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El enigma de la inversión

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La economía española sigue viviendo un momento dulce, a tenor del buen comportamiento de los indicadores de coyuntura o los ajustes de la calificación crediticia de la deuda. ¿Es sostenible esta tendencia? Desde el punto de vista social, persisten graves déficits que plantean riesgos para la cohesión, como es el caso, por ejemplo, de los jóvenes sin acceso a una vivienda asequible

La sostenibilidad reviste también una dimensión económica fundamentada en la inversión, variable determinante de nuestra prosperidad futura. A nivel agregado, el esfuerzo en equipamiento del tejido productivo apunta buenas maneras, con un incremento superior al 7% registrado en el último año. Pero el brillo de las grandes cifras macroeconómicas refleja realidades dispares que generan dudas acerca de la solidez del ciclo expansivo. 

Por una parte, tras el largo periodo de penurias de la crisis financiera, el sector público se ha convertido en el principal protagonista de la inversión productiva. En el último lustro, las administraciones en su conjunto han incrementado su gasto en inversión un apabullante 58% (comparando la formación bruta de capital fijo en el primer semestre del presente ejercicio con el año 2019), un resultado que bate todos los récords de la serie histórica que arranca en los años noventa, y que prácticamente duplica la media de la eurozona. Descontando la inflación, el crecimiento alcanza el 31% en el quinquenio, frente al 6% de la media europea. 


Frente al auge de la inversión pública, sorprende la cautela de las empresas. Su gasto en inversión ha subido un escaso 13% en precios corrientes en los últimos cinco años, lo que equivale a una contracción del 9% en términos reales. Si bien la atonía es compartida con el resto de Europa (las empresas han reducido su inversión un 4% en el conjunto de la eurozona, en términos deflactados), cuesta entenderla en el caso de España. 

Lo lógico era que las empresas se animaran a invertir en un contexto de bonanza de las ventas como el que estamos presenciando en los últimos tiempos, a diferencia de la languidez observada en las otras grandes economías de nuestro entorno. Asimismo, el maná del Next Generation hacía presagiar un vuelco en las expectativas del sector privado, que es el principal destinatario de estos recursos públicos. De hecho, en los últimos tres años, las administraciones han aportado más de 20.000 millones anuales en ayudas a la inversión o transferencias de capital, cifra que más que duplica los valores prepandemia. Y sin embargo la inversión empresarial sigue sin despegar.   

Una hipótesis es que los fondos europeos han podido estar financiando proyectos de inversión privada que ya estaban en marcha y que por tanto no necesitaban de apoyo público. Sin negar que este efecto sustitución haya podido producirse, no basta para explicar la debilidad de la inversión empresarial. En todo caso, diversos estudios apuntan a un cierto efecto tractor de los fondos europeos sobre los bienes públicos como son las infraestructuras.

El desendeudamiento ha sido un factor más potente: las empresas españolas han optado por ajustar drásticamente sus pasivos para aligerar los costes financieros, de modo que su deuda ha caído hasta mínimos del siglo. Todo apunta a que prefieren financiar sus inversiones con recursos propios o aportaciones de capital, sin incurrir en préstamos que, por definición, entrañan un gasto en intereses independientemente de la marcha del negocio. De ser así, las recomendaciones de los informes Letta y Draghi en materia de unión financiera y el despliegue de instrumentos innovadores de financiación de las empresas serían de enorme relevancia. 

Con todo, la inversión empresarial sigue siendo una de las principales asignaturas pendientes. La experiencia muestra que los fondos europeos, tal y como están diseñados, no han generado la ruptura que se esperaba. Un leve repunte es perceptible pese a las incertidumbres, pero hará falta afianzarlo para que la aspiración a un nuevo modelo productivo se convierta en realidad.  

DEUDA | La sombra de los ciclos financieros es alargada. Tras el frenesí de la burbuja inmobiliaria, la deuda de las sociedades no financieras alcanzó en 2010 el 139% del PIB, valor máximo de la serie histórica y 30 puntos por encima de la media de la eurozona. Posteriormente las empresas optaron por aligerar sus pasivos, una tendencia que se ha mantenido independientemente de la coyuntura. En el primer trimestre de este año, la deuda de las empresas se había reducido hasta el 82% del PIB, 24 puntos por debajo de la media europea.      

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Claves del ciclo expansivo

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La revisión del INE confirma el tirón de la economía española, con un PIB que se sitúa ya un 9,3% por encima de los registros anteriores a la pandemia, ampliando la ventaja en relación a las otras grandes economías de nuestro entorno. El PIB de la eurozona ha crecido 3,3 puntos menos que el español, y los indicadores más recientes apuntan a una atonía persistente tanto en Alemania como en Francia.  

Frente a una cierta continuidad de las grandes magnitudes, también aparecen dos importantes puntos de inflexión, así como alguna sorpresa del lado de la inversión. En primer lugar, el sector exterior ya no juega el papel prominente que tuvo en el inicio del ciclo expansivo. Su aportación al crecimiento está siendo negativa en lo que va de año, y el contexto de guerra comercial, caracterizado por continuos vaivenes de la Administración Trump, no despeja el horizonte. Pese a todo, la situación de nuestro comercio exterior no difiere mucho de la del resto de Europa, lo cual no está mal habida cuenta del diferencial de crecimiento: habitualmente un ciclo expansivo como el que vive la economía española se acompaña de un deterioro de la balanza comercial en relación a las economías más estancadas, una circunstancia que no se está constatando en esta ocasión. 


En segundo lugar, la demanda interna ha tomado el relevo del sector exterior, si bien con cambios relevantes en su composición. El consumo de las administraciones pierde tracción, lastrado por las sucesivas prórrogas presupuestarias, y todo apunta a que esta situación persistirá en el corto plazo, con la posible salvedad del gasto en defensa. En contraposición, se afianza el ciclo de consumo privado y de inversión en construcción, en consonancia con la creación de empleo, la revitalización de la oferta de vivienda y, probablemente, el desembolso de fondos europeos, evidenciado por el auge de la inversión no residencial, es decir en infraestructuras y otras edificaciones.   

Destaca el repunte, a un ritmo sorprendente, de la inversión en bienes de equipo y en “intangibles”, que incorpora el capital inmaterial, software y demás productos de la propiedad intelectual. Ésta, que había sido la variable más rezagada en la fase de recuperación, emerge como una de las claves de la coyuntura. Conviene, sin embargo, tener en cuenta que los fondos europeos, particularmente el kit digital, han podido aportar un estímulo puntual a la inversión en intangibles, con efectos inciertos en el crecimiento futuro. La inversión en maquinaria y equipamiento físico, por su parte, ha crecido solo un 4,5% en los últimos cinco años, evidenciando una escasa filtración de fondos europeos en este segmento. 

Finalmente, tras la revisión del INE, sigue siendo el caso que la economía española ha crecido sobre todo sumando fuerza laboral. Las horas trabajadas habrían crecido incluso más de lo anticipado, lo que ha tenido como resultado un menor avance de la productividad por hora efectivamente trabajada: esta variable, que aproxima la velocidad de transformación de la economía, habría crecido un 2,9% desde 2019, en vez del 3,6% conforme a las estimaciones anteriores. Eso sí, se mantiene el diferencial favorable de crecimiento de la productividad respecto al resto de Europa, y la tendencia es positiva en el periodo más reciente.  

En definitiva, los ajustes estadísticos dejan entrever una economía española con más tracción de lo anticipado para afrontar los desafíos globales. Queda, no obstante, por esclarecer la sostenibilidad de las fuerzas que sustentan el ciclo. Algunos factores, como los fondos europeos, no han generado el efecto transformador que se esperaba, a tenor del moderado comportamiento de la productividad. Los recursos que quedan por ejecutar ascenderían a más de 25.000 millones de euros: a poco más de un año de la conclusión del programa, habrá que esforzarse por mejorar su vinculación con las necesidades del tejido productivo.      

CONSUMO | Las revisiones del INE no disipan la dicotomía entre la macroeconomía y su percepción social. Desde 2019, el consumo de las familias se ha incrementado un 6,2% a nivel agregado, descontando la inflación (un punto más que la anterior estimación). Ahora bien, ajustando por el crecimiento poblacional, la mejora es solo del 2,9% en términos medios por habitante. El menor impulso demográfico de la eurozona en su conjunto ha provocado que el consumo haya crecido más que en España en términos per capita (2,5%), pese al peor comportamiento a nivel agregado (3,9%).     

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Revisión de la contabilidad nacional centrada en la inversión y el consumo público

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Conforme a la revisión de las cifras de contabilidad nacional anual, publicada por el INE el pasado día 19 de septiembre, el PIB en 2024 creció un 3,5%, tres décimas porcentuales más que la cifra anterior, mientras que en 2023 el crecimiento fue del 2,5%, dos décimas inferior a lo inicialmente estimado, y en 2022 dos décimas superior (hasta el 6,4%). En suma, el crecimiento acumulado del PIB en el conjunto del periodo 2021-2024 fue del 12,8%, en lugar del 12,5% anterior.

Las revisiones de mayor magnitud afectan al consumo público, que creció menos de lo indicado inicialmente –un 8,4% entre 2021 y 2024, frente al 10,2% publicado inicialmente–, así como a la inversión en capital fijo (FBCF), cuyo crecimiento se ha revisado intensamente al alza, hasta un 14,3%, desde un 8,6% inicial. El resto de componentes por el lado de la demanda han sufrido modificaciones de escasa cuantía (gráfico 1). Como consecuencia de estos cambios, la aportación de la demanda nacional al crecimiento en el conjunto del periodo fue algo mayor de lo inicialmente calculado, mientras que la del sector exterior se ha aminorado.


La fuerte revisión al alza de la FBCF procede enteramente de dos de sus componentes: la construcción de no vivienda, cuyo crecimiento en el conjunto del periodo mencionado se ha elevado desde un 4,6% hasta un 16,4%, y los productos de propiedad intelectual, con un avance del 28,6%, frente al 10,5% inicial. El resto de componentes –construcción de vivienda y bienes de equipo— apenas sufren una ligera revisión a la baja (gráfico 2).


En suma, prácticamente los únicos cambios relevantes son los que afectan al consumo público y a la inversión en otras construcciones y en productos de la propiedad intelectual. El patrón de comportamiento del resto de partidas se mantiene sin cambios con respecto al dibujado por las cifras anteriores: crecimiento moderado del consumo privado, debilidad de la inversión en equipo y de las exportaciones de bienes, que contrasta con el fuerte dinamismo de las exportaciones de servicios turísticos y no turísticos (cuyas cifras apenas sufren modificaciones).

Por el lado de la oferta, no hay revisiones significativas. Tan solo una cierta revisión a la baja en el crecimiento del VAB industrial, y al alza en la construcción.

En cuanto al empleo, se ha revisado al alza (para el conjunto del periodo), tanto en términos de número de personas ocupadas como de horas trabajadas, aunque en mayor medida en el caso de estas últimas, de modo que las horas trabajadas por persona registraron un leve avance del 0,6%, frente al crecimiento nulo previo. No obstante, el número de horas trabajadas por persona en 2024 sigue siendo inferior a 2019. Finalmente, como consecuencia de todo lo anterior, la productividad por hora trabajada creció menos de lo anteriormente calculado: un 2,2% frente a un 3,2%.

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La inversión empresarial en España: cuestión de incentivos económicos

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Está constatado que la recuperación económica pospandemia en España ha sido desigual, buena en en actividad y empleo, menos en inversión y acumulación de capital. Con datos de las cuentas de los sectores institucionales de la economía española hasta el primer trimestre de 2025, esta nota actualiza aportaciones anteriores sobre el comportamiento de la inversión empresarial, con dos mensajes principales: primero, el retraso en la recuperación de la inversión en capital fijo afecta al sector de las sociedades no financieras (SNF); en los sectores de hogares y administración pública la recuperación ha sido notable y en el de las sociedades financieras (SF) sobresaliente. Segundo, el retraso en la recuperación de la inversión en capital fijo del sector de las SNF y la fuerte recuperación de la inversión de las SF responden a incentivos económicos en los que interviene la evolución reciente de los tipos de interés. 

Comportamiento desigual de la inversión por sectores institucionales

El gráfico 1 presenta la evolución de la formación bruta de capital fijo (FBCF) de los cuatro sectores institucionales contemplados en la contabilidad nacional. El gráfico 1a, el flujo anualizado de FBCF de hogares e ISFLSH y AA. PP. muestra una tendencia creciente en el periodo pospandemia; en ambos casos, en el IT de 2025 es alrededor de un 30% mayor que en 2019. Sin embargo, en el sector de las SNF permanece un 15% por debajo de los valores prepandemia en casi todo el periodo, con una leve recuperación a partir de 2024. Por su parte, en el sector de las SF (gráfico 1b), muestra una tendencia fuertemente creciente en los últimos años, y en 2025 es seis veces el valor de 2019. 


Los incentivos económicos explican la FBCF en los sectores empresariales

El gráfico 2 ofrece una explicación del comportamiento inversor de las SNF, (2a), y de las SF, (2b). El primero muestra la relación entre la tasa de inversión de las SNF y una medida de rentabilidad relativa al coste financiero, empleada para medir el incentivo a invertir (ver nota en el gráfico). Este indicador muestra un alto poder explicativo del comportamiento inversor de las SNF en España en el periodo de estudio: para un coste financiero dado, la tasa de inversión aumenta con la rentabilidad del capital de explotación y, para una rentabilidad dada, disminuye con el coste financiero (las correlaciones positiva y negativa de la tasa de inversión con la rentabilidad y el coste financiero se confirman con estimaciones separadas para cada variable). 


Por su parte, en el gráfico 2b se observa la evolución de la ratio entre la FBCF y el excedente bruto de explotación del sector de las SF, que exhibe una relativa estabilidad alrededor del 10% a lo largo del tiempo. Ello implica que el incremento en la inversión en capital de las SF coincide con el crecimiento de su beneficio (que, previsiblemente, actúa como incentivo a invertir). Ese excedente aumentó en paralelo a la subida de tipos efectuada por el BCE en respuesta al episodio inflacionario de 2022-2023, por lo que, en este sector, la subida actuó como motor de la inversión. Al contrario, afectó negativamente a los incentivos a invertir de las SNF, un efecto que se suma a otro desincentivo: el hecho de que la rentabilidad del capital de las SNF en 2025 se mantiene más de dos puntos por debajo del nivel prepandemia

Conclusión

Los datos muestran que la inversión empresarial privada en España responde a factores de racionalidad económica: aumenta con la rentabilidad del capital y disminuye con el coste del recurso. Ocurre también que el efecto negativo de la subida de tipos de interés sobre la FBCF de las SF, coincide con el efecto positivo de dicha subida sobre la FBCF de las SF a través del aumento en los beneficios del sector. Lo observado en otros sectores, como las AAPP obedecerá a otros factores, probablemente el impulso de los fondos NGEU. Otras explicaciones del retraso en la recuperación de la inversión empresarial en España –las incertidumbres políticas, las amenazas de los aranceles, la geopolítica…–, pueden ser igualmente ciertas, pero en la medida en que repercutan sobre la rentabilidad y el coste del capital. 

En todo caso, sea cual sea el entorno general en el que se mueva la economía y las empresas en España, la predicción que se desprende del análisis expuesto es que el sector de las SNF se acercará a los niveles de inversión previos a 2020 en la medida en que lo hagan los incentivos económicos que mueven las decisiones de invertir.

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La excepcionalidad del consumidor español

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Uno de los tópicos más arraigados que se atribuyen a nuestra economía es su querencia por el consumismo, cuando no el dispendio. Y sin embargo los datos desmienten esta percepción, al menos en el periodo reciente. El consumo de los hogares se sitúa apenas un 0,2% por encima del nivel alcanzado hace cinco años en términos reales per cápita, es decir descontando la inflación y el crecimiento poblacional. Por comparación, los europeos han incrementado su gasto real per cápita un 1,4% (siempre comparando el primer trimestre de 2025 con el último de 2019). 


Semejante contención no puede explicarse por la evolución de los ingresos a nivel agregado: en el último lustro, la renta disponible de los hogares aumentó un 5,2%, también en términos reales y per cápita, frente al 4,6% de la media europea. Por tanto, la mejora del poder adquisitivo no se ha trasladado al consumo, sino al ahorro, mientras que en el resto de Europa la conexión entre capacidad de compra y gasto en consumo ha sido más estrecha. 

El resultado es que, en proporción sobre su renta, los hogares españoles ahorran más del doble que antes de la pandemia, cuando en Europa la tasa de ahorro se está acercando a los valores previos a la crisis sanitaria, a tenor de los datos divulgados esta semana por Eurostat. ¿Cómo explicarlo?    

La sombra de la crisis financiera es alargada y sus efectos siguen estando presentes, pudiendo incitar a una actitud de prudencia por parte de las familias españolas. Es un hecho que los hogares han utilizado el plus de ahorro para aligerar sus pasivos: en los últimos cinco años, la ratio de deuda sobre renta disponible ha descendido en 22 puntos porcentuales, un ajuste apabullante que borra por completo los excesos de la burbuja de crédito. En comparación, los hogares europeos han recortado su endeudamiento solo en 6 puntos porcentuales. 

Otra causa posible se encuentra en los cambios experimentados en la distribución de los ingresos. La recién publicada encuesta de presupuestos familiares evidencia un débil incremento del consumo para los quintiles medios y superiores de gasto, que son los que más pesan a nivel agregado. Los sectores de rentas inferiores a la media habrían incrementado su consumo a tasas algo más elevadas, pero con un impacto limitado en términos macroeconómicos.  

En todo caso, el fuerte incremento del ahorro no prefigura un consumo diferido, ya que ha servido casi exclusivamente a desendeudarse y no a atesorar liquidez. El total de efectivo y depósitos acumulado por los hogares estos últimos años ha tendido a disminuir ligeramente en porcentaje de su renta disponible, situándose por otra parte en valores próximos a la media europea.  

En suma, de cara al futuro, el consumo dependerá fundamentalmente de la evolución de los ingresos y de las decisiones de gasto (o propensión a consumir de los hogares): el sobreahorro ha servido para desenladrillarse a medida que los préstamos contraídos durante la época de la burbuja han ido venciendo sin ser sustituidos por un monto equivalente de nuevos préstamos, de tal manera que no existe una bolsa de liquidez susceptible de sostener el gasto de manera relevante en los próximos años. 

Con todo, cabe anticipar que el consumo privado se mantendrá como un factor de crecimiento, impulsado por la creación de empleo. Otro propulsor podría proceder de un eventual descenso de la tasa de ahorro, a medida que la deuda se acerca a mínimos históricos y que las familias retoman el camino del crédito. Pero la intensidad de este último factor será limitada a corto plazo. Y sobre todo hará falta un cambio más sustancial tanto de expectativas como del modelo productivo, es decir de la capacidad de generar productividad y remuneraciones más altas, para borrar el desacople entre los buenos resultados macroeconómicos y la percepción social.   

INVERSIÓN | La inversión empresarial intensifica su recuperación, pero se sitúa todavía en niveles relativamente reducidos en comparación con épocas anteriores. En el primer trimestre, la formación bruta de capital fijo de las sociedades no financieras se incrementó un 9,5% en relación a un año antes, y alcanzó el 23,3% del valor añadido del sector, es decir 4,3 puntos menos que en 2019. La tendencia es ligeramente más pronunciada que en el conjunto de la eurozona donde el descenso de la ratio de formación bruta de capital fijo sobre valor añadido alcanza 3,5 puntos.     

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El dilema del BCE

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La debilidad de la inversión y su inadecuación a los desafíos económicos y sociales de nuestros tiempos es uno de los principales lastres de la economía europea. También en España los esfuerzos de equipamiento del tejido productivo o de construcción residencial siguen siendo insuficientes: la inversión repuntó en el primer trimestre, pero se sitúa todavía por debajo de lo cabría esperar habida cuenta del ciclo expansivo.   

La senda de relajación monetaria emprendida por el BCE, con ocho recortes consecutivos de tipos de interés desde el otoño pasado, era una condición necesaria para desatacar la inversión. Pero no bastará. Y en todo caso el apoyo de Frankfurt podría está tocando a su fin: lo más probable es que proceda a un último recorte de tipos de interés a la vuelta del verano. 


No faltan los argumentos en pro de una política monetaria más expansiva. La inflación ha vuelto al redil, con un núcleo duro en los servicios cada vez menos virulento. El mar de fondo sería consistente con una estabilización de la inflación en torno al objetivo del 2%, o incluso un poco por debajo: la economía europea apenas crece al tiempo que los salarios se moderan y que el euro se aprecia frente al dólar, moneda en que cotizan las principales materias primas, abaratando los costes importados. Se aleja la amenaza de un cierre del estrecho de Ormuz, de modo que los mercados de hidrocarburos vuelven a su posición de exceso de oferta. 

El contrapeso podría venir del incremento del gasto en defensa a tenor de lo que pide la OTAN. Habida cuenta de la atomización del sector, el estímulo para la economía será limitado al menos en el corto plazo. Por la misma razón, el aumento de la demanda pública tensionará los precios, al tiempo que obligará a importar armamento (probablemente desde EE UU) para suplir las limitaciones de la oferta nacional. 

El estrecho margen de maniobra de la política fiscal es otro factor que incita a la prudencia del banco central, y que diferencia el actual momento coyuntural de la época de los tipos de interés negativos. La mayoría de los Estados miembro están ya muy endeudados o presentan déficits abultados que solo pueden agravarse tras los compromisos contraídos en materia de defensa (pocos gobiernos se atreverán a subir impuestos o recortar gasto para compensar el esfuerzo armamentístico). Es decir: en muchos países la política fiscal apenas dispone de espacio para reaccionar ante cualquier adversidad, de modo que la acción monetaria será la que liderará el manejo de la coyuntura. 

El unilateralismo y la incertidumbre que definen la acción de la administración Trump, junto con la reglobalización, obligan a considerar escenarios muy diversos, ante los cuales el banco central debe mantener un arsenal de medidas para actuar como dique de contención. Su política ha encontrado un aliado insospechado: el mercado laboral, cuya resiliencia durante las diferentes crisis que se han sucedido estos últimos años ha sido crucial. También en España el empleo y los salarios están jugando un papel de estabilizador automático inédito. 

En suma, la relativa estabilidad financiera que conoce Europa en comparación con EE. UU. ha permitido recortar la facilidad de depósito sin temor a afectar la moneda única. Un ajuste adicional es posible, pero será limitado: la facilidad de depósito podría descender hasta el 1,75% y mantener esa referencia por si se producen nuevos shocks. El recorte, unido a los ya acontecidos, podría ayudar a reactivar la inversión. Pero no será suficiente: las decisiones de inversión dependen de mejoras cualitativas de los presupuestos públicos, de la puesta en común de recursos para invertir en bienes públicos europeos, y de otras reformas como la unión financiera. Es por no haber hecho los deberes que la inversión no despegó durante el periodo de tipos de interés negativos. El cambio de era monetaria ofrece una nueva oportunidad.  

DEMANDA | Según los datos revisados, el consumo público se redujo un 0,4% en términos deflactados en el primer trimestre, quebrando la senda de fuerte crecimiento registrado en el presente ciclo expansivo. La prórroga presupuestaria podría estar incidiendo en la ejecución, algo que no ocurrió en los últimos ejercicios. La desinflación limita las compensaciones relativas a las entregas a cuenta de las comunidades autónomas, pudiendo también restringir el gasto. Con todo el consumo público se sitúa un 18,6% por encima del nivel prepandemia, frente a un avance del PIB del 8% durante el mismo periodo. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Una crónica financiera de urgencia de Estados Unidos

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La economía y la sociedad estadounidenses parecen estar al borde del ataque de nervios, como en la gran película de Pedro Almodóvar. Termino de volver de un viaje a ese país, en el que he podido hablar con economistas y analistas, a la vez que percibir lo que ocurre a pie de calle. Caos (también económico) es la palabra más utilizada. El momento más llamativo fue la disputa pública entre el presidente Trump y Elon Musk, con más que probables consecuencias para las empresas de este último. Todo parece imprevisible y empieza a causar agotamiento en la población, que no ve las cifras económicas mejorar –tampoco empeorar significativamente– y ve que la incertidumbre inicial se alarga. Afecta negativamente a las expectativas de familias, empresas e inversores que no saben si, al final de este tumulto económico, el PIB y el empleo se debilitarán o si aumentará la inflación, o si los mercados continuarán sufriendo, con pérdidas para los ahorradores norteamericanos, o si un mayor déficit público puede llevar a una gran presión sobre el mercado de bonos y a algún episodio de inestabilidad financiera. Todo complejo de dilucidar.

Las últimas noticias de los aranceles de la Administración Trump son, por un lado, la continuación de la tensa espera ante los posibles acuerdos con todos los países y bloques como la UE. Los significativos avances de las últimas horas en la negociación con China parecen llevar a una cierta tregua comercial entre ambos gigantes.

Por otro lado, la más que inquietante medida que duplica los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio, elevándolos del 25% al 50%, y que entró en vigor el 4 de junio, casi tiene los efectos de un embargo, como han comentado algunas empresas y analistas internacionales. Las cadenas de valor se van a resentir mucho. Y nuevamente las empresas estadounidenses, como las de las industrias automovilística o aeroespacial, pueden ser las más perjudicadas, y ya han expresado su preocupación por el impacto nocivo de estos aranceles en la viabilidad económica y la seguridad del transporte.

Todas estas medidas y la incertidumbre que las acompaña afectan a la inversión y al comercio, incluso si al final algunas de las tarifas se suavizaran notablemente. En todo caso, no cabe esperar con optimismo lo que quedará después de toda esta agonía arancelaria. La economía tarde o temprano lo notará negativamente.

En este entorno con dudas económicas es donde se va a aplicar la denominada “Big Beautiful Bill”, que es una ambiciosa propuesta legislativa fiscal ya aprobada por la Cámara de Representantes hace dos semanas. Combina temas fiscales, sociales y de seguridad nacional. O, dicho de otro modo, rebajas de impuestos, medidas de seguridad fronteriza, reformas del sistema de salud y modificaciones del gasto social. No está claro, a día de hoy, si el Senado lo aprobará tal y como está, vistas sobre todo las fuertes reacciones en el Congreso. Sin embargo, todos creen que una gran parte del Bill saldrá adelante tras su paso por esa Cámara.

Asimismo, los inversores –en particular los llamados bond vigilantes– van a estar muy pendientes de si esta propuesta lo que genera es un mayor déficit público e inflación. El primero de los efectos es difícil que lo compren unos inversores que están tomando muchas más cautelas desde los anuncios arancelarios de abril a la hora de adquirir bonos del Tesoro americano u otros activos denominados en dólares. El apetito inversor por esta divisa ha disminuido desde entonces. No es fácil sustituirla por otras divisas que son sólidas, pero que tienen unos mercados cuantitativamente mucho menos importantes (libra esterlina, franco suizo) o que nunca se diseñaron tan claramente para atraer capitales (como es el euro).

Y eso que la divergencia de las estrategias de política monetaria de la Reserva Federal con, por ejemplo, el Banco Central Europeo, debería conducir a una apreciación del dólar, algo que no se está produciendo. La semana pasada el BCE volvió a bajar los tipos hasta el 2%, mientras la Fed los mantuvo nuevamente en el 4,5%, con lo que el diferencial continúa aumentando.

Es cierto que la inflación parece más controlada en la zona euro, que además necesita, más que Estados Unidos, de estímulos financieros que saquen al Viejo Continente de la atonía en el crecimiento económico. En todo caso, está por ver que acontecerá en las próximas reuniones de los bancos centrales, pero seguramente las dudas sobre el dólar persistirán y meterán presión a los mercados.

Todo ello redunda en un menor apetito de los inversores globales por la deuda soberana estadounidense, lo que está convirtiendo las subastas del Tesoro americanos en grandes momentos de la verdad. Por ejemplo, hoy se emite deuda a 30 años, y lo que normalmente sería una subasta rutinaria de bonos, con una previsión de 22.000 millones de dólares, se ha convertido en unos de los momentos más esperados de Wall Street esta semana.

Lo que finalmente ocurra recibirá una atención especial porque ofrecerá una señal instantánea sobre el nivel de demanda del mercado en un momento en que la apetencia de los inversores por la deuda estadounidense a 30 años se ha debilitado. Y este no será última subasta al borde de un ataque de nervios, mientras la incertidumbre siga. Todas las subastas serán vistas como una prueba del sentimiento del mercado mientras el caos permanezca.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El capital financiero y la inversión productiva

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La errática política económica del ejecutivo norteamericano se está acompañando de salidas de capital financiero a favor de entornos estables como el que prevalece en la Unión Europea. En la economía real, sin embargo, no se percibe el cambio de expectativas, al menos de momento.  

En el primer trimestre, la inversión en activos financieros (o inversión en cartera) de la eurozona ascendió a 125.000 millones de euros, y las entradas de capital parecen haberse acelerado tras el llamado día de la liberación, a tenor del apetito creciente de los ahorradores internacionales por las bolsas europeas. En España, el volumen de acciones, bonos y otros valores adquiridos por los no residentes en el primer trimestre rozó los 40.000 millones. Destaca el interés suscitado por la deuda pública: en su última apelación al mercado, el Tesoro colocó obligaciones a diez años en condiciones favorables, con una demanda casi diez veces superior a la oferta de títulos, y un tipo de interés del 3,2%, frente al 4,5% del referente de EE. UU. Las primas de riesgo que soportan los Estados “periféricos” frente a la deuda alemana han tendido a reducirse. Y las condiciones de financiación del sector privado se han relajado, tanto para las empresas como para los particulares, según la última encuesta de préstamos bancarios. 


Ahora bien, una cosa es el IBEX y otra la inversión productiva. Los inversores extranjeros adquieren productos financieros, pero no parecen estar dispuestos a incrementar su presencia en el tejido productivo (es decir en términos de inversión extranjera directa, que es la que más permea en la economía real). A nivel europeo, se ha producido incluso un ligero movimiento de desinversión, por un valor cercano a 17.000 millones, en el primer tramo del año. En España, a diferencia de otros socios comunitarios, sigue entrando inversión extranjera directa, pero se observa una pérdida de vigor: la entrada de capital productivo ascendió a 4.000 millones en el primer trimestre, menos de la cuarta parte que hace un año. De manera similar, los datos de inversión en concepto de contabilidad nacional, o formación bruta de capital fijo (incluyendo tanto la inversión financiada por no residentes como la interna) siguen apuntando a una cierta debilidad, particularmente en el segmento de bienes de equipo. 

En suma, los recursos fluyen, pero no se traducen en un incremento proporcional de la inversión. Este déficit obedece en parte al entorno de incertidumbres, particularmente en el plano del comercio internacional. Pero tampoco ayuda la sensación de inercia de la política económica. Los Presupuestos Generales del Estado, principal vector de la acción pública, siguen congelados. A nivel europeo, las recomendaciones de Letta y Draghi, fundamentadas en un diagnóstico ampliamente compartido, parecen estar encalladas. El anuncio del canciller Merz de un fondo de inversión es una oportunidad, por la cuantía de la dotación presupuestaria prevista (medio billón de euros) y por la voluntad política manifestada de dinamizar las expectativas en la principal potencia industrial europea, tras tres años de cuasi recesión. 

El giro, no obstante, se está viendo ensombrecido por la intención del mismo gobierno alemán de incrementar las subvenciones a los sectores industriales más afectados por la crisis energética, perpetuando una estructura económica poco competitiva y con escasa capacidad de creación de empleos de calidad. Al tratarse de una ayuda de Estado, el plan necesita la luz verde de la Comisión Europea. De aprobarse, no solo se detraerían recursos para la inversión. También estaríamos ante un caso flagrante de fragmentación del mercado único, siendo ésta una de las principales causas de la anemia europea. 

Conviene recordar que, anteriormente al anuncio del nuevo subsidio, Alemania ya había concedido el 37% del total de ayudas de Estado aprobadas por la Unión Europea. Mucho se ha escrito, y con razón, acerca de la oportunidad de cohesionar el proyecto europeo ante el proteccionismo de la administración Trump. Falta pasar de las palabras a los actos. 

EXPORTACIONES | Las exportaciones de bienes se incrementaron en marzo a un ritmo vigoroso del 8,3% con respecto a un año antes, según datos de aduanas. Este resultado puede deberse en parte al adelanto de las compras de empresas de EE. UU., ante la inminencia de la imposición de aranceles. Una moderación de las exportaciones sería por tanto previsible a partir del segundo trimestre, tal y como se desprende del fuerte descenso de las importaciones norteamericanas en el mes de abril. Pese a ello, el dinamismo del turismo y de los servicios no turísticos debería prevalecer, sosteniendo el superávit exterior de la economía española. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La insuficiente inflexión al alza de la productividad en España

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Un problema estructural

En lo que llevamos de siglo, la economía española no solo no ha logrado converger con la media de la UE en renta per cápita, sino que incluso la brecha se ha ampliado ligeramente. Esta falta de convergencia pone de manifiesto un pobre desempeño en materia de productividad. Como dijo el premio Nobel de Economía Paul Krugman “la productividad no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo”.

El crecimiento de la productividad por trabajador en España ha sido inferior al de Europa, que a su vez se ha situado muy por debajo del registrado en EE UU. No obstante, es en la productividad del capital donde la evolución ha sido especialmente negativa, debido, entre otros motivos, a la elevada inversión en el boom inmobiliario de los primeros años del siglo, que no genera crecimiento a largo plazo, y a la insuficiente inversión en activos intangibles, claves para alcanzar a las economías más productivas.


Se puede considerar que nuestro modelo productivo es intensivo en fuerza laboral y pobre en productividad: el incremento del PIB procede sobre todo de la incorporación de factores productivos, trabajo y capital, y no de la mejora de la eficiencia productiva (la llamada productividad total de los factores [PTF]). 

Cambios desde la pandemia

Estos últimos años una leve mejora de la productividad es perceptible. Desde la pandemia, la economía española ha crecido más intensamente que la de la eurozona, sustentada especialmente en el consumo público y en las exportaciones de servicios turísticos y no turísticos. Por el contrario, la inversión y las exportaciones de bienes han mostrado debilidad. Así, la brecha de inversión con la UE se ha ampliado, especialmente en el sector privado. No obstante, hay que destacar como punto positivo que el destino de la inversión es más adecuado ahora que en el pasado, ya que están adquiriendo más protagonismo los productos de la propiedad intelectual.

La mejora macroeconómica se ha trasladado a la productividad. El repunte no es homogéneo en todos los sectores, siendo más intenso en los de mayor valor añadido, como son el manufacturero o servicios como información, comunicaciones y actividades profesionales, científicas, técnicas y administrativas. Estos sectores, más enfocados a la exportación, se caracterizan por una utilización más eficiente de los recursos y un mayor tamaño empresarial. 

No obstante, es pronto para determinar si la recuperación de la productividad es un cambio de tendencia estructural, o, por el contrario, se trata de un fenómeno puntual ligado en gran parte al vigor del crecimiento económico y al menor número de horas trabajadas. 

Algunas medidas de mejora

En todo caso, los avances recientes de la productividad no parecen suficientes para vislumbrar una convergencia con las economías más avanzadas en un horizonte previsible. Las perspectivas de productividad dependen de las reformas que se acometan en los próximos años. 

El multiplicador de los fondos europeos sobre la inversión está siendo reducido. Se requiere un entorno regulatorio más favorable a la inversión, ya que en el momento actual es de vital importancia no quedarse atrás en la adopción de las nuevas tecnologías, como la IA. Con ello se genere un círculo virtuoso de más inversión y de empresas de mayor tamaño, que generalmente son más productivas. También, el gasto público debe orientarse en mayor medida a la mejora de la eficiencia, y reducir el déficit crónico que financia gasto no productivo. 

Seguimos arrastrando un problema crónico en la formación y educación. España es uno de los países que, por un lado, presenta un mayor grado de sobrecualificación y, por otro, un mayor porcentaje de población con escasa cualificación. Es necesario un mejor encaje entre la formación de los empleados y las necesidades de las empresas para usar de manera más provechosa el avance tecnológico.

Una versión de este artículo fue publicada previamente en la revista Profesiones.

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El núcleo duro del crecimiento español

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Por lo general una economía crece cuando coinciden dos circunstancias. La primera, un incremento de la demanda, ya sea interna o exterior. Y la segunda, que las empresas sean capaces de responder a dicho impulso de la demanda, porque son competitivas y disponen de capacidad productiva. Por diferentes razones, los datos de PIB de EE. UU. y España divulgados esta semana aportan informaciones relevantes acerca de las fuerzas y debilidades de ambos factores del actual ciclo expansivo.

El comportamiento de la economía norteamericana, con un descenso de una décima, evidencia un deterioro súbito de la confianza y una inquietante pérdida de competitividad como consecuencia de la guerra comercial. El consumo privado se ha desacelerado netamente y si todavía crece es en cierta medida por las compras anticipadas de los hogares norteamericanos ante la perspectiva de un aumento de los precios; cabe esperar, por tanto, que el consumo se frene en los próximos meses. Por su parte, las empresas, anticipando fuertes aranceles, han hecho acopio de productos importados, algunos destinados a la venta (elevando las existencias) y otros a la inversión en bienes de equipo. Todo ello traduce los primeros efectos des doble shock, de demanda y de competitividad.

En España el escenario es más favorable, pero también emergen nuevos riesgos. El avance del PIB (0,6% en el primer trimestre, el doble que la Unión Europea) se sustenta en un bucle de demanda de consumo privado, inversión en construcción y aumento del empleo, conformando el núcleo duro del crecimiento de la economía española. El consumo público, sin embargo, se desacelera. Y la inversión empresarial evidencia una cierta volatilidad, al tiempo que sus perspectivas se ven afectadas por la incertidumbre global.


También surge una nueva amenaza en el frente de la competitividad. Nuestras empresas mantienen una posición competitiva positiva en términos de costes laborales y energéticos. Destaca el tirón de las exportaciones de servicios no turísticos (4,6% en el primer trimestre). Pero la guerra comercial también provoca un efecto de desvío de las ventas de productos asiáticos hacia los mercados europeos, por las restricciones impuestas por Trump. Es un hecho que las importaciones han empezado a repuntar: las compras en el exterior crecen ya a un ritmo tendencialmente superior a la demanda (con una elasticidad de 1,2), cuando hasta hace poco lo hacían muy por debajo de dicha demanda (elasticidad inferior a 1). Los envíos de productos españoles a los mercados europeos también podrían verse perjudicados por la mayor competencia de productos asiáticos a precios artificialmente bajos. En suma, la demanda interna resiste, pero aparecen nubarrones en el panorama externo y en la competitividad.

De cara al futuro, es probable que perdure el ciclo expansivo de la demanda de consumo, inversión residencial y creación de empleo. Desaparecen los fenómenos de recuperación de poder adquisitivo, pero un mayor recurso al ahorro por parte de los hogares podría actuar como contrapeso. No obstante, el golpe arancelario se propagará a través del comercio mundial, entorpeciendo las exportaciones y exacerbando la competencia internacional. Las dos principales potencias mundiales han entrado en zona de turbulencias, y salvo un improbable acuerdo comercial la situación no parece que vaya a cambiar en el corto plazo.

España goza de un núcleo duro de crecimiento autosostenido que nos diferencia de los socios comunitarios. Todo apunta a que el PIB todavía avanzará netamente por encima del 2% este año. Sin embargo, sería temerario pensar que nos podemos desacoplar de los desvaríos del resto del mundo, de modo que una desaceleración es previsible a partir de la segunda mitad del año. Ante la guerra comercial y las tensiones geopolíticas, lo deseable sería sustentar la confianza para nutrir las fortalezas internas y profundizar en el descenso del paro. De lo contrario el ciclo expansivo perderá rápidamente vigor.

PRODUCTIVIDAD | El número de ocupados aumentó un 0,8%, pero el número de horas trabajadas se redujo, de modo que se mantiene la tendencia a la reducción de las horas trabajadas por persona que se observa desde 2023, con un descenso de la productividad por ocupado y un incremento de la productividad por hora. El perfil que se desprende de la EPA es similar: el número de ocupados se incrementó un 0,7% en el primer trimestre, entrañando un ligero descenso de la productividad por persona ocupada, y a la inversa cae el número de horas trabajadas, impulsando la productividad horaria.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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