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La ofensiva arancelaria de Trump

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El proteccionismo comercial ha sido uno de los temas más populares de la campaña electoral americana, especialmente en los territorios golpeados por la pérdida de empleos industriales bien remunerados. La victoria del candidato que más ha abundado en la inflación de propuestas lo ha expuesto con nitidez: según el presidente electo, el déficit comercial es una de las causas de la pérdida de tejido productivo de la economía americana. 

Y para resolver el desequilibrio, Trump pone en el punto de mira a China, como ya viene siendo habitual, pero también a Europa, considerado como uno de los principales responsables del agujero exterior. De ahí la amenaza de imponer un arancel sobre nuestras exportaciones que podría alcanzar entre el 10 y el 20%. 

Algunas voces restan fuelle a las promesas electorales, aludiendo a los efectos limitados a unos pocos sectores que tuvo el primer mandato de Trump. Sin embargo, en esta ocasión el impacto podría ser mucho más significativo, en parte por la dificultad del viejo continente para asimilar los movimientos tectónicos de la geopolítica.  

Es un hecho que la economía americana importa mucho más de lo que lograr vender fuera de sus fronteras, generando un déficit colosal, equivalente al 3,3% del PIB. El desequilibrio es particularmente acusado con China, así como, de manera creciente, con México y la Unión Europea. En el caso de España, los intercambios rozan el equilibrio (el saldo de bienes y servicios arroja incluso un ligero superávit a favor de EE UU). Sin embargo, el déficit con respecto a Alemania e Italia es considerable. Estos son también dos socios comunitarios particularmente dependientes del mercado americano: el valor de los envíos a EE UU supera el 10% del total exportado, el doble que España. 


Un endurecimiento de los aranceles ensombrecería las perspectivas económicas europeas, ya mediocres de por sí. Peligra la salida de la recesión que se vislumbraba en Alemania y el leve repunte anticipado en Italia, por su dependencia de las exportaciones, entre las que destaca el sector del automóvil, quizás el más emblemático de la promesa proteccionista de Trump. Además, China intentará ganar cuota de mercado en Europa, para así compensar la nueva vuelta de tuerca que se cierne sobre sus negocios en EE UU. 

Pero el neoproteccionismo que se adentra en la economía global no es solo coyuntural: también entraña un debilitamiento disruptivo del multilateralismo, es decir de las reglas de reciprocidad que rigen las relaciones económicas desde la segunda guerra mundial. Los Estados, incluso los más aperturistas como los europeos, ya no pueden garantizar un horizonte normativo previsible para las empresas que han basado su negocio en los mercados exteriores. Y la incertidumbre es nefasta para la tan ansiada recuperación de la inversión empresarial. 

El principio de reciprocidad sigue siendo el mejor cortafuegos para prevenir una guerra comercial a gran escala que sería nefasta para todos. De ahí también la necesidad de prever respuestas a cualquier ofensiva arancelaria. Por otra parte, numerosos estudios muestran que la vía unilateral por la que aboga el presidente electo suele tener efectos contraproducentes, particularmente en la inflación. Pero en vez de añorar tiempos pasados, también conviene corregir las deficiencias estructurales del viejo continente: un modelo productivo demasiado dependiente de las exportaciones, particularmente hacia EE UU; un consumo privado renqueante, y en los últimos años lastrado por la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y la baja productividad; y una inversión insuficiente para hacer frente al déficit de vivienda y auparse al tren de la transformación tecnológica. 

Ante los desafíos globales, la profundización de la integración europea —empezando por su mercado único— debería ser una cuestión prioritaria. Como también lo es la inversión en bienes públicos europeos. Alemania, hasta ahora reticente a avanzar en esta dirección, sería uno de los más beneficiados habida cuenta del riesgo de declive industrial. La ola proteccionista que se avecina es una amenaza: ojalá sirva de revulsivo.   

ARANCELES | La aplicación de aranceles con el objetivo de reducir el déficit exterior puede tener efectos poco intuitivos. Las restricciones a las importaciones norteamericanas procedentes de China han conseguido reducir el desequilibrio con ese país en más de 50.000 millones de dólares en los últimos cinco años. Sin embargo, el saldo total se ha deteriorado en casi 250.000 millones, como consecuencia, entre otros factores, del plus de importaciones procedentes de la expansión fiscal, y del “efecto desvío”: algunos competidores del gigante asiático han ocupado el terreno perdido por las empresas chinas afectadas por los aranceles.  

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Tribulaciones globales

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Este 2024 electoral se cierra con las presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre. De lo que allí se decida probablemente se abra un nuevo ciclo político internacional con ramificaciones económicas. Si gana Donald Trump, se puede volver a las tensiones comerciales proteccionistas y geoestratégicas de cuatro años atrás. Sin embargo, no hay garantías de que desaparezca esta tensión internacional si ganara Kamala Harris, como se ha demostrado en la presidencia de Joe Biden, de la que la formaba parte, con políticas proteccionistas como la Inflation Reduction Act, que incentiva y promueve con ayudas de Estado las inversiones mediante la fabricación nacional. Aun así, una victoria de Trump apunta más claramente a subida de aranceles y más proteccionismo. Harris probablemente adoptaría una visión más multilateral, pero, en el fondo, esa política no desaparecería. Como esta semana el FMI ha alertado, esas estrategias dañan el comercio y deteriorará el crecimiento global.

Ese proteccionismo se dirigirá sobre todo a China, el otro gran gigante comercial, y con el que Estados Unidos lleva un “contencioso” comercial y geoestratégico desde hace años. El país asiático es la mayor amenaza competitiva productiva y tecnológicamente. Los coches eléctricos son el elemento principal del conflicto, en el que la UE también está subiendo aranceles. Dos ángulos deben considerarse. Por un lado, las tensiones existentes para lograr la supremacía tecnológica. Con dos modelos muy distintos, y cada una con grandes empresas tecnológicas que dividen el mundo en dos. Por otro, la competencia china en muchos bienes se considera desleal, especialmente en los coches eléctricos. Europa se ha quedado en claro fuera de juego, a pesar de su mayor énfasis en políticas industriales sostenibles, en la competencia de los coches eléctricos. En cualquier caso, Europa debe, sí o sí, aumentar su competitividad global. China ha amenazado con responder a los aranceles de la UE. No ayuda al gigante asiático el que su economía despierte crecientes dudas y algunas de sus fortalezas pasadas —alta natalidad y mano de obra barata— estén desapareciendo. Otras incertidumbres políticas internacionales de China —sus vínculos con Rusia, Irán y Corea del Norte, por ejemplo—, y las crecientes tensiones con Taiwán dificultan aún más el acercamiento entre bloques. 

Este entorno comercial y económico turbulento viene acompañado de conflictos geopolíticos, como las guerras de Ucrania y de Oriente Medio. Ninguna parece mejorar, aunque el resultado de las elecciones en EEUU puede suponer un punto de inflexión. Salvo el tremendo efecto inflacionario inicial de la guerra de Ucrania, el impacto negativo sobre la macroeconomía global ha sido menor del esperado, lo que demuestra que ahora parecen gestionarse mejor estas crisis. Incluso Rusia ha notado mucho menos los efectos del embargo, gracias al desarrollo de un sistema de pagos alejado de dólar en el que el oro —con valoración disparada— y las criptodivisas, entre otros, juegan un papel importante. Este modelo de pagos alternativo también puede tener consecuencias impredecibles en este entorno mundial atribulado.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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El proteccionismo que viene

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Los resultados de las elecciones europeas han convulsionado el “patio” político y económico. Principalmente en Francia, donde el presidente Macron ha adelantado las elecciones legislativas, generando gran incertidumbre en el país galo y en todo la Unión Europea. Se ha reflejado en las “primas de riesgo” de la deuda soberana del Viejo Continente y, en especial, en Francia. El mercado está nervioso por el sentido de esas próximas votaciones, pero también por las políticas —especialmente económicas— que puedan salir de ese próximo gobierno. Tensión en los mercados con propuestas como bajar impuestos de los partidos con mayor probabilidad de ganar según las encuestas. Un cierto déjà vu a las propuestas que se llevaron por delante a Liz Truss en Reino Unido hace ahora 20 meses.

Este terremoto político ha coincidido con el debate público sobre las medidas económicas que pueden promoverse desde la nueva Comisión y Parlamentos Europeos para los próximos cinco años. La transición a una economía sostenible, con la UE como el alumno más aplicado a escala global —para algunos demasiado— puede sufrir un redimensionamiento y ralentización. Más con el descontento de sectores como el agrario y el industrial, con costes al alza y pérdida de competitividad. En paralelo, la situación de determinadas industrias europeas preocupa mucho. En particular, las noticias sobre el sector automovilístico europeo. En España, importantes “toques de atención” —con implicaciones negativas cuantitativamente notables— con Ford en su factoría de Almussafes (que pretende despedir a un tercio de su fuerza de trabajo) o con la dimisión de Wayne Griffiths, presidente de la patronal del automóvil, Anfac. Algo no marcha bien en este sector en la UE, donde parece que se llega tarde a la transición al coche eléctrico. Tanto Estados Unidos como China llevan la delantera. Los vehículos eléctricos del gigante asiático —al que se acusa de competencia desleal al subvencionar esos coches— están en el punto de mira. Estados Unidos ya les subió los aranceles hasta el 100%. Ahora la Comisión Europea lo hará en julio hasta el 38%. Ya ha causado una reacción del gobierno chino que podría subir los aranceles al porcino europeo, afectando a las exportaciones españolas.

Viene una ola de proteccionismo, que el mismo Mario Draghi defendió en su discurso al recibir el Premio Carlos V hace unos días. Según el expresidente del BCE, se debe apostar por la política industrial para reducir la dependencia de países que ya no son fiables, y específicamente ante la amenaza china de inundar el mundo con productos imprescindibles en la transición climática a muy bajo coste. La pandemia enseñó las ventajas de reducir la dependencia exterior y la inseguridad jurídica. Sin embargo, se debe reconocer que el proteccionismo se sabe cómo comienza pero no cómo acaba. Los consumidores son los más perjudicados al aumentar los precios con los aranceles. Las represalias retroalimentan más efectos negativos sobre otros sectores. Es inevitable un creciente proteccionismo, pero es necesaria cautela con las medidas, así como con sus consecuencias para evitar males mayores.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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Nuevos tiempos monetarios y económicos para la Unión Europea

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La última semana ha abierto una nueva etapa en la Unión Europea con un nuevo Parlamento Europeo, Traerá cambios políticos y otra agenda económica con renovadas prioridades. Por otro lado, el Banco Central Europeo (BCE), en su reunión del pasado jueves 6 de junio, decidió una bajada de 25 puntos básicos en los tipos de interés, y se dio el pistoletazo —aunque con algún matiz— a un cambio en la estrategia monetaria para los próximos meses. Un alivio desde la perspectiva de los costes financieros. Un regalo de bienvenida a los nuevos representantes políticos europeos, quienes, si nada se tuerce, podrán comenzar su andadura con unas condiciones monetarias más benignas.

Redunda en ese papel integrador tan relevante del BCE desde 2012. Al finiquitar, con su intensa actuación en la compra de bonos, las tensiones sobre las deudas soberanas de las postrimerías de la crisis financiera global, la política monetaria del BCE pasó a ser la principal acción pública integradora y engrasó el motor para otras decisiones en la agenda europea. Eliminar tensiones facilita la consecución de las políticas deseadas y en eso el BCE ha hecho un buen trabajo desde 2012. Por cierto, la nueva legislatura europea se cruza con el BCE en el proyecto del euro digital, que debería de ver la luz en este periodo, aunque todavía existen interrogantes sobre el éxito en su uso si finalmente se implementa.

Prematuro aventurarse sobre la dirección que tomará la hoja de ruta económica de los nuevos Parlamento y Comisión Europea. Las personas importan y la lista de nombres que componga la Comisión será determinante. Se pueden pronosticar algunos cambios. La moderación en la velocidad de la transición energética parece uno de ellos, sobre todo tras las protestas de sectores relevantes, como los agricultores. La evidencia acumulada de que el actual modelo de transición verde está imponiendo más costes a la actividad productiva europea que a la de otros bloques (EE UU, China) probablemente conducirá a una ralentización del alcance de los objetivos de sostenibilidad.

Vienen además años en los que Europa se juega mucho en el ámbito industrial. La UE está descolocada ante la fortaleza norteamericana y china. Parece urgente reaccionar y ser proactivos para no perder el tren tecnológico de futuro. Seguir sin una hoja de ruta tecnológica clara no es opción, salvo que se desee depender de terceros y se renuncie a las grandes ventajas de nuevas actividades económicas, basadas en tecnología, sobre todo la inteligencia artificial (IA).

Especial preocupación genera el posicionamiento en un producto estratégico como los automóviles eléctricos. La tentación por subir los aranceles a los productos chinos, por ejemplo, tomó cuerpo el miércoles en Bruselas, aunque difícilmente logrará frenar el tsunami que esas importaciones tan competitivas pueden suponer.

En esa agenda para los próximos cinco años, el denominado Informe Letta, publicado recientemente, ayudará a la reflexión, filosofías y acciones a seguir por parte de los decisores de la UE. Su gran mensaje: reformar el mercado europeo como única alternativa al declive del continente. El informe aboga sin tapujos por la integración de los mercados financieros, energéticos y de telecomunicaciones. Mantener la inercia actual sería perjudicial.

La unión de esos mercados no es una idea nueva. 32 años después de la creación del Mercado Único, es una cuestión de urgencia. Es necesario ganar dimensión. La UE está perdiendo peso específico y cada vez es un mercado más pequeño. No son solamente Estados Unidos y China: otros países grandes como India o Brasil juegan un papel creciente en detrimento de la UE, que ahora representa el 13,3% del PIB mundial. La influencia económica de sus 440 millones de consumidores, aun siendo relevante, ya está sobrepasada por China e India e incluso EE UU, aunque tenga menor población.

Enrico Letta aboga por cambiar las restrictivas reglas europeas sobre fusiones para facilitar ese proceso de integración de mercados. Ha habido excesivas resistencias nacionales a la formación de campeones europeos que puedan competir a escala global. Hace falta visión y ambición en los nuevos equipos que liderarán la UE hasta 2029, pero es en este periodo donde se notarán más las desventajas de no actuar decididamente y las ventajas de apostar por una mayor escala de operaciones en Europa. Por ejemplo, la IA no va a esperar a nadie, y ahí la escala es determinante. También será muy importante la regulación de IA que se implante en la UE, que deberá hacer verdaderos malabarismos para llegar a un equilibrio en estimular estas actividades tecnológicas, a la vez que se mantienen los principios más garantistas del Viejo Continente.

Por último, lo financiero. Letta estima que hace falta medio billón anual de recursos solamente para la transición verde, que no podrá venir solamente del dinero público —incluso aunque se incremente el presupuesto europeo—, y será necesario atraer fondos privados con suficiencia. Y para ello, el proyecto europeo debe ganar en credibilidad sobre su viabilidad futura en la economía global.

Y esas necesidades financieras comentadas no incluyen otros grandes proyectos europeos de esta legislatura (ampliación de la UE y reforzamiento de la defensa, por ejemplo). Sin duda, la bajada de tipos del BCE —y otras que probablemente vendrán— vienen bien a la hora de obtener esa financiación. Sin embargo, hace falta mucho más que una política monetaria como viento de cola. Son las reformas ambiciosas de largo recorrido, en la línea que apunta Letta, las que harán falta para mejorar el bienestar futuro de los europeos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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De la digitalización a la IA: las oportunidades y desafíos se multiplican

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En los últimos tiempos hay una sensación creciente de que el proceso de digitalización de la economía y la sociedad es el pasado. El presente y el futuro lleva pasando tiempo por el desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Europa hace más planes de los que ejecuta y eso hace que la IA no despegue. En otros lares se actúa al ritmo de las innovaciones. En Europa se reconoció en 2020 la necesidad de crear un instrumento transversal como los generosos fondos Next Generation EU para apoyar la digitalización y la sostenibilidad de las economías y sociedades europeas. Aún se están desplegando, casi cuatro años más tarde, debido a la excesiva burocracia y a la visión sin excesivas urgencias que suele mantener la UE en muchos asuntos. Entre tanto, muchos países —Estados Unidos y China a la cabeza— han pasado a la siguiente pantalla —o incluso a alguna más allá— con todas las potencialidades —aún inimaginables— que tiene la IA. Nuevamente, Europa podría estar quedando atrás.

El fenómeno Nvidia —uno de los principales fabricantes de chips para IA—, con un subidón bursátil en los últimos meses casi sin precedente, es uno de los grandes ejemplos de cómo está valorando el mercado las potencialidades que se están desarrollando. Se beneficia todo el sector tecnológico. El productor de hardware Dell vio su acción multiplicarse por 30 en un día ante las expectativas de fuertes incrementos en ventas de los procesos vinculados a IA. Y las tres grandes tecnológicas, Alphabet (matriz de Google), Microsoft y Amazon han comprobado como la suma de sus valores de mercado ha aumentado más de 2,5 billones de dólares durante el bum de la IA. Las tecnológicas europeas también disfrutan el favorable clima inversor. Sin embargo, la escala de sus operaciones y la menor interacción provechosa de negocios y líneas de producto limitan mucho el alcance de los efectos positivos.

El fuerte impulso se observa en las cifras. Según la web There is an AI for that, hay ya más de 12.000 apps que emplean algún modelo de IA. En 2022 solamente había en torno a mil. Las grandes tecnológicas americanas (Alphabet, Microsoft y Amazon) se encuentran nuevamente entre las ganadoras con ventaja competitiva, e al incorporar en sus plataformas muchas apps y funcionalidades. Todas estas cifras y actividades muestran que el proceso de digitalización general ha dado paso a una efervescencia de la IA en Estados Unidos. También en China. Sin embargo, en Europa el proceso, aunque en marcha, parece más lento, entre otras razones, por el punto de partida del que salieron, en el que ya había una menor escala de los desarrolladores y un entorno regulatorio y empresarial menos favorable a la interacción y la colaboración entre startups.

El dinamismo empresarial, incluyendo fusiones y adquisiciones de startups, y la capacidad para atraer el mejor talento, impulsa enormemente los avances en la IA. En el sector corporativo tecnológico americano, numerosas compras de startups permiten la adquisición de las capacidades técnicas y de habilidades que tenían esas empresas innovadoras. Cuando el talento no se incorpora a través de esas transacciones, se puede atraer más granularmente con mejores remuneraciones y con un plan de negocio y desarrollo tecnológico para captar los mejores recursos humanos. Son ya meses con fichajes del talento entre competidores en IA. A veces pagando unas compensaciones aparentemente excesivas —donde el dinero inversor abunda, a veces se pasan de frenada— que solamente el tiempo dirá si compensaron.

De nuevo, Europa parece quedar muy detrás en materia de salarios en el sector tecnológico. Esto será un cuello de botella para el desarrollo de la IA —verdadera a autopista de creación de valor añadido desde ya— en el Viejo Continente, con lo que las posibilidades de crecimiento de la productividad y, por tanto, de la actividad económica, parecen tener un límite importante. Más en países como España, con salarios —y niveles de productividad— comparativamente bajos, con grandes riesgos de fuga de talento, sobre todo digital, que lleva ocurriendo desde hace tiempo; y, por ello, con gran peligro de quedarse a la cola de los países avanzados en desarrollo de IA.

La digitalización general transversal de toda la economía —ciudadanos, empresas, administraciones públicas— ya no es suficiente para la IA del futuro. Por supuesto, mejor un entorno en el que todos estemos digitalizados, pero se precisan iniciativas que empujen decididamente la potencialidad de esta herramienta. En EE UU, acostumbrado a hacer casi siempre exclusivamente desde lo privado, ya se está haciendo con éxito. En China, la IA también ha explotado. Europa necesita de la iniciativa privada también y de su escalabilidad, pero, como suele ocurrir en el Viejo Continente, el sector público deberá generar potentes incentivos —incluidos financieros— para poder aprovechar esta enorme oportunidad. A pesar de los diferentes equilibrios institucionales europeos —con un sistema regulatorio más garantista en materia de privacidad—, se puede lograr una diferenciación y generar importante valor añadido.

Estamos en una nueva era, donde la IA tiene el potencial de amplificar nuestras capacidades y enriquecer nuestras vidas como nunca. Hay países, que, por su mejor punto de partida (Estados Unidos), están avanzando de modo casi explosivo. En Europa, ese futuro solo será tan brillante como nuestra capacidad para guiar la IA hacia usos que reflejen nuestros valores y aspiraciones comunes. En este punto de inflexión, la invitación está abierta: participar activamente en la configuración de un futuro donde la tecnología y la humanidad avanzan juntas, hacia horizontes aún inimaginados.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días

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El modelo exportador español en una Europa que pierde terreno

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El sector exterior ha sido uno de los principales protagonistas de la recuperación reciente tras la pandemia, de manera similar a lo que sucedió después de la crisis financiera. España es el único de los grandes países de la Unión Europea que ha conseguido mantener simultáneamente un sólido superávit de los intercambios comerciales (cercano al 2,5% del PIB en el último año, con datos hasta el tercer trimestre, prácticamente lo mismo que la media del periodo 2015-2019), y un abundante flujo de entrada de capital extranjero. El doblete también ha aportado capacidad de resistencia y confianza ante las turbulencias geopolíticas de los últimos años. 

La cuestión es hasta qué punto estos resultados son sostenibles en el
tiempo. Para calibrarlo, en un mundo interconectado, conviene examinar nuestra
trayectoria a la luz de las transformaciones que atraviesan la economía
global. 

La más evidente: Europa, nuestro principal mercado de exportación y de atracción de inversiones, está perdiendo terreno en relación a los otros grandes bloques comerciales. El crecimiento de la zona euro lleva más de un año sin levantar cabeza, de modo que a duras penas supera los niveles de actividad prepandemia. El PIB se sitúa solo un 3% por encima del nivel alcanzado a finales del 2019, cuando la economía norteamericana ya se ha propulsado un 7,3% más allá de ese umbral. Y se vislumbra una divergencia aún más acusada en el próximo año. 


La locomotora exportadora europea parece haberse atascado, a tenor de la notable contracción del superávit exterior (desde el 2,8% del PIB en el periodo 2015-2019, hasta el 1,2% en 2023). El bloque es también menos atractivo para el capital productivo internacional. La inversión directa extranjera retrocede en términos agregados, aun con diferencias, ya que cae en Alemania al tiempo que sube en España. Mientras tanto, el capital fluye hacia el otro lado del Atlántico tras la aplicación de los potentes estímulos a la inversión y a la relocalización de empresas del Inflation Reduction Act. Europa no dispone de un arsenal comparable al que ha desplegado la administración Biden, ni de una estrategia coordinada, optando de facto por la competencia entre socios comunitarios, como lo evidencia la inflación de subvenciones nacionales, o “ayudas de Estado”, un instrumento poco eficaz que además desvirtúa el mercado único en detrimento de las economías con menos espacio fiscal como la nuestra.

Además del deterioro de la posición energética, Europa padece un
déficit creciente en sus intercambios de productos de alto valor añadido
tecnológico, particularmente con China. En 2022, dicho déficit alcanzó los
36.000 millones de euros, dejando atrás los excedentes de años anteriores. De
manera similar, el comercio de vehículos eléctricos es deficitario.

Así pues, tiene mérito que las empresas españolas hayan ganado terreno en un mercado aletargado como el europeo. Tarde o temprano, sin embargo, el auge de nuestras exportaciones empezará a languidecer. De hecho, ya se perciben síntomas de enfriamiento de los intercambios con la UE, como el ligero descenso de las exportaciones de bienes registrado hasta noviembre. Las importaciones, por su parte, se van recuperando, de modo que cabe esperar una contracción del excedente exterior para este año. Según el Panel de Funcas, el superávit que arroja nuestra balanza por cuenta corriente descenderá hasta el 1,5% del PIB. Este es todavía un saldo saludable.      

No obstante, a medio plazo, además de depender de un bloque comercial europeo
en declive relativo, nuestro aparato productivo se enfrenta al reto de
incorporar las nuevas tecnologías para mantener su posición competitiva. El
talón de Aquiles es la debilidad de la productividad, reveladora de la
dificultad a realizar la transición digital, amenazando con erosionar la
ventaja que disponemos en términos de costes de producción. Un viento de cola
que conviene preservar con consenso social y actuando sobre todas las palancas
que impulsan la productividad.

COMERCIO INTERNACIONAL | Las exportaciones cayeron un 0,7% hasta noviembre en relación a un año antes, arrastradas por los derivados del petróleo, las semi-manufacturas y los medicamentos. Por el lado positivo, destaca la recuperación de las ventas en el exterior del sector automotriz y la consolidada robustez de las de bienes de equipo. Las importaciones también experimentaron una caída a nivel agregado, del 6,8%, como consecuencia sobre todo del abaratamiento de las compras de energía. Con estas tendencias, el déficit comercial se situó en menos de la mitad en comparación con un año antes.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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España ante la reconfiguración de los intercambios globales

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La metamorfosis del proceso de globalización es cada vez más palpable, a tenor del distanciamiento que se está produciendo entre los grandes bloques comerciales, exacerbado por la doble crisis pandémica y energética. En la presentación de su último informe de perspectivas económicas, la OCDE constata que los obstáculos a los intercambios internacionales se han multiplicado por 10 en el último lustro (en términos del porcentaje de productos de importación sometidos a algún tipo de restricción entre 2010 y 2022). Una de las barreras comerciales más simbólicas de los nuevos tiempos es el plan Biden de apoyo masivo a la industria americana, algo inimaginable en la época, de facto extinguida, del llamado “consenso de Washington”.

El cambio de rumbo está siendo especialmente perjudicial para Europa, como lo evidencia el fuerte deterioro del saldo de sus intercambios frente a China y EE UU. El déficit con el gigante asiático se ha multiplicado casi por 3 en relación a la media prepandemia (en concepto de balanza por cuenta corriente de la Unión Europea). Y el superávit frente a EE UU está en vías de volatilizarse, dividiéndose por 4 durante el mismo periodo.

En España la tendencia es similar al resto de la UE. Y, más preocupante, el desequilibrio revela una dependencia creciente con respecto a los productos clave para la transición digital y ecológica. Es obvio que el objetivo europeo de autonomía estratégica no se está materializando de momento en avances económicos concretos.


Sin embargo, la “desglobalización” también conlleva una reconfiguración de las cadenas productivas, que en este caso podría estar siendo positiva para la economía española. Las empresas han tomado conciencia de la vulnerabilidad de procesos de externalización excesivamente fragmentados o dependientes de países alejados de los grandes centros de consumo. Esta vulnerabilidad se ha plasmado en la aparición de cuellos de botella y de situación de escasez de suministros esenciales, generando una relocalización de la actividad productiva hacia lugares más próximos y seguros, como lo constata también el informe de la OCDE.

Es probable que España se esté beneficiando de este acortamiento de las cadenas de suministro, hasta el punto de anular el impacto negativo del shock comercial con EEUU y China: los intercambios entre España y el resto de la UE arrojan un superávit creciente, casi compensando por completo el deterioro registrado con las grandes potencias. De modo que el saldo total sigue siendo excedentario, cuando dos de cada tres países europeos, entre ellos Francia, Italia y modelos exportadores como Bélgica y Finlandia están en números rojos. Asimismo, las locomotoras industriales que son Alemania, Austria y Países Bajos han reducido su superávit drásticamente.

Aunque no es fácil cuantificarlo, es probable que la mejora de nuestros intercambios con la UE refleje en cierta medida el proceso de relocalización. Sus efectos son palpables en sectores como la industria farmacéutica y los servicios profesionales, por ejemplo. El tirón del turismo es sin duda otro factor del buen comportamiento del sector exterior, pero esto solo explica parcialmente el resultado de conjunto: entre los países mediterráneos, España destaca por ser el único que presenta un excedente con el exterior.

Todo ello apunta a un plus de competitividad de la economía española en términos de costes de producción, sobre todo laborales y energéticos, y de relativa paz social apuntalada por el recién concluido acuerdo salarial. Se trata de un viento de cola potente hoy por hoy, pero que irá amainando si no se corrigen las causas inherentes al creciente desequilibrio de los intercambios con los países que lideran el cambio tecnológico. Desde ese punto de vista la adenda a los fondos europeos, con unas transferencias adicionales (no reembolsables) de 10.300 millones de euros y préstamos por hasta 84.000 millones a ejecutar hasta 2031, toca las teclas acertadas. Pero para aprovechar el impulso, habrá que solventar los persistentes problemas de ejecución que han lastrado el potencial transformador del programa.

SALARIOS | Las remuneraciones se van acercando paulatinamente a la inflación. Los salarios pactados en los convenios colectivos se incrementaron hasta mayo a un ritmo anual del 3,3%, un punto menos que el IPC (en 2022 la brecha fue de 6,5 puntos en media anual). Otras fuentes de datos apuntan a un incremento ligeramente superior: el coste laboral por hora trabajada registró en el primer trimestre un aumento interanual del 4,1%. En el caso de las grandes empresas, el ajuste alcanzó el 5% durante el mismo periodo, en términos de rendimiento por asalariado.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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El nuevo proteccionismo

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Las tensiones geopolíticas exacerbadas por la guerra en Ucrania, el shock energético y más recientemente el giro de política comercial operado por EE UU se conjugan para hacer rotar el eje de la globalización en una dirección preocupante para la Unión Europea, al menos de momento. Si bien la sacudida está siendo de menor intensidad en España, la tendencia general es la misma que la que recorre el resto del continente europeo.

Es un hecho que los intercambios de la UE con el exterior se han desequilibrado abruptamente, hasta el punto de generar números rojos en la balanza por cuenta corriente por primera vez desde la crisis de 2008. Uno de los principales factores es la aparición de un déficit con EE UU, algo inédito desde que existen registros y que sin duda obedece al auge de las compras de gas licuado norteamericano. Por otra parte, el abultado desequilibrio de los intercambios con el gigante asiático se ha mantenido prácticamente intacto, de modo que el bloque europeo emerge como el más afectado por la policrisis global.

De manera similar, debería preocupar que Europa esté perdiendo terreno en términos de inversión directa extranjera, es decir de inyección de fondos externos en el tejido productivo, descontando los flujos de capital financiero. En los dos últimos años, la UE recibió el 12,4% de la inversión directa extranjera mundial, casi la mitad que antes de la pandemia. Mientras tanto, EE UU y China han escalado en el ranking de receptores, ocupando prácticamente todo lo perdido por Europa.


Es cierto que el retroceso relativo no es uniforme: afecta con especial intensidad a los países centroeuropeos, en especial Alemania, así como Italia, mientras que España resiste mejor, tanto en términos de intercambios de bienes y servicios como (sobre todo) de inversión. También cabe esperar una mejora en los próximos meses gracias al respiro aportado por la moderación de los precios energéticos.

Pero la creciente divergencia de políticas comerciales entre grandes bloques podría agravar la brecha de competitividad. Destaca el Inflation Reduction Act (IRA), programa instrumentado por la Administración Biden con el fin de promover la transición ecológica. La dotación presupuestaria es colosal, 369.000 millones de dólares, y el objetivo loable. Pero en la práctica las medidas incorporan todo tipo de subvenciones que solo serán concedidas a los consumidores que compren productos como el vehículo eléctrico made in America. O a las empresas tanto nacionales como foráneas que produzcan tecnología verde en suelo americano. Por tanto, en términos comerciales, el IRA se asimila a un instrumento de protección de la industria local y de atracción de empresas creadas en otros países.

Frente a esta ofensiva, la actual inacción de la UE, basada en una visión ingenua de las virtudes de la globalización incluso cuando esta procede de manera asimétrica, amenaza con deslocalizaciones en sectores clave para nuestra economía. Por otra parte, ojo con intentar competir en subvenciones: no se vislumbra un acuerdo para crear un presupuesto europeo mancomunado a la altura del IRA. Los socios comunitarios con más holgura fiscal podrían estar tentados de desplegar toda la munición disponible para proteger su propia competitividad (para lo cual necesitarían una relajación de las reglas de competencia). Pero la historia y el sentido común muestran que una escalada de proteccionismo sería ruinosa para los Estados. Además, la fragmentación afectaría al peso negociador de la UE, cuando la unión es un activo a preservar en caso de competencia desleal y para invocar sanciones comerciales, una eventualidad prevista en el comunicado de la última cumbre europea.

En definitiva, hoy por hoy la sostenibilidad del crecimiento europeo no depende principalmente de las dotaciones presupuestarias, sino de cómo incorporar la dimensión geopolítica a un modelo económico basado en la competencia y el libre comercio. Un desafío determinante para la capacidad de decidir nuestro futuro y que debería abrirse paso en el debate.

PRECIOS INDUSTRIALES | El índice de precios industriales, uno de los principales barómetros de las presiones inflacionistas, modera su crecimiento, pero descontando la energía todavía avanza a un ritmo elevado. El índice total descendió un 2% el pasado mes de enero, arrastrado por el abaratamiento de la energía (-8,8%). Sin embargo, el resto de componentes todavía apunta a una persistencia de la inflación: los bienes de equipo suben un 0,8% en el mes y los bienes de consumo no duradero lo hacen un 2,5%. Destaca el alza de los precios de alimentos procesados como los productos lácteos, panadería, pastas y bebidas.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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China sigue el camino contrario al resto del mundo: baja sus tipos de interés y es por la desaceleración

China se ha desmarcado de los grandes bancos centrales. Si la apuesta mayoritaria es por una senda continuada de incremento de tipos de interés para contener la inflación, esta semana China ha decidido rebajar el coste del dinero del 2,85% al 2,75% e inyectar 400.000 millones de yuanes (60.000 millones de euros) adicionales en los mercados crediticios.

Lo que está sucediendo en China es que mientras el mundo vive atemorizado por las presiones inflacionistas, desde marzo, sin embargo, el resurgimiento del coronavirus ha afectado a muchas ciudades de China, especialmente Shenzhen, Shanghai, Beijing y otros centros de consumo importantes. La escalada de las medidas de control de brotes sacudió la actividad de los consumidores.

El gasto del consumidor en automóviles y vivienda cayó bruscamente, creando un fuerte lastre para el consumo. Los brotes de coronavirus en las principales bases de fabricación de automóviles interrumpieron la cadena de la industria automotriz, junto con una caída en los ingresos de los hogares. Las producciones y ventas de automóviles se han ido reduciendo desde marzo. Y de ahí, que se haya lastrado el crecimiento y la autoridad monetaria busque coger aire para su economía.

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En primer lugar, el consumo se vio afectado principalmente por la alta tasa de desempleo, una fuerte caída de los ingresos de los hogares y las expectativas pesimistas. La tasa de desempleo juvenil alcanzó un nuevo máximo en julio hasta llegar al 20%.

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Las expectativas pesimistas hicieron que el índice de confianza del consumidor cayera a 86,7 en abril desde 113,2 en marzo, el más bajo registrado desde 1991 (el segundo más bajo fue de 97 visto en noviembre de 2011).

Sus exportaciones se desaceleran en un entorno que apuesta por combatir la inflación

Si bien China está tocada desde el punto de vista del consumo interno, aunque la inversión sigue aguantando, el sector exterior se está viendo con problemas de calado y sus exportaciones se están desacelerando.

El gran punto negativo para China es que la demanda externa se debilita en una economía mundial en desaceleración que ve una inflación caliente y políticas monetarias más estrictas. La alta inflación erosionará el poder adquisitivo de los consumidores y disminuirá su confianza. La UE, los Estados Unidos y otras economías desarrolladas siguen endureciendo la política monetaria, lo que continuará enfriando el clima financiero y la confianza de los inversores en la economía real y debilitando aún más la demanda.

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Las principales exportaciones de productos básicos mostraron tendencias de crecimiento divergentes. A medida que el impacto de COVID-19 disminuyó en el extranjero, la demanda creció rápidamente de productos para actividades al aire libre como ropa y bolsos, y productos sociales y de entretenimiento, lo que impulsó un rápido crecimiento de los bienes intensivos en mano de obra exportados por China.

La inflación aprieta y los impactos de los factores de precios se hicieron mayores. El valor de los principales productos exportados creció a una tasa interanual notablemente mayor que sus cantidades. En general, el crecimiento de las exportaciones se estima en torno al 8% para el segundo trimestre.

El yuan puede ofrecer una ayuda momentánea a las exportaciones

El renminbi comenzó el año con una subida constante y luego se depreció con fluctuaciones durante el resto del primer semestre. De enero a marzo, el renminbi subió hasta un máximo de cuatro años de 6,3107 por los conflictos entre Rusia y Ucrania, entre otros. Desde abril, sin embargo, el renminbi se ha debilitado con mayores oscilaciones en ambos sentidos por los efectos indirectos del endurecimiento monetario de la Reserva Federal estadounidense.

El tipo de cambio al contado del renminbi es de un dólar por 6,7860 yuanes el 18 agosto. La depreciación del renminbi que comenzó en el segundo trimestre se debió principalmente a los siguientes factores:

En primer lugar, la fortaleza del dólar estadounidense fue la principal causa externa. El índice del dólar estadounidense ha subido cada vez más en medio del ritmo más rápido de endurecimiento monetario de la Reserva Federal, que incluye subidas de tipos más agresivas y el inicio de la reducción del balance, lo que ha ejercido una presión a la baja sobre el renminbi.

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En segundo lugar, las salidas de capital a corto plazo crearon choques inmediatos. En segundo lugar, el rendimiento real del Tesoro estadounidense a 10 años siguió aumentando, y el diferencial de tipos de interés entre China y Estados Unidos se invirtió y mostró signos de ampliación.

En tercer lugar, el resurgimiento del COVID-19 y la situación internacional afectaron a las expectativas del mercado. El resurgimiento del coronavirus y los cierres tuvieron un importante impacto adverso en los fundamentos económicos de China, lo que provocó expectativas de depreciación del renminbi.

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Compradores en China empiezan a impagar sus hipotecas, lo que podría derrumbar la economía mundial

En China muchos compradores de vivienda comienzan a dejar de pagar la hipoteca. Se tiene constancia de que es algo que sucede en 300 desarrollos en 90 ciudades en 24 de las 31 provincias chinas. No debería de ser mucho, pero una semana antes el problema estaba limitado a unas pocas decenas de promociones inmobiliarias.

El boom de la vivienda en China empezó en 1998, y ha seguido, hasta ahora. No obstante, los últimos acontecimientos, incluida la posible quiebra del gigante inmobiliario Evergrande, hacen temer que un colapso del sistema inmobiliario chino que arrastre al resto de la economía mundial.

El extraño mercado residencial chino

El sistema de vivienda en China es muy diferente, aproximadamente el 96% de los chinos reside en una vivienda de su propiedad (aunque tengamos en cuenta que su propiedad es temporal habitualmente), sólo el 18% de los chinos contratan hipotecas, ya que la mayoría suelen tirar de préstamos a familiares y conocidos (también porque generaciones mayores obtuvieron su vivienda a un precio muy barato hace muchos años). También se puede ver como los bancos son bastante estrictos para dar hipotecas, pero existen muchas alternativas al mismo.

Además en las grandes ciudades entre el 15 y el 25% de las viviendas se estiman vacías, dado que los chinos tienden a invertir en vivienda. El 70% de la riqueza de las clases urbanas está almacenada en ladrillo. También sucede que se estima que el sector de bienes raíces, podría ser hasta el 30% del PIB chino. Se han llegado a construir 13 millones de viviendas en un año.

¿Por qué se compra vivienda en China? Si hay un país donde se considera que alquilar el dinero este es China. Existen motivos culturales, entre ellos que los jóvenes suelen necesitar una para poder ser aprobados por sus futuros suegros como yernos. También que los mercados bursátiles chinos no son todo los fiables que deberían de ser y por otro la alta rentabilidad de la vivienda en China, especialmente en grandes ciudades de Tier 1 como Shanghai o Cantón (Guangzhou).

El 85% de las viviendas se venden antes de estar construidas, este valor era del 50% en 2005, y puede que tarden meses o incluso años en acabarse. ¿Por qué se compran antes de construirse? Entre otros motivos porque la entrada es más pequeña. Para evitar que los promotores hagan mal uso del dinero, este se deposita parcialmente (entre un 50 y un 70%) en cuentas supervisadas por los gobiernos locales ¿lógico? No del todo, especialmente si el gobierno local usa estos fondos para financiar sus programas de infraestructuras u otros gastos. Esto es un problema, ya que los proyectos deberían de estar bien enfocados en su propia Esto en Hong-Kong no sucede. Algo que según Bloomberg, China continental debería aprender de Hong Kong.

La huelga de hipotecados

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¿Y por qué se ponen en huelga los hipotecados? Porque no ven avanzar las obras de sus viviendas. Están intentando presionar de este modo, si mi piso no llega, dejo de pagarlo. De momento son solo unos pocos desarrollos en un país enorme, se estima que afecta aproximadamente a menos del 1% de las hipotecas. Se estima que afecta a 18 bancos y unos 414 millones de euros. Nada que un sistema financiero decente no sea capaz de asumir.

Es cierto que nos estamos acercando a un punto que podría ser peligroso si esta práctica se extiende, según Reuters entre el 5 y el 20% de las promociones inmobiliarias van con retraso. No solo hablamos de Evergrande, que ha dejado de ser el mayor promotor inmobiliario chino, sino de otros como Kaisa Group Holdings y Sunac China Holdings están teniendo problemas de solvencia similares. Al extenderse, afectando al sector de la construcción en China e impactando entre 150.000 y 350.000 millones de dólares de “Defaults”. Eso podría provocar una crisis que acabara con buena parte de la economía china.

Es decir, en China ahora mismo en las altas esferas están muy preocupados para poder evitar un momento Lehman Brothers que arrastre la economía. El regulador, la China Banking and Insurance Commission, ha pedido a los bancos que rescaten a los promotores. Lo malo es que esto puede acabar empujando al abismo a los bancos si no tienen músculo suficiente. También se está planteando una mayor vigilancia y limitación del dinero de los compradores depositado en las cuentas de fideicomiso reguladas por las autoridades locales, para evitar este tipo de problemas.

No obstante, una crisis inmobiliaria y bancaria en China, podría arrastrar a la economía mundial. Las ventas de vivienda han caído un 30% según Standard & Poors, el peor valor desde 2008 (otras estimaciones hablan de un 47%). Se cree que pueden disminuir los precios de los bienes raóices entre un 6 y un 7% este año. No es de extrañar que ante estos tiempos de incertidumbre económica y alto desempleo, los centennials chinos estén renunciando a emprender, a trabajar en una tecnológica nueve-nueve-seis (de nueve de la mañana a nueve de la niche seis días a la semana) y que aspiren a ser funcionarios, aunque esto puede acabar reduciendo las expectativas económicas del país en los próximos años.

Mientras tanto, esperemos que la situación actual de incertidumbre por la invasión de Rusia de parte de Ucrania, la escasez por la reactivación económica tras las cuarentenas por el Covid, el alza de los precios de la energía y la inflación desatada, no se añada una crisis inmobiliaria y bancaria en China.

Pregunta a los lectores ¿creen que nos afectaría mucho esta crisis o nos resultaría demasiado lejos para nuestra economía?

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