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Economía digital en tiempos de pandemia (VIII). Los viejos Nokia y Radar Covid

En una mis películas favoritas de Woody Allen, “Sueños de
un seductor” (Play It Again, Sam, 1972), hay un personaje que es
ridiculizado porque siempre que llega a un sitio hace una llamada a su
secretaria para estar localizable. Hoy en día todos somos ese personaje y eso,
para bien o para mal, se lo debemos en gran parte a Nokia, que popularizó los
móviles y los comercializó masivamente entre todos los segmentos de mercado en
el tránsito del pasado siglo a este. ¿Recuerdan su melodía? De su legendario modelo
3310
, que cumple 20 años esta semana, se vendieron casi 200 millones
de unidades. Nokia era la joya de la corona de Finlandia, de forma que en 2006 representaba,
por sí sola, alrededor del 13% de su PIB, una fracción superior a la que el
sector turístico supone hoy en España.

Nokia dominó el mundo gracias a la innovación, pero su
éxito era en parte el de un país que invertía un 3,5% de un PIB en
investigación y desarrollo y estaba muy adelantado en términos de penetración
de Internet, ordenadores personales y redes de telecomunicaciones. El éxito de Nokia
se debió a muchísimas variables: un entorno favorable, un contrato con el
estado que le llevó a especializarse en radiotransmisión, la apuesta por la
innovación y las buenas prácticas en la gestión —entre ellas, sentar en su
consejo a expertos y académicos de prestigio como el premio nobel de economía y
profesor del MIT Bengt Holmström—.
Pero Nokia cayó, y lo hizo a plomo: perdió el tren de los teléfonos inteligentes
y su acción se desplomo de 40 dólares en 2007 a menos de 3 en 2012.

En 2008, en plena caída libre, Holmström visitó mi universidad
para una conferencia de investigación. Estaba desolado, ¿Qué había pasado? No
se habían dormido, no habían abandonado la innovación, habían mejorado sus terminales
en todas las dimensiones… Pero Steve
Jobs
había entendido mejor que nadie las preferencias de los consumidores y
la lógica de la nueva economía digital. La pantalla táctil del iPhone y el
concepto de plataforma, la venta de música y aplicaciones a través del
teléfono, cambiarían la industria para siempre y convertirían a Apple en la
empresa más valiosa del mundo (recientemente
su capitalización ha superado los 2 billones de dólares
). No había
sido siempre así. Hasta ese momento, Apple era una empresa cool, con consumidores con alta disponibilidad a pagar y muy fieles
pero escasos. Era una empresa de nicho, con una rentabilidad mediocre dentro
del sector tecnológico, a años luz de Microsoft. No tocaba con los dedos al
consumidor masivo. Todo cambió con el iPhone y su pantalla táctil que, por
cierto, no fue un invento de Apple, pero eso es otra historia….

Ahora que se oye hablar de planes para apostar por la economía digital, pensemos en la historia de Nokia y Apple. No hay recetas mágicas para el éxito, pero sí algunas ideas: no tener prisa, apostar por la innovación y la meritocracia, crear un entorno (educación, infraestructuras…) favorable, abierto a la competencia, a las nuevas ideas… y tener intuición, suerte e imaginación. No hay que olvidar la cita de Albert Einstein: “En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”.

Gracias a que Nokia metió en los bolsillos de todos uno de
estos aparatos, ahora es posible hacer rastreo inteligente de nuestros
contactos y, con ello, frenar la pandemia. Desde el comienzo de esta
serie en el blog
, hemos resaltado la importancia estratégica del
rastreo. La mala evolución que están teniendo los contagios en España se explica,
en parte, porque no hemos sido capaces de aumentar significativamente nuestra
capacidad de rastreo. Pero de nada sirve el lamento o la melancolía, así que miremos
hacia delante: las comunidades autónomas y el gobierno central están aumentando
el número de rastreadores y, además, ahora contamos con una nueva herramienta:
Radar Covid. Las aplicaciones de rastreo no son sustitutivas de los
rastreadores tradicionales, pero complementan su labor, y aunque en Europa
todavía están en una fase incipiente, en Asia han dado muestras de su eficacia.

«El informativeness Principle viene a decir que toda información (señal) sobre el comportamiento de los agentes ha de ser utilizada en los contratos de incentivos. Aplicado a nuestro problema, esto implica que, a pesar de las dificultades, debemos de ser capaces de incorporar la información que el uso de esta app genera para mejorar el funcionamiento global del sistema sanitario en la pandemia»

Juan José Ganuza

Como
anticipamos en otra entrada del blog
, con Radar Covid España ha
optado por el modelo descentralizado impulsado por Apple y Google, que prima la
privacidad renunciando a geolocalizar los contactos y a centralizar la
información. Esta decisión no era trivial y hubiera merecido un debate más
amplio. En teoría, la eficacia de un sistema centralizado sería mayor, más aún
si se hubiera basado en GPS. En el otro lado de la balanza, claro, no cuenta solo
la privacidad, sino también el impulso tecnológico de Apple y Google. Países
como Reino Unido, que han intentado lanzar modelos centralizados alternativos,
se han encontrados con enormes problemas tecnológicos y, al parecer, los dos
gigantes —que controlan los sistemas operativos de casi todos nuestros móviles—
no les han facilitado las cosas. Por ello, seguramente el diseño
descentralizado de Radar Covid ha sido una decisión prudente y acertada.

Su funcionamiento se basa en que cada teléfono móvil, a través de bluetooth, vaya almacenando cookies de los teléfonos de todas las personas que se han instalado la misma app y han estado en contacto con nosotros un mínimo de tiempo. Cuando una de estas personas declara al sistema que ha sido diagnosticado con Covid, recibimos un mensaje de la aplicación advirtiéndonos de este hecho. Todo pasa en nuestro teléfono móvil, y nadie, ni nosotros mismos, conoce la identidad o localización de nuestros contactos. La privacidad está garantizada y, precisamente por eso, la eficacia de Radar Covid va a depender en gran medida de cuántos de nosotros la usemos (cuestión que abordaremos en una próxima entrada) y de cómo se utilice la información así obtenida. Cuando recibimos una alarma, deberíamos comunicarla al sistema sanitario y activar con ello un protocolo de actuación. Dependiendo de cómo se calibre la aplicación (la distancia y tiempo que determinan un contacto), la cantidad de información que pueden generar es ingente, y también lo podrían ser las consecuencias económicas y sanitarias que los protocolos asociados a la aplicación pueden generar. Por ejemplo, ¿se debería realizar una prueba diagnóstica y poner en cuarentena a todas las personas asintomáticas que reciban una alerta? De hecho, se rumoreaba que parte del retraso en lanzar Radar Covid se debía a que las autoridades sanitarias (estresadas ya por otras muchas razones) no sabían cómo encauzar esa cantidad de información y responder a ella. En este sentido, el retraso puede ser una ventaja, dado que nos puede permitir aprovechar las experiencias de nuestros vecinos europeos que han instalado una aplicación similar, que son la gran mayoría.

Desde el punto de vista económico, estamos ante un gran problema de incentivos; el uso que se haga de la app dependerá, a su vez, de cómo como la calibremos y qué protocolos definamos. Lo que nos devuelve a nuestro premio nobel y ejecutivo de Nokia, Bengt Holmström, que recibió el premio por sus contribuciones a la teoría de incentivos. Su tesis doctoral contenía las principales ideas de dicha teoría y determinó la agenda investigadora de la economía de la información en los siguientes 20 años. Entre los muchos resultados de aquella tesis está el informativeness Principle, que viene a decir que toda información (señal) sobre el comportamiento de los agentes ha de ser utilizada en los contratos de incentivos. Que, aplicado a nuestro problema, implica que a pesar de las dificultades debemos de ser capaces de incorporar la información que el uso de esta app genera para mejorar el funcionamiento global del sistema sanitario en la pandemia. La aplicación nos debe ayudar a mejorar la eficacia de los rastreadores tradicionales y hacer un mejor uso de los tests y las cuarentenas de cara a contener la pandemia. Confiemos en que las autoridades sanitarias tengan éxito en este objetivo y contribuyamos a ello, descargándonos y utilizando Radar Covid.

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Economía digital en tiempos de pandemia (VII). Turing y el rastreo inteligente

Llevado por el 75º aniversario de la victoria aliada y las metáforas bélicas sobre la pandemia, he vuelto a ver una serie documental grandiosa, La Segunda Guerra Mundial en color. Es un documento histórico impresionante que suscita el vértigo de que, en algunos momentos, la contienda podría haber caído hacia el lado oscuro. También proporciona la convicción de que las guerras las gana el arma más poderosa (la inteligencia), el que comete menos errores estratégicos y quien posee la mejor tecnología. Uno de los momentos críticos de la contienda fue la batalla de Inglaterra, que se decidió en parte por un “soldado” excepcional, Alan Turing. Este pionero de la inteligencia artificial ayudó a descifrar el código Enigma de los nazis, dando con ello una ventaja decisiva a los aliados. Turing fue un héroe, pero no era militar. Fue uno de los grandes científicos del siglo XX. La máquina (imaginaria) de Turing es la base de la teoría de la computabilidad, y merece estar en el very best de cualquier antología científica que se precie. Moraleja: para los tiempos que vendrán, de planes de reconstrucción, políticas industriales, etc… hay que invertir en ciencia básica. Quizás, en la próxima crisis, tendremos nuestro propio Turing.

Para ganar la batalla que estamos librando ahora también nos hace falta inteligencia, tecnología y estrategia. Hemos conseguido bajar la terrible curva de contagios y muertos con confinamiento, aislamiento social y parando la economía en seco. Esto funciona, pero es costosísimo; el reto ahora es despertar la economía sin subir los contagios. La experiencia internacional nos indica que la estrategia en la fase de desescalada se debe basar en 4 puntos: i) esperar a que la tasa de infección diaria sea muy baja –distancia social hasta entonces–, ii) disponer de capacidad para realizar tests masivos a la población, iii) aumentar la capacidad del sistema sanitario y proveer de equipos de protección al personal médico de primera línea, y iv) practicar el seguimiento de contactos de modo generalizado y efectivo para garantizar que podamos responder rápidamente a brotes de segunda ola. De hecho, los países que han conseguido el santo grial (baja tasa de contagios combinada con una actividad económica alta), es decir, Corea, Taiwan y también Alemania (véanse los datos de Kiko Llaneras en El País) han sido muy eficientes rastreando los nuevos contagios. En la primera entrada de esta serie en el blog ya advertíamos de la importancia estratégica de las aplicaciones móviles de rastreo para la desescalada. Ahora queremos reflexionar sobre cómo deberían ser diseñadas y acerca de los conflictos éticos y de privacidad que plantean.

Lo que Turing hacía al “decodificar” Enigma era volver atrás, recuperar el mensaje original antes de que la endiablada maquina lo codificase. Rastrear es básicamente eso: volver atrás. Una vez se identifica que una persona está enferma, hay que intentar averiguar dónde se ha infectado y a quién ha podido contagiar en los últimos 15 días. Este trabajo detectivesco no es sencillo. Imagine por un momento el número de contactos con otras personas que usted tendría si la actividad se recuperase y piense que, cuando se enciende la mecha, hay que identificar al contacto del contacto. La pandemia nos ha enseñado, por el camino doloroso, cómo explotan las progresiones geométricas (como le pasó en al famoso rey de la leyenda que quiso recompensar al inventor del ajedrez). Para esta tarea ingente, las aplicaciones de rastreo de contactos para los móviles pueden ser clave, porque pueden ayudarnos a gestionar esa capacidad inmensa de datos y nos permitirían saber quién necesita estar en cuarentena y quién no, facilitando con ello el relajamiento de las medidas de distanciamiento social.

«La gran decisión es si se apuesta por una arquitectura centralizada (que parece la apuesta de Reino Unido y Francia) o por una descentralizada, inicialmente liderada por Suiza y a la que, recientemente, se ha unido Alemania».

Juan José Ganuza

Las aplicaciones de rastreo que se están proponiendo en los diferentes países europeos están inspiradas en una empleada en Singapur, TraceTogether. Esta herramienta utiliza el bluetooth de los teléfonos móviles para rastrear los contactos de cada usuario. Cuando dos personas se encuentran a menos de una cierta distancia, durante un tiempo determinado, ambos teléfonos intercambian un código y registran ese contacto. Si uno se infecta (y esto se notifica al sistema), todos sus contactos en los últimos 14 días reciben una señal de advertencia, pero ningún dato de la persona contagiada, ni datos de geolocalización que permitan identificarla. Esta app es mucho más respetuosa con la privacidad (y, por tanto, más fácil de implantar en Europa) que sus alternativas chinas o coreanas, que utilizaban datos de geolocalización y los cruzaban con otras bases de datos.

«España no ha anunciado todavía si va a apostar por las apps de rastreo y qué sistema eligiría. La estrategia de esperar y ver es prudente, dada la incertidumbre. Es más importante elegir bien que ser primeros. Sin embargo, sería interesante abrir el debate».

Juan José Ganuza

Esta es la idea base, pero como siempre, el diablo (y también el éxito) está en los detalles. La gran decisión es si se apuesta por una arquitectura centralizada (que parece la apuesta de Reino Unido y Francia) o por una descentralizada, inicialmente liderada por Suiza y a la que, recientemente, se ha unido Alemania. En la arquitectura centralizada los datos de los contactos son almacenados y procesados ​​en un servidor controlado por una autoridad nacional, como un servicio de atención médica. El modelo de rastreo de contactos descentralizados, por el contrario, significa que unos identificadores (IDs) se almacenan localmente en el dispositivo (con un sistema de codificación aleatoria que rememora los tiempos de Enigma). Con el permiso del usuario tras un diagnóstico confirmado de COVID-19, el teléfono usa un servidor de retransmisión para enviar la información anonimizada a todos los contactos. Su teléfono usa un servidor de retransmisión para enviar la información anonimizada a todos los contactos. Este enfoque está respaldado por un protocolo de rastreo llamado DP-3T creado por criptógrafos suizos herederos de Turing y tiene dos ventajas: por un lado, garantiza la máxima privacidad , gracias a lo cual cuenta con el apoyo implícito del parlamento europeo; además, está alineado con una alianza tecnológica entre Apple y Google para lanzar un conjunto de herramientas digitales para desarrolladores (APIs), que facilitarán la compatibilidad de los teléfonos y mejorarán la funcionalidad de estas apps descentralizadas. La sinergia de las apps descentralizadas con la futura API de Apple y Google puede ser crucial, porque prácticamente la totalidad de los teléfonos móviles tienen un sistema operativo de una de estas dos compañías, lo que no solo reduce los posibles problemas de compatibilidad de los teléfonos, sino que hace que el sistema pueda funcionar en diferentes países. Por añadidura, ambos gigantes indican que el sistema puede entrar en funcionamiento con una sencilla actualización de los sistema operativo (aunque con el consentimiento del usuario), lo que facilitaría su distribución. La app puede actuar en un segundo plano, sin interferir con otras aplicaciones, reduciendo el consumo de batería y sus promotores garantizan que el sistema de codificación será efectivo y que la privacidad estará preservada.

España no ha anunciado todavía si va a apostar por las apps de rastreo y qué sistema eligiría.
La estrategia de esperar y ver es prudente, dada la incertidumbre. Es más
importante elegir bien que ser primeros. Sin embargo, sería interesante abrir el
debate, porque en la decisión que adoptemos habrá de ponderarse qué peso se le
concederá a la privacidad y cuánto a la efectividad. A mi apúntenme entre los
que, en una situación económica y de salud pública tan grave como la actual, me
decante por la efectividad, con algunas salvaguardas que luego explicaré.

Un sistema centralizado tiene muchas ventajas en términos de efectividad. Lo primero es que el rastreo inteligente no acaba con las aplicaciones móviles. Detrás de la  máquina de decodificación que diseñó Turing había mucho esfuerzo humano que completaba los huecos y trasformaba la información en decisiones estratégicas. La información que se genere con las apps de rastreo debe ser complementada con un ejército de rastreadores del sistema de salud, que además haga los tests y el seguimiento a las personas infectadas y en cuarentena. Es de esperar que, en un sistema centralizado, la interacción entre rastreadores digitales y humanos sea más efectiva. El sistema centralizado permitiría, además, usar la información sanitaria para calibrar mejor el sistema digital (por ejemplo, el tiempo y la distancia que determinan cuándo hay que informar de un contacto deberá depender de la situación de la pandemia). Un tema delicado es la potestad de comunicar al sistema el estado de salud. En un sistema centralizado, la autoridad sanitaria puede tomar esa decisión. En el caso de un sistema descentralizado extremo, solo podemos confiar en que el individuo lo haga por motivos altruistas.

El principal problema del sistema centralizado es, sin
duda, la privacidad. Muchas personas preferirían limitar la capacidad de las
autoridades (o de un pirata informático) de usar los registros de un servidor centralizado
para rastrear individuos específicos e identificar sus interacciones sociales.
Otras confían en las autoridades sanitarias como garantes de la privacidad de
sus datos y priman sobre todo la efectividad, lo que podría implicar la recopilación
de datos no solo de contactos, sino también de localizaciones. Si varias
personas de contagian en un mismo lugar (bar, colegio, etc..), ¿no querríamos
saber dónde está localizado ese foco?

Mi posición respecto a la privacidad la resume muy bien el comunicado de la Agencia de Protección de Datos (APD): “Esta situación de emergencia no puede suponer una suspensión del derecho fundamental a la protección de datos personales. Pero, al mismo tiempo, la normativa de protección de datos no puede utilizarse para obstaculizar o limitar la efectividad de las medidas que adopten las autoridades competentes, especialmente las sanitarias, en la lucha contra la epidemia”. Por ello pienso que las autoridades sanitarias, que no tienen un conflicto de interés –que sí podría presentar una empresa– están bien posicionadas para ser los gestores de nuestros datos. De hecho, gestionan cotidianamente datos muy sensibles sobre nosotros y respetan cotidianamente nuestra privacidad. Por otra parte, se generarán protocolos éticos y normas de actuación sobre la forma de gestionar datos sensibles. Ahora tenemos normas que permiten dar asistencia sanitaria a emigrantes ilegales, sin comunicar su situación a la policía y si se la informa solo cuando existe riesgo de maltrato infantil. Por último, en la regulación de la privacidad es frecuentemente mejor establecer un control a posteriori que un control a priori. El argumento es que, si una actividad es con frecuencia socialmente positiva y solo excepcionalmente negativa, al realizar un control ex ante, debemos incurrir en numerosos costes de control; es eficiente hacerlo solo ex post cuando se producen señales de costes sociales. En definitiva, los incentivos a hacer un uso responsable de los datos sanitarios se pueden garantizar con multas e incluso sanciones penales.

Pero priorizar la efectividad no conlleva necesariamente apostar por un sistema centralizado. Hemos comentado con anterioridad las ventajas tecnológicas y de compatibilidad que van a tener las soluciones descentralizadas que usen la plataforma de Google y Apple. Seguramente, de este proceso surgirán soluciones hibridas que intenten combinar las ventajas de ambos sistemas. Aunque Europa llegó tarde al uso de estas apps para contener la pandemia, confiemos en que podamos liderar conjuntamente su desarrollo en la etapa de desescalada y acortar el tiempo que tardemos en recuperar una normalidad sin adjetivos.

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Economía digital en tiempos de pandemia (I). Trazabilidad del contagio

Me temo que todavía estamos viendo bajar la marea y no conocemos el tamaño del tsunami al que nos enfrentamos. Pero además de tremendas pérdidas humanas y económicas, esta pandemia, como todas las guerras, también traerá mejoras en la productividad y nos hará una sociedad más eficiente y más fuerte. En lo fundamental, y siguiendo una premonitoria conferencia de Bill Gates en 2015, sería indispensable aprender lo suficiente para poder hacer frente a la próxima pandemia, identificar las mejores estrategias para luchar contra el virus y desarrollar herramientas científicas y políticas públicas que eviten que lo que ahora estamos viviendo vuelva a suceder.

Este es el ejemplo de Corea del
Sur, uno de los países que mejor ha sabido enfrentar la pandemia. Corea sufrió
en 2015 la epidemia del síndrome respiratorio de oriente medio (MERS, por sus
siglas en inglés), que mató a 38 personas. Aquella experiencia sirvió al país
para darse cuenta de que tanto la falta de información sobre la enfermedad como
de tests contribuyeron a la expansión del virus. Al surgir los primeros casos
de contagio de COVID-19, Corea incentivó a su industria biomédica para
desarrollar masivamente test del virus y pudo llevar a cabo más de 10.000 pruebas
diarias, lo que ayudó a aislar focos y a controlar (parece que exitosamente) la
expansión de la enfermedad.

Además de los tests, parece que otro factor importante en el control de la enfermedad en Corea (y en China) ha sido la posibilidad de monitorizar los síntomas y los movimientos de los pacientes gracias a los teléfonos móviles. Esta no es una idea nueva, ni asiática. En 2010, investigadores de la Universidad de Cambridge desarrollaron una aplicación para teléfonos móviles llamada “FluPhone app” con el objetivo de realizar un estudio para identificar los patrones de contagio de la gripe común. La idea era que los móviles recogieran las interacciones de los participantes en el estudio con sus contactos sociales mediante el uso de bluetooth, y que estos informasen de sus síntomas cuando enfermasen de gripe. Cuando dos amigos quedaban a tomar una cerveza, sus móviles enviaban un mensaje para tener constancia de ese encuentro; si días después aparecían síntomas de gripe, se podía identificar la fuente del contagio.

«Si queremos implementar un sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas de incentivos».

Juan José Ganuza

La “FluPhone app”  tuvo un éxito moderado, ya que solo participó un 1% de la población de Cambridge, pero ha sido el inspirador de nuevas iniciativas para luchar contra el COVID-19. En el Reino Unido, científicos de Oxford están desarrollando una app con  una filosofía similar: tras un contagio, se avisa a todas las personas que han estado en contacto social con el enfermo para que verifique su salud y se someta a aislamiento en caso necesario. En Estados Unidos, el MIT-Lab desarrolla una aplicación de móvil pretende combinar el sistema de seguimiento de localización de los móviles y la declaración voluntaria de síntomas, con la información de los servicios de salud pública, para identificar patrones de contagio y dar criterios para identificar las zonas de mayor o menor riesgo. La iniciativa de código abierto CoEpi persigue objetivos similares. En España diversas autonomías están lanzando aplicaciones sencillas con el objetivo de generar un mapa de contagios. Queda por ver que estos proyectos tengan éxito, en términos de participación, en una sociedad donde existe una preocupación creciente por la privacidad y con culturas muy diferentes a la coreana y la china. En este último país el sistema de seguimiento de los individuos ha sido tremendamente exhaustivo y se ha sostenido no solo con normas sociales sino, también, con sistemas policiales y legales coercitivos. Además de los sistemas de trazabilidad de los móviles, las autoridades Chinas utilizaban cámaras, drones, sistemas de clasificación de la población en función del riesgo de contagio basados en sistemas de inteligencia artificial e incluso la información proveniente de redes sociales.

Incentivos vs. coerción

Muchas sociedades no admitirían
un sistema como el chino, de control casi absoluto de la libertad individual de
movimientos por parte de las autoridades. Por tanto, si queremos implementar un
sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y
respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas
de incentivos. El principal es el relativo a la privacidad; el organismo que
recoja y analice la información debe de tener la capacidad de garantizar que el
uso de los datos se limita al objetivo del proyecto, más teniendo en cuenta la
naturaleza especialmente sensible de los datos que se refieren a la salud y a
la movilidad de los individuos. En esta dimensión, los servicios públicos están
mejor posicionados que los privados para garantizar un uso adecuado, dado que
no tienen conflicto de intereses. El valor comercial de toda esa información puede
ser elevadísimo.

El segundo factor que habría que tener en cuenta es el de la reciprocidad. En el mundo digital los individuos intercambian datos (privacidad) por servicios constantemente. Google provee de servicios gratuitos a cambio de utilizar nuestros datos para, por ejemplo, hacer que la publicidad sea más efectiva y rentable. Proporcionar información sobre nuestra salud y nuestro comportamiento genera una externalidad positiva sobre el conjunto, porque nos ayuda a aprender sobre los patrones de propagación del virus, pero el impacto sobre nosotros puede ser pequeño o incluso negativo en función del diseño que se adopte. Así, una persona que informe de problemas de salud puede temer que se le imponga una cuarentena. Lo esperable en estas circunstancias es que, en ausencia de incentivos, un sistema así obtenga una baja participación. Este puede ser un problema importante, porque para que la información agregada sea de calidad, se necesitaría la participación activa de los individuos, tanto para mejorar la información automática que generan los dispositivos (la geolocalización presenta un error de precisión de varios metros en áreas densamente pobladas) como para que la información sobre nuestra salud sea volcada sobre la plataforma de forma fiable. Es decir, no es suficiente que el sistema sepa que el sujeto al que se sigue está en el metro: debe identificar el vagón; no vale con que dicho sujeto proporcione la sensación general de su estado de salud: debe facilitar su temperatura o someterse a un test. Habrá que ver atentamente los resultados en el Reino Unido, donde las autoridades han confiado en una llamada al deber cívico para intentar generalizar la aplicación.   

«La información sobre la distribución espacial de la pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la incidencia de la pandemia en los distintos territorios»

Juan José Ganuza

Solventando los dos problemas
anteriores obtendremos una valiosa información sobre los patrones de contagio y
la expansión del virus, lo que permitirá diseñar estrategias más efectivas. Idealmente,
podemos identificar los nuevos contagios y sugerir o imponer medidas de
precaución en las personas que han tenido contacto con la persona infectada.
Sin embargo, la información sobre los estados de salud de los individuos y su
distribución en el territorio es material sensible. Se puede generar alarma en
determinados sitios y, al mismo tiempo, excesiva confianza en otros, o
estigmatizar personas o territorios. Otro motivo más para que este tipo de
información este bajo control público.

Desmantelamiento controlado del aislamiento

El ejemplo de Corea parece
demostrar que el uso de tecnologías digitales, junto con test masivos, es un magnífico
conjunto de herramientas en el estado de inicial de la epidemia, la denominada
fase de contención, donde es posible la trazabilidad de los contagios. Pero estos
sistemas de información también serían muy útiles en la fase de mitigación,
donde hay una trasmisión social generalizada del virus y se imponen medidas de
aislamiento social. La información sobre la distribución espacial de la
pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar
asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el
desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la
incidencia de la pandemia en los distintos territorios. En China, el control
exhaustivo de la población ha permitido la vuelta a la actividad. El reto es
alcanzar ese objetivo en una sociedad más abierta.

¿A cuanta privacidad y autonomía
estamos dispuestos a renunciar para reducir el actual aislamiento social? Sea
cual sea la respuesta a esta pregunta, los sistemas de trazabilidad digitales nos
dan esperanza de que podamos acortar el tiempo de aislamiento y recuperar
nuestro modelo de vida.

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