¿Está garantizado el futuro de las pensiones? Deberíamos estar más cerca con el acuerdo del Pacto de Toledo y con los robots que cotizan… y no lo estamos
Aquella idea disruptiva que fuimos aquí los primeros en proponer ha recorrido un largo camino de airados debates, aprobaciones, desaprobaciones, síes pero noes, y toda una retahíla de acciones en pro y en contra. En España todo ello ha desembocado en que aquella propuesta de que los robots pagasen cotizaciones sociales haya sido finalmente incluida en el documento de recomendaciones, sólo pendiente de la aprobación final de la comisión del pacto de Toledo, y además lo hacía como una de las medidas estrella para asegurar la sostenibilidad del sistema público de pensiones español.
Pero lejos de refrendar una implementación sistemáticamente por el mero hecho de que la idea sea desde aquí desde donde primero se propuso, nuestro deber y nuestra responsabilidad socioeconómica es mantener el más sano espíritu crítico. Y hemos de hacerlo incluso para con el resultado de nuestras propias propuestas, que estarían siendo catalizadoras de una nueva realidad socioeconómica que, nos guste o no, debe estar en continua evolución para reinventarse y adaptarse a un mundo siempre cambiante.
Así, desde estas líneas que vieron nacer la disruptiva propuesta, lamentablemente hemos de decir que la ejecución está siendo mala, muy muy mala, y la evolución de los acontecimientos ha llegado a amenazar seriamente con poner a España en el furgón de cola de lo que inevitablemente está siendo la disruptiva Cuarta Revolución Industrial.
Una idea disruptiva, novedosa, y sobre todo que potencialmente soluciona un problema que de otro modo es totalmente irresoluble (sin caer en repartir miseria)
Sin querer caer para nada en recrearnos en la autoría de la idea, a modo informativo, me voy a limitar a enlazarles algunos de los artículos anteriormente publicados aquí sobre este tema, incluido el de la idea original. La intención es meramente hacer un poco de recapitulación sobre cómo ha evolucionado esta propesta desde sus inicios mediáticos, aunque los lectores más fieles ya conocen perfectamente estos preámbulos.
Les concedo el lógico y cierto beneficio de la duda de que alguien más, aparte de un servidor, pudiese haber tenido la misma idea, solo que no viese la luz en los medios. Pero el hecho objetivo que figura en los múltiples y contrastables anales de internet es que, hace ya cuatro años y medio, cuando nadie había todavía hablado públicamente de este tema, desde estas líneas ya propusimos que una posible solución para la insostenibilidad de las pensiones por el envejecimiento de la población sería que los robots pagasen cotizaciones sociales, siendo trabajadores como son, por mucho que su naturaleza sea sintética.
La idea era de implementación muy compleja, nunca lo hemos negado, pero todo nuevo camino se recorre al andar, y, en todo caso, el camino alternativo es un camino hacia ninguna parte, especialmente para aquellos que acabarán con una pensión de miseria y ya sin capacidades de trabajar para poder llegar a fin de mes. Y el problema es muy serio, y lo es para el conjunto de la Socioeconomía, porque no deben creer que sus consecuencias van a ser sufridas estrictamente por esos pensionistas con unas asignaciones que prometen con acabar siendo exiguas. La realidad es que ya les hemos analizado desde aquí cómo, en una sociedad con una pirámide poblacional casi invertida, hay millones de votantes pensionistas que pueden no ver otra salida que pretender que el Estado siga pagando pensiones sin querer preguntar si es sostenible o no para el conjunto del sistema. Y lo cierto es que se corre el riesgo cierto de que nuestro sistema se transforme en una gerontocracia, que a largo plazo muy probablemente acabaría exactamente en el mismo escenario que pretendía evitar: una economía asolada y unas pensiones cuyo valor real en la calle acabaría siendo igualmente de miseria.
Es lo que tienen las políticas socioeconómicamente insostenibles, que prometen repartir riqueza, y cuando ésta se les acaba, lo que acaban repartiendo es miseria para todos. Nos guste o no, sea justo o injusto, es la realidad de los números lo que siempre se acaba imponiendo en economía, y las promesas efectistas duran un tiempo, sólo hasta que se demuestra que los estómagos no se llenan con discursos anti-económicos. Así por ejemplo, sacar las pensiones del sistema de cotizaciones de la Seguridad Social, y meterlas “por las bravas” en los presupuestos generales del Estado, es la populista solución mágica de los que creen que barrer y ocultar las “pelusas” bajo la alfombra va a evitar que acaben rodando por toda la casa. El hecho es que no hay suficientes cotizantes jóvenes para tanto pensionista, y además sus salarios son comparativamente insuficientes en términos relativos a las pensiones que deben sostener. Y el otro hecho incontestable es que, sea en la Seguridad Social, o sea en los presupuestos generales del Estado, lo cierto es que las pensiones a día de hoy ya suponen un brutal e inconcebible 40% del total de los presupuestos generales de Estado.
No es que sea una barbaridad: es que es directamente insostenible, sobre todo cuando la cosa sólo puede ir a peor a juzgar por la futura evolución de la pirámide poblacional. Como ven, a pesar de esas “fantásticas” ideas mágicas, ni aún “colando” todo el gasto de las pensiones directamente en los presupuestos estatales la cosa tiene solución fácil. Pero claro, algunos sólo se preocupan de los votos que consigan instalados en su cortoplacismo cuatrianual, en vez de coger el toro por los cuernos para que el país no se hunda más allá de ese plazo electoralista. Como ven, aquí hay pensiones para todos, ay, quiero decir, problema de pensiones para todos, para el jubilado que percibirá lo que quede de ellas, y también para el joven que se verá forzosamente obligado a sostenerlas cuando él mismo ya difícilmente llega a fin de mes.
Desde las cotizaciones robóticas al Pacto de Toledo: un largo camino recorrido
Pero volviendo al recorrido de la disruptiva idea publicada primero desde aquí, unos meses después de la fecha de publicación de nuestros análisis se supo que el propio Parlamento Europeo elevó la propuesta de las cotizaciones robóticas a la Comisión Europea para que fuese valorada. Como pueden leer en el enlace anterior, el texto del Parlamento Europeo era realmente futurista, y sabía ver en todo su alcance la revolución en los medios productivos a la que nos enfrentamos. Así, en el texto se pedía expresamente "la creación de un estatuto jurídico específico para los robots, para que al menos los robots autónomos más sofisticados tengan la condición de personas electrónicas, con derechos y obligaciones específicas, entre ellas la de hacer reparar los daños que puedan causar, y la aplicación de la personalidad electrónica para los casos en que los robots hacen decisiones inteligentes autónomas o de otra manera interactúan con terceros independientemente". La propuesta era realmente esperanzadora, y en la Comisión se analizó seriamente, pero la mala noticia vino cuando la propuesta fue finalmente descartada por la Comisión Europea, al menos por el momento y como directiva o legislación de ámbito comunitario.
Posteriormente fue el mediático Bill Gates el que se unió al debate, y con él y ya llegó el alcance más público. Desde entonces, hemos seguido ejerciendo nuestro deber y tutelando desde aquí el recorrido de la propuesta, incluido un interesante debate con el economista Daniel Lacalle en el análisis “Aunque no lo parezca, aún nos queda la tercera y más disruptiva fase de la Globalización”. Entre algunos escandalosos despropósitos en torno a los robots, pudimos incluso asistir atónitos a cómo desde Londres se recurría desesperadamente a ellos para proponerlos como solución mágica, pero para inevitable desastre del Brexit. Aquello simplemente fue otro sonoro canto de sirenas de un Reino Unido ya sin rumbo, y amenazando con estar entrar en barrena cayendo por el precipicio socioeconómico del salvajemente manipulado divorcio de Europa.
Aunque escandalosamente (y posiblemente de forma muy interesada) en la correspondiente Cumbre de Davos no se quiso abordar un tema tan ineludible como es el impacto de la robotización masiva de nuestras socioeconomías, en realidad ello sólo supone otra escandalosa y cortoplacista doble cara donde, por un lado en Davos se omitió el esencial debate del asunto en el plano más internacional, pero por otro a nivel nacional en todos los países desarrollados no se dejaba de hablar continuamente del impacto de los robots. Aquí es donde el enfoque y el camino de éxito empezó a torcerse, con unos derroteros estrictamente nacionales, que son realmente el camino menos indicado y que ya amenazaba con llevar al fracaso (para todos). Así, en países como España, y a pesar de algunos desplantes políticos iniciales que amenazaron con hacer descarrilar la idea en su momento, finalmente, y junto a otras medidas de calado, el pre-acuerdo del documento de recomendaciones que iba a aprobar la comisión del Pacto de Toledo incluyó hace unos días las cotizaciones sociales robóticas entre sus medidas estrella para salvar el infatuo destino de las pensiones.
Hay que decir que, en general, los acuerdos finalmente alcanzados en el seno de este pacto nacional están en la senda del camino correcto para salvar el sistema, pero lamentablemente son medidas totalmente insuficientes y no llegan a atacar de igual a igual la magnitud del problema al que nos enfrentamos con ese envejecimiento poblacional. Pero centrándonos en concreto en el tema de hoy, las cotizaciones robóticas, hay que decir que aparte del (re)cortante acero toledano, a la hora de abordar nuestra propuesta, por aquí también ha desfilado de todo, empezando por los que (incorrectamente) tacharon sistemáticamente la propuesta como fiscalizadora, cuando en realidad es claramente un win-win-win para el Estado, ciudadanos y empresarios (como ya analizáramos detalladamente).
Y simplemente les recordaremos aquí que ese win-win-win se fundamenta en cómo no se trata de otra fiscalización salvaje como quieren ver algunos, puesto que realmente depende de cómo se diseñe, y también depende del balance final que pondere la carga fiscal, de las cotizaciones, y salarial, pudiendo llegar al escenario de que la presión impositivo-cotizante al empresario pueda incluso bajar en su conjunto. No olviden que se supone que con la robotización los empresarios van a conseguir reducir drásticamente sus costes productivos, porque entre otras muchas diferencias un robot no cobra sueldo, no coge vacaciones, no sufre bajas laborales, etc etc etc. Bien implementado, esto puede ser clarísimamente un win-win-win para los empresarios, para el Estado y para el conjunto de los ciudadanos, porque los empresarios podrían llegar a simplemente dejar de retener algo de ese gran beneficio económico que va a traer la robotización del tejido productivo, y pasarían a ceder un porcentaje a la sostenibilidad del conjunto de un sistema socioeconómico que luego, no lo olvidemos, deberá ser el que deba mantenerse sano y con poder adquisitivo para poder comprarles sus productos manufacturados.
Sin embargo, hay que reconocer que ahora el asunto amenaza con acabar degenerando en un lose-lose-lose para todos, y en concreto para una España pionera donde ser pionera en la más absoluta soledad puede penalizar gravemente. Como ya les expusimos en el pasado, la hoja de ruta para una implementación exitosa pasaba porque inevitablemente alguien tenía que ser el primero en lanzarse a la piscina. Pero ya les decíamos que, si los demás no nos acababan siguiendo, nos veríamos abocados a tener que optar por volver a subir a la embarrada orilla de la insostenibilidad de las pensiones. Pues bien, todo apunta a que ese momento podría haber llegado ahora, y tras la puesta de perfil final de Bruselas, la crisis de la pandemia y su grave impacto sobre un tejido empresarial que está en graves apuros, está no sólo cambiando lógicamente el foco de la emergencia política a nivel internacional, sino además haciendo acuciante el dar colchones de aire a los agonizantes empresarios (y en especial a los españoles).
En esta carrera un líder en solitario en realidad sería en realidad el gran perdedor: aquí sólo se puede ganar en equipo
El principal problema que ha traído ahora la sucesión de acontecimientos es que España se había quedado sola en este asunto. Y ésa era ya de por si una gravísima amenaza para nuestra Socioeconomía, tal vez de un calibre comparable al de no abordar correctamente el ineludible tema de la insostenibilidad de nuestro sistema público de pensiones. España no debía quedarse sola en esto. Aquí estar solo no significa llevar la delantera, sino quedarse en el furgón de cola (colísima). Lo cierto es que la propuesta, dependiendo de su implementación, es un asunto totalmente binario: puede o bien ser la solución idónea en conjunto, o bien ser el epitafio del que la adopte en solitario. Las ideas son efectivamente ideas, y para que sean ideas de éxito no sólo hay que tenerlas, sino que además deben ser implementadas de forma eficaz y eficiente. En concreto, la garantía más importante de éxito para este tema es la adopción masiva por parte de la mayoría de las socioeconomías del mundo, y en especial de ese mundo desarrollado que lidera la tecnología robótica y que está liderando su adopción. Y la nueva legislación cotizante debería ser igualmente así de masiva, al igual que ya ocurriera con el sistema de cotizaciones sociales en el siglo pasado (imposible no es la adopción cuasi-global). En España así en (casi) solitario íbamos mal, muy muy mal, y con la pandemia se ha evidenciado que no sólo éramos los primeros en lanzarnos en solitario, sino que casi con total seguridad íbamos a seguir totalmente solos el resto del recorrido. Por eso sólo podemos congratularnos de que en el último momento este punto se haya caído finalmente del documento aprobado, por mucho que la propuesta siga siendo de futuro.
Como les decía, el enfoque de éxito de esta propuesta sólo podía ser global, y como tal debería haber estado necesariamente amparada por algún organismo multilateral y por muchos (muchísimos) más países. En caso contrario, como de hecho ha ocurrido, lo único que se iba a conseguir es que España no viese ni un solo robot cotizando, ya que éstos acabarían directamente por irse a otros países. Porque en el cortoplacista escenario internacional que va tomando forma, la nueva capacidad productiva que será sí o sí robótica obviamente elegirá para asentarse todos los demás países. Y oigan, que “dorados fiscales” uno tiene asumido que de alguna manera existir siempre van a existir, pero lo suyo es que sean meras excepciones a nivel mundial de bajo impacto sobre el conjunto planetario, tal y como por cierto ya ocurre con los censurables paraísos fiscales que a los que más interesan es precisamente a la minoría que tiene la capacidad real de acabar con ellos.
Esto o lo hacemos (casi) todos los países del mundo desarrollado a la vez, o sólo servirá para convertir a países pioneros como la atrevida España en un lugar sin rastro de robots. Haber perdido la dimensión europea en esta propuesta ha sido el gran contratiempo (cuando no fracaso), puesto que una superpotencia como Europa habría tenido mucha más capacidad de tracción sobre el resto del mundo, algo clave a la hora de hacer progresar la implantación más eficaz de una propuesta que soluciona un problema que, no lo olvidemos, en el fondo tienen todos los países. Y es que los robots están llegando sí o sí, y la población envejece también o también, y tal y como se estaban planteando las cosas lo único que podía acabar habiendo eran una inmensa mayoría de paraísos fiscales robóticos, y algún infierno fiscal para robots, del cual éstos huirían como tornillo que lleva el diablo. Porque no olviden que los impuestos, por gustar, no le gustan a nadie (que los pague), y hasta la inteligencia artificial más rudimentaria es capaz de catalogarlos como un pesado lastre a la hora de invertir.
Así, bien decida un humano o una inteligencia sintética el futuro emplazamiento de una planta de producción con trabajadores robots, en la ecuación va a computar obviamente dónde el ”lastre” de las cotizaciones sociales de los robots no es tal. Con ello, los países que se lanzasen en solitario a adoptar la propuesta iban acabar convirtiéndose en un auténtico desierto robótico. Y eso en el futuro que viene supone exactamente lo mismo que ser un desierto productivo, donde no habría robots ni que coticen ni que dejen de cotizar, y donde sus habitantes humanos correrán el riesgo cierto de ver derrumbarse su sistema laboral y su Socioeconomía, con el resultado muy probable de acabar precarizados. Lo peor sería que acabasen actuando como auténticos humanos robotizados (en desempeño, pero también en derechos laborales), viéndose abocados a ello como la única vía para poder competir con los propios robots desplegados en otros países. Y eso si esa competencia es remotamente posible, porque es altamente probable que la batalla laboral con los robots sea una batalla laboral totalmente perdida para los humanos, por eso es esencial que al menos podamos competir con ellos y (sobre todo) “por” ellos en igualdad de condiciones. Es momento pues de replegar velas, de esperar a que la tormenta amaine, y también de esperar a que tras ella el mundo siga teniendo como uno de sus principales problemas la insostenibilidad de las futuras pensiones, en vez de otros (todavía) mucho más acuciantes y graves como los que se divisan en el oscuro horizonte. Esperemos también que, para cuando la tempestad escampe, las cotizaciones de los robots puedan tener una nueva segunda oportunidad de entrar la escena más internacional y… sobre todo de que no lleguen demasiado tarde.
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