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Pobres avances al año del informe Draghi

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Hace poco más de un año, dos informes de gran calado sacudieron el debate económico europeo: el de Mario Draghi, ex presidente del BCE, y el de Enrico Letta, ex primer ministro italiano. Ambos textos coincidían en un diagnóstico claro: la Unión Europea necesita un salto cualitativo para afrontar la competencia global, reforzar su soberanía económica y modernizar sus estructuras productivas. Sin embargo, doce meses después, el balance es desalentador. El informe de Draghi advertía de la urgencia de acometer una verdadera estrategia industrial europea, capaz de reducir la dependencia tecnológica y energética. El de Letta ponía el foco en el mercado único, subrayando que sin completar su integración en ámbitos como la energía, las telecomunicaciones o los servicios financieros, la UE quedaría rezagada frente a Estados Unidos y China. Ambos documentos planteaban un mensaje común: Europa debe pensar en grande y actuar con rapidez.

Como cabía esperar, la reacción inicial fue positiva. Las instituciones comunitarias y numerosos gobiernos reconocieron la relevancia de lo que se proponía. Se multiplicaron los discursos a favor de una agenda industrial común, de la autonomía estratégica y de una mayor inversión en innovación. Sin embargo, el paso de las palabras a los hechos ha sido mínimo. Las razones de esta parálisis son varias. Por un lado, la fragmentación política ha frenado los consensos. El Parlamento Europeo saliente y la renovación de la Comisión Europea han hecho que las prioridades se diluyan en la transición institucional. Por otro, los Estados miembros siguen divididos entre los que defienden un mayor intervencionismo comunitario y los que se resisten a mutualizar riesgos o ceder soberanía económica.

El resultado es que la UE sigue igual de lejos de un verdadero presupuesto para financiar, entre otras cosas su transición tecnológica y energética, más allá de los fondos extraordinarios del Next Generation EU, cuyo impulso se agota. Tampoco se han dado pasos firmes en los proyectos estratégicos como semiconductores o IA. Draghi alertaba de que la ventana de oportunidad era reducida: o Europa se reindustrializa y fortalece su mercado interno, o verá erosionada su capacidad de influencia global. Y Letta subrayaba que sin completar el mercado único en sectores estratégicos, las empresas europeas no podrán competir con suficiente escala con sus rivales globales, EE. UU. y China, que durante este año han consolidado su liderazgo aún más. Ambas advertencias siguen plenamente vigentes, pero las respuestas políticas han sido tímidas.

La UE necesita más que nunca decisiones audaces: una política industrial común, un presupuesto a la altura de sus ambiciones y una gobernanza que permita actuar con mucha más rapidez. El tiempo continúa corriendo casi a velocidad de vértigo sobre todo en tecnología y la inacción se convierte en un lujo que Europa no puede permitirse.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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El acuerdo comercial con EE. UU.: asimetría y contrapesos

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La respuesta de la diplomacia económica europea a la ofensiva arancelaria de Trump ha generado decepción, pero un análisis pormenorizado de los hechos permite vislumbrar nuevas oportunidades que deberíamos aprovechar para que no cunda el pesimismo. 

Si bien el arancel general es del 15%, y no del 25%, la divulgación en fechas recientes de los detalles del acuerdo sellado en el campo de golf del magnate republicano deja una imagen de debilidad del ejecutivo comunitario. El acuerdo es perfectamente asimétrico: nuestros envíos a EE. UU. se enfrentan a un incremento abrupto de tarifas, cuando en sentido inverso nos comprometemos a suprimir los gravámenes sobre las importaciones de productos industriales y a suavizar todo tipo de normativas que, sin embargo, seguirán aplicándose a la producción europea. Las exigencias también pasan por multiplicar las compras de gas y de armamento norteamericano. 

Persisten, además, numerosas zonas grises, de modo que el acuerdo no despeja la incertidumbre que pesa como una losa sobre sectores clave como el automóvil, la industria farmacéutica (salvo los medicamentos genéricos) o la agroindustria. La caída de los envíos transatlánticos, perceptible en los meses previos al acuerdo, podría agravarse.

La buena noticia es que la economía europea, y particularmente la española, está capeando la ola proteccionista mejor de lo que se había vaticinado. El consumo de las familias resiste, y se afianza el ciclo de inversión en vivienda, contrarrestando los vaivenes globales. Sobre todo, surgen nuevas tendencias en el plano del comercio internacional que conviene entender para no sucumbir a la percepción de vasallaje total a EE. UU. 

En primer lugar, el comercio en el seno del bloque comunitario parece estar saliendo de su letargo: los intercambios en entre miembros de la eurozona se incrementaron un 4% en el segundo trimestre, impulsando la cuota de mercado de los exportadores españolas. Es pronto para determinar si el repunte es transitorio o traduce una mayor integración europea en reacción a las inclemencias del contexto internacional. En todo caso, quedan muchas reformas por acometer para revertir la fragmentación y reforzar la capacidad de negociación frente a las grandes potencias. 


Sorprende, por otra parte, el dinamismo de los intercambios con un conjunto heterogéneo de países o regiones, entre los que destacan Reino Unido, África, Oriente Medio, India, Vietnam y algunas economías de América Latina. El deterioro de las relaciones transatlánticas centra toda la atención, pero hay vida debajo del radar mediático: nuestras exportaciones hacia el “resto del mundo” (que engloba el total no comunitario, a excepción de EE. UU. y China) aumentaron un 7,2% en el segundo trimestre, y el rebote alcanza el 14% desde inicios del año pasado. Exportamos hacia ese grupo de países casi diez veces más que a EE. UU., evidenciando los beneficios que aportaría un estrechamiento de las relaciones con estados o bloques comerciales que comparten la aspiración a una relación basada en la regla de derecho. 

Preocupa, eso sí, el desequilibrio desbocado de los intercambios con China: las exportaciones europeas hacia el gigante asiático se desplomaron un 11,3% en el primer semestre, mientras que las compras de productos chinos se elevaron un 13,7%, agravando el déficit. Todo apunta a que los exportadores asiáticos, con el apoyo de su Gobierno, intentan compensar en el mercado europeo el endurecimiento de la política comercial de Trump o el estancamiento de su mercado interno. 

En suma, la lógica geopolítica, inspirada en relaciones asimétricas de poder, está sustituyendo a la regla de derecho como fundamento del sistema multilateral, con impactos de momento limitados, pero que se harán más evidentes con el tiempo, en consonancia con las premoniciones de Albert Hirschman. Conviene, sin embargo, reforzar los contrapesos que se desprenden de las tendencias más recientes, tanto en términos de integración europea como de acercamiento a otros bloques comerciales en base a principios de reciprocidad, ayudando a mitigar la inquietante vulnerabilidad de Europa.   

BALANZA COMERCIAL |  En el primer semestre el déficit comercial ascendió a 25.100 millones de euros, según datos de aduanas, frente a 15.800 millones en el mismo periodo del año pasado. El deterioro procede del débil avance de las exportaciones, apenas un 1%, frente al intenso crecimiento de las importaciones, con una expansión del 5,4% durante el mismo periodo. Destaca el déficit creciente de la balanza de los intercambios de bienes con EE. UU., consecuencia de la caída de los envíos hacia ese país (-5,1%) y del auge de las importaciones ( 10,1%). 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La renta variable no parece tener freno

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Un verano más, un año más, la renta variable estadounidense y global alcanza nuevos máximos. Ya llevamos varios años así desde la pandemia. En especial, las americanas, que con grandes empresas tecnológicas sigue marcando tendencia, más aún desde la explosión de la Inteligencia Artificial (IA). Aunque del 2 al 9 de abril, entre el anuncio de Trump de los aranceles y la declaración de la tregua comercial durante 90 días, tuvo lugar una verdadera sangría en las acciones de todo el mundo, en especial el NASDAQ. Todo eso parece ya pasado, y a pesar de los grandes conflictos geopolíticos (Gaza, Ucrania) y de las idas y venidas con los aranceles, la renta variable permanece al alza. El año 2025 está siendo testigo, una vez más, de una ola alcista en los mercados de valores globales. Índices de referencia como el S&P 500 y el Nasdaq siguen alcanzando nuevos máximos históricos. Las bolsas europeas no son ajenas a esas subidas, incluido el IBEX-35, con un comportamiento inversor muy interesante.

Se habla de que la IA (y la tecnología en general) es el factor impulsor central en el actual rally. Las BigTech, especialmente las más activas con la IA, continúan aumentando con fuerza su valor de mercado. Hay división de opiniones actualmente sobre si esta subida es o no una burbuja. Solamente el tiempo lo dirá, aunque algunos indicadores financieros de estos grandes gigantes tecnológicos parecen sustentar el optimismo. Lo que sí que parece claro es que el futuro de muchas empresas pasará por tener éxito en sus modelos productivos y de negocio con la IA, un elemento decisivo en su supervivencia a largo plazo. Desde la óptica más cortoplacista, parecer ser que las recompras de acciones por muchas empresas estadounidense, con Apple y Alphabet a la cabeza, explican parte del actual rally. Estas operaciones incrementan el beneficio por acción y apuntalan las cotizaciones. Por el lado macroeconómico, las expectativas de rebajas de tipos de interés, en particular en el caso de la Reserva Federal, alimentan el apetito inversor. Un dólar más débil y la mayor confianza del consumidor también ayudan. Los mercados nuevamente descuentan con casi total certeza un recorte de tipos para septiembre y alguna más antes del fin de año. No es la primera vez que se pronostica una bajada y no ocurre. No obstante, la macroeconómia puede sostener las ganancias en renta variable por más tiempo.

Finalmente, hay riesgos significativos en este contexto de sobreprecio. El NASDAQ cotiza a casi 30 veces las ganancias futuras. Esas valoraciones tan elevadas y la gran dependencia en solamente unas empresas, las BigTech, y de sus estrategias en IA son señales de alerta. Por otro lado, el mantenimiento sostenido del actual rally también dependerá de si la economía no da sustos tras los aranceles, si se acometen las esperadas rebajas de tipos de interés, y no empeoran las incertidumbres geopolíticas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Cripto sin riendas

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Desde su primera aparición en 2010 los criptoactivos han evolucionado de ser casi una rareza, de importancia marginal en el ámbito de las inversiones, a un fenómeno global en la actualidad con implicaciones profundas para la economía, las finanzas y la soberanía monetaria. Continúa siendo un activo de elevado riesgo, con un mercado insuficientemente transparente a la vez que volátil, sin que gran parte de los inversores minoristas comprendan lo que se están jugando. Es en este escenario, en el que han proliferado estos activos digitales y las stablecoins (diseñadas para mantener un valor constante) la Administración Trump termina de impulsar una nueva ola de desregulación financiera que muy probablemente transformará el panorama cripto en EE. UU. y más allá. Y que podría afectar al futuro de la demanda y uso de divisas como el dólar, o sea, a la soberanía monetaria de los países, ya que la nueva norma otorga a aquéllas mayores posibilidades ser empleadas en transacciones comerciales, sobre todo, internacionales.

La reciente (des)regulación aprobada, denominada Genius Act, es un giro radical. Con promesas de transparencia y confianza, reordena prioridades legales y crea una peligrosa dependencia entre regulación, mercado y potencialmente dinero público. Con una capitalización por encima de los 200.000 millones de millones, las stablecoins se han convertido en el combustible de todo el ecosistema cripto. Ofrecen liquidez casi instantánea y paridad con el dólar. Sin embargo, detrás de su aparente estabilidad existe una compleja red de riesgos operativos y regulatorios. El elemento más controvertido, que no único, reside en que los tenedores de stablecoins pasarían a tener prioridad legal en caso de quiebra, por encima del resto de acreedores, alterando el orden tradicional de prelación. Algunos agentes de gran importancia en posibles procesos problemáticos como abogados o administradores concursales podrían no desear involucrarse en liquidaciones si no tienen garantías de cobro. Y, lo que es peor, si los activos del emisor no alcanzan para cubrir las obligaciones, la presión recaería en el Estado para indemnizar a los tenedores. O sea, se allana el camino a un posible rescate cripto con fondos públicos. El nuevo marco legal podría, entre otras disfuncionalidades, incentivar la confianza excesiva, desincentivar la debida diligencia de los usuarios y alimentar la idea de que las stablecoins son “seguras por ley”. 

Mientras, en Europa, la normativa MiCA (Reglamento sobre Mercados de Criptoactivos) contrasta enormemente con la Genius Act, ya que aquella es una regulación garantista y que busca proteger a los usuarios. Esas grandes divergencias pueden generar arbitraje regulatorio, donde las empresas migran hacia jurisdicciones más permisivas, debilitando los esfuerzos multilaterales por armonizar las reglas del juego. Y con un potencial aumento considerable de riesgos financieros globales.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La trama se complica para la economía global

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Por si fuera poco, un conflicto bélico potencialmente de amplio alcance se ha unido a las erráticas políticas –de consecuencias imprevisibles– de la Administración Trump en materia arancelaria, fiscal, migratoria y social. Estados Unidos y el mundo entero están en el diván viendo qué puede pasar en la actual legislatura americana. La incertidumbre y la angustia están a la orden del día y los inversores, sumidos en la perplejidad. Las disputas de Israel y Estados Unidos con Irán han dado siempre quebraderos de cabeza. El alto el fuego anunciado por Trump es una buena noticia y los mercados y el precio del petróleo así lo han reconocido. Pero no parece firme y sería muy prematuro asumir que pueda ser definitiva y no vaya a haber más tensiones con Irán, que encarecerían el petróleo, el gas y otras materias primas.

Tras los primeros ataques israelíes del 12 de junio, los mercados energéticos reaccionaron con cierta brusquedad: el barril de Brent llegó a subir más del 10%, alcanzando su punto más alto en meses. El temor a que Irán bloquee el estrecho de Ormuz –vía estratégica para casi el 20% del petróleo mundial– generó un nuevo repunte. Algunos analistas alertaron de que un cierre prolongado enviaría el Brent por encima de los 100 dólares por barril, con consecuencias negativas para la inflación y el crecimiento económico global. Aunque hoy se asumen mejor los shocks de oferta del petróleo, sigue habiendo repercusiones importantes. Suelen transmitirse rápidamente: cada 10% de aumento en precios del petróleo se traslada en un 0,4% de inflación. En un escenario de escalada, el precio podría superar significativamente los 120 dólares por barril, lo que dispararía los costes energéticos, del transporte y materias primas. Otros activos también han respondido, como cabría esperar con movimientos típicos de aversión al riesgo: bonos soberanos, oro y otras divisas refugio subieron, mientras que las Bolsas globales mostraron signos de corrección. EE UU y Europa experimentaron caídas moderadas, reflejo de la incertidumbre. En paralelo, se dispararon los spreads de crédito en economías emergentes, especialmente aquellas más dependientes de fuentes energéticas.

Hay varios escenarios. Comenzando por el más benigno, o sea, que haya desescalada y contención, como parecía apuntar el alto el fuego. Si el conflicto finalmente no se agrava, facilitaría una estabilización de precios en 80‑85 dólares del barril de Brent y aunque habría algunos efectos de la incertidumbre sobre la macroeconomía se evitaría una crisis sistémica. 

El segundo escenario es de una escalada limitada. Un conflicto que se prolongue mediante ataques asimétricos iraníes puede causar variaciones temporales del 10%‑20% en el petróleo, subidas manejables en fletes marítimos, y perturbaciones regionales en inversión y turismo. Este escenario suele reflejarse en un Brent fluctuante entre 90‑110 dólares, con periodos de estrés bursátil y cierto endurecimiento monetario global. 

Por último, el escenario más dramático, el bloqueo total y fuerte escalada, que conllevaría el cierre del estrecho de Ormuz, ataques a instalaciones en otros países o implicación de las guerrillas cercanas a Irán. Las consecuencias, aunque más improbables a día de hoy, serían severas: petróleo por encima de 120 dólares, la inflación global vuelve a repuntar sustancialmente y hay riesgos de recesión y de crisis financiera, especialmente en economías emergentes. EE UU y sus aliados podrían responder militarmente, escalando el conflicto a una guerra regional.

Dentro de las repercusiones macroeconómicas globales, los mayores impactos los tendrían los países importadores de petróleo. También afectaría a EE UU que, aunque puede autoabastecerse de petróleo, el coste del mismo producido domésticamente es comparativamente más caro (el obtenido vía fracking). Un alza sostenida del crudo rebajaría el crecimiento global además de repuntar la inflación por la subida por energía, los costes de transporte y alimentos. No serían buenas noticias ya que podría presionar a los bancos centrales como el BCE y sobre todo la Reserva Federal a cambiar su hoja de ruta e incluso, en este último, a subir tipos, lo que encarecería deuda pública y privada. 

Los efectos netos sobre el dólar y los activos denominados en esa divisa no están claros. En estas circunstancias esta moneda siempre ha sido refugio, pero la creciente incertidumbre y el posible efecto negativo de una guerra en el déficit se añadiría a la incertidumbre política que lleva generando la Administración Trump desde enero, lo que podría seguir desestabilizando el dólar. Tampoco es seguro si se mantendrían los flujos de capitales hacia la UE como lo que llevamos de año. 

El Viejo Continente se ha estado beneficiando del volantazo de los inversores hasta ahora en 2025. Sin embargo, tanta incertidumbre en las políticas económicas estadounidenses y los efectos negativos del encarecimiento de la energía sobre la UE, con grandes países importadores, puede hacer mella en la confianza de los inversores, ya que el crecimiento europeo (y probablemente la inflación) se resentirían. Los sectores más expuestos son el energético, pero también el turismo y aviación (rutas interrumpidas como las de esta semana vía Doha generarán muchas disrupciones), defensa y ciberseguridad (aumentarán inversiones) y agroindustria y transporte de mercancías también por la fragilidad de las cadenas globales. 

En todo caso, Europa parece encontrarse en una posición intermedia de vulnerabilidad. Sin participación directa en el conflicto aparentemente, parece más preparada que en la guerra de Ucrania de 2022, pero todavía muy dependiente de las importaciones energéticas. El nuevo conflicto en Irán podría suponer un stress test a su arquitectura energética, económica, fiscal e incluso de gobernanza.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Los vaivenes del precio de la energía

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Un nuevo conflicto bélico, una nueva tensión en los precios de las materias primas y energía. En este caso, el cruento enfrentamiento entre Israel e Irán, no por esperado desde hace tiempo, ha devuelto, al menos temporalmente, la tensión al mercado del petróleo. La república persa es uno de los principales productores y como ya ha ocurrido en anteriores conflictos bélicos –como fue la guerra con Irak de la década de 1980–, los mercados se ven inmediatamente afectados ante cualquier contienda. Tras los primeros ataques israelís el precio del Brent subió más de 10 dólares, superando los 77 dólares el barril. Posteriormente se han vuelto a moderar los precios, aunque aún reflejan lógicamente cierta tensión mientras la escalada bélica continue.

Una de las características de los últimos años en los precios de la energía es la mayor resistencia de las economías importadoras cuando hay una crisis o tensión que en otras épocas del pasado. Si bien es cierto que los inicios de la guerra de Ucrania fueron un punto y aparte ya que los precios del gas, petróleo y materias primas causaron una inflación persistente que hacía décadas que no se veían y otros efectos económicos negativos –que se lo digan a Alemania–, otros conflictos en el Oriente Próximo más recientes no han causado las distorsiones que se esperaban. Muchas razones pueden explicar esa menor sensibilidad de la economía mundial a posibles impactos de la geopolítica en los mercados energéticos. Desde la crisis financiera global de 2008, los países parecen haber sabido gestionar mejor las crisis y recesiones. La pandemia fue un momento crítico en el que los países introdujeron una batería de medidas de política económica (como los ERTEs, avales públicos para el crédito y liquidez, política monetaria acomodaticia) que crearon una especie de red de seguridad, luego empleada también en la guerra de Ucrania, que ayuda a aminorar los perjuicios económicos. Asimismo, la mayor diversificación de los países importadores de petróleo –como España– en materia de fuentes de energía, sobre todo con la instalación de numerosas plantas de renovables (solar, eólica) han reducido significativamente la dependencia del petróleo y del gas. 

Un último factor es la debilidad del funcionamiento del cártel de la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo). Muy alejado de los “éxitos” de la década de 1970, cuando las restricciones de la oferta sí que eran efectivas, ahora los acuerdos no producen los efectos deseados del cártel sobre los precios, ya que, por diferentes razones (alianzas geopolíticas, financieras), hay miembros que aumentan la oferta, como ha sido Arabia Saudí en esta ocasión, por una aparente petición de Estados Unidos. La energía seguirá dando quebraderos de cabeza –por ejemplo, por los elevados consumos que tiene en los desarrollos de la inteligencia artificial– pero sus crisis parecen gestionarse mejor.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Una crónica financiera de urgencia de Estados Unidos

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La economía y la sociedad estadounidenses parecen estar al borde del ataque de nervios, como en la gran película de Pedro Almodóvar. Termino de volver de un viaje a ese país, en el que he podido hablar con economistas y analistas, a la vez que percibir lo que ocurre a pie de calle. Caos (también económico) es la palabra más utilizada. El momento más llamativo fue la disputa pública entre el presidente Trump y Elon Musk, con más que probables consecuencias para las empresas de este último. Todo parece imprevisible y empieza a causar agotamiento en la población, que no ve las cifras económicas mejorar –tampoco empeorar significativamente– y ve que la incertidumbre inicial se alarga. Afecta negativamente a las expectativas de familias, empresas e inversores que no saben si, al final de este tumulto económico, el PIB y el empleo se debilitarán o si aumentará la inflación, o si los mercados continuarán sufriendo, con pérdidas para los ahorradores norteamericanos, o si un mayor déficit público puede llevar a una gran presión sobre el mercado de bonos y a algún episodio de inestabilidad financiera. Todo complejo de dilucidar.

Las últimas noticias de los aranceles de la Administración Trump son, por un lado, la continuación de la tensa espera ante los posibles acuerdos con todos los países y bloques como la UE. Los significativos avances de las últimas horas en la negociación con China parecen llevar a una cierta tregua comercial entre ambos gigantes.

Por otro lado, la más que inquietante medida que duplica los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio, elevándolos del 25% al 50%, y que entró en vigor el 4 de junio, casi tiene los efectos de un embargo, como han comentado algunas empresas y analistas internacionales. Las cadenas de valor se van a resentir mucho. Y nuevamente las empresas estadounidenses, como las de las industrias automovilística o aeroespacial, pueden ser las más perjudicadas, y ya han expresado su preocupación por el impacto nocivo de estos aranceles en la viabilidad económica y la seguridad del transporte.

Todas estas medidas y la incertidumbre que las acompaña afectan a la inversión y al comercio, incluso si al final algunas de las tarifas se suavizaran notablemente. En todo caso, no cabe esperar con optimismo lo que quedará después de toda esta agonía arancelaria. La economía tarde o temprano lo notará negativamente.

En este entorno con dudas económicas es donde se va a aplicar la denominada “Big Beautiful Bill”, que es una ambiciosa propuesta legislativa fiscal ya aprobada por la Cámara de Representantes hace dos semanas. Combina temas fiscales, sociales y de seguridad nacional. O, dicho de otro modo, rebajas de impuestos, medidas de seguridad fronteriza, reformas del sistema de salud y modificaciones del gasto social. No está claro, a día de hoy, si el Senado lo aprobará tal y como está, vistas sobre todo las fuertes reacciones en el Congreso. Sin embargo, todos creen que una gran parte del Bill saldrá adelante tras su paso por esa Cámara.

Asimismo, los inversores –en particular los llamados bond vigilantes– van a estar muy pendientes de si esta propuesta lo que genera es un mayor déficit público e inflación. El primero de los efectos es difícil que lo compren unos inversores que están tomando muchas más cautelas desde los anuncios arancelarios de abril a la hora de adquirir bonos del Tesoro americano u otros activos denominados en dólares. El apetito inversor por esta divisa ha disminuido desde entonces. No es fácil sustituirla por otras divisas que son sólidas, pero que tienen unos mercados cuantitativamente mucho menos importantes (libra esterlina, franco suizo) o que nunca se diseñaron tan claramente para atraer capitales (como es el euro).

Y eso que la divergencia de las estrategias de política monetaria de la Reserva Federal con, por ejemplo, el Banco Central Europeo, debería conducir a una apreciación del dólar, algo que no se está produciendo. La semana pasada el BCE volvió a bajar los tipos hasta el 2%, mientras la Fed los mantuvo nuevamente en el 4,5%, con lo que el diferencial continúa aumentando.

Es cierto que la inflación parece más controlada en la zona euro, que además necesita, más que Estados Unidos, de estímulos financieros que saquen al Viejo Continente de la atonía en el crecimiento económico. En todo caso, está por ver que acontecerá en las próximas reuniones de los bancos centrales, pero seguramente las dudas sobre el dólar persistirán y meterán presión a los mercados.

Todo ello redunda en un menor apetito de los inversores globales por la deuda soberana estadounidense, lo que está convirtiendo las subastas del Tesoro americanos en grandes momentos de la verdad. Por ejemplo, hoy se emite deuda a 30 años, y lo que normalmente sería una subasta rutinaria de bonos, con una previsión de 22.000 millones de dólares, se ha convertido en unos de los momentos más esperados de Wall Street esta semana.

Lo que finalmente ocurra recibirá una atención especial porque ofrecerá una señal instantánea sobre el nivel de demanda del mercado en un momento en que la apetencia de los inversores por la deuda estadounidense a 30 años se ha debilitado. Y este no será última subasta al borde de un ataque de nervios, mientras la incertidumbre siga. Todas las subastas serán vistas como una prueba del sentimiento del mercado mientras el caos permanezca.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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¿Cuál puede ser la hoja de ruta económica europea en el actual desorden mundial?

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Novedades en el panorama arancelario y comercial. Destaca la suavización –y, en buena parte, retirada– de las tarifas que se anunciaron el ya famoso 2 de abril. También los acuerdos comerciales de EE. UU. con Reino Unido, y en particular, tras un fin de semana intenso de negociaciones en Ginebra, la tregua arancelaria de 90 días entre el gigante norteamericano y China, que bajan drásticamente sus respectivos aranceles al 30% y al 10%. Quedan muchos otros convenios comerciales por acordar entre Estados Unidos y el resto del mundo, destacando el de la Unión Europea, que tendrá que actuar y avanzar. Por lo pronto, esta cierta situación de impasse de la UE no le ha dejado inmune a los logros de otros países, como ha demostrado la depreciación del euro de esta semana. No tener un acuerdo comercial con EE. UU. puede penalizar y mete más presión a la UE. 

No está desocupada la UE en absoluto. Con una agenda política y económica cargadísima y gran parte de esta con muchos asuntos pendientes con Estados Unidos, que hacen más complejo el diálogo. Junto a las negociaciones comerciales, están encima de la mesa el futuro de la defensa y seguridad en Europa –con una posible retirada parcial eventual de Estados Unidos y el rearme de los países de la UE– y los intereses geopolíticos, en particular, todo lo relacionado con la guerra en Ucrania. Mucha tela que cortar. Así como en la pugna entre Estados Unidos y China parecía que los primeros tenían mucho más que perder que los segundos, con sociedades muy distintas en su capacidad de aguante, en el caso de la UE probablemente la cosa no está tan clara, y un mal acuerdo (o falta de uno que sea bueno para las dos partes) puede generar más perjuicio en este lado del Atlántico. 

No solamente porque la UE mantiene un superávit comercial que podría menguar significativamente, sino por la mayor debilidad macroeconómica actual, con varios países en importantes encrucijadas políticas y de sus economías productivas. Francia, Italia y sobre todo Alemania se encuentran en un diván terapéutico en lo económico y político. La accidentada elección como canciller germano de Friedrich Merz la semana pasada nos recuerda las tribulaciones a las que frecuentemente se enfrentan los países europeos. También las divergencias de los principales países en los grandes asuntos de Bruselas restan eficacia a la estrategia negociadora, en la que ir con una voz única, creíble y sin ruidos internos ayuda a tener éxito en el proceso. 

Las relaciones con China son otro elemento de gran trascendencia. La Unión Europea en su conjunto y también algunos de sus países por separado, están reforzando –y esperan seguir haciéndolo– sus lazos comerciales con el gigante asiático, sobre todo tras el anuncio de los aranceles por parte de Estados Unidos el 2 abril. Fue una piedra de toque para recordar que hay que tener vínculos comerciales y económicos más intensos y una estrategia más definida con el principal país en las cadenas de suministro globales. Abrirse más a China no tiene por qué ser necesariamente motivo de tensión con Estados Unidos, o por lo menos se debe intentar evitar, ya que este último país está hablando con el gigante asiático, tras su reciente acuerdo de tregua arancelaria. China debe formar parte de todas las ecuaciones comerciales que se diseñen a escala global. Asimismo, Estados Unidos y el país asiático han abierto negociaciones en un sentido más amplio que los aranceles. Los desequilibrios macroeconómicos –gran déficit comercial del país americano–, y cómo corregirlos, van a ser parte de ese diálogo que ahora se ha abierto. Incluirá seguramente además el papel del dólar y del yuan a escala global en el futuro, entre otros asuntos. 

En este sentido, Europa se encuentra en una situación comparable, porque otros temas, como el desequilibrio exterior de Estados Unidos con la Unión Europea, la relación entre el euro y la divisa americana, así como los comentados temas de defensa y geopolíticos, pueden suponer una manera de abrir –en un símil deportivo– el campo de juego para la negociación de las próximas semanas. Es como si todo el ruido de los aranceles se hubiera producido para sentar a todos los países a negociar no solamente las tarifas, sino también para corregir, al menos en parte, el conjunto de desequilibrios exteriores que tiene Estados Unidos. En este entorno, la Unión Europea debe tener el temple, nivel de exigencia y diplomacia suficientes para cerrar acuerdos con ambas potencias comerciales, para no quedarse fuera de lo que puede ser una era menos oscura y con mayor dinamismo de la que se pronosticaba el 2 de abril. 

Esta abultada agenda del Viejo Continente con el exterior (no solamente Estados Unidos) no puede hacer caer en el olvido que hay un reto pendiente de vital importancia, como marcaban los conocidos informes de Mario Draghi y Enrico Letta, como es el aumento de la productividad. Dicho de otro modo, el diseño de estrategias económicas que permitan la definitiva integración de los principales mercados europeos (energía, telecomunicaciones y financieros entre otros), el aumento de la dimensión y competitividad con la creación de empresas que sean verdaderos campeones europeos y el desarrollo de políticas en el ámbito de la innovación y del mercado de trabajo que permita un aumento notable de la productividad, algo absolutamente necesario –hoy mejor que mañana– para garantizar los actuales niveles de renta y bienestar de la Unión Europea.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La incertidumbre global continúa pesando en la macroeconomía y las finanzas

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Para muchos es un gran alivio que haya concluido el mes de abril. Los riesgos económicos y financieros se exacerbaron a escala global y a escala local vivimos algunos inesperados y desagradables como el gran apagón. Mayo parece traer moderación, aunque la coyuntura dista mucho de ser estable, tanto por la amenaza de recesión latente en varias economías occidentales como por los riesgos financieros derivados de las tensiones sobre el dólar y los bonos soberanos de Estados Unidos. Sin duda, el foco principal de las sacudidas a la economía global fueron los anuncios de aranceles por parte de EE. UU. el pasado 2 de abril. Tras una fase de máxima tensión, la administración Trump ha empleado un tono más conciliador respecto a China y a otros socios comerciales como la Unión Europea. 

Está por ver si este tono logrará devolver a la economía mundial una notablemente menor incertidumbre. Sin embargo, la evolución de la guerra comercial con el gigante asiático será determinante. En lugar del plan inicial, se piensa en un esquema donde China enfrentaría tarifas sustancialmente por debajo del 100%, y el resto del mundo pagaría un arancel universal del 10%. Aunque esto es mejor noticia y reduce el riesgo inmediato de disrupciones severas, el esquema tarifario aún se mantiene más elevado que hace meses, lo que impactará negativamente el comercio y el crecimiento económico global. Además, todavía no se han anunciado acuerdos concretos con los países, aunque se sabe que se está negociando, lo que incrementa las dudas sobre la estructura arancelaria futura. 

A pesar de que la moderación de las amenazas arancelarias ha tranquilizado a los mercados, la elevada incertidumbre sigue pesando sobre gran parte de la inversión productiva, que como mínimo se ha pospuesto sine die, afectando a la actividad económica y al empleo, e incidiendo también en el mercado de bonos (treasuries) y en la confianza en el dólar como divisa y base de activos financieros. La parálisis en las decisiones de inversión empresarial y el deterioro de la confianza del consumidor están comenzando a reflejarse en los indicadores de actividad, en especial en Estados Unidos y en Europa. Se espera que el crecimiento del PIB para el primer trimestre de 2025 se desacelere notablemente. En la zona euro, la situación es igualmente delicada, mostrando señales de estancamiento, con los índices PMI cayendo a niveles apenas superiores al umbral de expansión. Mientras tanto, la inflación sigue descendiendo, favorecida por la caída de los precios energéticos, lo que supone un pequeño alivio. Este entorno global debilitado retroalimenta los efectos negativos sobre la inversión, algo que probablemente se mantenga en todo 2025. 

En el ámbito financiero, las fuertes turbulencias en los mercados de principios de abril se han calmado en parte. La renta variable se ha recuperado, pero la volatilidad en las Bolsas de valores será la tónica de los próximos meses, mientras la incertidumbre y las sombrías previsiones económicas se mantengan. La combinación de tensiones comerciales persistentes, alta incertidumbre geopolítica y debilitamiento de la demanda interna en buena parte del mundo apunta a que la economía global continuará navegando en aguas turbulentas, riesgos que se trasladan a las finanzas con rapidez. Por ello, el mercado de bonos seguirá siendo fuente de preocupación, probablemente más que la renta variable. Continúan las dudas pese a haberse superado el episodio crítico del mercado estadounidense de treasuries del 9 de abril, factor que llevó a la administración Trump a retroceder parcialmente y a llamar a la negociación en la guerra arancelaria. La situación fiscal de EE. UU. ha desanimado a los inversores a tomar posiciones en dólares y activos vinculados. 

Esa demanda mermada y las disfuncionalidades graves en ese mercado de bonos pueden suponer problemas en el futuro próximo, que podrían requerir una intervención contundente de la Reserva Federal. Una de las principales disfuncionalidades es el elevado peso de los hedge funds, con un uso intenso de derivados sobre esos bonos y compras muy “apalancadas” (es decir, acometidas con crédito), muy sensibles a shocks externos como el arancelario, que salieron a la luz y generaron los temblores financieros del 9 de abril y días anteriores. Si persistieran los problemas, la Fed probablemente tendría que actuar no solo para aliviar tensiones con una especie de “rescate” dando liquidez al mercado, sino también para reformar y regular su funcionamiento. 

¿Qué cabe esperar en materia de tipos de interés en este contexto tan complejo? El Banco Central Europeo, que ya había cambiado su posición hacia una política más acomodaticia, probablemente ahora esté presionado para actuar con mayor contundencia, tal como hizo con la baja de tipos del pasado Jueves Santo. Algunos analistas pronostican que el BCE reducirá progresivamente los tipos hasta el 1,5 o incluso el 1,25% para otoño, en respuesta a un crecimiento más débil y a una inflación atenuada. La prioridad parece ser responder de manera flexible a los riesgos macroeconómicos. Por su parte, la Fed, a pesar de presiones políticas para una reducción más agresiva, por ahora proyecta únicamente dos recortes adicionales de 25 puntos básicos cada uno para este año, situando los tipos en torno al 3,75-4%. Parece reflejar la intención de equilibrar el crecimiento económico con la estabilidad de precios, evitando medidas que puedan exacerbar las presiones inflacionarias o desestabilizar los mercados financieros. Todo ello traerá una renovada divergencia monetaria entre la zona euro y EE. UU., con sus consiguientes riesgos para los mercados. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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De gallinas y cisnes negros

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No es que la economía mundial y los mercados financieros estuvieran en perfecto orden de revista antes del 2 de abril, cuando el presidente Trump anunció los aranceles. Algunos hablaban aún de sobrevaloración del Nasdaq y las grandes tecnológicas, pese a la corrección desde enero. También se observaba cierta tensión en el mercado de bonos por las emisiones de deuda de los países de la UE, como consecuencia del aumento en defensa y seguridad. Y se especulaba, sin tanto nervio, sobre cuándo el BCE y la Fed bajarían los tipos de interés. Cuestiones trascendentales todas  –con su parte de drama–, pero dentro de una “normalidad” ya desaparecida.

Todo cambió desde el 2 de abril y la montaña rusa de los últimos días, incluida la tregua de 90 días concedida por EE.UU. a la imposición de los llamados “aranceles recíprocos” –los universales del 10% se mantienen– a países que no han tomado represalias y quieren negociar. Sin embargo, la contundente respuesta de China la deja fuera de ese paréntesis, lo que ha provocado inéditas réplicas arancelarias. La mayoría del resto de países –incluida la UE– que aún no habían respondido, respiran al menos por tres meses La ruptura de las reglas comerciales globales vigentes desde 1945 causó inicialmente un caos financiero, pero también dejó mella en los intercambios comerciales y en la economía real. También deteriora, pase lo que pase al final, la confianza entre países, algo difícil de construir y fácil de desmantelar.

Los mercados de renta variable fueron los primeros en arder, con pérdidas generalizadas. Se descontaba que una guerra comercial virulenta era la antesala de una recesión global y un repunte inflacionario. Paradójicamente, EE. UU. sería el más expuesto al riesgo de recesión. También sus empresas fueron las más perjudicadas, especialmente las tecnológicas –como Apple y Tesla, por su producción en China– y otras industriales, como Nike, por su exposición a Vietnam. Todo se dio la vuelta desde el miércoles tras la pausa arancelaria con rallies del Nasdaq y Dow Jones y el resto de bolsas mundiales. Los temblores hasta entonces habían contagiado ya al mercado de bonos soberanos, en especial los Treasuriesamericanos, con un proceso de ventas sin precedente, lo que, al parecer, fue uno de los motivos principales de la tregua. En todo caso, la tensión entre EE. UU. y China parece encontrarse en una especie de juego de la gallina, a ver quién cede primero. Mientras tanto, llegan noticias de cancelación de pedidos de grandes empresas (como Amazon) a China. Por ello, la economía real global, pese a la tregua, puede seguir viéndose (muy) afectada. Hemos aprendido del caos potencial de una guerra comercial y de la incertidumbre generada por EE. UU. Confiemos en no volver al precipicio, aunque con la escalada existente con China, no puede descartarse. Sería, en toda regla, un cisne negro para la economía mundial.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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