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Ya somos 8.000 millones de habitantes en el mundo ¿Dónde quedó el techo malthusiano?

Ayer el reloj mundial de Naciones Unidas que mide la población existente en la Tierra marcó un hito histórico. Por primera vez, los seres humanos hemos superado la cifra de 8.000 millones. Con China a la cabeza con una población de 1.452 millones, seguido muy de cerca por India y sus 1.412 millones y a una elevada distancia y en tercera posición a Estados Unidos con 335 millones.

Hasta la fecha la población mundial no ha cesado su crecimiento. Si echamos la vista atrás, en los últimos 50 años la población mundial se ha doblado. Una realidad que ha roto con muchos vaticinios catastrofistas de lo que supondría este desarrollo.

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Para algunos, siguiendo las premisas de Thomas Robert Malthus, no es deseable unos altos niveles de población sobre la base de unos recursos escasos y limitados que, en última instancia, llevarían a la humanidad a morir de hambre. La premisa malthusiana llega a esa conclusión al examinar en su ensayo publicado en 1798 que el crecimiento de la población se basaba en un avance exponencial, mientras que la subsistencia aumenta, solamente, en una proporción aritmética, es decir, linealmente.

¿Por qué aseguraba Malthus un crecimiento lineal en la producción de los alimentos? Su argumento se centraba en las limitaciones de la tierra disponible para la agricultura. Dado que los cultivos no crecen al mismo ritmo que la población, se alcanzaría el hambre masiva, el denominado techo malthusiano, que sería corregida por guerras y epidemias que reducirían la población mundial

Dos siglos más tarde, los precios de los alimentos han estado cayendo rápidamente desde que Malthus hizo sus predicciones, y la proporción de la población que vive en la pobreza absoluta ha disminuido aún más rápido. Esto se debe a una palabra: productividad.

El hecho diferencial para este resultado probablemente lo encontremos a mediados del siglo XX, entre 1960 y la actualidad, la población mundial se duplicó, la producción mundial de alimentos se triplicó y el uso de la tierra aumentó en menos del 15%.

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Sucede que, después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países industrializados adoptaron políticas a favor de la agricultura intensiva, aprovechando los avances tecnológicos y científicos en las industrias mecánica, química y genética.

Para mostrar un ejemplo de sus beneficios, a principios de la década de los sesenta la ingesta diaria de calorías de la población en India era de 2.000 calorías por persona, con una población de 450 millones de personas. Hoy, que el país ha añadido 1.000 millones más a su cifra de habitantes, consumen 2.500 calorías por persona.

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Con esas políticas se fomentó la circulación de productos y precios relativamente estables y competitivos, y al mismo tiempo facilitan a los agricultores la compra de nuevos medios de producción a través de subsidios a tasas de interés bajas y sistemas de crédito, y alientan el cierre de fincas no rentables.

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Entre las dos guerras mundiales, los tractores motorizados reemplazaron gradualmente a los animales de carga. A partir de la década de 1950, las máquinas se volvieron más potentes y avanzadas, como los cargadores automáticos, los esparcidores de fertilizantes y las gradas rotativas.

De hecho, en el siglo XIX ya vio el nacimiento de los fertilizantes químicos para compensar la falta de fertilizantes orgánicos disponibles. Se hicieron más comunes a partir de la década de 1950 y ayudaron a impulsar las cosechas. De manera similar, los pesticidas (herbicidas, insecticidas y fungicidas) facilitaron el trabajo de los agricultores, eliminando malezas e insectos no deseados y protegiendo las plantas de enfermedades. Todas estas transformaciones ayudaron a mejorar el rendimiento de los suelos, las plantas y el ganado, y aumentar los rendimientos por unidad de trabajo y por hectárea.

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Diez millones de perjudicados por el cártel de concesionarios: qué ha pasado y cómo puedo reclamar de 2.000 a 9.000 euros si estoy afectado

Es posible que a muchos no les suene de nada el caso del 'cártel de los concesionarios', pero si estos días están leyendo o viendo en los medios algo sobre el tema, que sepan que es más grave de lo que parece por el nombre, pues hay más de 10 millones de afectados en España.

¿De qué estamos hablando? Pongámonos en contexto. Hace casi 10 años la Comisión Nacional de la Competencia (CNMC) abrió una investigación a varias empresas de distribución de vehículos (concesionarios) para comprobar si estaban llevando a cabo prácticas contrarias a la Ley de Competencia, ya fuera fijando precios o condiciones de venta.

Efectivamente, hasta 147 puntos de venta estaban implicados en la realización de acciones comerciales fraudulentas, tales como fijación de precios o intercambio de información comercial, afectando nada menos que a más de 10 millones de españoles. Por lo tanto, el caso fue llevado a los tribunales y, por fin, los afectados pueden reclamar.

Cómo reclamar si soy afectado y cuánto me pueden dar

El Tribunal Supremo ha ido ratificando en los últimos meses las denuncias interpuestas por la CNC y los afectados ya pueden ir reclamando su indemnización. ¿Y quién puede hacerlo?

Hablamos de modelos de coches comercializados entre 2006 y 2013, por lo que posteriormente a esa fecha no se puede reclamar. Para saber si eres uno de los afectados, hay herramientas disponibles para ello, como esta página puesta en marcha por la Agrupación de Afectados por el Cártel de Coches (AACC).

Estos compradores fueron víctimas de sobrecostes estimados de alrededor de un 10% sobre el importe pagado. Es decir, que van a poder obtener entre 2.000 y 9.000 euros.

¿Cómo hacerlo? Hay varias maneras: de forma colectiva, con plataformas como la Agrupación de Afectados por el Cártel de Coches, o la OCU, que ya de hecho ha presentado demandas; o de forma individual acudiendo al juzgado pertinente.

Para reclamar se debe aportar la factura de compra, o las facturas del importe pagado si hablamos de renting o leasing, y los importes que se hayan pagado en reclamaciones (por este tipo de cosas es importante guardar las facturas). Igualmente, hay que llevar el contrato o contratos de compra-venta y la ficha técnica del coche.

Y lo más seguro es que, si todo está en orden, la denuncia prospere. De hecho, ya hay aluvión de denuncias, que irán aumentando en los próximos meses.

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Millones de estadounidenses cobran poco más del salario mínimo y con él no llegan a fin de mes

Todavía hay numerosos analistas político-económicos que se sorprenden con la fuerte resiliencia de la popularidad del siempre controvertido presidente Trump, y con cómo, con las que el magnate va montando una tras otra, sigue manteniendo una buena base de votantes más fieles que un eunuco.

Efectivamente, todo apunta a que el tema no es Trump, sino qué hace que la gente siga apoyando a un individuo que abandera todo lo que él representa tan visceralmente. La desesperación y el descontento popular son muy malos compañeros de viaje de un voto racional y equilibrado, y, a la postre, también de una democracia estable y de una socioeconomía sostenible.

Y nuevos datos revelan cómo, en la primera potencia económica del mundo, en esa cuna del capitalismo que es EEUU, hay ahora mismo millones de estadounidenses que apenas cobran el salario mínimo y no llegan a fin de mes, con la única esperanza nocturna al acostar a sus hijos de pensar que ya volverán tiempos mejores.

Cobrar apenas el salario mínimo en un país con el PIB máximo (y un alto nivel de vida) a nivel mundial

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Desde estas líneas siempre les hemos afirmado que es infinitamente más peligroso un país rico venido a menos, que un país en desarrollo que ralentiza "algo" su fuerte crecimiento. De hecho, es una de nuestras principales críticas hacia la total anarquía y la falta de planificación con la que se ha llevado a cabo la globalización, que básicamente se ha resumido en una deslocalización masiva "por las bravas", con los dirigentes consintiendo a las empresas occidentales irse en masa a la caza de salarios low-cost y de regulaciones infinitamente más laxas, a la par que contribuían decisivamente al deterioro socioeconómico de los países del primer mundo.

Así, a pesar de que según las cifras de rentas mundiales a nivel global, aunque hay toda una masa de trabajadores del primer mundo que se supone que pertenecen al percentil de los ciudadanos con mejores condiciones socioeconómicas, lo cierto es que, si se les mide en términos relativos y de la contabilidad nacional, se puede ver cómo es perfectamente compatible ser un privilegiado económico a nivel global, pero estar pasando serias dificultades económicas a nivel nacional.

En este sentido, EEUU lleva ya varios años arrojando diversos datos que le posicionan entre los países en los que hay una proporción apreciable de ciudadanos en estas condiciones tan deterioradas en términos relativos de macroeconomía nacional. Así, desde algunos sectores destacan cómo en el país que es la primera potencia económica del planeta, sin embargo, el salario mínimo es tan sólo de 7$ la hora, en lo que algunos encuentran ya de por sí un lacerante síntoma de desigualdad. El tema es que ahora se ha publicado una estadística que muestra cuántos trabajadores estadounidenses están percibiendo poco más de este salario tan exiguo para los estándares de vida medios estadounidenses. Y esto, en un país en el que el salario mínimo es de apenas esos raquíticos 7$ por hora, son palabras mayores (y billetes menores). Así, la realidad incontestable es que hay literalmente millones de estadounidenses cuyos únicos ingresos ascienden a poco más de la "mágica" cantidad que supone este mínimo salario (pero mínimo minimorun).

También analizamos hace algunas semanas cómo paradójicamente el aclamado sueño americano, que tanto progreso y estabilidad dió al sistema estadounidense, hoy por hoy es mucho más fácilmente alcanzado en Europa, arrojando otro factor más de desigualdad y de desesperanza para el ciudadano medio de EEUU. Y para acabar con esta breve puesta en antecedentes sobre el "estado de ánimo" del estadounidense medio, falta por enlazarles el análisis que ya hicimos de los resultados que arrojó un nuevo estudio de investigación económica que descubrió cómo hay una clara correlación entre la subida del salario mínimo en EEUU y el descenso de la tasa de suicidios en el país.

Algunos caen en ese argumento de que el libre mercado y la recuperación ya han purgado todo el daño socioeconómico que hizo la Gran Recesión (que fue mucho más allá de una simple Recesión, aunque fuese "Gran"), y se confirma de nuevo la línea editorial que veníamos manteniendo desde estas líneas, por la que ya habíamos publicado que la clase media había visto sus condiciones socioeconómicas severamente impactadas y de forma sostenida en el tiempo (a pesar de la reciente recuperación que llega demasiado tarde. Además, tenemos que el empleo que está creando en concreto el sistema estadounidense es mayormente insuficiente para las necesidades de sus ciudadanos, arrojando una tasa de pleno empleo que dista mucho del panorama real en el mercado laboral de aquel país, y en el cual hay millones de trabajadores forzados a trabajar a tiempo parcial, cuando necesitan (y buscan) un empleo a tiempo completo.

Y tras la explosión del trabajo a tiempo parcial... llega el otro termómetro de la desigualdad: la proporción de trabajadores que cobran el salario mínimo

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Más allá de ese pleno empleo que en realidad resulta no ser tal, pues si uno de los termómetros objetivos que nos podían ayudar a medir de verdad la temperatura real del mercado laboral estadounidense eran esos trabajadores forzosos a tiempo parcial del enlace anterior, el otro no podía ser otro más que la proporción de trabajadores que actualmente están percibiendo tan sólo el exiguo salario mínimo de aquel país, así como si éste les sirve o no para llegar a fin de mes. Esos datos también han llegado ahora, y tampoco son buenos.

Según publicó toda una institución de la investigación económica como es el Instituto Brookings, a su vez tras la publicación del informe de la situación del empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales del Gobierno Federal, en un país con unos 330 millones de ciudadanos, actualmente nada más y nada menos que 53 millones de trabajadores de estadounidenses entre 18 y 64 años, o lo que es lo mismo, el 44% de todos los trabajadores apenas ganan un salario del que puedan vivir. La mediana de sus ingresos es de poco más del salario medio (unos 10$/hora), ascendiendo a un salario total anual de unos 18.000$. Y atención especial al dato, porque debo recordarles el gran valor objetivo y complementario que, para medir la desigualdad, aportan las medianas frente a las simples y muchas veces engañosas medias aritméticas.

Puede ser que este salario pueda llegar a ser habitual en determinados rangos de edad u otros países de menor renta nacional, pero las cifras son realmente chocantes no sólo porque se dan en un país que supuestamente es el más rico del mundo, sino porque además afectan a casi la mitad de sus trabajadores. Esto no es sólo argumentalmente incontestable y socialmente insostenible, sino que además es todo un escándalo socioeconómico por la severidad con la que la clase media se ha deteriorado al otro lado del Atlántico, y a la que además los recortes de impuestos de Trump apenas ha beneficiado, sino que se los ha bajado mayormente a los más ricos. Ni los autores que más recurrentemente venimos alertando desde hace años sobre este tema podíamos llegar a sospechar que el drama que les describíamos iba a llegar a tal extremo. Es una auténtica bomba de relojeria socioeconómica.

Y de aquellos polvos, esos lodos, y de esos lodos, estos fangos que nos atrapan

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Y así están ni más ni menos de caldeados los (des)ánimos al otro lado del Atlántico. Pero algunos analistas sorprendentemente aún están muy lejos de llegar a ver la realidad lógica del voto más anti-sistema, que sigue en niveles sostenidamente altos tras la Gran Recesión, y que tan bien ha canalizado y que sigue abanderando un Trump siempre política y calculadamente incorrecto (que no sincero, que lo uno no tiene nada que ver con lo otro. Estos analistas deberían más bien haber empezado por preguntarse por el verdadero porqué de que tantos millones de estadounidenses se hayan aferrado (y sigan aferrándose) a un dirigente como aparenta ser (y a veces también es) el magnate Trump.

Porque millones de estadounidenses se aferran desesperadamente a lo que representa su mediática figura, incluso cuando durante su mandato la reputación y el liderazgo internacional de los Estados Unidos de América se han visto seriamente deteriorados; por cierto, en favor de nuevos líderes mundiales emergentes que (¡Oh casualidad!) han aprovechado el hueco "dejado" (o tal vez incluso oportunamente cedido) por EEUU, que también casualmente no dudan en vender dólares a espuertas y comprar oro en lo que es un movimiento realmente revelador. Todo un rompecabezas económico en el que, como en casi todos, las piezas tan sólo tienen un encaje posible que destaque en probabilidad de suceso sobre todos los demás.

Volviendo al tema de la desigualdad, no son pocos los informes que afirman que esa desigualdad a nivel global lleva en claro retroceso unas cuántas décadas, y es totalmente cierto, pero aquí vienen los muy significativos matices a las cifras. El tema es que este descenso global de la desigualdad parece haber sido tan sólo una consecuencia directa y lógica de la globalización, que directamente a trasladado bienestar, demanda de trabajo, y salarios del primer mundo al mundo en desarrollo, reduciendo considerable y simplemente el hueco entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo.

Por el contrario, y a la vista de lo que van demostrando esos datos que van dando la razón a las tesis que venimos publicando desde hace años analistas como el que suscribe, lo que sí que ha subido con fuerza es la desigualdad intrasocietaria; que por cierto, al ser precisamente intrasocietaria, por su naturaleza de proximidad, tiene un potencial desestabilizador muy superior al intersocietario. Uno de los factores de sostenibilidad socioeconómica en los plazos más largos viene más bien de cómo la gente suele percibir la desigualdad cuando mira al vecino, o cuando se cruza en un centro comercial con alguien con un poder adquisitivo que le multiplica por varias veces el suyo, y menos con lo que pueden comprar o no comprar los ciudadanos de un país vecino.

Así que va a ser que es cierto que la realidad política tan convulsa que ahora sufrimos ya en incontables países a lo largo y ancho del globo puede ser, sino en todos y cada uno de los casos ni en la misma proporción en todos ellos, una consecuencia directa de la desesperación o la desigualdad percibida por buena parte de los ciudadanos, y que es mucho más importante incluso que la desigualdad real (aunque ésta cotice también significativamente al alza, pero no tanto como la visceralidad intencionada con la que algunos sectores nos la venden). Y sí que esta desigualdad, tanto real como (más todavía) percibida, han hecho de potenciador y detonador a un tiempo, facilitando el auge de populismos, autoritarismos, y sobre todo alentando la desconfianza de la gente en el sistema y las ganas de dinamitarlo todo.

Mucha gente siente hoy en día que el sistema ya no les pertenece, y de nuevo aflora la necesidad ineludible de refundar el capitalismo para devolvérselo a los ciudadanos, a los que nunca debería haber abandonado. La gente siempre va a tratar de conservar un sistema que ve que les beneficia y que les aporta bienestar como sociedad (pero de verdad), y, salvo suicidas autodestructivos y fanáticos, no tratará de dinamitarlo para erigir otro nuevo que a saber si les beneficiará o cuántos muertos dejará de por medio para abrirse camino: las revoluciones se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban.

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Puede ser que algunos sigan sin ver esta imperiosa necesidad de refundación, pero independientemente de que venga pintada de un color u otro (ambos extremos del espectro cromático admiten argumentos para apostar por ello), negarla es negar los datos de desigualdad objetivos, negar los votos descontentos contados, negar los gobiernos convulsos formados, y sobre todo negar el apesumbrado y anti-sistema sentir general de muchos ciudadanos. Pocas cegueras son tan peligrosas como la de no querer ver lo que se tiene delante de las narices, y, para colmo, tampoco ser capaces además de olerse la que ya tenemos encima. Cualquier día pasaremos ya de vivir simplemente en una realidad convulsa, a que sea el propio sistema el que empiece a convulsionar con estertores... y entonces muy probablemente ya será demasiado tarde, porque hay caminos socioeconómicos sin vuelta atrás que no sea muy (pero que muy) dramática... tic tac, tic tac, tic tac...

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La crisis de opiáceos o cómo ganar millones creando un problema, para luego volver a ganar millones solucionándolo

Algunos creían que lo habíamos visto todo en el terrible escándalo de la crisis de opiáceos de Estados Unidos, y que el asunto iba simplemente a quedar zanjado con oportunistas acuerdos extra-judiciales (que están trayendo quiebras de farmaceúticas), que echasen arena (o más bien billetes) encima de la hoguera de uno de los mayores bochornos socioeconómicos de las útlimas décadas.

Pero no. En esta vida lamentablemente muchas veces lo peor está por ver. Y en este asunto de paraísos artificiales e infiernos terrenales, aún hay mucho margen para escandalizarnos incluso más de lo que ya lo estamos actualmente, para lo que teníamos motivos de sobra.

Ahora no sólo tenemos que soportar ver cómo ciertas compañías farmaceúticas se han hecho de oro con el "pequeño efecto secundario" de estar inoculando el riesgo mayúsculo de una futura adicción con los temibles analgésicos opiáceos. Es que además asistimos a cómo los mismos individuos que ganaron millones de dólares a costa de la salud y las vidas de millones de estadounidenses son los que ahora pretenden volver a hacer dinero de ellos, vendiéndoles el tratamiento para esa adicción a los opiáceos que esos mismos individuos contribuyeron a extender masivamente.

De la crisis de opiáceos al negocio de los anti-opiáceos

La Crisis De Opiaceos O Como Ganar Millones Creando Un Problema Para Luego Intentar Ganar Millones Solucionandolo 2

Los límites de las posibilidades de hacer negocios mayormente deben (o más bien, deberían) ser el no vulnerar el bien común, incluyendo en ello por supuesto a la legislación vigente. Ya vimos cómo este ético límite saltó por lo aires en el bochornoso escándalo de la crisis de opiáceos de EEUU que tantas vidas a truncado y tanto sufrimiento ha originado, y que persiguió lucrarse (y mucho) a costa de la salud y la vida de una multitud de pacientes convertidos inconscientemente en drogodependientes, tras la estela de todo un complejo entramado compartido de reponsabilidades, lobbies, asistencia sanitaria, y permisividad política que ya analizamos detalladamente en el pasado.

Una de las farmaceúticas más involucradas en esta epidemia ha sido la funesta Purdue Pharma. Esta compañía ya ha estado (y sigue estando) bajo procedimientos judiciales, y como demostración indiscutible de su evidente responsabilidad en los demanes cometidos, está el hecho de que dicha compañía está llegando a acuerdos extrajudiciales millonarios con afectados, ciudades y demás sufridores con tal de poder acabar zanjando este asunto antes de que pase a mayores, pero que ya están teniendo severas consecuencias financieras sobre un sector en el que algunas farmaceúticas ya empiezan a entrar een bancarrota.

Y sospechosamente, otras tantas farmaceúticas están adheriéndose oportunistamente a los acuerdos ya firmados por Purdue. Pero una (mala) fama paralela a la de Purdue Pharma es la de la familia propietaria de este entramado farmaceútico, los Sackler, que no es la primera vez que se ven involucrados en un escándalo. De hecho, hace unos pocos meses ya escandalizaron una vez más a todo Estados Unidos con la noticia de que los Sacker estaban desviando miles de millones de dólares desde la compañía farmaceútica a cuentas radicadas en Suiza.

Pero no se vayan todavía, aún hay más. Tras esta retahíla de escándalos, el reguero de vidas destrozadas, y los flujos de miles de millones de dólares hacia cuentas de puertos francos en países-refugio bancarios, los controvertidos Sackler reventaron de nuevo titulares con otra polémica noticia que pasó desapercibida en su momento, pero que, tras todo el serial judicial y la demostración de los hechos, toma ahora una especial relevancia. Y es que en su momento les ya les fue concedida la patente sobre un antídoto contra la adicción a los opiáceos. Y como en el clásico chiste, aquí hay dos noticias: una buena y una mala. Como esto no es interactivo y no me pueden elegir cuál quieren oir primero, elegiré yo por ustedes contándoles la buena primero.

La buena es que parece que, para muchos afectados que siguen padeciendo una adicción a los opiáceos, por fin parece que hay una luz al final del túnel, y hay ya un tratamiento en el mercado que facilita el también traúma de salir de la adicción sin padecer en toda su intensidad el insufrible "mono" o síndrome de abstinencia. De hecho, como habrán leído en el enlace anterior, ya, en 2017, el medicamento bajo el que se comercializa el principio activo experimentó unas ventas de 877 millones de dólares sólo en Estados Unidos. Una cifra nada desdeñable para un medicamento con esta relativamente corta línea de vida. La mala noticia es que los Sackler optaron en su momento por acudir a la oficina de patentes a iniciar el proceso y patentar el antídoto para la epidemia que ellos mismos contribuyeron definitivamente a crear, y que finalmente ya les fue oficialmente concedida a finales de 2018.

Y el objetivo de obtener una patente no puede ser otro más que ése: tener la propiedad legítima de la explotación comercial del mismo. Pero el verdadero objetivo de escribir en diferido sobre este asunto, cuya patente recuerden que ya se concedió hace un año largo, también era poder analizar sin prejuzgar ni anticipar acontecimientos, y así dar un margen de tiempo a acusado y autoridades para ver qué pasaba y qué hacían. Y hasta donde yo sé, no ha pasado nada (pero nada de nada)... O en realidad ha dejado de pasar mucho. De hecho, han tenido ya más de un año para hacer alguna filantrópica demostración con la patente, y, por ahora, hasta donde un servidor sabe, ni se le conoce ni se le espera.

Porque está por ver si finalmente pudieran acabar cediendo la patente a ONGs, organizaciones sin ánimo de lucro, o al mundo entero como muestra de su hasta ahora tan sólo "aparente" y "figurativa" filantropía, habiendo sido uno de los principales donantes a instituciones del mundo del arte de EEUU y Reino Unido. A pesar de que el tiempo pasa y la noticia no llega, siguen estando a tiempo de aprovechar una ocasión de oro para hacer todo un alarde de filantropía (de la de verdad) con su flamante patente anti-opiáceos, pero lo cierto es que, si ése fuese el verdadero objetivo, había otras formas de hacerlo desde el principio, y de conseguir que el antídoto llegase de forma mucho más directa y rápida a las organizaciones que pueden paliar mejor el daño hecho a la socioeconomía y, en última instancia, a todos los afectados con nombres y apellidos. Son esas personas más allá de los números de las estadísticas de afectados los que tan acuciantemente lo necesitan, antes de llegar a sufrir una sobredosis el día menos pensado. Definitivamente, el camino elegido pues apunta a que los Sackler probablemente pretendían hacer dinero (y pretenden seguir haciéndolo) también con este antídoto anti-opiáceos.

Las farmaceúticas no son ONGs, pero tampoco pueden ser ser "agentes patógenos cancerosos" en epidemias como la de opiáceos y salir indemnes

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Nadie puede ser obligado a ser una ONG, y el desarrollo de cualquier medicamente tiene unos costes muy importantes, pero la justicia debe procurar que los culpables de toda índole hagan todo lo posible por reparar el terrible daño que muchas veces producen, y que a veces, como en este caso, supera en varios órdenes de magnitud la capacidad financiera incluso de todo el sector en su conjunto. Puede haber casos en los que sea imposible subsanar todos los desastres cometidos, pero lo que ya gira claramente en otra órbita (estratosférica) es que esa reparación sea parcialmente posible, pero que, lejos de tratar de facilitarla a todos los perjudicados, ahora se pretenda sacarles los pocos cuartos que el caballo les deja disponibles en los bolsillos para curar el mismo mal que en la inmensa mayoría de los casos de casos se les inoculó.

Para mayor gravedad, esto ocurre al tiempo que los responsables eran (y son) plenamente conscientes del desastre que podían acabar creando. Y el desastre efectivamente ha resultado ser mayúsculo, incluida la dimensión socioeconómica, además de la absoluta devastación en la dimensión más personal. Se mire por donde se mire este asunto, no es que sea lamentable: es absolutamente desolador.

No sólo estos dólares de algunos jugadores del sector farmaceútico están manchados de una mezcla de sangre y polvo marrón de heroína, sino que deberían ser literalmente confiscados por algún poder legislativo o ejecutivo que obligase a los despiadados culpables a lavar esos billetes con soluciones que esterilizasen el estupefacto ambiente, al menos para que la estupefacción se tornase en límpida curación de lo que ha sido una auténtica lacra de putrefacción socioeconómica. Es otra forma más de luchar contra el destructivo sentimiento anti-sistema imperante, de devolver el sistema a la gente, y de catalizar esa refundación del capitalismo que tan necesaria consideramos desde estas líneas, y además dando con esta confiscación (o como se quiera articular legalmente) un claro y preventivo aviso a navegantes.

No dar este tipo de "avisos", no hace sino traer las peores consecuencias de la probada teoría de los cristales rotos que ya analizamos cómo aplicaba también a la corrupción, y que conste que estas dinámicas como la epidemia de opiáceos pueden llegar a ser interpretadas como un tipo de corrupción (o al menos perversión) empresarial. Dicha teoría demostró hace décadas cómo, en cualquier ámbito, la psicología social hace que aquello (físico, virtual o conceptual) que se deja abandonado, acaba siendo destruído por ciertas naturalezas sociales o socioeconómicas. Los diferentes ámbitos del mundo empresarial no son sino otro de estos escenarios en los que es esencial demostrar que hay alguien cuidando del patio, y que si alguien la hace, el daño se repara y además el que la hace la paga. No es sino simple y llana naturaleza humana (de algunos).

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Obligar a ceder esta patente o sus réditos a asociaciones u organizaciones que puedan llevar sus beneficios eficazmente a los afectados sería un justo y ejemplar castigo, además de un mínimo resarcimiento a los devastados afectados. Se debería forzar a que esos dólares fuesen por fin bien utilizados, y qué mejor que hacerlo paliando y reparando en la medida de lo posible todo lo que se destruyó coscientemente al ganarlos tan bochornosamente. Un dólar siempre será un dólar a la hora de usarlo, pero a la hora de ganarlo hay dólares que valen el esfuerzo de haberlos ingresado honradamente, y hay dólares que valen menos que la conciencia de sus censurables recaudadores.

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