La otra cara del Coronavirus: ¿Van a propiciar el parón económico y la reducción de emisiones un descenso del efecto invernadero?
Siendo como es la crisis del Coronavirus toda una dolorosa catástrofe socioeconómica en la que estamos perdiendo lo más preciado que tenemos, nuestras vidas, sin embargo hay otros aspectos de esta pandemia que pueden arrojar datos muy relevantes que, de no haber sobrevenido la tamaña desgracia, no habría habido forma humana de conseguirlos en un mundo que era imposible que dejase de quemar petróleo a mansalva cada día.
Pero deseando por encima de todo que no pudiésemos contar con estos datos, y prefiriendo de todas todas que lo que tuviésemos todavía con nosotros fuese a esos allegados que se nos han ido, lo cierto es que, en el tema del cambio climático, la pandemia ha supuesto todo un masivo experimento de campo que nos permite saber a ciencia cierta si el impacto del desarrollo humano y la combustión de combustibles fósiles sobre el medio ambiente era ése tan grave que algunos medios apuntábamos.
Y es que, desde ciertos sectores, se nos criticaba agriamente nuestra vocacional labor de divulgación sobre el tema, eso sí, siempre tras la consabida mutación del “no hay cambio climático, todo es una mentira” al “el cambio climático no se debe a las emisiones de carbono”. Y es ahora, tras haber parado más de medio mundo y sus emisiones de carbono, cuando estaríamos en mejor disposición de saber hasta qué punto era la quema de petróleo lo que de verdad estaba echando a perder nuestro clima, elevando los termómetros, y poniendo en serio riesgo nuestro nivel de progreso.
Del negacionismo del cambio climático al negacionismo del impacto de las emisiones de carbono
Tan sólo a modo meramente introductorio para aquellos que nos leen por primera vez sobre estos temas, desde estas líneas, a pesar de nuestro intenso color salmón, hace ya bastantes años que venimos alertando y divulgando sobre el impacto severo que el cambio climático estaba trayendo a nuestro mundo, pudiendo llegar incluso a poner en riesgo nuestro bienestar, nuestras socioeconomías, e incluso nuestra civilización. Obviamente, el planeta como superficie rocoso-marítima iba a sobrevivir, igual que lo haría la especie humana y la vida animal en términos puramente biológicos, pero la cuestión aquí era más bien si los futuros supervivientes iban a disfrutar de unas condiciones de vida mejores que las presentes, o si podían incluso acabar viviendo en una suerte de distópica “Mad Max” a la climática que fuese más un ocaso que un renacer, y en la cual antiguas metrópolis máximas exponentes del capitalismo como Nueva York yaciesen inertes bajo la quietud de las aguas.
Así, desde aquí les hemos analizado cuestiones claves sobre el ya evidente cambio climático, y que nadie hasta ahora se había preguntado. También les hemos puesto sobre la mesa que la lucha contra el cambio climático era una lucha por la supervivencia de nuestro sistema tal y como lo conocemos, pero que no estaría exenta de también colosales problemas económicos como el temible pinchazo de la burbuja de carbono. Pero igualmente también les trajimos prometedoras soluciones para salir de la encrucijada “cambio climático-burbuja de carbono”, y que pasaban por nuevas innovaciones prometedoras que nos pudiesen llegar a permitir seguir quemando petróleo a la vez que luchábamos contra el cambio climático.
Tampoco les han faltado desde estas líneas análisis sobre los obvios intereses creados que existen tras todo el sector petrolífero (como los hay absolutamente en todos los negocios), y cómo desde ciertas esferas políticas la determinación no era no “mojarse” uno mismo con políticas pro-clima, sino impedir que cualquiera pudiese demostrar con sus propias políticas que la lucha contra el cambio climático podía estar justificada y era viable económico-empresarialmente, y que era posible aunar fuerzas e intereses a un tiempo tanto por parte de sectores económicos como de los propios ciudadanos. De la misma manera, les anticipamos los primeros grandes movimientos geoestratégicos que estaba trayendo todo este asunto del cambio climático, y que estaban cambiando radicalmente el tablero y el actual equilibrio de poderes mundial, introduciéndoles incluso a una posible guerra del petróleo que finalmente ha acabado por llegar de una u otra manera hasta los surtidores de las gasolineras de su barrio (aunque no en la proporción que a muchos les gustaría). Y por cierto, ya que sale el tema, tal y como les anticipamos en los enlaces anteriores que podía ocurrir, al final EEUU ha anunciado un increíble acuerdo histórico con recortes alineados con lo que ahora se denomina OPEP , y que incluye a Estados Unidos como productor de crudo mundial.
Y por último en esta breve puesta en antecedentes, tampoco hemos dejado de entrar en sonoros fracasos en la lucha contra el cambio, como ha sido el cosechado en Europa con la malograda y mal diseñada tasa del carbono. Igualmente hemos analizado cómo desde Bruselas por fin se puso fin a una dañina incertidumbre que lastraba tanto al sector petrolífero, como al emergente eléctrico, como al conjunto de la socioeconomía, y los dirigentes europeos aclararon sus intenciones respecto al coche eléctrico. Finalmente, por mucho que el coche eléctrico pueda tener sus detractores, lo cierto es que también les analizamos cómo ese coche eléctrico es una apuesta de gran futuro por muchos más motivos (y casi hasta más importantes y estratégicos) que su propulsión eléctrica como mera alternativa a la combustión.
Pero sí. A pesar de las actuales evidencias científicas y datos objetivos que miden la elevación de las temperaturas terráqueas tanto en superficie terrestre como en nuestros mares y océanos. A pesar de que casualmente esta evolución era precisamente un escenario acerca del cual los modelos predictivos y nuestros científicos más reputados nos alertaron reiteradamente hace ya décadas. A pesar de que sigue sobre la mesa, ya no que tengamos que acostumbrarnos a pasar un poco más de calor, sino que nos enfrentemos al riesgo de un mundo de cambios climáticos drásticos con sequías severas y migraciones masivas. A pesar de que aquellos científicos que algunos denostaban tachando de simples “calentólogos” nos trazaron un claro “punto de no retorno”, a partir del cual los modelos revelaban que las temperaturas ya seguirían subiendo por sí solas por el propio efecto invernadero que se realimenta, y lo harían incluso aunque las emisiones se moderasen cuando ya fuese demasiado tarde. Incluso a pesar de todo lo anterior, a día de hoy sigue habiendo muchos ciudadanos que en su posición sobre este tema se han limitado a dar tan sólo un salto oportunista de aquel “el cambio climático es sólo una gran mentira” al “el cambio climático sí que existe, pero no tiene nada que ver con la quema de combustibles fósiles”.
Pero llegó el funesto e indeseable Coronavirus para segar valiosas vidas humanas, pero también para dañar la economía al parar de golpe buena parte de las cadenas de producción industriales y del parque móvil de vehículos, pero permitiendo con ello como efecto colateral arrojar algo de luz en la oscuridad, y ayudar a demostrar si les pone mínimamente a resguardo dialéctico ese último refugio de los negacionistas que es negar por la mayor que quemar petróleo a mansalva sea lo que esté elevando la temperatura del planeta.
Y con el Coronavirus en el ambiente, el parón de la actividad económica trae datos sobre el medioambiente…
La cuestión no es para nada baladí, y el desastre del Coronavirus ha traído bajo su funesta estela la ocasión para parar buena parte de la capacidad de quemar petróleo de China, la segunda potencia económica del planeta, y el tercer mayor consumidor de petróleo en 2019 con casi 14 millones de barriles diarios, que suponen un 14% del consumo mundial, todo según la “US Energy Information Administration” (al igual que los datos que siguen). Pero por si contar con una interrupción abrupta de buena parte de las emisiones de todo un 14% mundial, ahora va y se ha unido al desastre socioeconómico el también forzado parón de una Unión Europea que supone un consumo superior al chino, con 15 millones de barriles diarios y un 15% del total mundial, más unos EEUU que son el líder absoluto con casi 20 millones de barriles diarios y un 20% del consumo global.
Y además las cifras de los sucesivos parones de quema mundial de petróleo son del orden de los (pocos) meses, suponiendo un plazo dramáticamente relevante al ser trasladado a los cómputos anuales de emisiones de todo 2020. Aunque no vaya a coincidir mayormente la disrupción del consumo chino con las del europeo y estadounidense, sí que las de estas dos últimas superpotencias van a coincidir mayormente de forma simultánea durante varias semanas, sumando entre ambas un nada desdeñable 35% del consumo mundial. Ni un hipotético experimento planificado del malogrado Tratado de París pro-clima podría siquiera haber soñado jamás con llegar a tener unos datos tan significativos. Y además vaya por delante que, a pesar de que China no coincida apenas con Europa y EEUU a un tiempo, lo cual habría sumando un masivo 49% del consumo mundial, lo cierto es que en términos anuales y acumulativos, que son lo que importa verdaderamente de cara al medioambiente, los datos siguen siendo muy relevantes y… valiosos para tratar de salvar el medioambiente, una vez que hayamos logrado salvarnos del letal Coronavirus a los que quedemos de entre nosotros mismos.
Por lo pronto, con los efectos más a corto plazo y perfectamente visibles ya para cualquier ciudadano y administración, están los niveles de polución ambiental de las grandes ciudades occidentales. Los mapas y las infografías sobre los niveles de polución en las ciudades que se han visto afectadas por el parón económico pandémico no dejan lugar a dudas, y si ya fueron relevantes en el caso de un Seúl que ha aplanado la curva de infección de la pandemia minimizando sus efectos socioeconómicos, en el norte de Italia han supuesto una abrupta caída del 40% en los niveles de NO2. En París y la populosa Ille-de-France (el Gran París y toda su área de influencia económica circundante) los niveles de este contaminante NO2 han caído de forma todavía más drástica, alcanzando la cota récord de una reducción del 60%. En Nueva York la caída ha sido del 50%. Y resultan muy ilustrativos los mapas interactivos de cómo el parón de la actividad está afectando a la calidad del aire de las grandes ciudades europeas, incluido el Gran Madrid y los cinturones de otras capitales del Viejo Continente.
A nivel de cómputos de emisiones globales, medios especializados del sector revelan que el parón económico del Coronavirus ha reducido las emisiones de China en un 25% sobre el total. Las mismas fuentes especializadas han publicado unas estimaciones de reducción de emisiones anuales a nivel planetario para el conjunto de 2020 de más del 4%, y el resultado de la comparativa histórica es contundente: la crisis del Coronavirus se estima que va a traer una caída porcentual en las emisiones que más que duplica a la traída por la macabra y destructiva Segunda Guerra Mundial, y que casi supera en 2,5 veces a la de la crisis de 1991-1992. ¿Echan de menos los datos de la funesta crisis de 2008-2009? Es más que lógico, pero es que no entra en la comparativa por la sencilla razón de qu, en aquella funesta crisis subprime, y como fruto de las políticas de estímulos económicos masivos para paliarla, no sólo no se redujeron las emisiones, sino que se incrementó el consumo de combustibles fósiles en un contundente 5%. Unos estímulos que, en esta ocasión de la crisis del Coronavirus y a la fuerza, no se pueden traducir en mantener las fábricas y los vehículos quemando petróleo por el esencial confinamiento.
El Coronavirus y el potencial fracaso en la lucha climática sólo muestran ambos las vergüenzas de nuestras socioeconomías (y de algunas naturalezas humanas)
No se engañen, aparte de la calamidad que este sombrío panorama arroja sobre la economía mundial, en términos de lucha contra el cambio climático, las cifras realmente no son relevantes. Por que se hagan una idea, el panel intergubernamental sobre el cambio climático (IPCC por sus siglas en inglés) llegó a la conclusión de que las emisiones en 2030 debían situarse un 45% por debajo de los niveles de 2010 para conseguir limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados. Lo realmente importante de la reducción de emisiones de la crisis del Coronavirus son las conclusiones a las que nos va a permitir llegar, y a que tal vez la evidencia de los datos logre hacer ponerse de acuerdo a más países, con el objetivo común de conseguir que nuestros sistemas socioeconómicos sean sostenibles medioambiental y económicamente, y no acaben auto-destruyéndose (al menos en los niveles de bienestar y progreso de los que disfrutamos actualmente). No somos los únicos que albergan esta esperanza, y la propia ONU ha llamado a los países a lograr “la misma unidad y determinación” alcanzada contra el COVID-19 también en la urgente lucha contra la emergencia climática.
Y lo cierto es que no hay tampoco excesivos motivos para el optimismo, puesto que, tal y como analizaban en este interesante artículo de la emblemática revista Foreign Policy, también la lucha contra la pandemia ha evidenciado algunos graves problemas de nuestra sociedad, a veces cortoplacista y egoísta al extremo, hasta el inconcebible punto de que a ciertos individuos no parece importarles ni lo más mínimo que, al saltarse el confinamiento, estén poniendo en riesgo las vidas de otros e incluso la propia: ¡¿Qué no harían pues por saltarse simplemente los límites de emisiones quemando más gasolina con un beneficio mucho más a largo plazo, que les afecta menos personalmente, y que es mucho menos tangible?! Ahí es donde ese concepto de Socioeconomía que acuñamos desde aquí emerge con inusitada fuerza, puesto que educación, consciencia, sostenibilidad, economía, política, y ética convergen en este tema (como en tantos otros).
El nexo común entre cambio climático y pandemia es que ambos son retos que exigen un perjuicio individual para obtener un beneficio colectivo, y es en la búsqueda del bien común precisamente donde nuestros sistemas más cojean, y no sólo por la parte obvia de algunos de esos individuos deplorables que hay entre nuestros políticos: nuestros políticos sólo son reflejo de los también cortoplacistas y egoístas individuos que al final componen nuestra sociedad. Y esto no pasa sólo a nivel individual, sino también entre países, puesto que el cambio climático supone igualmente un beneficio para el conjunto del planeta, pero con un impacto a nivel nacional.
Así, vemos a los republicanos estadounidenses escudándose para esquivar las políticas pro-clima en que China no va a hacer nada (que lo cierto es que China precisamente ha hecho algunos encomiables progresos al respecto), y que entonces no tiene porqué hacerlo EEUU, sin querer darse cuenta de que a veces lo más efectivo es predicar con la zanahoria del ejemplo (y el palo de las sanciones) en la mano. Otro factor que Foreign Policy pone sobre la mesa, a la hora de comparar el cambio climático y la pandemia, es que el confinamiento ha dejado patente la fuerte relación entre crecimiento económico y cambio climático, y así podríamos encontrarnos con más personas que no estén dispuestas a renunciar cortoplacistamente a algo de su bienestar económico del hoy, sin darse cuenta de que lo que se juegan en realidad es una muy buena parte del bienestar económico del mañana.
Y es en este último punto donde un servidor discrepa totalmente con el artículo anterior, puesto que la evidencia de este nexo no sólo no tiene porqué ser necesariamente un impedimento, sino que, en manos de los dirigentes adecuados, debería ser todo un revulsivo que hiciese reaccionar a los países más avanzados, con más medios, y con sociedades más concienciadas, y que se utilizase la diplomacia económica para extender esta ”concienciación” por todo el planeta. Herramientas no faltan, al igual que tampoco faltan conceptos de futuro y en alza que les hemos analizado desde aquí, como son la economía circular, que mucho más allá de una entelequia teórica de difícil aplicación, es una realidad que no sólo no tiene un coste económico, sino que puede llegar a aportar nuevos ingresos a las empresas que al menos se dignan a plantearse otra filosofía empresarial y socioeconómica. Y no es sólo la economía circular, es la cultura del “se puede arreglar”, el acabar con la consumista y desperdiciadora “Fast Fashion” y volver a una moda duradera y sostenible, o tantos otros conceptos de futuro que muchos no se han dignado ni siquiera a plantearse.
Aquí hay muchos terrenos por explorar y por explotar antes de tirar una toalla que ni siquiera hemos llegado a coger. Porque mucho me temo que, en el tema del cambio climático, la cosa no va de toallas que unos países tiran a otros a la cara, sino que esto va de guantes de diplomacia económica que se dejan caer. Hay veces que se puede hacer que recoger un guante acabe siendo la mejor (y única) opción, especialmente cuando los países más avanzados van abriendo camino y abaratando tecnologías alternativas. Porque lo cierto es que, en la lucha contra el cambio climático, las superpotencias más avanzadas (o más bien alguna muy en concreto) ni siquiera hemos llegado a acabar de tirar el guante al resto del mundo.
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