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Récords en China en impagos de bonos corporativos: avanza el inexorable curso de la carcoma del sobre-endeudamiento

La economía China está aquejada desde hace lustros de no pocas y peligrosas asimetrías macro-económicas, pero está regida con puño de acero también en lo económico. No se puede negar que algunos analistas llevamos varios años alertando de lo que puede venir desde el gigante rojo, y que muy probablemente la suya sea una realidad económica cada vez más carcomida, a pesar de la apariencia que publicitan las cifras "oficiales" (que muchas veces son sólo eso: la verdad única e inmutable meramente oficial").

Pero ese puño de acero con el que les decía que los jerarcas del Partido Comunista Chino imponen sus políticas económicas a diestro y siniestro, supone un nivel de intervencionismo tan masivo y tan invasivo, que es natural que puedan ir apagando un fuego tras otro conforme afloran. A pesar de ello, en el fondo no evitan que en la trastienda de la economía china siga latente una colosal burbuja de endeudamiento de (casi) imposible digestión. Ahora tenemos nuevos datos que vuelven a apuntar en este sentido, y así, como publicó el Financial Times, en 2019 China sufrió el peor año de su serie histórica en lo que a impagos de bonos corporativos se refiere: todo un significativo indicador de que la carcoma sigue su curso en la economía china, y de lo que la realidad "oficial" podría estar escondiendo.

La estela de los récords de crecimiento de lustros atrás, han dejado paso al actual e indicativo reguero de impagos corporativos

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Y es que el tema ya no es sólo que esa clara desaceleración (recuerden: incluso en lo "oficial") de China esté restando pujanza al otrora más pujante Gran Dragón Rojo económico, que crecía y crecía al calor de la deslocalización Occidental, pareciendo que el chorro de fuego que salía por su boca no fuese a poner nunca fin a una temperatura económica al rojo vivo. Pero en China, a pesar del puño de acero, a pesar del intervencionismo masivo, a pesar de los controles de capitales... a pesar de todo, bajo sus políticas y mecanismos económicos sigue subyaciendo la misma naturaleza humana a veces tan defectuosa como la que sufrimos en todos lados.

Así, con los días de vino y rosas, allí también cometieron incontables excesos, especialmente en términos de endeudamiento, de mantener vivas empresas de tamaño monstruoso y que no son viables, promoviendo la ineficiencia económica en un entorno en el que el dinero casi llovía del cielo, etc. etc. etc. De esta manera, el panorama que deja todo esto en cualquier sistema no suele augurar nunca ninguna salida buena. Y China no iba a ser una excepción, por mucho que su nivel de intervencionismo le permita mantener más la inercia (y esconder -parcialmente- la realidad) de un ciclista que, al fin y al cabo, cada vez tiene menos fuerza para seguir pedaleando.

Y la obsesión de los jerarcas chinos por mantener el crecimiento económico, y muy especialmente la percepción social del mismo, no es para nada de extrañar, un tema extremadamente sensible en un país con cientos de millones de trabajadores que, de perder su empleo pasarían a engrosar peligrosas y multitudinarias bolsas urbanas de descontento popular, y el sistema "dictapitalista" podría ver amenazada incluso su existencia más sistémica. Y eso por no entrar en temas de desigualdad social entre el ciudadano medio y la privilegiada clase dirigente, por la cual el parlamento chino ha pasado a ser un selecto club de multimillonarios.

Así que, más allá de la superficie, en el críptico caso de la economía de China, hay que fijarse más bien en otro tipo de indicadores que tan sólo los más ampliamente seguidos en cocina, y uno de ellos, especialmente evidente porque los inversores internacionales quedan expuestos a él de forma directa e inevitable cada vez más, es el indicador de los impagos de deuda corporativa del que les hablamos hoy.

China empieza a perder su voluntad (y/o capacidad) de mantener toda empresa a flote aunque sea artificialmente

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Pero la noticia relevante de hoy ya no es la que apuntábamos antes de que China ha sufrido en 2019 un año récord de impagos de bonos coporativos, la otra noticia importante es otro récord sobre el que nos informaban en StockMarketNews: en este pasado año, en China han asistido al mayor "default" de bonos corporativos denominados en dólares desde hace dos décadas en una empresa pública. Y ya no es sólo las cifras de "defaults" finalmente consumados, es la situación general tan inestable del actual mercado de bonos corporativos chinos, donde hoy por hoy no es infrecuente presenciar de madrugada en las pantallas el hundimiento de los bonos de compañías supuestamente respaldadas por el Estado, pertenecientes incluso al pujante sector tecnológico, como los casos que citaba StockMarketNews en su artículo enlazado antes.

Casi nada. Récords muy siniestros por todos lados. Va a ser cierto eso de que en China en realidad está pasando algo muy serio que va degenerando lenta pero inexorablemente desde hace tiempo, y ya no sólo por todo lo nefasta que puede llegar a ser la gestión pública totalitaria que ha aflorado con el lamentable tema del Coronavirus, y que está llevando al pueblo chino a una creciente ola de descontento popular que su gobierno intenta silenciar (¡Cómo no!) a golpe de censura, de propaganda, de inexplicables desapariciones de los que osan informar a pie de calle de la crisis, y de represión policial ejercida incluso sobre la propia comunidad médica que dió responsablemente la voz de alarma cuando aún se estaba a tiempo de evitar la catástrofe sociosanitaria.

Pero lo significativo no es ya el cambio en la pujanza económica de China, ni tampoco la salud financiera de unas empresas que ya empiezan a verse forzadas a reconocer que no pueden devolver el dinero que un día les prestaron. Lo realmente significativo de todo este asunto es el gran giro dado por las autoridades económicas chinas a la hora de afrontar su endeudamiento corporativo. Ahora ya no vale cualquier cosa. Ya no se mantiene viva por axioma a todas las empresas. Eso ha cambiado totalmente, y ahora hay empresas chinas que "Papá Estado" ya no está dispuesto a seguir soplando para mantener hinchado su pinchado flotador.

El porqué de que esto sea así arroja principalmente dos interpresaciones posibles. La primera es que por fin el Estado chino se haya dado cuenta de que no tiene sentido socioeconómico mantener vivas empresas inviables, además de que supone que el propio sistema se corroe a sí mismo. Sería una buena forma de intentar pinchar controladamente (si es que eso es posible) esa colosal burbuja de sobreendeudamiento corporativo (y no corporativo) de un gigante chino que puede estar sufriendo ya osteoporosis severa. Lamentablemente, sin llegar a afirmar que la hipótesis anterior del pinchazo controlado no tenga por qué ser cierta, el hecho es que la hipótesis más probable es que el estado chino esté dejando ya caer a incontables empresas, bajo el propio peso de su deuda, porque su capacidad y poder económico para poder seguir evitándolo puede estar empezando a flaquear, tras ya varios años de fuerte desaceleración (incluso "oficial").

En este sentido, el artículo enlazado anteriormente que publicaba la principal noticia de nuestro análisis de hoy, ya explicaba cómo hoy por hoy los inversores internacionales ya no pueden contar con que ya no se deja caer a ninguna empresa china, pero el problema viene cuando los datos para evaluar los riesgos de defaults corporativos no son fiables, entre otras cosas porque apenas sucedían hasta el momento, además de por la poca transparencia y calidad econométrica de las cifras corporativas y de deuda del gigante comunista. Y esto no es un tema menor en absoluto, porque el panorama de la deuda corporativa china ya no es el tradicional, por el que los tenedores de sus bonos se concentraban en la inmensa mayoría de los casos en el propio estado (en una o varias de sus múltiples manifestaciones corpóreas), sino que ahora, cada vez más, las empresas chinas deben recurrir a emisiones que venden a inversores internacionales. Otro significativo indicador, sin duda. Y claro, con ese críptico panorama contable y de medición econométrica microeconómica de las empresas chinas, estos arriesgados inversores navegan por el Mar del China prácticamente con los ojos vendados y la brújula oxidada.

Pero las importantes derivadas de todo este asunto, que a primera vista podría parecer un tema menor a nivel global, son muchas. Así, de cara a los propios prestatarios corporativos chinos, el cambio radical del tipo de prestamista, así como de los criterios para poder acceder a su financiación, están haciendo que esas empresas chinas estén enfrentándose a unos estrictos criterios y exigencias crediticias a los que no estaban para nada acostumbradas durante la "era de los Yuanes gratis para todos". Y eso no puede sino acelerar la caída de los gigantes más ineficientes e inviables, que ya no van a tener ni el respaldo incondicional de un Estado chino cada vez más desentendido de su financiación, ni tampoco la confianza de unos inversores internacionales que les miran con recelo y juzgándoles por la heterodoxia más financiera. Así, esas empresas ineficientes se verán doblemente atrapadas por tener que empezar a endeudarse a un tipo sensiblemente peor que el de mercado, con un sangrante diferencial respecto al que los inversores internacionales aceptarán para prestar a otras empresas chinas más sanas.

Parece que los problemas económicos chinos no paran de crecer, lentamente y a lo largo de los años, pero van ganando gradualmente en número y en gravedad. Y a todo este sombrío panorama se añade además el alto impacto económico que muy probablemente va a acabar teniendo la crisis del Coronavirus. Si bien ya les analizamos este punto recientemente en otro análisis, lo cierto es que desde su publicación ha habido nuevos datos muy relevantes. Entre otras cosas, la epidemia va inexorablemente propagándose, con las severas restricciones propias de tiempos en estado de guerra, que imponen un aislamiento y unas medidas de contención que, demasiado tarde, son impuestas desesperadamente por el gobierno chino.

De hecho, ahora estas medidas extremas están ya siendo extendidas a todas las regiones circundantes con la ciudad de Wuhan, una ciudad del tamaño de Londres asolada por la epidemia y en cuyo mercado de abastos la vimos nacer. Imaginen cómo estará la cosa, ya no sólo a nivel sanitario y de contagio masivo, sino ya también a nivel económico, que el gobierno chino ha anunciado recientemente que va a permitir un nivel de endeudamiento de emergencia destinado a salvar a las empresas afectadas gravemente por los efectos del dañino coronavirus, entre ellos los parones de producción y cierre de fábricas decretados desde el gobierno, o la propia caída del consumo y la inversión por las medidas de excepción.

El impacto socioeconómico de esta crisis está siendo mayúsculo a todos los niveles, y las autoridades no dan abasto para cubrir deserciones de periodistas "quemados" con el aparato del poder, ni abasto para borrar de redes sociales publicaciones con el hashtag #FreedomOfSpeech, que leen millones de personas antes de ser vaporizados por la maquinaria de la censura oficial, etc. etc. etc. Y este clamor popular de un pueblo que ha despertado abruptamente a la consciencia de ese gran valor socioeconómico de la prensa libre y la libertad de opinión, que tantas veces hemos predicando desde estas líneas, choca frontalmente con el reciente involucionismo de Xi Jingpin al más puro estilo Mao... Ante este panorama, Occidente debe mirar a Oriente más que nunca antes para definir su futuro y reforzar la gran importancia de los ideales democráticos. Y el hecho de cara al análisis de hoy es que todo ello añade todavía más incertidumbre al ya explosivo cóctel que se está agitando en China, y ya saben que los negocios y la inversión se llevan fatal con cualquier tipo de incertidumbre: en algún momento esas otras incertidumbres socioeconómicas pueden contribuir también a elevar más los diferenciales de riesgo exigidos a esas empresas chinas que ahora empiezan a necesitar la financiación internacional.

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Así que, también en la coyuntura más reciente traída por el virásico brote epidémico, de nuevo el tema de hoy parece clave: aquí también los inversores internacionales van a mirar con lupa a quién y con qué parámetros prestan su dinero. Lo más probable es pues que la tendencia creciente de "defaults" coporativos, así como la calidad crediticia de los gigantes empresariales chinos con pies de barro (y no sólo ellos), sigan deteriorándose apreciablemente en 2020. Más leña al fuego, en el que las finanzas de muchas empresas chinas van a arder conforme se vayan secando o encareciendo sus vías de financiación, mientras son minuciosamente escrutadas por la lupa de los analistas de riesgos más impasibles.

Como efecto colateral, las auditorías y los balances exigidos por estos analistas pueden acabar haciendo aflorar más datos y más realistas sobre el estado financiero de muchas empresas chinas, cuyas cuentas hasta ahora eran mucho más opacas. Aquí ya no vale todo, la fiesta de los Yuanes gratis para todos va tocando a su fin, y ahora puede que las reglas capitalistas acaben siendo mucho más similares para todos. Bienvenidos a la economía de mercado de verdad, donde prima (algo más) la buena gestión, donde los errores se pagan con diferenciales, y donde esos diferenciales pueden acabar estrangulándote y llevándote incluso a la quiebra: aquí les estábamos esperando porque, sin juzgar la idoneidad de las reglas, si algo es cierto es que las reglas de juego deberían haber sido siempre iguales para todos.

Imágenes | Pixabay Chronomarchie | Pixabay tudsaput | Pixabay PublicDomainPictures | Pixabay prettysleepy1

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Desglobalización

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La economía global parece vivir un proceso de inversión del orden imperante
desde la segunda mitad del siglo XX. El mundo se desglobaliza porque la
interacción, comunicación e interdependencia se han exacerbado hasta causar un
importante rechazo.

La tecnología impone una velocidad en los procesos de oferta y demanda que parece incomodar a muchos ciudadanos. Una epidemia como la del coronavirus mantiene encerrados a millones de personas y aterradas a otras tantas, poniendo en jaque eventos globales como el Mobile World Congress de Barcelona y generando una contestación social dentro de la propia China hasta ahora inusitada. Los nacionalismos vuelven a arreciar y populismos como el Brexit desgajan estructuras económicas que parecían sólidas. Son cada vez más los ciudadanos y empresas que piensan mucho más en la sostenibilidad que en el crecimiento sin más y que se sienten cada vez más incómodos con el daño al planeta que supone la todavía abrumadora presencia de la economía basada en el carbón y las emisiones de gases de efecto invernadero.

Desde la perspectiva macroeconómica proliferan sistemas de valoración que
ponderan cada vez más a las empresas que realizan planes de sostenibilidad y en
las que impera la racionalidad en el tamaño frente al crecimiento por el
crecimiento. El término desglobalización no solo es una convención ya aceptada
lingüísticamente para definir nuevos principios filosóficos, sino que toma
forma de manera muy concreta en la actualidad como un freno natural. Problemas
que venían manifestándose de manera aguda entre un mundo avanzado y otro
rezagado se trasladan ahora a las principales economías en forma de descontento
social y desafección.

Tecnología y democracia parecen dos de los caballos de batalla de este
desmontaje global en torno a un término cada vez más frecuente: el
desacoplamiento. Por un lado, la rivalidad entre China y Estados Unidos se
comienza a considerar como el fenómeno geopolítico de la primera mitad del
siglo XXI, el Great Decoupling o gran desacoplamiento. La ruptura cada
vez más clara entre dos modelos que tiene como principal exponente la batalla
por quién impone su modelo tecnológico. La guerra es muy profunda y la
contienda comercial de los dos últimos años ha sido solo un pequeño preliminar.
También se debate si es posible un desacoplamiento económico-medioambiental. En
particular, si es posible apostar por modelos de desarrollo que impulsen el
crecimiento sin dañar al medioambiente. Y existe, además, otro posible
desencaje: la desigualdad que puede generar la tecnología, tanto porque su
utilidad se acabe dirigiendo de forma casi exclusiva en determinados estratos
sociales como porque su principal poder (el de la información) se concentre en
pocas manos que puedan acabar teniendo una palabra casi única sobre qué es la
verdad.

Por otro lado, la democracia también trata de redefinirse. No de forma menos paradójica, con multimillonarios como George Soros sugiriendo los beneficios para la transformación social global de las protestas en lugares donde antes era casi imposible. Parece que la organización económica es sólo digerible socialmente si el crecimiento no implica una aceleración destructiva. Puede ser ese término tan cool reacuñado estos días de “economía circular”. O algo mucho más profundo socialmente.

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Efectos económicos de una pandemia

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Un cisne negro se pasea por Asia y su impacto global debe aún determinarse. El coronavirus de Wuhan es un ejemplo de manual de acontecimiento inesperado que afecta a la salud y la economía. El consumo de proteínas en los países emergentes se ha disparado a medida que su economía y nivel de vida han crecido. La interacción entre virus animales y enfermedades humanas también. Un riesgo conocido, pero desgraciadamente cada vez más frecuente. Puede que se frene, pero también hay un riesgo de que se convierta en una pandemia mundial. La experiencia anterior más similar fue la del virus Sars en 2002-2003. Desde entonces han mejorado los mecanismos de prevención y la reacción ante alertas sanitarias en todo Asia. En países como Corea del Sur, he podido apreciar personalmente hace unos días que, a pesar de que la incidencia es casi nula, los mensajes públicos en redes y medidas sanitarias son considerables.

Lo que ahora se maneja es una importante incertidumbre que ya tiene un impacto económico negativo significativo. Hasta la fecha, las consecuencias de este tipo de eventos no se han extendido más allá de unos meses. No es un gran alivio, en todo caso, porque si el coronavirus se convierte en una pandemia, los efectos pueden ser graves en un momento de cierto decaimiento. La resistencia de una economía global débil en 2020 pasa por la evolución de la economía china y el coronavirus no ayuda. Los primeros reflejos ya se aprecian. Han llegado por el precio del crudo. La caída de la demanda —entre otras cuestiones por menor actividad industrial y tráfico terrestre y aéreo en China— redujo el precio del barril Brent en un 6% sólo en la semana pasada.

«La experiencia dicta que podrían verse afectados los valores de las empresas emergentes, con caídas de hasta el 20%. El SARS se llevó la vida de 800 personas y tuvo un coste estimado de 50.000 millones de dólares».

Santiago Carbó

Los índices de valor y volatilidad bursátiles aún no han reaccionado a estos temores de forma apreciable. Pero en los foros de análisis de mercado el riesgo de contagio está en todas las bocas. Si éste y otros peligros geopolíticos —como las tensiones con Irán— no se reflejan más en los mercados es porque estos están más pendientes de los bancos centrales. La laxitud de la política monetaria parece haber mermado la capacidad de emitir señales de alerta.

Si se llega a una pandemia, la experiencia dicta que podrían verse afectados los valores de las empresas emergentes, con caídas de hasta el 20%. El SARS se llevó la vida de 800 personas y tuvo un coste estimado de 50.000 millones de dólares. Ya hay más de 40 millones de ciudadanos chinos aislados pero algunos analistas temen que este círculo de protección haya llegado tarde. Se ha reavivado del debate en la comunidad médica sobre si el uso masivo de antibióticos en granjas animales está teniendo un efecto negativo en los niveles de inmunidad de los humanos. A favor de evitar la extensión pandémica juega la mejora en los mecanismos de prevención. En contra, que este virus tarda cinco días en manifestar sus síntomas y que sobre su origen hay hipótesis, pero no aún una confirmación oficial.

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