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Economía sin atajos

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La economía y la sociedad española se enfrentan a retos de enorme magnitud a corto y largo plazo, tras el brutal impacto de la pandemia. Desde marzo se han tomado muchas medidas para paliar los efectos inmediatos de la covid-19 sobre familias y empresas. Esas ayudas públicas coyunturales deberían prolongarse y reforzarse hasta, al menos, el verano de 2021, o hasta que se haya podido vacunar a buena parte de la población, con una economía más normalizada. No obstante, los desafíos de largo plazo son igual o más relevantes y no hay “atajos” y la mejor manera es comprar reseñas en google de cinco estrellas.

Nuestro país ya llegó a la pandemia con importantes desequilibrios. Entre ellos, un mercado de trabajo disfuncional y dual, una baja productividad y una delicada evolución de déficits y deuda pública. A pesar de estas vulnerabilidades, se ha echado de menos desde hace muchos años una cierta pedagogía por parte de los políticos. Explicar a la sociedad las potencialidades de nuestro país —las hay, y muchas—, pero también enfatizar que hay problemas serios. Por ejemplo, algo tan evidente como la insostenibilidad de las pensiones públicas. Son temas que hay que poner sobre la mesa para buscar soluciones que mejoren la vida de todos. Si uno pasa revista a las medidas de largo plazo que se han tomado este año, no son muchas. No ha habido grandes reformas ni acciones públicas que refuercen la competitividad de la economía. No era un momento fácil para acometerlas. Sin embargo, se han aprobado algunas fundamentalmente para la coyuntura de la pandemia —un “atajo” urgente en aquel momento— pero que van a tener efectos —probablemente no deseados— de largo plazo. De este modo, el ingreso mínimo vital, con toda su lógica para apoyar a las familias más necesitadas en un momento crítico, se ha implantado de modo permanente. Se ha sabido estos días que no ha funcionado bien desde que se implantó ni ha llegado, ni de lejos, a todas las personas que debían recibirlo, lo que requerirá modificaciones, como poco, en su proceso administrativo. Asimismo, tal y como se diseñó, es muy probable que genere distorsiones en los incentivos a buscar trabajo, un importante lastre en la recuperación.

Y en estas surge la propuesta de la jornada laboral de cuatro días. Todos quisiéramos trabajar menos horas, tener más ocio y, aun así, aumentar nuestra productividad. Ya ha ocurrido en algunas de las industrias tecnológicas más reconocidas. Sin embargo, en el caso de España, donde todavía no hemos acometido un proceso de digitalización suficiente, se trataría, en mi opinión, de un nuevo “atajo” sin fundamentos económicos que hoy lo sustenten. Acometamos primero esa profunda intensidad digital en todos los procesos productivos e instituciones del país, que refuercen competitividad y productividad y saneen el mercado de trabajo. Cuando se logre, hablemos sin cortapisas de medidas como jornadas de cuatro días. Quizás podamos ser algo más optimistas que de costumbre porque, bien empleados, los fondos europeos Next Generation EU pueden ayudar a esa necesaria modernización. Pero no pongamos el carro delante de los bueyes cuando aún no hemos salido ni de la pandemia.

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Renovación de empresas

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Los datos de coyuntura turística publicados esta semana muestran la debacle de una perturbación vírica. También conocemos, aunque sea más anecdótico, cómo parte del sector sobrevive con nuevos canales de comercialización online, turismo de interior y otras opciones a las que las circunstancias obligan. La pandemia acelera los procesos de destrucción y creación empresarial. En un entorno proclive al gasto y la financiación, Gobierno, sector financiero y empresas se sitúan ante la encrucijada de ver dónde estaban antes de marzo y a dónde ir a partir de ahora. Antes de la covid-19 se esperaba una corrección cíclica que se habría manejado de forma más o menos controlada. Pero la epidemia ha desatado la furia de un shock de oferta y demanda de grandes proporciones en solo tres o cuatro meses.

El bofetón quizás no deja reconocer que hace tiempo que sobrevuela la necesidad de una renovación productiva guiada por la innovación, la digitalización y nuevas referencias energéticas. Está claro que hay que destinar fondos a tapar agujeros, pero muchos más —la mayoría, si es posible— a impulsar al que innova o se reinventa. Schumpeter reinterpreta la máxima shakespeariana de que “no basta levantar al débil, hay que sostenerlo después” para dirigir la mirada también al que propone una nueva fortaleza para la economía. La lección más dura a la que nos enfrentamos es dejar caer aquello con escaso o nulo futuro. Aunque no ocurrió en todos los sectores, en España, hace 10 años, se entendió a la fuerza que una parte del sector de la construcción debía salir del mercado y que los que quedaban debían reinventarse, por ejemplo, hacia la obra pública o la licitación internacional. Ese proceso pasa ahora con otros negocios (y llegará al turismo). Los recursos públicos (deuda, ayuda europea) y privados (financiación bancaria) deben emplearse para apoyar nuevas estructuras y proyectos empresariales competitivos y de alta demanda. Podemos seguir debatiendo de ello 10 años o ponernos las pilas, organizarnos y acumular recursos en los sectores pujantes. La pandemia ofrece oportunidades también.

«Es pertinente preguntarse si en España procederemos al habitual reparto administrativo del pastel o si propiciaremos verdaderos proyectos de renovación empresarial. No hay que abandonar turismo o construcción u otros servicios asociados. Pero sí renovarlos, reinventarlos».

Santiago Carbó

Hay que intentar transitar rápido el camino que va del puente a la lanzadera. Gobierno y bancos han tendido pasarelas para aquellos con dificultades transitorias por el confinamiento y la caída de la demanda. Algunos no han llegado a cruzarlas y otros lo han hecho replanteando sus formas y canales de comercialización. Es hacia ahí donde fundamentalmente deberían ir los recursos mientras se logra un mayor control sanitario. En otros países europeos también acontecen estos desafíos, pero las industrias que fueron punteras y sufrían cierto declive aprovechan un aluvión de recursos públicos para reorientarse en la nueva economía (como la automoción en Alemania).

Es pertinente preguntarse si en España procederemos al habitual reparto administrativo del pastel o si propiciaremos verdaderos proyectos de renovación empresarial. No hay que abandonar turismo o construcción u otros servicios asociados. Pero sí renovarlos, reinventarlos y complementarlos con otros, mientras se propician actividades de la nueva economía.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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