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Tras las elecciones de EE UU: hacia un mundo más transaccional

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Los últimos cuatro años bajo la presidencia de Joe Biden en Estados Unidos han resultado ser un paréntesis entre las dos Administraciones de Donald Trump, tras su holgada victoria del pasado día 5. Se está especulando mucho sobre cómo será esa segunda presidencia de Trump y las repercusiones económicas, políticas y sociales que tendrá en su propio país y a escala global. Muchos Gobiernos y analistas esperan con preocupación esta segunda etapa del futuro presidente republicano. Su campaña fue agresiva y hasta cierto punto amenazante en muchos asuntos. Su afán por impulsar sin contemplaciones la producción y las empresas norteamericanas, sobre todo las tecnológicas, fue uno de los principales mantras. No cabe duda de que, si cumpliera todo lo que se comprometió, su país y el mundo sufrirían una gran disrupción económica y social. Habrá que esperar.

De entrada, a escala nacional, es más que probable una reducción de impuestos y, aunque Trump se ha comprometido a reducir el gasto público, está por ver si finalmente disminuirá este. Por ello, si la bajada de impuestos es mayor que la caída del gasto público, el déficit público persistirá, con lo que la inflación podría rebotar, con las consecuencias bien conocidas. La Reserva Federal pasará a tener más cautelas a la hora de continuar bajando los tipos. Esto podría tener efectos sobre lo que otros bancos centrales decidan –como el BCE, por ejemplo– en materia de precio oficial del dinero. En todo caso, sus mayores tipos de interés favorecen y lo continuarán haciendo la apreciación del dólar, y pueden generar algunas tensiones en los mercados financieros, sobre todo en las economías emergentes más dependientes de esa divisa. Por tanto, alguna turbulencia financiera a la vista.

La inmigración ha sido uno de los temas de mayor controversia en la campaña electoral. A escala doméstica será una de las varas de medir de los logros de la nueva presidencia en el corto plazo. Por ello cabe esperar algunas medidas antimigratorias llamativas en las primeras semanas del mandato, que pueden generar tensiones con sus países vecinos y minar las relaciones económicas. Parecen ignorarse los efectos positivos de la entrada de nuevas personas en un país, y sorprende lo poco que se comenta el gran potencial que ha supuesto para Estados Unidos la entrada de trabajadores y de talento foráneo en estos años. Los beneficios superan ampliamente a las posibles desventajas.

Además del comentado dinamismo de su mercado de trabajo, Estados Unidos cuenta con una economía con mayores grados de flexibilidad que la mayor parte del mundo occidental. Asimismo, ha demostrado –excepto, quizás, respecto a China y algún emergente– sus comparativamente elevados dinamismo e innovación, que le ha llevado a mejorar su productividad, gozar de mayor crecimiento macroeconómico y situarse en la frontera tecnológica del mundo.

Una mayor liberalización –es muy probable que ocurra– de los sectores productivos y tecnológicos reforzará esa ya elevada ventaja competitiva que Estados Unidos lleva a la Unión Europea y otros países. En todo caso, la excesiva liberalización, sobre todo en el ámbito tecnológico, no está exenta de riesgos. Sobre todo en todo lo relacionado con las criptos, que Donald Trump ha afirmado que impulsará. Por su parte, se pueden exacerbar riesgos en el ámbito de la ciberseguridad y de control de la inteligencia artificial. La IA es, sin duda, la principal fuerza motriz de las inversiones en el mundo hoy en día, pero con riesgos crecientes que una excesiva desregulación puede llevar demasiado lejos.

El proteccionismo es otra de las grandes directrices de su segundo mandato, tal y como lo fue en el primero. Hay que reconocer que Joe Biden también practicó una estrategia proteccionista, aunque su talante fue más negociador y multilateral. En los próximos años, cabe esperar un recrudecimiento de la guerra comercial con China, combinada con la pugna tecnológica y los conflictos geopolíticos, un cóctel de alto voltaje. La UE y otros países también sufrirán probablemente el nuevo proteccionismo, con una subida de los aranceles, aunque estén lejos de los niveles de estas tarifas para los productos chinos. En todo caso, todo ello no ayudará a que la economía mundial esté cómoda, y el crecimiento económico se puede resentir.

Para la UE, los próximos años son cruciales. Los informes de Letta (sobre mercado único) y Draghi (sobre competitividad) apuntan a hojas de ruta que Europa no puede obviar. Hay que tomar medidas drásticas para reforzar la innovación, la productividad y la integración de mercados estratégicos. Tener mayores aranceles para exportar a Estados Unidos no ayudará. Tampoco favorecerá una posición de enfrentamiento con la Administración Trump. Ya no sirvió a los europeos en nada en el primer mandato del republicano.

Sabiendo que el presidente electo tiene un carácter transaccional, Europa hará bien en llegar a acuerdos en las materias que sean razonables y sean una vieja demanda de Estados Unidos. Por ejemplo, Trump valoraría positivamente un aumento significativo en gasto en defensa por parte de los europeos –algo que, en todo caso, se necesita sí o sí ante los crecientes conflictos geopolíticos–, y, si se acomete, su espíritu transaccional posiblemente permitiría un mejor tratamiento en comercio o en cualquier otra área hacia la UE.

Esta vez, los europeos haríamos bien en adoptar una visión más transaccional, para llegar a acuerdos de mínimos con Estados Unidos y evitar lo peor de un enfrentamiento o enfriamiento de las relaciones, que perjudicaría a todos. Menos temor a lo que se viene –reconociendo que es mucho– y más capacidad de transaccionar.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Otra reducción de tipos de interés y los mismos mensajes a futuro

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Este jueves 17 de octubre se celebra reu­nión del Consejo del Banco Central Europeo (BCE), con decisiones de política monetaria. Se espera una nueva reducción de los tipos de interés de 25 puntos básicos. Sería una sorpresa –casi morrocotuda– que no se produjera, o que esta bajada fuera mayor, entre otras razones, porque en los últimos años la percepción del mercado de los días antes a las reuniones sobre lo que iba a determinar el BCE ha dado en el clavo. Casi nos hemos olvidado de los sobresaltos monetarios. La política monetaria se ha hecho más previsible. Aún es pronto para saber si los efectos de esa mayor predictibilidad son positivos o no para la efectividad de la política monetaria. Hasta ahora, parece que no ha funcionado del todo mal, porque las subidas acontecidas desde julio de 2022 a septiembre de 2023, cuando se produjeron, no causaron sorpresa y parece que la inflación ha ido remitiendo en paralelo al encarecimiento del precio oficial del dinero.

Se pronostica la disminución de tipos de este jueves basándose en el buen dato de inflación de septiembre y en una coyuntura económica cada vez más débil a escala de la zona euro. Por ejemplo, la confianza de los consumidores repunta, pero muy lentamente, y se encuentra en niveles históricamente bajos. Asimismo, hay algunos datos del mercado de trabajo –aun reconociendo que ha resistido bien desde la pandemia– que se encaminan a un cierto debilitamiento.

Todo ello limitará la fortaleza del consumo privado y, por tanto, de la demanda, a la vez que la tasa de ahorro se mantiene elevada ante la creciente incertidumbre. Esa demanda menos potente se ha comenzado a notar en los beneficios empresariales de la zona euro y también es el principal factor que restringe la producción de bienes y servicios. Especialmente en el caso de las mercancías, aunque se espera que los servicios también se contagien de esa menor actividad.

De este modo, no puede sorprender que los indicadores de confianza empresarial se estén resintiendo también. Las proyecciones macroeconómicas del BCE a comienzos de año eran más optimistas que las actuales, y esto le obliga a actuar con un nuevo alivio financiero vía tipos de interés. Más probable aún por el alcance de la desinflación a día de hoy. Eso sí, en los próximos meses es probable un suave repunte de la inflación ante la retirada de algunas medidas en algunos países (por ejemplo, recuperación del IVA normal) y un cierto encarecimiento energético por las tensiones geopolíticas de Oriente Próximo. En todo caso, los pronósticos del BCE y de los analistas son que en 2025 se estabilizará la inflación general y subyacente en torno a su referencia (2%).

La transmisión de la política monetaria a través de menos crédito y más caro se ha continuado manteniendo hasta la fecha, lo que explica en gran parte la desinflación, pero también la debilidad macroeconómica de los últimos meses. A pesar de las reducciones de los tipos, se espera que la política de concesión de crédito siga siendo restrictiva, por un entorno de baja tolerancia al riesgo ante una economía que se debilita y la menor liquidez global actual. Harán falta nuevas rebajas en el precio oficial del dinero para que las condiciones financieras se modifiquen significativamente, la concesión de préstamos se reactive y se perciba más la disminución de los costes financieros para familias y empresas. La transmisión monetaria actúa con cierto retardo a través del mecanismo financiero, pero en unos meses se deberían de notar unas condiciones de crédito algo más laxas.

¿Y qué se espera de las próximas reuniones del BCE? Muy probablemente, más de lo mismo, con una nueva disminución de los tipos –nuevamente de 25 puntos básicos– en la reunión de diciembre. Sin embargo, no es probable que la presidenta Lagarde se comprometa en la rueda de prensa de este jueves completa y claramente con esa reducción o con las que probablemente continuarán en 2025. Amagará con que sí, que llegarán nuevas bajadas, sobre todo si los datos macroeconómicos en los que se basen sus declaraciones muestren deterioro y justifiquen más caídas del precio oficial del dinero, pero sin llegar a comprometerse totalmente.

Por tanto, se mantendrá la estrategia de ir reunión a reunión en función de lo que los datos vayan exhibiendo. Hasta ahora, en un contexto poco convulso de mercados como el actual, no comprometerse con una estrategia de modo definitivo no parece haber funcionado mal. El BCE parece haber estado cómodo con lo que el mercado iba percibiendo entre reuniones de su Consejo, y no ha facilitado ningún sobresalto monetario, que sí habría acontecido de darse una decisión inesperada.

Esta situación de cierto confort sobre las expectativas de tipos de interés para todos los participantes del mercado (bancos centrales, entidades financieras, inversores, ahorradores) puede durar algo más. Sin embargo, nada garantiza que la estabilidad de los mercados financieros se mantenga a medio plazo. Ni en los mercados globales, donde el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses, la aparente sobrevaloración del Nasdaq, los conflictos geopolíticos o las tribulaciones económicas de China, entre otros posibles factores, pueden cambiar esa percepción de cierto confort. En la zona euro, las dudas sobre la competitividad productiva futura a medio plazo y, de modo más cercano en el tiempo, los interrogantes fiscales de la UE, que generan creciente preocupación, con un gigante como Francia a la cabeza, y que habrá que seguir muy de cerca. En suma, ambiente monetario predecible… por ahora.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El tirón irrepetible del consumo

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La economía española sigue sorprendiendo, en parte, y esa es la noticia más positiva, por el auge exportador, aupado por unos costes energéticos competitivos. Pero las buenas cifras macroeconómicas también encubren una bonanza insostenible del consumo. Esta variable explica el 70% del crecimiento registrado en el primer semestre, frente al 28% de aportación del sector externo. El 2% restante es atribuible a la inversión, cuya persistente debilidad es preocupante. 


El consumo público difícilmente puede seguir expandiéndose a tasas superiores al 4% como en los últimos dos años, ya que nos enfrentamos tanto a los límites establecidos por Bruselas como a la realidad de los mercados: estos siguen comprando deuda española a un precio asequible ya que consideran que existe un margen de contención de los desequilibrios sin afectar gravemente la marcha de la economía. La situación de Francia pone de manifiesto el impacto de un cambio de expectativas, con unos ahorradores que exigen primas de riego incrementadas habida cuenta de la magnitud del agujero presupuestario y de las inciertas perspectivas de crecimiento de la economía gala. 

Por su parte el impulso del consumo privado procede sobre todo de los ingresos generados por la creación de empleo, y no de una mejora de la retribución media por trabajador. En los últimos dos años, la masa salarial se incrementó un 6,4% en términos reales (con una comparación de los segundos trimestres de 2022 y 2024, y descontando el IPC), como consecuencia del fuerte aumento del número de asalariados: el salario medio por persona asalariada apenas subió un 0,4% durante el mismo periodo.

Se arraiga, por tanto, el carácter “aditivo” de nuestro modelo productivo, basado en la incorporación de fuerza laboral, particularmente inmigrante. El 70% de empleo generado en el periodo considerado es de extranjeros, con un doble efecto positivo: en la actividad de algunos de los sectores más pujantes, y en el consumo. Sin embargo, más pronto que tarde la escasez de vivienda podría constreñir el mercado laboral y restar fuelle al ciclo expansivo. De momento no se percibe una recuperación sostenida de la inversión en construcción, cuyo nivel se sitúa todavía por debajo de la cota prepandemia, al tiempo que la población se ha expandido en 1,7 millones de personas. 

Cabe por tanto anticipar una moderación del consumo en los próximos años. Para que la inversión tome el relevo, como sería deseable, hace falta que las bajadas de tipos de interés, motivadas por la desescalada del IPC, animen el crédito; hasta la fecha las empresas han tendido a desendeudarse en vez de solicitar nuevos préstamos. También sería necesario abordar las incertidumbres, percibidas o reales, que lastran la inversión y derivan en un ahorro precautorio. En el primer semestre, las empresas acumularon un excedente superior al 2% del PIB, mientras que las familias incrementaron su tasa de ahorro por encima de los niveles considerados como normales en este punto del ciclo. En ambos casos, la tendencia al atesoramiento es compartida con la eurozona, poniendo de relieve la dimensión internacional de algunas de las incertidumbres.        

A este respecto, el conflicto en Oriente Medio, además de ser un drama humano, ensombrece el horizonte económico al tiempo que entraña un riesgo para la senda de desinflación, especialmente si las tensiones derivaran en una merma de capacidad de bombeo de hidrocarburos de la región. Una conflagración de mayor envergadura solo podría complicar la tímida recuperación prevista para la economía europea, debilitando el pulmón de las exportaciones.  

El escenario central sigue apuntando a un sólido crecimiento económico para este año, perdiendo algo de vigor en el próximo ejercicio, pero todavía manteniendo un diferencial muy relevante en relación a nuestros principales socios comunitarios. Es buen momento de encontrar consensos políticos para abordar los frenos a la inversión, generar confianza social y ensanchar el margen presupuestario que nos permita reaccionar ante nuevos shocks que acabarán por producirse. 

PETRÓLEO | El recrudecimiento del conflicto en Oriente Medio ha desatado una reacción de los mercados de hidrocarburos, ante el temor de una disrupción de la producción y de las exportaciones, particularmente de Irán. La cotización del barril de Brent se aproxima a los 80$, cuando apenas llegaba a los 70$ hace un mes, con una tendencia a la baja. El petróleo sigue teniendo un peso relevante en España, de modo que una subida del 10% de su precio redundaría en cinco décimas más de IPC (sin tener en cuenta los impactos indirectos o de segunda ronda).

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El sector financiero ante el nuevo ciclo de rebajas de tipos de interés

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Ya se ha puesto en marcha, tanto por parte del Banco Central Europeo (BCE) como de la Reserva Federal de Estados Unidos, una nueva coyuntura de tipos de interés a la baja. En sus respectivas reuniones de septiembre, ambas autoridades monetarias los redujeron. Eso sí, la Fed, con 50 puntos básicos, frente a los 25 que aplicó el BCE. Este ya había lanzado el pistoletazo de salida con una primera disminución de 25 puntos básicos en junio. Ambos presidentes del BCE y la Fed comentaron además que se avecinan nuevas reducciones de tipos, más probables aún con el buen dato de inflación de septiembre. Positivas noticias macroeconómicas, porque suponen una victoria, ojalá definitiva, en la guerra contra la inflación. Unos costes financieros más bajos, además, ayudarán a reactivar la demanda de familias y empresas.

El nuevo entorno monetario afectará al sector bancario. No todos los efectos serán inmediatos, ya que hay mucha inercia en el negocio y los cambios de tipos en activos y pasivos no se deben notar tanto en los resultados de 2024, aunque el euríbor lleva un mes por debajo del 3%. A partir del ejercicio próximo, la historia puede ser distinta, porque el impacto de las rebajas de tipos actuales y las pronosticadas se estará dejando sentir más. La rentabilidad bancaria no contará con los mismos márgenes financieros de estos tres últimos años. Otras partidas de ingresos deberán contribuir más ante la disminución de márgenes.

Sin embargo, tampoco hay que pensar que esto vaya a poner patas arriba el sector. Los bancos están acostumbrados a operar y ser rentables con tipos muy bajos, o incluso negativos. Estuvieron así una década. Por supuesto, no es lo óptimo y genera demasiadas distorsiones en los mercados, pero tampoco se va a volver a ese escenario de tipos cero o muy bajos. La expectativa es que se queden en torno al 2%-2,5% a finales de 2025, si la inflación se mantiene a raya.

Para compensar los menores márgenes, una posibilidad es aumentar la cantidad de crédito concedida. Lo que pasa es que esta estrategia tiene sus límites. Aunque los niveles de riesgo de facto están casi bajo mínimos por la baja morosidad, que ha resistido bien la pandemia y la tensión inflacionaria, los diferentes segmentos de mercado se encuentran en coyunturas que no apuntan a un elevado crecimiento.

Por ejemplo, el mercado de hipotecas está lejos de recuperar la vitalidad de otros tiempos. Aunque tampoco se desea volver a una burbuja, hay bastante margen para poder crecer sanamente en ese negocio. El problema es que la falta de oferta de vivienda está afectando negativamente a las compras minoristas, y, por tanto, a la concesión de hipotecas. Por ello, a corto plazo será difícil que las hipotecas repunten con fuerza. Cierto es que el sector privado —con el bancario a la cabeza— deberá jugar un papel determinante en la construcción de nuevas casas, para lograr entre 150.000 y 200.000 nuevas unidades al año, que son las necesitadas en la próxima década. En todo caso, son cifras bien por debajo de las más de 700.000 viviendas nuevas anuales al comienzo de este milenio, que dieron lugar a la burbuja.

El segmento de crédito empresarial es otra línea de eventual crecimiento y sería beneficioso para la economía. También con limitaciones a ese potencial, por una regulación que es restrictiva, sobre todo en la financiación de activos intangibles como los digitales —con un colateral no físico—, que son una parte creciente de sus inversiones. Además, la mayor presencia de otros operadores —plataformas, fondos— en el crédito empresarial complica el alcance del mercado a capturar.

Sin embargo, las entidades financieras son los intermediarios mejor preparados para este tipo de crédito y debería de crecer en los próximos tiempos. En cuanto a otros tipos de crédito (para compra de bienes y servicios, por ejemplo), pueden ayudar si el consumo repunta. No obstante, su peso no es tan grande en los balances bancarios, y el impacto de su crecimiento no se notará tanto.

Nuevos negocios

La palanca de nuevos negocios será, asimismo, una vía de crecimiento de los ingresos. Con un menor margen financiero y con una inteligencia artificial en explosión, que ofrece innumerables posibilidades, los próximos años serán testigos de nuevos servicios y experiencias de usuario en el sector financiero. Es un reto irrenunciable para todas las entidades, con el telón de fondo de generar nuevos negocios e ingresos, pero también para poder mantener su competitividad en un entorno tecnológico. En todo caso, siempre sabiendo reconocer que no todo lo que se genera en IA tiene aún valor real.

Por último, los movimientos corporativos. Siempre que la rentabilidad bancaria está bajo mayor presión, las operaciones de fusiones y adquisiciones saltan a la palestra. En España está pendiente el desenlace de la opa hostil de BBVA a Sabadell, algo que no se resolverá inmediatamente, pero, sea cual sea el resultado, nada será igual en el futuro del mapa bancario y de la pugna competitiva en España, que seguramente seguirá dando noticias.

Y otras fusiones que entrarán en danza serán las transfronterizas. Hay un proceso en marcha —adquisición de Commerzbank por Unicredit—, de resultado incierto, pero también improbable que ocurra, por las resistencias del Gobierno alemán. Por esa razón, habrá que continuar esperando para que las empresas —bancos incluidos— puedan seguir la senda que marcó el exjefe del BCE Mario Draghi en su reciente informe sobre la competitividad europea.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La píldora del BCE y la anemia europea

El recorte de tipos de interés administrado por el BCE —el segundo en lo que va de año— unido a la expectativa de nuevos ajustes en los próximos meses, ha despertado un cierto optimismo acerca de la recuperación de las economías europeas más rezagadas o, en el caso de España, el mantenimiento del ciclo expansivo. El banco central anticipa un repunte progresivo del crecimiento hasta alcanzar, a partir de 2026, cotas cercanas al potencial europeo: un pronóstico que, sin embargo, no aleja el riesgo de descuelgue del viejo continente, delatando las limitaciones inherentes a los instrumentos convencionales de política económica en el actual contexto de cambio estructural.

La propia presidenta Lagarde alude a algunos factores que podrían constreñir el giro monetario tanto en lo inmediato, por la persistencia de la inflación en el sector de servicios, como en el largo plazo habida cuenta de las tensiones proteccionistas y de la presión que éstas ejercen sobre los costes importados. Concretamente, es probable que el tipo de referencia del BCE no baje del entorno del 2,5%, un punto menos que en la actualidad, de modo que el estímulo será limitado. Sobre todo, teniendo en cuenta los efectos contractivos de las medidas de drenaje de liquidez, también diseñadas por Frankfurt, con impactos relevantes para la financiación de los Estados. Así pues, a partir de enero el banco central se deshará de todos los bonos públicos que llegan a vencimiento. Las condiciones de financiación de la deuda pasarán por tanto a depender de la valoración de los mercados y de su percepción del grado de sostenibilidad de las finanzas públicas.          

En todo caso el recorte del precio del dinero es demasiado tímido para doblegar las inercias que lastran la economía europea. Los hogares se muestran cautelosos, incrementando su ahorro en detrimento del gasto en consumo. Contrariamente a lo que se esperaba tras el fin de las restricciones que marcaron la crisis sanitaria, las familias tienden a ahorrar más que antes de la pandemia: la tasa de ahorro alcanza valores anormalmente elevados tanto en España como en el resto de Europa. 

El ahorro de los hogares es anormalmente elevado y las empresas acumulan excedentes

Eso sí, la bajada de tipos se trasladará a la remuneración de los depósitos y de otros productos del ahorro, algo que, en teoría, podría incentivar el consumo. También se anticipa un alivio para los hipotecados. Pero persisten factores de inercia, a tenor del impacto desproporcionado de la inflación en el bolsillo de los colectivos con rentas bajas, los más proclives a consumir. También pesan sobre el consumo de bienes duraderos las incertidumbres regulatorias o la falta de puntos de recarga para el vehículo eléctrico.  

Se espera una reacción más favorable de la inversión empresarial, siendo esta la variable más sensible a la política monetaria. Una buena noticia ya que un cambio de tendencia es imprescindible para afrontar los retos globales y medioambientales, dixit el informe Draghi. No obstante, la atonía de la inversión obedece también a las carencias del mercado único y a los frenos a la movilidad del ahorro entre países miembros. A causa de estas trabas, más o menos estructurales, buena parte del ahorro generado en la UE sirve para invertir en empresas no europeas. Durante el primer semestre de este año, la salida de inversión directa (es decir la generación de capacidad productiva fuera de Europa) superó los 167.000 millones de euros. En sentido inverso, el flujo de entrada de capital extranjero ascendió a 17.000 millones, diez veces menos. Si bien la tendencia en España es más favorable, las estrechas interconexiones con el resto del continente impiden un desacoplamiento.   

La política monetaria puede ayudar a reactivar la actividad. Pero, a falta de un revulsivo más contundente, el escenario parece más complicado de lo vaticinado por el BCE al tiempo que persiste el riesgo de declive europeo.

IPC | Tras la moderación de los precios de los alimentos en agosto, el incremento interanual del IPC se ha reducido en cinco décimas porcentuales, hasta el 2,3%. La inflación subyacente, descontando la energía y los alimentos frescos, baja una décima porcentual hasta el 2,7%. El resultado ha mejorado las previsiones, principalmente porque los componentes más volátiles han caído más de lo anticipado. Si bien se observa una tendencia a la desinflación en casi todos los componentes del IPC, se espera que los ajustes recientes de márgenes y salarios mantengan cierta presión, particularmente en los servicios. 

INDICADORES DE COYUNTURA DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

Gracias por leer La píldora del BCE y la anemia europea, una entrada de Funcasblog.

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Coyuntura de otoño

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Todavía se perciben los coletazos de la reciente reunión de banqueros centrales en Jackson Hole (Wyoming, EEUU), donde se anunció a bombo y platillo un nuevo ciclo de descensos de tipos de interés, poniendo fin a la estrategia seguida desde 2021, cuando apareció la inflación. Será un viento de cola importante para la coyuntura económica de los próximos trimestres. Aliviará la carga financiera de empresas, familias y también de los gobiernos. Llega en un momento oportuno, ante el agotamiento de la fortaleza de la demanda en muchos países, explicado en buena parte por el final del efecto “salida” tras la pandemia y de las medidas antiinflacionarias así como por las mayores restricciones financieras de los tipos de interés desde 2022. Se espera menor crecimiento económico, afectando también a los países con mejor desempeño del PIB en los últimos años, como España, Estados Unidos y otros europeos. Alemania, principal motor de Europa, continúa con un panorama macroeconómico más sombrío que el resto.

Los principales indicadores de coyuntura de la economía española seguirán mostrando una fortaleza relativa. Según las más recientes previsiones de Funcas, el PIB crecerá 2,5% este año y 2,3% en 2025, mientras que la tasa de paro, estimado según la EPA, terminará en 11,2% en el actual ejercicio y en 10,3% en 2025. Por tanto, el empleo seguirá comportándose de modo positivo a pesar del menor crecimiento hasta finales de 2025. En cuanto a la inflación, Funcas estima que este año el IPC total acabará en 3,3% y 2,3% en 2025, con valores muy similares en la subyacente. Por tanto, es posible que la inflación suba algo este otoño, con respecto a los valores actuales, debido al final de algunas medidas y alguna incidencia de la coyuntura geopolítica, como el recrudecimiento de los conflictos en Ucrania y Oriente Medio, para luego volver a bajar a lo largo de 2025. Al final, la coyuntura internacional ha afectado más al crecimiento de los precios que las propias dinámicas inflacionarias internas, como habría sido una espiral “salarios-precios” que hasta ahora no se ha materializado.

Una importante nube de preocupación para este otoño y más allá proviene de la situación política, tanto internacional como doméstica. Además de los conflictos bélicos, las elecciones presidenciales de Estados Unidos, las tensiones comerciales con China y el comienzo de una nueva era en la UE, con tantas incertidumbres legislativas, añaden elementos de riesgo. Cómo se gestionen estos desafíos marcará si la economía mundial sigue creciendo significativamente o no. En el caso de España, preocupan la falta de equilibrios políticos necesarios para sacar adelante decisiones fundamentales como los Presupuestos de 2025 o el nuevo sistema de financiación autonómica. En la actual coyuntura, ningún apoyo político parece garantizado para los grandes proyectos económicos de la legislatura. Y los problemas estructurales, como la competitividad, vivienda, equilibrio presupuestario, entre otros, han permanecido a pesar de la mejor coyuntura económica. Una mala señal estructural en un entorno hasta ahora favorable.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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El último reducto de la inflación

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Tras el sorprendente dato de IPC –un favorable 2,2% en términos interanuales, dos décimas más que la media de la eurozona en términos armonizados—nos asomamos al fin del episodio inflacionario surgido a raíz de la crisis energética y de suministros. Esto no significa que la inflación haya desaparecido (el IPC subyacente se sitúa todavía en el 2,7%), ni mucho menos que el BCE esté dispuesto a deshacer por completo el ciclo de subidas de tipos de interés. Pero todo apunta a que el shock de costes importados está dando sus últimos coletazos.


La cesta de la compra empieza a abaratarse a medida que la caída de los costes de producción se traslada a toda la cadena alimentaria. Los alimentos elaborados encadenan al menos cuatro meses de caídas y los productos frescos dos (a falta del IPC detallado de agosto), de modo que la inflación de este componente va camino de converger hacia las cotas cercanas al 2% que ya habían alcanzado los bienes industriales. La electricidad exhibe una gran volatilidad, pero no se detecta una tendencia clara. Y los carburantes se mantienen en cotizaciones asumibles, inmunes de momento a los recortes de suministro anunciados por los países productores o a las disrupciones del transporte en el Mar Rojo. 

Las expectativas, la variable clave de todos los procesos inflacionistas, no se han desanclado como se podía temer. Según la encuesta de coyuntura europea, las empresas anticipan una desescalada de sus precios de venta durante los próximos meses: el dato es relevante ya que este indicador ha resultado ser un buen predictor del IPC. Los salarios también se moderan, a tenor de los incrementos pactados en el periodo más reciente. El ajuste de las remuneraciones en el inicio del año, con un vigoroso plus cercano al 5% en el primer trimestre, obedeció a fenómenos de compensación que no parecen haberse consolidado en los convenios colectivos. 

La preocupación procede ahora de los servicios: en estos sectores la inflación está siendo más resiliente, situándose en torno al 3,5% en España e incluso acelerándose por encima del 4% en el conjunto de la eurozona. El impulso no proviene de los costes de producción o del shock energético, sino de la pujanza de la demanda, exacerbada por la falta de competencia que caracteriza estos sectores en comparación con la presión feroz a la que se ve sometida la industria manufacturera en los mercados internacionales. Desde 2019, el IPC de servicios acumula un incremento cercano al 18%, un ritmo que casi triplica la inflación de los bienes industriales no energéticos, siendo además estos últimos los más perjudicados por la crisis energética y de suministros. 

Con todo, se anticipa que el BCE reconozca los avances en el proceso de desinflación y así decida en su próxima reunión un nuevo recorte del precio del dinero. Otro argumento a favor de una relajación es la debilidad de la economía europea, y particularmente de la inversión, el componente más sensible a los tipos de interés. El crédito a las empresas no despega y los consumidores podrían mostrarse cautelosos a la vuelta del verano, según los índices de confianza. 

Pero ojo porque el banco central procederá con gradualidad hasta que la desinflación se adentre en los servicios. También querrá tantear el impacto de sus decisiones en unos mercados financieros estrechamente interconectados con los movimientos de la Reserva Federal: en este sentido, una rebaja de tipos del otro lado del Atlántico podría allanar el camino. En todo caso la escasez de mano de obra que persiste en algunos sectores en consonancia con el cambio demográfico y la multiplicación de barreras aduaneras hacen improbable que los tipos de interés acaben donde se hallaban hace unos años. El ciclo monetario, al igual que la globalización, ha entrado en una nueva era.        

ACTIVIDAD | El tercer trimestre se presenta con datos positivos para la economía española, pero con señales de debilitamiento. Los indicadores de gestores de compra retrocedieron en julio, aunque siguen en terreno expansivo tanto en los servicios como en la industria. La afiliación mantiene el pulso, si bien a un ritmo inferior que en la primavera. El principal foco de debilidad proviene del sector exterior, lastrado por una eurozona que no se recupera (el leve repunte del PMI de agosto refleja el estímulo efímero de los Juegos Olímpicos) y una economía China en desaceleración. 

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La desaceleración va por barrios

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Por los datos conocidos esta semana, hay diferencias significativas en la evolución del PIB en las grandes economías. Se esperaba un empeoramiento generalizado y no ha sido así. La Unión Europea continúa con sus dudas de largo plazo, muy influenciadas por la actividad económica de Alemania y otros países del Norte de Europa. Un caso raro en la historia reciente, pero una realidad digna de análisis y con muchos interrogantes en la actualidad. Por ejemplo, Alemania mostró una contracción de su PIB del 0,1 % en el segundo trimestre de 2024. Francia, en cambio, mostró un comportamiento más favorable —algo casi inesperado— y creció un 1,1 % en el mismo periodo. España —con un crecimiento interanual del 2,9 % actualmente— no sigue la pauta del conjunto de la eurozona, y muestra unas tasas de crecimiento significativamente superiores tanto a la media del grupo como a las grandes economías continentales. En todo caso, el comportamiento menos fuerte de la demanda interna apunta a que en los próximos meses esa tasa de crecimiento será algo menor. Según las previsiones de Funcas, la economía española crecerá un 2,5 % este año y solamente un 1,8 % en 2025.

Los datos macroeconómicos de Estados Unidos esta semana, junto con la reunión de la Reserva Federal, parecen apuntar que, aunque su PIB exhibe una gran fortaleza comparativa, y la inflación parece haber tomado la senda adecuada hacia el deseado nivel del 2 %, el comportamiento del empleo no es tan positivo, con un creciente número de despidos —que solía ser un indicador adelantado de recesión—, con un aumento de más del 0,4 % de la tasa de paro. No parece que esta vez esa mala evolución de los despidos esté augurando recesión, pero sí que ha marcado parte de la agenda de la Reserva Federal, que este miércoles decidió no tocar los tipos de interés, aunque ha aumentado la probabilidad de bajarlos en su reunión de septiembre, algo impensable hace unas semanas. Muchos vaivenes en la Fed desde hace año y medio, con anuncios en diferentes direcciones. Ahora parece que la buena senda de la inflación —en todo caso, no culminada— y los “no tan buenos” datos del empleo aconsejan adelantar una disminución de tipos. Eso sí, se ha pospuesto a la reunión de septiembre, con la prudencia que suele caracterizar a los bancos centrales.

Habrá
que esperar un trimestre más para comprobar si la desaceleración en algunos
países es puntual o un cambio más persistente de tendencia que afecte al
conjunto o a una mayor parte del mismo. Cabe esperar que, por ahora, en
economías con un mayor crecimiento en los dos últimos años —léase Estados
Unidos, o incluso, España—, no parece que vaya a descarrilar esa progresión de
hoy a 2025, solo aminorarla. Eso sí, no son inmunes, sobre todo la española,
que tanto depende de Europa. Preocupa más lo que pase con economías como
Alemania, que lleva tiempo entre las dudas y cierta flojera por su
especialización industrial y el cambio de modelo productivo en marcha. Una de
las pocas buenas noticias de ese frenazo de la economía puede ser que el
probable decaimiento de la demanda podría acelerar aún más la reducción de la
inflación.

La
desaceleración económica no es, por tanto, uniforme y presenta matices
importantes según la región y el país. Las decisiones de política económica,
tanto en su vertiente nacional como internacional, jugarán un papel
determinante en la evolución de la economía global en los próximos trimestres.
La inteligencia artificial y las tecnologías emergentes prometen valiosas en la
estimación de las complejas predicciones macroeconómicas así como en la
formulación de políticas, ofreciendo nuevas perspectivas y análisis más
precisos. La gestión eficiente de estas capacidades tecnológicas puede
proporcionar una ventaja competitiva a los países que las adopten
tempranamente, ayudándoles a anticipar cambios y a llevar a la práctica medidas
correctivas con mayor celeridad.

Pensando en un plazo más largo, los retos se mantienen en lo fundamental. A la espera de lo que acontezca en las elecciones presidenciales de EEUU —con dos propuestas muy distintas de Donald Trump y Kamala Harris—, la colaboración internacional será esencial para enfrentar desafíos globales como el futuro uso de la inteligencia artificial y su posible regulación. Europa no puede perder el tren de la IA y de su gran potencial de generar crecimiento y aumentos de la productividad, por lo que la regulación que se establezca en este lado del Atlántico tiene que ser compatible con el desarrollo del potencial de esta tecnología. Por su parte, otro asunto de colaboración internacional como es la transición hacia economías más sostenibles y verdes ofrece nuevas oportunidades de crecimiento, pero también requerirá inversiones considerables, una reestructuración de ciertos sectores industriales y unos tiempos de implementación más realistas. Es probable que la Unión Europea flexibilice esos plazos, que pueden favorecer el crecimiento a corto plazo también. Finalmente, la educación y la formación continua serán claves para adaptarse a los cambios tecnológicos y económicos. Los trabajadores deberán adquirir nuevas habilidades y conocimientos para mantenerse competitivos en un mercado laboral en constante evolución. Las políticas públicas deberán apoyar este proceso de aprendizaje continuo, fomentando la innovación y la creatividad. Sin olvidar que la pugna por retener y captar talento —sobre todo con capacidades digitales— es global. Los países con los mejores proyectos y mayores remuneraciones tendrán más probabilidad de atraer ese talento. En el caso de Europa, y en concreto de España, además de una estrategia para atraer inversión e innovación, es fundamental contar con esos recursos humanos con elevadas capacidades para poder volver a recuperar la competitividad y productividad, tan necesarias para el crecimiento y el bienestar futuro.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Contrapesos ante la recaída europea

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El sector exterior, uno de los principales pilares del crecimiento de estos últimos años, se enfrenta a un desafío importante: la economía europea, es decir, el principal mercado de nuestras exportaciones, está dando señales inquietantes. Se esperaba que la tímida mejora constatada en el inicio del año se iría afianzando, para así dejar definitivamente atrás el golpe de las múltiples crisis que han golpeado el continente. En sus previsiones de junio, el BCE pronosticaba un avance del PIB de la eurozona del 0,9% para este año, tres décimas más que en marzo, y en el entorno del 1,5% en los próximos dos ejercicios, siendo este un ritmo de crecimiento similar al registrado antes de la pandemia. Una especie de vuelta a la normalidad.

La realidad se asemeja más bien a una desaceleración envuelta en muchas incógnitas. La industria europea no levanta cabeza (el indicador PMI permanece en terreno contractivo), mientras que la actividad se modera en los servicios (el PMI se acerca al umbral que marca el estancamiento). Tampoco despega el crédito con vencimientos a largo plazo, siendo ésta la financiación más estrechamente asociada a la inversión productiva, variable crucial para afrontar las diferentes transiciones. Solo repuntan los préstamos de corta duración, lo que podría reflejar problemas de tesorería, y en todo caso está en consonancia con un entorno marcado por la incertidumbre.


Si la eurozona sorprende a la baja, ocurre lo contrario del otro lado del Atlántico, con un avance del PIB de EE. UU. del 2,8% en el segundo trimestre (en términos anualizados). Se agudiza, por tanto, el riesgo de descuelgue de Europa. No se trata de una recesión, pero sí de una senda de crecimiento relativamente débil que obedece a factores estructurales, como el proceso de ajuste de la industria centroeuropea, pero también a la política económica: la Unión Europea no ha encontrado todavía la respuesta a las políticas industriales y comerciales de las otras grandes potencias. De momento, la iniciativa más operacional consiste en la reactivación de las reglas fiscales, redundando en un esfuerzo simultaneo de contención de los déficits, incluso en las economías renqueantes.

Todo confluye, en suma, en una pérdida de dinamismo de las
exportaciones de las empresas españolas. Si bien esta circunstancia ya se
produjo tras la guerra en Ucrania, sin afectar el crecimiento, en esta ocasión
el impacto podría ser más perceptible. Uno, porque la expansión del turismo
–variable que en la crisis energética actuó como factor compensador ante la
desaceleración del comercio de bienes—está tocando techo. Dos, porque la
política fiscal no dispone de margen de acción coyuntural.  

En esta tesitura el BCE debería mover ficha procediendo a un
nuevo recorte de tipos de interés en septiembre. La desinflación está siendo
desigual y sujeta a altibajos, pero la debilidad de la demanda podría ayudar a
frenar los precios de los servicios.  Los
acuerdos salariales muestran algunos síntomas de moderación tanto en el
conjunto de la eurozona como en España. Sin embargo, no hay que esperar una
rápida relajación monetaria, de modo que el estímulo que aportará el banco
central será limitado y gradual.

En principio, el bache europeo se reflejará en el dato de PIB del segundo trimestre, con un avance inferior al registrado en el primer tramo del año. La menor tracción exterior debería materializarse con más claridad en 2025, con un crecimiento ligeramente por debajo del 2%, y también una menor aportación del comercio internacional que en años anteriores. Eso sí, el crecimiento de la economía española se mantendrá en posiciones de cabeza frente a las otras grandes economías de la UE. Pero no cabe la autocomplacencia porque nuestros desequilibrios económicos y sociales solo se corrigen con una acción persistente. Y porque el riesgo de declive europeo, aunque no afecte a todos por igual, es cada día más tangible.

EPA | El número de ocupados se incrementó un 0,3% en el segundo trimestre, con datos de EPA desestacionalizados por Funcas. Son dos décimas menos que en el trimestre anterior, avalando la tendencia a una suave desaceleración del PIB. La tasa de ocupación (proporción de personas de 16 a 64 años que tienen un empleo) se aúpa hasta el 67,4%, acercándose a la media de la eurozona y superando a Grecia, Italia y Rumanía. Este último resultado se debe a que son proporcionalmente menos las personas que se integran en el mercado laboral en estos tres países.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los tipos en un entorno económico y tecnológico crecientemente convulso

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Nunca me ha convencido la estrategia reciente de los bancos centrales —BCE y Reserva Federal a la cabeza— para
tomar decisiones de política monetaria de ir partido a partido, reunión a
reunión, en base a la evolución de los últimos datos macroeconómicos. Para los
agentes económicos e inversores implica demasiada incertidumbre. Suele dar
lugar a bandazos, como en el caso de la Reserva Federal en los últimos 18
meses, que ha cambiado de discurso varias veces sobre por dónde iban a ir los
tipos. Se anunciaron allí varias bajadas en 2023 y aún estamos esperándolas.
Ahora parece que no se producirán hasta después de las elecciones
presidenciales del 5 de noviembre.

El que firma prefería la estrategia forward guidance que con tanto brío siguió el anterior presidente del BCE, Mario Draghi. Esa fórmula acontece cuando un banco central da indicaciones claras sobre la orientación futura de su política monetaria, basadas en su evaluación de las perspectivas para la estabilidad de precios. El BCE inició esta práctica en 2013, cuando el Consejo de Gobierno anunció que esperaba que los tipos de interés se mantuvieran en niveles bajos durante un período prolongado. Esta estrategia se ha adaptado en varias ocasiones desde entonces.

Los últimos cuatro años, con tantos acontecimientos imprevisibles, incluido una grave pandemia y dos cruentas guerras, no han permitido mantener los principios del forward guidance. Los eventos geopolíticos, económicos, de salud pública y tecnológicos se suceden, algunos de mucha trascendencia. En la última semana hemos vivido el mayor apagón informático de la historia —con la crisis de CrowdStrike, de efectos económicos globales— y las noticias de la retirada de Joe Biden de las elecciones presidenciales estadounidenses. Dos shocks que alertan de los grandes riesgos que amenazan el futuro. En un entorno tan convulso y con tanta información disponible de modo inmediato, de tantos riesgos y volantazos en lo económico, geopolítico y tecnológico, es crecientemente difícil realizar pronósticos macroeconómicos mucho más allá de unas semanas.

La narrativa central de la reciente evolución de los tipos de interés en 2024 ha tenido en las últimas semanas uno de esos momentos de cierta indefinición que da paso a diferentes especulaciones, también influenciado por factores económicos y políticos tanto en Estados Unidos como en la eurozona. En junio, la Fed mantuvo el precio oficial del dinero en un rango del 5,25% al 5,50%. Aunque la inflación se ha moderado al 3% en junio, la creación de 206.000 empleos no agrícolas en el mismo mes refleja una economía resistente aún. La Fed y su presidente, Jerome Powell, han adoptado una posición de cautela, esperando datos más sólidos antes de considerar recortes significativos para evitar resurgir la inflación. El dato que se publica este jueves sobre el segundo trimestre del PIB estadounidense será muy informativo sobre lo que pueda decidir o apuntar la Fed en su reunión del miércoles 31 de julio. Asimismo, el contexto político estadounidense se ha complicado con la renuncia de Biden a su reelección, con implicaciones profundas para la economía y los mercados financieros. La decisión de Biden ha generado gran incertidumbre política y podría aumentar la volatilidad del mercado a corto plazo. También abre la puerta para que la vicepresidenta Kamala Harris —si fuera la candidata elegida— adquiera más liderazgo y facilite una transición que podría estabilizar la situación política interna y mantener la continuidad de las políticas económicas actuales hasta fin de año. En todo caso, aún está por ver que decidirá el partido demócrata en su convención nacional de Chicago del 19 al 22 de septiembre, donde decidirá el nombre de quien se enfrentará en las elecciones presidenciales a Donald Trump. Mucha incertidumbre política a la vista.

En contraste, el Banco Central Europeo ha
adoptado un enfoque más agresivo al reducir los tipos de interés en 25 puntos
básicos en junio, situando la tasa de refinanciación principal en 4,25%. Esta
medida responde a una inflación en descenso, aunque persisten las presiones
inflacionarias internas debido al aumento de los costes laborales y las
tensiones geopolíticas. El BCE ha señalado que sus futuras decisiones
dependerán de los datos económicos y que podrían realizarse más recortes este
año para apoyar la recuperación económica.

Los análisis recientes de expertos y medios sugieren que, aunque la Fed y el BCE comparten el objetivo de controlar la inflación, sus estrategias reflejan las diferentes dinámicas económicas y políticas de cada zona monetaria. En Estados Unidos, la incertidumbre política y la fortaleza del mercado laboral sugieren que la Fed podría retrasar los recortes de tipos hasta que haya una mayor certeza sobre la inflación. En la eurozona, el BCE busca evitar un estancamiento económico, adoptando medidas más agresivas que pueden ayudar a impulsar el crecimiento, aunque su mandato esté más vinculado a la lucha contra la inflación y el mantenimiento de la estabilidad financiera. Todos los agentes económicos —incluidos los bancos centrales— han aprendido a gestionar mejor las crisis y episodios de inestabilidad desde la crisis global de 2008. Han aportado estabilidad sin duda a los mercados y estos saben que, ante cualquier acontecimiento, la apuesta por la estabilidad de los bancos centrales está garantizada. Sin embargo, no está asegurado que siempre puedan lograr ese objetivo de estabilidad en un mundo con crecientes niveles de deuda, donde es difícil saber qué pasará con los tipos de interés en unas semanas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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