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Todo esto han perdido en bolsa las grandes tecnológicas en el transcurso del año

A penas quedan dos meses para cerrar el año y, o cambia notablemente el panorama presente, o bien este año cerrará como uno de los más dramáticos para los grandes valores tecnológicos. Empresas como Microsoft, Amazon y Alphabet están viendo caer sus acciones más del 30% este año, en comparación con una caída de aproximadamente el 18% del S&P 500. Seguramente Apple, es el único valor de los grandes tecnológicos que aguantan con una caída del 14,50%.

Pero hay otros valores que no están corriendo la misma suerte. Los titulares son inquietantes para ortos gigantes del sector: Meta acaba de vivir su peor semana en bolsa desde que se estrenó en 2012 con una caída del 24% y ya arrastra un 70% en lo que va de año, siendo el penúltimo valor del S&P 500 por orden de rentabilidad. Por el lado de Netflix, llegó a ocupar la peor posición de rentabilidad negativa del índice, aunque ha logrado remontar hasta la posición 480 con unas pérdidas del 51%.

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Si lo analizamos desde el punto de vista de la capitalización pérdida, las cifras pueden sonar más alarmantes. El valor que más ha evaporado capitalización bursátil está siendo Microsoft, con casi 800.000 millones de dólares fulminados, y una caída del 32%. De manera similar, Amazon se está dejando un 40% y una capitalización fulminada 720.000 millones.

Los problemas a los que se enfrentan las grandes tecnológicas

El sector está viendo como se ahonda en una desaceleración del crecimiento de los ingresos y la lucha por contener los costes que está tocando sus beneficios. Las grandes tecnológicas se encuentran en una posición desconocida después de una década de crecimiento descontrolado.

Para ser específicos, en esta temporada que están saliendo los resultados financieros del cuarto trimestre del año fiscal 2022. Los resultados de las cinco grandes tecnológicas esgrimen en este trimestre unos beneficios de 59.500 millones de dólares, un 17,8% menos frente a los 72.300 millones vistos en el mismo trimestre del año anterior. Este hecho contrasta con el crecimiento de los ingresos del 9,1% hasta llegar a los 364.100 millones de dólares. Por lo tanto, se pone de manifiesto un problema de costes.

Tenemos de todos los colores. Por ejemplo, Alphabet vio crecer sus ingresos en el tercer trimestre un 6%, pero sus beneficios han caído un 26,5% frente al mismo trimestre del año anterior. Meta afronta un deterioro de los ingresos del 6% y sus beneficios caen un 49%. Apple, que se ha visto como la gran tecnológica más sólida, los ingresos anuales fueron un 8% más año tras año, y los beneficios anuales subieron un 9% en este período, es la única que consigue incrementar sus beneficios.

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Los resultados del tercer trimestre se producen en un contexto de inflación vertiginosa, tipos de interés al alza que encarece la financiación, un dólar estadounidense fuerte que hace que las compras en moneda extranjera se encarezcan y una recesión inminente.

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En ese punto, las grandes tecnológicas que tienden a cotizar a elevados múltiplos por las expectativas generadas de su evolución ven como el crecimiento de la mayor parte de sus flujos de efectivo puede valer mucho menos en dinero actual cuando aumenta la inflación.

En medio de tanta incertidumbre, parece que han desaparecido esos crecimientos de dos dígitos que tendíamos a ver en estas compañías, las expectativas de los inversores ahora han cambiado y valoran estas empresas por su capacidad de resiliencia, poniendo coto a sus gastos y mejorar la capacidad de generar flujo de caja libre.

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Todo el trabajo que «se ha perdido» en el mundo por la pandemia. Y sí, puede suponer un efecto dominó

Si algo fue difícil de medir, en parte por la terrible novedad, y en parte porque a determinados políticos mundiales tampoco les interesaba en absoluto tener sonrrojantes cifras de calidad, ha sido las estadísticas de la afectación de la pandemia, donde realmente por ejemplo en España todavía “oficialmente” no sabemos a ciencia cierta ni cuántos muertos llevamos por el COVID-19. Pero hay otro tipo de cifras econométricas que también está resultando harto difícil de interpretar para tratar de dilucidar la gravedad de la otra gran pandemia de nuestro tiempo: la pandemia socioeconómica, esa que ya les advertimos el 3 de febrero de 2020 que irrumpiría a nuestro mundo junto con el virus para degenerar gravemente nuestras vidas y nuestras socioeconomías.

Pues bien, en ese plano económico, resulta casi imposible conocer el impacto real de la pandemia sobre el empleo en forma de destrucción real. Pero por mucho que las estadísticas del empleo puedan resultar engañosas si no se saben leer entre líneas, por mucho que los políticos jamás vayan a admitir la gravedad extrema por la que están pasando nuestra socioeconomía, y por mucho que tampoco sepamos a ciencia cierta ni cuántos nuevos afectados laboralmente tenemos padeciendo los estragos del COVID-19, algo se puede dilucidar.

Y para ello, como siempre, contra las sombras de las cifras econométricas poco precisas, contra las palabras vagas, contra los que eluden las preguntas más incómodas, pues tenemos en nuestra mano los datos objetivos, las cifras contrastables, y los argumentos coherentes. Así se combaten los procesos de destrucción socioeconómica, sean fortuitos o provocados: ciencia económica contra inconsciencia decimonónica.

Del ERTE al ERE, acabando con el PIB, y pasando por el teletrabajo: aquí se está destruyendo empleo a espuertas más allá de las cifras “oficiales”

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Pues bien, como les decíamos, hoy por hoy la tasa de desempleo está en todos los telediarios casi a diario, pero por muy nefasta que ésta sea, realmente no alcanza ni de lejos a la realidad de todo el empleo que se está destruyendo en términos reales. Obviamente hay que empezar por hablar de los ERTES, esa suerte de situación de desempleo temporal que desde aquí fuimos los primeros en proponer como herramienta idónea para un evento masivo y coyuntural como era la pandemia. El problema es que la mala gestión pandémica ha hecho que la pandemia tenga en países como España mucho menos de coyuntural y mucho más de enfermedad crónica. Así, aparte de todos los innumerables nuevos parados (alrededor del millón, que se dice pronto), en España tenemos alrededor de medio millón más de trabajadores en situación de ERTE, que no cuentan como desempleados por estar en un limbo econométrico. Y lo peor es que esos trabajadores en situación de ERTE siguen siendo a día de hoy tantos cientos de miles como ya eran el pasado verano: la cifra no cede, y va tomando toda la apariencia de haber tocado ya un nivel de carácter crónico con tintes estructurales.

Estos ERTEs son una auténtica bola de nieve que nadie sabe bien como deshacer, y que tampoco nadie quiere que acabe por llegar ladera abajo al pueblo del valle e impacte en la delegación del gobierno, lo cual les forzaría a contabilizar todos esos nuevos parados finalmente, evidenciando así la crisis en toda su crudeza y toda la magnitud del descomunal desastre. Y desde aquí siempre hemos abogado por que la mejor gestión económica de cualquier crisis es dejar de barrer debajo de la alfombra escondiendo las vergüenzas, y que lo mejor siempre es levantar la sábana y mostrar con transparencia la gravedad del paciente, para poder a partir de ese punto justificar y aplicar la terapia de choque más eficaz para lo muy avanzado de la enfermedad. Pero no, aquí algunos dirigentes mundiales optan no sólo por no permitir valorar correctamente el estado de salud del afectado, sino incluso por coger y empezar a amontonar directamente cadáveres socioeconómicos en el armario, como si en un futuro no fuesen a empezar a apestar toda la estancia.

De hecho, en el primer trimestre la bola de nieve de los ERTEs ya ha empezado a estallar, y las cifras de EREs ya han empezado a repuntar con inusitada fuerza, revelando la gravedad de una situación sin mucha salida. Por supuesto que una tercera cifra que ha venido evidenciando la magnitud del desastre es la contracción del PIB, que en el caso de España hemos estado lamentablemente entre los líderes mundiales más deprimidos. Pero no queda ahí la cosa de la realidad más realista de la destrucción de empleo más real, que estamos padeciendo entre telediarios que sólo hablan de recuperación y de la lluvia de millones de Europa, de la que realmente se debería estar hablando en términos de la solución de “escopeta con un solo tiro” que tenemos para matar a la bestia de la crisis y sólo gracias a la gran solidaridad de nuestros hermanos europeos. Y el hecho es que tras los ERTEs, los EREs, y el PIB, la cuarta cifra laboral en discordia son las horas de trabajo destruidas por la pandemia. Incluyendo en la ecuación esta tercera variable ahora sí que podemos llegar a ser capaces de apreciar en toda su extensión este proceso de destrucción laboral masivo.

Las horas de trabajo destruidas por la pandemia: el último en llegar de los cuatro jinetes del Apocalipsis

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Para tratar de arrojar algo de luz sobre esta cuarta cifra de evidencia de la crudeza de la crisis en forma de desempleo, les saco a colación la siempre interesante Guía del Mercado Laboral 2021 de la consultora de RRHH Hays que aporta algunas cifras muy reveladoras. Para empezar, el Coronavirus ha hecho que la jornada laboral del “españolito” medio se incremente en un 54% de los casos, mientras que un 42% la ha mantenido estable, y un 4% ha visto una reducción de las horas que trabaja. Pero lo interesante no viene en lo anterior, sino en que el informe evidencia que sin embargo paradójicamente las horas extra se han reducido, aumentando hasta el 60% la proporción de empleados que acaba trabajando más de lo estipulado en su jornada pero sin cobrar por ello. Además, un 58% de los trabajadores que han visto incrementarse su jornada laboral lo atribuye directamente al teletrabajo.

Los datos objetivos desde luego que aportan mucho en el artículo de hoy, pero realmente este es un tema que ya les pusimos de relieve cuando analizamos el tema del teletrabajo recientemente, y exponiendo que no sólo es un problema estrictamente empresarial (que mayormente lo es), sino que también hay una dimensión de carácter inevitablemente más personal. El hecho es que, dados los datos anteriores, si ha habido un alargamiento de la jornada laboral, pero sin embargo éste no ha venido acompañado de un incrementos de las horas extras trabajadas, ya directamente nos vamos a uno de esos escenarios econométricos de luces y sombras en los que hay que encender la linterna. Y es que las horas trabajadas fuera de horario puede que sean horas durante las cuales usted haya trabajado duramente, pero econométricamente esas horas literalmente no existen.

Y lo que es peor: puede que econométricamente no existan, pero están ahí y ejecutan factor trabajo sí o sí. Ello quiere decir que, si con esas horas de trabajo “alargadas” (que no extras) usted está ejecutando más trabajo de forma importante, eso significará que habrá otros empleados que no será necesario contratar para ejecutar con luz y taquígrafos esas horas laborales, que en su naturaleza “alargada” no acaban por salir a la luz. Es decir, aunque inevitablemente sea un imponderable porque no hay datos objetivos disponibles, dado el cómputo tan relevante de horas “alargadas” que podemos estar viendo actualmente en nuestras socioeconomías, tenemos que por ahí se está destruyendo también empleo o, en el mejor de los casos, dejándolo de crear. Y este es un cuarto dato del mercado laboral muy a tener en cuenta cuando pasa de un cierto margen de seguridad en su “contención”, y que solo apunta a que se está destruyendo mucho más trabajo también por esta otra vía, al menos del que aflora a la luz de las estadísticas corporativas y macroeconómicas.

Las horas trabajadas que se vaporizan: “aquí hay tomate” del de verdad, y no sólo de simulacro gore con Ketchup va la cosa

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De hecho, fijándonos en otro tipo de estadísticas alternativas, podemos observar cómo parece que se confirma que detrás de las cifras más aparentes tenemos el mismo escenario de destrucción de trabajo por la cuarta vía. Como publicó La Vanguardia, en 2020 el funesto COVID-19 hizo esfumarse al 3% del empleo, pero al mismo tiempo hizo desaparecer de las cifras oficiales nada más y nada menos que el doble de horas trabajadas. Como ven, “aquí hay tomate”, al menos mucho más del que parecía. Con ello, el paro “oficial” se catapultó hasta el 16%, dejando un reguero de 600.000 ocupados menos, incluso contando con la mejora de final de año. Las cifras “oficiales” más superficiales dejaron por el camino una terrible destrucción de nada más y nada menos que 622.600 puestos de trabajo (y recuerden que eso es sólo lo “aparente”), haciendo saltar por los aires la buena racha de creación de empleo en la que veníamos instalados desde 2013. Casualmente, y como bien apuntaba La Vanguardia, ese hundimiento de las horas de trabajo de un 6% está mucho más en línea con las previsiones de decrecimiento del PIB correspondientes al año 1 de la pandemia. Pues va a ser que esas cifras sí que van a estar revelando mucho mejor la crudeza de la pandemia, al menos en términos de destrucción de empleo real (que no “visual”).

Y eso sin contar con las personas que están disponibles para trabajar sin estar haciéndolo, pero que debido a la pandemia no han podido ponerse manos a la obra con su sufrida búsqueda de un nuevo empleo. Entre octubre y diciembre este (a)colectivo laboral alcanzó un volumen de nada más y nada menos que 933.000 ciudadanos, y decimos (a)colectivo laboral porque macroeconómicamente no contabilizan tampoco como desempleados, sino como simplemente inactivos. Sólo vienen a ser más cifras que siguen apuntando a que la situación laboral y del (des)empleo es todavía mucho peor de lo que las cifras “oficiales” están mostrando de forma tan parcial, y que el “dramita” que nos pintan algunos en los televisivos seriales de los Telediarios, en realidad es todo un “dramón” a pie de calle.

Y no quedan ahí las malas noticias (¡Ojalá!). Como ya les hemos venido analizando en diversos artículos desde la irrupción de la pandemia, ésta se ha venido cebando especialmente con las clases más desfavorecidas, un motivo que explica el porqué de que las bolsas hayan experimentado unas subidas tan fuertes con la que teníamos encima. En su momento lo vinimos analizando especialmente acerca del mercado laboral de EEUU por sus implicaciones de estabilidad social al haber allí menores coberturas sociales y peores redes de contención social, pero el hecho es que la siniestra tendencia ha acabado por evidenciarse también en otros lugares, sin ir más lejos en la propia España.

En el conjunto de 2020 la crisis ha golpeado en España con mucha más dureza a los trabajadores más humildes, arrojando que dos tercios de los empleos vaporizados se correspondieron a trabajadores con contratos temporales, tan precarios ya de por sí. Por otro lado, otra estadística muy dolorosa y descorazonadora es que el número de hogares con todos sus integrantes en situación de desempleo creció en casi 184.000 más (y recuerden que este dato no son personas, sino hogares con varias personas dentro), con lo que ya el cómputo total se sitúa cerca de los 1,2 millones. Casi nada. Y siguiendo con la precarización del empleo de los menos favorecidos, las estadísticas siguen haciendo saltar las lágrimas (que no los colores de algunos), con una destrucción del empleo que se ensaña especialmente sobre todo con los menores de 25 años, y todavía con más violencia con quienes ni siquiera han cumplido la veintena, que han visto desaparecer para siempre el 40% de los puestos de trabajo de este rango de edad. Si esto es “una España más social”, que baje quien sea (del púlpito) y lo vea.

En el conjunto del mundo, las estadísticas también tienen lo suyo de dramático

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Según publicasen en “Visual Capitalist”, volviendo al tema de la destrucción de horas de trabajo, los datos a nivel mundial también han de ser calificados de todo un drama. En términos globales, el funesto COVID-19 ha tenido un impacto sobre las horas trabajadas cuatro veces más severo que el que causase la crisis subprime en 2009. Y eso contando con que aquella crisis ya fue terrible se mirase por donde se mirase; pues bien: ésta es todavía peor, y lo va a seguir siendo como nuestros gobernantes sigan sin saber hacerla coyuntural, en vez de permitir que se vaya cronificando. Eso sí, en este sentido llama la atención cómo en esos “vacunados” Estados Unidos que no han exportado ni una sola vacuna al resto del mundo disfrutan de un rebote en el crecimiento del PIB vigoroso, al menos mucho más que la doble recesión que atenaza a una Europa que sin embargo ha exportado en torno a la mitad de las vacunas que se han producido en suelo europeo.

En la misma tendencia que la vista en España, y salvando la diferencias en intensidad, a nivel mundial los beneficios empresariales se han desplomado en muchos sectores, al tiempo que una mayoría de empresas han optado por tratar de evitar despedir a sus empleados. Está claro que las empresas han confiado en lo coyuntural de la crisis, y que quieren retener a sus plantillas a la espera de que la tempestad amaine. Pero ello no ha evitado que un 64% de las empresas hayan llevado a cabo una reducción salarial, de horas, o hayan prescindido de trabajadores de formar temporal. Todo ello ha tenido como resultado que en 2020, y comparativamente con el cuarto trimestre de 2019, las horas trabajadas a nivel global se hayan reducido un noqueante 8,8%. Para ser globales, esta cifra es muy muy muy relevante, demostrando la globalidad del efecto devastador que la pandemia está teniendo sobre buena parte de las economías del planeta, aunque algunos países (y no miro a nadie) “se lleven la palma” (que no las palmas). Ese 8,8% de despeñe de las horas trabajadas tiene obviamente su derivada en términos de empleo, y equivale a la destrucción de nada más y nada menos que 255 millones de empleos. De nuevo: casi nada, y es que esta crisis pandémica está batiendo todas las marcas (a peor).

La intensidad de esa destrucción de horas trabajadas, también en términos globales muestra una mayor severidad en ciertas regiones, como son la Europa del sur, también el sur pero de Asia, y América en general, pero con mucha mayor intensidad en el Caribe. El nexo común a todas estas socioeconomías es la dependencia del turismo y de la hostelería como motores de su economía, unas actividades económicas que prácticamente han sido borradas del mapa socioeconómico por el Coronavirus. España en concreto se sitúa en términos de esa destrucción de horas trabajadas en la posición 32 de 188, con una reducción “oficial” del 13.2%, y compartiendo cartelazo con países tan avanzados como Cabo Verde o Georgia. Pero los vendedores del clásico consuelo de perdedor de "mal de muchos, consuelo de tontos" siempre podrán agarrarse a que Italia y Portugal son países desarrollados que también salen muy mal parados en la clasificación: de hecho, peor que España (al menos en lo “oficial”).

Pero con Italia y Portugal paramos de contar países desarrollados entre las primeras posiciones del despeñe, porque el resto de países que lideran la funesta lista son como para necesitar seguir desarrollándose antes de poder ser calificados como países plenamente desarrollados. Y no como nosotros, que podríamos estar subdesarrollándonos a pasos agigantados, y corremos el riesgo cierto de poder llegar a dejar de ser avanzados de seguir instalados en esta terrible tendencia de destrucción socioeconómica, que nuestros gobernantes ya han demostrado ser totalmente incapaces de revertir. Y a ello no sólo estaría contribuyendo su manifiesta incapacidad para hacer una correcta gestión preventiva de la pandemia, única fórmula demostrada de éxito como en Mongolia o Corea del Sur, sino que también hay que tener en cuenta la ultima tendencia ejecutiva imperante en nuestro país. Esta tendencia consiste en recurrir a la más terrible omisión del deber de gobernar, y pasar a dedicarse a abstenerse de legislar en un desesperado intento que parece intentar dejar que simplemente las culpas recaigan sobre otros.

Al igual que en lo epidemio-preventivo, también en lo económico la clave está en tener buenos gestores

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Lo de gestionar correctamente la pandemia parece que no está entre las prioridades de algunos, entre otras cosas porque ya advertimos que ahora la prioridad número uno deberia ser rediseñar un plan de vacunación que hace abundantemente aguas por varias vías, y aquí nadie hace nada en este sentido. Y no sólo eso, sino que además hemos de asistir atónitos a ver cómo, en vez de invertir una mínima fracción del injustificado dispendio de 53 millones de Plus Ultra en una vacuna española innovadora y realmente necesaria, pues va y otra "genialidad" de nuestros gobernantes ha sido decidir dejar morir el estado de alarma, sin diseñar ningún tipo de mecanismo legal alternativo que dé cobertura legal unificada y homogénea a las autonomías para seguir combatiendo la pandemia.

El resultado, como no podía ser de otra forma, ha sido todo un caos legal monumental en el país, donde cada Tribunal Superior de Justicia autonómico se ve abocado a ir haciendo la guerra por su cuenta. Y es que la pandemia NO ha acabado aquí ni mucho menos, y nuestros gobernantes tienen la obligación moral y profesional de seguir gestionándola por muy desagradecido que sea, y no dejar que se sucedan terroríficas escenas como las presenciadas en Madrid ante la impotente mirada de la policía y de las autoridades locales. Todo este caos podemos acabar pagándolo muy muy muy caro; sí, otra vez, por si las manifestaciones y eventos multitudinarios de Marzo de 2020 no fueron suficientes para aprender una lección tan vital, que deberíamos llevar grabada a fuego hasta que los nieles de vacunación garanticen la ansiada inmunidad de rebaño.

Todo apunta a que, si antes ya importaba más bien poco ese pueblo que sin embargo está permanentemente en boca de algunos, parece que aquí ahora nada importa ya especialmente tras el resultado de las elecciones madrileñas. Y es que esas elecciones vinieron a demostrar contundentemente que ese pueblo quiere menos palabrería hueca, menos superproducciones mediáticas, y más gestión eficaz de la de verdad. Efectivamente, el pueblo mayormente ilustrado de un país (todavía) desarrollado como es España aún es capaz de exigir a sus gobernantes la que debe ser su prioridad socioeconómica número uno: una buena gestión. Y es que los gobernantes, si algo deben ser, es buenos gestores de lo público, que es algo de todos (y no "de nadie" como decía aquella), y que además legisla sobre todo lo demás.

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Y los políticos que no valgan para gestionar, pues simplemente que se dediquen a otra cosa, y que se busquen otra ocupación (o pasatiempo, según sea el caso) más acorde a sus capacidades, que nadie duda de que tener alguna tendrá todo político, más allá del papel de protagonistas que algunos de ellos tienen en la interminable película que nos proyectan todos los días en los Telediarios. Queremos gestores de películas de acción basadas en hechos tangibles y reales, y no actores que hacen apariciones estelares en la gran pantalla tras efectistas cortinas de humo, ni vendedores de bálsamos milagrosos que nunca acaban curando nada, y que sólo hacen empeorar a los pacientes afectados. Gestores, gestores, y gestores. Pero no lo olviden: no que sean gestores porque hagan grandes gestos “cara a la galería”, sino porque sean competentes y eficaces a la hora de gestionar.

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