si cambiara el tono de la política monetaria y los tipos bajaran menos de lo esperado. En el segundo punto, los temores a que la inflación repunte puede afectar a la confianza del consumidor, que puede decidir acaparar bienes hoy, muchas veces irracionalmente, ante posibles aumentos de precios en el futuro. Se trataría de una profecía autocumplida. Los ciudadanos han comenzado a almacenar productos en EE UU, con un alimento como los huevos que están desapareciendo de los estantes de los supermercados y con precios por las nubes, que recuerda a lo que pasó con el papel higiénico en la pandemia. Confiemos en que vuelva la calma. En todo caso, desde el ámbito financiero, los mercados de bonos se han resentido con aumentos de rentabilidad ante la creciente incertidumbre, aunque los de renta variable continúan en máximos históricos.

Otro debate en la UE gira en torno al gasto en defensa. En la controvertida Conferencia de Seguridad de Múnich, donde se percibieron claramente las diferencias entre EE. UU. y la UE, Ursula von der Leyen propuso activar la cláusula de escape para inversiones en defensa, permitiendo una mayor flexibilidad fiscal. Argumentó que, en tiempos de crisis como ocurrió con la pandemia, Europa debe adoptar un enfoque similar para fortalecer su capacidad militar.

Con alguna complicación, el marco fiscal europeo solo permite activar la cláusula de escape en caso de recesión grave. Cada Estado miembro puede solicitar su propia cláusula de escape nacional, pero la Comisión no puede hacerlo para toda la UE. El presidente francés Emmanuel Macron también solicitó una reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, calificándolo de obsoleto. Von der Leyen también defendió una estrategia común de defensa, que permitiría canalizar fondos europeos hacia proyectos militares conjuntos. En todo caso, este plan, demorado tantas veces y que ahora podría avanzar definitivamente, lograría aumentar la autonomía estratégica europea. Requerirá consenso y tiempo, pero las señales al respecto no llaman al optimismo, como fue la reunión de líderes europeos en París de este lunes.

Todo esto, asimismo, obliga a repensar las conclusiones de los conocidos informes Letta y Draghi. El entorno en el que se elaboraron no es el actual, muy convulso y con impactos de largo plazo para la economía y empresas. Parece necesario otorgar aún más urgencia a muchas de las acciones que reclamaban, como culminar la integración de mercados o la simplificación regulatoria en los ámbitos financiero, económico y tecnológico. En el ámbito empresarial y de la inteligencia artificial hay además una ventana de oportunidad para Europa. Especialmente tras la aparición de modelos de IA menos costosos y más rápidos de desarrollar, como mostró la tecnológica china DeepSeek. Son tiempos vertiginosos que presentan numerosos riesgos pero también oportunidades.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La inflación desigual

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Parece que la inflación sigue dando algo de tregua. Se ha podido comprobar con los datos provisionales de junio conocidos esta semana. Tanto en España como en la zona euro. Nuestro país sigue siendo alumno aventajado ya que el índice general ha sido de 1,9 por cien y la subyacente de 5,9 por cien. La media de en la eurozona está significativamente por encima en el índice general (5,5) aunque la subyacente es parecida (5,4). El nivel medio del bloque del euro continúa relativamente elevado, aunque haya bajado. Destaca Alemania, con un 6,1 por cien. Preocupa la subyacente y la retroalimentación de la inflación por “efectos de segunda ronda” (por crecimiento de salarios), de la que hablan algunos representantes del BCE. En el Foro de banqueros centrales de la ciudad portuguesa de Sintra celebrado a comienzos de esta semana no se han despejado esas dudas sobre si se ha vencido ya la batalla de la inflación. Al contrario, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal, entre otras autoridades monetarias, confirmaron que se esperan más subidas de tipos en el segundo semestre, lo que apunta a una inflación aún persistente, sobre todo cuando se retiren algunas de las medidas de los gobiernos —en España también— que contribuían a bajar la inflación (ayudas al combustible o rebajas del IVA). Llegará la convergencia de niveles de inflación, pero mientras tanto, hay tensiones.

Como no cabe de otra manera, esos incrementos del precio del dinero se aplicarán por igual a lo largo y ancho de los países del euro. Y la situación macroeconómica no es igual en todos los rincones. España, que tiene los niveles más bajos de inflación, experimentará el mismo tratamiento restrictivo que un país como Alemania con una inflación tres veces la española. No es una buena noticia porque el aumento de los costes de hipotecas y otros créditos para familias y empresas se está dejando sentir significativamente. Asimismo, la mayor pujanza de la actividad económica de nuestro país puede debilitarse considerablemente —alguna señal ya lo apunta—. Nos conviene que nuestros socios del euro tengan una inflación más baja, ya que con ellos comerciamos. Si su economía es vulnerable por la inflación, la nuestra lo será también. Sin embargo, muchos de ellos están en recesión técnica, por lo que un nuevo atornillamiento de tipos de interés puede enfriar más sus economías, y, sin duda, la nuestra. El objetivo es que la inflación se modere más para retomar el crecimiento sostenible y el aumento de la productividad.

Ese crecimiento desigual de los precios en Europa también afecta a los tipos de interés reales (que se calculan restando a los tipos nominales la inflación) de deuda, crédito y remuneración del ahorro. Al ser menor la inflación, los tipos reales son más altos en España, tanto los oficiales como los de determinados productos financieros. Así, comentaba hace unos días el Gobernador del Banco de España que había una relación entre los tipos de depósitos e hipotecas, que en términos nominales están más bajos en España, pero no así en términos reales. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia

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La resiliencia del empleo en la era pospandemia

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Uno de los rasgos de la evolución de la economía española en el periodo pospandemia ha sido el positivo comportamiento del empleo. El número de ocupados supera el anterior a la crisis sanitaria desde finales del pasado año, y a lo largo de este año ha seguido creciendo, a pesar de que el PIB aún no ha recuperado el nivel de 2019, y a pesar de un contexto extremadamente desfavorable de inflación y crisis energética.

Es cierto que una parte importante del empleo creado ha sido empleo público, pero el empleo privado, medido a través del número de afiliados a la Seguridad Social, era en el tercer trimestre superior en 550.000 al del mismo trimestre de 2019. Y si excluimos el sector agrícola, único gran sector donde sí se ha registrado una caída en el número de ocupados, el incremento ha sido de 608.000.

Es probable que una parte de dicho crecimiento sea empleo sumergido que ha aflorado tras la pandemia, y, por tanto, no sería creación de empleo nuevo. No es posible saber con precisión a cuánto puede ascender su cuantía, solo podemos hacer estimaciones indirectas. El Plan Presupuestario presentado por el Gobierno en octubre recogía un cálculo, según el cual el empleo aflorado podría ascender a 285.000. Descontando esta cifra, aún se habrían generado unos 323.000 nuevos empleos en el sector privado no agrícola. Al mismo tiempo, numerosos sectores productivos reportan severas dificultades para cubrir sus vacantes.

Otro desarrollo positivo de este periodo es que prácticamente todos los trabajadores que se acogieron a los ERTE durante la crisis sanitaria han sido ya reabsorbidos, desmintiendo los temores iniciales a que una parte importante de ellos estuvieran condenados a perder su puesto de trabajo por la inviabilidad de sus empresas tras meses de restricciones.

A diferencia de lo ocurrido con el número de personas ocupadas, el número total de horas trabajadas ha descendido, aunque ligeramente: en el tercer trimestre era un 0,8% inferior a la cifra prepandemia. Esto significa que el número medio de horas trabajadas por ocupado se ha reducido. Podría pensarse que la explicación a esta evolución divergente de las horas trabajadas y el número de empleos se encuentra en que los nuevos puestos de trabajo son a tiempo parcial, pero no es así. Tanto las cifras de la Encuesta de Población Activa como las de afiliados arrojan un descenso en el número de empleos a tiempo parcial, de modo que todo el empleo neto creado a lo largo de este periodo ha sido a tiempo completo.

En cualquier caso, pese a su ligero descenso, la evolución de las horas trabajadas ha sido mejor que la del PIB, ya que este aún se encuentra un 2% por debajo del nivel de 2019, y sigue siendo destacable que las empresas españolas hayan incrementado sus plantillas sin que el número de horas se haya recuperado. También resulta llamativo este descenso en el número medio de horas trabajadas por ocupado cuando existe escasez de mano de obra. A su vez, esta escasez parece, en principio, difícil de conjugar con una tasa de desempleo de dos dígitos. En suma, la evolución del mercado laboral está conformada por un conjunto de piezas que no sabemos muy bien como encajar entre sí.

La buena marcha del empleo y la escasez de mano de obra pese al complicado contexto actual no es algo exclusivo del mercado laboral español, sino que es un fenómeno generalizado en los países de nuestro entorno –en la eurozona la tasa de paro se encuentra en su mínimo histórico–, si bien en otros países el crecimiento del empleo pospandemia no ha estado desligado del crecimiento de la actividad económica, ya que prácticamente todos han recuperado, y superado, el PIB de 2019. El principal rasgo distintivo de España es que el buen comportamiento del mercado laboral coexiste con una recuperación incompleta del PIB.

Según el avance de datos de afiliación comunicado por el Ministro de Inclusión, la tendencia favorable se mantiene en noviembre, pese a que hay indicios de que la economía puede haber entrado ya en recesión. Esta fortaleza del empleo –aunque no sepamos muy bien cómo explicarla– supone un elemento de optimismo de cara a la crisis que se avecina. Unido a la posibilidad de recurrir a los ERTE, el hecho de que en muchas actividades las plantillas son ahora mismo insuficientes, y la inexistencia –a diferencia de la crisis de 2008– de una burbuja que haya elevado la actividad por encima de lo sostenible, permite concebir la esperanza de que el impacto de la crisis energética sobre el empleo sea poco relevante, al menos en 2023, y siempre que no se agudicen las tensiones en los mercados energéticos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión.

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Salvar el invierno

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Las últimas noticias sanitarias y económicas sobre el impacto del Covid-19 en nuestro país son crecientemente preocupantes. Pocas dudas hay de que España se encuentra entre los países con mayor incidencia de la pandemia. En contagiados, hospitalizados, UCIs y fallecidos, tanto en la primera ola en primavera como en lo que ya parece ser un segundo rebrote desde hace semanas. Es cierto que no parecen comparables ambos períodos. Se realizan muchos más PCR y esfuerzos de rastreo ahora y hay tratamientos –aunque incompletos– más exitosos, y se protege a los grupos poblacionales más vulnerables. Sin embargo, los datos van empeorando paulatinamente. Las próximas semanas alumbrarán cifras cada vez más negativas. La desazón crecerá. La esperanza de una vacuna próxima puede ayudar a cambiar percepciones hacia finales de año, pero esa fecha a día de hoy parece quedar muy lejos. La mayor incidencia de esas dos olas en España pone de manifiesto una gestión de la pandemia comparativamente más deficiente que los países de nuestro entorno. Algo habremos hecho mal. Hoy día, ni se ofrecen cifras coherentes ni hojas de ruta –ni sanitarias, ni educativas ni en relaciones sociales– con credibilidad suficiente. Y, desde luego, la idea de que nuestro país contaba con el mejor sistema de salud del mundo –algo repetido por muchos políticos durante años– se ha desvanecido rápidamente. Tenemos magníficos profesionales en la sanidad, con gran capacidad de sacrificio y resiliencia, pero nuestro sistema sanitario ha hecho agua en recursos, planificación y adecuada preparación para pandemias y emergencias.

Todo esto ha tenido terribles consecuencias sobre la actividad económica y el empleo. Nuestro país depende de sectores muy afectados por la covid-19, como todo lo relacionado con la hostelería. En junio, se quiso “salvar el verano” para el turismo y el fiasco ha sido considerable con efectos devastadores para el turismo. El descontrol de cifras de la incidencia sanitaria a escala nacional y por comunidades autónomas –y una gestión francamente mejorable en prevención– ha echado al traste el verano. La imposición de cuarentenas a los que visitaran nuestro país por parte de nuestros socios europeos ha hecho el resto.

La mayor incidencia de esas dos olas en España pone de manifiesto una gestión de la pandemia comparativamente más deficiente que los países de nuestro entorno. Algo habremos hecho mal.

Santiago Carbó

Lo peor de las cifras económicas parece que está por llegar. Es probable que veamos un número creciente de empresas que cierran, un aumento notable del desempleo –a pesar del mantenimiento de buena parte de los ERTE–, y un incremento de morosidad y otros indicadores de tensión financiera. Ojalá me equivoque. En todo caso, es prioritario “salvar el invierno”, primero mejorando notablemente en España todo lo relacionado con la incidencia, prevención e información de la pandemia para generar credibilidad y confianza en nuestro entorno. Y, en segundo lugar, convenciendo a nuestros socios europeos de que el cierre de fronteras e imposición de cuarentenas a visitantes no impide la expansión de la pandemia entre países, y lo único que logra en la práctica es el desastre económico de todos. Si logramos solamente esas dos cosas, se podrá evitar lo peor en términos económicos en los próximos meses, tanto para el turismo invernal –importante en nuestro país– como para el resto de la actividad económica.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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