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El órdago del BCE

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Tras la reciente decisión de subir los tipos de interés y, lo que es más importante para nuestra economía, crear un mecanismo potente de prevención de crisis financiera, el BCE retoma las riendas de la coyuntura en un contexto plagado de incertidumbres. No existía solución milagro al dilema inflación-recesión, los dos males que acechan la economía europea. 

Pero la poción que se ha administrado es a priori la menos arriesgada. En primer lugar, porque de no ajustar los tipos de interés, el euro se hubiera depreciado aún más frente al dólar, la moneda en que cotizan la mayoría de materias primas, exacerbando la inflación importada y el descontento social. En el último año el euro ya ha perdido cerca del 17% de su valor frente a la divisa americana, dopada por la senda de subidas de tipos de interés pilotada por la Reserva Federal. Era por tanto imprescindible colmatar esa brecha para frenar la depreciación cambiaria, y así contribuir a moderar el IPC. 

Bien es cierto que el encarecimiento del precio del dinero en medio punto (el doble de lo anticipado) se trasladará rápidamente a las cargas financieras que soportan las familias y las empresas endeudadas a tipos de interés variables. Esto pesará en las decisiones de consumo y de inversión, y por tanto agudizará la desaceleración en marcha. Sin embargo, el impacto debería ser moderado al menos en el caso de España, gracias a la posición financiera relativamente saneada del sector privado —nada que ver con la época de la crisis financiera. Bajo la hipótesis de una subida adicional del euríbor, desde el 1,15% actual (que ya refleja el ajuste de tipos del BCE) hasta el 1,5% a finales de 2023, los intereses devengados por los hogares en relación a su renta disponible subirían en poco más de medio punto, y el impacto sería de un punto en el caso de las empresas (comparando 2023 con 2021 en el gráfico 1). Magnitudes que parecen asumibles, si bien un incremento de la morosidad es probable.    


Otra cosa es la situación de los Estados, algunos de los cuales, como el nuestro, están muy endeudados y por tanto son más vulnerables que el sector privado ante el alza de tipos de interés. De ahí la importancia vital del nuevo mecanismo de prevención de crisis financieras (el llamado “instrumento de protección de la transmisión monetaria”, o TPI por sus siglas en inglés). Se trata de disuadir mediante intervenciones en teoría ilimitadas posibles ataques especulativos de los mercados como los que ocurrieron hace una década antes de la era Draghi, y que nos obligaron a pagar primas de riesgo exorbitantes. 

Por supuesto el respaldo del BCE no es incondicional. Para beneficiarse los países deben mantener una senda fiscal razonable y acometer las reformas previstas en el Plan de recuperación. Se trata de condiciones poco onerosas en comparación con el anterior mecanismo de respaldo, que obligaba a un plan de rescate, y que dejan un amplio margen de interpretación para el BCE —algo que puede resultar útil para disuadir los ataques especulativos. 

Apenas anunciado, el arsenal puesto en marcha por el BCE se someterá a una prueba de estrés económica, por las noticias inquietantes acerca de la economía europea: el indicador de coyuntura de julio que se acaba de dar a conocer se sitúa en terreno recesivo por primera vez en el último año.  Las vicisitudes de la política italiana podrían también generar turbulencias que obliguen a solicitar el TPI. Ojo con el efecto de arrastre sobre otros países, si bien de momento nuestra prima de riesgo se mantiene a buena distancia de las del país vecino.  


Con todo, el órdago anticrisis del BCE aporta una red de seguridad a la economía española. Depende de nosotros aprovecharla, ejecutando el Plan de recuperación y anunciando una senda equilibrada de contención de los desajustes presupuestarios.  

COYUNTURA| La facturación de las empresas de la eurozona registró un descenso en julio, apuntando a una contracción de la actividad. El índice PMI de gestores de compra se situó ligeramente por debajo del nivel 50, lo que indica una reducción de la producción por primera vez desde febrero del pasado ejercicio. Los indicadores también muestran una menor incidencia de los cuellos de botella y una desaceleración de los costes de producción, si bien las tensiones inflacionistas son persistentes. Destaca la economía alemana como una de las más afectadas por el shock de estanflación.   

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los tipos en juego

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Tal y como se esperaba, la Fed estadounidense ha subido nuevamente los tipos de interés. Esta vez un 0,5%. El Banco de Inglaterra probablemente los aumentará este jueves también, el cuarto aumento consecutivo. Los acontecimientos monetarios y financieros —reciente desplome de bolsas, incluido— se precipitan ante la aglomeración de problemas de oferta y demanda. La dispar reacción de los bancos centrales ante la inflación ya está afectando significativamente a los mercados de divisas, a los tipos de cambio, con una notable apreciación del dólar respecto al euro y la libra esterlina. Esta inestabilidad cambiaria se añade a la abundante incertidumbre y volatilidad existente. En la eurozona, seguimos a la espera de mayor concreción sobre qué hará el BCE en los próximos meses.

Con un comercio global cada vez más complicado —después de la pandemia, la guerra de Ucrania y las sanciones aparejadas—, los principales problemas vinieron inicialmente por una insuficiente capacidad de oferta ante una demanda reactivada tras la covid, lo que propició un encarecimiento de la energía, el transporte y las materias primas, seguido de casi todos los demás bienes y servicios. Estos problemas de suministro y mayores costes de productos esenciales podrían retroalimentarse en las próximas semanas por el parón de China, con confinamientos en importantes ciudades industriales. La estrategia del gigante asiático ante la pandemia (covid-cero) continuará generando quebraderos de cabeza en las cadenas de valor globales y, por tanto, en la oferta. También las incertidumbres sobre gas y petróleo, en particular para Europa, la más afectada.

Los datos macroeconómicos de la última semana, con el decepcionante PIB del primer trimestre en la eurozona y negativo en Estados Unidos, parecen reflejar un mayor debilitamiento de la demanda de lo esperado, sobre todo en el consumo, ante la pérdida del poder adquisitivo de las familias con la inflación. Ello no ha detenido a la Fed en su subida de tipos. El mercado de trabajo estadounidense muestra fortaleza y pleno empleo. Sin embargo, si la demanda se estanca o se debilita aún más —algo a lo que puede coadyuvar la subida de tipos—, los dilemas de política monetaria se harán más evidentes. ¿Cómo luchar contra la inflación con una oferta insuficiente y una demanda debilitada? Menudo panorama.

Priorizando los problemas, parece inevitable en los próximos meses combatir la inflación con todos los instrumentos para evitar mayores efectos de segunda ronda y dificultades de medio plazo. Requiere subidas del coste del dinero, entre otras acciones de política económica, que lleven los tipos reales más cerca del territorio positivo. A eso se han puesto la Fed y el Banco de Inglaterra. Pronto se debería unir el BCE, aunque parece que va por detrás de la curva. Esta evolución dispar de los tipos oficiales y el mayor impacto de la guerra sobre la economía del Viejo Continente está encareciendo el dólar con respecto al euro. Aumentará la factura energética pagada con la divisa estadounidense, aunque algo se verá compensado por la ganancia de competitividad de las exportaciones de la eurozona. En los próximos meses la evolución de los diferentes tipos —de interés y de cambio— dirán mucho de lo que pase en la economía global.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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