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El tirón del consumo

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La economía empieza el año en mejor posición de lo anticipado, a tenor de los indicadores más recientes que apuntan al mantenimiento de un diferencial favorable de crecimiento en relación a las otras grandes economías europeas. Una explicación reside en la recuperación del consumo, consecuencia del aumento de la renta disponible de los hogares, con un crecimiento estimado superior al 6% en 2023 en términos reales (es decir, descontando la inflación), sin parangón desde que existen datos comparables. La cara oscura sigue siendo la inversión productiva, que no parece querer despegar pese al maná de los fondos europeos. Esta es una tendencia que, de no corregirse, acabará por constreñir la expansión a medio plazo.   

En lo inmediato, sin embargo, el plus de consumo sigue alentando la actividad gracias a un factor clave y poco comentado: las empresas españolas aprovechan el tirón de la demanda en mayor medida que las extranjeras. Así pues, solo el 24% de la demanda total se satisface con importaciones, y el resto con producción que procede de empresas establecidas en nuestro país (con datos de los dos últimos años, hasta el tercer trimestre del 2023). La filtración hacia las importaciones es muy superior en todas las otras grandes economías europeas, de modo que la media para la Unión Europea alcanza el 55%. 


La débil elasticidad de las importaciones con respecto a la demanda es algo nuevo en perspectiva histórica española. La oferta extranjera ha tenido un comportamiento mucho menos dinámico que en todas las anteriores fases expansivas (y viceversa, la reactividad de la oferta interna está siendo proporcionalmente mayor, por fortuna). Por ejemplo, durante el periodo de crecimiento anterior a la pandemia, las importaciones se incrementaron a un ritmo 50% superior al de la demanda final, cuando en los dos últimos años la brecha ha desaparecido o casi. Antes de la crisis financiera, la penetración de las importaciones era aún más pronunciada, contribuyendo a generar un déficit externo colosal, siendo éste uno de los detonantes de la crisis.

Es pronto para determinar si estamos asistiendo a un cambio estructural, reflejando una mejora tendencial de la competitividad de nuestro tejido productivo en un entorno de precios energéticos altos que han afectado sobremanera a las empresas ubicadas en el resto de Europa. Una explicación alternativa y menos amable podría radicar en la atonía de la inversión en bienes de equipo y en tecnología, tradicionalmente intensiva en insumos provenientes del exterior. En la medida en que esta inversión se irá recuperando —algo por otra parte altamente deseable— las importaciones deberían repuntar.

En todo caso, nos
asomamos a una moderación de la demanda interna en los próximos meses, al menos
por el lado del consumo. La recuperación de la renta disponible de los hogares
registrada en el pasado ejercicio es un fenómeno irrepetible: los salarios se
van frenando, dejando poco margen para una mejora adicional de la capacidad de
compra, al tiempo que la creación de empleo también se normaliza. Por otra
parte, el retorno de las normas fiscales europeas, junto con el propio objetivo
presupuestario del Gobierno, no es compatible con incrementos del consumo
público superiores al 2%, como se estima para el pasado ejercicio. La política presupuestaria
se acerca a la neutralidad, y la monetaria se mantendrá en terreno contractivo.

En contraposición, la
buena noticia es que las empresas españolas parecen gozar de buenas condiciones
tanto en el mercado interno, ganando peso frente a las importaciones, como en
el internacional, particularmente en los sectores exportadores de servicios.
Todo ello permite vislumbrar otro año de crecimiento positivo, y con un sólido
excedente externo. Pero queda mucho por hacer, tanto desde el punto de vista
del manejo de la política fiscal como del aprovechamiento de los fondos
europeos, para convertir el actual impulso en un ciclo sostenible de prosperidad.               

IPC | El IPC armonizado se mantuvo en diciembre en el 3,3% en términos interanuales, y repuntó hasta el 2,9% en la eurozona, sembrando dudas acerca de la intensidad del proceso de desinflación. Sin embargo, la resiliencia de los precios se explica sobre todo por factores técnicos (efecto base) o transitorios, como la reversión de las medidas antiinflación. A medida que estos factores se diluyen, la desescalada debería proseguir. El principal foco de atención está en los servicios, cuyos precios suelen resistirse a bajar, y en la persistencia de la moderación salarial.     

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El consumidor español es diferente

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Tras las últimas revisiones del Instituto Nacional de Estadística (INE), fuertemente al alza, el PIB español habrá crecido un 5,5% en 2022, lo mismo que el año anterior y más de lo anticipado habida cuenta del shock inflacionario y de las incertidumbres generadas por la guerra en Ucrania. Con estos ajustes, la economía española se queda a un tris de recuperar el nivel de actividad prepandemia.

La divina sorpresa procede en buena medida del comportamiento de los hogares, que han incrementado su gasto en consumo un 4,3% cuando su renta disponible se reducía casi un 5% en términos reales como consecuencia de la inflación. La divergencia ha sido posible gracias a la utilización a efectos de gasto en consumo de los excedentes acumulados en años anteriores, de modo que la tasa de ahorro ronda el 3,6%, cercano al mínimo de la serie histórica (en función de la información disponible hasta el tercer trimestre). Este fenómeno atípico se ha repetido en otros países de nuestro entorno, pero en ningún caso de manera tan pronunciada como en el nuestro. Las familias alemanas y francesas, por ejemplo, se han mostrado mucho más cautas, en un contexto que sin duda perciben como muy incierto y que les incita a mantener un abultado colchón de liquidez.


El revés de la medalla es que el margen de crecimiento basado en el ahorro acumulado se ha agotado, al menos en nuestro país, algo que ya se refleja en el fuerte retroceso del gasto en consumo en el cierre del año (un contundente -1,7% en el cuarto trimestre, según el dato adelantado del INE). Bien es cierto que la inflación se modera, que el mercado laboral aguanta y que los convenios colectivos van incorporando compensaciones parciales por la pérdida de poder adquisitivo soportada en el último ejercicio. Pero todo hace presagiar que los consumidores se enfrentan a una realidad menos amable: tendrán que ajustar su nivel de gasto estrictamente en función de la evolución de los ingresos reales y del coste de las hipotecas, para aquellos hogares que se han endeudado.

Veremos si sus homólogos de los países vecinos se muestran menos pesimistas y, por tanto, aportan más demanda externa a las empresas españolas. El estímulo externo sin duda se notará, especialmente en concepto de turismo internacional a tenor de las previsiones del sector para la temporada de verano. Otro factor que podría compensar la previsible resaca del consumo es la inversión, al calor de los fondos europeos. Los datos más recientes apuntan sin embargo a un debilitamiento en el cierre del año (-3,8% en el cuarto trimestre), tras un primer semestre boyante (con un rebote, revisado al alza, de nada menos que el 6,5%). Además, la inversión es el componente más sensible al endurecimiento en marcha de la política monetaria.

Queda la demanda pública, es decir, la política presupuestaria, pero ésta se verá constreñida por los objetivos de contención de los desequilibrios y por el encarecimiento de las cargas financieras como consecuencia de la subida de tipos de interés. Todo ello en vísperas de la reactivación de las reglas de vigilancia fiscal europea.

Si bien los resultados pueden sufrir modificaciones importantes en posteriores estimaciones del INE, el balance del conjunto del año es de un fuerte crecimiento que obedece en parte a factores que se mantendrán, como la competitividad de la economía española o el tirón de los fondos europeos. El rebote del consumo, sin embargo, no es sostenible. Y a ello se añade el impacto del encarecimiento del dinero, con un Banco Central Europeo (BCE) que no manifiesta ninguna intención de querer dar tregua a su giro restrictivo. En conjunto, la demanda interna está abocada a la atonía. La incógnita proviene de la demanda externa y de un eventual cambio de actitud frente al riesgo por parte de las familias y de las empresas europeas.

PIB | En el cierre del año pasado, el producto interior bruto (PIB) de España se situó un 0,9% por debajo del nivel registrado en el último trimestre de 2019, antes de la pandemia. La industria es, después de la construcción, el sector que más lejos se encuentra de la plena recuperación. Los servicios, sin embargo, ya superan ese umbral. Por otra parte, sin descontar la inflación, las remuneraciones salariales se sitúan un 8,7% por encima del nivel anterior a la crisis sanitaria, mientras que en el caso de los excedentes empresariales el incremento con respecto a la situación previa a la covid alcanza el 16%.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La “no recesión”

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Tras meses esperándola con temor, ahora parece que en los próximos meses no va a llegar la recesión —ni siquiera la técnica— a la eurozona y también parece descartarse para Estados Unidos. Factores como la fortaleza del mercado de trabajo, el remanente existente aún del ahorro proveniente de los años de pandemia e incluso la reentrée de China a la escena económica mundial, tras el abandono radical de su controvertida política de covid cero, están sirviendo de contrapeso a las fuerzas —guerra de Ucrania e inflación, entre otras— que llevan debilitando el pulso económico desde hace más de un año. El consumo, a pesar de la subida de tipos y menor liquidez, ha resistido bien hasta ahora. Esto justifica buena parte de que no hayamos entrado en terreno negativo en el crecimiento económico.

Hasta la Real Academia de la Lengua en su definición de recesión es optimista: “depresión de las actividades económicas en general que tiende a ser pasajera”. Y tan breve en este caso. Parece que podemos evitarla en los próximos meses. Más allá de unos trimestres, muchos interrogantes permanecen. No tiene sentido ser excesivamente optimista sobre las perspectivas de la economía. Las previsiones son crecimientos bajos del PIB este año y en 2024 —eso sí, con cierta disminución del paro—, aunque se vaya logrando bajar la inflación. Nada de alegrías. Y, además, con una espada de Damocles que aún no ha terminado de sentirse: la estrategia restrictiva de los bancos centrales y el encarecimiento de la financiación tarde o temprano supondrán un lastre mayor para la economía, sobre todo si la inflación volviera a dar un disgusto.

Conocidos los mensajes de la Fed estadounidense y del Banco Central Europeo de acometer “todo lo necesario” (otro “whatever it takes”) hasta lograr una senda reconocible hacia su objetivo de inflación (2%), no se pueden descartar más subidas de las esperadas de tipos, que enfriarían aún más la economía y podrían volver a traer el fantasma de la recesión en unos trimestres. Confiemos en que ese redoble de incrementos de precio del dinero no ocurra, pero a día de hoy es todavía perfectamente posible viendo la volatilidad de algunos componentes de la inflación.

Todo alrededor del debate sobre la actual “no recesión” tiene como telón de fondo la medición del Producto Interior Bruto (PIB). Cuando se esperaba crecimiento negativo de la economía, sorprendía ver la resistencia del mercado de trabajo, más allá de los efectos de medidas como los ERTE —aplicadas en varias latitudes— o, en el caso español, dejando aparte las polémicas sobre la figura de los fijos discontinuos. La forma de calcular un agregado como el PIB puede requerir un cierto ajuste para quizás poder recoger mejor ciertas actividades de más difícil medición y creciente relevancia, como las intangibles y digitales. El estado de “no recesión” por ello está más alienado con el de valores actuales del resto de indicadores de la economía real, como los laborales. Evitar lo peor es algo positivo, pero quedan retos de calado para los próximos años. Tiene pinta que pasar de “no recesión” a un crecimiento sostenido nuevamente va a costar un mundo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Fortalezas en un entorno recesivo

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El exiguo avance de la economía durante los meses de verano (apenas un 0,2%, frente al vigoroso 1,5% del segundo trimestre) confirma los temores de una entrada en recesión en el cierre final del año. La actividad se ha ido sustentando en buena medida en el incremento del consumo de los hogares, una situación que no podrá sostenerse mucho más tiempo en un contexto de pérdida de poder adquisitivo y de caída de la tasa de ahorro. Las dudas en torno a Alemania, Italia y el Reino Unido, tres de nuestras principales fuentes de ingresos externos, tampoco ayudan a despejar el horizonte. Y el entorno global, con una guerra a las puertas de Europa, es de una incertidumbre radical. La OMC anticipa un crecimiento del comercio mundial de apenas un 1% en 2023, uno de los peores registros exceptuando el de la pandemia.


Eso en superficie, porque si bien las señales de debilitamiento son claras, también aparece una cierta capacidad de resistencia. En contra de lo que sucedía en anteriores recesiones, el mercado laboral está jugando un papel estabilizador. El empleo se desacelera, pero de una manera acompasada con la economía que contrasta con el aumento vertiginoso del paro de anteriores periodos de debilitamiento: el número de horas trabajadas se redujo ligeramente, pese a lo cual la ocupación todavía repuntó un 1%. Y si el paro aumenta, en términos de EPA, es porque se incorporan más personas en el mercado laboral, sobre todo jóvenes.

El sector exterior, otra bestia negra de casi todas las anteriores crisis, está mostrando una resiliencia inusual ante las turbulencias internacionales. Destaca el tirón de las exportaciones de bienes, que registraron una sorprendente aceleración en el tercer trimestre (2,6% frente a 0,2% en el segundo). Si bien las importaciones también repuntan, sobre todo en valor como consecuencia del shock energético, el saldo exterior arroja todavía un superávit.

También se temía una cronificación de la brecha de inflación surgida a raíz del alza de costes de producción. Sin embargo, la moderación del IPC es un alivio tanto para las familias como para la competitividad, si bien no hay que bajar la guardia habida cuenta de la volatilidad del precio del gas (los mercados de futuros vaticinan fuertes repuntes) y la persistencia de una inflación subyacente, es decir descontando energía y alimentos frescos, superior al 6%.

Nada de ello parece suficiente para impedir una inminente recesión, pero tal confluencia de factores de resistencia podría ayudar a acortarla. La experiencia pasada muestra que una fuerte contracción del empleo (algo que de momento no se vaticina), o el deterioro de la competitividad internacional (poco probable hoy por hoy), pueden desencadenar turbulencias financieras que profundizarían la recesión.

Para aprovechar esas tenues señales positivas es crucial frenar la inflación subyacente, con acuerdos explícitos o tácitos de rentas. Y acertar con los PGE. El contexto económico aboga por ayudas centradas en los sectores vulnerables junto con incentivos al cambio de modelo energético, y a la vez un esfuerzo creíble de corrección de los desequilibrios: España, junto con Francia, es el único país de la UE que solo ha conocido déficits primarios (excluyendo el pago de intereses) en la última década.

En todo caso el BCE no deja resquicio para errores. Los tipos de interés seguirán subiendo y, tras una pausa que podría producirse en la primavera, el banco central se dispone a deshacerse de los bonos que tiene en cartera. El Tesoro Público se enfrenta por tanto a la tarea de tener que colocar en el mercado ingentes cantidades de deuda durante el próximo ejercicio. De momento lo está consiguiendo, a un coste asequible. La prima de riesgo incluso retrocede, y los no residentes apuestan por la marca España. Una señal positiva, en un entorno cada vez más hostil.

PIB | El PIB registró una fuerte desaceleración en el tercer trimestre, pero con una composición que revela algunas fortalezas. El consumo y la inversión mantuvieron un ritmo más intenso de lo esperado. Pero sobre todo destaca el buen resultado de las exportaciones de bienes. El turismo, sin embargo, experimentó un crecimiento débil, si bien a partir de niveles superiores a los previos a la pandemia. Por el lado de la oferta, el sector manufacturero también progresó, algo que en el contexto actual tan adverso para la actividad industrial debe valorarse positivamente. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El PIB crece en el tercer trimestre en línea con lo esperado

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Contabilidad Nacional Trimestral | III Trimestre 2022


Según cifras provisionales, el PIB creció un 0,2% en el tercer trimestre. El resultado coincide con la previsión de Funcas, y aunque es un crecimiento moderado, muy inferior al del trimestre anterior, no puede calificarse de mal dato, dadas las circunstancias tan negativas que están pesando sobre la economía.

Además, su composición revela ciertas fortalezas inesperadas. El consumo mantuvo un ritmo intenso de crecimiento (un 1,1%), mayor de lo esperado. También la inversión en equipo registró un buen resultado, y, especialmente, las exportaciones de bienes (un 2,6%). En esta última variable pueden haber pesado de forma significativa las ventas de productos energéticos hacia el resto de Europa. Por el lado de la oferta, el VAB del sector manufacturero también registró un crecimiento, que en el contexto actual tan negativo para la actividad industrial debe valorarse positivamente. 

En cuanto a las exportaciones de servicios turísticos, experimentaron un crecimiento moderado, tal y como se preveía, puesto que la normalización de esta variable ya se había producido a lo largo de los trimestres anteriores —especialmente en el segundo trimestre de este año— y ya se encuentra en niveles incluso superiores a los previos a la pandemia.

El factor que más ha lastrado el PIB en el tercer trimestre han sido las importaciones, que han registrado un repunte, de modo que el conjunto del sector exterior ha restado ocho décimas a la tasa de crecimiento.

En cuanto al empleo, el número de ocupados equivalentes creció un 1%, pero el número de horas trabajadas registró un leve descenso. Aunque la primera variable supera desde hace varios trimestres la cifra previa a la pandemia, el número de horas trabajadas aún se encuentra un 1% por debajo.

En suma, puede decirse que a la altura del tercer trimestre todavía no se había materializado el riesgo de recesión. No obstante, las previsiones son que esta sea ya visible en el cuarto trimestre del año.

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Más dudas que certezas

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Desde 1978 los veranos ofrecen un oráculo. Con más o menos acierto, con más o menos consenso. Cuanta más discrepancia o tono sombrío hay, peor pintan las cosas en el año siguiente. Es el simposio de política económica de Jackson Hole, que se celebra estos días en las idílicas praderas de Wyoming, organizado por la Reserva Federal de Kansas City. El tema de este año es Reevaluando las restricciones para la economía y las políticas (Reassessing Constraints on the Economy and Policy). Título sintomático porque las principales referencias monetarias se encuentran con un tremendo desafío inflacionario y con una contracción económica que no puede asegurar que acabe con el alza de precios. Se echa en falta este año a Christine Lagarde, aunque participa la consejera ejecutiva del BCE, Isabel Schnabel, una garantía de precisión en la comunicación de mensajes, en un momento en que se necesita.

Hace un año se hablaba en ese mismo foro de la economía pospandemia, de los estímulos fiscales y en la retirada progresiva de los monetarios. Todo se ha acelerado un año después. El presidente de la Fed, Jerome Powell, intervino este viernes en la apertura. Su discurso no distó del que viene manteniendo en los últimos tiempos: todo lo que está en la mano de la política monetaria se hará para conseguir un aterrizaje suave. También trasluce de sus palabras que no todo parece estar tan controlado. De ahí la “reevaluación” necesaria de las políticas que indica el título del evento. Esta falta de certezas también transpiró en algunas presentaciones más académicas. En Estados Unidos vienen observándose en, los últimos meses fenómenos paradójicos e inquietantes. Con los precios disparados, la confianza del consumidor está por los suelos. Sin embargo, el gasto sigue lanzado. Los americanos consumen bastante, a pesar de la inflación. Esto desconcierta a los banqueros centrales y preocupa a los políticos: recordemos las recientes palabras del presidente Macron sobre el “fin de la abundancia” que abren incógnitas de trascendencia. Por ejemplo, ¿cuánto ha afectado la pandemia y la secuencia tan repetida de perturbaciones inesperadas a la psicología del consumidor y las expectativas? ¿Hasta qué punto repercute esa diferencia entre lo que los consumidores declaran y lo que realmente hacen en la efectividad de la política monetaria?

Esta situación de impasse también resulta inquietante, porque ese comportamiento vigoroso de la demanda interna en Estados Unidos y otros países (como el verano turístico de España, en claro contraste con buena parte de la eurozona), puede frenar en seco. La política monetaria va a actuar de forma más rápida de la que estamos acostumbrados. Si las subidas de tipos de interés son demasiado fuertes para la digestión de la economía, se rebajará la dosis. Si la inflación persiste incluso con recesión o contracción, el dilema será más grande aún. Continúan además las políticas fiscales de estímulo para la recuperación tras la pandemia en muchas economías. Algunas medidas necesarias. Otras, fundamentalmente, inflacionarias. En definitiva, toreo complicado porque, aunque los banqueros centrales han sido muchas veces referente involuntario en los últimos años, cuando se trata de inflación, concentran las miradas siempre.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La caída del consumo frena la recuperación del PIB en el primer trimestre

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Contabilidad nacional trimestral | IT 2022

Según el avance provisional de la contabilidad nacional, el PIB creció en el primer trimestre un 0,3%, muy por debajo de los registros alcanzados en los dos trimestres anteriores. Este débil resultado ha sido consecuencia de la fuerte caída del consumo privado, que retrocedió un 3,6%, la peor cifra desde el final del confinamiento. En términos corrientes el descenso fue del 0,8%. Si estos resultados se confirman, significaría que el impacto sobre el consumo derivado del aumento de la inflación y de la incertidumbre ha sido mayor de lo esperado. 

Por el contrario, la inversión en capital fijo experimentó un avance del 3,4%. Aunque no es posible saber en qué medida este crecimiento procede de las inversiones financiadas con los fondos europeos, parece indicar que, a diferencia de lo sucedido con el consumo, la incertidumbre derivada de los fuertes aumentos de costes, de las dificultades de suministro y de la guerra de Ucrania, no ha tenido un impacto relevante sobre esta variable macroeconómica, al menos por el momento.

Las exportaciones de bienes y servicios crecieron más que las importaciones, y el gasto de los turistas exteriores exhibió un nuevo repunte, alcanzando ya prácticamente el nivel prepandemia, a pesar de que la llegada de turistas en el primer trimestre aún se encontraba un 35% por debajo de las cifras de 2019.

Por el lado de la oferta, los sectores de comercio, transporte y hostelería, así como de actividades artísticas y recreativas, experimentaron una vigorosa recuperación, que, dada la fuerte caída del consumo nacional, solo podría atribuirse a la demanda procedente del turismo exterior. La actividad industrial sufre un descenso del 1,4%, y la construcción crece un 0,3%.

Pese a la débil recuperación de la actividad económica, el empleo se incrementó un 0,5%, y el número de horas trabajadas lo hizo con mayor intensidad aún, un 3,2%, quedando tan solo a un 0,3% de recuperar el volumen prepandemia, pese a que el PIB aún se encuentra un 3,4% por debajo de dicho nivel. Así, la productividad por hora trabajada, que en el cuarto trimestre de 2021 prácticamente había recuperado los niveles de 2019, ha vuelto a descender en el primer trimestre de este año.

Se trata, en suma, de un crecimiento inferior a lo esperado, y con una composición también muy diferente a lo previsto. En cualquier caso, las cifras del primer avance de la contabilidad nacional trimestral deben ser tomadas con mucha cautela, ya que pueden sufrir importantes revisiones.

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La anomalía estadística española

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Si la tasa de crecimiento del PIB en el segundo trimestre fue decepcionante, la del tercero tampoco ha cumplido con las expectativas. Se esperaba que el rebote posterior a la finalización de las restricciones ligadas al estado de alarma, que no se reflejó en las cifras de PIB del segundo trimestre —a diferencia de lo sucedido en el resto de países de la zona euro—, se observaría en el tercero, lo cual implicaría un crecimiento del orden del 3%. Sin embargo, no superó el 2%, una cifra que en una situación normal sería espectacular, pero en el contexto actual de reapertura de la economía es escasa, más aún tras el pobre resultado del segundo trimestre.

Lo más destacable, en un sentido negativo, ha sido el comportamiento del consumo y de la inversión en construcción de nueva vivienda. La primera variable sufrió un retroceso, a pesar de que la positiva evolución del turismo interior durante el verano, en que llegó a superar los niveles prepandemia, hacía esperar un resultado mucho más favorable. Aún no hay datos sobre el comportamiento de esta variable para la mayoría de países de la eurozona en el tercer trimestre, pero en el segundo España era uno de los que más lejos se encontraban de los niveles precrisis, y probablemente en el tercero esta distancia se ha ampliado. 

En cuanto a la inversión en vivienda, ha encadenado cuatro trimestres consecutivos con caídas comparables a la registradas tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. La evolución tan negativa de este componente de la demanda es una auténtica anomalía en el contexto europeo, y contrasta con la bonanza por la que atraviesa el sector inmobiliario, con cifras de ventas de viviendas que ya han superado las anteriores a la pandemia, y que se sitúan en el punto más alto desde comienzos de 2008. El crédito nuevo para la compra de vivienda también se encuentra en el mejor momento de la última década, con un saldo medio mensual en lo que llevamos de año un 34% superior al saldo medio de 2019.

Con una demanda nacional muy débil, el crecimiento en el trimestre procedió, básicamente, del sector exterior, y más concretamente del turismo internacional, que recuperó cerca del 50% del nivel previo a la crisis. 

La recuperación del empleo en el tercer trimestre, medido en términos de número de horas trabajadas tal y como lo recoge la contabilidad nacional, también decepcionó. No obstante, en el conjunto del periodo transcurrido desde la reapertura post-Covid, esta variable ha mostrado un dinamismo superior al del PIB, lo que implica una caída de la productividad por hora trabajada: en el tercer trimestre esta era un 3,2% inferior a la anterior a la pandemia, otro fenómeno anómalo en el contexto de la eurozona, donde todos los países salvo Portugal registraban —a la altura del segundo trimestre, que es para el que hay datos completos— una productividad por hora trabajada superior a la prepandemia. Esto sería lo que cabría esperar por un efecto composición: las actividades donde mayor es la brecha con respecto a antes de la crisis —hostelería, comercio— son las de más baja productividad, de modo que el efecto sobre la media del conjunto de la economía debería ser una elevación de la misma. 

Esta desconexión entre empleo y producto es especialmente acusada en la construcción, donde la caída de la productividad con respecto al cuarto trimestre de 2019 alcanza nada menos que el 12%, y en actividades profesionales, con un descenso de casi el 16%, datos ambos profundamente discordantes con lo que se observa en el resto de la eurozona. 

Si las cifras publicadas por el INE se confirman, el crecimiento de la economía española no superará el 4,5% en 2021, por debajo de lo que se espera para la zona euro. Y ello pese a haber sufrido una caída más profunda en 2020, lo cual, de no darse en la economía española ningún factor extraño, debería haber dado lugar a un crecimiento mayor, ya que el efecto rebote en el momento de la apertura de la economía también habría sido mayor. Incluso con una pérdida de PIB al final del periodo, en comparación con 2019, de mayor magnitud que en el resto de Europa, debido a nuestra mayor dependencia del turismo internacional, la variable económica que probablemente más tiempo va a tardar en regresar a los niveles prepandemia. Esas eran las expectativas que todos los analistas y organismos nacionales e internacionales manejaban desde el principio de la crisis.

En suma, la recuperación de la economía española muestra rasgos insólitos en comparación con otros países sin que exista una explicación evidente para ello, y algunas incoherencias con la evolución de ciertos indicadores. No debemos olvidar, en cualquier caso, que las cifras de contabilidad nacional pueden sufrir modificaciones sustanciales en revisiones posteriores, de modo que por el momento debemos tomarnos todos estos resultados con cautela.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El Periódico de España.

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Las cuentas de los hogares: sin sorpresas en el segundo trimestre, pero cambios en 2019 y 2020

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Uno de los resultados más señalados de las cuentas de los sectores institucionales publicadas recientemente por el INE ha sido el descenso de la tasa de ahorro de los hogares en el segundo trimestre del año hasta un 8,8%, desde un 14% —cifra revisada al alza— registrado en el primer trimestre. Es un descenso muy acusado pero nada sorprendente, puesto que en el primer trimestre el consumo aún estuvo reprimido por las restricciones para controlar la pandemia, además de por el temporal de nieve de enero, por lo que los hogares siguieron acumulando ahorro no deseado. En el segundo trimestre, con la apertura de la economía, el gasto tendió a normalizarse, descendiendo la tasa de ahorro.

La comparación con las cifras del segundo trimestre de 2020 da lugar a resultados llamativos pero que tampoco sorprenden, dado el diferente momento en que se encontraba la pandemia: las remuneraciones salariales han crecido un 12,2%, quedándose así un 3,5% por debajo del nivel del segundo trimestre de 2019; las rentas de la propiedad ascendieron un 14,6%, lo que supone una recuperación muy escasa, dada la fuerte caída sufrida por este tipo de rentas en el segundo trimestre de 2020, que fue del 69%, de modo que se encuentran un 65% por debajo del nivel alcanzado en el mismo trimestre de 2019; la recuperación de la renta disponible bruta ha sido más limitada, un 5%, lo que se explica por la caída en las prestaciones sociales recibidas por los hogares, quedando un 6,4% por debajo del mismo periodo de 2019; finalmente el ahorro bruto, que se disparó durante los meses más duros de la pandemia, ha descendido un 37% en comparación con aquel momento, aunque aún sigue siendo superior al del año previo al Covid-19.

Fuente: INE

Más interesante que los previsibles resultados del segundo trimestre, han sido las revisiones sufridas por las cifras de los años anteriores, con modificaciones muy sustanciales en las relativas a 2019. La renta disponible bruta de los hogares fue superior en 16.000 millones a la estimación anterior. Como el dato de consumo no ha variado, ese incremento de la renta disponible se dirigió al ahorro, cuya tasa sobre la renta disponible se ha modificado al alza desde un 6,3% hasta un 8,3%, notablemente superior a la registrada en los años precedentes, lo que constituye una revisión de notable relevancia. Tras descontar de esa cifra la parte destinada a financiar su inversión, los hogares generaron una capacidad de financiación —es decir, un excedente financiero— de 20.500 millones de euros, un 1,7% del PIB, muy por encima de los 3.100 millones estimados inicialmente. Fue la cifra más elevada de toda la serie histórica hasta ese momento, solo superada posteriormente por los 68.700 millones generados durante la pandemia. Es decir, ya durante el año anterior a esta los hogares habían acumulado un importante excedente financiero, si bien entonces fue voluntario. Esto es importante, ya que cuanto mayor fuese la salud financiera de los hogares previa al Covid, mayor será la capacidad de recuperación del consumo y del mercado inmobiliario.

En 2020, el año de la pandemia, las cifras correspondientes a las remuneraciones salariales, las prestaciones sociales recibidas y la renta disponible bruta han sido revisadas al alza, pero como las cifras del año anterior han sido revisadas al alza en mayor medida, la caída con respecto a aquel es ahora mayor. Según las nuevas cifras, las remuneraciones salariales se redujeron un 5,6% —frente a un 5,4% en la estimación anterior—, mientras que la caída de las rentas de la propiedad, única partida que se ha revisado a la baja, se amplifica notablemente hasta un 51%. Dentro de estas últimas destaca el desplome sufrido por los dividendos repartidos por las empresas a las familias, cuyo volumen, 5.500 millones de euros, apenas supuso el 20% de la cifra recibida en 2019, y fue la cantidad más baja desde 1998. Es una caída mucho más intensa que la sufrida por las rentas empresariales, que fue del 15%. Ello se debe a que las empresas, por prudencia, decidieron repartir un porcentaje inferior de sus beneficios, y a que también los dividendos recibidos de empresas situadas en el exterior sufrieron un intenso recorte.

En suma, la renta disponible bruta de los hogares se redujo un 4,9%, en lugar del 3,3% inicialmente avanzado.

Finalmente, el ahorro generado por los hogares fue algo mayor a lo estimado anteriormente, 110.700 millones, en lugar de 108.800, lo que supone una tasa del 14,9% de la renta disponible bruta, dos décimas porcentuales más.

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Materias primas: ¿un riesgo para la recuperación?

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Con el rápido avance de la vacunación y los alentadores resultados de los indicadores económicos más recientes (PMIs, afiliación a la seguridad social, exportaciones), las perspectivas para la economía española son ahora más optimistas. No obstante, hay un factor que comienza a dibujarse como un riesgo que hasta ahora no teníamos presente: el fuerte encarecimiento de las materias primas. Según el índice de The Economist, los precios de las materias primas industriales duplican los vigentes en 2019, mientras que los precios de las materias primas agrícolas están más de un 50% por encima.

Esta circunstancia, unida al encarecimiento de los fletes marítimos y los problemas de abastecimiento de ciertos suministros (como los microchips, que ya han obligado a paralizar la producción en numerosas plantas automovilísticas) podría frenar la recuperación de la industria y de las exportaciones. Si las empresas no pudieran trasladar el incremento de costes a los precios, el resultado sería una contracción de los márgenes empresariales que podría limitar el crecimiento de la producción y comprometer nuevas inversiones. Y si efectivamente se trasladase hacia los precios al consumo, el resultado sería una merma en la capacidad adquisitiva que podría moderar la recuperación del consumo. En cualquier caso, la consecuencia sería un menor ritmo de crecimiento. Obsérvese que no se contempla un escenario en el que el impacto sea la interrupción del proceso de recuperación de la economía. Esta va a tener lugar en cualquier caso, a medida que desaparecen las restricciones y el gasto de las familias vuelve a la normalidad. Pero sí podría producirse una moderación en el ritmo de la misma.

De momento no se observa un traslado de costes hacia los precios al consumo, salvo en lo que se refiere a los productos energéticos. La inflación en los bienes industriales no energéticos de consumo se situó en mayo en el 0,5%. Es una tasa algo superior a la media de los últimos años, pero por el momento se puede achacar a la “normalización” de determinados precios que podrían haberse visto refrenados por la pandemia, así como al ascenso de precio de algunos bienes concretos, como los automóviles y los muebles. No se puede identificar hasta ahora un encarecimiento generalizado más allá de estos efectos.

No obstante, el índice de precios industriales (IPRI), que mide los precios de todos los bienes industriales (no solo los destinados a consumo final) a salida de fábrica, sí refleja un proceso de traslado de costes a lo largo de la cadena de producción. Así, la tasa de inflación de este índice excluyendo productos energéticos aumentó en mayo hasta el 7,1%. Se trata de un incremento que va más allá de un simple efecto escalón por la reversión de bajadas que podrían haberse producido un año antes. De hecho, en comparación con el mismo mes de 2019 el índice aumentó un 6,2%.

Asimismo, si analizamos el índice componente a componente, podemos observar fuertes ascensos, hasta tasas de inflación de dos dígitos, en los productos que son primeras transformaciones de materias primas, o que se encuentran en las primeras fases de la cadena de producción. Por ejemplo, productos químicos básicos, con un ascenso interanual del 46%, productos básicos de hierro, con un 29%, otros productos de primera transformación del acero, con un 28%, o, en relación con las materias primas agrícolas, los productos para la alimentación del ganado, con un 11%. En otros productos situados algo más adelante en la cadena de producción, como forja, elementos metálicos para la construcción, productos de plástico, pinturas y barnices, otros productos metálicos y otros productos químicos, nos encontramos con tasas algo menores a las anteriores, pero igualmente elevadas, de entre un 4 y un 7%. Con estas tasas, la repercusión sobre la actividad económica, ya sea vía traslado a los precios finales al consumo, o vía estrechamiento de márgenes empresariales (o una combinación de ambos), es solo cuestión de tiempo. 

Todo dependerá de cuánto dure esta etapa de precios elevados de las materias primas. Puede tratarse de un repunte temporal, debido a cuellos de botella derivados del fuerte rebote de la demanda mundial post-covid, o puede tratarse del inicio de un nuevo ciclo de precios elevados de materias primas. El fuerte proceso inversor en digitalización, electrificación y descarbonización que se prevé a ambos lados del Atlántico impulsado por los programas de recuperación (plan Biden en Estados Unidos y Next Generation en la UE), e incluso el desvío hacia el mercado de materias primas de inversiones financieras en busca de rentabilidad ante la enorme abundancia de liquidez y bajas rentabilidades de los activos financieros, podrían, por el contrario, mantener la presión alcista durante más tiempo.

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