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Riesgos de un mundo postpandémico

Inicio la presente entrada justo en el momento en que España entra en su sexta y presumiblemente última prórroga del estado de alarma. El coronavirus sigue su curso asimétrico de desarrollo global, expandiéndose en algunos países mientras retrocede o desaparece en otros. En el camino, 7 millones de casos confirmados y más de 400.000 fallecidos, superando los 27.000 en España según cifras oficiales, aunque cualquier analista sensato entiende que son muchos más.

Este nuevo artículo de mi «serie pandémica» pretende ser una continuación de la entrega anterior, dedicada a las tendencias globales que trae consigo la mal llamada nueva normalidad. Como apuntaba entonces, tales tendencias van acompañadas también de riesgos de todo tipo. Algunos son emergentes e inherentes a la nueva coyuntura, otros, viejos conocidos con perfil renovado. Hoy nos centraremos en los más relevantes e inmedatos. Ser conscientes de ellos puede ayudarnos a navegar por la mar gruesa e incierta de nuestra realidad actual. Como apuntó en su día la Almirante Grace Murray Hopper, un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves. Hay que navegar en el mar y hacer cosas nuevas. Y nos va a tocar hacer muchas en los tiempos que vienen.

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Riesgos económicos

Sobre esta cuestión, ya apuntamos algunas ideas en el segundo artículo de la serie, expresadas siempre bajo un gran interrogante. Sabemos que las consecuencias económicas negativas están siendo de gran envergadura, porque lo vamos observando a tiempo real. Sabemos también que la dimensión del daño dependerá de lo que tardemos en contener el virus a medio y largo plazo. A corto plazo, en aquellos países donde el coronoavirus retrocede y la actividad se va recuperando, podremos observar una reactivación económica relativamente rápida, aunque todavía incierta. Rápida, porque pasar de la parálisis al mero movimiento tiene efectos inmediatos y evidentes en la economía. Incierta, porque tanto a nivel doméstico de muchos países como a escala global, partimos con unos cimientos estructurales e institucionales todavía frágiles como consecuencia de la crisis de 2008. En este sentido, merece destacar un excelente análisis de Fitch sobre los grandes riesgos económicos de los meses venideros. Podemos destacar tres grandes apartados:

  • Sostenibilidad financiera a largo plazo: muchos países ya fuertemente endeudados y con déficit han lanzado paquetes de estímulo/rescate/ayuda cuyo importe global estimado por el FMI a finales de mayo alcanzó la mareante cifra de nueve billones de dólares, desglosados en 4,4 billones de dólares de transferencias fiscales directas y otros 4,6 billones en medidas de otro tipo. 9 billones; quédense con ese número.

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    Sin ajustes estructurales que acompañen este brutal esfuerzo de corto recorrido, veremos déficits y deudas muy elevados en un contexto de crecimiento incierto, lo que arroja nuevas dudas sobre la sostenibilidad de todo el entramado, especialmente en los países estructuralmente más frágiles, y ya no digamos las naciones en desarrollo. Recordermos que la relación deuda / PIB global alcanzó un máximo histórico de más del 322% en el tercer trimestre de 2019, con un montante total cercano a 253.000 millones de dólares: más de 72.000 millones en las economías emergentes (223% del PIB) y más de 180.000 millones en las economías desarrolladas (383 % del PIB). No descartemos el riesgo de crisis soberanas.

  • Estancamiento: ya hemos señalado que deuda y déficit irán acompañados de un crecimiento lento por debajo de lo que resulta necesario para procurar una recuperación robusta en el tiempo. La respuesta al parón empresarial, al desempleo y a las enormes necesidades de atención social generados por la pandemia auguran la proliferación y preferencia por medidas de apoyo al crecimiento a corto plazo, que impactarán sin duda en los retos del medio y largo plazo, comprometiendo así las acciones futuras. La política monetaria tampoco puede ser ya ese gran revulsivo que algunos todavía esperan.

    Condiciones Financieras

    Las repetidas intervenciones monetarias habidas desde 2014 ya parecían haber alcanzado su límite en cuanto a capacidad de estímulo antes de la irrupción del virus, al ser cada vez menos efectivas, incluso con tipos negativos, compra masiva de deuda y condiciones financieras extraordinariamente relajadas. Además de suponer un riesgo financiero de naturaleza sistémica, esto podría dar lugar a una trampa de estancamiento: si los agentes económicos deducen que las autoridades monetarias no serán capaces de contrarrestar una demanda decreciente,el consumo y la inversión se verán afectados, lo que incidirá en el crecimiento. Las expectativas pesimistas se vuelven de esta forma autocumplidas. Este ciclo de ?retroalimentación autocumplida? sólo puede tener lugar si los fundamentos de la economía son lo suficientemente débiles, que es precisamente lo que está ocurriendo en el contexto actual.

  • Desglobalización: se trata de un riesgo cierto que, a su vez, impacta negativamente en los dos elementos anteriores. Un magnífico Op-Ed de The Economist del pasado mes de mayo describía las líneas maestras de este proceso desglobalizador que afecta a la libre circulación de personas, bienes y capitales: regresamos a tentanciones proteccionistas y se abandonan las líneas maestras que han sustentado el libre comercio en estas últimas décadas; rompemos las cadenas de valor global en nombre de la resiliencia;repatriamos industrias; recortamos inversiones fuera de nuestras fronteras… Nos hallamos, en suma, ante una vieja y conocida receta para el fracaso. Siguiendo a The Economist:

«No nos dejemos engañar con que una sistema de comercio con una red inestable de controles nacionales vaya a ser más humana o segura. Los países más pobres encontrarán todavía más difícil estar a la altura y, en el mundo desarrollado, la vida será más cara y menos libre».

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Riesgos sociopolíticos

  • Mayor inestabilidad social y auge de los populismos: los riesgos económicos descritos en el apartado anterior (altos niveles de deuda, elevado desempleo, desprotección y desigualdad social, insuficiente crecimiento, aumento del proteccionismo) determinan, por su parte, un riesgo creciente de malestar social, tanto en los países en desarrollo como en el primer mundo. Para los países emergentes, el reto de satisfacer las necesidades de atención inmediata de una población que sigue en expansión puede superar con creces sus ya limitadas capacidades, lo que a incrementaría la fragilidad en las regiones más desfavorecidas e inestables del planeta, avivando a su vez los flujos migratorios hacia las naciones más ricas. Éstas, por su parte, con sus estados de bienestar sometidos a una presión sin precedentes por la pandemia, en especial sus sistemas de salud y pensiones, deberán hacer frente tanto a esta presión migratoria como a las propias tensiones sociales derivadas de la crisis, generando una mayor polarización e incertidumbre, caldo de cultivo para los extremismos populistas y una política más sucia y degradada. Todo ello tendrá consecuencias de todo tipo. Se trata de otro proceso que ya estaba en marcha antes de la irrupción del coronavirus y que la pandemia desgraciadamente ha acelerado.
  • Crisis institucional: la crisis socieconómica puede venir acompañada con una crisis de las instituciones, tanto a nivel de nación como a escala global. La deriva populista puede conducir a un menoscabo de las democracias liberales y su evolución a sistemas más autoritarios, no sometidos a los imprescindibles balances y contrapesos. A su vez, el debilitamiento de la gobernanza político-económica global y la ausencia de un verdadero liderazgo mundial realimentan los riesgos ya mencionados. La competencia hostil por el poder global frente a la colaboración amistosa han regresado con fuerza, augurando tensiones, conflictos y menores crecimientos. En este sentido, y al igual que ocurre en el aspecto económico, la pandemia ha agravado problemas preexistentes y evidenciado las debilidades inherentes de unas instituciones internacionales, nacidas en el siglo XX, que ya no reflejan adecuadamente los retos y equilibrios de un mundo completamente distinto. La cooperación global se halla en entredicho precisamente cuando es más necesaria, ya que las amenazas de este siglo han sido, son y serán globales.

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Apuntes finales

No quisiera cerrar esta entrada sin insistir en el último elemento señalado en el apartado anterior: nos hallamos en un mundo nuevo, heredero de una globalización imperfecta y en medio de una revolución tecnológica. El fenómeno globalizador ha configurado una realidad compleja y volátil, donde cualquier evento puede afectar a elementos muy dispares y geográficamente distantes. Lo hace, además, en tiempo prácticamente real y con nuevos actores, más allá de las naciones-estado: medios de comunicación globales, redes sociales, empresas transnacionales, grupos de interés, organizaciones no gubernamentales, organizaciones terroristas y mafias internacionales. Sus acciones (sean atentados terroristas, decisiones relativas a la ubicación de la actividad económica y el bienestar social, o la difusión de información contraria a un gobierno) desbordan ampliamente el territorio y la jurisdicción de cada estado, operando en espacios comunes globales como el cibernético, por naturaleza interconectado, deslocalizado y descentralizado. Esta realidad no tiene vuelta atrás, salvo cataclismo en contrario.

En este contexto, los riesgos propios de este nueva realidad y, desde luego, los que hemos descrito en la presente entrada, serán muy difíciles de gestionar por unas burocracias tradicionales que ya se hallaban cuestionadas al comenzar este siglo y que ahora se ven todavía más debilitadas por la pandemia. Por consiguiente, no nos queda otra que avanzar hacia unos nuevos cimientos institucionales y de gobernanza local, regional y global, capaces de responder a los enormes retos económicos, sociales, políticos, tecnológicos y de seguridad que tenemos por delante. Pero esto ya será tema para futuras reflexiones.

Hasta entonces, queridos lectores: never surrender.