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La desregulación de los criptoactivos: ¿qué puede salir mal?

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Desde la reelección de Donald Trump en noviembre de 2024, el mercado de criptoactivos ha experimentado abundantes y marcadas fluctuaciones, en gran parte siguiendo la estela de las iniciativas de desregulación en Estados Unidos. También afectan cambios legislativos de otros países (por ejemplo, El Salvador). Como contrapeso aparece la Unión Europea, que mantiene normas mucho más estrictas. Estas disparidades entre jurisdicciones prometen un periodo de vértigo en un mercado con tan elevado riesgo y volatilidad. Todo ello ha influido en la evolución de las cotizaciones de criptoactivos, incluyendo a Bitcoin, y ha tenido implicaciones globales en los mercados financieros.

El contraste entre lo que está ocurriendo en Estados Unidos y Europa queda reflejado con las últimas decisiones en ambas demarcaciones. Hace unos días, la Administración Trump anunció la creación de una reserva estratégica de criptomonedas, incluyendo activos como Bitcoin, Ether, XRP, Solana y Cardano. Representa un cambio notable en la política gubernamental hacia una participación activa en la economía cripto, lo que podría acelerar la adopción institucional de los criptoactivos allí. Por su parte, la Unión Europea continúa con un enfoque más regulador y garantista con la puesta en práctica del Reglamento sobre Mercados de Criptoactivos (MiCA), cuya aplicación en totalidad se materializó a finales de diciembre de 2024. MiCA abarca requerimientos de transparencia y protección al inversor, así como medidas para evitar conductas de abuso de mercado.

El mercado de estos activos digitales, como era esperable, ha mostrado volatilidad en los últimos meses. Tras el anuncio de las reservas estratégicas de criptomonedas por parte de EE UU, el bitcoin se disparó, superando los 100.000 mil dólares en diciembre de 2024. Sin embargo, esa euforia inicial se desvaneció con rapidez, y bajó su cotización en torno a un 20%, que es donde permanece en la actualidad, sobre los 80.000 dólares. Estos vaivenes reflejan la sensibilidad de este mercado a las políticas gubernamentales y a las expectativas de los inversores. Aunque las iniciativas de desregulación pueden generar optimismo a corto plazo, también pueden aumentar los riesgos asociados a la falta de supervisión y protección al inversor.

La desregulación de los criptoactivos en Estados Unidos debería preocupar y mucho más ya que plantea riesgos de calado. En particular, la ausencia de una supervisión adecuada puede dar lugar a actividades fraudulentas, manipulación del mercado y una mayor exposición de los inversores a activos de una volatilidad excesiva. Además, la falta de transparencia en las normativas que se aprueban o anuncian puede dificultar la adopción institucional y la integración de los criptoactivos en el sistema financiero tradicional. La falta de un enfoque coordinado a escala global puede dar lugar a arbitraje regulatorio (transacciones financieras diseñadas para capturar oportunidades de ganancias creadas por diferentes regulaciones o leyes), donde los intermediarios de estos mercados operan en jurisdicciones con regulaciones más favorables, con implicaciones para la estabilidad financiera global.

El elevado riesgo de volatilidad puede alcanzar espacios que hasta ahora fundamentalmente se afectaban a los inversores. Privados. Y eso aumenta los riesgos notablemente, incluidos los sistémicos. La posibilidad de que la Fed o las administraciones públicas estadounidenses, incluidas sus haciendas –como ya han comenzado en más de 15 estados–, mantengan determinados criptoactivos como reservas es un territorio inexplorado de consecuencias imprevisibles. Lo que muchos tenemos claro es que estos activos, por su volatilidad, elevado riesgo y poca transparencia no son adecuados para ser refugio de inversiones. Por otro lado, se quiere dar mayores posibilidades de tenencia o gestión de estos activos a las entidades financieras. Aquellas que ofrezcan productos relacionados con criptomonedas, como cuentas de inversión en criptoactivos o préstamos respaldados por estos activos podrían enfrentarse a importantes pérdidas debido a la comentada volatilidad extrema del mercado.

Asimismo, una excesiva desregulación podría permitir que algunas entidades financieras ofrecieran servicios de custodia sin estándares de seguridad adecuados, lo que aumentaría el riesgo de fraudes de todo tipo, con el riesgo de que queden expuestos a litigios y problemas de cumplimiento normativo en el futuro. Por último, el riesgo sistémico está ahí. Si es una gran entidad financiera la que sufriera pérdidas significativas por su actividad en criptoactivos, se podrían generar efectos en cadena en el sistema financiero, como ocurrieron en crisis financieras pasadas. La falta de una supervisión adecuada podría incentivar a los intermediarios financieros a asumir riesgos excesivos sin mecanismos de control efectivos.

Otros riesgos incluyen, por ejemplo, el aumento de la actividad ilegal dentro del ecosistema cripto. La eliminación de controles regulatorios estrictos en EE UU podría facilitar el blanqueo de capitales. Por su parte, si estos activos digitales se consolidan como una alternativa viable a la banca tradicional, las entidades podrían ver una reducción en los depósitos y, por tanto, de su capacidad de conceder crédito y mantener la estabilidad financiera. En definitiva, la desregulación puede incentivar la innovación financiera –algo que es importante, sin duda– pero también aumenta significativamente los riesgos sistémicos del sistema financiero y la economía en general. Y de esos riesgos y cautelas se está hablando muy poco en EE UU. Son necesarios el diseño y la coordinación internacional de estrategias de los reguladores que permitan aprovechar los beneficios de esta tecnología sin comprometer la estabilidad financiera global. Sin embargo, los tiros no parecen ir por ahí. 17 años después del caos de Lehman Brothers y lo que vino después, se vuelve a jugar con fuego. ¿Qué puede salir mal?

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El secreto de la pirámide

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La historia de FTX es la de un balance contable imposible. Una compañía con 900 millones de dólares en activos y 9.000 millones de pasivo. Un disparate numérico que solo es posible en una industria no regulada y, probablemente, salvaje. En la caída de esta bolsa de negociación de criptoactivos se han observado otros despropósitos como apropiación de fondos de clientes, o activos de dudosa procedencia o valor. Incluso algunos a todas luces inventados. Este sí que parece el secreto de la pirámide, pero no el que trataba de resolver Sherlock Holmes en la entretenida película de Barry Levinson de 1985, sino un esquema piramidal en el sentido más fraudulento. Binance, otra estrella del firmamento cripto, iba a adquirir FTX, pero un simple proceso de due diligence (auditoría muy detallada) indicó que comprar humo a precio de oro no es una opción sensata.

La cuestión es que mientras el mundo de las criptomonedas se tambalea, parece conveniente recordar que sus principios inspiradores se han esfumado. Cuando se creó bitcoin, su famoso y ya mítico documento de apoyo señalaba que la moneda nacía para acabar con un sistema monetario basado en instituciones financieras, además de para reducir el fraude y proteger a los consumidores. Y aquí estamos… Bitcoin ha perdido más del 70% de su valor respecto a hace un año. El resto de las criptomonedas ha seguido una suerte parecida, incluidas las consideradas “estables” (aquellas que tratan de mantener una paridad con una moneda fiduciaria).

Es posible que muchos sigan pensando que el caso de FTX es solamente una excepción que empaña al resto del criptomercado. Sin embargo, estafa aparte, revela la dificultad de establecer la propuesta de valor que hay detrás de gran parte de la oferta de estos productos. Las tecnologías de registro distribuido (como blockchain) dan soporte a esta industria, pero ya quedan atrás aquellos momentos de euforia inicial en los que se pensaba que podrían servir para todo, desde establecer contratos seguros de forma rápida a escala internacional (algo que es posible) hasta curar enfermedades (algo, cuando menos, exagerado). El problema es que si separamos la tecnología (registros descentralizados) del activo (monedas, tokens) el segundo se queda más a la vista que un rey desnudo, aunque algunos solo quieren seguir viendo la realeza y no la crudeza de las carnes expuestas.

Para los que mantienen la base de la pirámide, mientras los de arriba se derrumban o hunden, tengan en cuenta que el caso de FTX no es el único de sonoros fracasos e inversores dejados en la estacada estos días. Otros ya reportados incluyen Hotbit, Hodlnaut, Invictus Capital, Vauld, Voyager y un largo etcétera. Una vez que la época de tipos de interés negativos se despide, la excentricidad pone a la tecnología en su sitio y a la imaginación sin valor de respaldo en el suyo. La gran oportunidad de las empresas tecnológicas de entrar con éxito en el negocio financiero a corto y medio plazo puede estar evaporándose. Para el largo plazo, si desean entrar, harán falta propuestas de valor sin posibilidad de fraude y más allá de metaversos y criptos piramidales.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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No minusvalorar el efectivo

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El pasado fin de semana conocimos una propuesta que pretende introducir un nuevo tope al pago en efectivo en 1.000 euros e incluso que el uso de billetes y monedas desaparezca progresivamente. Los límites para el pago persiguen reducir la evasión fiscal y promover el uso de medios electrónicos. Puede entenderse, incluso, como una promoción de la cultura de la digitalización, de la que soy firme y continuo defensor. Pero que el efectivo desaparezca no es una buena idea. El propio Banco Central Europeo ya ha contestado que no se puede prohibir su uso, ya que los billetes y monedas son de curso legal. En términos prácticos es, además, tremendamente costoso. La eliminación del billete de 500 euros —que ya no se emite— está llevando mucho tiempo.

El argumento se puede llevar más lejos. No es que el efectivo no vaya a desaparecer. Es que no es conveniente que lo haga, incluso en pleno siglo XXI. Ni siquiera todos los falsos rumores sobre cómo los billetes y monedas podían transmitir la covid-19 —que un gran número de instituciones, BCE incluido, se han encargado de desmentir— han frenado su circulación en la eurozona. En febrero sumaban 1,31 billones de euros, en marzo 1,34 y en abril 1,36. La última estimación paneuropea publicada en 2017 por el banco emisor señalaba que el 79% de los pagos en comercios seguía realizándose en efectivo en la eurozona. La diversidad de medios de pago en un mundo cada vez más digital es esencial y permite la elección individual y la inclusión social. Muchos ciudadanos —por edad, situación social, localización o sector de actividad— prefieren pagar con efectivo. No pueden hacerlo de otro modo y una prohibición los excluiría del sistema. En países como Estados Unidos o Suecia ha habido una contestación importante a ciertos intentos de prohibición del efectivo que se han entendido como un veto a la libertad económica y una amenaza de exclusión financiera. El efectivo es también el único medio disponible ante desgraciados eventos que siguen siendo frecuentes, como catástrofes naturales o apagones.

«El mundo es nuevo y su digitalización imparable y con múltiples efectos provechosos de conveniencia y agilidad en la esfera de los pagos. Pero esta tragedia revestida de experimento social que hemos vivido con la covid-19 nos ha enseñado algo: todos los sistemas de pago son útiles».

Santiago Carbó

Otro error típico es pensar que acabar con el efectivo pondría fin al fraude. El que se realiza con efectivo está disminuyendo a una media del 1,7% anual en todo el mundo desde 2014, mientras que el acometido con tarjeta está aumentando a una media anual del 16,2%. Para luchar contra el fraude son necesarias otras apuestas más decididas, en el ámbito de la inspección y control. Asimismo, suplantaciones de identidad o ciberataques son hoy un quebradero de cabeza. Y los problemas más graves, de terrorismo o blanqueo, se canalizan cada vez más por medios como criptomonedas. El mundo es nuevo y su digitalización imparable y con múltiples efectos provechosos de conveniencia y agilidad en la esfera de los pagos. Pero los nuevos modelos tampoco son inmunes a otros problemas. Si esta tragedia revestida de experimento social que hemos vivido con la covid-19 nos ha enseñado algo es que todos los sistemas de pago son útiles. No tiene sentido minusvalorar el efectivo.


Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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