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Las políticas del presidente Trump: de la incredulidad a la negación

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Tras el estupor inicial provocado por la ofensiva comercial de EE. UU., la economía global ha entrado en un periodo extraño de desacoplamiento entre la percepción de incertidumbre, y unos datos que revelan una cierta capacidad de resistencia. En España también el momento económico dulce que pervive contrasta con la sucesión de perturbaciones externas o las vicisitudes de la política nacional. Esta sensación de inmunidad, sin embargo, no puede durar indefinidamente.                 

De momento, los mercados son optimistas, a tenor de unas bolsas que han borrado totalmente las pérdidas posteriores al día de la “liberación”. El Nasdaq ha subido casi un 7% en lo que va de año, el índice europeo un 12% y el IBEX un sorprendente 22%. Es decir, los ahorradores no dan crédito a las declaraciones incendiarias (y reversibles) del presidente Trump, considerando que la economía norteamericana puede soportar tanto un arancel del 10% como un incremento de la deuda pública del 25%, que es lo que se anticipa tras la aprobación de la “bella” reforma fiscal de la administración republicana. Los mercados también apuestan por bajadas de tipos de interés, sobre todo cuando se produzca un relevo a la cabeza de la Reserva Federal. Y por un impacto asumible de la guerra comercial de este lado del Atlántico. 


Esta percepción se apoya también en los datos macroeconómicos más recientes, que son consistentes con un avance del PIB en EE. UU. del 0,6% en el segundo trimestre, conforme al GDPnow, y en la eurozona, a tenor del indicador PMI, así como en España ( 0,5% según la previsión de Funcas). 

Ante estas señales alentadoras, conviene señalar dos factores de vulnerabilidad. Uno, el impacto de los aranceles en el comercio internacional está por venir: la acumulación de existencias por parte de las empresas, o el adelanto de los envíos a EE. UU., han atenuado el efecto de las restricciones comerciales. Pero estas prácticas solo aportan remedios transitorios: con el tiempo, los intercambios se resentirán necesariamente de la guerra comercial, incluso en el escenario favorable de un sobrecargo general no superior al 10% sobre los productos europeos, y algo mayor en el caso de los automóviles, el acero, el aluminio y algunos productos agroalimentarios. 

En segundo lugar, los mercados no parecen haber integrado la incoherencia inherente a la política económica norteamericana. Por una parte, los aranceles generan desconfianza entre los inversores, ya que el proteccionismo encarece los costes de producción, desorganiza las cadenas de suministro y en definitiva erosiona el potencial productivo. Por otra parte, EE. UU. necesita a esos mismos inversores para financiar un déficit público que ya es desbocado y que se agravará con los recortes de impuestos. Es decir, la política económica de Trump genera más desequilibrios, al tiempo que socava los incentivos para que los inversores sigan financiándolos. 

La apreciación del euro, divisa que ha empezado a actuar como valor refugio, puede ser una víctima colateral de esta contradicción. Si bien la moneda única ya se ha revalorizado, el ajuste podría ser mayor conforme se vayan materializando las amenazas proteccionistas. Como muchas otras monedas, y el propio yuan, tienden a evolucionar al compás del dólar, la apreciación del euro tendrá un alcance global, pudiendo constituir un factor mucho más costoso para los exportadores que los propios aranceles. 

Por fortuna, la economía española está poco expuesta tanto a la escalada de aranceles como a las consecuencias de la apreciación del euro frente al resto de monedas. Esto es porque nuestros intercambios se dirigen principalmente a la zona euro, frente a la cual se mantiene un sólido superávit. Ante una situación en principio favorable, sin embargo, el escollo procede del débil margen de maniobra de nuestra política económica, con unos presupuestos prorrogados sine die y una escasa capacidad de consensuar reformas de calado o medidas que compensen las adversidades de la coyuntura internacional. 

EURO | En el momento de escribir, la moneda única cotizaba en el entorno de 1,17 dólares, un 13% por encima de los valores observados a inicios de año. El euro también ha tendido a apreciarse frente a otras divisas, como el yuan chino ( 10,5%), restando competitividad a las exportaciones. La apreciación del euro es por tanto cuasi generalizada, y refleja un ajuste de los movimientos de capital, particularmente en relación a la inversión en cartera, que se ha acelerado tras la imposición de restricciones comerciales por parte de la Administración Trump a principios de abril. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La incertidumbre sobre la Fed y la economía americana enturbia la hoja de ruta del BCE

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Desde la llegada de la Administración Trump en Estados Unidos en enero, no parece haber quedado casi nada “piedra sobre piedra”. La enorme incertidumbre generada en todos los ámbitos (económicos, comerciales y sociales), con numerosas medidas contradictorias y erráticas, abrieron un nuevo tiempo –mucho más volátil y difícil de gestionar– en el orden global. No solamente ha afectado el anuncio de la imposición de aranceles del 2 de abril, y sus posteriores idas y venidas con la tregua y negociaciones. También la aprobación de una reforma fiscal como la Big Beautiful Bill, que muchos pronostican que generará más déficit público y más desigualdad social. Y una desregulación financiera casi salvaje, especialmente para las inversiones y desarrollos de activos de elevado riesgo, como las criptomonedas, en las que estamos viendo comportamientos y conflictos de interés alarmantes sobre los que ninguna autoridad actúa. Si a esto se le une las presiones sobre la Reserva Federal, sobre su presidente y sobre las decisiones de tipos de interés que debe tomar, pues el marco económico institucional de EE. UU. parece estar patas arriba. Con implicaciones para la economía estadounidense y también la global. Y que los mercados financieros están notando.

La Fed ha mostrado hasta ahora cautela ante la incertidumbre. Ha mantenido los tipos de interés en el rango del 4,25-4,50%, y la previsión actual es de hasta dos recortes de 25 puntos básicos en lo que queda de año, que podría comenzar con la reunión de este mismo julio. Sin embargo, la inflación, impulsada por los nuevos aranceles y las tensiones geopolíticas, ha llevado a una revisión al alza de las proyecciones de inflación para 2025, situándola en el 3,1%, y una reducción en las expectativas de crecimiento del PIB al 1,4%.

El presidente de la Fed, Jerome Powell, cree que cualquier ajuste en los tipos dependerá de la evolución del mercado laboral y de la inflación, manteniendo una posición de cautela ante la actual incertidumbre. Estas cautelas y el mantenimiento de la independencia de la autoridad monetaria han traído las tensiones con la Casa Blanca, que está demandando reducciones del precio oficial del dinero, que sin duda podrían coadyuvar a un mayor crecimiento y a un menor coste de la deuda pública, pero que probablemente reforzarían las presiones inflacionistas, algo que la Fed debe evitar. De este modo, la relación entre el presidente Donald Trump y Jerome Powell se ha deteriorado, incluso con el primero exigiendo públicamente la renuncia del segundo y cuestionando su gestión.

Aunque Trump posteriormente confirmó que no destituirá a Powell antes de que finalice su mandato en mayo de 2026, siguen vivas las especulaciones sobre la posibilidad de que su Administración esté considerando candidatos para reemplazarlo, con el objetivo de alinear la política monetaria con su agenda económica. Algo que llevaría claramente al traste con la independencia de la Fed y una larga historia de decisiones tomadas solamente pensando en los números y no en factores políticos. La Fed debe mantener su independencia y credibilidad en un entorno de presiones políticas y económicas. Las decisiones futuras sobre los tipos de interés y el liderazgo de la institución serán cruciales para la estabilidad económica de Estados Unidos y podrían tener notables implicaciones en los mercados financieros globales. De hecho, ya parece que están trayendo efectos –combinados con los de la errática política económica de Trump– sobre los mercados financieros, en particular en el dólar y los bonos soberanos (treasuries).

Y también más allá. Todo lo que está aconteciendo en EE. UU. afecta a todo el mundo. E incluso hace incumplir predicciones bien establecidas de los modelos de teoría económica. Lo previsible es que, con tipos más altos en EE UU que en la zona euro, el dólar se hubiera apreciado significativamente. Sin embargo, ha ocurrido lo contrario: el euro se ha revalorizado fuertemente frente al dólar, alcanzando niveles que no se veían desde 2021, por encima de los 1,18 dólares por euro, un aumento del 14% desde enero. La debilidad del dólar y fortaleza del euro se deben a varios factores. Primero, la política económica incierta de EE. UU., incluyendo recortes fiscales significativos y un aumento del déficit, ha generado una pérdida de confianza en el dólar. Además, las expectativas de próximas reducciones en los tipos de interés por parte de la Fed contribuyen a la depreciación del dólar. Por otro lado, está el creciente atractivo de los activos europeos. Los inversores han buscado refugio en activos europeos debido a la volatilidad en EE. UU., lo que ha aumentado la demanda de euros y ha impulsado su valor.

Hace unos días, el BCE expresó su inquietud ante la apreciación del euro. Aunque un euro fuerte puede ayudar a controlar la inflación al abaratar las importaciones, también puede perjudicar las exportaciones al encarecer los productos europeos en el extranjero. El vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, afirmó la semana pasada que niveles por encima de 1,20 dólares por euro podrían ser problemáticos para la economía de la eurozona. Si la tendencia actual continuara, muchos analistas creen que el BCE podría considerar más reducciones de tipos para mitigar los efectos negativos sobre la economía. En todo caso, cualquier acción futura del BCE debe ponderarse muy bien para evitar desencadenar tensiones en los mercados de divisas. La hoja de ruta del BCE, por tanto, se ha complicado con lo que acontece al otro lado del Atlántico.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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Una crónica financiera de urgencia de Estados Unidos

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La economía y la sociedad estadounidenses parecen estar al borde del ataque de nervios, como en la gran película de Pedro Almodóvar. Termino de volver de un viaje a ese país, en el que he podido hablar con economistas y analistas, a la vez que percibir lo que ocurre a pie de calle. Caos (también económico) es la palabra más utilizada. El momento más llamativo fue la disputa pública entre el presidente Trump y Elon Musk, con más que probables consecuencias para las empresas de este último. Todo parece imprevisible y empieza a causar agotamiento en la población, que no ve las cifras económicas mejorar –tampoco empeorar significativamente– y ve que la incertidumbre inicial se alarga. Afecta negativamente a las expectativas de familias, empresas e inversores que no saben si, al final de este tumulto económico, el PIB y el empleo se debilitarán o si aumentará la inflación, o si los mercados continuarán sufriendo, con pérdidas para los ahorradores norteamericanos, o si un mayor déficit público puede llevar a una gran presión sobre el mercado de bonos y a algún episodio de inestabilidad financiera. Todo complejo de dilucidar.

Las últimas noticias de los aranceles de la Administración Trump son, por un lado, la continuación de la tensa espera ante los posibles acuerdos con todos los países y bloques como la UE. Los significativos avances de las últimas horas en la negociación con China parecen llevar a una cierta tregua comercial entre ambos gigantes.

Por otro lado, la más que inquietante medida que duplica los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio, elevándolos del 25% al 50%, y que entró en vigor el 4 de junio, casi tiene los efectos de un embargo, como han comentado algunas empresas y analistas internacionales. Las cadenas de valor se van a resentir mucho. Y nuevamente las empresas estadounidenses, como las de las industrias automovilística o aeroespacial, pueden ser las más perjudicadas, y ya han expresado su preocupación por el impacto nocivo de estos aranceles en la viabilidad económica y la seguridad del transporte.

Todas estas medidas y la incertidumbre que las acompaña afectan a la inversión y al comercio, incluso si al final algunas de las tarifas se suavizaran notablemente. En todo caso, no cabe esperar con optimismo lo que quedará después de toda esta agonía arancelaria. La economía tarde o temprano lo notará negativamente.

En este entorno con dudas económicas es donde se va a aplicar la denominada “Big Beautiful Bill”, que es una ambiciosa propuesta legislativa fiscal ya aprobada por la Cámara de Representantes hace dos semanas. Combina temas fiscales, sociales y de seguridad nacional. O, dicho de otro modo, rebajas de impuestos, medidas de seguridad fronteriza, reformas del sistema de salud y modificaciones del gasto social. No está claro, a día de hoy, si el Senado lo aprobará tal y como está, vistas sobre todo las fuertes reacciones en el Congreso. Sin embargo, todos creen que una gran parte del Bill saldrá adelante tras su paso por esa Cámara.

Asimismo, los inversores –en particular los llamados bond vigilantes– van a estar muy pendientes de si esta propuesta lo que genera es un mayor déficit público e inflación. El primero de los efectos es difícil que lo compren unos inversores que están tomando muchas más cautelas desde los anuncios arancelarios de abril a la hora de adquirir bonos del Tesoro americano u otros activos denominados en dólares. El apetito inversor por esta divisa ha disminuido desde entonces. No es fácil sustituirla por otras divisas que son sólidas, pero que tienen unos mercados cuantitativamente mucho menos importantes (libra esterlina, franco suizo) o que nunca se diseñaron tan claramente para atraer capitales (como es el euro).

Y eso que la divergencia de las estrategias de política monetaria de la Reserva Federal con, por ejemplo, el Banco Central Europeo, debería conducir a una apreciación del dólar, algo que no se está produciendo. La semana pasada el BCE volvió a bajar los tipos hasta el 2%, mientras la Fed los mantuvo nuevamente en el 4,5%, con lo que el diferencial continúa aumentando.

Es cierto que la inflación parece más controlada en la zona euro, que además necesita, más que Estados Unidos, de estímulos financieros que saquen al Viejo Continente de la atonía en el crecimiento económico. En todo caso, está por ver que acontecerá en las próximas reuniones de los bancos centrales, pero seguramente las dudas sobre el dólar persistirán y meterán presión a los mercados.

Todo ello redunda en un menor apetito de los inversores globales por la deuda soberana estadounidense, lo que está convirtiendo las subastas del Tesoro americanos en grandes momentos de la verdad. Por ejemplo, hoy se emite deuda a 30 años, y lo que normalmente sería una subasta rutinaria de bonos, con una previsión de 22.000 millones de dólares, se ha convertido en unos de los momentos más esperados de Wall Street esta semana.

Lo que finalmente ocurra recibirá una atención especial porque ofrecerá una señal instantánea sobre el nivel de demanda del mercado en un momento en que la apetencia de los inversores por la deuda estadounidense a 30 años se ha debilitado. Y este no será última subasta al borde de un ataque de nervios, mientras la incertidumbre siga. Todas las subastas serán vistas como una prueba del sentimiento del mercado mientras el caos permanezca.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La incertidumbre global continúa pesando en la macroeconomía y las finanzas

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Para muchos es un gran alivio que haya concluido el mes de abril. Los riesgos económicos y financieros se exacerbaron a escala global y a escala local vivimos algunos inesperados y desagradables como el gran apagón. Mayo parece traer moderación, aunque la coyuntura dista mucho de ser estable, tanto por la amenaza de recesión latente en varias economías occidentales como por los riesgos financieros derivados de las tensiones sobre el dólar y los bonos soberanos de Estados Unidos. Sin duda, el foco principal de las sacudidas a la economía global fueron los anuncios de aranceles por parte de EE. UU. el pasado 2 de abril. Tras una fase de máxima tensión, la administración Trump ha empleado un tono más conciliador respecto a China y a otros socios comerciales como la Unión Europea. 

Está por ver si este tono logrará devolver a la economía mundial una notablemente menor incertidumbre. Sin embargo, la evolución de la guerra comercial con el gigante asiático será determinante. En lugar del plan inicial, se piensa en un esquema donde China enfrentaría tarifas sustancialmente por debajo del 100%, y el resto del mundo pagaría un arancel universal del 10%. Aunque esto es mejor noticia y reduce el riesgo inmediato de disrupciones severas, el esquema tarifario aún se mantiene más elevado que hace meses, lo que impactará negativamente el comercio y el crecimiento económico global. Además, todavía no se han anunciado acuerdos concretos con los países, aunque se sabe que se está negociando, lo que incrementa las dudas sobre la estructura arancelaria futura. 

A pesar de que la moderación de las amenazas arancelarias ha tranquilizado a los mercados, la elevada incertidumbre sigue pesando sobre gran parte de la inversión productiva, que como mínimo se ha pospuesto sine die, afectando a la actividad económica y al empleo, e incidiendo también en el mercado de bonos (treasuries) y en la confianza en el dólar como divisa y base de activos financieros. La parálisis en las decisiones de inversión empresarial y el deterioro de la confianza del consumidor están comenzando a reflejarse en los indicadores de actividad, en especial en Estados Unidos y en Europa. Se espera que el crecimiento del PIB para el primer trimestre de 2025 se desacelere notablemente. En la zona euro, la situación es igualmente delicada, mostrando señales de estancamiento, con los índices PMI cayendo a niveles apenas superiores al umbral de expansión. Mientras tanto, la inflación sigue descendiendo, favorecida por la caída de los precios energéticos, lo que supone un pequeño alivio. Este entorno global debilitado retroalimenta los efectos negativos sobre la inversión, algo que probablemente se mantenga en todo 2025. 

En el ámbito financiero, las fuertes turbulencias en los mercados de principios de abril se han calmado en parte. La renta variable se ha recuperado, pero la volatilidad en las Bolsas de valores será la tónica de los próximos meses, mientras la incertidumbre y las sombrías previsiones económicas se mantengan. La combinación de tensiones comerciales persistentes, alta incertidumbre geopolítica y debilitamiento de la demanda interna en buena parte del mundo apunta a que la economía global continuará navegando en aguas turbulentas, riesgos que se trasladan a las finanzas con rapidez. Por ello, el mercado de bonos seguirá siendo fuente de preocupación, probablemente más que la renta variable. Continúan las dudas pese a haberse superado el episodio crítico del mercado estadounidense de treasuries del 9 de abril, factor que llevó a la administración Trump a retroceder parcialmente y a llamar a la negociación en la guerra arancelaria. La situación fiscal de EE. UU. ha desanimado a los inversores a tomar posiciones en dólares y activos vinculados. 

Esa demanda mermada y las disfuncionalidades graves en ese mercado de bonos pueden suponer problemas en el futuro próximo, que podrían requerir una intervención contundente de la Reserva Federal. Una de las principales disfuncionalidades es el elevado peso de los hedge funds, con un uso intenso de derivados sobre esos bonos y compras muy “apalancadas” (es decir, acometidas con crédito), muy sensibles a shocks externos como el arancelario, que salieron a la luz y generaron los temblores financieros del 9 de abril y días anteriores. Si persistieran los problemas, la Fed probablemente tendría que actuar no solo para aliviar tensiones con una especie de “rescate” dando liquidez al mercado, sino también para reformar y regular su funcionamiento. 

¿Qué cabe esperar en materia de tipos de interés en este contexto tan complejo? El Banco Central Europeo, que ya había cambiado su posición hacia una política más acomodaticia, probablemente ahora esté presionado para actuar con mayor contundencia, tal como hizo con la baja de tipos del pasado Jueves Santo. Algunos analistas pronostican que el BCE reducirá progresivamente los tipos hasta el 1,5 o incluso el 1,25% para otoño, en respuesta a un crecimiento más débil y a una inflación atenuada. La prioridad parece ser responder de manera flexible a los riesgos macroeconómicos. Por su parte, la Fed, a pesar de presiones políticas para una reducción más agresiva, por ahora proyecta únicamente dos recortes adicionales de 25 puntos básicos cada uno para este año, situando los tipos en torno al 3,75-4%. Parece reflejar la intención de equilibrar el crecimiento económico con la estabilidad de precios, evitando medidas que puedan exacerbar las presiones inflacionarias o desestabilizar los mercados financieros. Todo ello traerá una renovada divergencia monetaria entre la zona euro y EE. UU., con sus consiguientes riesgos para los mercados. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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La economía española tras el shock comercial

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El comercio internacional, uno de los principales baluartes de la economía española, empieza a flaquear como consecuencia de la guerra arancelaria. Según las estimaciones de la OMC, los intercambios internacionales se paralizarán en los próximos meses bajo la premisa, relativamente optimista, de una escalada tarifaria contenida, y se contraerán hasta un 1,5% en el supuesto de una activación de los aranceles recíprocos por parte de EE UU, y de represalias de otros países. 

Los primeros efectos del proteccionismo son ya palpables en el bloque comercial de América del Norte. Por ejemplo, desde el inicio de la ofensiva tarifaria, la frontera norte de México habría registrado una fuerte caída de los envíos al país vecino, mientras que los viajes entre Canadá y EE. UU. se habrían reducido drásticamente. Esto son solo las primeras réplicas de una onda recesiva provocada por el aislacionismo comercial que irá extendiéndose a través del planeta. 

España no puede desacoplarse de un eventual parón del comercio internacional. El shock tarifario va más allá de nuestra exposición directa al mercado americano, ya que la amenaza es global, cerniéndose sobre una economía europea en un momento de gran debilidad y de dificultad para consensuar una acción común. No es sorprendente que nuestros intercambios con los socios comunitarios se hayan debilitado, siendo ésta una tendencia que, hasta fechas recientes, se había compensado con los buenos resultados cosechados fuera del Viejo Continente. El año pasado las exportaciones de mercancías españolas a la UE se redujeron en 0,5%, mientras que los envíos a los destinos no comunitarios se incrementaron un 1,4% (conforme a la balanza de pagos). 

Tras la imposición de los aranceles, va a ser difícil contrarrestar la anemia europea recurriendo a los mercados extracomunitarios. Los datos de ventas de grandes empresas –los únicos que aportan una información en tiempo casi real– evidencian ya una caída de las exportaciones totales del 1,7% durante el mes de marzo (en términos de crecimiento medio interanual, que no es posible desglosar entre diferentes destinos). Paralelamente las importaciones siguen avanzando, en consonancia con el tirón de la demanda interna. En suma, el sector exterior, que aportó directamente el 30% del crecimiento total del PIB en el último trienio, tiende ahora a restar actividad.


La inversión es la variable más vulnerable ante un panorama internacional tan adverso como incierto. Por su internacionalización, son las grandes empresas las más perjudicadas. Cabe anticipar que estas corporaciones congelen algunos proyectos hasta que el panorama comercial se dilucide. Por otra parte, el volumen de inversión directa española en EE. UU. roza los 120.000 millones de euros, o el 7,4% de nuestro PIB. El bajo nivel de endeudamiento empresarial, junto con la senda de bajada de tipos de interés, configuraba un escenario favorable a la inversión. La incertidumbre global lo empaña. 

Si bien el consumo público tiene ya poco recorrido, el de las familias puede actuar como contrapeso, gracias al crecimiento del empleo y la disponibilidad de un importante remanente de ahorro. De manera similar, un ciclo de inversión residencial está en marcha (si bien a un ritmo insuficiente para aplacar la crisis de vivienda). Con todo, sin embargo, el frenazo externo será el protagonista de la coyuntura. 

La magnitud de la desaceleración va a depender sobre todo de las decisiones que se tomen en Washington. El arancel actual del 10% es un golpe duro pero asumible para la economía. Otra cosa es si el clima de incertidumbre se perpetúa, con una sucesión de nuevas amenazas y de desmentidos, lastrando la economía mundial, pero elevando también el riesgo de recesión e inestabilidad financiera en EE. UU. No es el escenario más probable: la suspensión de los aranceles recíprocos evidencia que el republicano tiende a recular ante un conato de crisis de deuda. Trump tiene la llave, pero la comparte con los mercados. 

DEUDA | El mercado español de deuda pública, importante barómetro de la salud financiera de nuestra economía, ha reaccionado con calma a las turbulencias desatadas del otro lado del Atlántico tras el día de la “liberación”. La rentabilidad exigida por los mercados para comprar bonos españoles a diez años ha oscilado entre el 3,2% y 3,3%. Y la prima de riesgo, o diferencial con el referente alemán, considerado como valor refugio para los inversores en momentos de gran incertidumbre como el actual, apenas se ha incrementado en torno a 10 puntos básicos. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los bancos centrales se enfrentan probablemente a otra grave tensión financiera

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En un marco global tensionado por la incertidumbre con los aranceles y, en particular, por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, los bancos centrales, como ya ocurriera con la crisis financiera y la pandemia, vuelven a estar en el centro del escenario económico global. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo van a tener unos difíciles meses por delante. Los probables conflictos geopolíticos, a cuyos riesgos se ha referido el FMI recientemente, y las distorsiones en las cadenas globales de suministro, van a elevar el grado de exigencia. No parece tratarse aún de un momento Lehman Brothers, pero sí que tiene toda la pinta de ser peliagudo, sobre todo si las tensiones arancelarias continúan agravando el panorama financiero.

Este tipo de shock, a diferencia de una crisis financiera o una recesión convencional, tiene una naturaleza eminentemente política y externa al control directo de los bancos centrales. Algo parecido al choque de la pandemia; en este caso, una crisis sanitaria global. No obstante, las consecuencias económicas de la grave tensión arancelaria recaen de lleno en la esfera de acción de los bancos centrales. La Fed se encuentra en una encrucijada. Seguir en pausa en su estrategia para contener una inflación alimentada por factores no monetarios podría agravar la desaceleración de la inversión y la actividad económica. Sin embargo, ser complaciente bajando tipos podría minar su credibilidad y anclar expectativas de inflación al alza. Además, las crecientes tensiones políticas internas –donde algunos sectores presionan a la Fed para estabilizar la economía– ponen en peligro su independencia.

La situación no es del todo distinta en la zona euro, donde la fragilidad en el crecimiento ya es un clásico. La eurozona es más dependiente del comercio internacional que EE UU, por lo que los efectos de las tensiones arancelarias se sentirán de forma aún más intensa. La labor del BCE se complica con la fragmentación del bloque. Las diferencias en el crecimiento en los países grandes, como Alemania, Francia, Italia o España, dificultan una respuesta unificada. Subir tipos podría proteger el poder adquisitivo en el norte de Europa, pero ahogar aún más la recuperación de los países con mayor endeudamiento como Italia. Y se vienen por delante nuevos esfuerzos fiscales por el aumento del gasto en defensa y seguridad. Hoy se reúne el Consejo del BCE y se estará muy atento a su decisión. Apunta a una nueva bajada de tipos, algo que no se pronosticaba hace unas semanas.

Luego está uno de los canales más sensibles, el de los mercados financieros. Las decisiones de los bancos centrales son seguidas con atención quirúrgica por los inversores. Y ahora la situación es mucho más compleja para la Fed que para el BCE. El mercado de deuda pública estadounidense, en particular, ha mostrado una gran sensibilidad a las expectativas de inflación y a la percepción de riesgo sistémico. El mercado de treasuries –tradicionalmente considerado como el activo libre de riesgo por excelencia– ha experimentado una notable volatilidad. Que se explica, en buena parte, por la incertidumbre arancelaria y fiscal y la reducción de la demanda estructural por estos bonos. China, uno de los mayores tenedores, ha reducido gradualmente su exposición como respuesta estratégica al conflicto comercial. Este mercado ha sido testigo de aumentos inusuales en la volatilidad, caídas en la liquidez y amplios diferenciales bid-ask que han encendido las alarmas entre analistas y autoridades. Muchos miran hacia la Fed en busca de soluciones. Las herramientas convencionales –como la bajada de tipos– tienen una efectividad limitada frente a shocks de oferta como el arancelario. La confianza en la política monetaria se convierte así en un activo intangible pero crítico, cuya erosión podría desencadenar una fuga de capitales y un endurecimiento abrupto de las condiciones financieras.

No es la primera vez que se presentan tensiones de este tipo. Durante el estallido de la pandemia, el mercado de treasuries vivió uno de sus peores momentos cuando inversores institucionales comenzaron a liquidar bonos en masa para conseguir liquidez. Provocó una disfunción severa que obligó a la Fed a comprar bonos a gran escala mediante su programa de flexibilización cuantitativa (QE), que fue clave para estabilizar el sistema financiero.

Muchos abogan por que se vuelva a emplear ahora. Sin embargo, en la pandemia había una causa externa inesperada sobre la que nada se podía hacer –crisis sanitaria–, y ahora todo se debe a una combinación de decisiones voluntarias del Gobierno norteamericano y a disfuncionalidades del mercado de bonos. Rescatarlo ahora nuevamente puede generar incentivos perversos para el futuro. Se habla de otras opciones, como que la Fed podría colaborar con el Tesoro para coordinar mejor la emisión de deuda, distribuyéndola de manera menos agresiva. O fortalecer la infraestructura del mercado secundario de treasuries, incentivando la participación de creadores de mercado, o incluso habilitando un dealer de última instancia.

En suma, la Fed y el BCE se enfrentan al desafío de mantener la credibilidad, sostener la demanda interna y anclar las expectativas de inflación, todo ello en un entorno donde las decisiones políticas externas –como los aranceles– limitan enormemente sus márgenes de maniobra. Con un reto enorme además para la Fed, encontrar el equilibrio entre mantener su credibilidad frente a la inflación y evitar una disfunción financiera en la situación de los treasuries que pueda extenderse a otros mercados. Seguro que la Fed agradecería algo más de coherencia en las políticas económicas del Gobierno de su país.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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De gallinas y cisnes negros

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No es que la economía mundial y los mercados financieros estuvieran en perfecto orden de revista antes del 2 de abril, cuando el presidente Trump anunció los aranceles. Algunos hablaban aún de sobrevaloración del Nasdaq y las grandes tecnológicas, pese a la corrección desde enero. También se observaba cierta tensión en el mercado de bonos por las emisiones de deuda de los países de la UE, como consecuencia del aumento en defensa y seguridad. Y se especulaba, sin tanto nervio, sobre cuándo el BCE y la Fed bajarían los tipos de interés. Cuestiones trascendentales todas  –con su parte de drama–, pero dentro de una “normalidad” ya desaparecida.

Todo cambió desde el 2 de abril y la montaña rusa de los últimos días, incluida la tregua de 90 días concedida por EE.UU. a la imposición de los llamados “aranceles recíprocos” –los universales del 10% se mantienen– a países que no han tomado represalias y quieren negociar. Sin embargo, la contundente respuesta de China la deja fuera de ese paréntesis, lo que ha provocado inéditas réplicas arancelarias. La mayoría del resto de países –incluida la UE– que aún no habían respondido, respiran al menos por tres meses La ruptura de las reglas comerciales globales vigentes desde 1945 causó inicialmente un caos financiero, pero también dejó mella en los intercambios comerciales y en la economía real. También deteriora, pase lo que pase al final, la confianza entre países, algo difícil de construir y fácil de desmantelar.

Los mercados de renta variable fueron los primeros en arder, con pérdidas generalizadas. Se descontaba que una guerra comercial virulenta era la antesala de una recesión global y un repunte inflacionario. Paradójicamente, EE. UU. sería el más expuesto al riesgo de recesión. También sus empresas fueron las más perjudicadas, especialmente las tecnológicas –como Apple y Tesla, por su producción en China– y otras industriales, como Nike, por su exposición a Vietnam. Todo se dio la vuelta desde el miércoles tras la pausa arancelaria con rallies del Nasdaq y Dow Jones y el resto de bolsas mundiales. Los temblores hasta entonces habían contagiado ya al mercado de bonos soberanos, en especial los Treasuriesamericanos, con un proceso de ventas sin precedente, lo que, al parecer, fue uno de los motivos principales de la tregua. En todo caso, la tensión entre EE. UU. y China parece encontrarse en una especie de juego de la gallina, a ver quién cede primero. Mientras tanto, llegan noticias de cancelación de pedidos de grandes empresas (como Amazon) a China. Por ello, la economía real global, pese a la tregua, puede seguir viéndose (muy) afectada. Hemos aprendido del caos potencial de una guerra comercial y de la incertidumbre generada por EE. UU. Confiemos en no volver al precipicio, aunque con la escalada existente con China, no puede descartarse. Sería, en toda regla, un cisne negro para la economía mundial.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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La guerra comercial vista desde España

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Las medidas arancelarias decretadas por la Casa Blanca en el autoproclamado día de la “liberación” marcan un antes y un después para el orden económico mundial. EE. UU., principal artífice del sistema multilateral institucionalizado tras la segunda guerra mundial, ha operado un giro estratégico hacia el aislacionismo con consecuencias relevantes para nuestra economía. 

Un análisis superficial (y engañoso) apuntaría a un impacto limitado: las exportaciones hacia EE UU rondan el 1,1% del PIB, de modo que la aplicación de un arancel del 20% solo provocaría una leve desaceleración de una economía española hasta ahora boyante. El paralelismo con los aranceles impuestos al sector agrícola español en 2018 durante el primer mandato de Trump avalaría esta visión optimista: entonces las ventas en EE. UU. cayeron, sin desaparecer, y en un par de años se compensaron con el acceso a nuevos mercados, conforme al llamado efecto desvío. 

En esta ocasión las cosas son más complicadas. En primer lugar, porque muchas empresas no exportan directamente a EE. UU., pero sí aportan suministros a la industria exportadora europea, caso, por ejemplo, del sector de componentes del automóvil. Por tanto, el impacto de las restricciones comerciales es mayor de lo que aparece a primera vista. 


Ampliando el foco un poco más, el efecto desvío que amortiguó el alza de aranceles de 2018 depende de que otros mercados estén en condiciones de absorber rápidamente las pérdidas de ventas realizadas en EE. UU. Pero esto no será fácil ya que la guerra arancelaria iniciada por Washington es global. Y, tras un periodo de negociación –que en el caso de los aranceles recíprocos se cierra el miércoles, con pocos visos de alterar el aislacionismo–, cada país va a anunciar represalias, ahondando en la guerra comercial.  

De manera general, parece que la incertidumbre forma parte del arsenal político del presidente republicano, probablemente con el objetivo de atraer inversión o repatriar industrias. Nada de esto se está produciendo, a tenor del desplome de la confianza, que apunta a un parón de la primera potencia mundial y un repunte de los precios como consecuencia de la escalada tarifaria. Lejos de celebrar el día de la liberación, las bolsas acumulan los números rojos. 

La historia económica muestra que cuando EE. UU. se enfría, el resto del mundo estornuda, ante la rapidez con que los capitales se mueven a través del planeta. Las incertidumbres transatlánticas pesarán en nuestra inversión empresarial, la variable más sensible a los cambios de percepción. Recordemos que la inversión en bienes de equipo guarda una relación estrecha con las exportaciones. En todo caso, no es buena señal que el miedo se apodere de los mercados, con una huida hacia activos seguros como el oro, el franco suizo o los bonos públicos

Pese a todo, Washington no retrocede en su empeño proteccionista. Para compensar las presiones recesivas que se vislumbran, el ejecutivo podría adelantar los recortes de impuestos prometidos en campaña. No podrá financiarlos reduciendo el gasto, ya que el plan Doge de Elon Musk ha generado mucho descontento social y poco ahorro. La recaudación procedente de las tarifas aduaneras aportará recursos, pero no será suficiente, de modo que el déficit está abocado a dispararse. El descenso del rendimiento del bono norteamericano es un fenómeno puntual que se revertirá a medida que la política fiscal se vaya configurando. 

Europa no ha desvelado todavía sus represalias, dando una última oportunidad a la negociación. Entre tanto, urge buscar nuevos socios comerciales o pactos de no agresión, a semejanza del que acaban de sellar China, Japón y Corea del sur. Además, tanto en España como en el resto de Europa, se espera un shock saludable de integración y de inversión cuyos efectos, sin embargo, tardarán en materializarse. En lo inmediato, la coyuntura se moverá con al compás del vaivén proteccionista. 

AYUDAS | El plan de ayudas a los sectores más afectados por las medidas arancelarias se inspira de la experiencia exitosa de la pandemia y añade un incentivo para la búsqueda de nuevos mercados. Más del 10% de las exportaciones totales de equipos generadores de fuerza, grasas y aceites, buques, vino y ciertos productos químicos se destinan a dicho mercado. Sin embargo, el impacto de las tensiones comerciales desborda el sector exterior, pudiendo incrementar la incertidumbre y perjudicar la inversión, y las industrias de bienes de equipo y de componentes del automóvil. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Tumulto arancelario global

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El año ha comenzado con mucha incertidumbre en el contexto comercial y económico con los anuncios de la Administración Trump de Estados Unidos de que va a imponer aranceles a numerosos productos de un buen número de países. Comenzó con sus vecinos, Canadá y México, a los que, tras un primer anuncio, ha dejado las nuevas tarifas en suspenso un mes. También a muchos productos de China y las amenazas aún no materializadas a la UE. Y a las importaciones de acero y aluminio. Esto está generando mucha incertidumbre y efectos negativos sobre la confianza inversora y empresarial. El tumulto de medidas y contramedidas puede ocasionar un daño similar al comercio global que el aumento sin más de los aranceles y el proteccionismo.

Las bolsas de valores y los mercados en general de todo el mundo han ignorado, en gran medida, hasta ahora la incertidumbre comercial y económica, con notables revalorizaciones en estas primeras semanas de año, con mejores ganancias que incluso en 2024 en el mismo periodo. Solamente el derrumbe del Nasdaq y las tecnológicas del 27 de enero tras las noticias de DeepSeek han roto la calma de los inversores. Pero esos son temas no estrictamente comerciales, aunque también reflejan la pugna entre los dos gigantes, EE. UU. y China, por el liderazgo tecnológico. El buen comportamiento de los mercados no solamente acontece en el otro lado del Atlántico, también en los europeos, que “endulzan” por ahora la tensión proteccionista y la creciente incertidumbre.

Desde las teorías de los economistas Adam Smith y David Ricardo de hace más de dos siglos, las ventajas del comercio internacional están bien fundamentadas, generando crecimiento económico para todos. Las trabas al intercambio no favorecen a nadie. Las medidas arancelarias y suspensión de las mismas que ha aplicado la administración Trump a México y Canadá durante un mes y el anuncio de una nueva fecha (4 de marzo) para imponer otros parece revelar las dudas de que esta estrategia proteccionista pueda dar buenos frutos. Proteger su propia industria del exterior, como se desea en Estados Unidos con la defensa de la producción doméstica de acero y aluminio, no solamente los encarecerá, sino que además puede ocasionar problemas en la cadena de valor, ya que aquel país precisa de importaciones de ambos materiales. Una desdicha, en todo el sentido de la palabra. Asimismo, si se sigue con estas medidas y los países afectados toman acciones recíprocas, la inflación probablemente aumentará –con las consecuencias de restricción monetaria de algún tipo– sino que todo ello además terminará impactando negativamente en la inversión y el crecimiento. La inteligencia artificial impulsará la economía, pero la actividad industrial –si tiene problemas o encarecimiento del suministro– puede mermar ese impulso si se cortocircuita el comercio. Se llama inconsistencia de las políticas económicas aplicadas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Los tipos en un entorno económico y tecnológico crecientemente convulso

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Nunca me ha convencido la estrategia reciente de los bancos centrales —BCE y Reserva Federal a la cabeza— para
tomar decisiones de política monetaria de ir partido a partido, reunión a
reunión, en base a la evolución de los últimos datos macroeconómicos. Para los
agentes económicos e inversores implica demasiada incertidumbre. Suele dar
lugar a bandazos, como en el caso de la Reserva Federal en los últimos 18
meses, que ha cambiado de discurso varias veces sobre por dónde iban a ir los
tipos. Se anunciaron allí varias bajadas en 2023 y aún estamos esperándolas.
Ahora parece que no se producirán hasta después de las elecciones
presidenciales del 5 de noviembre.

El que firma prefería la estrategia forward guidance que con tanto brío siguió el anterior presidente del BCE, Mario Draghi. Esa fórmula acontece cuando un banco central da indicaciones claras sobre la orientación futura de su política monetaria, basadas en su evaluación de las perspectivas para la estabilidad de precios. El BCE inició esta práctica en 2013, cuando el Consejo de Gobierno anunció que esperaba que los tipos de interés se mantuvieran en niveles bajos durante un período prolongado. Esta estrategia se ha adaptado en varias ocasiones desde entonces.

Los últimos cuatro años, con tantos acontecimientos imprevisibles, incluido una grave pandemia y dos cruentas guerras, no han permitido mantener los principios del forward guidance. Los eventos geopolíticos, económicos, de salud pública y tecnológicos se suceden, algunos de mucha trascendencia. En la última semana hemos vivido el mayor apagón informático de la historia —con la crisis de CrowdStrike, de efectos económicos globales— y las noticias de la retirada de Joe Biden de las elecciones presidenciales estadounidenses. Dos shocks que alertan de los grandes riesgos que amenazan el futuro. En un entorno tan convulso y con tanta información disponible de modo inmediato, de tantos riesgos y volantazos en lo económico, geopolítico y tecnológico, es crecientemente difícil realizar pronósticos macroeconómicos mucho más allá de unas semanas.

La narrativa central de la reciente evolución de los tipos de interés en 2024 ha tenido en las últimas semanas uno de esos momentos de cierta indefinición que da paso a diferentes especulaciones, también influenciado por factores económicos y políticos tanto en Estados Unidos como en la eurozona. En junio, la Fed mantuvo el precio oficial del dinero en un rango del 5,25% al 5,50%. Aunque la inflación se ha moderado al 3% en junio, la creación de 206.000 empleos no agrícolas en el mismo mes refleja una economía resistente aún. La Fed y su presidente, Jerome Powell, han adoptado una posición de cautela, esperando datos más sólidos antes de considerar recortes significativos para evitar resurgir la inflación. El dato que se publica este jueves sobre el segundo trimestre del PIB estadounidense será muy informativo sobre lo que pueda decidir o apuntar la Fed en su reunión del miércoles 31 de julio. Asimismo, el contexto político estadounidense se ha complicado con la renuncia de Biden a su reelección, con implicaciones profundas para la economía y los mercados financieros. La decisión de Biden ha generado gran incertidumbre política y podría aumentar la volatilidad del mercado a corto plazo. También abre la puerta para que la vicepresidenta Kamala Harris —si fuera la candidata elegida— adquiera más liderazgo y facilite una transición que podría estabilizar la situación política interna y mantener la continuidad de las políticas económicas actuales hasta fin de año. En todo caso, aún está por ver que decidirá el partido demócrata en su convención nacional de Chicago del 19 al 22 de septiembre, donde decidirá el nombre de quien se enfrentará en las elecciones presidenciales a Donald Trump. Mucha incertidumbre política a la vista.

En contraste, el Banco Central Europeo ha
adoptado un enfoque más agresivo al reducir los tipos de interés en 25 puntos
básicos en junio, situando la tasa de refinanciación principal en 4,25%. Esta
medida responde a una inflación en descenso, aunque persisten las presiones
inflacionarias internas debido al aumento de los costes laborales y las
tensiones geopolíticas. El BCE ha señalado que sus futuras decisiones
dependerán de los datos económicos y que podrían realizarse más recortes este
año para apoyar la recuperación económica.

Los análisis recientes de expertos y medios sugieren que, aunque la Fed y el BCE comparten el objetivo de controlar la inflación, sus estrategias reflejan las diferentes dinámicas económicas y políticas de cada zona monetaria. En Estados Unidos, la incertidumbre política y la fortaleza del mercado laboral sugieren que la Fed podría retrasar los recortes de tipos hasta que haya una mayor certeza sobre la inflación. En la eurozona, el BCE busca evitar un estancamiento económico, adoptando medidas más agresivas que pueden ayudar a impulsar el crecimiento, aunque su mandato esté más vinculado a la lucha contra la inflación y el mantenimiento de la estabilidad financiera. Todos los agentes económicos —incluidos los bancos centrales— han aprendido a gestionar mejor las crisis y episodios de inestabilidad desde la crisis global de 2008. Han aportado estabilidad sin duda a los mercados y estos saben que, ante cualquier acontecimiento, la apuesta por la estabilidad de los bancos centrales está garantizada. Sin embargo, no está asegurado que siempre puedan lograr ese objetivo de estabilidad en un mundo con crecientes niveles de deuda, donde es difícil saber qué pasará con los tipos de interés en unas semanas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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