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El crecimiento del PIB supera las expectativas, pero su composición arroja dudas

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CNTR | IVT 2023


El PIB del cuarto trimestre sorprendió con un ascenso del 0,6%, según cifras preliminares, lo que, unido a las revisiones de los resultados de los trimestres anteriores (algunos al alza y otros a la baja), deja el crecimiento del conjunto de 2023 en un 2,5%.

Dicho crecimiento trimestral procedió fundamentalmente de la acumulación de inventarios, que aportaron cuatro décimas de crecimiento, y del consumo de las AA.PP. El crecimiento del consumo privado fue moderado, un 0,3% y la formación bruta de capital fijo —la variable más débil de la etapa post pandemia— registró una nueva caída. La aportación del sector exterior fue también modesta, 0,2 puntos porcentuales.

Por el lado de la oferta destacó
positivamente el crecimiento de la actividad industrial, pero la mayor
aportación al crecimiento procedió del sector de Administración Pública,
sanidad y educación. El resto de servicios tomados en su conjunto sufrieron una
caída de su VAB en el cuarto trimestre.

 En cuanto a los resultados del conjunto de 2023, el componente de la demanda que más creció fue el consumo de las AA. PP., un 3,8%, una tasa superior, incluso, a la registrada en 2020. El consumo privado avanzó un 1,8%, la inversión en construcción un 2,2%, y la inversión en bienes de equipo sufrió una caída del 1,6%. El sector exterior aportó 0,8 pp a la tasa de crecimiento, procedente de las exportaciones netas de servicios, tanto turísticos como no turísticos.

Por el lado de la oferta, las cifras anuales reflejan también el elevado peso de las AA. PP. en el crecimiento —su VAB creció un 3,1%—. El resto de servicios, sin embargo, fueron los que más aportaron, con un ascenso del 3,2%. Es muy destacable la positiva evolución de la actividad manufacturera, que creció un 3,3%, mientras que la construcción avanzó un 1,9%.

En cuanto al empleo, en 2023 se
incrementó más el número de ocupados que el de horas trabajadas, de modo que la
productividad por ocupado se redujo un 0,7%, mientras que la productividad por
hora trabajada aumentó un 0,6%. Con respecto a los niveles de 2019, la
productividad por ocupado fue un 1,3% inferior, y la productividad por hora
trabajada fue un 1,4% superior.

El crecimiento del PIB español contrasta con los resultados de la eurozona, donde el PIB registró un crecimiento nulo en el cuarto trimestre, y un 0,5% en el conjunto del ejercicio. Si comparamos el PIB de 2023 con el de 2019, la eurozona se halla un 3,2% por encima —aunque, si excluimos Irlanda, el incremento es del 2,4%—, frente a un 2,5% en el caso del PIB español. No obstante, la composición de dicho crecimiento es muy diferente: en España, en comparación con la eurozona, ha tenido un elevado protagonismo en dicho crecimiento el consumo de las AA. PP., que se encuentra un 11% por encima del nivel prepandemia, junto al sector exterior, mientras que el consumo privado está aproximadamente al mismo nivel que en 2019, y, la inversión, por debajo, al contrario de la zona euro, donde ambas variables superan los valores previos.

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La resiliencia del empleo en la era pospandemia

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Uno de los rasgos de la evolución de la economía española en el periodo pospandemia ha sido el positivo comportamiento del empleo. El número de ocupados supera el anterior a la crisis sanitaria desde finales del pasado año, y a lo largo de este año ha seguido creciendo, a pesar de que el PIB aún no ha recuperado el nivel de 2019, y a pesar de un contexto extremadamente desfavorable de inflación y crisis energética.

Es cierto que una parte importante del empleo creado ha sido empleo público, pero el empleo privado, medido a través del número de afiliados a la Seguridad Social, era en el tercer trimestre superior en 550.000 al del mismo trimestre de 2019. Y si excluimos el sector agrícola, único gran sector donde sí se ha registrado una caída en el número de ocupados, el incremento ha sido de 608.000.

Es probable que una parte de dicho crecimiento sea empleo sumergido que ha aflorado tras la pandemia, y, por tanto, no sería creación de empleo nuevo. No es posible saber con precisión a cuánto puede ascender su cuantía, solo podemos hacer estimaciones indirectas. El Plan Presupuestario presentado por el Gobierno en octubre recogía un cálculo, según el cual el empleo aflorado podría ascender a 285.000. Descontando esta cifra, aún se habrían generado unos 323.000 nuevos empleos en el sector privado no agrícola. Al mismo tiempo, numerosos sectores productivos reportan severas dificultades para cubrir sus vacantes.

Otro desarrollo positivo de este periodo es que prácticamente todos los trabajadores que se acogieron a los ERTE durante la crisis sanitaria han sido ya reabsorbidos, desmintiendo los temores iniciales a que una parte importante de ellos estuvieran condenados a perder su puesto de trabajo por la inviabilidad de sus empresas tras meses de restricciones.

A diferencia de lo ocurrido con el número de personas ocupadas, el número total de horas trabajadas ha descendido, aunque ligeramente: en el tercer trimestre era un 0,8% inferior a la cifra prepandemia. Esto significa que el número medio de horas trabajadas por ocupado se ha reducido. Podría pensarse que la explicación a esta evolución divergente de las horas trabajadas y el número de empleos se encuentra en que los nuevos puestos de trabajo son a tiempo parcial, pero no es así. Tanto las cifras de la Encuesta de Población Activa como las de afiliados arrojan un descenso en el número de empleos a tiempo parcial, de modo que todo el empleo neto creado a lo largo de este periodo ha sido a tiempo completo.

En cualquier caso, pese a su ligero descenso, la evolución de las horas trabajadas ha sido mejor que la del PIB, ya que este aún se encuentra un 2% por debajo del nivel de 2019, y sigue siendo destacable que las empresas españolas hayan incrementado sus plantillas sin que el número de horas se haya recuperado. También resulta llamativo este descenso en el número medio de horas trabajadas por ocupado cuando existe escasez de mano de obra. A su vez, esta escasez parece, en principio, difícil de conjugar con una tasa de desempleo de dos dígitos. En suma, la evolución del mercado laboral está conformada por un conjunto de piezas que no sabemos muy bien como encajar entre sí.

La buena marcha del empleo y la escasez de mano de obra pese al complicado contexto actual no es algo exclusivo del mercado laboral español, sino que es un fenómeno generalizado en los países de nuestro entorno –en la eurozona la tasa de paro se encuentra en su mínimo histórico–, si bien en otros países el crecimiento del empleo pospandemia no ha estado desligado del crecimiento de la actividad económica, ya que prácticamente todos han recuperado, y superado, el PIB de 2019. El principal rasgo distintivo de España es que el buen comportamiento del mercado laboral coexiste con una recuperación incompleta del PIB.

Según el avance de datos de afiliación comunicado por el Ministro de Inclusión, la tendencia favorable se mantiene en noviembre, pese a que hay indicios de que la economía puede haber entrado ya en recesión. Esta fortaleza del empleo –aunque no sepamos muy bien cómo explicarla– supone un elemento de optimismo de cara a la crisis que se avecina. Unido a la posibilidad de recurrir a los ERTE, el hecho de que en muchas actividades las plantillas son ahora mismo insuficientes, y la inexistencia –a diferencia de la crisis de 2008– de una burbuja que haya elevado la actividad por encima de lo sostenible, permite concebir la esperanza de que el impacto de la crisis energética sobre el empleo sea poco relevante, al menos en 2023, y siempre que no se agudicen las tensiones en los mercados energéticos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión.

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Sin miramientos

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Lo ha vuelto a hacer. Este miércoles la Reserva Federal de Estados Unidos ha subido sus tipos de interés 0,75 puntos por cuarta vez consecutiva, situándolos en un 3,75%. Además, no parece que esta senda de incrementos del precio del dinero haya visto el final ni de cerca. Sin contemplaciones contra una inflación incesante y desbordante. Todo ello a pesar de que en Estados Unidos las cosas van mejor en crecimiento de precios (último dato, 8,2%) comparado con la eurozona (con un 10,7%). Lo que parece claro es que la hoja de ruta elegida es seguir subiendo los tipos de interés —incluso de forma tan marcada— hasta que haya señales inequívocas de que se está empezando a “domar” la inflación, cueste lo que cueste. Esto es, arriesgando a tener una recesión de duración desconocida.

El escenario optimista hace año y medio era que la inflación sería temporal. Luego se pasó a considerar que tenía un carácter más permanente. Posteriormente, y hasta hace poco, se deseaba reducir el crecimiento de los precios sin causar recesión (si era posible). Hoy, asumiendo ya casi todos los análisis que habrá caídas del PIB, el panorama menos doloroso es que se controle la inflación evitando que la recesión sea duradera. Ya no se considera, al parecer, garantizado —aunque siga siendo el escenario central— que la recesión vaya a ser necesariamente corta en el proceso de reducción de la inflamación de los precios.

La Reserva Federal y otros bancos centrales siguen apretando las tuercas porque creen, por un lado, que no se “pasarán de frenada” y no causarán una recesión duradera o grave. Además, actúan de esta manera porque ven señales de que la economía no termina de enfriarse. Los datos del mercado de trabajo siguen siendo robustos, sobre todo en Estados Unidos, y además la recesión técnica tampoco se ha producido aún. Por otro lado, el cierto rally en la renta variable de las últimas semanas inquieta a las autoridades monetarias, cuando todavía no se han hecho con las riendas de los precios. Por último, el que la inflación subyacente (la que se calcula sin productos frescos ni energía) no haya comenzado a bajar comienza a preocupar, ya que el crecimiento de los precios está llegando notablemente a actividades económicas con baja intensidad energética, como son los servicios.

Una cuestión más. Estados Unidos y la eurozona se distancian en la estrategia. Hay una cierta batalla entre “ortodoxia monetaria” (que ambos lados del Atlántico aplican, con mayor o menor éxito) y “la expansión fiscal”. En Estados Unidos puede acabar equilibrándose y los mercados esperan una señal sobre ello. Sin embargo, la eurozona va por otro camino: Alemania gastando 200.000 millones para cubrir costes de energía es una señal para que los precios no dejen de subir. Por otro lado, la visión temporal de las batallas es también diferente: en Estados Unidos siguen esa receta de que una bajada de la inflación cada mes es una victoria y no quieren sorpresas como las que se han producido en la eurozona con el último dato de precios.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Ataduras y oportunidad del BCE

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Esta semana, otra reunión clave del Banco Central Europeo. Sucede en un contexto de mayor y más persistente inflación y de mensajes renovados de sus responsables. Ahora ya hablan abiertamente de varias subidas de tipos de interés. Parece que será en julio cuando se producirá ese primer aumento de los tipos oficiales. Sin embargo, se abren muchos interrogantes. El primero de ellos es palpable, la reacción de los inversores y el comportamiento de los tipos en el mercado no han esperado a las decisiones del BCE. Llevan subiendo meses, también los de los bonos soberanos, con un despegue de las primas de riesgo.

Otra preocupación es hasta dónde llegarán los bancos centrales, en particular el BCE, para controlar la inflación. Si será suficiente unas pocas subidas para bajar los crecimientos de los precios o si serán necesarias más ya en 2023, si la inflación continúa arreciando. Este segundo escenario, claramente más negativo, nos puede llevar a una recesión, ya que habría que subir los tipos de interés lo suficiente hasta lograr controlar la inflación. Como buena parte de la subida de precios se explica por el lado de la oferta y costes, ahí puede ser menos efectiva la política monetaria. Aun así, a los bancos centrales no les quedará otra que subir tipos para evitar que se anclen entre los agentes económicos unas expectativas inflacionistas duraderas.

Capítulo aparte para la deuda soberana. La gran atadura para los bancos centrales, pero sobre todo para el BCE desde 2012. Ya se está notando, sobre todo en las primas de riesgo italiana y griega, pero también lo notan la española y portuguesa, en un marco de crecimiento generalizado de las rentabilidades de la deuda. Supone un aumento de los costes financieros para los Estados. Se habla estos días que el BCE está diseñando el mecanismo para evitar que se desboquen las primas de riesgo y costes financieros de los países más vulnerables. Pronto conoceremos más detalles. Estamos a tiempo de evitar una fragmentación financiera en la eurozona como la de 2010-2012.

En todo caso, sería bueno que ese mecanismo viniera asociado a un fuerte compromiso por parte de Bruselas y países miembros con la recuperación de una senda de ajuste fiscal con credibilidad. Monetizar déficits públicos no es una buena idea. Va a requerir un buen trabajo de Fráncfort, Bruselas y los gobiernos nacionales. Ese mecanismo debe ser compatible con la lucha contra la inflación y no se puede olvidar que aquí puede hacer falta hacer un “whatever it takes” —emulando a Draghi—, pero ahora al revés, subiendo tipos oficiales y endureciendo las medidas monetarias hasta evitar los embates de la inflación.

En una interpretación positiva, es posible que la vuelta a rentabilidades mayores pueda hacer más atractiva la economía europea, que en los últimos decenios ha despertado menos interés entre los inversores. Los cambios de los últimos meses en el orden global pueden ser una nueva oportunidad para aumentar los alicientes económicos de Europa, que ahora sí parece actuar como una unidad. Hay tareas arduas para todos, pero el papel del BCE y su credibilidad serán muy importantes.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El ahorro acumulado impulsa la recuperación

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La recuperación de la economía se reanudó en el segundo trimestre de este año, tras la interrupción sufrida en el último trimestre de 2020 y el primero de 2021 a consecuencia de las sucesivas olas de la pandemia. Según las cifras avanzadas por el INE, el crecimiento del PIB con respecto al trimestre anterior ascendió al 2,8%, más de lo esperado. De confirmarse este resultado —se trata de cifras provisionales que pueden estar sujetas a posteriores revisiones—  la economía habría recuperado en torno al 70% del PIB perdido.

El crecimiento ha sido mayor que
en el conjunto de la eurozona, que registró en el mismo periodo un avance del 2%,
aunque debido a la mayor magnitud de nuestra caída inicial, nuestro PIB aun se
encuentra un 6,8% por debajo del previo a la crisis, frente a un 3% en el caso
de la eurozona. Aunque nuestro país será el que más crezca este año, también será
el que, al final del mismo, más lejos se encontrará de los niveles de PIB anteriores
a la pandemia. Esto se debe, principalmente, a la enorme brecha que ha dejado
la caída del turismo exterior, el elemento más afectado por la crisis y el que
más tiempo va a tardar en recuperar la normalidad.

Gráfico 1

Gráfico 2

El crecimiento del segundo trimestre se apoyó sobre la vigorosa expansión del consumo privado, propulsado por la bolsa de ahorro acumulada durante la pandemia. Ese consumo parece haberse dirigido fundamentalmente a los servicios, una vez eliminadas las restricciones a la movilidad y relajadas las limitaciones a la actividad de ciertos sectores tras el final del estado de alarma. Esto ya era avanzado por varios indicadores que experimentaron un fuerte despegue a partir de mayo, como las pernoctaciones en hoteles de residentes en España o el tráfico aéreo de pasajeros. Así, las ramas sectoriales que más crecieron fueron precisamente las de comercio, transporte y hostelería y las actividades artísticas y culturales.

Pese a haber sido estos últimos sectores
los más golpeados por la crisis según cualquier métrica que utilicemos, no son,
según las cifras de contabilidad nacional, los que más lejos se encuentran en estos
momentos de recuperar los niveles de actividad previos a la crisis, sino,
sorprendentemente, la construcción, que, según dichas cifras, ha caído de forma
ininterrumpida durante los tres últimos trimestres. Algo muy difícil de
entender, puesto que la construcción es, precisamente, el único sector que no
solo ha recuperado, sino incluso superado, el nivel de empleo anterior a la pandemia,
tanto si medimos este en número de horas trabajadas, como en número de
afiliados efectivos, o en ocupados según la EPA.

En cuanto a las perspectivas para la segunda mitad del año, la expansión de la variante Delta supondrá una recuperación algo más lenta de lo que podría haber sido sin ella, pero no la hará descarrilar. Todas las previsiones apuntan a un crecimiento en el tercer trimestre más intenso incluso que en el segundo, siempre que no se restauren las restricciones a la movilidad, lo cual no parece probable dada la menor gravedad de la nueva ola de la pandemia gracias al avance en la vacunación. Este mayor crecimiento esperado se explica fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar, en el segundo trimestre hubo un mes, abril, de baja actividad debido a la persistencia de las restricciones, mientras que la libertad de movimientos será completa en todo el tercer trimestre. En segundo lugar, la liberación del sobreahorro acumulado seguirá ejerciendo un fuerte impulso que se reflejará especialmente este verano en la expansión del turismo nacional.

La variable ausente será, por tanto, el turismo internacional. Este también comenzó a despegar a partir de mayo, y las perspectivas de cara al verano eran muy alentadoras gracias a la vacunación. Hasta que llegó la variante Delta. Ahora mismo su evolución es muy incierta, pero está claro que es la variable que más tardará en recuperarse, lo que tendrá también implicaciones desde una perspectiva territorial: las comunidades autónomas más dependientes del turismo exterior serán las que más tiempo sufrirán las consecuencias de la crisis.


OCUPADOS | Los resultados de la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre también han sido mejores de lo esperado. El número de ocupados creció, en términos desestacionalizados, un 0,8%, y el número de horas trabajadas, en los mismos términos, en torno a un 5%. La tasa de actividad, que se desplomó al inicio de la crisis debido a la dificultad de buscar empleo como consecuencia de las restricciones –lo que hizo que muchas personas dejaran de contar como activas– ha vuelto prácticamente al nivel anterior a la misma. La tasa de paro ha descendido hasta el 15,3%, aunque si incluimos a los trabajadores en ERTE, sería del 16,4%.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Incertidumbre radical

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Algunas de las señales precursoras de un crecimiento menos renqueante se han confirmado, y solo un nuevo “cisne negro” —como una expansión incontrolada del coronavirus desde China— podría desmentir la leve recuperación que vaticinan los principales analistas para la segunda parte del año. La confianza repunta en Europa, y se mantiene en niveles relativamente elevados en España, según el índice de sentimiento económico de enero que acaba de divulgar la Comisión Europea. Habida cuenta de la relación estrecha entre este indicador y las principales variables económicas, el crecimiento en la zona euro se acercaría a un punto de resistencia, suavizando la desaceleración en nuestro país.

Gráfico 1

Gráfico 2

La confianza se sustenta en factores que ya se habían advertido, como la tregua comercial y los esfuerzos de renovación del aparato industrial, en especial en el sector del automóvil. Y en otros que se confirman, como la resistencia que muestra el mercado laboral. La tasa de paro sigue disminuyendo en Europa, pese a estar en plena desaceleración. Y en España, según la Encuesta de Población Activa, el empleo avanzó un 0,5% en el cuarto trimestre, lo que deja la creación de puestos de trabajo en más de 400.000 para el conjunto del año. Junto con el incremento cercano al 2% del salario medio, el buen comportamiento del empleo sostiene la demanda de las familias. También destaca el aumento de la población activa en 290.000 personas, un resultado que, de prolongarse en los próximos ejercicios, elevará el potencial productivo y fortalecerá la financiación de las pensiones.

El sector externo también evoluciona mejor de lo esperado. Los datos de balanza de pagos presentan un incremento moderado de las exportaciones, en consonancia con los mercados mundiales, pero como las importaciones crecen a un ritmo menor, la balanza sigue arrojando un saldo positivo. Así pues, el superávit externo rondó los 22.000 millones hasta noviembre, otro sorprendente dato que sustenta la confianza.

La estimación del INE para el PIB en el cuarto trimestre avala estas tendencias, con una leve mejora del crecimiento sostenida por el sector externo y que permite cerrar el año con un 2% de crecimiento, una décima más de lo anticipado en el consenso de analistas de Funcas y cerca del doble de la media de la eurozona.

Sin embargo, la economía siempre se enfrenta a brotes de incertidumbre radical, es decir difícil de predecir ni de cuantificar. Así pues, el estallido de la crisis sanitaria en China podría amenazar el incipiente repunte de la actividad. Las comparaciones con la crisis del SRAS que se desató en 2003 son engañosas. Desde entonces, la economía china ha sextuplicado su tamaño, pasando a ser la principal potencia mundial después de EEUU. Y el número de turistas chinos que viajan por el mundo se ha multiplicado por 6,7. Además, el país más poblado del mundo ya arrastraba una acumulación de deuda del sector privado. Con la crisis sanitaria, se agudizan los riesgos de impago para la estabilidad financiera y el crecimiento en ese país.

Si bien los vínculos directos entre China y España son todavía limitados (exportamos menos a ese país que a Bélgica), una parálisis de los intercambios lastraría la recuperación global y socavaría la confianza.

Por lo pronto, el consenso de analistas de Funcas considera que el entorno externo no se deteriorará durante los próximos meses, de modo que la economía española podría todavía crecer un 1,6% en 2020. Sin embargo, estas previsiones no incorporan las consecuencias de un posible deterioro de las expectativas como consecuencia una extensión de la crisis sanitaria. Tampoco incluyen las orientaciones de los próximos presupuestos generales, ni la senda marcada para el déficit público en el presente ejercicio, tras un 2019 desaprovechado para la corrección de los desequilibrios. La inversión es la principal variable a vigilar, por su sensibilidad a un deterioro imprevisible de las expectativas. Y porque, en un entorno de incertidumbre radical, no es fácil realizar previsiones a partir de la experiencia pasada.


Fuentes de los gráficos: INE, Comisión Europea, Markit Economics y Funcas.

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