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El poder de la maternidad y la caída de la natalidad

¿Acaso existe mayor poder individual legítimo que el de decidir si traer un hijo al mundo o no y, en caso afirmativo, cuándo hacerlo? Desde hace solo algunos decenios, millones de mujeres pueden ejercer ese poder en las sociedades económicamente más avanzadas. En qué grado comparten ese poder con sus parejas, cuando las tienen, no es fácil de averiguar, pero cabe suponer que, en tanto gestanturi, su criterio es decisivo. De ahí que las claves de la natalidad haya que buscarlas fundamentalmente en la maternidad.

El ejercicio del poder de la maternidad lo han posibilitado el acceso masivo y concurrente de las mujeres a los anticonceptivos y al trabajo retribuido. Aun cuando no está libre de costes para ellas, los anticonceptivos les han procurado más libertad sexual y, en combinación con el trabajo retribuido, un instrumento esencial para planificar y configurar autónomamente sus propias biografías. Allí donde este doble acceso se ha generalizado, la concepción ha dejado de ser un destino para convertirse en una elección. No un sujeto social en busca del empoderamiento de género o de cualquier otro objetivo colectivo, sino incontables mujeres tomando decisiones individuales en función de sus preferencias y circunstancias han impulsado la transición de la maternidad desde el Sistema 1 (el que piensa “rápido” y genera comportamientos automáticos) al Sistema 2 (el que piensa “despacio” y racionaliza las acciones), por utilizar la célebre distinción del psicólogo y Nobel de Economía Daniel Kahneman. Esta transición puede tardar años en cumplirse, pero cuando el Sistema 2 se apodera de las riendas de la maternidad, y los cambios de comportamiento de las mujeres van arraigando culturalmente, caen la fecundidad y, antes o después, los nacimientos.

Es verdad que, en la España contemporánea, el primer descenso intenso de la fecundidad, protagonizado por las mujeres nacidas a principios del siglo XX, obedeció al control creciente de la mortalidad. Las hijas de aquellas mujeres que redujeron el número de embarazos porque ya no se les morían tantos bebés, dispararon la fecundidad (que alcanzó su valor más alto en 1964, con 2,96 hijos por mujer en edad fértil), dando a luz a los más de 13 millones de baby boomers nacidos en los últimos 20 años de la dictadura franquista. Sin embargo, sus nietas, ya con acceso pleno a anticonceptivos (despenalizados en 1978), y cada vez con más medios económicos propios como resultado de su progresiva incorporación al mercado de trabajo, apostaron por afianzar su carrera profesional antes de emprender la familiar. El consiguiente retraso de la primera maternidad acabó resultando en un descenso de la fecundidad. En 1986, el indicador coyuntural de fecundidad cayó por debajo de 1,5, un umbral que desde entonces no ha superado. En 2021 España ostentaba, por quinto año consecutivo, un indicador inferior a 1,2 (el más bajo de la Unión Europea, salvo Malta). Demográficamente, España destaca en el mundo por su elevada esperanza de vida, pero también por conjugar uno de los indicadores de fecundidad más bajos con una edad media de las mujeres al nacimiento del primer hijo de las más altas (31,6 años).

Nada indica que los deseos de maternidad sean en España más débiles que en otros países. Más bien parece que las mujeres (y sus parejas) en las edades en las que esos deseos se plasman en propósitos, decisiones y acciones, consideran que no cuentan con cantidades suficientes de los tres recursos necesarios para la crianza: dinero, tiempo y esfuerzo. Cuando los progenitores son dos, la proporción de esos recursos que cada uno aporta es menor que cuando solo es uno, pero, aun así, la inversión resulta muy costosa y, por lo general, más onerosa para las madres que para los padres. Pero lo que eleva sobremanera el coste de esa inversión es un mercado de trabajo —basado en un tejido empresarial con un gran número de empresas de pequeño tamaño y reducida productividad— que no facilita la consolidación de puestos cuyas condiciones de retribución y duración de jornada permitan crear una familia sin tormentos diarios. Y es que las mejores oportunidades de empleo suelen encontrarse en grandes ciudades, donde los precios de compra y alquiler de vivienda son muy elevados en proporción a los salarios, y las distancias entre el lugar de residencia y el de trabajo amplían el tiempo fuera del hogar.

Estos problemas socioeconómicos e
institucionales se arrastran desde hace años de un gobierno al siguiente. Sin
duda, como empleador, el Estado ofrece mejores condiciones de conciliación de trabajo
y familia (sobre todo, por lo que se refiere a la duración de las jornadas y la
disposición de tiempo para asuntos sobrevenidos) y, además, relaja el vínculo
entre rendimiento y retribuciones. Pero si bien presta a todas las familias con
hijos pequeños buenos servicios sanitarios, proporciona unos servicios
educativos de calidad mediana y exiguas ayudas específicas para la crianza. Durante
el quinquenio previo a la pandemia, el gasto en la función “familia/niños” se
mantuvo en España en torno a 1,3% del PIB, casi un punto por debajo de la media
de la zona euro. En el primer año de pandemia, especialmente difícil para las
familias con hijos pequeños, el gasto por habitante en esta partida ascendió a 372
€, algo por encima del registrado en Grecia, Portugal e Italia, pero muy por
debajo del que dedicaron Francia (848 €), Suecia (1.346 €), Alemania (1.517 €)
o Dinamarca (1.824 €). Todos estos países cuentan con
programas que combinan medidas tales como prestaciones económicas por hijos a
cargo, gratuidad de escuelas infantiles, rebajas fiscales en función del número
de hijos dependientes o ayudas para cubrir los costes privados de cuidadores
domésticos.

Por tanto, en España persisten restricciones sustanciales al ejercicio del poder de la maternidad. Ante ellas, muchas mujeres —en particular, las que han dedicado más años de su vida a formarse— siguen retrasando el primer hijo. La Encuesta de Fecundidad de 2018 cifró el porcentaje de mujeres de 30 a 34 años sin hijos en 52%. De ellas, seis de cada diez afirmaron su propósito de tenerlos en los próximos tres años; una parte lo habrá conseguido, pero otra seguirá demorando el momento del embarazo, confiando en que, cuando se decida, la gestación prospere naturalmente o con la ayuda de la reproducción asistida. Lástima que no dispongamos de datos longitudinales para conocer cuántos de estos deseos reproductivos llegan a buen puerto. Aun careciendo de esa información, sabemos que muchas de esas mujeres no llegarán a ser madres. El porcentaje de las que cumplen los 50 años sin descendencia ha crecido en los últimos 20 años y se estima que entre un 25 y un 30% de las que nacieron en la segunda mitad de los años setenta se quedarán sin hijos, convirtiéndose en las generaciones más infecundas de todas las nacidas desde finales del siglo XIX.

La infecundidad generacional puede resultar de las decisiones voluntarias de mujeres que durante su periodo fértil renuncian a tener hijos, pero todo indica que responde en mayor medida al desistimiento de la maternidad por las múltiples restricciones que impone el entorno laboral, económico e institucional. Hay quien, dando la espalda a esta evidencia o minimizando su importancia, piensa que la caída de la natalidad no constituye un problema social, toda vez que la inmigración puede suplir a los niños que no nacen. Al margen de la profunda frustración que, individual y colectivamente, puede provocar la imposibilidad de satisfacer los deseos reproductivos, conviene recordar que la inmigración como estrategia demográfica precisa de planificación, acuerdos estables y políticas públicas bien diseñadas que hay que ir probando y ajustando, dando tiempo a que rindan los resultados previstos. Mientras seguimos a la espera de todo ello, las cifras anuales de fecundidad y nacimientos retratan a una población que ha perdido ilusión, empuje y confianza en su capacidad de afrontar las incertidumbres que el porvenir siempre entraña.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El Mundo

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La baja natalidad de las últimas décadas trae de cabeza a las empresas, no encuentran trabajadores

En unas tres o cuatro décadas vamos a ver un hecho insólito en 60.000 años, una caída sistemática de la población mundial, no provocada por ninguna guerra o enfermedad. Será una noticia cómo afectará a las empresas y cómo se adaptarán, pero es que la caída de la natalidad está afectando ya a las mismas. Los directivos ya están asustados por el cambio poblacional, la disminución de la natalidad está afectando hoy a las empresas.

De hecho se cree que el fenómeno de la “Gran Renuncia” que está sucediendo en EEUU, podría estar relacionado con la escasez de natalidad. Los nuevos trabajadores tienen menos competencia para encontrar un trabajo. Microsoft ya lo ha dicho, la escasez de natalidad es un freno a su crecimiento como empresa. A pesar de la incertidumbre por la recesión, tienen que subir los salarios. Este problema también lo ha experimentado Tesla.

La escasa natalidad, un fenómeno mundial

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Se cree que China entre 2023 y 2024 empezará a reducir su población, aunque hay quien afirma que podría estarlo haciendo ya y que está falsificando sus datos de natalidad. Japón lleva años reduciendo su población, al igual que Corea que ha disminuñido un 88% la tasa de nacimientos entre 1960 y 2020 (ajustado a la población). Entre y en Europa y EEUU esta aumenta por la inmigración, pero no por los nacimientos. Turquía ya tiene nacimientos por debajo de la tasa de reemplazo de los 2,1 hijos por mujer.

En EEUU entre 1950 y 2016 se incroporaban cada año unos cinco millones de personas al mercado laboral al alcanzar la edad legal, pero en 2016 estas cantidad empezó a disminuir y se llegó a los tres millones de personas anuales según el presidente de Microsoft. 2016 según los trabajos de Jesús Fernández-Villaverde es posible que fuera el pico histórico de nacimientos en el mundo. Además países como Marruecos, India Túnez están rondando en los 2,1 hijos por mujer, la considerada tasa de reemplazo.

Además, al reducirse la natalidad de países emisores de emigrantes como México respecto a EEUU o Turquía y países africanos respecto a Europa, la inmigración no va a ser una solución, aunque sigan los flujos de inmigración, habrá menos población que quiera emigrar.

Existen excepciones, como Israel donde sus fuertes comunidades religiosas mantienen la tasa alta, las diferencias religiosas se notan cada vez más. Muchos países intentan poner remedio. En China por ejemplo se han prohibido las clases particulares con el objetivo de quitar esta carga económica a los padres y que ellos se animen a tener más hijos.

Las empresas encuentran cada vez más escasez de trabajadores

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Ya hemos hablado de Microsoft y Tesla, también hemos hablado sobre como Goldman Sachs, que hace unos años era la meca donde aspiraban a entrar los graduados de MBAs de las mejores escuelas de EEUU, está teniendo que ofrecer más vacaciones a sus trabajadores. En EEUU se habla de “”El Gran Plantón”. Se contrata a una persona y esta no aparece en el trabajo su primer día, ¿una locura? Puede que esté sucediendo a entre el quince y el veinte por ciento de las ofertas de trabajo, es decir, una de cada cinco. En EEUU unos 50 millones de personas renunciaron a su trabajo en 2021, en Italia, lo hicieron menos proporcionalmente, 1,3 millones de personas.

Pero con el alto desempleo que tenemos en España y en países latinoamericanos, ¿no nos pilla un poco lejos? Quizás no tanto. En España una de cada dos empresas tienen problemas para encontrar personal cualificado. La falta de coordinación entre los cursos de formación a desempleados y las demandas del mercado laboral así como la escasez de vivienda en los centros económicos más importantes, hacen que esto sea un problema.

De hecho, por parte del gobierno, se quiere poner remedio a esto. Según declaraciones de la ministra de trabajo Yolanda Díaz que se necesitan 109.000 trabajadores, la mayoría para hostelería, pero muchos para perfiles más cualificados del sector tecnológico. Según el estudio de empleabilidad digital de la fundación VASS, unos 7.000 puestos se quedan sin cubrir al año y el desempleo en los perfiles tecnológicos es de sólo el 3%. También se habla de una "dimisión silenciosa", en la que los trabajadores dejan su trabajo haciéndolo mal.

En México el 41% de las empresas han registrado salidas inusuales, se habla de un posible llegada de la gran dimisión a Latinoamérica. Quizás a esta región llegue un poco más tarde la escasez de trabajadores, pero en 2018 ya empezaban a salir algunas voces que avisaban de una disminución de la natalidad en Latinoamérica, ¿los peores? Brasil y Cuba, ya estaban por debajo de la tasa de reemplazo.

Las empresas van a tener que incrementar poco a poco su lucha para obtener trabajadores y la atención de los consumidores, ambos se están volviendo cada vez más escasos. Los trabajadores empiezan a notarlo. Cuando estudiaba en la universidad en la primera década de este siglo, ya nos avisó un profesor que la menor natalidad de nuestra generación iba a hacer que tuviéramos un mejor mercado laboral. La crisis financiera de 2008, la de deuda pública posterior y la crisis de la pandemia de la covid19, hacen pensar que no es cierto. Pero si volviera la estabilidad económica y de suministro energético, es posible que empecemos a vernos beneficiados de la misma.

Pregunta a los lectores, ¿están experimentando mejores oportunidades o todavía no ha llegado ese momento a donde viven?

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la-familia,-bien,-gracias…-¿seguro?

La familia, bien, gracias… ¿seguro?

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Los españoles valoramos mucho la
familia. Nos gusta compartir tiempo con ella, y cuando precisamos ayuda, confiamos
en la familia y los familiares por encima de cualquier institución o grupo de
personas. Así lo manifestamos reiteradamente en las encuestas de opinión, y la
pandemia ha brindado una nueva oportunidad para comprobar la fuerza de estos
afectos y esta confianza.

Ahora bien, mientras celebramos
nuestro amor por la familia, asistimos al deterioro de comportamientos sociales
clave para su mantenimiento. Fijemos aquí la atención en dos de ellos: la
convivencia en pareja y la fecundidad.  

En los albores de este siglo, en torno al 40-42% de las mujeres de 20 a 34 convivían en pareja (estando casadas o no). Esta proporción se mantuvo bastante estable hasta el final de la crisis económica (2013-2014), cuando comenzó a descender. En 2019, las mujeres de 20 a 34 que vivían con su pareja representaban el 36% de todas las que integraban ese grupo de edad; en el año de la pandemia, el porcentaje cayó dos puntos más. Actualmente, por tanto, solo alrededor de una de cada tres mujeres de 20 a 34 años conviven con su pareja (más o menos, la mitad de las que lo hacían en 1976). La pandemia ha intensificado la caída de la convivencia en pareja que ya se venía evidenciando durante el quinquenio de recuperación económica previo a la crisis del coronavirus.

Gráfico 1

Fuente: INE. Elaboración de Luis Garrido Medina.

Mayor todavía ha sido el golpe que ha provocado la pandemia a la natalidad. Los datos disponibles sobre el número de nacimientos en 2020 y los primeros meses de 2021 indican que, durante este periodo, se han alcanzado los niveles más bajos desde que existen datos de registro. En 2020 nacieron 339.000 bebés, 21.000 menos que en 2019. El indicador coyuntural de fecundidad (número de hijos por mujer) de las españolas cayó en 2020 hasta 1,12, y el de las extranjeras, hasta 1,45. Pero la intensa caída de estas variables debe observarse en el contexto de la tendencia descendente de la fecundidad y los nacimientos que viene verificándose desde 2008; un descenso que la recuperación económica a partir de 2014 no detuvo (téngase en cuenta que en 2008 nacieron 520.000 bebés, y durante los años del baby boom [1958-1977], más de 650.000 anualmente).

Gráfico 2

* Con el término “españoles/españolas” nos referimos a quienes ostentan la nacionalidad española y han nacido en España. ** A partir de 2001 los años aparecen desplazados un trimestre, comprendiendo así desde el segundo trimestre del año en cuestión,
hasta el primero del año siguiente. En cualquier caso, en el gráfico aparecen en la posición del eje temporal que les corresponde.Fuente: INE. Elaboración de Luis Garrido Medina

Seamos, pues, conscientes de esta incongruencia: mientras atribuimos importancia fundamental a la familia en nuestras vidas, asistimos a su debilitamiento estructural. Reforzadas por la pandemia, las tendencias descendentes de la convivencia en pareja, la fecundidad y los nacimientos confirman esta evolución a la que –en general, como sociedad– prestamos escasa atención. Celebrar el sentido y el valor de una institución de cuyo futuro aparentemente no nos preocupamos no parece lo más sensato.


* Los datos y argumentos expuestos en este artículo proceden de: Garrido, L. y Chuliá, E. (2021). La pandemia y las familias: refuerzo del familismo y declive de la institución familiar.

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