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Percepción de la propia salud en tiempos de pandemia: la renta importa, pero en España menos que en otros países europeos

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La pandemia no ha afectado significativamente a la percepción de los españoles sobre su propia salud, pero sí ha traído consigo una ligera reducción del porcentaje de personas que la califican como “muy buena” o “buena”. En 2020 el 73% de la población de 16 o más años calificaba así su salud, solo 2,3 puntos porcentuales (pp) menos que en 2019. En 2021 el porcentaje ha caído dos pp adicionales situándose en 71,2%, la cifra más baja de la última década (2012-2021) (Gráfico 1).


Así pues, según el último dato disponible, siete de cada diez individuos adultos que viven en España están satisfechos con su estado de salud. Esta proporción es superior a la de Alemania (63,2%) y coincide prácticamente con las de los países nórdicos: Dinamarca (67%), Finlandia (70,1%) y Suecia (72,4%) (Gráfico 2).


En todos los países sobre los que se han publicado datos, el porcentaje de mujeres que perciben su salud como muy buena o buena es más bajo que el de los hombres (Gráfico 3). Esta diferencia asciende en España a 5,5 pp (68,5% de las mujeres y 74% de los hombres), una brecha ligeramente mayor que las observadas en Alemania y los países nórdicos. 


Las diferencias son más notables cuando se divide la población por quintiles de renta. En España, aproximadamente dos tercios de las personas (65,2%) incluidas en el 20% de ingresos más bajos (primer quintil) perciben su salud como muy buena o buena. Este porcentaje es más alto que los correspondientes en Alemania (51,4%), Finlandia (57%), Dinamarca (57,9%) y Suecia (62,8%) (Gráfico 4). 


Por el contrario, cuando se pone el foco en la población más acomodada (último quintil), el porcentaje de españoles que califican su salud como muy buena o buena es similar al que registran alemanes (78%), daneses (81,5%), suecos (81,9%) o finlandeses (82,1%) (Gráfico 4). Por tanto, las diferencias entre la salud autopercibida de los grupos de población más ricos y más pobres son menos significativas en España que en la mayoría de los países europeos. Que una proporción comparativamente alta de la población española con menores ingresos esté satisfecha con su salud es, sin duda, una buena noticia que merece ser destacada. Al fin y al cabo, la percepción de la propia salud es un indicador de bienestar, que, junto con otros muchos, debería tenerse en cuenta en los  análisis de la desigualdad social. Ahora bien, si se analizan más detenidamente las diferencias dentro de los quintiles de renta, cabe resaltar que la brecha de género es mayor en el grupo que reúne a las personas más desfavorecidas económicamente. Así, el 70% de los varones del primer quintil califican su salud como muy buena o buena, mientras que esta misma opinión solo la manifiestan el 60,9% de las mujeres del mismo quintil (Gráfico 5). En el grupo de mayor renta (quinto quintil), las diferencias son mucho menores (el 81% de los hombres y el 79,1% de las mujeres están satisfechos con su salud). 

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Aumentar la actividad y reducir el paro, objetivos para la mejora de la integración laboral de las personas con discapacidad

La última Encuesta de Discapacidad, Autonomía Personal y Situaciones de Dependencia (EDAD-2020)[1] muestra, como ya hicieron las dos anteriores (1999 y 2008), una integración muy pobre de las personas con discapacidad en el mercado de trabajo. Si centramos la atención en las personas con discapacidad en edad laboral (16-64 años), su número —estimado en 1,58 millones— representa un 37% de todas las personas con discapacidad (4,32 millones). Es una cifra más alta que la que arrojó la encuesta anterior, realizada en 2008 (1,47 millones)[2]. Ahora bien, las tasas de prevalencia de personas con discapacidad sobre el total de la población en edad laboral se mantienen en un nivel parecido, en torno al 5% (5,2 % en 2020, 4,9% en 2008, y 5,1% en 1999). Por tanto, aunque la cantidad de personas con discapacidad en esa franja etaria ha aumentado, también lo ha hecho la población en edad laboral. 

Como cabría esperar, las tasas de prevalencia de las personas con discapacidad van aumentando a lo largo de la vida laboral (Gráfico 1). Así, el porcentaje de población con discapacidad de 55 a 64 años (13,7%) sextuplica holgadamente el porcentaje de población de 16 a 34 años, situado en torno al 2%. Llama asimismo la atención que, aunque en la juventud la prevalencia de discapacidad de las mujeres es proporcionalmente menor que la de los hombres, a partir de los 45 años el porcentaje de mujeres con discapacidad supera al de los hombres, sobre todo, a partir de los 65 años.


De los 1,58 millones de personas con discapacidad en edad laboral, en 2020-2021 estaban trabajando 370 mil (192 mil mujeres y 178 mil hombres), mientras que 160,4 mil buscaban empleo (84,1 mil mujeres y 76,2 mil hombres). Por tanto, la tasa de actividad de las personas con discapacidad[3] asciende a 33,5%, quedándose 40 puntos porcentuales por debajo de la tasa de actividad de toda la población (una distancia que entre los hombres todavía se agranda). Una parte importante de esa diferencia entre ambas tasas de actividad responde, sin duda, a que la propia discapacidad impide trabajar a muchas de las personas que la sufren. Al fin y al cabo, la mayoría de quienes están en edad laboral y no han trabajado nunca alegan como razón de su inactividad la propia discapacidad (así lo hacen el 53,1% de las mujeres y el 75,2% de hombres). Pero es posible que algunas personas con discapacidad sean inactivas por haber desistido de buscar trabajo, bien porque lo han intentado repetidamente sin éxito, bien porque, anticipando el fracaso, no toman la decisión de hacerlo ni siquiera por primera vez.

Aun cuando en términos absolutos las mujeres con discapacidad tienen más presencia en el mercado de trabajo que los hombres, no solo sus respectivas tasas de actividad, sino también de empleo y paro son muy similares (Gráfico 2). Que la tasa de empleo de las personas con discapacidad[4]  (23,4%) represente aproximadamente un tercio de la observada en la población general (62%) puede responder a las restricciones que impone la propia discapacidad. En este sentido, entre las personas con discapacidad que, teniendo experiencia laboral, han dejado de trabajar, el 43% declara haberlo hecho por la aparición o el agravamiento de su discapacidad, sin apenas diferencia alguna entre mujeres y hombres (Gráfico 3). Ahora bien, la reducida tasa de empleo también puede deberse a las reservas de las empresas a contratar a estas personas, dadas las dificultades de los empleadores para conocer la capacidad de estos demandantes de empleo para desempeñar su trabajo; es decir, para anticipar en qué medida su discapacidad afecta a su productividad. Disminuir el impacto de este problema de información de las empresas podría mejorar la empleabilidad de las personas con discapacidad. A esa mejora también podría contribuir el aumento de los niveles educativos de estas personas; de hecho, las personas con discapacidad que no trabajan, pero están buscando empleo, presentan un nivel educativo más bajo que las que están trabajando, aunque claramente más alto que el de las que no trabajan ni buscan trabajo (Gráfico 4). 


Visto desde otro ángulo, es preocupante que la tasa de paro de las personas con discapacidad[5] (30,2%) doble a la de la población total (15,6%) ¿Cómo están buscando empleo esos 160,4 mil hombres y mujeres con discapacidad que quieren trabajar y no encuentran dónde? El 60,8% de ellas y el 67,5 % de ellos utilizan a amigos o conocidos como principal método de búsqueda de empleo, proporciones considerablemente más elevadas que las de aquellos que afirman recurrir a los servicios públicos de empleo (SEPE). La preferencia por los amigos y familiares en la búsqueda de empleo es lógica, habida cuenta de que resulta más prometedora: el 38,2 % de las mujeres y el 38,9% de los hombres con discapacidad que trabajan, afirman haber encontrado su empleo a través de contactos con familiares y amigos, mientras que solo el 4,6% de ellos y el 4,4% de ellas lo encontraron mediante el SEPE (Gráfico 5).


Los resultados de la EDAD-2020 ponen de relieve la importancia de la red familiar y de amigos en la búsqueda de empleo. Cabe pensar que las personas con discapacidad que no trabajan deseando hacerlo cuentan con redes familiares y de amigos más débiles, por lo que, además de carecer de empleo, una vía fundamental de integración social, probablemente padezcan en mayor medida soledad. De ahí que este colectivo merezca una atención especial de los servicios públicos de empleo y, también, el despliegue de medidas de integración laboral de las que se puedan beneficiar. Téngase en cuenta que según la EDAD-2020, solo el 18,4% de las personas con discapacidad —es decir, unas 70.100— afirman haberse beneficiado de estas medidas (Cuadro 1). 


En resumen, queda mucho trabajo por hacer por la integración laboral de las personas con discapacidad. En primer lugar, hay que intentar que el grupo de los inactivos por “desistimiento” o “anticipación de fracaso” en la búsqueda de empleo –un colectivo cuya magnitud hoy día desconocemos, pero que cabe suponer significativo– sea lo más pequeño posible; es decir, que las personas con discapacidad inactivas se circunscriban a aquellas que no pueden o no quieren ocupar un puesto de trabajo. En segundo lugar, es deseable que el paro entre la población con discapacidad se sitúe en tasas cuando menos equiparables a las de la población total. 

Estos son actualmente los grandes problemas de la población con discapacidad en edad laboral. No lo es, en cambio –y esto es una buena noticia– la discriminación en el puesto de trabajo: casi nueve de cada diez personas con discapacidad ocupadas (88%) no han experimentado sentimientos de discriminación en su empresa o lugar de trabajo. Y quienes afirman sufrirla “muchas veces” o “constantemente” representan un 1,2% (Gráfico 6). En definitiva, a la luz de los datos de la EDAD-2020, se puede decir que la sociedad española trata adecuadamente a las personas con discapacidad que han conseguido una ocupación, pero probablemente desconoce y desatiende a quienes, deseándola, no la alcanzan.   


Este análisis representa un primer resultado del proyecto de investigación financiado por Funcas “Envejecimiento, discapacidad y participación laboral”.

[1] Los resultados de esta encuesta, cuyo trabajo de campo se realizó entre agosto de 2020 y octubre de 2021, han sido publicados en abril de 2022. La muestra se compone de aproximadamente 67.500 viviendas.

[2] Que, a su vez, era mayor que la que arrojó la Encuesta en 1999 (1,34 millones). Estimaciones a partir de las correspondientes encuestas de discapacidad, también realizadas en su momento por el INE aplicando las mismas definiciones internacionales estandarizadas. Véase Malo, M.Á., Dávila, C.D., y Pagán, R. (2009). “Hacia la igualdad y la no discriminación de las personas con discapacidad”, en J.M. Zufiaur (coord.), Los retos de la igualdad en el trabajo, Ministerio de Trabajo e Inmigración – Fundación Francisco Largo Caballero, 325-350.

[3] Cociente de la suma de las que están ocupadas y las que, no estándolo, buscan empleo, entre el total de personas con discapacidad de 16 a 64 años.

[4] Cociente entre el número de personas con discapacidad en edad laboral ocupadas y la población total en edad laboral.

[5] Cociente entre el número de personas con discapacidad en edad laboral desempleadas y el de personas con discapacidad en edad laboral activas.

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Mercadona sigue siendo líder pero le cuesta adaptarse a las nuevas tendencias: ¿podría llegar su declive?

Mercadona es el supermercado líder en España de forma indiscutible. Según datos de Kantar, tiene una cuota de mercado de más del 25%, es decir, que una cuarta parte de las compras que se hacen en nuestro país son en Mercadona.

Y aunque sus competidores crecen a mayor ritmo en el último año (tienen más margen de subida) ahí sigue en liza la empresa fundada por Juan Roig, imbatible. Pero... ¿hasta cuándo?

La pandemia le vino al pelo para crecer como la espuma, pero ya el año pasado ganó un 6% menos por el tema de la inflación, que este año es peor aún. Por ello, Mercadona ha subido lentamente sus precios, ya lo analizamos hace unos meses por aquí.

Así, ya no es el supermercado tan asequible que conocimos en los inicios y que tanto furor ha generado en estos años. No, Mercadona ya no es lo que era. Y esto puede suponer el inicio de un declive que a buen seguro no le va a gustar a Juan Roig.

Más caro y más inaccesible

Como decimos, Mercadona ya no es lo que era y mucha gente está dejando de lado este super en favor de otras cadenas. El precio es el primer motivo. En un contexto de inflación como el que tenemos, la gente mira cada vez más el precio, y hay otras cadenas mucho más económicas que Mercadona.

La empresa valenciana está subiendo mucho los precios, y las familias, que cada vez tienen menos para gastar no se lo piensan. Van donde les sale todo más barato. Aunque eso suponga perder calidad en su compra. Porque, las cosas como son, los productos de Mercadona cada vez tienen más calidad. Y eso se paga.

Otro aspecto que puede jugar en contra de la cadena es que sigue aferrada a cerrar todos los domingos y festivos sus establecimientos. Aunque en verano sí abre algunos domingos en zonas de costa o mucha afluencia turística, lo normal es no abrir nunca. Algo maravilloso para sus empleados, pero no tanto para el cliente, que está acostumbrado a que los domingos puede hacer la compra al menos hasta mediodía en tiendas como Carrefour o Día.

Esta política inamovible en un contexto de liberalización del comercio cada más acuciante puede causarle efectos adversos, pues pierde parte de la tajada que sacan los super con las compras de domingo (y literalmente es bastante, porque mucha gente en las grandes ciudades sobre todo compra en domingo, cuando libra).

Una de las decisiones que más críticas le ha granjeado siempre es su predominio de la marca blanca. Mercadona quiere vender sus productos, no los de otros, y para ello destina mucho dinero a tener buenos proveedores que le sirvan casi en exclusiva. Ha alcanzado una gran calidad con su marca blanca y no quiere competencia dentro de sus establecimientos.

Entendible, pero deja muy poco margen de elección al cliente. En otras cadenas la marca blanca convive con la de fabricante sin problema, pero en Mercadona es prácticamente imposible. Y si hay otras marcas es porque todavía no fabrican productos propios iguales.

Otro tema es que le está costando hacerse al cambio de mentalidad de la sociedad en pos de la bio y lo ecológico, pues poco hay en Mercadona con esas características, aunque están intentando hacer alimentos más sanos, aunque todavía no lo consiguen del todo.

Por lo tanto, vemos cómo se trata de una cadena con una filosofía muy rígida a la que le ha ido bien siempre actuando de la misma forma pero que puede sufrir a medio plazo si no flexibiliza su política. El consumidor no es fiel a nadie cuando le tocan el bolsillo, y ahora mismo se lo están tocando más que nunca.

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El euro está en su valor más bajo en 20 años y te afecta por tres razones muy importantes

El euro está por debajo de la paridad con el dólar, hoy se encuentra cotizando en los 0,99 dólares, su valor más bajo en 20 años. Se ve impactado por la dificultad sobre la situación económica de Europa y el aumento de los riesgos geopolíticos, el pesimismo de los inversores sobre el euro ahora está eclipsando los niveles vistos en octubre de 2020, cuando las consecuencias de Covid estaban causando estragos en todo el mundo.

Por su parte, la inflación alcanzó un máximo histórico el mes pasado, superando las expectativas de los economistas, lo que llevó a muchos a elevar sus pronósticos de tipos de interés del BCE para septiembre y más allá.

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Los tres impactos que sentiremos por un euro depreciado

Un tipo de cambio es el valor de una moneda en términos relativos frente a otra moneda. Los tipos de cambio son claves para la economía europea por su influencia en los flujos comerciales y financieros entre la Eurozona y el resto del mundo. La actual devaluación presenta tres impactos importantes para los agentes económicos.

1) La depreciación del euro supone un elemento catalizador para la inflación y empobrece. Especialmente en los productos energéticos y alimentos básicos que cotizan en dólares. Si sus cotizaciones se mantienen mientras el euro se deprecia, se necesita muchos más recursos para demandar estos productos, es decir precios en euros más elevados. Desde el lado de las familias, el poder adquisitivo se ve resentido si no existe una actualización vía salario o de las rentas que se estén percibiendo.

Las empresas exportadoras pueden verse favorecidas. Un euro más débil es una buena noticia para las empresas que exportan bienes fuera de la Eurozona, ya que hace que los productos europeos sean más baratos en otros mercados. No obstante, todo dependerá si es o no es positivo para la empresa, dependerá de la relación con los costes energéticos y el resto de suministros que condicionan los márgenes.

2) Atentos a la hipoteca. Una subida de la inflación supone una depreciación de todos los agentes económicos endeudados en esa moneda. Por lo que la hipoteca realizada para la compra de la vivienda se ve devaluada. Sin embargo, el coste de la hipoteca es el elemento a tener en cuenta. Si se ha realizado a un tipo de interés fijo ese importe nominalmente no sufre modificaciones, incluso se devalua, pero si está indexada a un interés de referencia, lo más probable es ver un incremento nominal de la cuantía a satisfacer en la revisión periódica.

3) Si estás invirtiendo, toca hablar del riesgo divisa en tus inversiones. La devaluación de la moneda hace que frente al exterior nuestras inversiones valgan menos. Existen muchas maneras de combatir este efecto, ya sea con una diversificación en la cartera de inversión a nivel geográfico como directamente a través de las operaciones de cobertura. En este caso, si queremos evitar el moviendo en contra del eur/usd, existen alternativas como las posiciones cortas en el par por el valor nominal de la cartera.

Los factores que están lastrando al euro

En primer lugar, y más importante, el BCE no le está tomando el ritmo de subida de tipos a la Reserva Federal. Si bien no es el único factor, es el que cobra protagonismo y hoy los tipos de interes se encuentran en el 0,50% tras la subida iniciada el pasado 21 de julio, llevando al precio del dinero a niveles de 2013. Pero la Fed le ha sacado ventaja al BCE, desde el 16 de marzo están subiendo tipos de interés y hoy ya se sitúan al 2,50%.

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Si el BCE en la próxima reunión implementa una subida de 75 puntos básicos y no de 50 puntos, igualaría el ritmo más reciente de la Fed (subida implementada el 28 de julio), pero la naturaleza del choque de Europa es diferente. A pesar de que las tasas de aumento de precios son similares, la inflación subyacente europea nos muestra una mayor debilidad con los precios de los alimentos y la energía más tensionados.

En segundo lugar, cabe mencionar el impacto en la balanza comercial. La reciente caída del euro lo ha elevado por encima de los niveles de soporte anteriores, debido al impacto en el comercio, especialmente en los precios del gas, de la reducción de Rusia en los suministros de la UE.

La balanza comercial relativa entre Estados unidos y la Eurozona ha empeorado en los últimos años. Antes de entrar en detalles, es importante señalar que Estados Unidos tiene un déficit comercial estructural debido a la moneda de reserva mundial. Por el contrario, Europa a veces tiene un déficit y a veces un superávit. El tamaño absoluto del déficit no es importante para el aumento o disminución del valor del euro, sino su dirección relativa. Un déficit que se va reduciendo a menudo equivale a una moneda más fuerte.

Estados Unidos ha tenido un déficit comercial en los últimos años, Estados Unidos creció del 3,9% del PIB al 4,9%, mientras que el superávit comercial de la eurozona cayó del 3,5% del PIB al 1,8%. Es probable que la balanza comercial de Europa frente a la de Estados Unidos se deteriore aún más en los próximos meses, ya que los precios del gas en Europa aumentan 9,5 veces los precios de los Estados Unidos.

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En tercer lugar, debemos poner atención a los déficits presupuestarios. El déficit presupuestario estadounidense en el periodo 2017-2019 toma un camino completamente diferente al del déficit de la eurozona. El déficit estadounidense pasó del 2,5% del PIB al 5%, mientras que el déficit europeo siguió reduciéndose hasta el 1% del PIB.

Después de la pandemia, los déficits aumentaron tanto en Europa como en los Estados Unidos, pero el déficit estadounidense creció más rápido y finalmente se acercó al 20% del PIB, aproximadamente el doble que el de Europa. El creciente déficit de Estados Unidos compensó el endurecimiento de la política monetaria entre 2017 y 2019, impidiendo un fuerte fortalecimiento del dólar antes de exacerbar la debilidad del dólar en 2020 y 2021 al comienzo de la pandemia.

Sin embargo, en el segundo trimestre de 2021, el déficit presupuestario estadounidense comenzó a declinar rápidamente y es ahora más bajo que el déficit de la Eurozona por primera vez en dos décadas. Un déficit más pequeño a menudo se equipara con una moneda más fuerte y un déficit presupuestario estadounidense que se reduce rápidamente. Esto parece ser un factor que apoya al dólar.

Y en último lugar, una política monetaria más estricta y posibles reducciones en los balances han coincidido con un fuerte aumento en las rentabilidades de los bonos europeos, pero particularmente fuerte en países con una deuda pública alta como Italia. Las crecientes diferencias soberanas entre países como Alemania e Italia parecen pesar sobre el euro, a pesar de la puesta en marcha de un mecanismo para evitar la ampliación excesiva de los diferenciales entre las distintas naciones de la eurozona desde el BCE.

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Los malos augurios y los hechos

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Una tormenta perfecta se cierne sobre la economía mundial. A la persistente crisis energética y geopolítica se añade un entorno monetario cada vez menos amable, especialmente para los países más endeudados: el repunte de la prima de riesgo de Italia en un contexto político incierto acabará poniendo a prueba el escudo anti-crisis del BCE. Y, por si fuera poco, las tres principales economías del planeta que son EE UU, China y sobre todo Alemania están amenazadas por la recesión. 

Debemos por tanto prepararnos a una fuerte sacudida. Pero sin descuidar los puntos de resistencia. En primer lugar, el retorno del turismo está aportando un balón de oxígeno providencial de modo que la economía española podría ser una de los pocas en Europa que esté todavía registrando un crecimiento honorable. Los europeos gastan en viajes y ocio buena parte de la liquidez acumulada en los últimos dos años —una tendencia que se mantendrá todavía un cierto tiempo, como ya se refleja en las perspectivas del sector para el otoño.      

Por otra parte, la reconfiguración de las cadenas de suministro ofrece oportunidades a nuestro aparato productivo como lo evidencia el dinamismo de las exportaciones. Falta apuntalar el resultado con un despliegue transformador de los fondos europeos. De momento, la balanza externa aguanta el encarecimiento de la factura energética, cuando la de Francia acentúa su deterioro, Italia entra en déficit y Alemania asiste a una contracción de su excedente.           

Incluso la inflación, principal enemigo, podría haber tocado techo. Algunos de los cuellos de botella que han presionado los precios se están diluyendo: el coste del transporte marítimo ha caído un 45% desde el máximo alcanzado tras la invasión de Ucrania, y la cotización de la mayoría de materias primas se aleja de los máximos observados a inicios de año. Todo ello redunda en una moderación de los incrementos mensuales del IPC, tras los registros desorbitados de la primavera.


La energía es el principal escollo. Pese al ligero alivio de los últimos días, el gas cuesta un 60% más que antes del verano, algo que junto con el parón de las centrales hidroeléctricas como consecuencia de la sequía ha incendiado la factura de la luz. El tope al precio del gas que entra en la generación de electricidad está funcionando, tanto en términos de tarifas, más baratas que en el resto de Europa, como de volatilidad. Pero el mecanismo no es suficiente para neutralizar el shock. Ahora la clave está en las medidas de ahorro energético, de diversificación de los suministros y de elevación de las reservas puestas en marcha a través de todo el continente. Veremos si ayudan a reducir la vulnerabilidad ante las amenazas proferidas desde Rusia y, por tanto, contribuye a contener los costes energéticos. En un mercado marginalista en que el precio depende de las últimas unidades que entran en la generación de energía, es crucial suavizar los picos de demanda con medidas de ahorro. 

Finalmente, la psicología también desempeña un papel central en la dinámica de la inflación y por tanto en las perspectivas económicas. A partir de un cierto umbral, el incremento de los precios se percibe como un fenómeno global, lo que incita a una espiral de reivindicaciones en aras a recuperar la pérdida de poder adquisitivo. Nadie sabe con seguridad dónde se sitúa ese umbral, pero cuanto más se prolongue el episodio de IPC a doble dígito, mayor la probabilidad de que se desencadene una espiral inflacionaria. La tendencia actual no es buena: más de la mitad de los componentes del IPC crecen a un ritmo superior al 6%, un porcentaje que no cesa de incrementarse desde el inicio del año. Solo cuando esa trayectoria cambie, podremos hablar de una verdadera desescalada de la inflación subyacente, condición sine qua non para un rebote del consumo.

Con todo, una fuerte desaceleración de nuestra economía —y no una recesión— es todavía el escenario más probable.  

BALANZA EXTERNA | Durante el primer semestre el déficit energético se incrementó en cerca de 17.000 millones de euros como consecuencia del encarecimiento de los hidrocarburos importados. A la inversa, la balanza de servicios y bienes no-energéticos mejoró significativamente, de modo que la balanza corriente total (energética y no energética) se ha mantenido en valores próximos al equilibrio. Este resultado, unido a las entradas ligadas al programa europeo Next Generation, explica que la posición con el exterior siga presentando un superávit neto (3.200 millones en el primer semestre, frente a 5.100 un año antes).

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Así se ha desvanecido la ventaja del coche eléctrico con la subida de la electricidad

El coche eléctrico ha estado incrementando la tasa de ventas año tras año. Y es que uno de los atractivos que estaba teniendo para los compradores son los costes asociados al vehículo tras formalizar la compra.

Si bien la autonomía de un coche eléctrico con carga completa suele ser menor que la de un coche de combustión con carga completa, la mejor manera de comparar el coste de repostar un automóvil de combustión con el coste de cargar completamente un automóvil eléctrico es comparar el coste de conducir la misma distancia. En este caso, usamos 100 kilómetros como base de medición.

Y en este punto, hay novedades: El coche eléctrico ha perdido la ventaja de coste por km recorrido. En Europa, el coste por 100km de un BMW serie 4 es de 12 euros, mientras que el coste para el vehículo Tesla Model 3 es de 16 euros, un 33% más caro. Esta medición se realiza agregando los precios de Francia y Alemania.

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Si nos desplazamos a principios de año, las diferencias no eran tales y el coche eléctrico gozaba un gran atractivo en su carga. Llegamos a ver un diferencial de precios notorio, cuando el precio de 100 km para el Tesla era de 2 euros frente a los 10 euros del BMW Serie 4.

Para ponernos en contexto, Europa está al borde de una crisis energética, ya que los suministros limitados de energía hidroeléctrica y gas natural de Rusia elevan los precios del combustible para las centrales eléctricas del continente.

Se espera que los suministros continúen cayendo desde el 31 de agosto, cuando PJSC Gazprom de Rusia planea cerrar el oleoducto Nord Stream a Alemania durante tres días de mantenimiento, lo que genera preocupaciones de que los suministros no se reanuden. Por esa razón, Europa está preparando una batería de medidas para ahorrar gas.

Y dado que una quinta parte de la electricidad europea es generada por centrales eléctricas de gas, inevitablemente las caídas en el suministro nos llevan a precios más altos de la electricidad.

Los precios europeos del gas alcanzaron el viernes 341 euros por MWh, cerca del máximo histórico de 345 euros que alcanzaron en marzo.

Como consecuencia, el contrato anual de electricidad en Alemania alcanzó los 995 euros (995 dólares) por megavatio hora, mientras que el equivalente francés superó los 1.100 euros, un aumento de más de diez veces en ambos países respecto del año pasado. En el Reino Unido, el regulador de energía Ofgem dijo que aumentaría el tope del precio de la electricidad y el gas casi al doble desde el 1 de octubre a un promedio de £3549 por año.

No obstante, en Europa hay diferencias notables en el coste de la electricidad que debemos tener en cuenta. Y es que el precio de la electricidad de España frente al coste de la energía alemana en el mercado en agosto es la mitad, ya que se benefició de un tope en los precios del gas natural, según la asociación de grandes usuarios de energía de España.

El precio medio de la electricidad en el mercado mayorista de España en agosto fue de 154,89 euros por megavatio hora, sin incluir un coste relacionado con el tope, dijo el grupo AEGE. Eso fue un 67% menos que en el mercado alemán y un 69% menos que en el mercado francés.

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Blackrock y Vanguard: los actores dominantes del mundo de los ETFs

Los ETF son un instrumento de inversión altamente demandado dentro de la gestión pasiva, ya que integra las ventajas de los fondos de inversión y la de las acciones. Y si hay dos empresas referentes en el mundo que suministran este producto son Blackrock y Vanguard. La primera firma gestiona 9,5 billones de dólares en activos bajo gestión, mientras que la segunda tiene 7,9 billones de dólares.

Si bien la Blackrock es quién posee mayor cantidad de activos gestionados, las tasas de crecimiento benefician a Vanguard. Si hablamos específicamente de los ETF's, el patrimonio de estos crece un 17% anualizado en los últimos 5 años en el caso de Vanguard, mientras que Blackrock avanza un 12%.

Ambos venden productos similares. Por ejemplo, en el caso del índice bursátil estadounidense S&P500, se busca replicar los resultados de inversión de este índice y Vanguard ofrece el producto Vanguard 500 Index Fund ETF (VOO), mientras que Blackrock suministra el iShares Core S&P ETF (IVV).

En la superficie, estos fondos cotizados son casi idénticos, aunque existen ligeras diferencias entre ellos. Por ejemplo, cada fondo cotizado posee unos gastos corrientes del 0,03%, lo cual es una excepción dadas las altas comisiones asociadas con algunos fondos de inversión que hacen gestión indexada. Para llegar a este punto se ha visto una dura competencia en la que Blackrock ha bajado sus comisiones para igualarse a Vanguard.

Si hablamos de patrimonios ya hay algunas diferencias. El IVV tiene más activos bajo administración con 326.250 millones de dólares, frente a los 272.970 millones de VOO.

Sin embargo, si nos acercamos al entorno de renta fija, Vanguard ha conseguido colocar su ETF de renta fija como el fondo cotizado de bonos más grande del mundo. El ETF de Vanguard Total Bond Market (BND), con activos de aproximadamente 83.800 millones, ha superado los 83.200 millones de iShares Core US Aggregate Bond ETF (AGG).

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Lo que ha sucedido es que, a pesar de que ambos ETF publicaron rendimientos similares, BDN ha captado 8.200 millones de dólares y en el AGG han retirado casi 100 millones.

Vanguard aún no le ha tomado la delantera a Blackrock en activos, pero el dominio de Vanguard se extiende hacia abajo en la clasificación. Si bien BlackRock todavía tiene la mayor cantidad de activos ETF de renta fija bajo administración, cuatro de los cinco fondos más grandes son hoy productos Vanguard.

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Los precios no bajarán de golpe

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Los precios continuaron por las nubes en agosto, según la estimación preliminar ofrecida este martes por el Instituto Nacional de Estadística. No importa demasiado que la tasa interanual (10,4%) sea cuatro décimas más reducida que la de julio. Se precisan bajadas bastante más acusadas para reducir la presión. El problema no es sólo energético. La inflación subyacente (sin energía ni alimentos no elaborados) subió al 6,4% en agosto desde el 6,1% de julio.

En el centro del debate, aun así, sigue en lo energético, pero España parece ir por algo de mejor camino que en meses anteriores. Sobre todo, en comparación con una Europa que teme a problemas de provisión en invierno. Y, ya se sabe, el miedo es amigo de la inflación, la alienta. Apurados están en Bruselas por buscar alguna estrategia de consenso. Rusia parece esperar al invierno para mostrar toda su fuerza.

Puede que el verano español haya sido confuso con este panorama, dado que el bullicio turístico no parece compatible con una situación de tensión en los precios. Aun así, es difícil comprar algunas historias que circulan. Esas que sugieren que hemos sido irresponsables y echado el resto por unas vacaciones excesivamente anheladas. Que critican que hemos sido inconscientes y llegaremos al invierno con muchas menos posibilidades de gasto. Está por ver. Lo único que muestran los datos es que se han retomado niveles de 2019 en algunas cosas y en otras no tanto. Eso rezuma normalidad. Tanto en España como en otros países, como Estados Unidos, se ha observado una diferencia entre expectativas pesimistas y elevado gasto, algo que parece explicarse porque se ha juntado la recuperación de un shock (la pandemia) con la llegada de otro (inflación elevada). Esto no es fácil de explicar con un manual convencional de macroeconomía en la mano.

Lo que sí parece que sucederá es que la persistencia de precios elevados y la caída de expectativas empresariales y del consumidor se acabará notando. El otoño será más mustio y, aun así, los precios no bajarán de golpe. La caída de la actividad comenzaremos a verla en algunos indicadores en las próximas semanas en España y en muchos otros lugares. Al parecer, ya se apreció en algunos sectores en agosto. Los pedidos industriales se redujeron y poco a poco lo hacen las previsiones de venta de muchas empresas españolas. La inflación no bajará de golpe, no será fácil. 

La posición europea, ahora mismo no demasiado cohesionada, será crucial. En España ahora los precios de la energía siguen siendo muy elevados, pero menos que en otros países vecinos. Parecen funcionar, al menos parcialmente, algunas medidas. Nuestro país comenzó el verano por encima de la media de la eurozona en tasas de inflación. La parte de presión energética va remitiendo, pero en otoño e invierno habrá que estar muy atentos al entorno geopolítico. El ajuste del gasto acabará llegando. El consenso (variable estos días como nunca) es que la inflación comenzará a remitir en los dos últimos meses del año, pero terminará en cotas elevadas. Habrá que esperar a 2023 para tener algo de alivio. Vuelta de curso complicada, sin duda.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El mercado de trabajo está cambiando: cada vez el trabajador tiene más poder

¿Qué está pasando en el mercado de trabajo? Silenciosamente, sigilosamente y sorprendentemente, las cosas están cambiando mucho sin que nos enteremos bien del todo. Solo un dato: en la primera mitad de 2022 más de 30.000 personas renunciaron en España a su trabajo de forma voluntaria. La cifra más alta de la historia.

En EEUU esto ya es un problema al que se ha denominado la 'Gran Dimisión', por la que en 2021 50 millones de trabajadores dejaron su empleo. Y parece que poco a poco se va contagiando a España.

Y parece una contradicción, de hecho lo es. Porque el mercado de trabajo no está para tirar cohetes y se esperan despidos en los próximos meses ante la posible recesión. Pero está claro que algo pasa cuando en España hay alrededor de 1 millón de puestos de empleo que no se cubren.

Por lo tanto, vemos cómo el trabajador cada vez tiene más confianza y va cogiendo más fuerza frente a la empresa, ya que ahora son ellos los que se van o se rebelan ante lo que consideran injusto o no les convence.

El mejor ejemplo lo tenemos en Apple ahora mismo. Que una de las empresas más importantes del mundo tenga a sus trabajadores en contra de volver a la oficina el 5 de septiembre después de llevar dos años de teletrabajo. Aseguran que han hecho un excepcional trabajo desde sus hogares y se resisten a volver, puesto que saben que eso significa renunciar a calidad de vida.

Otra muestra muy clara de esto la estamos viviendo este verano en Ryanair y otras aerolíneas, que han puesto en jaque la temporada turística de sus compañías al declararse en huelga cansados de unas condiciones de trabajo muy mejorables.

El trabajador coge la sartén por el mango

Parece pues que se acabó eso de que el jefe manda. Ahora el empleado ya no se aguanta, no es sumiso, no se conforma. En una sociedad que se ha visto azotada por numerosas crisis y cambios brutales en solo unos años, el mercado de trabajo se ha transformado en algo que ya no solo sirve para ganar un sustento; ahora es un motivo de vida. Y si no te sientes realizado, te vas.

Es decir, ya no se lleva eso de encontrar un trabajo y pasarte toda tu vida en él al considerarlo un privilegio. No, ahora lo que se considera un privilegio es poder vivir de tu pasión, y si eso no se consigue, se busca el cambio.

Inconformismo y ganas de experimentar cosas nuevas han sido una mezcla muy nefasta para las empresas. Sobre todo en algunos sectores, como el tecnológico o científico, donde escasea la mano de obra y se pagan sueldos muy elevados para atraer a los trabajadores. Y ni así, pues ya no es solo el dinero; son las condiciones.

Pero hay otro factor más que va a dar más fuerza a los trabajadores: cada vez hay menos gente en edad de trabajar. Es decir, en España, cada vez nacen menos niños, hay menos gente joven, la población va envejeciendo (ya hay 9 millones de personas con más de 60 años), y cada vez va a costar más encontrar mano de obra, y además cualificada.

Por lo tanto, aunque siguen habiendo más despidos que renuncias, la tendencia va cambiando y vamos a ver cómo las empresas flexibilizan sus políticas y empiezan a valorar a sus empleados dándoles calidad de vida y salarios dignos a cambio de que no se marchen. Porque sinceramente, ya no les importa hacerlo.

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La subida de tipos para combatir la inflación y su limitado impacto en el verdedero problema de Europa: los costes energéticos

Los tipos están subiendo en las principales economías del mundo. Las últimas novedades apuntan a que EEUU lo va a seguir haciendo este otoño y Europa también (pese a la recesión que están provocando en EEUU y la que viene en Europa).

El motivo es claro: combatir una inflación que no se veía desde los años 80. Y parece que la determinación de los bancos centrales es tan clara como en aquella época. Los tímidos intentos de los 70 en controlar los precios lo único que hicieron es que las expectativas de inflación se afianzaran en las cabezas de la gente y volver a niveles normales fue más complicado y doloroso de lo necesario. Sin embargo no está claro que simplemente subiendo los tipos se pueda combatir, en esta ocasión, la subida de precios.

Los motivos de la inflación

Elevar los tipos de interés tiene un efecto claro en los precios: frena la inversión, lo cual detrae la demanda y ante una demanda más baja los precios caen. El problema de esta estrategia es que frena la economía, y por eso los Bancos Centrales tienen que hacerlo intentando minimizar los daños a la economía.

Sin embargo en esta ocasión la subida de precios tienen mucho que ver con la subida de precios energéticos, especialmente en Europa. Y aquí la subida de tipos tiene un impacto limitado, pues hay otros aspectos que determinan la oferta y la demanda.

Ante una subida de tipos la demanda baja, pero en energía no está tan claro. La demanda energética, al menos de los hogares, es bastante inelástica: el consumo no se va a frenar porque los tipos suban. Sí que tiene un impacto los propios precios y los hogares moderarán su consumo hasta cierto punto.

En la industria la cosa es muy distinta: tiene dos opciones ante los precios más altos, o elevar a su vez los precios o dejar de fabricar. Pero el impacto de esto es simplemente el precio energético y la subida de tipos va a tener un efecto muy limitado.

Los problemas energéticos

El principal problema energético que tenemos en el mundo (y especialmente en Europa) es la dependencia del gas natural. Normalmente cuando la dependencia es del petróleo las variaciones de oferta y demanda llegan rápidamente a los precios. En cambio en el gas es más complicado, pues el suministro suele ser principalmente por gaseoducto y muy determinado por temas geoopolíticos locales (como Rusia y Europa).

El transporte de gas por barco es algo relativamente reciente, tiene un coste bastante elevado (debido a que hay que licuar y deslicuar el gas) y existe todavía una falta de infraestructura (pocos barcos, pocas centrales de regasificación, por ejemplo Alemania no tiene ninguna).

Y esto ha coincidido con unas políticas de lucha contra el cambio climático que han impulsado el uso del gas en la generación de electricidad, por ejemplo dejando de lado el carbón. Si a esto le sumamos las presiones de Rusia, tenemos un cocktail perfecto para la explosión de precios que estamos viendo.

Todo esto no se soluciona con una subida de tipos de interés. Lo único que puede hacer esta subida es hacer financieramente imposibles ciertas transformaciones de la industria y retraer la demanda destruyendo la economía.

Cambiar el modelo energético es lento y costoso. Y por tanto no se puede solucionar de un día para otro. Los precios energéticos van a seguir impulsando la inflación por mucho que suban los tipos, a no ser que suban tanto para destruir suficientemente la economía como para que la demanda energética baje significativamente y con ello los precios.

Al final la salida de esta crisis inflaccionaria va a tener más que ver con la capacidad de los Estados para abaratar el gas, ya sea con menor consumo, con más buques de transporte de gas licuado, con más centrales de regasificación, volviendo a quemar carbón o interviniendo los mercados de generación eléctrica, que con los tipos de interés.

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