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Para la UE la sostenibilidad ya no es voluntaria

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Hace ahora 20 años la UE puso en marcha su particular vía hacia la inclusión de los principios de sostenibilidad en la actividad corporativa. La iniciativa de responsabilidad social empresarial, RSE, aprobada en 2001 y actualizada con sucesivas disposiciones y requerimientos informativos a las compañías, elegía la voluntariedad, la autorregulación y la sensibilidad de los gestores empresariales a las demandas de los stakeholders (clientes, proveedores, inversores y en general todos los grupos de interés alrededor de su actividad) como el modo de integrar el respeto a los derechos humanos y la protección del medio ambiente en su cadena de valor. Hablamos de cómo las empresas persiguen reducir o evitar los efectos negativos —por ejemplo, el trabajo infantil, los trabajos forzados, la contaminación o la pérdida de la biodiversidad— de su actividad. Dos décadas más tarde, los responsables comunitarios constatan que “la acción voluntaria no parece haber mejorado los resultados a gran escala a través de distintos sectores y, en consecuencia, se observan externalidades negativas de la producción y el consumo dentro y fuera de la Unión”. En consecuencia, han determinado que lo que no se ha conseguido con la presión del mercado, se consiga con la regulación y, desde ahora, en la Unión Europea, el compromiso social de las empresas no será una vía voluntaria, sino obligatoria. Así se desprende de una propuesta de Directiva sobre la diligencia debida de las empresas en materia de sostenibilidad que la Comisión adopta el pasado 23 de febrero.

El objetivo principal de la nueva Directiva es que las empresas determinen, prevengan, mitiguen y minimicen los efectos negativos de su actividad sobre derechos humanos y medio ambiente  —un anexo establece los impactos negativos en los ámbitos de derechos humanos y protección medioambiental relevantes para la norma—. También pretende que las compañías establezcan procedimientos de gestión interna y mejoren su información sobre la diligencia debida. Su cumplimiento será supervisado por agencias nacionales designadas por los Estados miembros que tendrán capacidad sancionadora. La norma otorga un papel especialmente activo a los directivos de las empresas, a quienes atribuye el deber de integrar la diligencia debida en la estrategia corporativa y, entre sus medidas de acompañamiento, establece la posibilidad de fijar ayudas financieras a las pymes.

La Directiva, secundada con varias disposiciones y comunicaciones complementarias[1], afecta a grandes empresas europeas y foráneas con un volumen de negocio superior a los 150 millones de euros y más de 500 empleados. También son objeto de la regulación compañías con una dimensión menor, pero pertenecientes a determinados sectores de alto impacto (industria textil al por mayor, agricultura, minería…). Quedan por el momento fuera de su ámbito de aplicación las pymes. 

En un análisis disponible a través del Observatorio Funcas de la empresa y la Industria (OFEI) el profesor Vicente Salas señala la presencia de externalidades negativas de carácter global como el principal desafío para la nueva regulación. La UE —recuerda— admite la necesidad de actuaciones más allá de sus fronteras y, por tanto, serán necesarios esfuerzos coordinadores que impliquen activamente a países miembros y no miembros, más allá de los efectos ejemplarizantes que la Unión espera de sus políticas. Aún así, Salas pronostica como dudoso el cumplimiento efectivo de los preceptos recogidos en la Directiva si, como él mismo indica, más allá de la coordinación de empresas y stakeholders, los efectos adversos de la actividad empresarial se derivan de la existencia de problemas de motivación.

Un comentario detallado de la Directiva, por Vicente Salas, está disponible aquí.


[1] La directiva sobre informes de sostenibilidad de las empresas, la comunicación sobre el trabajo digno en todo el mundo, la regulación taxonómica y la regulación sobre transparencia en finanzas sostenibles.

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Nuevo léxico en Fráncfort

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Este jueves se ha producido la esperada puesta de largo de la anunciada nueva estrategia de política monetaria del Banco Central Europeo. Ya se conocían algunos de los detalles, pero faltaba comprobar qué significa ahora la inflación para la orientación del banco central. Introduce un nuevo léxico en el que palabras como flexibilidad, acomodación o adaptación a las circunstancias dan margen a Christine Lagarde para enfrentarse a un entorno aún incierto tanto a corto como a medio plazo. Al mismo tiempo, no obstante, genera más ruido frente a los críticos con todo lo que sea salirse de los márgenes más ortodoxos, los halcones de la institución monetaria. Son los que interpretan que Lagarde —y el resto de miembros del Consejo más proclives a mantener estímulos aún durante un tiempo considerable— ganan poder. Para algunos, seguramente, hace (demasiado) tiempo que el mandato explícito —controlar la inflación— fue superado por el imperativo implícito de sostener la liquidez y la estabilidad financiera en la Eurozona. Con una agenda crecientemente cargada de asuntos y encargos, el banco se ha convertido en el “chico para todo” del continente.

Los nuevos parámetros en que se mueve el BCE permiten no tener que actuar de forma inmediata cuando los precios crecen al 2%. Se puede esperar a ver si la presión inflacionista es temporal o, por el contrario, ofrece visos de crear una escalada de la inflación que fuera comprometedora. Seguramente habrá momentos en los próximos meses en que la inflación sorprenderá al alza, aunque la variante delta del virus y otras que pudieran llegar —en tanto en cuanto la resolución de la crisis sanitaria debe ser global y no regional— están enfriando algo las expectativas.

También se percibe cierta comodidad con el nuevo vocabulario monetario cuando este jueves se anticipó que el programa de compras de emergencia pandémica se mantendrá el tiempo que sea preciso, así como otras facilidades de expansión cuantitativa similares. El comunicado indicaba que, con la nueva formulación del objetivo de inflación los tipos de interés se mantendrían aún bajos o “incluso más” (lo que los llevaría a un terreno más negativo) para alcanzar ese objetivo. Otro cambio de cartas para el mismo juego final: mantener fuertes estímulos. No solamente se mantiene, sino que parece reforzarse la importancia que las acciones del BCE —y de otros bancos centrales— tienen en la economía y en nuestras vidas desde hace más de diez años.

También forma parte de la transformación de la comunicación y política del BCE la apuesta por la financiación verde. En lo que a la acción de banco central se refiere, la expectativa es que se apueste porque en los programas de compra de bonos se apueste por aquellos cuyos emisores tengan la consideración de respetuosos con el medio ambiente. Esto coloca al BCE en posición de liderazgo, pero también de responsabilidad porque es una transición que hay que medir bien. Lo que se haga desde Fráncfort será un referente potente para los mercados de deuda privados y muchas empresas —principalmente las que dependen de energías menos limpias— pueden encontrar un castigo que lastre su recuperación.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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