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En España se trabaja poco desde casa, y mucho en fin de semana

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La emergencia sanitaria y las restricciones a la circulación y reunión de personas impuestas en 2020 obligaron a muchos trabajadores a convertir su domicilio particular en su lugar de trabajo. Dadas las rigurosas medidas de distanciamiento social que prevalecieron durante 2020, era de esperar que ese año se registrara un pico en la proporción de personas trabajando desde casa y que, a partir de entonces, la cifra se estabilizara o incluso disminuyera. 

Sin embargo, los datos de Eurostat no respaldan más que parcialmente esa expectativa. En prácticamente toda la Unión Europea (UE) (a excepción de Luxemburgo y Austria) el porcentaje de ocupados (20-64 años) que trabajan desde casa “a veces” (menos de la mitad de los días trabajados) o “habitualmente” (al menos la mitad de los días trabajados) ha aumentado en 2021 (gráfico 1). Incluso, en algunos, como Países Bajos, Irlanda y Bélgica, se ha registrado entre 2020 y 2021 un fuerte aumento del porcentaje de personas que trabajan desde casa. Por el contrario, otros países (entre ellos, España) muestran incrementos muy pequeños, lo que permite conjeturar que, de momento, se ha alcanzado un techo en el teletrabajo.


Países Bajos destaca como el miembro de la UE con mayor proporción de personas ocupadas que ya trabajaban desde casa antes de la pandemia (2019), posición que mantiene en 2021. Alrededor de seis de cada diez (57,6%) ocupados en este país declararon en 2021 haber trabajado “a veces” o “habitualmente” desde casa en las cuatro semanas previas, casi cuatro veces más que en España (15,5%). Sin embargo, Irlanda es el país en el que está más extendido el teletrabajo doméstico “habitual”, ya que un tercio de los ocupados (33%) lo ejerce, triplicando holgadamente el porcentaje español (9,6%) (gráfico 2).


Como es de esperar, desde la declaración de la pandemia, el incremento del trabajo desde casa ha sido mayor en los países en los que esta modalidad de trabajo era poco frecuente (gráficos 3a y 3b). Así, algunos países de Europa del Este (Hungría, Rumanía y Bulgaria) mostraron en 2020 un aumento muy significativo de la proporción de ocupados que teletrabajan. De la misma manera, en Grecia e Italia los porcentajes de ocupados que trabajan “a veces” o “habitualmente” desde casa casi se triplicaron entre 2019 y 2021. No obstante, entre los países del sur de Europa, Portugal continúa ostentando la mayor proporción de teletrabajadores.


En resumen, a pesar del aumento registrado del trabajo desde casa en 2020, España sigue estando muy por debajo de la media de la UE. Esta evidencia contrasta con la opinión tan positiva que los trabajadores en España mantienen hacia el teletrabajo, según diferentes encuestas. En otoño de 2020, casi dos tercios de los ocupados (63%) que empezaron a trabajar desde casa tras el brote de Covid-19 manifestaron su preferencia por seguir haciéndolo después de la pandemia, siendo los entrevistados menores de 55 los más interesados en esta modalidad de trabajo (gráfico 4). La Encuesta sobre Equipamiento y Uso de TIC en los Hogares (Instituto Nacional de Estadística 2021) también muestra una alta valoración del trabajo a distancia en España (8,1 de 10) entre los ocupados que lo han practicado. Estas preferencias sociales crean, en principio, condiciones propicias para un mayor progreso del teletrabajo en España. Sin embargo, este depende, en gran medida, del tipo de puestos de trabajo que ofrezca el mercado laboral, y estos a su vez dependen de la valoración que los empleadores hagan del desempeño de sus trabajadores a distancia durante el periodo de pandemia. Que en España haya aumentado en 2021 el teletrabajo menos que en otros países de su entorno sugiere que esa valoración ha sido más crítica. 


Trabajo en fin de semana

Si los países meridionales de Europa Occidental destacan por sus niveles comparativamente bajos de personas ocupadas que trabajan desde casa, también sobresalen por sus altos porcentajes de trabajo en horarios atípicos, particularmente en los fines de semana. 

Grecia representa un caso extremo con un 40,2% de todos los ocupados (de 20 a 64 años) que trabajan los fines de semana, seguida de Italia (34,5%), Francia (29,0%) y España (28,9%). Trabajar los fines de semana es mucho más frecuente en el sur de Europa. Portugal vuelve a desviarse de la pauta regional y registra un porcentaje (20,7%) inferior a la media de la UE (22,1%) (gráfico 5).


En algunos países (Francia y España, entre ellos), las mujeres trabajan con más frecuencia que los hombres los fines de semana, pero las diferencias por sexo son bastante pequeñas. De hecho, la media de la UE para hombres y mujeres es muy similar (22,4% y 21,8%, respectivamente) (gráfico 6).


Sin embargo, surgen diferencias significativas cuando se comparan los datos de la UE y de España por régimen de empleo. Más de la mitad de los trabajadores por cuenta propia trabajaron en España los fines de semana en 2021 (el 50,6% de los que no tienen empleados y el 52% de los que tienen empleados), mientras que la proporción de los empleados por cuenta ajena asciende a una cuarta parte (24,9%). Las cifras correspondientes a la media de la UE son más bajas: 39,9%, 47,6% y 18,8%, respectivamente (gráfico 7). En la medida en que trabajar en fin de semana impide compartir tiempo con otros miembros de la familia, cabe afirmar que, en general, los autónomos afrontan más dificultades para alcanzar el equilibrio entre la vida profesional y personal (work-life balance) que tan a menudo se reivindica.  

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Personas y empresas

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Para paliar los devastadores efectos económicos de la covid, algunos países han enfatizado más las ayudas a las familias necesitadas y otros, las destinadas a la actividad empresarial. No son incompatibles, ya que en el corto plazo era necesario el apoyo a los hogares sin ingresos o muy disminuidos –tuvieran trabajo o no– y conjuntamente las acciones para empresas que permitan mantener la actividad y el empleo, tanto en el corto como en el medio plazo, lo que redunda en el bienestar personal.

En nuestro país, la mayor parte de los apoyos públicos a empresas se han canalizado a través de los ERTE y de los avales del ICO, que han supuesto un esfuerzo financiero notable. Aunque todo es mejorable, han funcionado bien, logrando aminorar notablemente las repercusiones sobre el empleo, mantener la liquidez de las empresas y la salud de la cadena de pagos de la economía. Ante la persistencia de la pandemia, estos dos ejes de actuación deberían mantenerse –únicamente para empresas y actividades viables– al menos, hasta finales de primavera de 2021. Sin embargo, en España se echa en falta una mayor contundencia de ayudas públicas directas a las empresas, como ha sucedido en otros países. Es, además, más perentorio, por la gran importancia cuantitativa de pymes y autónomos en nuestro tejido productivo y el mayor peso de sectores como el turismo, hostelería y restauración, tan impactados por la pandemia en sí y por las medidas restrictivas de confinamiento y cierre de locales. España ha concedido solamente un montante de alrededor del 4% del PIB en ayudas directas, muy por debajo de otros países europeos como, por ejemplo, Alemania, con una cifra por encima del 10%, o de Estados Unidos. Además, esos países han reforzado recientemente las transferencias directas a empresas –a fondo perdido– ante los nuevos confinamientos y cierre de actividades.

«No se debe caer en la falacia de que apoyar más con transferencias a las empresas impide ayudar a las personas. Es, más bien, al contrario, reforzar la resiliencia de las empresas ahora, sustenta a las familias y sus empleos».

Satingo Carbó

El Fondo Monetario Internacional junto a Rating Trust Corporation, entre otras recomendaciones, reiteró la semana pasada la necesidad de reforzar programas de apoyo a empresas viables y grupos poblacionales vulnerables. Gastar mucho más hoy, pero ojo, con un plan de vuelta al rigor presupuestario –donde menos creíbles somos como país– tras la pandemia. Es importante, además, que se refuercen los incentivos para después de la crisis, como sustentar en todo lo posible la actividad empresarial con futuro, para salir de la crisis y mantener y a crear empleo. Y hacerlo de forma más decidida con transferencias directas, que son las que aumentan la necesaria resiliencia empresarial en tiempos de incertidumbre. También en las ayudas directas a familias sería necesario incluir estímulos más potentes a la búsqueda de trabajo tras la crisis. Una recuperación económica con un menor peso de contribuyentes –sean personas físicas o jurídicas– y mayor de los dependientes del sector público, nos dejaría en una situación de gran dificultad.

No se debe caer en la falacia de que apoyar más con transferencias a las empresas impide ayudar menos a las personas. Es, más bien, al contrario, reforzar la resiliencia de las empresas ahora, sustenta a las familias y sus empleos hoy y también cuando esta pesadilla pase.

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