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La deseada bajada de tipos de interés

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Con la reactivación de las reglas fiscales europeas y la puesta en marcha de mecanismos revisados de vigilancia de los desequilibrios presupuestarios, el manejo coyuntural de la economía pasa a depender de la política monetaria. De ahí el relativo optimismo de los mercados, que anticipaban una relajación de los tipos de interés, habida cuenta de la desescalada observada de la inflación en todos los países europeos. El BCE, sin embargo, ha enfriado estas expectativas a tenor de las últimas declaraciones de Lagarde.

La principal preocupación de los responsables monetarios parece estar en la evolución de los salarios, y no en el IPC como tal. Si bien como veremos este temor parece exagerado, hay que darle la razón a los economistas del BCE de no cometer la temeridad de extraer conclusiones precipitadas de la moderación registrada por el índice de precios (una precaución exenta de algunos análisis de mercado). Y es que la fuerte caída de los costes energéticos y de otros insumos importados se ha ido filtrando al conjunto de componentes del IPC, incluso el subyacente, sin que esto signifique necesariamente que hayamos acabado con la inflación. Para que esto último ocurra, es necesario que las dinámicas internas de la economía se vayan acercando al objetivo del 2%.

Dichas dinámicas tienen su expresión en el deflactor del PIB, principal barómetro de inflación, por incorporar los costes salariales, los beneficios empresariales y los impuestos sobre la producción. En el caso de España, por ejemplo, se estima que el deflactor del PIB se habrá incrementado un 6% en 2023 en relación a un año antes. Y en la eurozona un poco menos, un 5,6%, según las previsiones de diciembre del BCE. Si esta trayectoria persistiera, el IPC repuntaría en los próximos meses o se estabilizaría en niveles superiores al objetivo (salvo si los precios energéticos y los costes de importación se desplomaran tanto como en el pasado ejercicio, algo poco probable hoy por hoy). De ahí la cautela del banco central.

Sin embargo, los determinantes del deflactor del PIB apuntan a una moderación, de manera similar a como ha sucedido con el propio IPC. Tras la fuerte pérdida de poder adquisitivo del inicio del brote inflacionario, los agentes sociales decidieron pactar compensaciones parciales. En España, los salarios de convenio se incrementaron un 3,5% en el cuarto trimestre en términos interanuales, y en la eurozona lo hicieron un 4,7% (con datos del tercer trimestre), por encima de los valores registrados un año antes. Sin embargo, la información más actualizada muestra que las remuneraciones efectivamente percibidas por los trabajadores se están frenando. Así lo evidencian los datos de retribución media de las grandes empresas, o la plataforma de empleo Indeed, que tiende a sobrerepresentar las profesiones cualificadas que más se han beneficiado de la recuperación.


El enfriamiento de la actividad económica, o la desaparición del crecimiento en las economías del centro de Europa como Alemania donde amenaza la recesión, es también propicia a una fuerte contención del incremento de las remuneraciones y de los beneficios empresariales. Si bien algunos sectores conocen fenómenos de escasez de mano de obra, presionando la inflación salarial, otros retienen plantilla o prefieren ajustar jornada laboral ante la falta de demanda, de modo que no se vislumbra una espiral generalizada. Sin duda el BCE querrá comprobarlo durante los próximos meses, intensos en actividad negociadora.

En realidad, el principal riesgo proviene una vez más de la geopolítica, en este caso de las derivadas del conflicto en Oriente Medio. De momento la conflagración no se ha trasladado a los mercados energéticos, pero sí a los fletes marítimos, en plena escalada. Si la tendencia se confirmara, tampoco la política monetaria sería la mejor respuesta. Con todo, salvo nuevo shock externo, la desinflación se afianzará, facilitando el descenso de los tipos de interés a partir del verano y dando aire a la economía. Pero ojo con el riesgo de anticiparse.

DEUDA | La deuda de las empresas ascendía en el tercer trimestre al 65,5% del PIB, mínimo desde 2002 (la media de la eurozona en el segundo trimestre era del 68,8%). Pese a ello, conviene señalar la heterogeneidad de la situación financiera entre sectores y corporaciones, como se desprende de la central de balances del Banco de España. Asimismo, los datos del ICO apuntan a un nivel elevado de los créditos en vigilancia especial en relación a la cartera de préstamos covid. Por tanto, la persistencia de tipos de interés altos puede provocar importantes turbulencias.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El sector financiero en 2024: desde el año electoral a la IA, sin olvidar los tipos de interés

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Quizás uno de los sectores económicos que recibe
más impactos de su entorno es el financiero. Obligado, por ejemplo, a vigilar
múltiples aspectos como el estado de la credibilidad fiscal de su país de
origen. Una crisis de deuda soberana le afecta notablemente. También
incertidumbres políticas o electorales. Se comprobó en 2010-2012. Entonces
fueron mercados de capitales cerrados y una gran presión en las calificaciones
crediticias con el riesgo país en ascenso en aquellos momentos. La situación
ahora es muy distinta, más desahogada aparentemente. No obstante, este año
2024, con tantas elecciones relevantes —desde
las legislativas europeas a las americanas, pasando por muchas otras— con
probables cambios en las estrategias y prioridades políticas —la
sostenibilidad, en la que la banca juega un papel muy relevante—, será uno de
los principales ejes. Puede afectar al entorno financiero global y a su
regulación tanto doméstica como supranacional (como la de Basilea). Las
entidades financieras estarán alerta, junto a las tecnológicas y energéticas, de
los resultados de las votaciones. Otro ejemplo de esa trascendencia política es
comprobar cómo pocos sectores están tan bien representados en el Foro de Davos,
que se está celebrando esta semana, como el bancario, con significativa
representación española, botón de muestra de la importancia de su interacción
con la geopolítica internacional.

La evolución de la actividad económica, el empleo y la inflación es la cuestión de entorno que más afectará al negocio y resultados de los bancos. El debilitamiento del crecimiento económico en nuestro país en 2024 probablemente hará mella, tal vez solamente de un modo moderado, en el volumen de negocio nuevo, tanto en captación de ahorro como en concesión de créditos. Dependerá también de la evolución del precio del dinero, que seguirá siendo comparativamente elevado. El año comienza con un cierto repunte de la inflación, sobre todo por las retiradas de algunas de las ayudas por el encarecimiento de la energía y las tensiones en el mar Rojo, aún incipientes pero preocupantes. Está por ver la incidencia final de estos incidentes y si suponen realmente una escalada en el conflicto, pero ya están dando lugar a un aumento de los fletes. Eso sí, no se debe asumir que vaya a mimetizar el proceso inflacionario que se produjo en 2021-2022, mucho más global. No obstante, nos recuerda las numerosas vicisitudes que todavía quedan para llegar al nivel de referencia de la inflación para los bancos centrales (2%). Si el impacto final es solamente coyuntural sobre la inflación y esta sigue desacelerándose en los próximos meses, es probable que comencemos a ver las primeras bajadas de tipos antes de verano. Lo que ocurra con el euríbor en las próximas semanas revelará lo que el mercado haya estado descontando de la gravedad y persistencia del repunte en la inflación. Parece mantenerse como escenario más probable la bajada de tipos. Esa probable disminución de los costes financieros puede ayudar a que la morosidad permanezca bajo mínimos. Esta se ha comportado bien a pesar de la pandemia, la inflación y los conflictos bélicos, a diferencia de lo que pasó en la crisis financiera, donde una excesiva concentración en el mercado inmobiliario —en concreto a su burbuja— causó una muy elevada morosidad y una cascada de enormes pérdidas bancarias. Cuando el crédito tiene una razonable diversificación y no se han cometido excesos en su concesión ni errores de supervisión, los préstamos resisten bien, sobre todo si el mercado de trabajo también aguanta. Esto es lo que parece que ha sucedido desde 2020.

Aunque los tipos bajen finalmente, continuarán
elevados, pero el margen de intermediación de los bancos disminuirá algo en
2024 por la mayor remuneración de los depósitos y la tendencia a la baja de los
intereses del crédito. Eso sí, gracias a la morosidad bajo control y aunque
habrá inversiones tecnológicas, los resultados del conjunto de los bancos
mantendrán el buen tono de 2023, aunque difícilmente crecerán con respecto a
ese último año. El impacto del impuesto a los beneficios de la banca aminorará
ese montante, una mala noticia para incrementar reservas y para la
competitividad internacional de nuestra banca. Una cierta inconsistencia entre
el conjunto de políticas de los Gobiernos y agencias supervisoras, aun
reconociendo que ambas autoridades tienen misiones distintas: los reguladores
requieren mayores recursos propios y los Gobiernos, con estos impuestos, dañan
la capacidad interna de aumentar esa necesaria solvencia para permitir que
fluya adecuadamente el crédito.

Por último, 2024 será un año donde la tecnología nuevamente jugará un papel muy relevante en la estrategia bancaria. Las entidades financieras abrazaron la era digital hace más de 25 años. Como empresas en las que la información es la materia prima fundamental, han ido invirtiendo y apostando decididamente por las nuevas tecnologías desde entonces. Se ha llegado ahora a la nueva inteligencia artificial (IA) generativa, aún en sus inicios, pero con un potencial brutal para cambiar no solamente la forma de hacer banca, sino el conjunto de la economía y muchos usos sociales. En este año debemos ver ya algunos avances significativos en IA en banca, aunque quedará mucho potencial por delante. Tampoco se pueden olvidar los riesgos y cautelas, sobre todo en lo digital. Hay que planificar casi lo inimaginable (planing for the unplanned) para que la tecnología no tenga quiebras que nos lleven a un retroceso. Este año los ciberriesgos estarán nuevamente muy alto en las agendas. En suma, mucho potencial, pero mucho por hacer y cuidar.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El conflicto en el mar Rojo y la inflación

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La geopolítica irrumpe otra vez en la dinámica de la economía, y lo hace por su vertiente más sensible, es decir la inflación. Se esperaba un 2024 sin grandes turbulencias en materia de precios, facilitando la convergencia hacia niveles cercanos al objetivo del BCE a finales del ejercicio, siendo éste un terreno propicio a la tan ansiada relajación de la política monetaria.

Los datos más recientes eran coherentes con este escenario benévolo: diciembre cerró con un IPC plano, frente a las subidas que suelen prevalecer en el periodo navideño. También se afianzó la moderación de la cesta de la compra, gracias al ligero abaratamiento de los alimentos (una décima porcentual menos en el mes, recortando la tasa interanual hasta el 6,7%, lejos del doble dígito soportado por las familias hasta el otoño). Por otra parte, la desinflación se ha extendido: uno de cada tres componentes del IPC, el doble que en enero pasado, tiene ya una tasa de inflación inferior al 2%. A la inversa, la inflación excede el 6% para uno de cada cuatro componentes, la mitad que a inicios de 2023.   

Más allá de los altibajos
mensuales, la evolución tendencial estaba siendo favorable, a tenor del
incremento inferior al 2% observado en el conjunto del cuarto trimestre (en
concepto de tasa trimestral anualizada). Como la trayectoria ha sido la misma en
la eurozona, se acariciaba la posibilidad de una reducción de los tipos de
interés durante los próximos meses.  

Sin embargo, el riesgo de desbordamiento del conflicto entre Israel y Palestina arroja un jarro de agua fría a este panorama alentador. Ante la intensificación de los ataques hutíes a los buques mercantes que circulan por el mar Rojo, la reacción militar de una coalición de países liderada por EE. UU. no se ha hecho esperar y amenaza con provocar represalias de Irán y otros aliados de las milicias chiitas. El resultado es una parálisis de la navegación en una zona estratégica para la economía mundial por la cual transita entre el 10 y e 20% del comercio mundial de mercancías.


Se estima que, en su intento de sortear esta región el transporte entre Asia y Europa sufre entre dos y tres semanas de retraso, lo que redunda en un fuerte encarecimiento de los costes. Según el índice de precios Freightos, los fletes para esa ruta se han disparado en un 242% en los dos últimos meses. Esta es una magnitud que, de prolongarse en el tiempo, es susceptible de interrumpir el proceso de desinflación: según estimaciones del FMI fundamentadas en la experiencia pasada, la duplicación del coste del transporte genera una subida del IPC de 6 décimas.

Afortunadamente, la
sobreoferta de contenedores es un factor atenuante. Habida cuenta de la
debilidad de los intercambios mundiales, la demanda es aproximadamente un 20%
inferior a la oferta de contenedores, un desequilibrio susceptible de mitigar el
impacto del incremento de los tiempos de transporte, pero no de anularlo.

Las hostilidades también
amenazan con desestabilizar los mercados energéticos. Como algunos de los
países involucrados son grandes exportadores de hidrocarburos, los precios han
empezado a resentirse y la cotización del barril de Brent repunta ya por encima
de los 80 dólares. El impacto es todavía manejable, pero mucho dependerá de la evolución
de la conflagración y su extensión.  

Con todo, partiendo de la
hipótesis de un conflicto concentrado en el tiempo, la desescalada del IPC debería
proseguir. La reversión parcial de los recortes de IVA y de otros impuestos
instrumentados tras la guerra en Ucrania tendrá efectos puntuales, pero sin
quebrar la senda de desinflación. No obstante, en un escenario de tensiones
geopolíticas incrementadas los precios acabarán por reaccionar, con el doble inconveniente
de erosionar el maltrecho poder adquisitivo de los hogares y de constreñir el
margen de maniobra del BCE para reducir los tipos de interés. La economía otra
vez en el alambre.            

IPC | Las energías fósiles siguen siendo uno de los principales talones de Aquiles de la desinflación. Partiendo de la hipótesis de un precio del petróleo estable en torno a sus niveles actuales, se prevé un incremento del IPC del 3,2% para el conjunto del 2024, tres décimas menos que en el pasado ejercicio. Por su parte, el IPC subyacente (descontando la energía y los alimentos frescos), descendería hasta el 2,9%, menos de la mitad que en 2023. En un escenario en el que el precio del petróleo asciende hasta 100 dólares, la tasa de inflación media anual sería del 3,7%, y la subyacente del 3,3%.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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En busca de un relevo al consumo

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Los datos de crecimiento y de empleo divulgados esta semana afianzan la visión de una economía resistente ante las adversidades monetarias y geopolíticas, pero también apuntan a factores de debilitamiento a corto plazo. El consumo privado se consolida como el componente más dinámico, por el buen comportamiento del mercado laboral y los acuerdos de recuperación de poder adquisitivo de los salarios. Es también probable que las familias hayan sostenido su gasto tirando del excedente de ahorro acumulado. Otro factor es la política fiscal: el consumo público sigue expandiéndose a un ritmo superior al de la economía, situándose casi un 10% por encima del nivel prepandemia.

La inversión, sin embargo, titubea. Y el endurecimiento acelerado del crédito constatado por la última encuesta de préstamos bancarios del BCE anticipa un escenario de debilidad para los próximos meses, incluso incorporando el estímulo de los fondos Next Generation. Sorprende que, pese a semejante inyección de transferencias europeas, la inversión todavía no haya alcanzado el nivel prepandemia. De momento, las empresas mantienen su cautela, optando por reducir deuda o acumular liquidez. En septiembre sus depósitos bancarios se incrementaron en 10.600 millones de euros.  

Además, el sector exterior, potente motor de la recuperación en el pasado ejercicio, se resiente del estancamiento de la economía europea, principal fuente de ingresos del exterior. El problema radica en una menor demanda externa, y no en una pérdida de competitividad. Prueba de ello, las empresas españolas ganan terreno no solo en los mercados internacionales, sino también en el doméstico: las importaciones se contraen, a la inversa de lo que suele ocurrir en un contexto de incremento del consumo. En todo caso, las exportaciones de servicios no turísticos siguen creciendo a un ritmo elevado —situándose nada menos que un 22% por encima del nivel prepandemia— pero sin compensar la caída de las exportaciones de bienes. El turismo aguanta, si bien su plena normalización enfría las perspectivas de cara a la próxima temporada.  

Todo ello plantea la cuestión
de la sostenibilidad de la actual pauta de crecimiento. Los vientos de cola que
han impulsado el consumo de las familias se moderan, al compás del menor ritmo
de creación de empleo. La afiliación avanza, en parte por la incorporación de
mano de obra extranjera (más de medio millón de personas desde inicios de 2022,
casi la mitad del total de empleo creado). Pero se dejan atrás las cifras
excepcionales de la primavera. Los salarios también se desaceleran: la
remuneración por asalariado se incrementó un 4,2% en el tercer trimestre, casi
dos puntos menos que en el primero; esta desaceleración, unida a la resiliencia
del IPC, deja poco margen para ganar capacidad de compra en el último tramo del
año.


En cuanto al consumo público, su trayectoria futura debería reflejar la necesidad de contener los desequilibrios presupuestarios, objetivo necesario para asumir la fuerte subida de los costes de financiación del Estado que se anticipa para el próximo ejercicio.  

Ampliando la mirada, el aparato productivo emerge de la sucesión de crisis con una posición competitiva favorable, fortalecida por el potente plus de mano de obra extranjera. Este es un activo para aprovechar un hipotético cambio de tendencia de la economía europea, tal y como lo prevé el FMI para los próximos dos años. Mucho dependerá, sin embargo, del devenir de los conflictos en Ucrania y Oriente Medio y del impacto de las diez subidas de tipos de interés, cuyos efectos solo se han filtrado parcialmente a la economía. En todo caso, la reactivación europea, junto con un mayor efecto tractor de los fondos europeos, ayudaría también a desatascar la inversión en equipamiento de las empresas y la productividad, la principal pieza que falta en el puzle de la economía española. La geopolítica y las incógnitas en torno a la inversión empresarial condicionan el crecimiento y la capacidad para mejorar las cotas de bienestar social.         

HORAS TRABAJADAS | La ocupación se incrementó un 0,8% en el tercer trimestre según la EPA, un ritmo notablemente superior al de la economía (0,3%). Esta diferencia se explica buena medida por la disminución del número medio de horas trabajadas por ocupado, una tendencia registrada desde la pandemia. En lo que va de año, cada persona ocupada ha trabajado una media de 32 horas, frente a 32,2 durante el mismo periodo del año pasado y 33,4 en 2019. Esta evolución se debe sobre todo el descenso del número de horas efectivas trabajadas por las personas empleadas a tiempo completo.   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Geopolítica y economía

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No queda mucho para cerrar el cuarto año de esta década. Sin lugar a dudas, se trata de un periodo muy convulso y lleno de dificultades y “cisnes negros”. En marzo de 2020 una pandemia global que dejó todo tipo de huellas, también económicas. En febrero de 2022, Rusia ataca Ucrania, y comienza una guerra cruenta que sigue hoy. Más recientemente, el 7 de octubre, los terroristas de Hamas realizan una brutal cadena de atentados en Israel, que este país responde con fuerza. Se inicia una tensión geopolítica de gran magnitud. La incidencia social y económica del conflicto dependerá de si existe escalada o no a otros países (Irán, Siria entre otros). Estos próximos días serán críticos. La preocupación parece extrema, como ha dejado entrever la visita del presidente Biden a Israel esta semana. Las señales del mercado han sido de mayor tranquilidad que la prevista, con solamente impactos en la volatilidad y el precio del petróleo. Y también en los mercados de bonos soberanos pero que ya venían de un septiembre muy complicado.

Estos sobresaltos graves geopolíticos están afectando negativamente a la economía desde el final de la pandemia. Los problemas en la cadena de suministro global tras la vuelta a la normalidad tras el covid y el tirón de la demanda global tras más de un año de restricciones y confinamientos empujaron los precios hacia arriba. La inflación comenzó a ser un problema. Inicialmente se malinterpretó como transitorio. La guerra en Ucrania y su incidencia en el gas, petróleo, cereales y muchos otros productos generó inflación que luego se hizo persistente. Los bancos centrales comenzaron a reaccionar y de qué manera: fuertes y rápidas subidas de interés. Ahora que llevamos un tiempo con una inflación sustancialmente más baja que en 2022 —aunque con cierta tendencia a subir nuevamente— llega este último shock imprevisible con un potencial impacto de gran magnitud en la economía global, como ya tuvieron los anteriores choques. Hay que esperar. Estamos en el momento de mayor tensión. Quizás, si no hay escalada en unas semanas, lo peor en lo económico también puede haber pasado.

El entorno en el que ha llegado el nuevo conflicto en Oriente Medio ya era complejo por los efectos de las decisiones y anuncios de los bancos centrales (BCE, Fed) en los mercados de bonos soberanos, en particular el estadounidense. Esta semana ha sido muy movida para la deuda norteamericana, significativamente encarecida. La amenaza de una escalada bélica no ayuda. Que la inflación pueda repuntar por los precios de la energía, en un contexto de fortaleza económica en ese país, sugiere que la Fed puede seguir subiendo tipos. O al menos mantenerlos más altos bastante más tiempo de lo esperado. Turbulencias a la vista, de las que no se libraría la zona euro —con una notable desaceleración que puede ir a más según se sientan más los efectos de las subidas de tipos— y en el que el BCE también tendrá mucha tela que cortar en un entorno de tan difícil gestión.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La globalización y los bloques geopolíticos

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Desde el inicio de la era de globalización, Europa ha compensado la debilidad relativa de los impulsores internos del crecimiento con el tirón de los mercados extracomunitarios como China y EE UU, y la disponibilidad de materias primas importadas a precios estables. Entre los grandes países, Alemania —y en especial su industria— ha sido el gran ganador de esta etapa del capitalismo. Una etapa que sin embargo se está agotando, y esto tiene consecuencias para la economía española, negativas en lo inmediato y positivas si sabemos leer las transformaciones en marcha. 

El panorama global es cada vez más fragmentado. Las últimas perspectivas globales del FMI confirman que la globalización está dando paso a una ralentización de los intercambios internacionales, especialmente los que suceden entre bloques geopolíticos. Es decir, el comercio se regionaliza, alejándose del ideal del multilateralismo fraguado tras la caída del muro de Berlín. Así lo evidencia el parón del comercio entre la UE y el resto del mundo: las exportaciones hacia destinos no comunitarios, que se habían incrementado a un ritmo anual cercano al 5,5% en términos reales en el periodo 2000-2019, apenas crecieron ligeramente por encima del 1% en los últimos tres años. Asimismo, la inversión de terceros países en el tejido productivo europeo se ha desplomado (desde los más de 400.000 millones que entraban cada año antes de la pandemia, hasta menos de la mitad).


El panorama global es cada vez más fragmentado. Las últimas perspectivas globales del FMI confirman que la globalización está dando paso a una ralentización de los intercambios internacionales, especialmente los que suceden entre bloques geopolíticos. Es decir, el comercio se regionaliza, alejándose del ideal del multilateralismo fraguado tras la caída del muro de Berlín. Así lo evidencia el parón del comercio entre la UE y el resto del mundo: las exportaciones hacia destinos no comunitarios, que se habían incrementado a un ritmo anual cercano al 5,5% en términos reales en el periodo 2000-2019, apenas crecieron ligeramente por encima del 1% en los últimos tres años. Asimismo, la inversión de terceros países en el tejido productivo europeo se ha desplomado (desde los más de 400.000 millones que entraban cada año antes de la pandemia, hasta menos de la mitad).

En paralelo, el coste unitario de las importaciones se ha incrementado en relación al precio de los bienes y servicios que exportamos fuera de la UE. Este vuelco (o deterioro de la relación de intercambio) procede sobre todo del encarecimiento de las materias primas, entre las que destacan las energéticas. Si bien la situación ha mejorado notablemente estos últimos meses, el coste unitario de las importaciones sigue avanzando a un ritmo superior al de las exportaciones, además de mostrar una gran volatilidad, justo lo contrario de las tendencias observadas en el esplendor de la globalización. El doble shock de fragmentación y de precios relativos de las importaciones contribuye a explicar el debilitamiento de la industria europea, a tenor del nuevo bajón del indicador de actividad del sector, adentrándose en terreno contractivo. El FMI pronostica un crecimiento muy débil, o en algunos casos negativo, de nuestros principales socios europeos. 

La tendencia, que se superpone a la subida sin tregua de los
tipos de interés, es preocupante para España. Los intercambios con el
exterior han sido un factor crucial de prosperidad para nuestro
país, aportando un plus de crecimiento en momentos expansivos y atenuando las
recesiones. Las exportaciones netas aportaron directamente más de la mitad del avance
del PIB registrado el año pasado, eso sin contar el efecto de arrastre en la
inversión de equipamiento y otros agregados de demanda. Y en la crisis
financiera la política de austeridad hubiera tenido un coste aún mayor de
no ser por la resistencia del sector exterior, en particular el turismo.  

No obstante, también se vislumbran algunas oportunidades al compás de la relocalización de la industria —con efectos positivos en términos de lucha contra el cambio climático— y teniendo en cuenta nuestra ventaja comparativa en el sector de energías renovables. La profundización de la integración europea, única opción viable ante la lógica de bloques geopolíticos, nos podría favorecer como se desprende del fuerte superávit de nuestros intercambios con el resto de Europa. Se trata en todo caso de activos que conviene cuidar y poner en valor con nuestros propios recursos. Pero la desglobalización también se presta a una lectura en clave europea, porque la peor de las respuestas sería una escalada de egoísmos nacionales en el seno de la Unión. Véase la inflación de todo tipo de subvenciones e incentivos que pretenden ganar competitividad de manera espuria a expensas de otros socios. En esta disyuntiva, es necesario que los próximos comicios europeos sirvan para definir una visión de conjunto.

IPI | La
industria es el sector más vulnerable ante la ralentización de la economía
europea y los cambios en las pautas de consumo, sesgadas hacia los servicios.
La actividad retrocede, a tenor del índice de producción industrial (-1% en
junio, y -0,2% en lo que va de año). Destaca la debilidad de las ramas de
energía, bienes intermedios como la química, y bienes de consumo. Sin embargo,
la tendencia sigue siendo positiva en los bienes de equipo y los productos
farmacéuticos, mientras que el sector automotriz experimenta una remontada
desde los mínimos del año pasado.   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Efectos económicos de una pandemia

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Un cisne negro se pasea por Asia y su impacto global debe aún determinarse. El coronavirus de Wuhan es un ejemplo de manual de acontecimiento inesperado que afecta a la salud y la economía. El consumo de proteínas en los países emergentes se ha disparado a medida que su economía y nivel de vida han crecido. La interacción entre virus animales y enfermedades humanas también. Un riesgo conocido, pero desgraciadamente cada vez más frecuente. Puede que se frene, pero también hay un riesgo de que se convierta en una pandemia mundial. La experiencia anterior más similar fue la del virus Sars en 2002-2003. Desde entonces han mejorado los mecanismos de prevención y la reacción ante alertas sanitarias en todo Asia. En países como Corea del Sur, he podido apreciar personalmente hace unos días que, a pesar de que la incidencia es casi nula, los mensajes públicos en redes y medidas sanitarias son considerables.

Lo que ahora se maneja es una importante incertidumbre que ya tiene un impacto económico negativo significativo. Hasta la fecha, las consecuencias de este tipo de eventos no se han extendido más allá de unos meses. No es un gran alivio, en todo caso, porque si el coronavirus se convierte en una pandemia, los efectos pueden ser graves en un momento de cierto decaimiento. La resistencia de una economía global débil en 2020 pasa por la evolución de la economía china y el coronavirus no ayuda. Los primeros reflejos ya se aprecian. Han llegado por el precio del crudo. La caída de la demanda —entre otras cuestiones por menor actividad industrial y tráfico terrestre y aéreo en China— redujo el precio del barril Brent en un 6% sólo en la semana pasada.

«La experiencia dicta que podrían verse afectados los valores de las empresas emergentes, con caídas de hasta el 20%. El SARS se llevó la vida de 800 personas y tuvo un coste estimado de 50.000 millones de dólares».

Santiago Carbó

Los índices de valor y volatilidad bursátiles aún no han reaccionado a estos temores de forma apreciable. Pero en los foros de análisis de mercado el riesgo de contagio está en todas las bocas. Si éste y otros peligros geopolíticos —como las tensiones con Irán— no se reflejan más en los mercados es porque estos están más pendientes de los bancos centrales. La laxitud de la política monetaria parece haber mermado la capacidad de emitir señales de alerta.

Si se llega a una pandemia, la experiencia dicta que podrían verse afectados los valores de las empresas emergentes, con caídas de hasta el 20%. El SARS se llevó la vida de 800 personas y tuvo un coste estimado de 50.000 millones de dólares. Ya hay más de 40 millones de ciudadanos chinos aislados pero algunos analistas temen que este círculo de protección haya llegado tarde. Se ha reavivado del debate en la comunidad médica sobre si el uso masivo de antibióticos en granjas animales está teniendo un efecto negativo en los niveles de inmunidad de los humanos. A favor de evitar la extensión pandémica juega la mejora en los mecanismos de prevención. En contra, que este virus tarda cinco días en manifestar sus síntomas y que sobre su origen hay hipótesis, pero no aún una confirmación oficial.

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