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El impacto de la IA generativa en la contabilidad y fiscalidad de las pymes

6 minutos de lectura

La IA aplicada a las pymes está transformando la forma de llevar la contabilidad y la fiscalidad de las pymes. La automatización contable con IA y la inteligencia artificial en la fiscalidad están cada vez más presentes en las empresas, incluidas las pymes. 

  • Descubre cómo la inteligencia artificial aplicada a la contabilidad y a la fiscalidad te ayuda a optimizar procesos y reducir costes.
  • Las empresas que han adoptado IA en sus procesos financieros aseguran haber reducido significativamente los errores en su gestión.

La automatización de la contabilidad y la fiscalidad con IA ya no es un concepto futurista, sino una realidad que está cambiando el día a día de muchas pymes. El 64 % de las pymes de España ya está usando la IA para distintos procesos. 

Un sistema de IA es aquel diseñado para funcionar con cierta autonomía y que, basándose en datos consigue determinados objetivos. Para ello, utiliza el aprendizaje automático (machine learning), la lógica y determinadas fuentes de conocimiento. 

Gracias a la inteligencia artificial las pymes están mejorando la forma en que llevan su contabilidad y gestionan su fiscalidad. 

En la última edición del Sage Customer Day, un evento para conocer las experiencias de los clientes de Sage, la IA fue la protagonista indiscutible. Aplicaciones para pymes como Sage 50, Sage X3 y Sage XRT integran cada vez más la IA y se seguirá trabajando en esta línea para mejorar la experiencia de los usuarios. 

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Contenido del post

Prueba Sage 50 y comprueba cómo la automatización puede ayudarte a optimizar tus procesos contables y la fiscalidad de tu empresa. 

¿Qué significa la automatización contable con IA para tu pyme?

La IA integrada en el software contable de las pymes está mejorando su eficiencia gracias a la automatización, análisis predictivo y ahorro de tiempo. 

La automatización contable con IA consiste en usar algoritmos inteligentes que procesan datos financieros en segundos

Entre las aplicaciones más destacadas de la IA en la contabilidad podemos destacar las siguientes:

  • Conciliación bancaria y contable: un proceso que antes podía tardar horas en realizarse, ahora se puede realizar en minutos. Las herramientas de IA pueden analizar miles de transacciones, identificando discrepancias y sugiriendo correcciones de forma automática. De esta forma, reduces errores y aumentas tu eficiencia.
  • Contabilización automática de facturas: la IA realiza una extracción automática de datos de facturas para su contabilización. Este proceso, que antes se hacía manualmente, ahora un software con IA lo hace en segundos, reduciendo errores humanos.
  • Automatización de procesos: como pagos, contabilización de determinados asientos contables, cierres contables y otras tareas.
  • Control de gestión: en lugar de pasar horas revisando facturas y cuentas contables, la IA reconoce patrones, identifica errores y te ofrece información en tiempo real. Esto no solo ahorra tiempo, también minimiza riesgos fiscales.
  • Preparación de informes (reporting): la IA analiza tus estados financieros y otras fuentes de información, emitiendo informes a tu medida de forma automatizada. De esta forma se pueden obtener informes detallados, gráficos y resúmenes ejecutivos rápidamente y sin errores. 
  • Análisis de la tesorería: se reduce el riesgo de tensiones de liquidez gracias a modelos predictivos de la IA que detectan necesidades de tesorería.
  • Alertas: para que no se te escape nada, la IA te puede avisar mediante un sistema de alertas de necesidades de saldos en cuentas, saldos de clientes pendientes de cobro, etc. 

Caso de éxito de automatización contable con IA

La empresa Dos Control ha integrado la IA en su ERP para transformar su gestión financiera, mejorando la capacidad de predicción, la automatización de tareas y la toma de decisiones estratégicas. Su solución Kiwi AI ha sido galardonada con el premio a la innovación de los Sage Iberia Partners Awards 2025.

Otras empresas como Europastry, Liderkit y Gerimport también están teniendo éxito con la IA. Experiencias que han compartido en el Sage Customer Day 2025.

Historias como estas no son la excepción, sino la regla. Sage 50 y otras aplicaciones de Sage integran capacidades de IA para ayudar a las pymes a gestionar sus finanzas de manera más inteligente

Inteligencia artificial en la fiscalidad: tu aliado para mejorar la gestión de tus impuestos

La inteligencia artificial en la fiscalidad te facilita el cumplimiento de tus obligaciones tributarias. 

La Agencia Tributaria está utilizando cada vez más para la asistencia a los contribuyentes y la prevención del fraude. Las pymes no deben ser menos y pueden utilizarla, entre otras cosas, para lo siguiente:

  • Detectar posibles incoherencias en declaraciones.
  • Análisis predictivo de declaraciones tributarias como el IVA y el Impuesto de Sociedades.
  • Analizar riesgos de sufrir una inspección tributaria.

Cada vez son más los despachos profesionales que están introduciendo la inteligencia artificial para optimizar la gestión fiscal de sus clientes. Gracias a ella se reducen errores en las declaraciones y se facilita la recomendación de estrategias fiscales

Riesgos éticos de la IA en la contabilidad y fiscalidad

Aunque los beneficios son claros, también existen riesgos éticos que no debes pasar por alto:

  • Privacidad de datos: la IA maneja información sensible que debe estar protegida.
  • Transparencia en las decisiones: los algoritmos pueden cometer errores o utilizar datos sesgados o incompletos. Por ello es necesario supervisar su trabajo.
  • Dependencia tecnológica: abusar de la automatización puede hacer que pierdas control sobre tu contabilidad.
  • Desplazamiento de empleos: sin embargo, la historia nos enseña que la tecnología, en lugar de eliminar trabajos contables, transforma roles. En lugar de hacer tareas repetitivas, los contables y asesores podrán enfocares más en el análisis estratégico, la consultoría y la resolución de problemas complejos. 

La IA se debe aplicar bajo tres pilares: 

  • Control.
  • Metodología.
  • Confianza.

La inteligencia artificial en fiscalidad y contabilidad es una aliada poderosa, pero requiere un uso responsable, supervisión humana y un marco ético claro para garantizar confianza y seguridad.

Por lo tanto, la automatización contable con IA y la inteligencia artificial aplicada a la fiscalidad están revolucionando el mundo empresarial. Gracias a ellas reduces tus errores, ahorras tiempo y mejoras la toma de decisiones en tu empresa.

Sage se encuentra a la vanguardia de la integración de la IA en sus aplicaciones, de forma que ya cuenta con 8 productos con IA en 7 países diferentes y 17 patentes, de las cuales 4 son con GenAI (IA generativa)

En definitiva, la inteligencia artificial está marcando un antes y un después en la forma en que las pymes gestionan su contabilidad y fiscalidad. Adoptarla no solo es una ventaja competitiva, sino una necesidad para seguir siendo eficientes, ágiles y estratégicos en un entorno cada vez más digitalizado. El momento de dar el paso es ahora: la tecnología está lista, y las soluciones como Sage 50 lo demuestran.

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Alemania, año 2025. Hacia una GroKo vigilada (II)

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El acuerdo de coalición, un logro contestado 

Ya se tutean Friedrich Merz y Lars Klingbeil, los hombres que, en pocas semanas, ocuparán los dos principales puestos –canciller y vicecanciller– del nuevo ejecutivo alemán[1]. Ambos personifican el acuerdo de coalición entre cristianodemócratas (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) publicado el pasado 9 de abril, un documento de 146 páginas, fruto de un proceso de negociación en varias fases iniciado pocos días después de las elecciones al Parlamento Federal el pasado 23 de febrero.

En una primera aproximación a este acuerdo cabe comparar algunas de sus características formales con las del acuerdo de coalición sobre el que se basa el actual gobierno de España (Cuadro 1). Tomando el documento español como referencia comparativa, queda claro que el alemán es más extenso y detallado (casi lo cuadruplica en palabras), aun cuando se ha gestado en la mitad de tiempo. Su título, “Responsabilidad hacia Alemania”, no coincide con el de ninguno de los programas de los partidos que lo han negociado, algo que también lo distingue del acuerdo español[2].


Un mero recuento de conceptos clave muestra asimismo que en el acuerdo alemán adquieren singular importancia los de “Europa” (200 veces presente frente a 25 en el acuerdo español), “digitalización” (187 vs. 26), “investigación” (120 vs. 3), “defensa/armamento/militar” (70 vs. 0) y “responsabilidad” (42 vs. 4). También llama la atención la frecuencia de indicaciones a cantidades en “euros” (44 vs.1), lo que implica la concreción de objetivos de gasto e inversión de una manera que facilitará la comprobación de su cumplimiento. 

Si bien el acuerdo entre la CDU/CSU y el SPD ha sido elaborado y negociado con prontitud, partiendo de un diagnóstico realista (buena parte de su preámbulo se dedica a trazar la difícil situación que atraviesa el país) y detallando decenas de medidas en los principales campos de acción gubernamental, su recepción en los medios de comunicación nacionales y entre la comunidad de expertos ha sido, más bien, tibia y escéptica. Economistas destacados que han venido respaldando la necesidad de un “giro económico” (Wirtschaftswende) valoran positivamente compromisos concretos incluidos en el acuerdo, como la supresión de normativas que imponen pesadas cargas burocráticas a empresas y familias, el recorte en un 10% de gastos de la Administración Federal, la amortización de inversiones en bienes de equipo (30% desde 2025 hasta 2027) y la reducción progresiva del impuesto de sociedades a partir de 2028. Sin embargo, se muestran críticos respecto a bonificaciones fiscales y prestaciones que supondrán elevados costes para el Estado, sin claros beneficios económicos (por ejemplo, la ampliación del complemento de pensión por maternidad, la reducción de impuestos a establecimientos gastronómicos o las subvenciones de diésel para la agricultura). Asimismo, reprochan la ausencia de planes de reforma que afronten seriamente el aumento de gasto social (sobre todo, en pensiones, sanidad y cuidados) derivado del sostenimiento de una creciente población laboralmente improductiva.

Merz ya tutea a Klingbeil, pero Friedrich y Lars parecen cuidarse de mostrar excesiva efusión en la celebración del acuerdo. Para el canciller in pectore, el documento recoge the only game in town, dado su reiterado compromiso de no pactar un gobierno con AfD –Alternativa para Alemania–, el segundo partido más votado (20,8%). Merz se ha declarado “muy satisfecho” con el resultado de la negociación[3], pero el mayor tanto se lo apunta, de momento, el SPD, que, habiendo cosechado el peor resultado electoral de su centenaria historia (16,4%) y aportando el 36,5% de los votos a la coalición, consigue –conforme a lo establecido en el mismo acuerdo– 7 de 17 ministerios (41%). Entre ellos se cuentan los de Defensa y Hacienda, cruciales en circunstancias de masivo aumento del gasto militar y de asignación de milmillonarios fondos públicos especiales para financiar infraestructuras (si bien el acuerdo recoge que todas las medidas quedan sujetas a “reserva presupuestaria”). Por añadidura, los socialdemócratas ocuparán puestos tan decisivos como el de Comisionado del Gobierno Federal para Migración, Refugiados e Integración. No parece, pues, en riesgo el todavía pendiente visto bueno de los afiliados del SPD al acuerdo[4].

Estas victorias negociadoras del partido minoritario de la coalición, añadidas a las contradicciones con los mensajes emitidos por los líderes de la CDU/CSU durante la campaña electoral –como el de mantener la disciplina presupuestaria y no relajar el “freno de la deuda”–, plantean a Merz un problema de legitimidad de origen en su próximo mandato. Tanto mayor se adivina, por ello, la presión de conseguir legitimidad de ejercicio con éxitos ejecutivos.


[1] Este cambio en el trato entre ambos dirigentes se hizo público el 31 de marzo, un mes después del comienzo de las negociaciones conducentes al acuerdo de coalición. Véase, por ejemplo, “Friedrich, Lars und das Du. Das grosse Geschmuse”.

[2] El programa electoral de la CDU/CSU lleva por título: “Cambio político para Alemania”; y el del SPD: “Más para ti, mejor para Alemania”. El acuerdo de coalición entre PSOE y Sumar se titula “España avanza”, lema que coincide parcialmente con el que encabeza el programa electoral del PSOE.

[3] Así lo declaró en el programa Brennpunkt de la cadena pública ARD el mismo día de la publicación del acuerdo.

[4] La votación de los afiliados del SPD sobre el acuerdo de coalición se mantiene abierta hasta el 29 de abril de 2025, un día antes de la anunciada publicación del resultado. El acuerdo ya cuenta con el respaldo de la CDU y la CSU, obtenido en ambos casos a través de convocatorias restringidas a dirigentes y/o representantes de estas formaciones. 

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La verdad sobre el declive de la inversión

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La incertidumbre que define nuestros tiempos se suele percibir como un lastre, particularmente para la inversión, la variable que condiciona nuestra prosperidad futura. Sin embargo, la falta de certezas también puede estimular lo que el Premio Nobel Daniel Kahneman denominaba pensamiento profundo o “lento”, es decir la capacidad de replantear los fundamentos de nuestras acciones, cuestionando el comportamiento rutinario que las caracteriza. 

De momento la economía española avanza a buen ritmo, en base al tirón del consumo y a la competitividad, reforzada por el descenso de los costes relativos de la electricidad. El mercado laboral mantiene el tono positivo. Pero la inversión sigue atascada, desafiando todas las previsiones. En los tres últimos años, la Comisión Europea —al igual que la mayoría de los analistas nacionales, como Funcas— ha pronosticado incrementos de la inversión productiva sistemáticamente superiores a la evolución efectivamente observada. En 2022, la inversión creció menos de la mitad de lo anticipado por Bruselas en su ronda de otoño del año anterior. En 2023, el error de previsión fue aún mayor, con un crecimiento real tres veces inferior a la previsión. Y para este año la brecha sigue siendo significativa, si bien se ha reducido algo (el crecimiento esperado es del 2%, frente al 3,4% vislumbrado inicialmente). Sorprende la atonía del esfuerzo de equipamiento, habida cuenta del saneamiento de los balances, la mejora de la rentabilidad empresarial reflejada en la bonanza bursátil y la entrada de capital extranjero.     


El sesgo de previsión se suele achacar a algo tan difuso e incontrolable como la incertidumbre, y, desde hace poco, al factor Trump. Pero gracias al ejercicio de introspección a que nos invita Kahneman se pueden discernir algunas explicaciones más tangibles. En primer lugar, la reforma fiscal se ha ido posponiendo, restando previsibilidad a las decisiones empresariales al tiempo que amenaza con retrasar el pago del quinto tramo de fondos europeos. Europa obliga a introducir un tipo mínimo del 15% del impuesto de sociedades en términos efectivos, reduciendo disparidades entre empresas y ayudando a simplificar la normativa. Un sistema tributario más previsible redundaría es una mayor eficacia recaudatoria, siendo también más amigable para la inversión productiva, en comparación con la multiplicación de excepciones o gravámenes sectoriales que caracteriza la situación actual. 

Otro freno, particularmente para las pequeñas empresas, procede de la fragmentación normativa entre diferentes administraciones. La dispersión regulatoria, unida a la inseguridad jurídica que se percibe en el desarrollo del suelo construible, también contribuye al grave déficit de vivienda asequible que padece nuestro país y al débil comportamiento de la inversión residencial. 

La guerra comercial entre grandes bloques geopolíticos, junto con la proliferación de ayudas de Estado en el seno de la Unión Europea, distorsionan la competencia y ensombrecen el horizonte económico de los exportadores, siendo este uno de los principales desincentivos a la inversión: cerca de uno de cada cuatro euros generados por la economía española procede de las ventas en el exterior. Tampoco ayudan las tergiversaciones acerca de la velocidad de la transición verde, como en el sector del automóvil, sujeto a objetivos cambiantes. Todo ello precede el vaivén de la política norteamericana.  

La inversión pública es imprescindible ante las externalidades y los fallos de mercado, pero su efecto multiplicador parece ser reducido en el caso de Europa. Por ejemplo, Europa y EE. UU. destinan un volumen similar de recursos públicos a la investigación, con un impacto final muy distinto. El informe Draghi lo achaca a carencias institucionales o una cierta desconexión entre la producción científica y su aplicación en el tejido productivo.     

La Comisión anticipa un fuerte repunte de la inversión en España en los dos próximos años, apoyándose en el ciclo de relajación monetaria. Para que se haga realidad, será también necesario abordar los frenos subyacentes, y afrontar los que surjan a raíz de la vuelta de Trump.         

INVERSIÓN | Se amplía la brecha de inversión entre Europa y EE.UU., a tenor de las últimas previsiones de la Comisión Europea. Para este año Bruselas anticipa un descenso de la formación bruta de capital fijo en la Unión Europea del 1,6%, un resultado lastrado por Alemania (-3%) y Francia (-1,9%) que contrasta con el fuerte incremento previsto para EE. UU. ( 4,3%). Con todo, la inversión europea se situaría este año apenas un 1% por encima del nivel prepandemia (en España el registro sería similar), frente al repunte del 15% del otro lado del Atlántico.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La productividad de la economía española: luces y sombras

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Las previsiones de invierno de la Comisión Europea confirman que el buen momento de la economía española se debe en buena medida a los resultados cosechados por el sector exterior. Nuestro tejido productivo gana cuota de mercado en los mercados extranjeros, así como frente a las importaciones, evidenciando su competitividad. Los costes de producción han evolucionado favorablemente gracias a la disponibilidad de energía relativamente abundante y barata en comparación con las economías centro europeas.

Los datos de Bruselas también revelan el principal punto débil de nuestro modelo: el escaso avance de la productividad, algo que de no revertirse nos condena a competir con salarios estancados, al tiempo que complica la financiación del Estado del bienestar. En el último decenio, nuestra productividad se ha incrementado apenas un 4,2%, frente al 5,3% de la media de la eurozona (con datos de PIB por hora trabajada). Y el diferencial no ha cambiado sustancialmente desde la pandemia, ni con la inyección de fondos europeos. 


Un desglose sectorial ayuda a entender el origen de la brecha de productividad. Dos sectores se diferencian de la atonía registrada a nivel agregado. Por una parte, las manufacturas, con un incremento del valor añadido por persona ocupada por encima del 4%, un ritmo superior a lo observado en las otras grandes economías europeas. Asimismo, los servicios de alto valor añadido, agrupados dentro de las ramas de información, comunicaciones y actividades profesionales, científicas, técnicas y administrativas, también experimentan un crecimiento relativamente alto de la productividad (netamente superior a la media de Alemania, Francia e Italia). El resto de actividades de servicios y del sector primario, considerados en su totalidad, registran un declive de la productividad, lastrando el resultado de conjunto.

Los sectores pujantes se caracterizan a la vez por un marcado sesgo exportador y un tamaño empresarial por encima de la media nacional, estimulando las mejoras en la organización del trabajo y la búsqueda de eficiencia productiva. Tienen en común la menor dependencia del mercado interior, y su fragmentación como consecuencia de todo tipo de normas territoriales, algo que perjudica el tamaño empresarial y la eficiencia en sectores tan importantes como la construcción, por ejemplo.

La disparidad sectorial de la productividad también evidencia la relevancia de una estrategia transversal, ya que el tirón de los sectores más dinámicos no parece trasladarse al resto de actividades (prueba de la ausencia del efecto trickle down).

De momento la transversalidad que prometían los fondos europeos no se ha logrado, a tenor de los magros resultados de ejecución, particularmente en el ámbito de la digitalización. Las Memorias anuales de las principales agencias públicas en el campo de la tecnología muestran porcentajes de ejecución inexplicablemente bajos. Y un programa que sí se ha ejecutado, como el kit digital, no parece haber redundado en un repunte de la inversión ni en un mayor crecimiento del tamaño de las pymes. Los fondos europeos están teniendo un efecto más tangible en algunos sectores como el del vehículo eléctrico, pero incluso en este caso el impacto no cumple las expectativas por el lento despliegue de la red de suministro y de electrolineras, consecuencia de diversos cuellos de botella administrativos.        

La buena noticia es que
una parte del tejido productivo se está abriendo paso en el cambio tecnológico,
la transición energética y la reconfiguración de la globalización. No obstante,
este avance no se filtra al resto de la economía, lastrando los resultados de
conjunto y ensanchando las desigualdades. Todo ello pone de manifiesto la
relevancia de las políticas horizontales, como la competencia del mercado
interno, la reforma de la fiscalidad y de la financiación para facilitar la
eclosión de empresas de tamaño intermedio más productivas y con salarios más
altos, o la articulación de la oferta de formación con las necesidades del
mercado laboral. En materia de productividad, la igualdad de oportunidades es
clave.    

INDUSTRIA | La productividad de la industria manufacturera se ha incrementado un
4,4% desde la pandemia (en concepto de valor añadido por persona ocupada,
comparando los tres primeros trimestres de 2023 con el mismo periodo de 2019).
El resultado supera el 3,6% registrado en Alemania. Por su parte, Francia e
Italia anotan caídas del 7,8% y 2,6%, respectivamente. Ante la falta de datos,
no es posible determinar en qué medida estas diferencias proceden de cambios
estructurales, o bien de fenómenos transitorios de retención de plantilla en
los países más afectados por la crisis energética.   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Lazos rotos

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Nunca una cumbre europea había generado tanta expectación en lo cuantitativo y, sin embargo, deja un amargo gusto en lo cualitativo. Una UE que menosprecia a sus clásicos parece no tener en cuenta la máxima de Horacio: la palabra dicha no vuelve atrás. En Bruselas se ha dicho mucho y muy feo. Con un nivel de descalificación entre países que deja dos cuestiones claras. La primera, no hay una idea común sobre el proyecto comunitario, ni siquiera parece que existan percepciones compatibles. La segunda, hay una fragmentación manifiesta en materia fiscal, tanto en lo que se refiere a qué es frugalidad como en cuestiones impositivas.

«El irrespirable clima de la cumbre dejaba claro que, con acuerdo o sin él, se habían causado heridas que van a supurar durante mucho tiempo. En un contexto de pandemia y dificultades para el movimiento transfronterizo en la UE, la desconfianza generada lo empeora todo».

Santiago Carbó

Con la emergencia de la covid-19 —que lejos de desaparecer sigue arreciando— parecía que existía un espacio para una nueva percepción de solidaridad. Se ha roto el buen rollo. No se debió llegar a lo sucedido estos últimos días. De un posible plan conjunto —incluso con una suerte de eurobonos— se ha pasado a los cuchillos y a que cada cual saque lo peor de sí. Que exista algo de desconfianza es comprensible. Es un argumento válido para negociar. El problema es que hasta ahora se había mantenido en un plano muy corto: austeros frente a gastosos. Y ese corto alcance ha hecho que países como Holanda fagociten la cumbre y tengan excesivo protagonismo y cerrazón. Sobre todo, porque si se abre la perspectiva, su fiscalidad también es ampliamente criticable. Junto con otros como Irlanda o Luxemburgo, se trata de Estados miembros con un tratamiento impositivo demasiado generoso a las empresas allí residentes y poco compatible con un mercado único competitivo. Muchos lo entienden como deslealtad fiscal, aunque estos países lo definen como libre mercado. La reciente sentencia del Tribunal General de la UE liberando a Apple del pago de 13.000 millones en impuestos en Irlanda terminó por destapar las vergüenzas. Tal vez haya sido también motivo de que estos países defiendan su terreno como gato panza arriba.

El irrespirable clima de la cumbre dejaba claro que, con acuerdo o sin él, se habían causado heridas que van a supurar durante mucho tiempo. En un contexto de pandemia y dificultades para el movimiento transfronterizo en la UE, la desconfianza generada lo empeora todo. Hubo posiciones demasiado enfrentadas desde el inicio de la cumbre. Todos saben que mantener niveles y estructuras fiscales tan distintas es insostenible, pero nadie estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

El orden causa-efecto también se ha adulterado. No se tenía que haber dado pie a que se exigiera tan bruscamente que países como España emprendieran reformas para poder contar con los fondos de recuperación. De acuerdo que es obligación española y de otros países haber planteado reformas hace tiempo. Desde la última crisis —y también obligados— no se han realizado transformaciones de calado para aumentar la competitividad y suficiencia fiscal. Sin embargo, también es necesario que el eje franco-alemán —cuya firmeza es voluble— se plantee cerrar un compromiso fiscal de sostenibilidad para unos y de reglas competitivas fiscales para otros. Y, sobre todo, mucho más respeto entre todos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Arranca Davos

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La reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos parece un imán social con un polo que causa atracción por las ideas y otro que emana desafección al boato. En este mundo de la velocidad que no invita a la adecuada reflexión, en Davos se va a insistir en varios conceptos de la partitura política internacional y que se resumen en el leitmotiv “capitalismo inclusivo”. Se trata de cómo hacer que el modelo económico imperante extienda sus beneficios a diferentes capas sociales y sea respetuoso con el medioambiente. En la ciudad suiza se tratan de explicar vías por las que la tecnología y una nueva gobernanza política y empresarial podrían lograrlo. Hay algunos como Boris Johnson que aseguran que discutir estos temas entre copas de champán no parece lo más adecuado.

Tal vez lo importante de la cita es que genera debate más allá de ella. Se extiende la cobertura de dos conceptos que no son nuevos pero que ahora se quieren convertir en la referencia intelectual. Uno es el de economía circular, que es aquella que resulta autosostenible, sin generar más deuda ni dañar el entorno. El otro es el de stakeholder capitalism, que podría traducirse como un capitalismo para todos (o al menos para más participantes), en lugar de uno exclusivo de los accionistas (shareholder capitalism). Que la mayor parte de los ciudadanos vea con buenos ojos estas transformaciones lleva a que muchas empresas quieran hacerlos suyos. Ya sea por imagen o porque se asume que no hay futuro sin esos cambios.

«Lo importante de la cita es que genera debate más allá de ella. Se extiende la cobertura de dos conceptos que no son nuevos pero que ahora se quieren convertir en la referencia intelectual. Uno es el de economía circular; el otro es el de stakeholder capitalism, que podría traducirse como un capitalismo para todos».

Santiago Carbó

Varios riesgos financieros pueden complicar los avances de esa economía inclusiva en 2020 y más allá. El primero es que gran parte de la financiación mundial se está canalizando por vías no bancarias, con menor control regulatorio y potencial desestabilizador. Asimismo, gran parte del supuesto aumento del valor bursátil se debe, por un lado, a la probablemente excesiva valoración del capital inmaterial de empresas tecnológicas. Y, también desde Estados Unidos, a los más de 5 billones de dólares de beneficios que las compañías han gastado en comprar sus propias acciones para elevar su valor de mercado en lugar de reinvertir o generar nuevos empleos.

Otro hecho que supone un desafío es la ausencia de estándares exigentes de protección del medio ambiente. En Davos, las grandes empresas de auditoría mundiales van a tratar de consensuar principios comunes para una “auditoría verde” de modo que se pueda identificar a las empresas que contribuyen al cambio y a las que no. Será difícil, en cualquier caso, que el cambio llegue si no viene de las propias empresas. Es necesario un activismo empresarial verde.

Finalmente, un tercer hecho que va contra las buenas intenciones es el estado de la revolución tecnológica. Su orientación para una mejora de las condiciones medioambientales y sociales (incluida la salud) es necesaria pero también está en cuestión cuando ni siquiera está clara cuál debe ser la fiscalidad de las grandes empresas como Google, Amazon o Facebook.

Resolver estas contradicciones es el gran reto. Davos puede arrojar luz o esconder la verdad entre las sombras.

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