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La amenaza de guerra entre Rusia y Ucrania ya ha hecho subir el precio del gas el 18%: el riesgo que supone para la economía una posible contienda

El mundo entero asiste con incertidumbre al devenir del conflicto entre Rusia y Ucrania. La posibilidad de una invasión que acabe en guerra está encima de la mesa, sobre todo por la intervención de la OTAN para apoyar a Ucrania y las maniobras de Estados Unidos, que de hecho ya ha evacuado a su personal diplomático del país del Este.

Los mercados ya notan las consecuencias de este conflicto internacional, como es habitual cuando suceden estas cosas. Pero habrá más consecuencias. Bueno, de hecho ya las hay.

Como bien sabemos ya, Rusia controla el mercado del gas europeo, pues suministra a la UE más de un tercio de sus importaciones, de lo que se ha aprovechado políticamente en todo este tiempo y ya está utilizando en este conflicto.

El precio del gas holandés, de referencia en Europa, ya ha subido un 18% en las últimas semanas, y va camino de seguir así. Todo ello en un contexto alcista que lleva meses impulsando el precio de la energía a cifras desconocidas. ¿Qué pasaría si, finalmente hay guerra? ¿Notaremos los ciudadanos las consecuencias?

El peligro de que Rusia cierre el grifo

En España se importa la mayor parte del gas de Argelia, que también está notando la situación, pues su precio ya ha subido más de un 5% en estos días convulsos. Pero el Ejecutivo mira con tensión a Ucrania porque ya tenemos el precio de la energía más caro de Europa y esto podría encarecer aún más la factura.

¿Qué es lo peor que puede pasar si hay guerra? Pues que Rusia, para castigar a la UE por su apoyo a Ucrania a través de la OTAN, cierre el grifo del gas, provocando problemas de suministro en toda Europa.

Sí, España asegura que aquí no habría escasez, pero si no hay gas ruso, los países se lanzarán a comprarlo en Argelia, ¿y qué pasa cuando hay más demanda que oferta? Que los precios suben. Esto implicaría un aumento del precio energético, todavía más.

En España ahora mismo las tarifas del gas están congeladas por las medidas impuestas para contener la factura, pero si lo asume el Gobierno eso se va directamente al déficit, que ya es del 7,3% del PIB con una deuda del 122% del PIB, de los más altos de Europa.

Toda esta situación de subida del coste de la energía implica más: imposibilidad de las empresas de hacer frente a los costes de producción (ya está pasando), lo que podría llevar a cierres, lo que equivale a despidos. Es decir, que la cosa se puede complicar mucho. Y no solo aquí, en toda Europa.

Por lo tanto, este conflicto internacional solo es otro palo en las ruedas de la recuperación económica, que ya es bastante frágil. Y todo ello con el "General Invierno" como protagonista de nuevo.

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La amenaza de las super-bacterias resistentes a los antibióticos se dispara con la quiebra de las nuevas farmacéuticas

En el horizonte de las amenazas que se ciernen actualmente sobre nuestro mundo socioeconómico hay un tema realmente importante, y del que algunos medios se vienen haciendo eco desde hace algún tiempo. Es una amenaza (muy) real, y que además ya está haciendo sentir sus efectos sobre la salud (y la vida) de los ciudadanos. Son las nuevas bacterias resistentes a los antibióticos, que están haciendo que enfermedades anteriormente inocuas con la debida dosis de antibióticos, ahora pueda ser incluso mortales en muchos casos.

El mundo famacéutico lleva bastantes trimestres en una carrera contrarreloj para dar con nuevos tratamientos contra esta nueva generación de bacterias, puesto que las vidas y el bienestar en nuestras socioeconomías dependen en buena medida de ello, además de poder convertirse en una nueva fuente de jugosos ingresos. Pero ahora un nuevo obstáculo se ha cruzado en el camino de nuestro progreso socioeconómico: las farmacéuticas más prometedoras en su lucha contra las super-bacterias están quebrando. Y eso son muy malas noticias.

De las bacterias agonizantes a las bacterias ultra-resistentes

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Tan sólo por poner en antecedentes a los lectores que todavía no hayan leído nada sobre este tema, simplemente explicarles que esta nueva amenaza sanitaria y socioeconómica ha ocurrido porque la naturaleza ha seguido su curso. Como bien apuntaba la teoría de la evolución de Darwin, entre esas bacterías que caían como moscas ante los letales antibióticos, no podía dejar de ocurrir que, en algún momento, alguna mutación genética hiciese que alguna de esas baterias fuese capaz de sobrevivir a los tratamientos con antibióticos que se aplicaban para proteger las vidas humanas y de también bastantes animales. Una vez acontecida la ultrarresistente mutación, tampoco podía dejar de ocurrir que esas baterias mutadas, más fuertes que sus hermanas, se fuesen imponiendo en la supervivencia de su estirpe.

De esta manera, cada vez ocurren más casos en los que, enfermedades otrora leves y fácilmente curables con un simple tratamiento con antibióticos de lo más normalitos, hoy por hoy pueden requerir antibióticos de última generación con un coste desorbitado. Y eso en el mejor de los casos, porque muchas de esas nuevas mutaciones ya no responden a prácticamente ninguno de los tratamientos actualmente disponibles: ni caros ni baratos, ni tradicionales ni de nueva generación, ni nada de nada más que aplicar paliativos y cruzar los dedos.

Es un hecho contrastable cómo una buena parte de los casos de enfermedades por este tipo de patógenos resistentes a los antibióticos surgen en los propios hospitales y sus zonas circundantes. ¿Por qué puede estar ocurriendo esta concentración de casos precisamente en nuestros centros hospitalarios? Esta pregunta nos lleva a la última cuestión de esta puesta en contexto: es en las ciudades sanitarias y hospitales donde más antibióticos se aplican a los pacientes ingresados, bien sea para curar la patología por la que están allí, bien sea para evitar complicaciones médicas cuando estan en una situación de vulnerabilidad o con defensas bajas, como por ejemplo tras una operación quirúrgica.

Es también un hecho el abuso de los antibióticos, que se lleva persiguiendo desde hace años por parte de las autoridades sanitarias. En países como Estados Unidos u otros son notablemente más estrictos con este tema, llegando incluso al extremo de poder acabar en la cárcel por introducir en su equipaje un simple antibiótico sin la consiguiente justificación médica para el viaje. Para poder conseguir allí unas simples gotas antibióticas para una conjuntivitis, se necesita ineludiblemente acudir a una consulta médica y que le extiendan la consiguiente prescripción.

España endurece sus medidas contra el abuso de antibióticos, pero es insuficiente

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En España se puede decir que tradicionalmente se ha cometido la imprudencia de banalizar y normalizar en exceso el abuso de los antiobióticos. Hasta hace relativamente poco, en la propia farmacia se podía conseguir fácilmente algunos de los antibióticos más sencillos, pero eso ha cambiado radicalmente desde hace algunos años. Las autoridades sanitarias españolas han endurecido considerablemente el acceso a los antibióticos de los ciudadanos, y hoy en día para cualquiera de ellos se exige en la farmacia también la consiguiente prescripción (sea pública o privada).

Pero estas medidas siguen siendo insuficientes, puesto que dejan gran margen para la automedicación por parte de los propios pacientes con las dosis sobrantes de tratamientos anteriores que siguen teniendo por casa. Sin duda, estas prácticas tan extendidas, deben ser abordadas igualmente en el sistema de salud español. Una muy buena solución es por ejemplo la forma de dispensar antibióticos en Reino Unido. Allí a usted en la farmacia no le van a dar una caja estándar con X dosis de antibiótico, cuando usted sólo necesita la mitad para el tratamiento que su doctor le ha prescrito. En Gran Bretaña le van a dar el número exacto de dosis que usted necesita para completar su tratamiento personal en concreto. Y es como debe ser, tanto por ahorro de costes como por seguridad sanitaria.

Otro tema aparte, y que también debe ser abordado ineludiblemente (si no las medidas directas sobre los humanos tampoco sirven de mucho), es la exposición involuntaria a los antibióticos que experimentamos los humanos por la cadena trófica. Efectivamente, un auténtico "coladero" de antibióticos que ingerimos sin ni siquiera saberlo serían los resultantes del abuso de antibióticos por parte de ciertos ganaderos y granjeros. Si bien es cierto que, al calor del problema actual analizado hoy ha habido ya ciertos movimientos en Europa hacia una regulación más estricta al respecto, hubo ciertas prácticas demasiado extendidas en el pasado (y alguna que quedará hoy por hoy en ciertos casos).

Así por ejemplo, una vaca con algún tipo de mastitis es una causa de cuantiosas pérdidas para un productor lechero, ya que puede llegar a tener que esperar semanas antes de que esa vaca se recupere y sea de nuevo apta para la producción. Es por ello por lo que llegó a ser demasiado frecuente en el sector suministrar de forma sistemática y preventiva antibióticos al ganado vacuno, para evitar llegarse a ver en esa situación de pérdida de producción. Además, muy probablemente estos movimientos europeos que les citaba antes ya lleguen demasiado tarde, pues las bacterias ya han mutado y, en todo caso, décadas de ciertas prácticas en el pasado les han ayudado a dar el salto genético y hacerse ultrarresistentes en el presente (por cierto, casualmente tal y como predijo el padre de los antibióticos, el Dr. Fleming).

Y les hablaba de cadena trófica porque inevitablemente esos antibióticos suministrados a los animales en vena (o en pienso), acaban siendo consumidos por los humanos bien sea en su leche, en su carne, o en sus huevos. Y también les hablaba de que esta cadena trófica es un auténtico "coladero" porque la normativa y la regulación alimentaria de los animales es significativamente más laxa que la humana, pero igualmente sus desmanes acaban siendo sufridos (e ingeridos) por los humanos. Y eso por no hablar de la salud de los propios animales, claro está, que se ven industrializados hasta el punto en el que su valor es únicamente que puedan producir más y más. Tampoco hablaremos del precio actual mayorista de determinados productos alimentarios como por ejemplo la leche, que hacen que una explotación ganadera pueda verse en un serio aprieto económico por el simple hecho de que algunas pocas de sus vacas sufran una mastitis.

Segundas derivadas (y terceras) aparte, pasemos a centrarnos menos en los culpables, y volvamos a la senda de las posibles soluciones. Porque soluciones parece que estábamos en la senda de que llegase a haber, pero el problema es que las farmaceúticas más prometedoras en su lucha contra esta generación de bacterias mutantes están quebrando. Y huelga decir que sin ellas nos quedamos sin solución a tamaño problema.

¿Quiénes estaban apostando por nuevos tratamientos contra las bacterias ultrarresistentes y por qué están quebrando?

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Pues, como tantas otras veces en temas de innovación y desarrollo, la responsabilidad (y los frutos) de la vanguardia mundial en la lucha contra estas bacterias recaía sobre el ecosistema emprendedor y de start-ups. No es que disfrutasen de tan encomiable misión en exclusiva, ya que también las grandes farmaceúticas han puesto su granito de arena, pero lo cierto es que estas últimas han acabado desertando de esta lucha, huyendo y redirigiendo su capacidad de inversión hacia otros productos más estables y atractivos, ¿O debería decir simplemente rentables?: no hay que olvidar que los antióticos a fin de cuentas son tratamientos que se utilizan tan sólo durante unos días, mientras que los medicamentos verdaderamente rentables para las farmacéuticas son los de enfermedades crónicas, que el paciente debe tomar durante largos periodos de tiempo o incluso durante el resto de su vida.

Así, tras la huída de las grandes, habiendo realmente un futuro mercado importante por explotar, y necesitándose para atacarlo una buena dosis de innovación y desarrollo, no podía ocurrir otra cosa más que que surgiese un auténtico ejército de start-ups dispuestas a arriesgar capital para conseguir ser un jugador destacado en el futuro mercado. No es necesario decir que, en lo que suponen prácticas habituales en este y otros sectores, estas start-ups podrán acabar siendo adquiridas por las grandes farmacéuticas una vez que hayan salido de la zona de riesgo, hayan dado con nuevos medicamentos innovadores y probados, y tengan una futura rentabilidad más o menos asegurada. A golpe de talonario se puede eliminar casi cualquier tipo de competencia, "forrando el riñón" del emprededor de turno al que le tocó una lotería en la que el esfuerzo y la visión también compraban boletos.

Pero como en todo negocio, y el farmaceútico tal y como está concebido en la actualidad no es sino mayormente un tipo más de negocio (con su casuística muy particular, eso sí), todo posible beneficio futuro conlleva un riesgo en el presente. Así, el riesgo de estas start-ups antibióticas no es otro sino que no sean capaces de dar con un medicamento viable productivamente, o no lograr superar los exigentes trámites administrativos y pruebas con pacientes de las autoridades sanitarias de los diferentes países del mundo, o tal vez no lograr un hueco relevante en el mercado por su ecuación coste-beneficio, etc. etc. etc. Como ven, los riesgos no son pocos, y menos aún en un sub-sector que requiere una dosis de innovación que siempre añade más incertidumbre a la hora de que se puedan acabar materializando más fácilmente cualquiera de estos riesgos, que se ciernen sobre la futura línea de vida de cualquier medicamento, pero que en los más innovadores resultan especialmente amenazadores.

Así, la conjunción de uno o varios de estos factores en buena parte de las start-ups que habían traído esperanzas a esta lucha clave para la humanidad, está haciendo que estas vitales start-ups antibióticas estén quebrando en masa. Como no podía ser de otra forma, uno de los problemas más habituales es que la gran mayoría de estas empresas sufren una auténtica sangría económica, a la cual sus inversores acaban poniendo fin en algún momento cerrando el gotero. Y entonces sobreviene inevitablemente la quiebra, pero no sólo quiebra de una empresa, sino también quiebra de un medicamento que tal vez con tan sólo un poco más de capital podría acabar viendo por fin la luz, y salvar millones de vidas humanas (y no humanas) en un futuro cada vez más cercano.

Un servidor no es ningún adalid sistemático del sector y la inversión pública como fuente de todo beneficio y progreso socioeconómico. Ni mucho menos. La realidad es que (casi) todo en nuestro mundo actual debe regirse por unos estrictos criterios de rentabilidad, tanto en lo público como en lo privado. "Casi". Porque es que, donde fallan la inversión y la rentabilidad privadas con respecto a objetivos ineludibles a conseguir por el bien común, es donde inevitablemente debe entrar en escena la inversión pública, siempre que la ocasión merezca la pena (o más bien: la alegría). Este tema de la lucha contra las bacterias ultrarresistentes es uno de esos casos en los que un servidor entiende, tolera, e incluso aboga por que sean los estados de las diferentes superpotencias las que deban abanderar el I D necesario para que la humanidad salga ganadora de este desafío mortal, y deben tomar el relevo de esos últimos bastiones que eran las start-ups antibióticas, para seguir plantando cara a una amenaza sin la cual puede que no haya ningún futuro para millones de sus ciudadanos, que morirán sin remedio.

Y no es que uno esté abogando por embarcar a los estados en una sarta de inversiones ruinosas. Para nada. Esta inversión puede ser muy rentable, y no sólo medida en vidas humanas salvadas, sino también en términos económicos. Dejando a un lado la siempre compleja coordinación (y repartición) del I D con campo de aplicación global, pero con inversiones nacionales, simplemente diremos que la casuística no es muy diferente a otras en las que la humanidad en su conjunto ha tenido éxito. Pero el verdadero problema en este tipo de inversiones es que, son tan a largo plazo, que no resultan atractivas o viables para el sector privado (al menos no en la concepción actual de nuestros mercados, cada vez más cortoplacistas, y bajo la dictadura de los resultados trimestrales). Y el músculo financiero de los Estados, además de su papel de "rescatador y garante de último recurso" de la salud de sus ciudadanos y del estado de bienestar, les hace los protagonistas principales para que puedan desempeñar ese papel en el que el sector privado y el ecosistema emprendedor se están cayendo con todo el equipo.

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Porque no pueden imaginar todo el sufrimiento o las muertes que puede causar por ejemplo algo tan habitual como una bronquitis, que puede ser ya incurable con los antibióticos actuales. O una cándida. O una meningitis bacteriana. O una simple herida infectada. O tantas y tantas enfermedades cuya curación dependía hasta ahora de los antibióticos tradicionales. Si el sector privado no nos sirve en su actual concepción para evitar, no una, sino tantas posibles pandemias mundiales a un tiempo, tendrán que ser los Estados los que al menos intenten llevar a buen término las vías posibles abiertas (que las hay) y que se están extinguiendo por sí solas. Si un Estado (de bienestar) no nos sirve para esto, ¿Para qué nos sirve entonces? ¿Para dispensarnos tan sólo malestar? Porque para enterrar a los muertos ya están las funerarias, y ese negocio es y va a seguir siendo muy rentable a corto, medio y largo plazo: ahí sí que no nos fallará el sector privado porque, como buenos mortales, ahí somos todos clientes forzosamente cautivos.

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