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Cómo contener la deuda: experiencias recientes

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La manera de abordar los desequilibrios presupuestarios es una cuestión tan compleja como controvertida políticamente, pero la diversidad de experiencias del último lustro —alejadas algunas de ellas de la doxa de la crisis financiera— aporta lecciones relevantes para países como España que, contrariamente a otros, disponen todavía de un margen de maniobra.

Los aprietos de Francia muestran que no hay que fiarse de los mercados. El país está otra vez al borde de la crisis política surgida precisamente por el impasse presupuestario, con una prima de riesgo netamente por encima de la española y acercándose a la que soporta Grecia. Pero hace tan solo dos años, cuando la deuda sobre PIB se situaba ya en niveles próximos a los que conocía nuestra hacienda pública, las agencias de rating reiteraban su confianza. Los déficits han ido acumulándose paulatinamente, pero el deterioro de las expectativas ha sido súbito, incluso en el seno del Gobierno galo cuyo ministro de Hacienda alertó esta semana acerca de un posible rescate del FMI.


Frente a la molicie, tampoco sirven ajustes draconianos cuando lo que necesita la economía es recuperar competitividad: desde hace dos años Finlandia aplica un programa de recortes de gasto público que parecen estar ejerciendo un impacto recesivo a corto plazo, necesitando nuevos ajustes. La inversión se ha desplomado (con una caída acumulada del 7,4% desde la entrada en funciones del nuevo Gobierno en 2023), y la ratio de deuda pública sobre PIB sigue imparable. En comparación, Dinamarca y Suecia se caracterizan por la frugalidad de sus Estados, aligerando la deuda, pero sin apretar demasiado el cinturón y manteniendo el tirón de la demanda privada y de las exportaciones.

En la práctica, el mix de políticas es diverso, ya que depende del punto de partida de cada país. El desendeudamiento de Portugal registrado en los últimos cinco años procede del incremento de la recaudación y del mantenimiento del gasto en relación al PIB. Dinamarca y Suecia, por su parte, han realizado ajustes tanto de ingresos como de gasto. En todos los casos, la fórmula solo puede sostenerse en el tiempo si se genera un contexto favorable al crecimiento. Prueba de ello, la estrategia de Alemania ha pasado por contener sus desequilibrios a expensas de la inversión en infraestructuras, cuyas carencias contribuyen a explicar el debilitamiento de la potencia industrial.

España ocupa una posición intermedia. La deuda oscila en torno a un año de PIB, pero el déficit de las administraciones converge hacia el umbral del 3%, alejando el riesgo de aplicación del procedimiento por déficit excesivo. Además, la corrección se está realizando sin que descarrile el ciclo expansivo: los mercados lo premian con primas de riesgo a la baja. Ahora bien, no cabe la autocomplacencia. La mejora procede sobre todo del empuje cíclico de los ingresos. Apenas se han abordado las raíces estructurales de los desvíos, particularmente en materia de pensiones: la inmigración aporta un plus transitorio de ingresos al sistema, sin corregir el déficit subyacente.

Además, las sucesivas prórrogas presupuestarias entorpecen, cuando no impiden, la adaptación de la política fiscal a las necesidades de la economía, por ejemplo, en materia de vivienda o de natalidad, algo que podría afectar el crecimiento a medio plazo. Persisten ineficiencias y trabas en la utilización de los fondos europeos, que explican la brecha entre el elevado grado de ejecución de los recursos (según los datos oficiales) y la realidad de la inversión empresarial, mucho más prosaica. Y el trágico episodio de incendios forestales evidencia la necesidad de reforzar la coordinación entre administraciones en materias de interés común.

En suma, el buen momento económico no es óbice para descuidar los deberes de política fiscal que se acumulan año tras año. La experiencia internacional tanto como las amarguras de nuestra propia historia muestran que no se trata de proceder a ajustes drásticos, sino de acompañar las transformaciones en ciernes.

DEUDA | En contra de lo que se temía, la política de reducción de activos iniciada por el BCE en 2022 no ha dificultado la colocación en el mercado de títulos de deuda pública española. Desde 2022, la deuda en circulación ha aumentado en cerca de 200.000 millones de euros, al tiempo que el banco central ha reducido su cartera en 56.000 millones, de modo que los mercados, liderados por los inversores no residentes, han incrementado su exposición en 256.000 millones. Pese al fuerte aumento de la oferta de bonos, la prima de riesgo ha tendido a reducirse.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Alemania, año 2025. El primer mes de la era Merz (II). Vuelta de tuerca a la inmigración no autorizada

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La tijera demoscópico-electoral comienza a abrirse a favor de los cristianodemócratas alemanes. En efecto, el descenso en intención de voto a la CDU/CSU que venían registrando las encuestas realizadas tras las elecciones de 23 febrero de 2025 se ha detenido desde finales de mayo y la formación de centro-derecha se distancia, muy poco a poco, de su más cercana competidora electoral, Alternativa para Alemania (AfD) (gráfico 1). Bien es cierto que el último porcentaje publicado de quienes afirman que votarían a la CDU/CSU “si el próximo domingo se celebraran elecciones generales” (27,3%) se sitúa por debajo del que obtuvo en las elecciones de febrero (28,6%); y también lo es que la intención de voto a AfD (23,2%) a mediados de junio supera el porcentaje que consiguió aquel día (20,8%), y ello a pesar de que, entre esas dos fechas, la Oficina Federal para la Protección Constitucional ha clasificado a este partido-movimiento como “confirmadamente de extrema derecha”.


En la sutil remontada de la CDU/CSU ven los analistas al canciller Friedrich Merz, que durante su primer mes de mandato ha hecho gala de un nuevo estilo de liderazgo político nacional e internacional marcado por la asertividad y el realismo. Si en política exterior sus esfuerzos se han concentrado en la reivindicación de la seguridad y capacidad defensiva de Europa, el apoyo a Ucrania y  el compromiso con la OTAN, en política interior ha priorizado el combate contra la inmigración no autorizada o “irregular”, la gestión restrictiva de las solicitudes de asilo, la reducción de las entradas de inmigrantes por reagrupación familiar y el endurecimiento de los requisitos para adquirir la ciudadanía alemana, acompañando todos estos objetivos de demandas de mayor vigilancia de las fronteras exteriores de la Unión Europea. 

Las medidas políticas para desplegar esta ofensiva contra la inmigración irregular han sido inmediatas. Por una parte, se han reforzado los efectivos y las jornadas de la policía federal encargada de los controles fronterizos. Aunque los datos son todavía provisionales y algo confusos, apuntan a un aumento de entradas denegadas y una reducción de solicitudes de asilo presentadas. Por otra parte, el gobierno ha iniciado la tramitación parlamentaria de la ley que suspende durante dos años las entradas de hasta 1.000 inmigrantes al mes en concepto de reagrupación familiar que podían solicitar los inmigrantes residentes en Alemania a los que se les hubiera reconocido protección internacional (aunque carecieran del estatus de asilados). Asimismo, el gobierno ha remitido al parlamento la reforma de la legislación de ciudadanía para suprimir las denominadas turbonacionalizaciones, que franqueaban el acceso a la nacionalidad alemana tras tres años de residencia en el país. 

La cabeza visible de estas políticas es el ministro del Interior, Alexander Dobrindt, un político curtido en la dirección de su partido (CSU), en la actividad parlamentaria y ejecutiva. Sociólogo de formación, Dobrindt declara que “Alemania está desbordada”, como consecuencia del “efecto imán” que ha generado la “política de invitación” (Einladungspolitik) de los últimos diez años, y defiende que el control de la inmigración “ilegal” (deliberadamente utiliza siempre este adjetivo, en lugar de “irregular”) reducirá la polarización social que padece el país. Responde sin paños calientes a las críticas que recibe desde el ámbito político y mediático tildando su política de “anticristiana” e “inhumana” y, ante el revés judicial recibido recientemente de un tribunal administrativo de Berlín que ha declarado ilegal la denegación de la entrada en Alemania a tres solicitantes de asilo somalíes, insiste en la legalidad de los procedimientos de control y expulsión y persevera en su mantenimiento comprometiéndose a mejorar la justificación de las decisiones denegatorias y a elevar consultas al Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

Con más de 30 aeropuertos internacionales y aproximadamente 4.500 vías terrestres de acceso desde los nueve países colindantes (con los que comparte 3.800 kilómetros de frontera), Alemania afronta lógicamente dificultades operativas para controlar la inmigración irregular. Pero el nuevo gobierno lo deja claro: “el espacio residencial, las aulas escolares, las plazas de guardería… todo esto no es ilimitado, todo es finito. Si queremos conseguir unas condiciones ordenadas en las ciudades y municipios, tenemos que limitar la afluencia a Alemania”[2].

Para abrir la tijera demoscópico-electoral respecto a la AfD, la CDU/CSU ha de cerrar la tijera de la inmigración no autorizada: de ello están convencidos Merz y Dobrindt, y a juzgar por alguna encuesta ya disponible, pueden contar con un amplio respaldo de ciudadanos alemanes.


[1] Discurso de Friedrich Merz en el Congreso Municipal Alemán (3 de junio de 2025).

[2] De acuerdo con una encuesta del Instituto INSA realizada en los primeros días de junio, el 64% de los entrevistados (mayores de 18 años) mostraban su apoyo a las denegaciones de asilo en frontera.

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El capital financiero y la inversión productiva

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La errática política económica del ejecutivo norteamericano se está acompañando de salidas de capital financiero a favor de entornos estables como el que prevalece en la Unión Europea. En la economía real, sin embargo, no se percibe el cambio de expectativas, al menos de momento.  

En el primer trimestre, la inversión en activos financieros (o inversión en cartera) de la eurozona ascendió a 125.000 millones de euros, y las entradas de capital parecen haberse acelerado tras el llamado día de la liberación, a tenor del apetito creciente de los ahorradores internacionales por las bolsas europeas. En España, el volumen de acciones, bonos y otros valores adquiridos por los no residentes en el primer trimestre rozó los 40.000 millones. Destaca el interés suscitado por la deuda pública: en su última apelación al mercado, el Tesoro colocó obligaciones a diez años en condiciones favorables, con una demanda casi diez veces superior a la oferta de títulos, y un tipo de interés del 3,2%, frente al 4,5% del referente de EE. UU. Las primas de riesgo que soportan los Estados “periféricos” frente a la deuda alemana han tendido a reducirse. Y las condiciones de financiación del sector privado se han relajado, tanto para las empresas como para los particulares, según la última encuesta de préstamos bancarios. 


Ahora bien, una cosa es el IBEX y otra la inversión productiva. Los inversores extranjeros adquieren productos financieros, pero no parecen estar dispuestos a incrementar su presencia en el tejido productivo (es decir en términos de inversión extranjera directa, que es la que más permea en la economía real). A nivel europeo, se ha producido incluso un ligero movimiento de desinversión, por un valor cercano a 17.000 millones, en el primer tramo del año. En España, a diferencia de otros socios comunitarios, sigue entrando inversión extranjera directa, pero se observa una pérdida de vigor: la entrada de capital productivo ascendió a 4.000 millones en el primer trimestre, menos de la cuarta parte que hace un año. De manera similar, los datos de inversión en concepto de contabilidad nacional, o formación bruta de capital fijo (incluyendo tanto la inversión financiada por no residentes como la interna) siguen apuntando a una cierta debilidad, particularmente en el segmento de bienes de equipo. 

En suma, los recursos fluyen, pero no se traducen en un incremento proporcional de la inversión. Este déficit obedece en parte al entorno de incertidumbres, particularmente en el plano del comercio internacional. Pero tampoco ayuda la sensación de inercia de la política económica. Los Presupuestos Generales del Estado, principal vector de la acción pública, siguen congelados. A nivel europeo, las recomendaciones de Letta y Draghi, fundamentadas en un diagnóstico ampliamente compartido, parecen estar encalladas. El anuncio del canciller Merz de un fondo de inversión es una oportunidad, por la cuantía de la dotación presupuestaria prevista (medio billón de euros) y por la voluntad política manifestada de dinamizar las expectativas en la principal potencia industrial europea, tras tres años de cuasi recesión. 

El giro, no obstante, se está viendo ensombrecido por la intención del mismo gobierno alemán de incrementar las subvenciones a los sectores industriales más afectados por la crisis energética, perpetuando una estructura económica poco competitiva y con escasa capacidad de creación de empleos de calidad. Al tratarse de una ayuda de Estado, el plan necesita la luz verde de la Comisión Europea. De aprobarse, no solo se detraerían recursos para la inversión. También estaríamos ante un caso flagrante de fragmentación del mercado único, siendo ésta una de las principales causas de la anemia europea. 

Conviene recordar que, anteriormente al anuncio del nuevo subsidio, Alemania ya había concedido el 37% del total de ayudas de Estado aprobadas por la Unión Europea. Mucho se ha escrito, y con razón, acerca de la oportunidad de cohesionar el proyecto europeo ante el proteccionismo de la administración Trump. Falta pasar de las palabras a los actos. 

EXPORTACIONES | Las exportaciones de bienes se incrementaron en marzo a un ritmo vigoroso del 8,3% con respecto a un año antes, según datos de aduanas. Este resultado puede deberse en parte al adelanto de las compras de empresas de EE. UU., ante la inminencia de la imposición de aranceles. Una moderación de las exportaciones sería por tanto previsible a partir del segundo trimestre, tal y como se desprende del fuerte descenso de las importaciones norteamericanas en el mes de abril. Pese a ello, el dinamismo del turismo y de los servicios no turísticos debería prevalecer, sosteniendo el superávit exterior de la economía española. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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¿Cuál puede ser la hoja de ruta económica europea en el actual desorden mundial?

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Novedades en el panorama arancelario y comercial. Destaca la suavización –y, en buena parte, retirada– de las tarifas que se anunciaron el ya famoso 2 de abril. También los acuerdos comerciales de EE. UU. con Reino Unido, y en particular, tras un fin de semana intenso de negociaciones en Ginebra, la tregua arancelaria de 90 días entre el gigante norteamericano y China, que bajan drásticamente sus respectivos aranceles al 30% y al 10%. Quedan muchos otros convenios comerciales por acordar entre Estados Unidos y el resto del mundo, destacando el de la Unión Europea, que tendrá que actuar y avanzar. Por lo pronto, esta cierta situación de impasse de la UE no le ha dejado inmune a los logros de otros países, como ha demostrado la depreciación del euro de esta semana. No tener un acuerdo comercial con EE. UU. puede penalizar y mete más presión a la UE. 

No está desocupada la UE en absoluto. Con una agenda política y económica cargadísima y gran parte de esta con muchos asuntos pendientes con Estados Unidos, que hacen más complejo el diálogo. Junto a las negociaciones comerciales, están encima de la mesa el futuro de la defensa y seguridad en Europa –con una posible retirada parcial eventual de Estados Unidos y el rearme de los países de la UE– y los intereses geopolíticos, en particular, todo lo relacionado con la guerra en Ucrania. Mucha tela que cortar. Así como en la pugna entre Estados Unidos y China parecía que los primeros tenían mucho más que perder que los segundos, con sociedades muy distintas en su capacidad de aguante, en el caso de la UE probablemente la cosa no está tan clara, y un mal acuerdo (o falta de uno que sea bueno para las dos partes) puede generar más perjuicio en este lado del Atlántico. 

No solamente porque la UE mantiene un superávit comercial que podría menguar significativamente, sino por la mayor debilidad macroeconómica actual, con varios países en importantes encrucijadas políticas y de sus economías productivas. Francia, Italia y sobre todo Alemania se encuentran en un diván terapéutico en lo económico y político. La accidentada elección como canciller germano de Friedrich Merz la semana pasada nos recuerda las tribulaciones a las que frecuentemente se enfrentan los países europeos. También las divergencias de los principales países en los grandes asuntos de Bruselas restan eficacia a la estrategia negociadora, en la que ir con una voz única, creíble y sin ruidos internos ayuda a tener éxito en el proceso. 

Las relaciones con China son otro elemento de gran trascendencia. La Unión Europea en su conjunto y también algunos de sus países por separado, están reforzando –y esperan seguir haciéndolo– sus lazos comerciales con el gigante asiático, sobre todo tras el anuncio de los aranceles por parte de Estados Unidos el 2 abril. Fue una piedra de toque para recordar que hay que tener vínculos comerciales y económicos más intensos y una estrategia más definida con el principal país en las cadenas de suministro globales. Abrirse más a China no tiene por qué ser necesariamente motivo de tensión con Estados Unidos, o por lo menos se debe intentar evitar, ya que este último país está hablando con el gigante asiático, tras su reciente acuerdo de tregua arancelaria. China debe formar parte de todas las ecuaciones comerciales que se diseñen a escala global. Asimismo, Estados Unidos y el país asiático han abierto negociaciones en un sentido más amplio que los aranceles. Los desequilibrios macroeconómicos –gran déficit comercial del país americano–, y cómo corregirlos, van a ser parte de ese diálogo que ahora se ha abierto. Incluirá seguramente además el papel del dólar y del yuan a escala global en el futuro, entre otros asuntos. 

En este sentido, Europa se encuentra en una situación comparable, porque otros temas, como el desequilibrio exterior de Estados Unidos con la Unión Europea, la relación entre el euro y la divisa americana, así como los comentados temas de defensa y geopolíticos, pueden suponer una manera de abrir –en un símil deportivo– el campo de juego para la negociación de las próximas semanas. Es como si todo el ruido de los aranceles se hubiera producido para sentar a todos los países a negociar no solamente las tarifas, sino también para corregir, al menos en parte, el conjunto de desequilibrios exteriores que tiene Estados Unidos. En este entorno, la Unión Europea debe tener el temple, nivel de exigencia y diplomacia suficientes para cerrar acuerdos con ambas potencias comerciales, para no quedarse fuera de lo que puede ser una era menos oscura y con mayor dinamismo de la que se pronosticaba el 2 de abril. 

Esta abultada agenda del Viejo Continente con el exterior (no solamente Estados Unidos) no puede hacer caer en el olvido que hay un reto pendiente de vital importancia, como marcaban los conocidos informes de Mario Draghi y Enrico Letta, como es el aumento de la productividad. Dicho de otro modo, el diseño de estrategias económicas que permitan la definitiva integración de los principales mercados europeos (energía, telecomunicaciones y financieros entre otros), el aumento de la dimensión y competitividad con la creación de empresas que sean verdaderos campeones europeos y el desarrollo de políticas en el ámbito de la innovación y del mercado de trabajo que permita un aumento notable de la productividad, algo absolutamente necesario –hoy mejor que mañana– para garantizar los actuales niveles de renta y bienestar de la Unión Europea.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Alemania, año 2025. Hacia una GroKo vigilada (II)

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El acuerdo de coalición, un logro contestado 

Ya se tutean Friedrich Merz y Lars Klingbeil, los hombres que, en pocas semanas, ocuparán los dos principales puestos –canciller y vicecanciller– del nuevo ejecutivo alemán[1]. Ambos personifican el acuerdo de coalición entre cristianodemócratas (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) publicado el pasado 9 de abril, un documento de 146 páginas, fruto de un proceso de negociación en varias fases iniciado pocos días después de las elecciones al Parlamento Federal el pasado 23 de febrero.

En una primera aproximación a este acuerdo cabe comparar algunas de sus características formales con las del acuerdo de coalición sobre el que se basa el actual gobierno de España (Cuadro 1). Tomando el documento español como referencia comparativa, queda claro que el alemán es más extenso y detallado (casi lo cuadruplica en palabras), aun cuando se ha gestado en la mitad de tiempo. Su título, “Responsabilidad hacia Alemania”, no coincide con el de ninguno de los programas de los partidos que lo han negociado, algo que también lo distingue del acuerdo español[2].


Un mero recuento de conceptos clave muestra asimismo que en el acuerdo alemán adquieren singular importancia los de “Europa” (200 veces presente frente a 25 en el acuerdo español), “digitalización” (187 vs. 26), “investigación” (120 vs. 3), “defensa/armamento/militar” (70 vs. 0) y “responsabilidad” (42 vs. 4). También llama la atención la frecuencia de indicaciones a cantidades en “euros” (44 vs.1), lo que implica la concreción de objetivos de gasto e inversión de una manera que facilitará la comprobación de su cumplimiento. 

Si bien el acuerdo entre la CDU/CSU y el SPD ha sido elaborado y negociado con prontitud, partiendo de un diagnóstico realista (buena parte de su preámbulo se dedica a trazar la difícil situación que atraviesa el país) y detallando decenas de medidas en los principales campos de acción gubernamental, su recepción en los medios de comunicación nacionales y entre la comunidad de expertos ha sido, más bien, tibia y escéptica. Economistas destacados que han venido respaldando la necesidad de un “giro económico” (Wirtschaftswende) valoran positivamente compromisos concretos incluidos en el acuerdo, como la supresión de normativas que imponen pesadas cargas burocráticas a empresas y familias, el recorte en un 10% de gastos de la Administración Federal, la amortización de inversiones en bienes de equipo (30% desde 2025 hasta 2027) y la reducción progresiva del impuesto de sociedades a partir de 2028. Sin embargo, se muestran críticos respecto a bonificaciones fiscales y prestaciones que supondrán elevados costes para el Estado, sin claros beneficios económicos (por ejemplo, la ampliación del complemento de pensión por maternidad, la reducción de impuestos a establecimientos gastronómicos o las subvenciones de diésel para la agricultura). Asimismo, reprochan la ausencia de planes de reforma que afronten seriamente el aumento de gasto social (sobre todo, en pensiones, sanidad y cuidados) derivado del sostenimiento de una creciente población laboralmente improductiva.

Merz ya tutea a Klingbeil, pero Friedrich y Lars parecen cuidarse de mostrar excesiva efusión en la celebración del acuerdo. Para el canciller in pectore, el documento recoge the only game in town, dado su reiterado compromiso de no pactar un gobierno con AfD –Alternativa para Alemania–, el segundo partido más votado (20,8%). Merz se ha declarado “muy satisfecho” con el resultado de la negociación[3], pero el mayor tanto se lo apunta, de momento, el SPD, que, habiendo cosechado el peor resultado electoral de su centenaria historia (16,4%) y aportando el 36,5% de los votos a la coalición, consigue –conforme a lo establecido en el mismo acuerdo– 7 de 17 ministerios (41%). Entre ellos se cuentan los de Defensa y Hacienda, cruciales en circunstancias de masivo aumento del gasto militar y de asignación de milmillonarios fondos públicos especiales para financiar infraestructuras (si bien el acuerdo recoge que todas las medidas quedan sujetas a “reserva presupuestaria”). Por añadidura, los socialdemócratas ocuparán puestos tan decisivos como el de Comisionado del Gobierno Federal para Migración, Refugiados e Integración. No parece, pues, en riesgo el todavía pendiente visto bueno de los afiliados del SPD al acuerdo[4].

Estas victorias negociadoras del partido minoritario de la coalición, añadidas a las contradicciones con los mensajes emitidos por los líderes de la CDU/CSU durante la campaña electoral –como el de mantener la disciplina presupuestaria y no relajar el “freno de la deuda”–, plantean a Merz un problema de legitimidad de origen en su próximo mandato. Tanto mayor se adivina, por ello, la presión de conseguir legitimidad de ejercicio con éxitos ejecutivos.


[1] Este cambio en el trato entre ambos dirigentes se hizo público el 31 de marzo, un mes después del comienzo de las negociaciones conducentes al acuerdo de coalición. Véase, por ejemplo, “Friedrich, Lars und das Du. Das grosse Geschmuse”.

[2] El programa electoral de la CDU/CSU lleva por título: “Cambio político para Alemania”; y el del SPD: “Más para ti, mejor para Alemania”. El acuerdo de coalición entre PSOE y Sumar se titula “España avanza”, lema que coincide parcialmente con el que encabeza el programa electoral del PSOE.

[3] Así lo declaró en el programa Brennpunkt de la cadena pública ARD el mismo día de la publicación del acuerdo.

[4] La votación de los afiliados del SPD sobre el acuerdo de coalición se mantiene abierta hasta el 29 de abril de 2025, un día antes de la anunciada publicación del resultado. El acuerdo ya cuenta con el respaldo de la CDU y la CSU, obtenido en ambos casos a través de convocatorias restringidas a dirigentes y/o representantes de estas formaciones. 

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Alemania, año 2025. Hacia una GroKo vigilada (I)

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Suena a banda de rock o a monstruo de cuento infantil, pero GroKo es el acrónimo de Grosse Koalition (“gran coalición”). Esta expresión, que forma parte del repertorio político coloquial de los ciudadanos alemanes, hace referencia a los gobiernos formados, conjuntamente, por la CDU/CSU y el SPD. La primera GroKo entre cristianodemócratas y socialdemócratas gobernó en los años sesenta del pasado siglo, en la antigua República Federal de Alemania; las tres siguientes, ya en la unificada, durante la “era Merkel”. 

Hacia una quinta GroKo –liderada por los cristianodemócratas, como las cuatro anteriores– se encaminan las negociaciones que mantienen los dirigentes de la CDU/CSU y el SPD desde las elecciones federales del pasado 23 de febrero y cuya primera fase se plasmó en el breve documento que trazó las líneas maestras del “giro económico” (Wirtschaftswende). Tras obtener el respaldo de las dos cámaras del Parlamento alemán a las reformas constitucionales que suspenden condicionadamente el “freno de la deuda”, se crearon 16 grupos de trabajo con miembros de ambas formaciones que elaboraron otros tantos documentos. Buena parte de estos recogen propuestas consensuadas, pero algunos han dejado asuntos abiertos para la siguiente fase de negociación, circunscrita a un grupo integrado por 10 representantes de alto nivel de la CDU/CSU y 9 del SPD.

La discreción impuesta a los negociadores no ha impedido que se filtren desacuerdos, bastante más amables que agrios. Al margen de algunos temas que suscitan particular interés mediático, como los posibles cambios respecto a la producción y el consumo de cannabis o a las generosas subvenciones de las “bombas de calor” eléctricas, las cuestiones más espinosas afectan a la política migratoria y la tributaria.

La disputa migratoria se concreta principalmente en los derechos de los solicitantes de asilo. La CDU/CSU defiende la expulsión, previo informe a los países vecinos, de aquellos refugiados a quienes se les denieguen las solicitudes de asilo, mientras que el SPD reivindica más garantías legales y sociales para quienes buscan protección internacional, coordinando las actuaciones en esta materia con los Estados miembros y la Comisión Europea. En todo caso, los negociadores se declaran “proinmigración regulada”, lo que necesariamente traerá consigo un aumento de la “población con antecedentes inmigrantes” (es decir, aquella nacida con nacionalidad distinta de la alemana o que cuenta con algún progenitor que carece de ella), situada hoy en 24,9 millones (30% de la población residente en Alemania). Esta posición también la defienden las organizaciones empresariales y sindicales para combatir la escasez de trabajadores (sobre todo, en los ámbitos de la ingeniería, la sanidad, la educación y los cuidados), que el Instituto de la Economía Alemana (IW) ha estimado en más de 728.000 hasta 2027. 

En cuestiones tributarias, tanto la CDU/CSU como el SPD se declaran contrarios a aumentar los impuestos, pero mientras los cristianodemócratas proponen descargar fiscalmente a las empresas, los socialdemócratas insisten en medidas selectivas contra los más ricos, como el aumento del tipo impositivo máximo y la reintroducción del impuesto sobre el patrimonio, suprimido en 1997. 

A medida que se acerca la Pascua, fecha inicialmente prevista para presentar el acuerdo de coalición, se intensifica la presión sobre los negociadores. “Minuciosidad antes que celeridad”, responden ellos, a menudo, recurriendo a una máxima idiosincrásicamente alemana. Sentar las bases de un gobierno de coalición estable, internamente cohesionado y externamente percibido como sólido y consistente lleva su tiempo. Pero la sociedad da signos de creciente impaciencia: la intención de voto a la CDU/CSU ha caído en casi cuatro puntos respecto a los resultados electorales, mientras que, a su derecha, Alternativa para Alemania (AfD) gana apoyos, hasta casi borrar la ventaja de los cristianodemócratas.

Con todo, la presión más organizada y articulada proviene del sector empresarial. El pasado 2 de abril, el mismo día en que Trump anunciaba la nueva política arancelaria de Estados Unidos, 100 asociaciones del mundo de la industria y el comercio firmaron la “Declaración de la economía alemana sobre las negociaciones de coalición”. En ella demandan a los negociadores más “ambición” reformista; en concreto, una reducción de la presión fiscal sobre las empresas (del actual 30% a un máximo de 25%), una reforma de la seguridad social y la simplificación de esos requisitos burocráticos de información y documentación que, según análisis recientes, ocasionan costes estimados en cerca de 150.000 millones de euros anuales, afectando particularmente a las pequeñas y medianas empresas, al Mittelstand (que estaría dedicando alrededor del 20% de su trabajo a satisfacer tales exigencias burocráticas)[1].

Hace algo más de medio siglo, el célebre economista alemán Albert O. Hirschmann distinguió dos tipos de respuestas al deterioro de las condiciones del entorno: la “voz” y la “salida”[2]. Los empresarios alemanes han optado por la primera, señalizando así que, aunque no vean alternativa razonable a la GroKo, también frente a ella van a ejercer su responsabilidad in vigilando.


[1] Informes elaborados por los think tank económicos Ifo e Institut für Mittelstandsforschunghttps://www.ifo.de/pressemitteilung/2024-11-14/buerokratie-deutschland-kostet-jaehrlich-146-milliarden-euro y https://www.ifm-bonn.org/presse/pressemitteilungen/meldung/buerokratiekosten-belasten-kleinere-unternehmen-im-industriellen-mittelstand-erheblich.

[2] Albert O. Hirschmann (1970). Exit, Voice and Loyalty. Responses to Decline in Firms, Organizations and States. Cambridge (MA): Harvard University Press.

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Alemania, año 2025. Crisis y cambio estructural (II)

El paquete financiero alemán: más que un premio, un apremio

Por sus pasos contados avanza el proceso de decisión que persigue provocar el giro económico en Alemania (Wirtschaftswende). Las dos cámaras del Parlamento (Bundestag y Bundesrat) ya han aprobado las reformas constitucionales que permitirán al probable gobierno de Gran Coalición entre cristianodemócratas (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) impulsar grandes inversiones públicas a través de dos mecanismos extraordinarios: la suspensión del “freno de la deuda” para los gastos en defensa que superen el 1% del PIB, y el “fondo especial para infraestructura” por un importe de 500 millardos. 

¿Refleja este amplio respaldo parlamentario el apoyo mayoritario de los sectores representativos de la sociedad y la economía alemanas? El perentorio “ja” (sí) con el que se recibieron inicialmente las propuestas de masiva expansión fiscal se ha ido tornando, con el correr de los días, en un “jein”, expresión coloquial que combina el “ja”y el “nein”, y que cabe traducir al idioma español como un “sí, pero…”. 

Lo cierto es que las encuestas de opinión muestran holgadas mayorías de la población adulta (aproximadamente dos tercios) a favor tanto del fondo para infraestructuras, como del incremento de los gastos en defensa sin restricción presupuestaria. Ahora bien, ponen asimismo de manifiesto la pérdida de confianza que ha sufrido el líder de la CDU/CSU, Friedrich Merz, por defender una posición de política económica discrepante del programa electoral con el que ganó las elecciones al Bundestag. Por tanto, los ciudadanos responden: sí al giro económico, pero… no nos gusta que nos engañen.

Aunque las “voces autorizadas” que se pueden escuchar en el debate público también manifiestan comprensión hacia un plan de choque financiero para sacar a Alemania de sus crisis, lo hacen con algunos matices. Si entre los sindicatos se percibe entusiasmo, las organizaciones empresariales exhiben una satisfacción “condicionada”, compartida básicamente, con más o menos reservas, por la comunidad de expertos. 

Así, mientras la Confederación Sindical Alemana celebra la “ofensiva inversora” para acometer la modernización del país, a la vez que destaca los objetivos de “una ocupación segura y una economía sostenible”, las principales asociaciones representativas del mundo empresarial han exigido, en una declaración conjunta, una “agenda de reformas audaz” para reducir la carga burocrática y fiscal que soportan las empresas, revisar los sistemas de prestaciones y servicios sociales y generar una oferta suficiente de mano de obra cualificada para relanzar la economía1.

Este mensaje encaja en el argumentario de los expertos con más presencia en los medios de comunicación, aun cuando en el seno de esta comunidad de economistas se aprecian algunas diferencias de criterio2. Goza de amplio consenso la posición favorable al endeudamiento para mejorar la defensa y seguridad; suscita, en cambio, menor acuerdo la voluminosa dotación del fondo para infraestructuras. 

Algunos de los más reputados economistas, como Moritz Schularick, presidente del Instituto de Economía Mundial (IfW, Kiel), Michael Hüther, director del Instituto de Economía Alemana (IW, Colonia) y Jens Südekum (Universidad de Düsseldorf) valoran positivamente la financiación a crédito de inversiones infraestructurales como palanca para aumentar la productividad y competitividad de la economía3. Más críticos hacia el mega-fondo se muestran otros expertos, como Clemens Fuest, presidente del Instituto Ifo (Ifo Institut, Múnich), Marcel Fratzscher, director del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW, Berlín), así como también Monika Schnitzer y Veronika Grimm, ambas miembros del Consejo de Expertos para la Evaluación del Desarrollo Económico (Wiesbaden), institución con el mandato legal de emitir periódicamente  informes independientes sobre la economía alemana. Estas y estos economistas advierten a menudo de la posible tentación política de desplazar hacia el fondo especial gastos públicos que deben cubrirse con el presupuesto ordinario y temen que la prodigalidad fiscal desincentive la necesaria, pero impopular, racionalización del gasto público (en particular, del social), provoque excesiva inflación y hunda la confianza de los mercados financieros en Alemania deteriorando su condición de “ancla de estabilidad fiscal” en la eurozona. Demandan, además, que las inversiones que se acometan con el fondo especial sean productivas, y para serlo, requerirán que la población trabaje más (lo que exige activar la ocupación de mujeres e inmigrantes, controlar mejor el extendido absentismo, retrasar la edad jubilación e incluso suprimir algún día festivo). 

Pero subrayen más las oportunidades o los riesgos del endeudamiento público, los expertos coinciden en señalar que Alemania precisa reformas de gran calado en los ámbitos de la administración pública, el sistema de protección social, la energía y el clima, la fiscalidad y la inmigración; de ahí su insistencia en que queda la parte más difícil y dura de un proyecto titánico, la Wirtschaftswende, hasta el momento solo trazada a grandes rasgos. 

Por tanto, escuchando a los responsables de los grandes think tanks económicos alemanes, cabe discernir también un “jein”: sí al giro económico, pero… el caudal de dinero público no es un premio, sino un apremio. 


1 Firman esta declaración la Confederación de Asociaciones de Empresarios Alemanes (Bundesvereinigung der Deutschen Arbeitgeberverbände, BDA-Die Arbeitgeber), la Federación de Industrias Alemanas (Bundesverband der Deutschen Industrie, BDI), la Cámara de Industria y Comercio Alemana (Deutsche Industrie und Handelskammer, DIHK) y la Confederación de la Manufactura Alemana (Zentralverband des Deutschen Handwerks, ZDH). La declaración conjunta en: https://arbeitgeber.de/mehr-wachstum-und-beschaeftigung-was-aus-sicht-der-wirtschaft-zu-tun-ist/ 

2 Seis de los siete economistas citados en este texto figuran entre los diez primeros en el ranking de economistas que anualmente publica Initiative Neue Soziale Marktwirtschaft.

3 Estos tres economistas, junto con Clemens Fuest (que ocupa la primera posición del ranking de economistas [nota 2]), elaboraron el documento técnico de propuestas que sirvió de base para la discusión sobre el paquete financiero en las conversaciones de sondeo entre la CDU/CSU y el SPD durante los primeros días de marzo. 

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Alemania, año 2025. Crisis y cambio estructural (I)

A modo de canto de cisne, la cámara baja del Parlamento alemán (Bundestag) elegido en 2021[1] ha respaldado en una sesión plenaria extraordinaria las reformas constitucionales que permitirán a un futuro gobierno de Gran Coalición entre la Unión Cristiano-Demócrata (CDU/CSU) y el Partido Socialdemócrata (SPD) un giro histórico de su política económica. A favor de estas reformas han votado los representantes de estas dos formaciones políticas y la de Los Verdes (Bündnis 90/Die Grünen), superando así la mayoría de dos tercios exigida para la aprobación de cambios en la Ley Fundamental Alemana.  Con la esperada mayoría cualificada en la segunda cámara parlamentaria (Bundesrat), el camino hacia la Wirtschaftswende quedaría expedito antes de la constitución del nuevo Bundestag, resultante de las elecciones parlamentarias del pasado 23 de febrero, en las que la CDU/CSU obtuvo el porcentaje de votos más alto (Gráfico 1).


No es exagerado afirmar que en Berlín se está jugando en estas semanas el futuro de la economía y la seguridad europeas. Lo que está sucediendo en la capital alemana es mucho más que el proceso de negociación para formar un gobierno de coalición, que Friedrich Merz, el “ganador” de las elecciones, prevé anunciar antes de Pascua; es la apuesta conjunta de los dos grandes partidos que han liderado los gobiernos de la República Federal de Alemania desde su fundación en 1949 por un cambio de rumbo ante las evidencias insoslayables de una triple crisis: económica, política y de defensa. 

Crisis del modelo productivo de la que, ostentando el puesto de tercera economía del mundo (4,4 billones de PIB en 2024), se adentra en su tercer año consecutivo de recesión; crisis de una política incapaz de frenar el avance de partidos radicales nacionalistas y antieuropeos, en particular, de Alternativa para Alemania (AfD), convertida en la segunda fuerza parlamentaria con el apoyo de uno de cada cinco votantes en las recientes elecciones (y un ascenso de 10 puntos porcentuales respecto de las elecciones de 2021); y crisis de un sistema de defensa y seguridad, con reconocidas carencias de preparación y recursos humanos y materiales tras décadas de escasa inversión en investigación, desarrollo y producción militar, mientras los “dividendos de la paz” se destinaban, en gran medida, a desarrollar un Estado social que en 2024 absorbió más de la mitad de los gastos consuntivos del presupuesto federal[2].

Ante la gravedad de la situación y los resultados de las elecciones, tan pronto como el SPD eligió un nuevo presidente del grupo parlamentario, relevando así al canciller en funciones Olaf Scholz, que asumió personalmente la severa derrota electoral, se iniciaron las “conversaciones de sondeo” (Sondierungsgespräche) entre cristianodemócratas y socialdemócratas. De ellas resultó un documento de once páginas que incluye un ambicioso paquete financiero (Finanzpaket) de expansión fiscal (cuadro 1). El respaldo de Los Verdes a este paquete se alcanzó el 14 de marzo a cambio de algunas concesiones que mitigan el disgusto de la formación ecologista por su exclusión de las conversaciones para la formación de gobierno, a pesar de que su programa electoral recogía iniciativas claramente alineadas con las propuestas económicas expansivas (cuadro 2). 

Cuadro 1. Las principales previsiones del paquete financiero



– El gasto en defensa se desligará del “freno de la deuda” (Schuldenbremse) que rige desde 2011, y limita al 0,35% del PIB la capacidad de los gobiernos federales de endeudarse anualmente; en concreto, el gasto en defensa que exceda el 1% del PIB no quedará sujeto a esta restricción presupuestaria. 

– Se creará un fondo especial (Sondervermögen) con 500.000 millones de euros para financiar, durante los próximos diez años, inversiones públicas en infraestructuras, poniendo una quinta parte de las cuales a disposición de las regiones y los municipios. Quedan incluidas inversiones en protección civil, transportes, hospitales, generación y distribución de energía, provisión de cuidados, digitalización, educación, ciencia, investigación y desarrollo.

– Los Länder podrán endeudarse anualmente por un importe de 0,35% del PIB.  

Cuadro 2. Las modificaciones del paquete financiero requeridas por Los Verdes



– Los gastos de defensa no sujetos al “freno de la deuda” incluirán inversiones en protección civil, servicios de inteligencia, ciberseguridad y prestación de ayuda a los países que sufran ataques contrarios al derecho internacional.

– El fondo especial (Sondervermögen) estará disponible para inversiones “adicionales” en infraestructuras, quedando esta condición de “adicionalidad” (Zusätzlichkeit) sujeta a que tales inversiones igualen o superen el 10% del presupuesto federal. 

– El plazo de disposición del fondo especial se amplía de diez a doce años, destinando, además, 100 millardos de esta suma al “fondo para el clima y la transformación”, con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en 2045.

Aunque la necesidad de aprobar la reforma de la Ley Fundamental antes de la constitución del nuevo Bundestag ha acelerado las negociaciones para la formación de gobierno[3], la conciencia generalizada de que Alemania se encuentra en una situación de emergencia ha sido decisiva para imprimir el buen ritmo de las negociaciones interpartidistas. Tanto entre las elites políticas y económicas como en el conjunto de la sociedad (83,4 millones de habitantes) prevalece la convicción de que la economía alemana afronta una situación penosa[4], reflejada en la pérdida de competitividad internacional de su producción (y, por tanto, de su capacidad de exportación) y en su “desindustrialización” (expresión elegida como “palabra económica del año 2024” por un jurado de expertos en economía y de empresarios alemanes)[5]. Las causas no se identifican solo en el aumento de los precios de la energía, sino también en la “monstruosa burocracia” que asfixia a las empresas, en el insuficiente impulso a la digitalización de la economía y de las administraciones públicas,  y en la ineficacia para gestionar un cambio demográfico de enormes dimensiones, con tres vertientes que provocan particular inquietud social: el continuado aumento de pensionistas (con la jubilación de los baby boomers, hoy “en el pico de la ola demográfica”)[6], la  carencia de  mano de obra cualificada, y el flujo sostenido de entradas de población no comunitaria  que busca protección internacional y/o residencia fuera de los cauces establecidos para la inmigración legal.

No son estos problemas de los que esté libre España; antes bien, pueden identificarse también como nuestros retos fundamentales como país. Los grandes partidos alemanes, además de reconocer abiertamente los problemas y admitir su parte de responsabilidad en ellos, han resuelto afrontarlos mediante la unidad política y aprovechando la disposición de cierto margen en las cuentas públicas (con un déficit público –2,6% del PIB– y una deuda pública –63% del PIB–, prácticamente ajustados a las reglas fiscales europeas). España carece de estos dos activos estratégicos: unidad política de los grandes partidos y margen fiscal; dos activos que no aseguran el acierto de las políticas que se adopten, pero sí las condiciones que generan la confianza, dentro y fuera del país, en la capacidad de un gobierno de hacer frente eficazmente a una situación de crisis estructural.


[1]  Resultante de las elecciones celebradas el 26 de septiembre de 2021. Conforme al artículo 39.1 de la Ley Fundamental de Alemania, el mandato del Bundestag en funciones sólo termina cuando se reúne y constituye una nueva cámara. Se evita así la ausencia de un vacío legislativo. 

[2] Gastos consuntivos que, a su vez, representan el 88% del presupuesto total en 2024 (los gastos de inversión absorben, por tanto, solo el 12%). Los datos proceden del Ministerio de Finanzas de la República Federal de Alemania (BMF-Monatsbericht Januar 2025 – Vorläufiger Abschluss des Bundeshaushalts 2024).

[3] En el nuevo Bundestag, los escaños conjuntos de la CDU/CSU, del SPD y de Los Verdes no alcanzan dos tercios del total, quedándose, por tanto, por debajo de la mayoría cualificada para reformar la Ley Fundamental.

[4] A principios de marzo de 2025, tres cuartas partes de la población alemana entre 16 y 74 años calificaban la situación económica del país como “mala”, frente al 25% que la calificaba como “buena”.

[5] La segunda palabra más votada fue “Ley de Diligencia Debida en la Cadena de Suministro”, muy criticada entre el empresariado alemán, seguida de “giro económico” (Wirtschaftswende) y “monstruo burocrático” (Bürodratie-Monster).

[6] El baby boom alemán, algo más temprano que el español, se desarrolló entre mediados de los años 50 y finales de los años 60 del pasado siglo.

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El impacto económico del rearme europeo

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El viento de oscurantismo que sopla desde el Atlántico está generando la reacción que muchos europeos anhelaban, con consecuencias relevantes para la economía española. Los planes de inversión y de rearme anunciados en los últimos días totalizan 1,3 billones de euros, o el 7,2% del PIB comunitario: un bazuca tres veces más potente del que se desplegó tras la pandemia con el programa Next Generation (contando solo el gasto ejecutado).    


Ni los informes de Draghi y Letta, ni el diagnóstico compartido de riesgo “existencial” a que se enfrenta la economía europea, habían logrado despejar la sensación de inercia agudizada por la creciente divergencia entre socios comunitarios. 

Son, sin embargo, las amenazas geopolíticas las que han producido el cambio de paradigma: Alemania se dispone a renunciar al sacro santo límite de endeudamiento que encorseta su economía, al tiempo que pone en pie un fondo de inversión de 500.000 millones de euros para el próximo decenio y se muestra partidaria de flexibilizar las reglas fiscales —en este caso para incrementar el gasto en defensa—, alineándose con las posiciones de Francia. La Comisión Europea, por su parte, anuncia un plan de rearme de 800.000 millones, a acometer en cuatro años, en buena parte por los Estados miembros. El Gobierno español promete llegar al 2% del PIB, lo que supone incrementar el gasto un 53%.   

En teoría el plan supone un estímulo colosal para la economía europea. El impulso aportado por los planes anunciados de gasto podría alcanzar el 1,8% del PIB cada año hasta el 2029. En la práctica, el fondo de inversiones en infraestructuras prometido por el nuevo canciller de Alemania está a la altura de las expectativas, pudiendo además revertir en el resto de economías europeas. España estando bien posicionada en ese sector.  

En cuanto a la defensa, sin embargo, mucho depende de la capacidad de absorción de los recursos por el tejido productivo, y ahí surgen las dudas. El 78% de las compras de armamento que se realizaron en 2022-2023 fueron importadas, particularmente desde EE UU, según fuentes comunitarias (antes de la pandemia, el porcentaje alcanzaba el 60%, evidenciando el carácter estructural del déficit en defensa). Un incremento abrupto del gasto agravaría el grado de dependencia de la defensa europea, redundando también en un débil multiplicador para las empresas ubicadas en el viejo continente. 

En el caso de España el efecto multiplicador podría ser incluso menor, por el tamaño del sector de la defensa en nuestro país, y pese a disponer de capacidades relevantes en algunos nichos como la tecnología de los satélites y los radares. Una limitación generalizada atañe a la atomización de la producción, como es el caso de los carros de combate, encareciendo los costes de producción. Por otra parte, en materia de armamento no está claro que el sector privado pueda complementar la inversión pública, al tratarse principalmente de bienes de consumo colectivo. Finalmente, Europa carece de instrumentos de coordinación a la altura de los desafíos, lo que contribuye también al riesgo de dilución de los esfuerzos.  

La financiación del plan de rearme es otro condicionante. Bruselas considera que este gasto no debería computar a efectos de las reglas fiscales, de modo que los Estados que cumplen el objetivo en defensa no se expongan a reprimendas. Los mercados lo ven a de otra manera y ya exigen un tipo de interés más elevado para sus compras de bonos, ante la previsible acumulación de deuda pública que será necesaria para financiar el rearme. La alternativa sería subir impuestos o recortar el gasto civil, lo que se encontraría con fuertes resistencias por parte de la ciudadanía. 

Bruselas está procediendo al giro copernicano que se hubiera esperado durante la crisis financiera. Al tratarse de la defensa, es importante que la nueva estrategia proceda con gradualidad para que redunde simultáneamente en un menor grado de dependencia del exterior y más bienestar económico. 

GASTO |  Durante la Guerra Fría, los países europeos acometieron un esfuerzo en defensa, con un gasto que en el caso de España culminó en el 3% del PIB en la década de los ochenta, un valor próximo a la media europea (según datos del Stockholm International Peace Research Institute). Tras la caída del muro de Berlín, Europa cosechó los dividendos de la paz, de modo que el gasto descendió hasta un mínimo cercano al 1% a mediados del decenio pasado. Desde entonces, la tendencia es ascendente, particularmente desde el estallido del conflicto en Ucrania.    

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los aranceles y el crecimiento

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Los tambores de guerra arancelaria suenan con fuerza y toda la atención se centra en los sectores exportadores más vulnerables ante las proclamas proteccionistas. Lo más relevante, sin embargo, podría situarse en el plano macroeconómico general y no en los flujos comerciales en sí.  

Como se ha señalado por muchos analistas, el grado de exposición de España a las vicisitudes mercantilistas de Trump es relativamente reducido. Las exportaciones hacia el gigante americano representan menos del 5% del total, la mitad que Alemania. Sectores como las semimanufacturas, las artes gráficas y la cerámica, donde la participación del mercado trasatlántico supera el doble dígito, funcionan como suministro o complemento para la economía de EE. UU., lo que hace que la imposición de aranceles sobre ellos carezca de sentido. Otros sectores, especialmente la agroindustria y los productos farmacéuticos, se verán más afectados, ya que compiten directamente con empresas de ese país, justificando medidas de acompañamiento.


En todo caso, según el Observatorio de Márgenes, estos sectores disponen de un cierto colchón para suavizar cualquier choque comercial, particularmente en la industria de la alimentación cuya rentabilidad alcanza cifras récord. Así pues, el endurecimiento arancelario solo se trasladaría parcialmente al precio de venta final en el mercado norteamericano, gracias a la compresión del margen de beneficios. Por el lado de las importaciones, destacan las de armamento, las aeronaves y la energía, sectores prioritarios de la nueva política económica de Trump y, por ende, poco expuestos a eventuales restricciones. 

El principal riesgo proviene de frentes distintos al comercial. En primer lugar, habrá que vigilar el impacto en la inversión, la variable más sensible a las incertidumbres geopolíticas y también la más rezagada del ciclo expansivo español. Las empresas norteamericanas lideran la inversión directa en nuestro país, con cerca del 20% del total, y es probable que aplacen nuevas operaciones en un entorno tan incierto, marcado por la insistencia en repatriar sus actividades. En este sentido, el sector automotriz es crucial: si bien nuestras exportaciones de automóviles a EE. UU. apenas aportan el 0,7% del total, la inversión extranjera, incluida la que recibimos de EE UU, constituye la columna vertebral que sostiene el conjunto del sector. 

Se prevé igualmente una actitud cautelosa por parte de las empresas españolas que invierten en EE. UU. Algunas están considerando cancelar importantes proyectos, no solo en el sector de energías renovables, ante la incertidumbre regulatoria y la hostilidad mostrada por Trump hacia las autoridades de competencia.

A medio plazo, el bloque comercial que ofrezca más seguridad jurídica y reglas de competencia estables puede salir ganando. Y en esta batalla Europa dispone de una oportunidad, enmendando errores pasados y profundizando en el mercado único. El anuncio por parte de la Comisión de un paquete de medidas destinadas a mejorar el funcionamiento del mercado de la energía es una buena noticia al respecto. 

Finalmente, mucho dependerá de la reacción de Alemania. La aplicación de aranceles amenaza con agravar el clima de recesión que se ha instalado en su industria, desatando recortes de plantilla que podría repercutir en las empresas alemanas presentes en nuestro país. Cuando se conforme, el nuevo ejecutivo dispondrá de un importante margen de acción fiscal: bien utilizado, ya sea reformando el límite constitucional al endeudamiento o sorteándolo con medidas extrapresupuestarias, la inversión pública puede generar un potente contrapeso coyuntural. También podrá ayudar a escribir junto con sus socios una nueva hoja de ruta para la integración económica europea.

En lo inmediato, la ola proteccionista representa un riesgo para el crecimiento, especialmente en el ámbito de la inversión. La clave está en revitalizar los motores internos de la economía europea y brindar seguridad respecto a las reglas que deben regir la economía de mercado. Recordando que, más pronto que tarde, el proteccionismo terminará por convertirse en un obstáculo para la economía estadounidense.

COMERCIO | Según el Bureau of Economic Analysis, la balanza de los intercambios de bienes y servicios entre EE UU y España arrojó en 2023 un saldo de 600 millones de dólares a favor de la economía americana (o cerca de 550 millones de euros). Este resultado procede del superávit de los intercambios de bienes y de servicios no turísticos, que asciende a 3.100 millones de dólares a favor de EE UU. Este excedente compensa el déficit en la balanza en concepto de turismo (2.500 millones de dólares a favor de nuestro país).  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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