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Economía digital en tiempos de pandemia (VII). Turing y el rastreo inteligente

Llevado por el 75º aniversario de la victoria aliada y las metáforas bélicas sobre la pandemia, he vuelto a ver una serie documental grandiosa, La Segunda Guerra Mundial en color. Es un documento histórico impresionante que suscita el vértigo de que, en algunos momentos, la contienda podría haber caído hacia el lado oscuro. También proporciona la convicción de que las guerras las gana el arma más poderosa (la inteligencia), el que comete menos errores estratégicos y quien posee la mejor tecnología. Uno de los momentos críticos de la contienda fue la batalla de Inglaterra, que se decidió en parte por un “soldado” excepcional, Alan Turing. Este pionero de la inteligencia artificial ayudó a descifrar el código Enigma de los nazis, dando con ello una ventaja decisiva a los aliados. Turing fue un héroe, pero no era militar. Fue uno de los grandes científicos del siglo XX. La máquina (imaginaria) de Turing es la base de la teoría de la computabilidad, y merece estar en el very best de cualquier antología científica que se precie. Moraleja: para los tiempos que vendrán, de planes de reconstrucción, políticas industriales, etc… hay que invertir en ciencia básica. Quizás, en la próxima crisis, tendremos nuestro propio Turing.

Para ganar la batalla que estamos librando ahora también nos hace falta inteligencia, tecnología y estrategia. Hemos conseguido bajar la terrible curva de contagios y muertos con confinamiento, aislamiento social y parando la economía en seco. Esto funciona, pero es costosísimo; el reto ahora es despertar la economía sin subir los contagios. La experiencia internacional nos indica que la estrategia en la fase de desescalada se debe basar en 4 puntos: i) esperar a que la tasa de infección diaria sea muy baja –distancia social hasta entonces–, ii) disponer de capacidad para realizar tests masivos a la población, iii) aumentar la capacidad del sistema sanitario y proveer de equipos de protección al personal médico de primera línea, y iv) practicar el seguimiento de contactos de modo generalizado y efectivo para garantizar que podamos responder rápidamente a brotes de segunda ola. De hecho, los países que han conseguido el santo grial (baja tasa de contagios combinada con una actividad económica alta), es decir, Corea, Taiwan y también Alemania (véanse los datos de Kiko Llaneras en El País) han sido muy eficientes rastreando los nuevos contagios. En la primera entrada de esta serie en el blog ya advertíamos de la importancia estratégica de las aplicaciones móviles de rastreo para la desescalada. Ahora queremos reflexionar sobre cómo deberían ser diseñadas y acerca de los conflictos éticos y de privacidad que plantean.

Lo que Turing hacía al “decodificar” Enigma era volver atrás, recuperar el mensaje original antes de que la endiablada maquina lo codificase. Rastrear es básicamente eso: volver atrás. Una vez se identifica que una persona está enferma, hay que intentar averiguar dónde se ha infectado y a quién ha podido contagiar en los últimos 15 días. Este trabajo detectivesco no es sencillo. Imagine por un momento el número de contactos con otras personas que usted tendría si la actividad se recuperase y piense que, cuando se enciende la mecha, hay que identificar al contacto del contacto. La pandemia nos ha enseñado, por el camino doloroso, cómo explotan las progresiones geométricas (como le pasó en al famoso rey de la leyenda que quiso recompensar al inventor del ajedrez). Para esta tarea ingente, las aplicaciones de rastreo de contactos para los móviles pueden ser clave, porque pueden ayudarnos a gestionar esa capacidad inmensa de datos y nos permitirían saber quién necesita estar en cuarentena y quién no, facilitando con ello el relajamiento de las medidas de distanciamiento social.

«La gran decisión es si se apuesta por una arquitectura centralizada (que parece la apuesta de Reino Unido y Francia) o por una descentralizada, inicialmente liderada por Suiza y a la que, recientemente, se ha unido Alemania».

Juan José Ganuza

Las aplicaciones de rastreo que se están proponiendo en los diferentes países europeos están inspiradas en una empleada en Singapur, TraceTogether. Esta herramienta utiliza el bluetooth de los teléfonos móviles para rastrear los contactos de cada usuario. Cuando dos personas se encuentran a menos de una cierta distancia, durante un tiempo determinado, ambos teléfonos intercambian un código y registran ese contacto. Si uno se infecta (y esto se notifica al sistema), todos sus contactos en los últimos 14 días reciben una señal de advertencia, pero ningún dato de la persona contagiada, ni datos de geolocalización que permitan identificarla. Esta app es mucho más respetuosa con la privacidad (y, por tanto, más fácil de implantar en Europa) que sus alternativas chinas o coreanas, que utilizaban datos de geolocalización y los cruzaban con otras bases de datos.

«España no ha anunciado todavía si va a apostar por las apps de rastreo y qué sistema eligiría. La estrategia de esperar y ver es prudente, dada la incertidumbre. Es más importante elegir bien que ser primeros. Sin embargo, sería interesante abrir el debate».

Juan José Ganuza

Esta es la idea base, pero como siempre, el diablo (y también el éxito) está en los detalles. La gran decisión es si se apuesta por una arquitectura centralizada (que parece la apuesta de Reino Unido y Francia) o por una descentralizada, inicialmente liderada por Suiza y a la que, recientemente, se ha unido Alemania. En la arquitectura centralizada los datos de los contactos son almacenados y procesados ​​en un servidor controlado por una autoridad nacional, como un servicio de atención médica. El modelo de rastreo de contactos descentralizados, por el contrario, significa que unos identificadores (IDs) se almacenan localmente en el dispositivo (con un sistema de codificación aleatoria que rememora los tiempos de Enigma). Con el permiso del usuario tras un diagnóstico confirmado de COVID-19, el teléfono usa un servidor de retransmisión para enviar la información anonimizada a todos los contactos. Su teléfono usa un servidor de retransmisión para enviar la información anonimizada a todos los contactos. Este enfoque está respaldado por un protocolo de rastreo llamado DP-3T creado por criptógrafos suizos herederos de Turing y tiene dos ventajas: por un lado, garantiza la máxima privacidad , gracias a lo cual cuenta con el apoyo implícito del parlamento europeo; además, está alineado con una alianza tecnológica entre Apple y Google para lanzar un conjunto de herramientas digitales para desarrolladores (APIs), que facilitarán la compatibilidad de los teléfonos y mejorarán la funcionalidad de estas apps descentralizadas. La sinergia de las apps descentralizadas con la futura API de Apple y Google puede ser crucial, porque prácticamente la totalidad de los teléfonos móviles tienen un sistema operativo de una de estas dos compañías, lo que no solo reduce los posibles problemas de compatibilidad de los teléfonos, sino que hace que el sistema pueda funcionar en diferentes países. Por añadidura, ambos gigantes indican que el sistema puede entrar en funcionamiento con una sencilla actualización de los sistema operativo (aunque con el consentimiento del usuario), lo que facilitaría su distribución. La app puede actuar en un segundo plano, sin interferir con otras aplicaciones, reduciendo el consumo de batería y sus promotores garantizan que el sistema de codificación será efectivo y que la privacidad estará preservada.

España no ha anunciado todavía si va a apostar por las apps de rastreo y qué sistema eligiría.
La estrategia de esperar y ver es prudente, dada la incertidumbre. Es más
importante elegir bien que ser primeros. Sin embargo, sería interesante abrir el
debate, porque en la decisión que adoptemos habrá de ponderarse qué peso se le
concederá a la privacidad y cuánto a la efectividad. A mi apúntenme entre los
que, en una situación económica y de salud pública tan grave como la actual, me
decante por la efectividad, con algunas salvaguardas que luego explicaré.

Un sistema centralizado tiene muchas ventajas en términos de efectividad. Lo primero es que el rastreo inteligente no acaba con las aplicaciones móviles. Detrás de la  máquina de decodificación que diseñó Turing había mucho esfuerzo humano que completaba los huecos y trasformaba la información en decisiones estratégicas. La información que se genere con las apps de rastreo debe ser complementada con un ejército de rastreadores del sistema de salud, que además haga los tests y el seguimiento a las personas infectadas y en cuarentena. Es de esperar que, en un sistema centralizado, la interacción entre rastreadores digitales y humanos sea más efectiva. El sistema centralizado permitiría, además, usar la información sanitaria para calibrar mejor el sistema digital (por ejemplo, el tiempo y la distancia que determinan cuándo hay que informar de un contacto deberá depender de la situación de la pandemia). Un tema delicado es la potestad de comunicar al sistema el estado de salud. En un sistema centralizado, la autoridad sanitaria puede tomar esa decisión. En el caso de un sistema descentralizado extremo, solo podemos confiar en que el individuo lo haga por motivos altruistas.

El principal problema del sistema centralizado es, sin
duda, la privacidad. Muchas personas preferirían limitar la capacidad de las
autoridades (o de un pirata informático) de usar los registros de un servidor centralizado
para rastrear individuos específicos e identificar sus interacciones sociales.
Otras confían en las autoridades sanitarias como garantes de la privacidad de
sus datos y priman sobre todo la efectividad, lo que podría implicar la recopilación
de datos no solo de contactos, sino también de localizaciones. Si varias
personas de contagian en un mismo lugar (bar, colegio, etc..), ¿no querríamos
saber dónde está localizado ese foco?

Mi posición respecto a la privacidad la resume muy bien el comunicado de la Agencia de Protección de Datos (APD): “Esta situación de emergencia no puede suponer una suspensión del derecho fundamental a la protección de datos personales. Pero, al mismo tiempo, la normativa de protección de datos no puede utilizarse para obstaculizar o limitar la efectividad de las medidas que adopten las autoridades competentes, especialmente las sanitarias, en la lucha contra la epidemia”. Por ello pienso que las autoridades sanitarias, que no tienen un conflicto de interés –que sí podría presentar una empresa– están bien posicionadas para ser los gestores de nuestros datos. De hecho, gestionan cotidianamente datos muy sensibles sobre nosotros y respetan cotidianamente nuestra privacidad. Por otra parte, se generarán protocolos éticos y normas de actuación sobre la forma de gestionar datos sensibles. Ahora tenemos normas que permiten dar asistencia sanitaria a emigrantes ilegales, sin comunicar su situación a la policía y si se la informa solo cuando existe riesgo de maltrato infantil. Por último, en la regulación de la privacidad es frecuentemente mejor establecer un control a posteriori que un control a priori. El argumento es que, si una actividad es con frecuencia socialmente positiva y solo excepcionalmente negativa, al realizar un control ex ante, debemos incurrir en numerosos costes de control; es eficiente hacerlo solo ex post cuando se producen señales de costes sociales. En definitiva, los incentivos a hacer un uso responsable de los datos sanitarios se pueden garantizar con multas e incluso sanciones penales.

Pero priorizar la efectividad no conlleva necesariamente apostar por un sistema centralizado. Hemos comentado con anterioridad las ventajas tecnológicas y de compatibilidad que van a tener las soluciones descentralizadas que usen la plataforma de Google y Apple. Seguramente, de este proceso surgirán soluciones hibridas que intenten combinar las ventajas de ambos sistemas. Aunque Europa llegó tarde al uso de estas apps para contener la pandemia, confiemos en que podamos liderar conjuntamente su desarrollo en la etapa de desescalada y acortar el tiempo que tardemos en recuperar una normalidad sin adjetivos.

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economia-digital-en-tiempos-de-pandemia-(v).-realidad-invertida

Economía digital en tiempos de pandemia (V). Realidad invertida

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El confinamiento ha provocado la hiperactividad de algunos
de nuestros grupos de WhatsApp. Los
teléfonos están llenos de manifiestos domésticos, interpretaciones de concursos
de talentos, raramente de información útil y artículos interesantes, y
frecuentemente de bromas, memes y chistes gráficos de calidad diversa. Mi
favorito representaba una jaula de pájaros, habitada por una familia, mientras
los pájaros vuelan fuera a su alrededor. ¿Qué pensarán las manadas de jabalíes
que se adentran en pueblos y ciudades de nuestra desaparición de los espacios
abiertos? Son casos de realidad invertida, que son un buen resumen de lo paradójico
y surrealista de estos tiempos. En todo caso, esto es una pequeña digresión,
porque el asunto de este artículo es una realidad invertida muy específica: la
de las aulas.

Otro de mis memes favoritos de estos días lo recibí de un
colega profesor de universidad: “he leído muchas novelas de ciencia ficción, y he
visto muchas películas apocalípticas, ¡y en ninguna había clases online!”. No se fíen de la literatura
fantástica, porque la educación en línea está revolucionando las escuelas y la
universidad y mi tesis es que, cuando acabe la pandemia, el mundo educativo habrá
cambiado para siempre. Y para mejor. Durante este tiempo los profesores estamos
aprendiendo a usar los sistemas de teleconferencia para dar clases online de la forma más interactiva
posible, aprendiendo a grabar y editar videos y a diseñar sistemas de
evaluación de forma objetiva y poco manipulable (hasta donde se puede). Los
alumnos, por su parte, se están habituando a manejar muchas fuentes de
información tanto escritas como audiovisuales y desarrollando capacidades para
interactuar y trabajar a distancia y sobre todo para el autoestudio. No se cómo acabará esta aventura, pero permítanme, al
menos en este pequeño ámbito, ser optimista.

«Cuando volvamos a las aulas, ¿por qué no sustituir parte de nuestras clases magistrales por las mejores clases en línea disponibles? Nuestros alumnos aprenderían los conceptos con este material audiovisual, de manera que en las clases presenciales podríamos trabajar las aplicaciones y dejar más espacio para la experimentación y la investigación».

Juan José Ganuza

El mundo digital se caracteriza –además de por las
externalidades de red– por costes fijos altos y costes marginales casi nulos,
lo que muy a menudo implica que una sola empresa domine el mercado (“the winner takes all”). Algo parecido se
puede producir en la educación. A la fuerza ahorcan: ahora todas las
universidades del mundo están incurriendo en los costes fijos y están produciendo
una cantidad ingente de material docente audiovisual sobre todas las materias. Cuando
volvamos a las aulas, ¿por qué no sustituir parte de nuestras clases
magistrales por las mejores clases en línea disponibles? Nuestros alumnos
aprenderían los conceptos con este material audiovisual, de manera que en las
clases presenciales podríamos trabajar las aplicaciones y dejar más espacio
para la experimentación y la investigación. Si están interesados en la
asignatura que yo imparto, Teoria de Juegos, les recomiendo un curso
abierto de la Universidad de Yale
. El
profesor, Ben Polak, es
sinceramente insuperable: dicción propia de My Fair Lady (o de Peppa Pig, que
es el inglés de la reina), sentido del humor, conceptos explicados con claridad
con tiza blanca sobre pizarra negra –caligrafía de cuadernos rubio, empezando
en la esquina noroeste, y acabando en el sureste, ¡un espectáculo bello!–… El
curso es completamente estándar y su temario está presente en casi todos los
programas de grado de economía que se imparten en el mundo. Por tanto, ¿por qué
no dejar al profesor Polak enseñar el equilibrio de Nash, ocupándonos nosotros en
clase de reflexionar sobre el concepto y explorar sus aplicaciones y límites?

Cada campo del conocimiento tiene su estrella. Gregory Mankiw es un gran macroeconomista de Harvard, pero ante todo es un excelente divulgador y docente. Hace años le pagaron un millón de dólares para que se encerrara a escribir un libro de Introducción a la Economía (los libros de texto más rentables son los más básicos). El resultado fue un salto cuántico sobre los materiales existentes, un manual que se leía como una novela y se entendía como si hubieran puesto gafas a nuestras neuronas. ¿No utilizarían sus clases si estuvieran disponibles?

Es verdad que ya existían cursos en línea de grandes
profesores (de Coursera, por ejemplo) antes de la crisis. Pero después de la
pandemia la oferta de contenidos será inmensa y, lo más importante, la demanda
estará más preparada. Por lo que este modelo mixto virtual-presencial que se
denomina “aula invertida
(en inglés, flipped classroom) puede tener
su momentum. La idea de introducir
los conceptos virtualmente antes de una clase presencial práctica no es solo
aplicable a la enseñanza no universitaria, sino que proviene de allí. Un instituto
americano (Clintondale High School) que tenía unos resultados académicos
pésimos y figuraba muy abajo en los rankings
la puso en práctica por primera vez. Gracias a la experimentación, a la
transformación radical del aula invertida, redujo el fracaso escolar y mejoró
espectacularmente sus resultados.

Un proceso similar se está registrando en los seminarios de investigación. Forzados por la necesidad, no solamente nos hemos dado cuenta de que podemos seguir con nuestros seminarios (ahora webinar) internos de investigación a través de internet, sino que se pueden organizar top webinars a coste cero con los mejores investigadores. Por ponerles un ejemplo, el pasado 9 de abril, la Royal Economic Society organizó uno de estos seminarios en líneasobre las consecuencias económicas de la pandemia causada por el Covid-19, impartido por dos de los mejores economistas del mundo, el profesor del MIT Daron Acemoglu y el premio nobel Jean Tirole. El seminario fue seguido por más de 3.500 personas (que difícilmente hubieran cabido en una sala y se hubieran encontrado en el mismo lugar). Todas las áreas de conocimiento están instaurando sus propios webinars. El CEPR Virtual IO Seminar Series, organizado entre otros economistas por un colaborador ocasional de este blog, Gerard Llobet, tiene la intención de convertirse en el seminario de referencia global de Economía Industrial. Específicamente relacionados con la Economia Digital pueden seguir desde el sofá de su casa el Virtual Digital Economy Seminar o el seminario de la TSE “Economics of Platforms Seminar”. Cuando volvamos a las aulas, estos seminarios globales no desaparecerán, porque los economistas habremos aprendido a que es un sistema muy eficiente de transmitir el conocimiento.

Termino con un moraleja macro. Los macroeconomistas están
discutiendo sobre la forma de la recesión y la recuperación, en uve, raíz cuadrada
o en la temible u. Aunque me encantaría apuntarme a la hipótesis optimista de
la uve, tendría que matizar que será la de una montaña rusa: bajaremos con
vértigo, y subiremos despacito. Cuando salgamos no lo haremos a toda velocidad;
los aviones, restaurantes y teatros empezarán reduciendo sus capacidades y
aforos, tendremos que invertir en seguridad laboral, en recuperar las
relaciones comerciales perdidas, en abrir nuevos mercados… en definitiva,
nuestros costes serán más altos y, si la demanda baja y la curva de oferta
(costes marginales) sube, no necesitamos a Mankiw para concluir que creceremos pausadamente.
En esta entrada hemos explorado una fuerza opuesta, un rayo de luz en un
horizonte oscuro. El teletrabajo puede conllevar ganancias de productividad
permanentes. Creo que será así en el sector educativo y en la investigación, no
porque se hayan producido nuevas herramientas, sino porque la necesidad nos obliga
a aprender a usar las que ya existían.

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economia-digital-en-tiempos-de-pandemia-(iii).-el-apocalipsis-‘zoom’

Economía digital en tiempos de pandemia (III). El apocalipsis ‘Zoom’

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Perdonen por el chiste malo, pero es lo primero que me ha venido a la cabeza viendo desde mi ventana la calle desierta, con algún viandante perdido ataviado con guantes de látex y mascarilla casera, mientras que en casa mis niños ríen charlando con sus amigos a través de “Zoom”. Unas de las muchas aplicaciones que nos sostienen asidos al menguante mundo laboral, que permiten que nuestros hijos reciban clase y que, sobre todo, mantienen vivas nuestras relaciones sociales. En este tiempo de zozobra, las medidas de aislamiento social son el viento de cola para “Zoom”. El precio de sus acciones en bolsa ha pasado de 62 dólares hace un año a unos 160 a finales de marzo y su valor total alcanzó 44.000 millones de dólares, más que cuatro aerolinas juntas (United, Delta, American and JetBlue), aunque en la última semana se ha reducido. Zoom se creó en 2011; ese año Microsoft compró Skype –la empresa dominante en ese momento– por 8.500 millones de dólares y se escribieron infinidad de artículos y casos de empresa cuestionando esa decisión porque los beneficios de Skype no justificaban el elevado precio. En el caso de Zoom, el ratio entre la valoración y la rentabilidad de su acción, lo que describe el tamaño de la apuesta, el entusiasmo, es inmenso: el precio de sus títulos se traduce en que los inversores han llegado a pagar 1.865 dólares por cada dólar de beneficio. Por ilustrar con una comparación: por Facebook pagan 32, o 27 por Google.

«Los expertos explican el éxito de Zoom porque marginalmente ofrece mayor fiabilidad y, sobre todo, porque la interacción con los usuarios, especialmente con los menos sofisticados, es más sencilla. Una ventaja competitiva crucial ahora que millones de personas han tenido que recurrir por primera vez a las videollamadas o a recibir o dar una clase online»

Juan José Ganuza

El éxito de Zoom ilustra muy bien el eslogan de la economía digital (“el ganador se lo lleva todo”, “winner takes all”). El mercado generalista de videollamadas (Whatsapp, Skype, Google Hangouts, Facetime, etc…) se caracteriza por precios y costes marginales cero, por priorizar el tamaño y por monetizar a través de la venta o cesión de datos, así como por la posibilidad de vender servicios adicionales a clientes corporativos. La falta de competencia en precios conlleva que el servicio que es percibido como de mayor calidad se lleve gran parte del mercado. Esto explica por qué muchos mercados digitales están muy concentrados. Lo sorprendente es que en este contexto, la ventaja en calidad no debe ser necesariamente significativa para que la empresa se convierta en empresa dominante. De hecho, si se analizan los servicios de teleconferencias gratuitos mencionados con anterioridad, todos ellos presentan características y funcionalidades muy similares. Los expertos explican el éxito de Zoom porque marginalmente ofrece mayor fiabilidad y, sobre todo, porque la interacción con los usuarios, especialmente con los menos sofisticados, es más sencilla (doy fe de ello: mis niños se han convertido en expertos de Zoom en una semana). Una ventaja competitiva crucial ahora que millones de personas han tenido que recurrir por primera vez a las videollamadas o a recibir o dar una clase online.

Pero el éxito de Zoom viene acompañado de una gran inquietud: la privacidad. Como es habitual, muchos de nosotros hemos descargado la aplicación y firmado a ciegas el contrato sobre cesión de datos con ansiedad por utilizar la plataforma. Después, ingenua o impúdicamente, nos hemos lanzado a tumba abierta a registrar en esas llamadas pasajes de nuestra vida o problemas laborales. ¿Qué hace Zoom con nuestros datos? ¿Cómo protege nuestras conversaciones y anhelos? La primera pregunta tiene una respuesta estándar dentro del mundo digital. Zoom recoge nuestros datos, pero no nuestras conversaciones; su política es no venderlos, aunque tiene un acuerdo de colaboración con Facebook, que puede emplearlos con propósitos publicitarios. Más preocupante es la respuesta a la segunda pregunta. La compañía ha tenido problemas de ciberseguridad en el pasado, e incluso hoy en día tiene dificultad para preservar la privacidad de las videollamadas hacia terceros. Se ha acuñado el término “Zoombombing” para referirse al hecho de que extraños intervengan en videollamadas para boicotearlas. Por ejemplo, el 24 de marzo de 2020, un supremacista blanco interrumpió un seminario web sobre antisemitismo organizado por un grupo de estudiantes judíos de Massachusetts. Estos problemas de privacidad podrían dar lugar a nuevas novelas de John Le Carré, porque Zoom se está utilizando por miles de organizaciones y administraciones. Como la mismísima reunión del Gabinete británico, congregado por Boris Johnson a través de esta herramienta. Por todo ello, es muy posible que Zoom no alcanzase los estándares regulatorios con respecto a la privacidad que la Unión Europea ha anunciado. Lo que llevaría a dos preguntas: ¿es deseable que una regulación deje fuera a la empresa preferida por los consumidores? ¿Podría surgir una alternativa europea a Zoom con similares estándares de calidad y mayores con respecto a la privacidad?

«Los gigantes digitales intentan convencer a las autoridades de que este tipo de competencia, que Schumpeter denominó “destrucción creativa”, funciona en el mundo digital y que, por tanto, se debe relajar la vigilancia sobre sus prácticas y sus operaciones corporativas, pero seguramente es un error porque, en el mercado de teleconferencias, las externalidades de red, las complementariedades y las economías de aprendizaje son limitadas».

Juan José Ganuza

Finalmente, el éxito de Zoom conlleva interesantes reflexiones sobre política de competencia. Como se ha dicho, los mercados digitales están frecuentemente caracterizados por precios cero y empresas dominantes y no existe casi competencia en el mercado, que es sustituida (o no) por la competencia por el mercado. En lugar de que varias empresas compitan en un mismo mercado, se observa cómo las firmas dominantes se reemplazan unas a otras. Los gigantes digitales intentan convencer a las autoridades de que este tipo de competencia, que Schumpeter denominó “destrucción creativa”, funciona en el mundo digital y que, por tanto, se debe relajar la vigilancia sobre sus prácticas y sus operaciones corporativas (fusiones y adquisiciones). En apoyo de esta hipótesis, el ejemplo de Zoom se unirá al de Nokia y Myspace. Pero esto es seguramente un error porque, en el mercado de teleconferencias, las externalidades de red, las complementariedades y las economías de aprendizaje son limitadas comparadas con lo que sucede en otros mercados. Dicho de otro modo: no es esperable que un nuevo entrante en el mercado pueda cuestionar la dominancia del buscador de Google en el corto plazo. Hay quien apoya que los mercados de mensajería o teleconferencia son dinámicamente más vulnerables que otros alegando, por ejemplo, que cuando Whatsapp tuvo problemas técnicos, muchos usuarios migraron rápidamente a la competencia. Esta evidencia fue usada por Facebook para defender su adquisición de Whatsapp. Sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que permitir esa fusión fue seguramente un error. Por un lado, aún no comprendemos bien cómo funciona el mercado de los datos y el modo en que las compañías pueden utilizar los datos masivos para consolidar sus posiciones de dominio: Facebook defendió no solo que no utilizaría los datos de Whatsapp, sino que técnicamente era casi imposible hacerlo; tiempo después se demostró que Facebook había mentido y estaba utilizando dichos datos. Por otro lado, necesitamos nuevos grandes jugadores en el mercado digital global. Por todo ello, al margen de los claros y oscuros del éxito de Zoom, es bienvenido como potencial competidor de Google y Facebook y debemos estar atentos a que no acabe en sus fauces.

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economia-digital-en-tiempos-de-pandemia-(i).-trazabilidad-del-contagio

Economía digital en tiempos de pandemia (I). Trazabilidad del contagio

Me temo que todavía estamos viendo bajar la marea y no conocemos el tamaño del tsunami al que nos enfrentamos. Pero además de tremendas pérdidas humanas y económicas, esta pandemia, como todas las guerras, también traerá mejoras en la productividad y nos hará una sociedad más eficiente y más fuerte. En lo fundamental, y siguiendo una premonitoria conferencia de Bill Gates en 2015, sería indispensable aprender lo suficiente para poder hacer frente a la próxima pandemia, identificar las mejores estrategias para luchar contra el virus y desarrollar herramientas científicas y políticas públicas que eviten que lo que ahora estamos viviendo vuelva a suceder.

Este es el ejemplo de Corea del
Sur, uno de los países que mejor ha sabido enfrentar la pandemia. Corea sufrió
en 2015 la epidemia del síndrome respiratorio de oriente medio (MERS, por sus
siglas en inglés), que mató a 38 personas. Aquella experiencia sirvió al país
para darse cuenta de que tanto la falta de información sobre la enfermedad como
de tests contribuyeron a la expansión del virus. Al surgir los primeros casos
de contagio de COVID-19, Corea incentivó a su industria biomédica para
desarrollar masivamente test del virus y pudo llevar a cabo más de 10.000 pruebas
diarias, lo que ayudó a aislar focos y a controlar (parece que exitosamente) la
expansión de la enfermedad.

Además de los tests, parece que otro factor importante en el control de la enfermedad en Corea (y en China) ha sido la posibilidad de monitorizar los síntomas y los movimientos de los pacientes gracias a los teléfonos móviles. Esta no es una idea nueva, ni asiática. En 2010, investigadores de la Universidad de Cambridge desarrollaron una aplicación para teléfonos móviles llamada “FluPhone app” con el objetivo de realizar un estudio para identificar los patrones de contagio de la gripe común. La idea era que los móviles recogieran las interacciones de los participantes en el estudio con sus contactos sociales mediante el uso de bluetooth, y que estos informasen de sus síntomas cuando enfermasen de gripe. Cuando dos amigos quedaban a tomar una cerveza, sus móviles enviaban un mensaje para tener constancia de ese encuentro; si días después aparecían síntomas de gripe, se podía identificar la fuente del contagio.

«Si queremos implementar un sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas de incentivos».

Juan José Ganuza

La “FluPhone app”  tuvo un éxito moderado, ya que solo participó un 1% de la población de Cambridge, pero ha sido el inspirador de nuevas iniciativas para luchar contra el COVID-19. En el Reino Unido, científicos de Oxford están desarrollando una app con  una filosofía similar: tras un contagio, se avisa a todas las personas que han estado en contacto social con el enfermo para que verifique su salud y se someta a aislamiento en caso necesario. En Estados Unidos, el MIT-Lab desarrolla una aplicación de móvil pretende combinar el sistema de seguimiento de localización de los móviles y la declaración voluntaria de síntomas, con la información de los servicios de salud pública, para identificar patrones de contagio y dar criterios para identificar las zonas de mayor o menor riesgo. La iniciativa de código abierto CoEpi persigue objetivos similares. En España diversas autonomías están lanzando aplicaciones sencillas con el objetivo de generar un mapa de contagios. Queda por ver que estos proyectos tengan éxito, en términos de participación, en una sociedad donde existe una preocupación creciente por la privacidad y con culturas muy diferentes a la coreana y la china. En este último país el sistema de seguimiento de los individuos ha sido tremendamente exhaustivo y se ha sostenido no solo con normas sociales sino, también, con sistemas policiales y legales coercitivos. Además de los sistemas de trazabilidad de los móviles, las autoridades Chinas utilizaban cámaras, drones, sistemas de clasificación de la población en función del riesgo de contagio basados en sistemas de inteligencia artificial e incluso la información proveniente de redes sociales.

Incentivos vs. coerción

Muchas sociedades no admitirían
un sistema como el chino, de control casi absoluto de la libertad individual de
movimientos por parte de las autoridades. Por tanto, si queremos implementar un
sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y
respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas
de incentivos. El principal es el relativo a la privacidad; el organismo que
recoja y analice la información debe de tener la capacidad de garantizar que el
uso de los datos se limita al objetivo del proyecto, más teniendo en cuenta la
naturaleza especialmente sensible de los datos que se refieren a la salud y a
la movilidad de los individuos. En esta dimensión, los servicios públicos están
mejor posicionados que los privados para garantizar un uso adecuado, dado que
no tienen conflicto de intereses. El valor comercial de toda esa información puede
ser elevadísimo.

El segundo factor que habría que tener en cuenta es el de la reciprocidad. En el mundo digital los individuos intercambian datos (privacidad) por servicios constantemente. Google provee de servicios gratuitos a cambio de utilizar nuestros datos para, por ejemplo, hacer que la publicidad sea más efectiva y rentable. Proporcionar información sobre nuestra salud y nuestro comportamiento genera una externalidad positiva sobre el conjunto, porque nos ayuda a aprender sobre los patrones de propagación del virus, pero el impacto sobre nosotros puede ser pequeño o incluso negativo en función del diseño que se adopte. Así, una persona que informe de problemas de salud puede temer que se le imponga una cuarentena. Lo esperable en estas circunstancias es que, en ausencia de incentivos, un sistema así obtenga una baja participación. Este puede ser un problema importante, porque para que la información agregada sea de calidad, se necesitaría la participación activa de los individuos, tanto para mejorar la información automática que generan los dispositivos (la geolocalización presenta un error de precisión de varios metros en áreas densamente pobladas) como para que la información sobre nuestra salud sea volcada sobre la plataforma de forma fiable. Es decir, no es suficiente que el sistema sepa que el sujeto al que se sigue está en el metro: debe identificar el vagón; no vale con que dicho sujeto proporcione la sensación general de su estado de salud: debe facilitar su temperatura o someterse a un test. Habrá que ver atentamente los resultados en el Reino Unido, donde las autoridades han confiado en una llamada al deber cívico para intentar generalizar la aplicación.   

«La información sobre la distribución espacial de la pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la incidencia de la pandemia en los distintos territorios»

Juan José Ganuza

Solventando los dos problemas
anteriores obtendremos una valiosa información sobre los patrones de contagio y
la expansión del virus, lo que permitirá diseñar estrategias más efectivas. Idealmente,
podemos identificar los nuevos contagios y sugerir o imponer medidas de
precaución en las personas que han tenido contacto con la persona infectada.
Sin embargo, la información sobre los estados de salud de los individuos y su
distribución en el territorio es material sensible. Se puede generar alarma en
determinados sitios y, al mismo tiempo, excesiva confianza en otros, o
estigmatizar personas o territorios. Otro motivo más para que este tipo de
información este bajo control público.

Desmantelamiento controlado del aislamiento

El ejemplo de Corea parece
demostrar que el uso de tecnologías digitales, junto con test masivos, es un magnífico
conjunto de herramientas en el estado de inicial de la epidemia, la denominada
fase de contención, donde es posible la trazabilidad de los contagios. Pero estos
sistemas de información también serían muy útiles en la fase de mitigación,
donde hay una trasmisión social generalizada del virus y se imponen medidas de
aislamiento social. La información sobre la distribución espacial de la
pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar
asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el
desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la
incidencia de la pandemia en los distintos territorios. En China, el control
exhaustivo de la población ha permitido la vuelta a la actividad. El reto es
alcanzar ese objetivo en una sociedad más abierta.

¿A cuanta privacidad y autonomía
estamos dispuestos a renunciar para reducir el actual aislamiento social? Sea
cual sea la respuesta a esta pregunta, los sistemas de trazabilidad digitales nos
dan esperanza de que podamos acortar el tiempo de aislamiento y recuperar
nuestro modelo de vida.

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